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- Ça va, mon fils?
-Sí, Sancho, todo va bien. Aunque eres tú
el que vive en el nirvana.
-Ya llegarás. Me encanta colaborar
contigo. Tenemos que convencer al mundo mundial de que tu libro vale mucho y de
que su lectura engancha. Estamos conversando en un plano virtual. Pero todo es
virtual, afortunadamente. La cruda realidad, a palo seco, no hay quien la
aguante. Cita esas frases que tanto te gustan.
-Séspir (para los amigos) decía que
estamos hechos de la materia de los sueños. El pobre Oscar Wilde, tan
ingenioso, nos recordaba que vivimos sumergidos hasta el cuello en el fango,
pero que era necesario tener al mismo tiempo siempre fija la mirada en las estrellas.
Y nunca olvidaré lo que cantaba Moustaki en Le Métèque: “Et nous ferons de
chaque jour toute une éternité d’amour”
(haremos de cada día toda una eternidad de amor).
-Este es mi chico. ¡Olé tus testículos!
-Stop, Sancho: nuevo patinazo. La
expresión sigue siendo grosera, y, además, ridícula.
-Vale; ya veo que no acabo de acertar. Me
sé otros sinónimos, pero, por si acaso, aparco definitivamente esa frase.
Explica un poco tu relación con el dueño
de la Casa Solariega de los Matienzo en el cántabro Valle de Ruesga. Y te
sugiero que cuelgues la foto de su escudo y de la placa en que se da detalles
de su historia.
-El dueño se llama Ignacio Ruiz Gómez, y
su encantadora mujer, Yolanda. Terminadas sus vacaciones, se fueron a Melilla,
su residencia habitual. Les envié allá un ejemplar del libro. A los quince días
me llamó Ignacio entusiasmado, valorando especialmente la aclaración de la gran
cantidad de dudas que tenía sobre la historia de tu época en Sevilla y la de
tiempos posteriores. El impresionante escudo de su casa solariega está ahora en
una capilla familiar en la parroquia de Matienzo de Cantabria. Luce en el
centro una gran cruz de Calatrava. Es de finales del siglo XVI, y el titular,
de apellido Matienzo, era letrado, algo, por lo que se ve, tradicional en todas
las ramas de este linaje.
-Añadamos a esto que te acaban de pedir
desde México diez ejemplares de nuestro libro. Iba a exclamar “!Olé…!”, pero,
por si acaso, diré: “¡Eres la hostia!”
-¡¡STOP, SANCHO!! Cada vez lo pones peor.
-Lo siento. Tomo nota. Bonne nuit, mon
cher fils. Hereux jourversaire.
-Merci, mon bon père. À
demain.
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