sábado, 31 de octubre de 2015

(56)- Hola, tormento mío. Ya ni las vitaminas cuánticas me valen para soportar esta implacable galería de tarados que vas presentando. Menos mal que tenemos el recurso de las carcajadas cósmicas.
     - Lo siento, dulce Sancho, pero es lo que hay. De todas formas, también aparecerán algunos personajes decentes, tanto en lo político como en lo religioso. ¿Cómo ha reaccionado el papa Alejandro VI, nuestra histórica vergüenza nacional?
     - Te insisto en que esto es el Reino de la Risa. Al llegar aquí, pasamos por un filtro cerebral que nos llena de ecuanimidad y buen humor, aunque algunos irrecuperables, como Hitler, siguen cultivando sin peligro su megalomanía en un pabellón aparte. Así que el papa Borgia reconoce ahora sus errores. Vosotros seguiréis con la cruz de que ni un solo político admita los suyos o sus chanchullos. Dante se equivocó: vuestra única esperanza de salvación está precisamente entrando aquí. Sigue con tu “coña”.
     - Pues resulta que el siguiente papa en salir a la escena, Pío III, fue una excepción a esa maldita regla. Le consagraron el año 1503: él comenzaba como pontífice, y tú como el ”mero, mero” de la recién inaugurada Casa de Contratación de Indias de Sevilla.
     - Te agradezco que no hayas dicho “capo” o “padrino”. Sigue.
     - Este ejemplar papa figura en la Historia como un hombre responsable y austero que, en cuanto le pusieron la tiara, planificó una reforma profunda del estamento eclesiástico. Pero, ironías del destino, su pontificado solamente duró 26 días. Ahí tienes una  casualidad que resulta  francamente sospechosa.
     - Ya sabes lo peligroso que era cortarles las alas a los cardenales.
     - Le sucedió Julio II (1503 – 1513). Fue, también para variar, un hombre austero y muy recto en sus criterios, aunque (¡vaya por Dios!) tuvo varios hijos ilegítimos, y, como sus predecesores, se dedicó a la promoción de la familia, De su tormentosa relación con Miguel Ángel, brotó ese milagro de las pinturas de la Capilla Sixtina. Que fuera conocido como el papa guerrero o el papa terrible, pone de manifiesto su dedicación preferente a actividades propias de un monarca o un señor feudal metido en numerosas batallas. Además, el ambiente romano seguía completamente corrompido, y el año 1510, bajo su Papado, llegó a la Ciudad Eterna alguien que “no debía haber ido”: Martín Lutero. Esa fuerza de la naturaleza, monje consecuente con su fe y atormentado casi patológicamente por unos escrúpulos religio­sos contra los que luchaba sin éxito, pilló a todos en Roma con las manos en la asquerosa masa. Y sacó sus conclusiones. Y media cristiandad abandonó el “dulce hogar”, como veremos más adelante. Ciao, caro, y conduce con cuidado.
     - Y luego me llamas guasón. Te bendigo, pequeñín: foto sixtina.



     El choque de dos caracteres dominantes produjo esta maravilla. Pero Lutero llegó a Roma y no se dejó impresionar: solo tuvo ojos para la cloaca vaticana, y la Iglesia Católica perdió media Europa.

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