(56)- Hola, tormento mío. Ya ni las vitaminas
cuánticas me valen para soportar esta implacable galería de tarados que vas
presentando. Menos mal que tenemos el recurso de las carcajadas cósmicas.
-
Lo siento, dulce Sancho, pero es lo que hay. De todas formas, también
aparecerán algunos personajes decentes, tanto en lo político como en lo
religioso. ¿Cómo ha reaccionado el papa Alejandro VI, nuestra histórica
vergüenza nacional?
-
Te insisto en que esto es el Reino de la Risa. Al llegar aquí, pasamos por un
filtro cerebral que nos llena de ecuanimidad y buen humor, aunque algunos
irrecuperables, como Hitler, siguen cultivando sin peligro su megalomanía en un
pabellón aparte. Así que el papa Borgia reconoce ahora sus errores. Vosotros
seguiréis con la cruz de que ni un solo político admita los suyos o sus
chanchullos. Dante se equivocó: vuestra única esperanza de salvación está
precisamente entrando aquí. Sigue con tu “coña”.
-
Pues resulta que el siguiente papa en salir a la escena, Pío III, fue una
excepción a esa maldita regla. Le consagraron el año 1503: él comenzaba como
pontífice, y tú como el ”mero, mero” de la recién inaugurada Casa de
Contratación de Indias de Sevilla.
-
Te agradezco que no hayas dicho “capo” o “padrino”. Sigue.
-
Este ejemplar papa figura en la Historia como un hombre responsable y austero
que, en cuanto le pusieron la tiara, planificó una reforma profunda del
estamento eclesiástico. Pero, ironías del destino, su pontificado solamente
duró 26 días. Ahí tienes una casualidad
que resulta francamente sospechosa.
-
Ya sabes lo peligroso que era cortarles las alas a los cardenales.
-
Le sucedió Julio II (1503 – 1513). Fue, también para variar, un hombre austero
y muy recto en sus criterios, aunque (¡vaya por Dios!) tuvo varios hijos
ilegítimos, y, como sus predecesores, se dedicó a la promoción de la familia,
De su tormentosa relación con Miguel Ángel, brotó ese milagro de las pinturas
de la Capilla Sixtina. Que fuera conocido como el papa guerrero o el papa
terrible, pone de manifiesto su dedicación preferente a actividades propias de
un monarca o un señor feudal metido en numerosas batallas. Además, el ambiente
romano seguía completamente corrompido, y el año 1510, bajo su Papado, llegó a
la Ciudad Eterna alguien que “no debía haber ido”: Martín Lutero. Esa fuerza de
la naturaleza, monje consecuente con su fe y atormentado casi patológicamente
por unos escrúpulos religiosos contra los que luchaba sin éxito, pilló a todos
en Roma con las manos en la asquerosa masa. Y sacó sus conclusiones. Y media
cristiandad abandonó el “dulce hogar”, como veremos más adelante. Ciao, caro, y
conduce con cuidado.
- Y luego me llamas guasón. Te bendigo,
pequeñín: foto sixtina.
El
choque de dos caracteres dominantes produjo esta maravilla. Pero Lutero llegó a
Roma y no se dejó impresionar: solo tuvo ojos para la cloaca vaticana, y la
Iglesia Católica perdió media Europa.
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