jueves, 28 de febrero de 2019

(Día 766) Pizarro, además de no cumplir el trato de que Hernando Pizarro vaya a España, le exige a Almagro que abandone el Cuzco. Gran decepción de Almagro, que pierde toda esperanza de paz.


     (356) Aunque todo era una farsa, Hernando Pizarro siguió el teatrillo que a nadie podía engañar: “Se dice que Hernando Pizarro estaba contento pensando que brevemente podría ir contra los de Almagro, y, para que los que estaban en el real del Gobernador creyesen que su deseo era ir a España a llevar el tesoro del Rey, le pidió que tornase a mandarle que se quedase en Perú porque tendría  que llegar antes la armada, y así poder ir con el tesoro protegido contra los corsarios. Por dichas razones, el Gobernador Pizarro le tornó a requerir que no saliese hasta que volviese a mandárselo, e, pareciéndole a Hernando Pizarro que bastaba para lo que quería, daba muestras de que le disgustaba quedarse”.
     Consumada la simulación, el clima bélico empezó a calentarse. Lo veremos como si fijáramos la vista en el medidor de presión de una caldera que va a estallar: “Y luego que esto pasó, Hernando Pizarro dijo al Gobernador que debía tornar a requerirle al Adelantado D. Diego de Almagro que cumpliera las órdenes del Rey”. Hacerlo suponía una deslealtad total, porque le iban a exigir que abandonara el Cuzco, como se había convenido, siendo así que Pizarro ya había decidido no cumplir su compromiso de que Hernando Pizarro partiera para España, asunto de la mayor importancia para evitar la guerra: “El Gobernador llamó a Eugenio de Moscoso, un caballero principal, e a un escribano llamado Morcillo, a los cuales mandó que fuesen al valle de Zangalla,  y requiriesen al Adelantado D. Diego de Almagro que obedeciese lo que Su Majestad había proveído sobre los términos de las gobernaciones, y se saliese de todo lo que él (Pizarro) había conquistado y poblado (el Cuzco incluido), porque, de lo contrario, le haría responsable de los daños y muertes que pudieran resultar”.
     Ante la evidente amenaza de guerra, Almagro y sus hombres vieron con claridad la gravedad de la situación, y hasta que habían pecado de ingenuos por  actuar con demasiadas contemplaciones: “Consideraron muy prudente su comportamiento pasado, y que ahora les convenía mirar su propio interés. Tras tomar consejo de los suyos, Almagro se limitó a responder a los enviados de Pizarro que él estaba dispuesto a cumplir lo ordenado por Su Majestad, y que le pedía que hiciese lo mismo. Cuando partieron, Almagro quedó muy acongojado al ver que le habían quebrantado lo asentado e por todos jurado. Llamando a Rodrigo Orgóñez y a sus hombres principales (entre ellos estaba D. Alonso Enríquez), comunicó con ellos lo que presumía que haría Hernando Pizarro, porque algunos amigos suyos (de Almagro) le habían escrito desde Chincha que tenía la voluntad dañada, e que creían ciertamente que iría con todo el poder del Gobernador Pizarro contra él. Les dijo también que le había pesado ponerle en libertad. Viendo que ya no tenía remedio lo hecho, entre todos se determinó que Diego de Alvarado, con algunos de a caballo, fuese a la ciudad del Cuzco y llevase provisión de Teniente General, y que, teniendo por cierto que el Gobernador Pizarro venía tras él, tomase los dineros e joyas que se hallasen de Gonzalo y Hernando Pizarro, y los repartiese entre los soldados”.
    
     (Imagen)  Burocracia a tope en medio del fragor de las guerras civiles. En el constante titubeo de las inacabables negociaciones de los dos gobernadores enfrentados, Pizarro, tras simular que obligaba imperiosamente a partir hacia España a su hermano Hernando, envía al capitán Eugenio de Moscoso (quien morirá pronto batallando) adonde Almagro para exigirle que abandone el Cuzco. Iba con él, para que levantara acta, ÁLVARO MORCILLO, un escribano del que apenas queda rastro en los archivos históricos. Esos funcionarios no arriesgaban su vida luchando, pero podían morir ‘de rebote’, y sufrían grandes penalidades en las campañas (también los religiosos). Seguro que guardaba como oro en paño una copia de su solemne nombramiento, hecho por el Rey el año 1526 en Granada (donde estaba pasando su luna de miel). El documento tiene cuatro páginas. En el texto de la imagen vemos los amplios poderes de aquellos funcionarios: “Para que en toda vuestra vida seáis nuestro escribano público en nuestra Corte y en todos nuestros Reinos y Señoríos”. El Rey ordena que le tengan por escribano todas las autoridades, citándolas expresamente: “Infantes, prelados, marqueses, condes, ricos hombres, maestros de las órdenes y priores, comendadores y subcomendadores, alcaldes de los castillos y casas fuertes, y los de nuestro Consejo, oidores de nuestras audiencias, alcaldes, alguaciles de la nuestra Casa y Corte y cancillerías, y todos los corregidores, asistentes, gobernadores, alcaldes, alguaciles, merinos, prebostes, veinticuatros (concejales), caballeros, regidores, jurados, oficiales y hombres buenos de todas las ciudades, villas y lugares de nuestros Reinos y Señoríos”.



miércoles, 27 de febrero de 2019

(Día 765) Pizarro, en un burdo montaje ante notario, le prohíbe a Hernando Pizarro que vaya a España (que era lo que Almagro le exigió para liberarlo), basándose en que es necesario que se encargue de la lucha contra el acoso de Manco Inca.


     (355) No parece que Pizarro hablara sinceramente de su preocupación por un posible castigo del Rey, y, esta vez, da la impresión de que Cieza quiere proteger su imagen, como si el paso que va a dar a continuación fuera resultado de las presiones de sus hombres, y, especialmente, de sus dos hermanos. Pizarro mandó llamar a un escribano, y le dictó una orden sibilina dirigida a Hernando Pizarro, preludio necesario para lanzarse al cuello de Almagro. Resumo el texto que Cieza copia íntegramente. Pizarro empieza explicando  que la ocupación violenta del Cuzco por parte de Almagro, además de ser ilegal, había provocado una lucha fratricida entre compañeros, trayendo también consecuencias muy graves para la campaña contra la rebelión de Manco Inca, guerra en la que ya habían muerto más de seiscientos españoles, e impidiendo asimismo que se continuara la fundación de poblaciones. Le acusaba también de no cumplir, con falsas excusas, las órdenes que el Rey había dado sobre los límites de las gobernaciones.
     Lo que dice Pizarro luego es un modelo de burdo camuflaje para que Hernando Pizarro no se vea obligado a ir a España (con la oculta intención de que se quede para dirigir el ataque contra Almagro): “E puesto que en todo esto es necesario poner remedio, e a él (Pizarro) le compete como Gobernador, y para que lo pueda hacer sin oposición del Adelantado Almagro, siendo cosa importante al bien del reino allanar la tierra (habla de atacar a los indios, no a Almagro), dado que él está muy viejo y cansado, no pudiendo por su sola persona asumir tan grande trabajo, y porque al presente se halla allí Hernando Pizarro, su hermano, y serle notoria la confianza que Su Majestad le tiene, y dado que está preparado para irse a los reinos de España (el Rey le había ordenado partir) a llevar a Su Majestad cierto oro, aunque en sus cartas le manda que, si conviene su estancia en el reino de Perú, se quede en él y ayude a su pacificación. Por tanto, considerando la necesidad de que su persona permanezca en la provincia, le requería e mandaba que se quede, y no salga de ella hasta  que esté pacífica y sin ninguna alteración, so pena de cincuenta mil pesos de oro para el Fisco Real, y que, si por dejarlo de hacer y por estar él tan viejo y enfermo, algún daño resultara, que Su Majestad le castigue con todo rigor”.
    Ciertamente, lo de la sanción a Hernando Pizarro,  rizando el rizo del montaje, da risa. Y Cieza lo subraya: “Esto pasó a la letra como lo cuento, manejado por Hernando Pizarro (y un complaciente Pizarro), pareciéndole que de esa manera se podría colorear el propósito que tenía”. Pero no les pareció suficiente la mascarada. Hernando Pizarro la prolongó respondiéndole a Pizarro con un escrito en el que le pedía teatralmente que anulara su orden, porque “en lo tocante a la guerra, tenía muchos caballeros que la sabían muy bien hacer, y que él hasta ahora no había podido salir del Perú para  cumplir con la orden de su Majestad de que le llevara el oro que estaba retenido; y dijo que apelaba la pena que le ponía si no cumplía lo ordenado. Y el Gobernador D. Francisco Pizarro no consintió en sus protestaciones”. Patético sainete.

     (Imagen) En la segunda hoja de la carta, FELIPE GUTIEREZ dice (abreviado): “Como vi la discordia que habría con la llegada de Hernando Pizarro al Cuzco, me vine con él con intención de ponerlos en paz (a él y a Almagro), y le amonesté hasta que llegamos al Cuzco, donde hallamos la gente de Almagro, y fue forzado dar la batalla. Después de haberla vencido Hernando Pizarro, hallamos en la ciudad a Don Diego de Almagro retraído en su fortaleza, donde tengo por cierto que le mataría si yo no me hallara presente, que le salvé, y Hernando Pizarro le mandó prender. Y, porque en la batalla, como es uso en semejantes tiempos, había habido robos, yo procuré la restitución de ello, y trabajé para que no hubiese agraviados, e hice amistades entre muchos que estaban enfrentados, evitando muertes. Propuse la paz de Don Diego de Almagro con Hernando Pizarro, y, como no tuvo efecto, trabajé para evitar la muerte de Almagro y para que se le entregase a Vuestra Majestad, o al menos se llevase su asunto a Lima para que los letrados lo viesen. Lo cual tampoco aprovechó porque Hernando Pizarro hizo de él justicia (lo ejecutó)”. Termina su carta diciendo  que es urgente poner remedio a la situación, y que él queda a disposición del Rey esperando que le envíe a hacer algún descubrimiento, porque convendría que la gobernación se repartiese como le propone en una memoria que acompaña. A Pizarro, poco antes de morir en 1541, le ordenó el Rey que le devolviera a Felipe una encomienda de indios que le había quitado, señal de que ya no se llevaban bien. Consta asimismo que, hacia 1548, Gonzalo Pizarro degolló a Felipe Gutiérrez.



martes, 26 de febrero de 2019

(Día 764) Don Alonso Enríquez, en su crónica, nos anticipa brevemente el inicio del enfrentamiento militar en cuanto quedó libre Hernando Pizarro. Cieza lo confirma, mostrando a un Pizarro indefenso ante las presiones de sus hermanos y su gente para que diera la orden de atacar a Almagro.


     (354) Ya vimos que el cronista Pedro Pizarro echaba toda la culpa de lo que pasó a la mala influencia que tenían sobre Almagro sus hombres; sin embargo, Don Alonso Enríquez los ensalza: “Había una legua de distancia entre los  reales de los dos gobernadores. Pizarro tenía ochocientos hombres, todos queriéndonos echar de donde estábamos. Con Almagro había cuatrocientos, que, aunque menos en cantidad, eran más unidos porque habían andado con él mucho tiempo (en la larga campaña de Chile), y venían hermanados y muy endeudados, pues llegó a valer un caballo siete mil castellanos, y asimismo subieron mucho los precios de las cosas necesarias. Y no solo pensaban pagar sus deudas con el amor y larga conversación que tenían con su gobernador, sino ser muy ricos en su gobernación. Por lo que estaban determinados a morir antes que a dejarla”.
     Luego hace referencia a los inicios del fatal enfrentamiento. Almagro se retiró con sus hombres: “El ejército de Pizarro estaba en los llanos, donde nunca llueve, y el de Almagro en la sierra, donde llueve y nieva medio año. Cuando subieron a la sierra los de Pizarro, saliendo del calor y metiéndose en el frío, se marearon, y se retiraron para prepararse y tornar a seguir sus intereses, movidos y azuzados por Hernando Pizarro más que por su hermano, el Gobernador, ya que, como tengo dicho, es hombre apasionado, con poco temor de Dios y del Rey”. Dejamos ya, de momento, con un último párrafo de carácter personal, al también apasionado Don Alonso Enríquez de Guzmán: “Yo, como criado de Su Majestad, siendo persona de calidad y con deseo de ir a reposar (a España) con mi capital de veinte mil castellanos, quince mil que tenía más cinco mil que me dio Don Diego de Almagro, que no son tantos cuanto ha sido mi trabajo, metí toda la paz que pude entre los dos Gobernadores, porque me debía a ambos, aunque servía a don Diego de Almagro”. La última frase no deja de ser caballeresca, porque también demuestra un gran respeto por Francisco Pizarro. Una cosa que llama la atención es que el tratamiento de ‘Don’ era algo obligado con quien lo había adquirido. En los documentos se ve que hasta el Rey lo llamaba siempre Don Alonso.
     Recuperando a Cieza, que se informaba siempre que podía con testigos de los hechos, nos comenta que nadie confiaba en que Pizarro respetara la paz: “Es público, y así lo afirmaban todos, que, cuando Hernando Pizarro llegó adonde los hombres de Pizarro, no hablaban de otra cosa más que de cómo podrían tomar venganza de Almagro. Al saber que había abandonado Chincha, partieron todos hacia allá y asentaron su real, donde Hernando Pizarro, al parecer, le dijo a su hermano que no le convenía a su autoridad que Almagro dejase de ser castigado por el delito que cometió en la ciudad del Cuzco, donde le trataron a él con tanta crueldad. El Gobernador Pizarro le respondió que no olvidaba lo mal que Almagro se había comportado, e que por lo hecho merecía ser castigado, pero que temía la ira del Rey y su castigo. A lo cual respondió Gonzalo Pizarro, su otro hermano, que no era tiempo de tener esos temores, y que Almagro, cuando entró en el Cuzco, nunca tuvo reparo en cómo lo tomaría Su Majestad”.

    (Imagen) A FELIPE GUTIÉRREZ  le voy a dedicar dos imágenes utilizando una carta bien escrita que le envió al Rey. Fue un hombre sensato, aunque quizá demasiado interesado. Luego veremos que le pidió al monarca algo desmedido: que, por haber muerto Almagro, le concediese parte de las tierras peruanas para conquistar él por su cuenta. Quizá se debiera a que había fracasado en una expedición que se le había confiado, como se recoge en una comunicación oficial, del año 1537, en la que se decía de él que “habiéndole  sido asignada  la conquista y población de Veragua, por no tener el aparejo necesario de gente y bastimentos y por otras causas, se ausentó con la gente que en ella tenía y se fue a la provincia del Perú”. Vamos con la carta. Recojo el sentido de la primera hoja: “Nadie ha sabido poner orden en esta tierra de Perú. Vine desde Veragua en socorro de esta tierra (para luchar contra los indios rebeldes), y luego fui por orden de Pizarro a socorrer el Cuzco del cerco de los indios, enterándome entonces de que Almagro lo había ocupado y apresado a Hernando y Gonzalo Pizarro. Luego supimos que también habían apresado a Alonso de Alvarado, enviado por Don Francisco Pizarro con la misma misión de rechazar a los indios. Como lo que era guerra contra indios se mudó a guerra entre cristianos, abandoné mi puesto de Capitán General de la lucha contra los infieles y, por mediar la paz entre los dos gobernadores, requerí al uno y al otro lo que para ella convenía, diciéndoles cuán injusto era su enfrentamiento, y contrario al servicio de Dios y de Vuestra Majestad. Suelto luego Hernando Pizarro, les pareció a él y a su hermano, el gobernador, por la provisión que trajo Peransúrez, que debían recuperar el Cuzco, y lo pusieron en efecto”.




lunes, 25 de febrero de 2019

(Día 763) Almagro deja libre a Hernando Pizarro, con grandes abrazos. Parte Hernando al encuentro de Pizarro, llevando consigo a Almagro el Mozo. Pizarro los recibe encantado, pero hubo un amago de apresar a los pizarristas. Versión de Enríquez sobre la sentencia de Bobadilla.


     (353) Siguieron las cortesías, y hubo hasta celebraciones, con un Almagro esperanzado, mientras que en la mente de Hernando Pizarro se agitarían, sin duda, los más siniestros pensamientos: “Luego Almagro le trajo a Hernando Pizarro a su posada, donde se le hizo muy gran fiesta, y le hablaron muy amorosamente todos los caballeros e capitanes (no así el atormentado y lúcido Orgóñez)”.
     Llegó entonces el no va más de cortesía y confianza por parte de Almagro (y además con un detalle sentimental): “Queriéndose partir Hernando Pizarro para el real de su hermano (que estaba en Lima), el Adelantado Almagro  determinó enviar a su hijo, D. Diego (tenía dieciséis años), para que fuese acompañándole y a verse con D. Francisco Pizarro. Después de haber hablado en lo tocante a la paz, se aparejó Hernando Pizarro para partir, y fueron con él todos los capitanes y la gente más principal hasta media legua de allí, y, cuando se volvieron, siguieron con él D. Diego (el Mozo), Diego e Gómez de Alvarado, Juan de Saavedra, Francisco de Chaves, Pedro de los Ríos, Cristóbal Sotelo, Vasco de Guevara, D. Alonso Enríquez, el alcalde Diego Núñez de Mercado, el secretario Sosa y otros caballeros principales”.  Pizarro los recibió muy bien, y con gran alegría por ver, al fin, a su hermano libre de peligro, pero, según Cieza, ocultaba retorcidas intenciones: “Algunos de los de Pizarro pensaron en prender a todos, pero no se determinaron. Pizarro los envió de vuelta (a los almagristas) adonde Almagro con cartas suyas, e, cuando llegaron, le dijeron lo que había pasado, y que, según su parecer, Hernando Pizarro no cumpliría ninguna de sus promesas”. Acto seguido, Almagro se retiró con su gente al valle de Zangalla y volvió a fundar la ciudad de Almagro.
     Como en medio de todas estas peripecias tuvo también protagonismo Don Alonso Enríquez de Guzmán, y siempre cuenta las cosas pintorescamente, aunque haya que desconfiar de algunos de sus exabruptos, copio de su crónica algo de lo que se refiere a estos mismos hechos. Explica que Almagro estaba encantado con lo que Bobadilla le prometía acerca de lo que iba a decidir sobre los límites de las gobernaciones, y decidió ponerse en sus manos, desechando que lo hicieran los cuatro escogidos anteriormente para esa misión (uno de ellos era Enríquez). Veamos el momento en que Bobadilla comunica su sentencia sobre el caso: “Se puso en medio de los dos reales, y mandó que comparecieran los dos gobernadores, cada uno con doce caballeros armados, y yo fui uno de los que llevó consigo don Diego de Almagro. Tenían el fraile y don Francisco Pizarro trato doble con mucha gente emboscada para prendernos y matarnos, si no resultase el trato como él quisiese. El justo don Diego de Almagro consentía en todo lo que quiso Francisco Pizarro, salvo en lo de los límites, los cuales quedaron para decisión del fraile, al que podemos comparar con Judas. Retirados los dos gobernadores, el fraile sentenció desposeyendo a don Diego de Almagro de toda su gobernación, por lo cual nos vimos después en grandes peligros porque don Diego de Almagro apeló su engañosa sentencia”.

     (Imagen) PEDRO DE LOS RÍOS era sobrino de su homónimo, el que había sido gobernador  de la zona de  Nicaragua y quien, cosa extraña, luego participará como capitán en las guerras civiles. Los dos eran de Córdoba. Hoy vemos al sobrino en el grupo de capitanes almagristas que fueron a entregarle a Pizarro a su hermano Hernando, ya liberado. Había sido un veterano de la tropa de Pizarro en la conquista de Perú. Sin embargo Cieza tiene razón al mostrarlo ahora como capitán de Almagro. Eso explicaría por qué le quitaron una encomienda de indios cuando aún vivía Pizarro. El documento de la imagen (que resulta bastante entendible) es una  Real Provisión enviada al gobernador de la provincia del Perú (Pizarro) para que no se le quiten a Pedro de los Ríos, vecino de la ciudad del Cuzco, sin ser oído antes, los indios que tiene encomendados. En el grupo de almagristas que acompañaban a Hernando Pizarro, figuraba también CRISTÓBAL SOTELO. Nos puede servir de ejemplo para constatar cómo les rondaba la muerte a aquellos heroicos aventureros. En la batalla de las Salinas, Cristóbal logró rescatar de una situación desesperada a un pariente suyo llamado Hernando Sotelo, pero no pudo evitar que, cuando ya lo llevaba en la grupa de su caballo, lo mataran de un arcabuzazo. También un hermano de Cristóbal, llamado Gregorio Sotelo, siempre fiel a Almagro, murió en plena batalla. Y el propio Cristóbal acabó, asimismo, trágicamente, pero no en la guerra, sino asesinado en una disputa por el capitán García de Alvarado, otro almagrista.



sábado, 23 de febrero de 2019

(Día 762) Gran decepción de Orgóñez y de muchos soldados cuando Almagro les dice que va a dejar libre a Hernando Pizarro. Le insistieron desesperadamente para que cambiara de opinión, pero de nada sirvió.


     (352) Resultó dramática la escena cuando Almagro le comunicó al fiel y experimentado Rodrigo Orgóñez lo que había determinado sin consultarle: “D. Diego de Almagro mandó llamar al general Rodrigo Orgóñez y le dijo que no se turbase por que sin su consejo se hubiera determinado hacer una cosa que él siempre estorbaba, y que querer guiar las cosas con rigor era encenderlas de tal manera que siempre irían de mal en peor, e que habiendo guerras y creciendo las diferencias, ellos morirían, y que, para evitarlo, había determinado poner en libertad a Hernando Pizarro. Cuando Orgóñez lo oyó, se vio claramente la tristeza que recibió, e lo contradijo diciendo que quien en España no cumplió la palabra que dio (cuando Hernando le puso zancadillas a Almagro ante el Rey), tampoco la cumpliría en las Indias.  Dijo también que, aunque a Almagro le parecía que las armas ya no eran menester, lo que convenía era aderezarlas y procurarlas. E alzando la cabeza, con la siniestra mano se cogió la barba, e haciendo señal con la diestra de cortarse la cabeza, dijo a grandes voces: ‘¡Ay de ti, Orgóñez, que por la amistad con Almagro te han de cortar esta por la garganta’. E un soldado al que todos oyeron, dijo en voz alta: ‘Hasta ahora, Almagro, no eran menester armas y yo no tenía pica; ahora haré una con dos hierros porque bien necesaria me será’. Y por todo el real había gran alboroto, diciéndose que, suelto Hernando Pizarro, no se esperase concordia ni paz, y que se tuviese la guerra por muy cierta. Y en partes públicas, se escribió lo siguiente: “Almagro pide paz, / los Pizarros, guerra, guerra; / Ellos todos morirán, / Y otro mandará la tierra”. Terrible situación.
     Pues, ¡arriba el telón!, y veamos a Almagro cometiendo el error más grave de su vida, y cómo las clarividentes advertencias de Orgóñez no sirvieron de nada cuando vio que se iba a consumar la terrible estupidez: “Orgóñez y otros procuraban estorbar lo que se pretendía hacer, afirmando que, una vez suelto Hernando Pizarro, se iba a vengar de la afrenta que se le había hecho al ocupar el Cuzco, y de haberle tenido preso (con lógicas y continuas angustias de muerte); a lo cual respondía Almagro que no se dejaría de cumplir  lo acordado entre él y el Gobernador D. Francisco Pizarro, y que le iba a exigir a Hernando Pizarro que jurara solemnemente guardar la paz. E luego, tomando consigo a Diego Gómez de Alvarado, a D. Alonso Enríquez de Guzmán (nuestro viejo y peculiar conocido), a Juan de Saavedra, a Francisco de Chaves y a algunos más, se fue a la prisión en la que estaba Hernando Pizarro. Y Noguerol de Ulloa (era el gran piloto que le había llevado refuerzos a Almagro cuando volvía de Chile), que lo tenía a su cargo, lo llevó luego adonde estaba el Adelantado Almagro, y se abrazaron (¡qué show..!), diciéndole Almagro que, las cosas pasadas puestas en olvido, tuviese por bien que hubiese paz para siempre. Hernando Pizarro, ansioso por verse fuera de aquel lugar, le respondió cortésmente, y luego juró solemnemente, por Dios y por Santa María e por las palabras de los Evangelios, cumplir lo asentado, e hizo pleito homenaje en la debida forma”. Qué catástrofe.

     (Imagen) Es el crítico momento en que Almagro, al desencadenar a Hernando Pizarro, desencadena también los hechos que llevarán directos a su propia trágica muerte. Todo vino de la impaciencia. No le dieron tiempo al Rey para zanjar la cuestión. Hace poco vimos una carta suya en la que, con palabras muy duras, le reprochaba a Almagro haberse apoderado del Cuzco violentamente, y apresando a Hernando Pizarro. La imagen de hoy es un trozo de otra, tomada de PARES, que explica la causa de todo el drama que vendrá después. Ni siquiera el Rey sabía dónde quedaba exactamente el Cuzco y les pidió ansiosamente al obispo de la ciudad y al licenciado La Gama que lo resolvieran peritos fiables, y que le mandasen rápidamente el resultado para que él decidiera. Temía lo que luego ocurrió: Pizarro y Almagro dieron rienda suelta a las guerras civiles. En la bella caligrafía, se lee (resumiendo) lo que les pide al obispo y a La Gama: “Que os informéis por todas las vías para saber la verdad por informaciones de testigos, así como por las de aquellos de vuestro oficio a quienes os pareciere que debáis recurrir, EN CUÁL DE LAS DICHAS GOBERNACIONES CAE LA CIUDAD DEL CUZCO, tomando para ello personas sin sospecha que lo sepan y entiendan los límites y demarcación de cada una de las dichas gobernaciones, y lo enviéis escrito en los primeros navíos que para estos Reinos vinieren”. Esa sola frase que transcribo en mayúsculas revela una de las tres causas de las horribles guerras civiles. Las otras dos fueron la enorme distancia hasta España y la ciega e impaciente ambición de Pizarro, de Almagro y de sus tropas.



viernes, 22 de febrero de 2019

(Día 761) Nuevo intento de acuerdo. Y este va a ser fatal para Almagro, porque, en su deseo de paz, aceptará dejar libre a Hernando Pizarro. Pone una condición: conservar la posesión del Cuzco hasta que el Rey decida. Pizarro dará su conformidad sin intención de cumplirla.


     (351) Pero Cieza nos dice que se volvió de inmediato a insistir en absurdos intentos de solución. El problema era gravísimo, y tan grande como la ceguera de sus pretensiones (especialmente por parte de Almagro): “Pues pasadas todas estas cosas, tornaron de nuevo a buscar medios de paz Diego Núñez de Mercado,  el contador Juan de Guzmán (almagristas), y los capitanes Hernán Ponce de León e Francisco de Godoy (pizarristas). E, como el Gobernador D. Francisco Pizarro tuviese tanto deseo de ver libre a su hermano Hernando Pizarro, aceptó preparar otras capitulaciones, que fueron hechas fraudulentamente, con la única intención de que el Adelantado D. Diego de Almagro soltase a su hermano”. Lo que nos anuncia que Almagro va a actuar con ingenua buena fe, y Pizarro con el más crudo pragmatismo.
     Sigamos con el desesperado esperpento. Almagro decía que “estaba temeroso de la ira de Dios y deseoso de no deservir al Rey, y, tomando consigo a los capitanes Diego de Alvarado y Gómez de Alvarado, al padre Segovia y a algunos otros, les pidió su opinión sobre lo que se debía hacer, porque  él quería volver a enviar al alcalde Diego Núñez de Mercado y a Juan de Guzmán para que tratasen de la paz con Pizarro; a todos les pareció que sería cosa acertada”. Núñez y Guzmán llegaron adonde Pizarro con nuevas propuestas de paz. “El Gobernador Pizarro les dijo que bien creería lo que decían si tuviese por cierto que Almagro desease en verdad tomar acuerdos con él, y que el gran yerro que había cometido al entrar en el Cuzco y tomar presos a sus hermanos era caso tan feo, que requería gran castigo, así como no querer cumplir la sentencia dada por el juez que había sido elegido de común acuerdo”. Los emisarios de Almagro le insistieron en que lo verdaderamente importante era lograr la paz, y le pidieron que diera su conformidad a los nuevos capítulos que traían escritos por orden de Almagro: “El Gobernador Pizarro deseaba ver libre a Hernando Pizarro, y lo mismo deseaban sus capitanes, por lo que aceptaron los capítulos. Y se dice que actuaron en esto con falsedad”.
    En el compromiso había cosas de menor importancia ya aceptadas por ambas partes anteriormente, y otras dos absolutamente trascendentales: “Que el Gobernador D. Diego de Almagro entregue a Hernando Pizarro para que vaya a cumplir lo que Su Majestad ha mandado (llevarle al Rey todo el oro del quinto de los tesoros conseguidos). Otrosí, que el mismo Gobernador D. Diego de Almagro mantenga la ciudad del Cuzco hasta tanto que su Majestad sea servido de mandar otra cosa”. Al ofrecer Almagro la ‘pieza’ de Hernando Pizarro, pasito a pasito le van a dar jaque mate, y tan mate que le costará la vida, porque Pizarro, tramposamente, no respetará el segundo punto, el que le obligaba a dejarle en posesión del Cuzco. Lo que no imaginaba era que también él sería asesinado, cuatro años después, en la continuación de esta enloquecida partida de ajedrez.

     (Imagen) No es fácil seguirle la pista a GÓMEZ DE ALVARADO (que aparece de nuevo), porque hubo otro, más joven y del mismo nombre, corriendo también sus aventuras por Perú, y porque, lo que es peor, muchos cronistas e historiadores han confundido al uno con el otro en sus datos biográficos. Era el hermano pequeño del gran Pedro de Alvarado. Estuvo en la campaña de  Chile con Almagro, quien ahora les pide angustiado a él y a Diego de Alvarado (eran primos) consejo sobre lo que convendría hacer para evitar la guerra. Curiosamente siempre le dijeron los dos que sería una barbaridad que matara a Hernando Pizarro, y es muy probable que, derrotados los de Almagro en la ya próxima batalla de la Salinas, no fueran ejecutados precisamente por haber evitado la muerte de Hernando. Diego se fue después a España, y a Gómez le confió Pizarro una expedición, logrando, como ya dije en su día, fundar en 1539 otra de las innumerables ciudades de origen español que aún perviven en  las Indias, la peruana HUÁNUCO. En 1541 ocurrieron dos tragedias que tuvieron que afectarlo: la muerte por accidente de su hermano Pedro de Alvarado y el asesinato que acabó con la vida de Francisco Pizarro. Un año después murió Gómez de Alvarado luchando en el bando del Rey contra Diego de Almagro el Mozo en la batalla de Chupas. El último rastro que dejó fue un dato procesal: en 1545, un tal Julián Becerra, regidor de la ciudad de Badajoz y sobrino suyo, reclamaba como heredero lo que parece una exigua herencia (quizá fuera solamente un resto de ella): “dos caballos y otros bienes”.



jueves, 21 de febrero de 2019

(Día 760) Bobadilla propone un nuevo pacto (muy favorable a Pizarro): dejar el Cuzco en manos de un tercero; y se atreve a ordenar la liberación de Hernando Pizarro. Almagro le contesta despectivamente y le acusa de haberle engañado.


     (350) El protagonismo del fraile apesta porque se ve claramente que quien actúa en la sombra es Pizarro. Cieza comenta: “Bobadilla mandaba que  la ciudad del Cuzco se depositase en manos de un tercero, con una persona tal, que conviniera al servicio de su Majestad, para que la tuviese en administración hasta que los pilotos declararan a qué gobernación pertenecía, o hasta que llegase otra provisión de su Majestad”. Y el fraile añadió una frase contundente: “E por cuanto, para la conformidad y la paz de ambos señores, se requiere la liberación de Hernando Pizarro, mando y declaro que el Adelantado D. Diego de Almagro ordene su liberación”. Aunque le hacía algunas pequeñas concesiones a Almagro, ni que decir tiene que Pizarro estuvo de acuerdo con lo que Bobadilla mandaba. Liberado Hernando Pizarro, ya tendría él ocasión de recuperar con astucias el Cuzco si Almagro no lo abandonaba. En la trepidante y larguísima historia de la conquista de Perú, todos vivían fatigas constantes en medio de preocupaciones sin fin. Los dos gobernadores pasaban de los sesenta años. Almagro, además, estaba gravemente enfermo de sífilis. Tenían los achaques de la vejez y el desgaste de las batallas, aunque Pizarro mostró cuatro años después mucho valor y la energía suficiente para morir matando a varios de los que fueron a asesinarle. Llevaba ya siete meses temiendo a cada instante que Almagro matara en su presidio a Hernando Pizarro, y estaba dispuesto a transigir (aparentemente) con lo que fuera necesario para poder liberarlo.
     Cualquiera podía entender lo que pretendían disimuladamente las órdenes de Bobadilla, y Almagro contaba con buenos asesores. Así que, ya harto, la ensoberbecida respuesta que le dio, por escrito ante notario, tuvo que escocerle: “En la ciudad de Almagro, a diecinueve días del mes de noviembre de mil quinientos treinta y seis años, el muy magnífico señor Adelantado D. Diego de Almagro, Gobernador e Capitán General del Nuevo Reino de Toledo por Su Majestad, habiendo visto las disposiciones de fray Francisco de Bobadilla, dijo lo siguiente en presencia de mí, Alonso Silva, escribano de Su Majestad, e de los testigos de yuso escritos: Que el dicho fray Francisco de Bobadila no es juez ni parte para mandar lo que manda, por cuanto el encargo que tuvo para ser juez entre los Gobernadores acabó el día que dio su sentencia, y ha sido apelada por haberse conocido claramente la malicia que había en ella”. Por si fuera poco, aseguraba que Bobadilla trató de embaucarle con promesas de favorecerlo: “Dijo también que la forma que buscó para que él aceptase que se pusiese solo en sus manos la decisión de la sentencia, fue jurándole y prometiéndole por el hábito  de Nuestra Señora dividir las gobernaciones dejándole a él en esta ciudad de Almagro (lo que incluía el Cuzco), con la mitad de la tierra que hay hasta Lima, sin habérselo pedido el dicho Gobernador D. Diego de Almagro, el cual, por el bien y pacificación de todos, se lo concedió, aunque se veían los engaños, falsedades e maldades que el dicho Provincial tenía fabricadas, como luego se demostró”.


     (Imagen) Por su interés, hago otro comentario sobre una imagen ya vista de una durísima carta que Calos V le envió a Almagro cuando ocurría lo que Cieza nos va narrando. Seguro que Almagro se dio cuenta al instante de que se había convertido en un villano a los ojos del Rey, y de que, si alguna legitimidad tenía contra los supuestos abusos de Pizarro y sus hermanos, la había echado a perder. Parte del texto de la carta aparece en la imagen. El Rey le decía a Almagro (resumiendo el contenido): “He sido enterado de que al volver de Chile, habéis ido al Cuzco, adonde estaba Hernando Pizarro, y enviasteis a decirle que os entregase la ciudad del Cuzco porque caía en los límites de vuestra gobernación. Hernando Pizarro os dijo que le mostraseis las provisiones que de Nos teníais, pues él os la entregaría. Sabida por vos la respuesta, buscasteis medios para hacer un concierto con Hernando Pizarro, y, para ello, os había enviado Hernando Pizarro a Don Alonso Enríquez y al licenciado Prado, los cuales, dejando de hacer lo que se les había encargado, al parecer se concertaron con vos en entregaros la dicha ciudad del Cuzco, y una noche lo pusieron por obra y os la entregaron. Vos, sin temor de Dios ni de nuestra Justicia, con gran alboroto y mano armada, os apoderasteis de la ciudad, y prendisteis, y tenéis presos, a Hernando Pizarro y a nuestros oficiales que dentro estaban y a otras personas principales”. Luego dice que se considera muy mal servido por tratarse de hechos tan graves, y le manda que sin dilación ni excusa devuelva la ciudad del Cuzco. También sale muy malparado  el peculiar Don Alonso Enríquez de Guzmán, puesto que el Rey lo presenta como cómplice en asunto tan grave.



miércoles, 20 de febrero de 2019

(Día 759) Pizarro trata de bajarle los humos a Almagro con una carta de la Reina en la que le censuraba la violencia con que, tiempo atrás, había actuado en el Cuzco. Almagro le responde que la situación ha cambiado, y que se mantendrá en la posesión de la ciudad.


     (349) La reina hacía referencia a algo que, ocurrido poco antes de que Almagro partiera para Chile, fue como una premonición de que el futuro a su vuelta iba a  ser tormentoso. Ya entonces Almagro aseguraba (temerariamente) que le pertenecía el Cuzco, y surgió un enfrentamiento en el que, sin culpa ninguna, se vio también envuelto el gran Hernando de Soto. Vimos que, gracias a la intervención de algunos hombres sensatos, aquello se aplacó, aunque estuvo a punto de terminar en tragedia. Cieza nos cuenta que a Pizarro le preocupó el percance, y, por encargo suyo, Peransúrez se lo contó a la Reina para que le llamara al orden a Almagro, porque aquello fue como una señal de que, con mucha probabilidad, podría repetirse. En cualquier caso, Pizarro, en lugar de responder a las razonables quejas de Almagro, lo que hace ahora es presionarlo de mala manera con la carta de la Reina.
     Le venía al pelo a Pizarro el texto porque era una reprimenda de la reina Isabel que iba directamente contra Almagro. En él le recuerda de entrada la superficie que le había concedido Carlos V para su gobernación: “Doscientas leguas  hacia el Estrecho de Magallanes a partir de los límites de la gobernación que tenemos encomendada al capitán Francisco Pizarro”. Y luego viene la ‘bronca’: “Ahora he sido informada de que vos habéis ido con cierta gente de guerra a la ciudad del Cuzco, y que el capitán Hernando de Soto se opuso a que entrarais en la ciudad, por lo que, enterado el capitán Francisco Pizarro, ha tenido que ir asimismo contra vos, lo que me ha desplacido. Y porque, como sabéis que hemos encargado al reverendo en Cristo, padre D. fray Tomás de Berlanga, obispo de Tierra Firme, que señale los límites de vuestra gobernación y de la de Francisco Pizarro, yo os mando que guardéis los límites que el obispo señalare para vuestra gobernación sin entrar en los que señalare para Francisco Pizarro, e que, de aquí en adelante, estéis con él en toda concordia e amistad, como hasta ahora lo habéis estado”.
     Pero Almagro leyó la carta de la Reina y no se dejó enredar en la burda trampa de Pizarro. Todo había cambiado cuando llegaron las misivas del Rey y de la Reina, y se aferró a una interpretación defendible: obedecer a los monarcas, pero haciendo valer la situación que se había consumado antes de recibirlas: “Le replicó a Pizarro que cesasen las diferencias y que cada uno siguiese donde estaba cuando llegaron aquellas cartas, como Su Majestad mandaba”. Se empeñaron hasta la náusea en buscar la paz con propuestas sin salida: “El Gobernador Pizarro le requirió que depusiese el dominio que tenía sobre el Cuzco, puesto que lo había usurpado con violencia, y le dijo que, saliendo de sus términos, podía estar donde le pareciese. Mas no aprovechó de nada; las disconformidades crecían, no bastaban los consejos de algunos varones doctos, y seguían preparando sus armas para que no se tomasen descuidados los unos a los otros”.
     En esta carrera demencial para ver quién se salía con la suya, el siguiente paso fue ridículo. Aparece en escena de nuevo, proponiendo otra solución, el ya fracasado fray Francisco de Bobadilla, pero lo hace en forma de orden, como si todavía tuviera poderes sobre ambas partes para zanjar el problema.

     (Imagen) Voy a hacer lo  mismo que Cieza a veces: justificarme ante el lector. Estoy poniendo muchas imágenes de documentos antiguos, pero creo que merece la pena, porque proporcionan abundante información inédita y el placer de contemplar escritos auténticos que les dan más vida a los protagonistas. Por otra parte, quizá viéndolos alguien se anime a consultar los archivos históricos. Lo que antes estaba solamente al alcance de los historiadores (y se veían con frecuencia obligados a trasladarse a lejanos lugares), hoy se puede contemplar por vía digital. Nada como el archivo estatal PARES. Con esa simple palabra se accede en Internet a una cantidad ingente de documentos históricos, y es fácil de manejar. Hay un obstáculo: la dificultad de leer la caligrafía antigua. Pero es superable con un poco de paciencia. Para empezar a practicar, lo más aconsejable es utilizar algún libro de paleografía que tenga textos antiguos con su tanscripción a la caligrafía actual. Como ejemplo, veamos (resumido) el texto de la imagen: “Don Carlos y Doña Juana  (la ‘loca’) se dirigen a los herederos de Hernando de Soto (al que acabamos de de ver en apuros con Almagro), Gobernador que fue de la isla de Cuba. Les dice que hay un pleito pendiente entre Hernán Ponce de León y Doña Isabel de Bobadilla, mujer que fue de Hernando de Soto (era también hija del duro Pedrarias Dávila), sobre cierta demanda que Ponce le puso a ella (en relación a los bienes de su marido)”. Otra dificultad deriva de que se utilizaban entonces muchas abreviaturas, pero se hacen entendibles pronto. Romper esas pequeñas barreras, te abre la puerta de un mundo maravilloso.



martes, 19 de febrero de 2019

(Día 758) El Rey ordenaba que, si alguno se había sobrepasado, dejasen las cosas como estaban hasta que él decidiera. Pero no imaginaba que la guerra civil ya había empezado. Pizarro aprovecha la carta del Rey para anular su compromiso de paz con Almagro.


     (348) Lo que ordenaba el Rey era lógico, pero el conflicto venía de que la separación no se había definido con suficiente claridad, como hemos visto una y otra vez. Lo importante de esta provisión (y origen de nuevos problemas) está en el párrafo siguiente: “E porque podría ser que, al tiempo en que esta nuestra carta os fuere mostrada, alguno de vosotros, pensando que nos hacía servicio, hubiese pasado el límite de las gobernaciones, e hubiese conquistado e tomado posesión en algunas tierras que estuviesen en la gobernación del otro, pudiendo nacer por ello disensiones entre vosotros, declaramos e mandamos que los territorios que cada uno de vosotros hubiese conquistado al tiempo en que nuestra carta os fuere notificada, los tengáis en gobernación aunque el otro pretenda que está dentro de sus límites, y el que así lo pretendiere, podrá enviar ante Nos información sobre los límites y del agravio que en ellos recibe, porque, viéndolo, Nos mandaremos que seáis desagraviados y que se haga justicia”.
     La orden de Carlos V era sumamente sensata. Pero, aunque sospechó que Pizarro o Almagro podrían someter a  indios en la gobernación ajena, no imaginó que lo que había empezado era una guerra civil. La carta ya no valía para que los dos contendientes llegaran a un acuerdo.  El nuevo escenario requería una última y contundente intervención de Su Majestad: aceptar provisionalmente a Almagro como poseedor del Cuzco, o mandarle que devolviera de inmediato la ciudad  a Pizarro. Pero ni uno ni otro estaban ya para más dilaciones. Serían jueces y partes en el asunto, calmando su conciencia con autocomplacientes argumentos.
     Y se armó otra vez el revuelo amenazador. Pizarro y sus capitanes acataron protocolariamente la disposición de Carlos V, pero se ampararon en su contenido para decidir, con permiso de Pizarro (que permanecería en la sombra) enviarle una artera misiva a Almagro: “Le decían que ya no tenían por firmes las capitulaciones que acababan de hacer con él, porque, a pesar del juramento solemne que habían hecho, les convenía obedecer una nueva provisión que habían recibido de Su Majestad, y, cumpliéndola como lo mandaba, quedaban libres de los juramentos. Después de haberlo escrito, lo enviaron a Zangalla, y, cuando lo vio el Adelantado Almagro, recibió grandísima pena al ver que los capitanes de Pizarro se salían de lo que estaba concertado con él. Cuando Almagro habló con los suyos, se quejaron de las industrias de Pizarro y de sus capitanes, y le aconsejaron que les escribiese pidiéndoles que se mantuviesen en lo acordado”. También le pidieron a Almagro que  reforzase la vigilancia sobre la prisión de Hernando Pizarro.
     Almagro le envió a Pizarro su carta de queja diciéndole que, si no se ajustaba a  lo convenido, él no se haría responsable de las gravísimas consecuencias. En este despropósito de querer y no poder, prometer y no cumplir, Pizarro le envió a Almagro como respuesta otra carta de la Reina que tenía en reserva (también llevada de España por Peransúrez), en la que no hablaba de la ocupación del Cuzco, puesto que no la conocía, pero sí hacía referencia, y con dureza, a otro hecho anterior, que ya conocemos y conviene recordar.

     (Imagen) Pizarro y Almagro querían zanjar rápidamente y por las armas el lamentable conflicto que iba cogiendo fuerza, pero sabían que corrían el gravísimo riesgo de provocar una carnicería entre españoles y de que el emperador Carlos V les castigara duramente, al vencedor y al vencido, por haber actuado sin su permiso. Aunque era una insensatez, porque provocaron una catástrofe, se aferraron a la esperanza de que, venciendo, serían perdonados por Carlos V. Era la lógica militar de saltarse las leyes  e imponer los hechos consumados. Ese fue el consejo que le dio insistentemente a Almagro su capitán general, Rodrigo Orgoño, veterano de las guerras europeas. No solo le mostraba la rebeldía victoriosa de Julio César al pasar el río Rubicón, sino otra mucho más cercana: la de Hernán Cortés. Era un ejemplo perfecto. Enviado solamente a explorar las tierras mexicanas por Diego Velázquez de Cuéllar, el gobernador de Cuba, el insaciable Cortés se dedicó a conquistar y a establecer poblaciones. Velázquez reaccionó violentamente mandando un ejército para apresarlo (y, probablemente, cortarle la cabeza). Con rapidez fulminante, Cortés pilló por sorpresa a la tropa (muy superior a la suya), y derrotó a su general, Pánfilo de Narváez, hombre desafortunado donde los haya. Quedó tuerto en la batalla y, posteriormente, murió con casi todos sus hombres naufragando al frente de una expedición en las aguas de Florida. Sin embargo, el vencedor Hernán Cortés alcanzó una inmensa riqueza y la máxima gloria, siendo premiado por Carlos Quinto con grandes dignidades, aunque, por rencor o por temerlo, nunca le concedió el título de Gobernador.



lunes, 18 de febrero de 2019

(Día 757) Peransúrez traía dos cartas del Rey y una de la Reina, pero los datos quedaron desfasados porque hacía un año que se habían escrito. El Rey les exige a Pizarro y a Almagro que no traspasen los límites de sus gobernaciones.



     (347) Nada podía complicar más la situación que el hecho de que el Cuzco estuviera entonces en manos de Almagro. Si ya, con dudosos derechos, se consideraba ansiosa y tozudamente dueño y señor de la ciudad del Cuzco, la nueva provisión real recibida podía ser un grave peligro para Pizarro. Peransúrez traía dos cartas de Carlos V y una de su mujer, la Emperatriz Isabel, debiendo tenerse en cuenta que todas ellas se habían escrito un año antes de que las recibiera Pizarro. Haré un resumen del texto íntegro que copia Cieza, dejando de lado la primera de Carlos V por su escasa relevancia para lo que ahora nos interesa, y empezando con una breve alusión a la de la Reina, que habla de asuntos generales y comenta su preocupación por la noticia que le dio Peransúrez del cerco que había puesto Manco Inca a la ciudad del Cuzco. Hace también una referencia de alivio con respecto a las andanzas de Almagro por Chile: “Vi vuestra carta (se dirige a Pizarro), hecha en la Ciudad de los Reyes a veintiséis de mayo del presente año (1536) en la que me hacéis saber el estado en que están las cosas de la provincia, especialmente el levantamiento que los naturales de ella han hecho, e que querían cercar a Hernando Pizarro y otros españoles en la ciudad del Cuzco, lo que me ha desplacido mucho, principalmente por lo que toca al servicio de Dios Nuestro Señor. Vi también lo que me decís sobre que a veintiséis de mayo, fecha de vuestra carta,  no teníais nueva alguna del Mariscal D. Diego de Almagro, y holgué mucho de ello porque acá se había dicho que era fallecido, pues le tenemos por muy buen servidor nuestro. También holgué del socorro que decís que le enviasteis en un galeón con gente, armas y bastimento, y os encargo que siempre le ayudéis e le favorezcáis en lo que os fuere posible”.
     En su segunda carta, el Rey dictaba la nueva provisión. Curiosamente, y quizá para rebajar simbólicamente su autoridad, no se dirige a Pizarro y a Almagro como gobernadores, sino como Adelantado y Mariscal respectivamente. Recordaba en su escrito que estaban señaladas las separaciones de las dos  gobernaciones, pero alertaba del peligro de que surgieran disensiones entre ellos por excederse en la ocupación de lo que tenían concedido, “lo que causaría gran estorbo para la población de estas tierras, e para que los naturales de ellas alcanzasen el verdadero conocimiento de la lumbre de la fe, que es nuestro principal intento y deseo”. Tras esta coletilla habitual, que no resulta del todo creíble, puesto que lo principal era lo siguiente, añade: “… y por el daño que vendría a nuestra Corona Real e a los súbditos de ella, queriendo poner remedio en ello de manera que cesen los dichos inconvenientes e daños, y, visto en el Consejo de las Indias, e consultado con la Emperatriz, nuestra muy cara e muy amada mujer (va a ser quien firme el documento), fue acordado que debíamos dar esta carta, e Nos lo tuvimos por bien, por la cual os mandamos que no salgáis de los límites que os están dados en gobernación, ni enviéis capitanes a descubrir ni conquistar otras tierras más que aquellas que se incluyen dentro de los dichos límites”.
    
     (Imagen) LA EMPERATRIZ ISABEL DE PORTUGAL era hija de Manuel I de Portugal y de María de Aragón, y, por tanto,  nieta de los Reyes Católicos. Fue una mujer llena de cualidades y muy religiosa, de la que, cosa rara entre la realeza, su primo y marido Carlos V estuvo muy enamorado. Quizá por eso no se volviera a casar al quedarse viudo tras 16 años de matrimonio. Delegó en ella los poderes durante sus frecuentes y largos viajes, y actuó mucho tiempo  como Gobernadora de Castilla. De ahí que gran parte de la correspondencia de la corona castellana que llegó a las Indias llevara su firma. Era tal la confianza del emperador en ella que,  a partir de 1535, decidió que las  órdenes de la reina Isabel tuvieran el mismo valor que las suyas en todos los dominios peninsulares. El acierto en el desarrollo de su política hizo que sus súbditos le mostraran gran afecto. La reina Isabel debía de ser de gran belleza, como aparece en el cuadro de la imagen, lo que evitaría que su autor, Tiziano, tuviera que mejorar su aspecto, como era habitual entre los pintores de la realeza. Lo confirma también el hecho de que Francisco de Borja, filosóficamente impresionado al ver el deteriorado cadáver de la que fuera tan hermosa, se hizo jesuita y llegó a santo. Tiziano pintó, colgada del magnífico collar de la reina, la famosa Perla Peregrina, encontrada en las Indias y comprada, primeramente, por la mujer del intratable Pedrarias Dávila, Isabel de Bobadilla, quien luego se la vendió a Isabel de Portugal. La última que la lució fue Liz Taylor, y actualmente está en manos de un pujador anónimo que la adquirió en una subasta pagando 11,8 millones de dólares.


sábado, 16 de febrero de 2019

(Día 756) Los consejeros de Almagro deciden que se deje libre a Hernando Pizarro, con ciertas condiciones. Pero llega Ansúrez de España con nuevas órdenes del Rey, y Pizarro cree que no le conviene aceptar el nuevo convenio con Almagro.



     (346) Tan importante detalle era resultado de parte de las negociaciones que había realizado Bobadilla en Mala estando presentes Almagro y Pizarro. Así lo cuenta Cieza: “Para decir cómo fue, tengo necesidad de hacer mención de ciertos documentos que se formalizaron en Mala cuando se vieron los dos Gobernadores delante del Provincial Bobadilla (recordemos que Almagro salió de allí escopetado al saber que Gonzalo Pizarro quería apresarlo), lo cual no lo conté antes, cuando sucedió, por convenir hacerlo ahora”. Y, acto seguido, pasa a transcribir la documentación que nos había ‘escamoteado’; tiene fecha del catorce de noviembre de mil quinientos treinta y siete. Copiaré lo esencial: “Habiendo platicado los señores Gobernadores en lo que convenía para la paz de estos reinos, y porque una de las cosas principales que tocaban a la dicha pacificación era soltar de la prisión a Hernando Pizarro, D. Diego de Almagro dijo que tenía por bien dejar este negocio en manos de los licenciados Antonio de la Gama e Francisco de Prado para que diesen firmado lo que les parecía que se debiese hacer conforme a justicia, y que él lo haría y cumpliría”.
     De manera que se pusieron en marcha los trámites para liberar a Hernando Pizarro, mostrando Almagro, una vez más, un increíble exceso de confianza, por sus deseos de evitar la guerra. Los licenciados Antonio de la Gama y Francisco de Prado, efectuando la comisión recibida de Almagro, decidieron que había que dejar en libertad a Hernando Pizarro, quedando sujeto a ciertas condiciones. Le obligaban a presentarse ante Carlos V dentro de un plazo de seis meses para que fuera procesado. Tenía que dejar previamente una fianza y hacer pleito homenaje garantizando que no se enfrentaría a Almagro durante ese tiempo de espera. Todo se iba preparando sin tropiezos. Incluso los fiadores de Hernando Pizarro dejaron su depósito. Solo faltaba que Pizarro jurara también la capitulación de los licenciados. Pero en ese momento volvió de España Peransúrez, el representante de Pizarro, con nuevas órdenes del rey sobre lo que se debía hacer hasta que se concretaran definitivamente los límites de las gobernaciones, y el ilustre trujillaño dejó el tema en el aire, incluso con peligro de su hermano: “Veía que le convenía no someterse a la capitulación, porque, aunque se soltase a su hermano, sus capitanes y quienes le aconsejaban, siendo caballeros e tan generosos, no querrían quebrar su palabra ni quedar como traidores (por engañar a Almagro al no cumplir lo que iban a prometer), y con gran prisa envió por la provisión para presentarla a sus capitanes, teniendo oculto, según se dijo, algunos días a Peransúrez, por donde se ve más claro el engaño y la cautela que tenían con el Adelantado Almagro”.
     No es extraño que Pizarro temiera el texto de la provisión del rey, puesto que le había enviado a Peransúrez para pedirle, entre otras cosas, que, mientras se resolviera el asunto de los límites, ordenase que cada gobernador conservara lo que entonces poseía, pero había pasado un año y la situación en ‘el tablero de ajedrez’ era ya muy distinta porque Almagro le había arrebatado el Cuzco: “Llegado a España, Peransúrez hizo sus peticiones a la Emperatriz y a los del Consejo Real (por no estar Carlos V en España), siendo el principal intento del Gobernador Pizarro sacar una provisión para que se estuviesen él y Almagro donde les tomase el documento, hasta que fuesen señalados los límites de las gobernaciones. Esto lo deseaba D. Francisco Pizarro porque creyó que Peransúrez viniera antes de que volviera Almagro de Chile”.

     (Imagen)  PEDRO DE ANSÚREZ (luego fundador de Sucre en Bolivia) tuvo que ser muy valorado por Pizarro para confiarle la misión de ir a España y conseguir ventajas del Rey sobre la superficie de su gobernación. Fue, trabajó y volvió. Pero la documentación que trajo no fue suficientemente clara como para evitar las guerras civiles. Ya dije en otra ocasión que su vida terminó trágicamente, el año 1543, al ser asesinado por los piratas franceses durante un nuevo viaje a España. Parte de la riqueza que llevaba, suya y de otros, pudo salvarse, y reclamaron lo que les correspondía sus herederos, a quienes, a su vez, el ubicuo fiscal del Consejo de Indias, Juan de Villalobos, les exigió que devolvieran a la Corona un préstamo que se le había hecho al difunto, como aparece en el documento de la imagen, fechado en 1550. Ansúrez tenía también el ilustre apellido ‘Enríquez’, que, como se ve en el texto, lo lucían varios miembros de la familia. El Rey, por petición del fiscal Villalobos, se dirige así a los herederos (y ahora demandados): “Don Carlos Emperador, a vos, Carlos Enríquez, e a Juan Rodríguez de Cisneros, e a Cristóbal de Robles (heredero que quedasteis de doña Catalina Enríquez, vuestra mujer), y a vos doña Isabel Enríquez, mujer de Gonzalo Puertocarrero, e a Mari Núñez de Villarroel, todos herederos del capitán Peranzúrez de Camporredondo…”. Después sigue la reclamación, pero no se menciona a su mujer, Ana de Mercado, ni a su hijo, Diego Ansúrez, el único que tuvo en Perú, quizá porque al fisco le resultara más fácil actuar contra los herederos españoles, varios de los cuales vivían en Sahagún, de donde era oriundo el difunto.




viernes, 15 de febrero de 2019

(Día 755) Pizarro acepta todas las condiciones de tregua, pero sin intención de cumplirlas. Hasta finge que mantiene un gran afecto por Almagro, quien, más confiado, retrasa sus posiciones militares, con gran disgusto de Orgóñez.


     (345) El profético Orgóñez ya le había advertido a Almagro que, si le ofrecía la paz a Pizarro, “lo engañaría y no cumpliría con él ninguna cosa que prometiese”. Pizarro, en su afán simulador, les dijo a los representantes de Almagro que tampoco él se fiaba de Bobadilla, por lo que lo descartaba de lo que ahora iban a negociar, poniendo en su lugar a fray Juan de Olías, quien actuaría junto a otros representantes de Pizarro, todos del gusto de los almagristas.
     Hubo cosas de las que había ordenado Bobadilla que fueron aceptadas por ambas partes. Se comprometían a desarmar sus ejércitos hasta que hubiera una decisión definitiva sobre los límites de las gobernaciones o una última orden de Su Majestad. También hubo conformidad en que Almagro, como ordenaba Bobadilla, pudiese tener tratos con los mercaderes de Lima. El cambio esencial del enfoque radicaba en un punto concreto: Almagro exigía que tanto él como Pizarro, durante ese tiempo de espera, siguieran situados en el mismo territorio que entonces controlaban, él ocupando el Cuzco y Pizarro la ciudad de Lima. No hubo ni la más mínima discusión. Pizarro estuvo de acuerdo en todo, porque no pensaba cumplir nada. Lucharía por el Cuzco, e incluso es de suponer que le gustara la idea de prometer desarmar su ejército, para ver si Almagro cometía la ingenuidad de hacerlo con el suyo.
     Pizarro les hablaba a los mensajeros de lo mucho que le alegraba haber hecho las paces con Almagro, “a quien más que a un hermano quería”. Pero tan lindas palabras no calmaban su desconfianza, y le exigieron el más solemne de los juramentos (que de nada serviría): “Los que habían venido con los poderes de Almagro mostraron que solo estarían satisfechos si hacía pleito homenaje de mantener firmemente lo acordado. El Gobernador Pizarro dijo que lo juraría con gusto, y asimismo sus capitanes”. Luego él y sus capitanes hicieron el juramento de pleito homenaje notarialmente ante testigos, dejando constancia los mensajeros de que se comprometían a que Almagro actuara de la misma manera. Cieza no puede evitar el comentario de que “la intención de Pizarro no estaba de acuerdo con sus palabras”. Quien se encargó de tomar el solemne juramento fue Diego Núñez de Mercado, y ante él prometieron cumplirlo pomposamente el Gobernador Don Francisco Pizarro y los capitanes Alonso de Alvarado, Gonzalo Pizarro (todavía por debajo del rango militar de Alvarado), Diego de Rojas, Diego de Agüero, Francisco de Chaves, Diego de Urbina, Pedro de Vergara y Pedro de Castro.
     A su vuelta, los mensajeros le pidieron a Almagro que cumpliera lo que habían prometido en su nombre, y se formalizó la toma de su pleito homenaje. Siempre deseoso de evitar la guerra, Almagro dio el primer paso de las condiciones estipuladas. Abandonó la población que había fundado en el valle de Chincha, llamada Almagro, y retrocedió hasta el valle de Zangalla. Como era de esperar, el clarividente Rodrigo Orgóñez (‘¡qué buen vasallo si obiese buen señor..!’) puso el grito en el cielo: “Rodrigo Orgóñez hacía grandes exclamaciones, diciendo que el mismo Almagro se quería perder, pero que no bastaban sus consejos para estorbar lo ya concertado”. Y, además, ¡se iba a liberar a Hernando Pizarro!

     (Imagen) DIEGO DE URBINA, nacido en Orduña, era uno de los capitanes destacados de Pizarro, pero se pasó finalmente al bando de las fuerzas leales a la Corona. Más adelante le dedicaré un amplio espacio porque le escribió al Rey una larga carta comunicándole que Pizarro había sido asesinado y explicándole los problemas que surgieron después. Hubo varios Urbina, y bastantes con el nombre de Diego, lo que se presta a confusiones. El apellido es de origen vasco, aunque exista casualmente en Italia una población con ese nombre. En 1601, una tal Catalina de Urbina hizo una relación de los méritos y servicio de sus parientes más próximos. El texto nos mete de lleno en las guerras civiles de Perú. Dice que su padre, también llamado Diego de Urbina (posiblemente se trate de nuestro protagonista) “fue sobrino de Diego de Urbina, que era Maese de Campo contra el tirano Gonzalo Pizarro, y, en un riguroso encuentro que tuvo (su tío) contra los tiranos, le dieron un arcabuzazo, de lo que murió luego”. En 1538 se presentó un Diego de Urbina en Perú ante Francisco Pizarro con una recomendación que le había dado la reina Isabel, esposa de Carlos V, porque había servido en Italia mucho tiempo. La historia del padre de Catalina también acabó dramáticamente. Y así la cuenta: “Su padre, habiéndose alzado Francisco Hernández Girón contra el Rey (fue la última guerra civil), determinó matarle y, para ello, juntó a familiares y amigos. Cuando estaba a punto para ejecutarlo, le llegó la noticia al tirano, y, con la mucha gente que tenía, le prendió, y, estando preso, él y su maese de campo le dieron garrote, y le robaron todo lo que tenía en su casa”. Tuvo que ocurrir en 1553 o 1554.



jueves, 14 de febrero de 2019

(Día 754) La decisión de Bobadilla tuvo un efecto pernicioso. Aun así, Pizarro y Almagro, piensan desesperadamente en una renegociación. Cieza lo ve claro: Pizarro iba a fingir que aceptaba las condiciones, con el fin de que Hernando Pizarro quedara libre.


     (344) Nadie estaba en situación tan precaria y angustiosa como Hernando Pizarro: en el corredor de una muerte que podía llegar en cualquier momento. Era hombre vengativo, y este suplicio tuvo que influir en su posterior crueldad con Almagro. Su hermano Francisco Pizarro sabía que el resultado de la sentencia era una muy buena noticia, pero también que todos estaban al borde del abismo: Almagro, sin duda rabioso, quizá iniciara un ataque inmediato, e incluso matando previamente a Hernando Pizarro: “Quedaron tan enconadas las cosas después de la sentencia de Bobadilla, que pronto se encendió la guerra. En el real de D. Francisco Pizarro no había menos alboroto que en el de Almagro, y decían que había que ir a soltar a Hernando Pizarro, e ir de nuevo al Cuzco a tomar posesión de la ciudad. D. Francisco Pizarro, al saber que en Chincha hablaban de matar a Hernando Pizarro, envió a Hernando Ponce de León, a Francisco Godoy y al licenciado Prado adonde el Adelantado Almagro para que se volviese a tratar sobre el negocio de los límites de las gobernaciones, y se dejase libre a Hernando Pizarro”.
      Llegados a su destino, Almagro, que no deseaba otra cosa sino evitar la guerra, recibió bien a los mensajeros, y curiosamente, va a proponer como solución otro callejón sin salida. Le acusaba a Bobadilla de juzgar asuntos en su sentencia que solo competían al Rey y a los miembros de su Consejo. Acertaba al ver que la última palabra la debería tener Carlos V, pero ni él ni Pizarro quisieron esperar a oírla, empeñados en zanjar el asunto por una vía imposible. Así que continuó el desesperado esperpento. Consultó Almagro con sus asesores habituales y admitió la propuesta de renegociación de Pizarro: “Dijo que quería intentar de nuevo la paz, que enviaría unos capítulos al  Gobernador Pizarro con el contador Juan de Guzmán y con Diego Núñez de Mercado, que pusiese él de su parte a Bobadilla, que él pondría de la suya a un caballero, y que los dos (Pizarro y él) se obligasen  con juramento a guardar lo que estos determinasen”. La escena se repitió: sus consejeros estuvieron de acuerdo, y Orgóñez insistió en que solo serviría para perder el tiempo y en que deberían volverse al Cuzco tras ejecutar a Hernando Pizarro, a lo que le respondió Almagro que “primeramente quería saber si, sin derramamiento de sangre, pudiera verse como Gobernador de la provincia que Su Majestad le había concedido”. El no va más: aún esperaba lograr sus pretensiones en paz y amor con Pizarro.
     Le prepararon, pues, a Almagro unos capítulos con las condiciones que él exigía para la paz, y llegaron con ellos los mensajeros adonde Pizarro; los recibió cortésmente, pero en su cabeza bullía una preocupación dominante; la vida de su hermano: “Sabido por Pizarro a lo que venían e los capítulos que traían, deseaba en tanta manera ver suelto de la prisión a su hermano Hernando Pizarro, que, fingidamente y con gran cautela determinó aprobar todo lo que quisiesen, para, después de ver a su hermano libre, mover la guerra con toda crueldad hasta satisfacerse de Almagro”.

     (Imagen) En la imagen de hoy aparece bajo sospecha en un pleito DON ALONSO ENRÍQUEZ DE GUZMÁN, estando ya de vuelta en España. Pero todo hace suponer que, entre bastidores, andaba Hernando Pizarro influyendo sobre el fiscal para quitarse de encima las acusaciones procesales que el propio Enríquez le había hecho sobre la ejecución de Diego de Almagro, cuya injusticia tendremos ocasión de ver. El fiscal exagera tanto que le echa a Enríquez toda la culpa del inicio de las guerras civiles. En el texto (resumido) el Rey dice: “Hay pendiente un pleito entre el licenciado (Juan de) Villalobos, nuestro Fiscal, y Don Alonso Enríquez, a quien acusa de ser la causa de las alteraciones y muertes acaecidas en Perú entre Hernando Pizarro y el Adelantado Don Diego de Almagro e su gente”. Con el fin de que se pudiera demostrar la mala catadura de Enríquez, El Rey, a petición del fiscal (sucia maniobra), reclamó los datos de otro proceso al que había sido sometido: “Para que nos conste que el dicho Don Alonso Enríquez tiene como costumbre cometer semejantes delitos, conviene que se presente un proceso hecho en la ciudad de Sevilla sobre que revolvió a ciertos caballeros e hizo un desafío entre ellos, sin lo querer ni saber los susodichos, e trató de que se matasen”. De nada le sirvió la estrategia a Hernando Pizarro. Las acusaciones contra él de Enríquez, Diego de Alvarado y otros consiguieron que estuviera más de veinte años en la cárcel. No tenían ningún interés económico, sino solamente un afán de que la justicia castigara la miserable muerte de Almagro.