lunes, 28 de febrero de 2022

(1658) Un caso extraño: de los 600 soldados que llegaban de España para ayudar a la tan necesitada Chile, se ordenó que regresaran 400 protegiendo la valiosa mercancía de un navío. El brillante militar Pedro de Cuevas fue luego un piadoso jesuita.

 

        (1258) Queda claro que los mapuches se enfurecían con extraordinaria rabia cuando los españoles se llevaban a sus mujeres e hijos: "En este tiempo era muy acosada la ciudad de Angol por un ejército de enemigos instalados en Guadaba, habiendo resultado en algunas refriegas vencidos por los españoles. Salió contra ellos el maestre de campo Alonso García Ramón con cuarenta soldados, y, atacándolos,  les cogió a sus hijos y mujeres, y apresó a algunos indios de pelea. Pero los que salieron huyendo juntaron rápidamente unos cien indios, y estos vinieron tan encarnizados para quitarles la presa, que pusieron a los españoles en gran aprieto, resultando muy maltratados y heridos.  Y se habrían perdido del todo de no intervenir el valor del maestre de campo, que animaba a sus soldados. Se opuso a toda la fuerza de los enemigos, y, aunque  lo derribaron en una barranca donde otro se habría quedado tendido, él se levantó con tantos bríos, que se revolvió sobre los indios y dio contra ellos como un león desatado o, por mejor decir, como un español colérico, de suerte que, al final, quedó la victoria de su parte".

     Recordemos que Luis de Sotomayor había sido enviado a España por su hermano, el gobernador, para llevar a Chile soldados de refuerzo. Y veremos ahora hasta qué punto preocupaba el problema de los piratas ingleses: "El año 1590 llegó a la ciudad de Panamá don Luis de Sotomayor con seiscientos soldados que traía para este reino de Chile. Pero, como se vivían tiempos revueltos por temor a los piratas ingleses que andaban por la Mar del Norte (la zona caribeña), fue necesario que cuatrocientos de ellos volviesen a España (con la falta que hacían en Chile…) protegiendo a la flota que llevaba gran cantidad de barras de plata y tejos de oro. Se hallaba entonces en Panamá don García Hurtado de Mendoza, que venía como virrey del Perú, el cual ordenó que don Luis de Sotomayor volviese a España con los soldados, encargando los otros doscientos a los capitanes don Pedro Páez Castillejo y Diego de Peñalosa Briceño, los cuales los trajeron a este reino de Chile. Con este socorro y la gente que ya tenía, el gobernador Alonso de Sotomayor entró en los estados de Arauco y Tucapel para ocuparse de la guerra. Yendo con unos ciento cincuenta hombres, el gobernador hizo un ataque nocturno sobre el campo de los enemigos, que estaban alojados en un sitio despoblado de  Angol. Hizo aquí una gran matanza, quedando con la victoria, y para poner una defensa de cara al futuro, fabricó allí cerca una fortaleza llamada de la Candelaria, y mandó despoblar las dos que él había edificado en las orillas del Biobío, por ser muy costosas y estar expuestas a grandes peligros. Además, nombró corregidor y capitán de La Imperial a don Bartolomé Morejón, el cual se dio tan buena maña y tuvo tanta ventura, que en dos años pacificó toda aquella comarca, la cual estaba muy alborotada y hacían los enemigos frecuentes apresamientos de indios que eran amigos de los españoles. Después el gobernador comenzó a marchar con él pasando por Angol, donde ya se gozaba de algún sosiego. Entonces llegó allí el coronel Francisco del Campo, que había servido mucho al rey en Valdivia, Osorno y  Villarrica, y le suplicó al gobernador que le descargase del oficio, pues estaba ya viejo y muy quebrantado de andar tantos años con las armas en la mano en Chile, después de haber servido al rey en Flandes. El gobernador le dio contento y licencia para descansar, pues lo merecían sus trabajos, y nombró en su lugar al capitán Rafael Portocarrero".

 

     (Imagen) El cronista pone por las  nubes a un joven soldado nombrado capitán: PEDRO DE CUEVAS. No habiendo hallado ningún dato biográfico suyo, hablaré primeramente de su posible pariente JUAN DE CUEVAS. Al parecer, este 'Cuevas' nació en Sahagún (León) hacia 1515. Llegó a México por el año 1536, pasó luego a Perú, donde luchó junto al gran Pedro de Valdivia, y se trasladaron después los dos a Chile. Fueron protagonistas de la fundación de Santiago, y Juan brilló en la sociedad chilena, siendo corregidor y alcalde de esta ciudad, donde murió el año 1591. Dicho lo cual, veamos lo que el cronista cuenta de PEDRO DE CUEVAS: "El gobernador don Alonso de Sotomayor nombró capitán a Pedro de Cuevas, el cual había llegado a Chile con el mismo don Alonso, teniendo solo dieciséis años y en compañía de su tío, el capitán Francisco de Cuevas. Este joven soldado había destacado en todas las ocasiones  de lucha que tuvo durante siete años, lo que mereció que, a los veintitrés de edad, fuera elegido capitán, y hasta lo podría haber sido mucho antes. Porque, además de ser muy fuerte y animoso, y el primero que se abalanzaba a los peligros, y de mucho conocimiento en cosas de guerra, era también excelente hombre de a caballo, tan destacadamente, que, cuando llegó a la ciudad de Lima y se ofrecía a actuar como jinete en el juego de cañas (un reto deportivo), acudía la gente a verle a él más que a todo el resto. Y lo mejor que hizo entre todas estas cosas, fue que, el año 1593, por particular misericordia de Dios Nuestro Señor, prefirió ser soldado de su hijo Jesucristo a ser capitán de los reyes de la tierra, y se puso bajo la bandera de este divino adalid y verdadero caudillo entrando en la Compañía de Jesús, donde ha sido soldado espiritual de tantos éxitos, que supera proporcionalmente lo que había sido en el mundo, donde había participado en todas las batallas referidas en la última parte de esta crónica, siempre con grandes alabanzas de los capitanes y señores entre los que andaba. Se pudo ver el crecimiento espiritual de este soldado en que, a pesar de que le insistieron sus superiores en que fuese sacerdote, pues tenía condiciones para ello, nunca lo pudieron conseguir, porque tuvo a mayor felicidad, y aun seguridad, en esta vida servir a Dios en oficios humildes sin exhibirse ante los ojos de los hombres. Ojalá quisiera Dios que hallara yo muchos frutos de estos en los sucesos de esta historia, pues de mejor gana los escribiría, para edificación de los lectores, que las desmesuras y desafueros que tantas veces he tenido que contar". En la imagen, Ignacio de Loyola, otro jesuita que cambió las armas por el servicio a Dios.




domingo, 27 de febrero de 2022

(1657) En un viaje muy arriesgado, y bajo el mando del experto y generoso Fernando de Córdoba, llegaron desde Perú refuerzos para Chile. Varios soldados, hartos de sufrir, desertaron. Uno de ellos fue el heroico Pedro de Mardones.

 

     (1257) El viaje con refuerzos de hombres resultó muy problemático, aunque con gran mérito de quien iba al mando: "Y fue tanta la diligencia que este don Fernando de Córdoba puso, que, recibiendo la orden al final de setiembre de 1588, estaba ya gran parte de la gente puesta en Arica cuando terminaba el mes de noviembre (adonde llegaron por tierra desde Perú). Fueron extraordinarias las calamidades que se padecieron en este viaje (al continuar por mar hacia el sur), porque les cogió un recio temporal a los navíos, que los metió quinientas leguas mar adentro, y detuvo más de sesenta días a la capitana, donde iba don Fernando, de suerte que estuvieron a pique de morir de sed y hambre. Afortunadamente, don Fernando había añadido mucha más agua y vituallas a las que los oficiales reales habían dado en Arica, pareciéndoles que, como mucho, duraría el viaje veinticinco días, como suele. Con esto y con el cuidado que don Fernando tenía de ir acortando las raciones, contra la opinión de todos, pudieron sustentarse hasta llegar a Coquimbo y después a Valparaíso (el puerto de Santiago de Chile). Conforme a esto, gastó don Fernando de Córdoba y Figueroa muchos millares de pesos de su bolsa en las vituallas que añadió y en los regalos que hizo a los soldados por los puertos y caminos. Fue por ello tan alabado, que, pasado algún tiempo, don García Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete y virrey del Perú, lo nombro general de la flota que fue desde el puerto de la ciudad de Lima a otras tierras de la costa, por ser necesaria persona de mucha autoridad para defenderlas de los corsarios ingleses que entraron por el estrecho de Magallanes con Richard de Aquines (Richard Hawkins). Y aun en el mismo puerto de Panamá tomó don Fernando más tarde muchas precauciones contra ellos, pero no pasaron los enemigos tan adelante por haberse enfrentado a  ellos don Beltrán (Castro) de la Cueva, que salió de Lima contra ellos".

     Los mapuches, cuando les llegaban refuerzos a los españoles, casi siempre 'parecían' amansarse, pero no tardaban en volver a sus temibles enredos: "La ayuda que llevó don Fernando de Córdoba a Chile fue de tanta eficacia para bien del Rey, que en pocos días vinieron en son de paz los indios de San Bartolomé de Chillán, Angol, La Imperial y Concepción, que hasta entonces andaban muy inquietos. Pero se alborotaban cuando veían una oportunidad favorable, y el gobernador no dejaba de formar ejércitos todos los veranos, pero en invierno se recogía en las ciudades, dejando en su lugar al maestre de campo Alonso García Ramón con extraordinarios trabajos y asperezas que padecían él y los de su tropa, suficientes para sacar de quicio a los hombres más animosos del mundo. De manera que había muchos soldados que buscaban la ocasión de huir y lo ponían por obra cuando les llegaba la ocasión.  Se atrevieron a hacerlo Pedro de Mardones, Manuel Vázquez, Alonso de Roque, Francisco de Rincón y Francisco Hernández (y otro de nombre desconocido). Padecieron innumerables calamidades entre las nieves y hambres de la sierra nevada. Por añadidura, dieron una noche los indios contra ellos y estuvieron todos peleando furiosamente hasta el amanecer. Aunque los indios pasaban de doscientos, aquellos seis españoles se defendieron tan bravamente, que les obligaron a retirarse habiendo derramado mucha sangre. Como, al marcharse, los indios gritaron tanto como suelen, se espantaron los caballos dejando a pie a los pobres españoles, los cuales llegaron al cabo de muchos días al valle de Cubo tan perdidos y desfigurados, que parecían estatuas, y con un hombre menos, cuyo nombre se desconoce".

 

     (Imagen) Se me va a perdonar que le dedique la imagen a uno de los seis soldados que, hartos de sufrimientos, habían desertado del ejército del gobernador Alonso de Sotomayor. Se llamaba PEDRO DE MARDONES Y ESPINOSA DE LOS MONTEROS, apellido (el primero) que un servidor lleva en lugar muy lejano. Sus antepasados, como los míos, eran del Valle de Losa (Burgos), aunque él nació en Miranda de Ebro (Burgos) el año 1561. También hablo de él porque tuvo una biografía interesante, en la cual se aclara, además, algo que el cronista ha olvidado decir: los desertores no fueron ejecutados, ya que hay constancia de que Pedro vivió largos años. Se había trasladado a México en 1558 acompañando al virrey Martín Enríquez de Almansa (quien años después lo sería de Perú). La llegada de Pedro a Chile tuvo lugar, como soldado de caballería, junto al nuevo gobernador, Alonso de Sotomayor, el año 1583, desertando más tarde por tanto horror, aunque le esperaban tiempos incluso peores, en los que demostró que tenía madera de héroe. En 1599 se encontraba en el fuerte de Arauco durante un espantoso ataque de los mapuches, y resultó herido. El general Miguel de Silva informó entonces “que, habiendo matado los indios al gobernador García Óñez de Loyola, Mardones avisó a la ciudad de Arauco, viniendo de Villapoa con riesgo de su vida, y, gracias a él, se recogió en ella toda la gente, y les dio todo lo que tenía, pues padecían hambre y desnudez”. En 1617, Pedro de Mardones fue nombrado capitán del castillo de Arauco “en atención a sus señalados servicios, méritos y experiencia, con notoria calidad  en sus obligaciones”. Fue también alcalde de la ciudad de Chillán, y recibió como recompensa por sus servicios extensas tierras en Toquigua y una encomienda de indios muy rentable en Cuyo. Pedro Mardones se había casado en la ciudad de Concepción hacia el año 1617 con Luisa Francisca Gutiérrez de Valdivia. Sus hijos fueron Pedro (militar), Francisco (quizá clérigo), María Magdalena, Gregoria y Juan Bautista, todos ellos con los apellidos Mardones Valdivia. Parece ser que los tres últimos murieron jóvenes, pero lo cierto es que los descendientes de Pedro y Luisa Francisca fueron muy numerosos. Hasta el punto de que, ya en nuestros tiempos, uno de ellos, llamado Sergio Mardones Vignes, ha hecho un estudio genealógico de la familia, que abarca desde 1561 hasta 1994, como se ve en la imagen. PEDRO MARDONES Y ESPINOSA DE LOS MONTEROS murió en la ciudad de Concepción el año 1640. De los otros cinco desertores mencionados al comienzo de esta reseña, uno murió entonces a manos de los indios, y, de los cuatro restantes, no he encontrado ni rastro.




viernes, 25 de febrero de 2022

(1656) Por si fuera poco la pesadilla de los incansables y fieros mapuches, de vez en cuando aparecían piratescos corsarios ingleses, que pocas veces se salían con la suya. Ahora vemos aparecer a Sir Thomas Cavendish.

 

     (1256) Los españoles tenían también amenazas por mar: "Llegada la Pascua de Navidad del año 1587, aparecieron cerca de la ciudad de Concepción dos velas de corsarios ingleses que habían entrado por el Estrecho de Magallanes, cuyo capitán se llamaba Tomás Schandi (Thomas Cavendish). Viendo estos navíos el maestre de campo Alonso García Ramón, sospechó lo que podría ser, y juntó con gran prisa la más gente que pudo yéndose con ella al puerto para pelear con el pirata si saltase en tierra. Al saber que seguía rumbo a Perú, despachó luego mensajeros a La Imperial, donde estaba el gobernador, y a la ciudad de Santiago, para que enviasen aviso al Conde del Villar (de Villardompardo), llamado don Fernando de Torres y Portugal, virrey del Perú, yendo el mismo maestre de campo por la costa abajo a esperar al pirata donde quiera que surgiese. Primeramente despachó un barco grande con algunas personas, pero naufragaron con un temporal antes de llegar a Valparaíso. Sin embargo, las personas se salvaron, fueron en otro navío a la ciudad de Lima y dieron al virrey noticia de lo que pasaba. Todo ello fue de mucha importancia para proteger toda la costa de manera que no llevase el corsario el botín que había cogido el capitán Francisco (el corsario Francis Drake) ocho años antes. Y así, le sucedió tan mal al pirata, que lo que llevó fue en la cabeza, porque, llegando al puerto de Valparaíso, le salieron a resistir el corregidor de Santiago y algunos vecinos y soldados. Los cuales atacaron cuando los ingleses estaban tomando agua y mataron a veinte de ellos. Y después de esto, les sucedió lo mismo al final de la costa del Perú, porque, estando refocilándose en la isla de la Puná, vinieron de Quito los capitanes don Rodrigo Núñez de Bonilla y Juan de Galarza, su cuñado, con sesenta hombres, y juntándose en Guayaquil con el corregidor Reinoso, que tenía otros sesenta, amanecieron en la isla dando sobre los ingleses que estaban en una casa del cacique, a la cual dieron fuego los nuestros, matando y prendiendo los que salían de la casa. Y si no fuera por la mucha artillería que disparaban desde los navíos, no quedaría un inglés con vida. Pero prendieron a algunos por la diligencia de unos cuatro soldados, principalmente del capitán don Rodrigo Núñez de Bonilla, que estuvo firme, sin volver pie atrás por temor de las balas. Y no era nuevo en este caballero señalarse en servicios al rey, no solamente por haberlo heredado de su padre, que se esmeró en las batallas contra Gonzalo Pizarro y otros rebelados, sino también por lo que el mismo don Rodrigo había hecho de edad de dieciocho años entrando en los Quijos a castigar a los indios rebelados que habían tomado tres ciudades y matado a todos los españoles, hombres y mujeres, y hasta los niños de cuna, las cuales ciudades las recuperó don Rodrigo y las pobló, dejándolas tal y como ahora están".

     Alertado por las andanzas de los corsarios, el virrey tomó medidas: "Sabiendo el conde de Villardompardo que estos ingleses andaban por las costas, dio orden de que, para proteger la costa de estos enemigos y, al mismo tiempo socorrer a Chile, fueran algunas compañías de soldados a guardar el puerto de Arica, donde había gran cantidad de plata.  Para esto,  mandó que se juntase gente en Potosí, confiando esta diligencia a don Fernando de Córdoba, hijo de don Antonio Fernández de Córdoba, señor de la villa de Belmonte, y descendientes por línea recta de la casa del marqués de Pliego, dentro del cuarto grado y deudos cercanos de los duques de César y Feria, y a don Luis de Carvajal, hijo del señor de Jadar, persona de mucha cualidad y estofa, para que cada uno alistase a doscientos hombres. Los cuales don Luis y don Fernando, habiendo recibido la documentación de capitanes, juntaron en Potosí y sus términos doscientos soldados cada uno y los llevaron por tierra a sesenta leguas, hasta el puerto de Arica, donde se embarcaron con ellos para Chile, lo cual fue ayuda de gran importancia para reprimir los bríos y la mala intención de los indios rebelados".

 

     (Imagen) ¿Cuál era la diferencia entre pirata y corsario? El pirata iba por libre, sin bandera nacional, y robaba a todos los que se ponían a tiro. El corsario pirateaba a los demás, menos al país cuyo estandarte llevaba en su mástil y a sus aliados. Tenían 'patente de corso' para robar en casa ajena. Incluso eran ennoblecidos, como SIR THOMAS CAVENDISH, a quien acabamos de ver salir sin plumas y cacareando de las costas chilenas, peruanas y ecuatorianas. También España tuvo 'sus' corsarios. CAVENDISH había nacido en Inglaterra el año 1560, de familia noble, y fue miembro del Parlamento Inglés. Heredó siendo  casi un niño una gran fortuna, que pronto dilapidó, síntoma de que le encantaba vivir intensamente, y nada mejor para ello que la piratería. Con solo 26 años ya había preparado un barco para imitar las aventuras del corsario Francis Drake (y de Hawkins), dispuesto a dar, como él, la vuelta al mundo, siendo el tercer hombre que lo consiguió. Pasó el Estrecho de Magallanes, donde recogió a Tomé Hernández, el único superviviente que quedaba en Rey Don Felipe, población fundada por el sublime perdedor Pedro Sarmiento de Gamboa, y a la que Cavendish le cambió el nombre por Puerto del Hambre. Siguieron viaje por la costa del Pacífico hacia el Norte, y Tomé pudo escapar astutamente. Fue después cuando, como hemos visto, Cavendish, en la Navidad de 1587, llegó a las costas de Chile, donde le fue muy mal. Se da un dato equivocado sobre él al decir que anduvo por California en noviembre de ese año. Tuvo que ser a principios de 1588, y fue entonces cuando la diosa Fortuna le regaló un espléndido botín. Se apoderó en el puerto de San Lucas del galeón español que hacía la ruta del Pacífico, transportando muy valiosas y variadas mercancías desde Acapulco y Manila con un viaje de ida y vuelta cada año. Cavendish saqueó la nave, cuya carga incluía unos 122.000 pesos de plata, y, por no poder colocar más cosas en su barco, quemó el navío español y lo  hundió en el puerto. El nueve de septiembre de 1588 llegó triunfante a Inglaterra, tras completar la vuelta al mundo. Llevó a cabo una nueva expedición en agosto de 1591. Llegado al puerto brasileño de Santos, lo saqueó, pero en su ruta, de nuevo hacia el Estrecho de Magallanes, estuvo a punto de naufragar. Dio la vuelta hacia Brasil, quizá renunciando a su aventura, pero para su desgracia, ya que los portugueses mataron a casi todos sus hombres,  muriendo él también poco después. Su compañero John Davis continuó el viaje llegando hasta Las Malvinas, pero volvió a Inglaterra perdiendo la mayor parte de sus hombres por hambre y enfermedades.




jueves, 24 de febrero de 2022

(1655) El cronista se admira de la valentía de los mapuches, y hace grande alabanzas del maestre de campo Alonso García Ramón.

 

     (1255) Se confirma que el gobernador de Chile estaba muy necesitado de soldados. No solo había mandado a España para traerlos a su hermano, Luis de Sotomayor, sino que también hizo un intento, fracasado, de conseguirlos en Perú: "Había enviado el gobernador a Juan Álvarez de Luna adonde el virrey del Perú, que era entonces don Fernando de Torres y Portugal, y como volvió frustrado porque entonces no pudieron darle refuerzos de gente, decidió don Alonso de Sotomayor despoblar el fuerte de Purén, y él fue con su gente a dar una vuelta por las ciudades de Imperial y Angol, así como a las tierras de los indios coyuncos sin cesar de quemarles las sementeras y llevarles sus ganados. Como Angol era la ciudad más combatida por los indios, puso en ella al maestre de campo Alonso García Ramón, el cual, como era hombre de sangre en el ojo, se empeñó en perseguir a sus enemigos hasta no dejar de ellos hombre a vida. Como tuvo noticia de que dos mil indios estaban en un banquete y embriagándose porque se preparaban para la guerra, salió hacia ellos con setenta hombres, los desbarató y mató a muchos. Pero suelen estos indios encarnizarse tanto con las pérdidas y engreírse con las victorias, que el gran tesón que el maestre de campo ponía en no dejarlos vivir a sol ni a sombra, les motivaba para ser más inflexibles y pertinaces. Y llegó esto a tanto, que un día de 1586 vinieron seis indios en solitario contra la ciudad y se pusieron a una legua de ella, donde prendieron a algunos yanaconas y cogieron muchos caballos. Enterado el maestre de campo, envió a varios soldados  para que le trajesen a los salteadores. Cuando llegaron a donde estaban, los indios decidieron no dejar de luchar hasta perder las vidas o ganar la honra, y comenzaron a pelear como unos leones.  También los españoles respondieron dispuestos a acabar con ellos aunque fuese con dispendio de su propia sangre".

     El cronista no va a tener ningún reparo en reconocer la valentía de la que eran capaces los mapuches: "Sería intento vano el pretender ponderar aquí las hazañas con que estos seis indios merecieron mayor fama que los 'doce pares' (soldados de Carlomagno que murieron heroicamente).  Mas, como yo no conocía sus nombres, será justo que su capitán goce de ella, cuyo nombre es Rancheuque. El cual, con un trozo de lanza, hizo frente a los españoles y dio tres lanzadas a nuestro capitán, y si no lo socorrieran, lo habría matado, siendo imitado por otro indio que derribó a un soldado, y así se fueron los seis sin lesión alguna, dejando a los nuestros harto maltratados".

      Pero había actuaciones de los indios que irritaban especialmente a los españoles: "A los pocos días volvieron a la ciudad estos mismos indios y entraron de noche en la iglesia de San Francisco por una reja que su cacique sacó de su lugar a fuerza de brazos. Una vez dentro, tomaron un crucifijo y una imagen de Nuestra Señora, y los frontales y casullas para hacer de ellas vestidos a su modo, y luego se fueron sin ser sentidos. Fue tan grande el coraje con que se encendió el maestre de campo por estas insolencias, que salió con los suyos a proseguir la guerra a fuego y a sangre, haciendo mucho daño en los enemigos, y les desbarató el fuerte de Mututico".

 

     (Imagen) El cronista nos muestra su admiración por un gran capitán: "El maestre de campo ALONSO GARCÍA RAMÓN  (del que ya hablamos) persiguió tan despiadadamente a los indios, que hubieron de rendirse, cosa que jamás habían hecho hasta entonces. Habiéndolos el maestre de campo recibido con amabilidad, les hizo un solemne banquete, pero viéndolos a todos juntos, se contentó, no queriendo darles  muerte, con prender a los principales cabecillas. Luego les dijo que los tenía allí para que pidieran a todos sus súbditos que viniesen en son de paz. Fue tanta la diligencia de los caciques, que en pocos días vinieron gran cantidad de indios de todas partes dispuestos a abandonar la guerra. De esta manera, se sosegaron los indios, y ganó el maestre de campo ALONSO GARCÍA RAMÓN (nacido en Valdemorillo-Cuenca) casi tanto renombre como LORENZO BERNAL DE MERCADO, por las muchas hazañas que hizo  durante los cinco años que defendió esta ciudad de Angol. Incluso, el capitán Alonso era tenido por algunos como más aventajado, ya que había pacificado a muchos indios en diversas ocasiones, lo cual se vio pocas veces en Lorenzo Bernal, pues lo llevaba todo a punta de lanza (dos grandes capitanes con distinto talante). Sucedió una vez que un indio amigo de españoles usó de traición con ellos, diciéndole al maestre de campo que había muchos indios en un lugar donde podría cogerles descuidados. Salió el capitán Alonso García Ramón con veinticinco de a caballo, a los cuales este indio los metió por una quebrada tan escabrosa que hubieron de dejar los caballos con ocho hombres que los guardasen. Los demás siguieron adelante, y, de pronto, se vieron cercados por multitud de enemigos, comenzando una pelea tan dura, que habrían caído al suelo de puro cansados, si el maestre de campo no los animara, aunque era él quien más sangre derramaba. Como Alonso García Ramón sabía que aflojar era perderse, despertaba a los suyos dando voces, y los metió de nuevo en la refriega peleando otras tres horas continuas. Finalmente, prevalecieron tanto los españoles, que los indios se fueron retirando a un lugar más estrecho, con intención de meter a los nuestros en mayor estrechura. Pero Alonso García les entendió la estratagema y  dio la vuelta por donde había entrado, dejando burlados a los indios con más pérdida que ganancia, aunque los nuestros salieron tan mal heridos, que tardaron muchos días en curarse, especialmente el maestre de campo, que estuvo a punto de perder un ojo por una herida que le dieron junto a él, y estuvo casi ciego de la mucha sangre que derramó en esta batalla, que fue una de las más famosas de Chile".




miércoles, 23 de febrero de 2022

(1654) Llegarán tiempos catastróficos, pero, de momento, los españoles seguían venciendo. No obstante hubo un motín, y el gobernador ejecutó a los cabecillas. El nuevo virrey de Perú se llamaba Fernando de Torres y Portugal.

 

     (1254) Viendo los indios que los españoles estaban separados, juntaron un ejército bajo el mando del cacique Cadiguala, indio con fama de muy fuerte y belicoso: " Y fue tanto su atrevimiento, que llegó con sus hombres a la ciudad de Angol y le puso fuego sabiendo que estaba dentro el gobernador don Alonso de Sotomayor con su gente. Salió el gobernador en persona con doscientos de a caballo, pero fue tan escaso el provecho de este encuentro, que los indios pelearon sin recibir daño, y, además, ellos  mataron a un indio amigo llamado Caninango, que era capitán de los que luchaban en nuestro bando. Hecho esto se fueron a dar contra la fortaleza de Purén, lo cual entendió luego el gobernador, y salió con sesenta hombres a dar socorro al maestre de campo. Aunque se dieron cuenta los enemigos, no acometieron, a pesar de que había entre ellos trescientos de a caballo (los mapuches utilizaron pronto la caballería) y gran cantidad de a pie, porque, al ver que la ciudad quedaba con poca gente, les pareció más acertado volver contra ella. Don Alonso se dio cuenta de esto, y eran tantas las ganas que tenía de enfrentarse con brío a los enemigos, que volvió a la fortaleza, hizo una empalizada para su defensa y alojó su gente cómodamente en un sitio próximo. El cacique Cadiguala. con cien de a caballo, llegó al fuerte y retó al maestre de campo con gran soberbia. Pero  no pudo irse contento, porque, saliendo los nuestros, le desbarataron su ejército, matando al mismo Cadiguala y a muchos de los suyos. De esta manera se vivía en aquel tiempo en este fuerte de Purén, de donde salía el maestre de campo ordinariamente a campear la tierra peleando hasta Angol, y teniendo siempre buenos resultados".

     No era fácil vivir en Chile en medio de la perpetua y  mortífera amenaza mapuche. La crónica va dejando claro, indirectamente, que, además, muchos soldados vivían casi en la indigencia. Es por eso que, como hemos visto, de vez en cuando surgían motines o intentos de llevarlos a cabo: "Llegó el tiempo de que el gobernador partiera para visitar las  ciudades del norte. Le ordenó al maestre de campo que, por otra parte, fuera a Concepción y Santiago para proporcionar provisiones y municiones a los dos fuertes de Biobío, llamados Santísima Trinidad y Espíritu Santo. Sustituyendo al maestre de campo, se quedó en la fortaleza de Purén Tiburcio de Heredia, el cual enfermó a los pocos días por los muchos trabajos de aquel lugar. Algunos soldados, que se sentían pobres, hambrientos, afligidos y sin esperanza de remuneración de sus trabajos, acordaron amotinarse, pues el maestre de campo Alonso García Ramón estaba ausente, y el que hacía sus veces muy enfermo. El plan era que, tomando las mejores armas y caballos, habían de ir a la ciudad de Angol y a la de Chillán, así como a los dos fuertes de Biobio, y llevar de camino algunos amigos suyos tan desesperados como ellos, de manera que, con toda esta fuerza, habían de ir a la ciudad de Santiago, saquearla y luego marchar con todas sus riquezas al territorio de Tucumán, apoderándose de él como señores absolutos".

     Era un asunto muy grave, que forzosamente había de acabar mal. Se enteró de lo que ocurría Tiburcio de Heredia, por lo que, astutamente, envió a algunos de los amotinados a La Imperial (donde estaba el gobernador), utilizando la excusa de que era necesario traer de allí provisiones. Además Heredia hizo que los acompañaran soldados de su confianza, a quienes les entregó una carta en la que le explicaba al gobernador en holandés (porque ambos lo entendían) lo que estaba ocurriendo: "Viendo el gobernador la carta, acudió puntualmente a la Purén con un escuadrón de españoles, dando a entender que lo hacía para visitar al enfermo y abastecer la fortaleza, y, habiéndolo hecho, se fue de vuelta a Angol, sacando previamente a algunos soldados, entre los que estaban los cabecillas del motín que se tramaba. Llegando con ellos a la ciudad de Angol, mandó darles garrote a todos, con lo cual se evitó el notable daño que pudiera causarse en estos reinos si Dios Nuestro Señor no lo remediara".

 

     (Imagen) Ya hemos visto que el virrey de Perú Martín Enríquez Almansa murió en marzo del año 1583. Le sucedió FERNANDO DE TORRES Y PORTUGAL, estando también bajo sus órdenes, como le correspondía a su cargo, el Gobernador de Chile. Nació probablemente en Jaén, sin que se sepa la fecha. Era descendiente de la familia real portuguesa y fue el primer Conde de Villardompardo (Jaén). Tuvo desde muy joven cargos políticos de gran importancia, adquiriendo el prestigio suficiente para que Felipe II lo escogiera como virrey de Perú. A lo largo del ejercicio de sus funciones tuvo siempre serios enfrentamientos con el poder eclesiástico, e incluso con la Inquisición, todos debidos a su deseo de que no interfirieran en los asuntos políticos. El año 1584 Felipe II, por estimar su valía, lo nombró virrey de Perú, a pesar de que se lo desaconsejaron debido a que entonces Fernando de Torres era ya un anciano. Llegó a Lima a finales del año 1585, acompañado de familiares, entre ellos, su hijo Jerónimo de Torres y Portugal, que resultó bastante problemático. El nuevo virrey, a pesar de andar escaso de salud, trabajó intensamente los numerosos asuntos que le competían, acabando enérgicamente con muchos abusos que se iban consolidando. Sin embargo, no consiguió mejorar lo suficiente la situación en que se encontraban los indios que trabajaban para los españoles en las  minas. Dispuesto a acabar con las incursiones de los piratas ingleses, capitaneados por Cavendish, logró preparar una flota de cinco navíos, una fragata y dos galeras, que puso bajo el mando de su hijo Jerónimo. Tomó medidas importantes frente a otros problemas muy serios: la propagación de tres epidemias seguidas, viruela, sarampión y peste, más  un terremoto en el que él mismo estuvo a punto de perder la vida. También se enfrentó a las intromisiones eclesiásticas, teniendo, entre otros, un conflicto con el arzobispo de Lima Santo Toribio de Mogrovejo, que se debería probablemente a puntos de vista distintos acerca de los derechos de los indios. Además, alguien que se la tenía jurada hizo públicas acusaciones de que  su hijo Jerónimo de Torres y Portugal y su sobrino Diego de Portugal se dejaban sobornar a cambio de favores políticos y llevaban una vida escandalosa con importantes damas de la sociedad limeña. El año 1590 Felipe II decidió que el virrey fuera sustituido por García Hurtado de Mendoza (a quien ya lo vimos actuando como Gobernador de Chile). FERNANDO DE TORRES Y PORTUGAL llegó a España en 1592, muriendo poco después en su condado de Villardompardo (Jaén). La imagen nos muestra que era también Caballero de la Orden de Santiago.




martes, 22 de febrero de 2022

(1653) El gobernador Sotomayor envió a su hermano a España para pedir refuerzos, hizo nuevos nombramientos militares y logró otras victorias. Cristóbal de Morales: un superhéroe sepultado en el olvido.

 

     (1253) De lo que dice a continuación el cronista, se deduce que andaban escasos de soldados en Chile, y que tampoco el gobernador podía contar con reclutar más gente en Perú, quizá debido a que se hubiese extendido la opinión de que era una tierra ingrata y llena de dificultades con los indios: "Pareciéndole al gobernador que las provincias circunvecinas a Valdivia, donde andaba el coronel, su hermano Luis de Sotomayor, tenían alguna manera de sosiego por estar los indios sometidos, y que era menester acudir con la máxima fuerza a las partes de Arauco, acordó sacar a su hermano de la guerra y enviarlo a España a dar cuenta a la majestad católica del rey don Felipe del estado de las cosas de Chile, y pedirle ayuda para ellas. Y habiéndolo llamado a Gualqui, donde él estaba, y despachándolo con sus criados, hizo nuevo nombramiento de oficiales de guerra. El oficio de coronel se lo dio a Francisco del Campo, y por maestre de campo nombró al sargento mayor Alonso García Ramón, señalando en su lugar a Tiburcio Heredia, y a Campofrío de Carvajal por alférez general de su ejército.  Habiéndolo ordenado de esta manera, salió a campear por Guadaba y Mareguano, haciendo admirables ataques contra los indios".

     Ni indios ni españoles tenían tiempo para el descanso. Cada amanecer era una repetición del día anterior, sin que pudieran verse libres del temor a la muerte: "Después de haber corrido las tierras de Catirai, se alojó nuestro ejército en Chipimo, donde hubo noticia de una gran multitud de indios enemigos que estaban esperando ocasión para atacar. Pidió licencia el maestre de campo al gobernador para vérselas con ellos, y, habida, se puso con ochenta hombres en una emboscada cerca del campamento, dejando por allí algunos caballos sueltos para tentar a los indios, los cuales llegaron corriendo y cogieron los caballos que estaban al parecer desamparados. Entonces salió el maestre de campo con los demás emboscados y dio contra los indios de improviso, matando buen número de ellos en el primer encuentro. Después se trabó una escaramuza con mucha destreza por ambas partes, pero fueron los nuestros quienes quedaron finalmente vencedores. Pasados algunos días, llegó el ejército a Purén, donde el gobernador fabricó una fortaleza para salir de ella a batallar. Sintieron mucho esto los enemigos, y juntándose en algunos escuadrones, cercaron el fuerte haciendo presa en los caballos y ganado para vengarse de los españoles. Pero no tardaron mucho en salir a quitarles el hurto de las manos, dándoles una batida con gran estrépito y gallardía, y, en concreto, el maestre de campo acometió al escuadrón de los que llevaban el ganado y mató a la mayoría, poniendo a los demás en huida".

     Pero quedaba un área pendiente: "Ya era tiempo de que el gobernador visitase las ciudades que hacían frontera con los enemigos, y dejando al maestre de campo en este fuerte de Purén con doscientos hombres, se fue a la ciudad de Angol con el resto de su ejército, nombrando nuevamente por capitán a don Juan Rodolfo, hijo de Pedro Lisperger, por distinguirse en diversas ocasiones y haber derramado su sangre muchas veces para servir al Rey. Y la gente española que estaba en estos dos puestos, salían ordinariamente a pelear por diversas partes, unos en Angol con el gobernador, y los del fuerte de Purén con el maestre de campo, que nunca dejaba de tener victoriosos encuentros con los indios".

 

     (Imagen) Poco se sabe de CRISTÓBAL DE MORALES, pero la Historia lo recordará por lo que cuenta el cronista: "Por entonces, estaba un indio muy grande  de cuerpo y fuerzas desollando un caballo para utilizar sus nervios como cuerda de su arco.  Le vio un soldado llamado Cristóbal de Morales, de los más famosos de todo Chile, el cual se puso donde se pudiesen oír. Viéndole el indio tan cerca le dijo: 'Perro, apéate de ese caballo'. A esto respondió el cristiano: '¿Te   atreves a ponerte delante de mí, que soy Morales el español?'. Entonces replicó el indio: '¿No sabes tú que soy el cacique de toda esta tierra y me llamo Mellinango, que quiere decir cuatro leones?'. Oyendo esto Morales, se bajó del caballo y fue hacia el indio con el ánimo de un César. El indio le tiró su lanza, y lo habría atravesado si el soldado no hubiese tenido la habilidad de desviarla con su espada. Luego se abrazaron los dos con gran furia, y el indio se dejó caer por la ladera llevando aferrado al español, pero, como no tenía con qué matarlo, le echó un bocado en la garganta, aferrando los dientes en ella tan tenazmente, que ya Morales tenía la lengua fuera y estaba agonizando. Pero, con la angustia de la muerte, Morales extendió la mano y sacó un cuchillo que traía metido entre la pierna y la bota -como es costumbre- y con él le dio siete puñaladas al indio dejándolo muerto, quedando él tan aturdido, que no acertaba a quitáselo de encima. Conocí yo a este soldado y vi las señales que conserva de los dientes que le clavó el indio. Pero no demostró solamente su valentía en este lance, pues hubo otros muchos donde también lo hizo. En la batalla que el gobernador tuvo al pie de la cuesta de Villagrán con más de diez mil indios, peleó este soldado casi desnudo para mostrar que hacía poco caso de los enemigos, pues no se preocupaba de cuidar con qué defenderse de ellos. Y después, el año mil quinientos  ochenta y ocho, yendo a Guadaba en compañía del maestre de campo Alonso García Ramón y ochenta hombres, sucedió que, acometiendo los indios con gran furia, cayeron en tierra el maestre de campo y otros dos soldados, dando sobre ellos toda la fuerza de los enemigos sin hallarse cerca hombre que los guareciese más que Morales, el cual se opuso a todo el ímpetu de los contrarios. Con sola su espada los reprimió y detuvo, recibiendo muchas heridas y, entre ellas, una que le pasó de parte a parte, dando lugar con esto a que los suyos se levantasen y escaparan de tan manifiesto peligro". Habrá que suponer que CRISTÓBAL DE MORALES sobrevivió. (A falta de más datos, imaginemos que quienes luchan en el grabado son Morales y Mellinango).




lunes, 21 de febrero de 2022

(1652) El riesgo en Chile era continuo: se ahogaron 9 españoles y 8 indios amigos. A pesar de su vejez y de sus achaques, Martín Enríquez de Almansa tuvo que aceptar el cargo de Virrey de Perú.

 

     (1252) Así como en otras partes de las Indias las  aventuras de los españoles eran sumamente variadas, conquistándose tierras nuevas y logrando a veces botines de gran riqueza, la historia de la conquista de Chile, que, en un principio, tuvo también esas características, ahora nos nuestra constantes y similares incidentes con los indios,  empeñados en recuperar lo que habían perdido y en destruir las poblaciones que los extranjeros habían fundado, en cuyo empeño destacaron principalmente los mapuches. Eran guerreros tenaces, a quienes no los desanimaban las derrotas, y volvían a dar la carga. Seguiremos viendo este proceso, pero me ceñiré a lo esencial y a lo más relevante: "En tanto que don Alonso de Sotomayor andaba en los enfrentamientos  sobredichos, hacía también el mismo trabajo el coronel, su hermano Luis de Sotomayor, en los términos de Valdivia, Osorno y Ranco. Y como nunca acabasen de apaciguarse los indios que habitaban en las islas de la laguna, mandó hacer un barco para entrar en ella a castigarlos. Habiéndose hecho el barco se metieron en él algunos españoles y otros en balsas de madera, yendo delante el maestre de campo, llamado Francisco del Campo, en una piragua. Pero fue tan recio un temporal que sobrevino aquella noche en la gran laguna, que se volcaron algunas balsas, ahogándose ocho indios de nuestro bando y nueve españoles, entre los cuales estaban don Pedro de Medina y un sargento".

     Pasara lo que pasara, había que continuar la tarea: "Viendo esta desgracia y que el tiempo era contrario, se volvieron todos los del barco y de las balsas, cuyos capitanes eran Rafael Portocarrero y Juan de Contreras, yendo por delante el maestre de campo en su piragua. Pero decidieron acometer a los indios de día entrando en tres balsas tres capitanes, que eran el maestre de campo Francisco del Campo, don Bartolorné Morejón y Rafael Portocarrero. Por tierra acudió el coronel Luis de Sotomayor con su gente y dieron todos a una en la fortaleza de los enemigos alanceando a muchos de ellos y poniendo a los demás en huida hasta quedar victoriosos los españoles y arruinada la fortaleza. Después de este éxito fabricó don Luis de Sotomayor un fuerte junto a la laguna, y saliendo de él a visitar las ciudades comarcanas, dejó allí al maestre de campo con suficientes soldados".

     Continuaron las salidas en campaña de lucha contra los indios durante meses y en diferentes lugares, tras lo cual hubo otro incidente: "El coronel Luis de Sotomayor tuvo noticia de que en la punta de Ayllaquina andaba un indio valeroso con algunos escuadrones de a pie y de a caballo, y, tomando consigo a los capitanes Pedro Ordóñez Delgadillo, don Bartolomé Morejón y Tiburcio de Heredia, dio una trasnochada a los enemigos y los desbarató, matando a muchos de ellos ayudado de los indios amigos suyos, que eran animosos y fieles. De aquí pasó a los términos de Villarrica donde salían ordinariamente a campear él y sus capitanes, haciendo frecuentes combates con los paganos, sin suspender estos trabajos, de manera que gastó en ello todo el año". El cronista, de pasada, nos deja claras dos cosas: que también los mapuches peleaban a caballo con toda normalidad, y que, asimismo, muchos indios amigos de los españoles luchaban a su lado con absoluta lealtad.

 

     (Imagen) Hablemos del virrey MARTÍN ENRÍQUEZ DE ALMANSA. Lo más probable es que naciera en Toro (Zamora) el año 1510, de familia de alto linaje, con ascendencia que llegaba hasta el rey Alfonso XI. Fue virrey y capitán general por partida doble, primeramente en México (1568-1580), y luego en Perú, el más importante de los virreinatos (1581-1583), del cual dependía la Gobernación de Chile. Aunque algunos comentaristas lo han considerado soltero, en realidad se casó en España hacia el año 1535 con María Manrique, con la cual tuvo los siguientes hijos: Francisco Enríquez de Almansa, Marqués de Valderrábano,  Enrique Enríquez, agustino, obispo de Osma y de Plasencia, Juan Enríquez, sacerdote, e Isabel Enríquez de Almansa. Abreviaré sus andanzas por el virreinato de México. Dio la casualidad de que fue elegido para ese destino el mismo año, 1568, en que le adjudicaron el virreinato de Perú a Francisco de Toledo, puesto  en el que fue sustituido por Enríquez en 1581. Lo primero que hizo el virrey Enríquez al llegar a la mexicana Veracruz fue expulsar de la zona en la que estaban parapetados a los piratas ingleses, entre ellos, a los famosos Drake y Hawkins. Luego puso fin hábilmente a un absurdo enfrentamiento que había entre franciscanos y sacerdotes acerca del trazado tradicional de una procesión, en el que los indios nativos, partidarios de los primeros, trataron de resolverlo a pedradas. Durante su mandato se estableció la Inquisición, facilitó la llegada de varios grupos religiosos, como el de los jesuitas, dio gran impulso a la edificación de la catedral, y se fundaron las poblaciones de  Celaya, San Felipe y León. Siendo ya un anciano enfermo y con muchas ganas de tranquilidad, tuvo que aceptar el cargo de Virrey de Perú para sustituir al recién jubilado Francisco de Toledo. Y le fue doblemente costoso porque el cesante  había dejado gran fama de su valía. Quizá temiendo ser comparado con él, criticó su forma de gobernar por considerarla demasiado personalista, e incluso dio a entender que fue responsable de malversaciones. En sus dos años escasos de virreinato dictó normas protectoras de los indios, facilitó la reapertura del Colegio de los Jesuitas (algo a lo que se oponía  el virrey Francisco de Toledo), los cuales, con su vocación de maestros, acogían a estudiantes de la zona, e incluso les permitió fundar el llamado Colegio Real de San Martín, dedicado a la instrucción de alumnos procedentes de lugares lejanos. El 12 de marzo del año 1583 falleció en Lima el virrey MARTÍN ENRÍQUEZ DE ALMANSA, víctima de una apoplejía. El cuadro de la imagen fue pintado en México el año 1568, y nos lo muestra enjuto y con aspecto severo.




domingo, 20 de febrero de 2022

(1651) La eficacia militar de los mapuches aumentó mucho porque aprendieron a utilizar los caballos. El cronista vuelve a ensalzar a Juan de la Cueva, pero hablaremos de otro tipo excepcional: Francisco Hernández de Herrera.

 

     (1251) Nos confirma el cronista que los mapuches, ya en aquellos años, eran unos magníficos jinetes, algo que el resto de los indios americanos tardaron mucho en practicar, y que a ellos los convertía en enemigos doblemente peligrosos: "Mediado el invierno salió el capitán Francisco Hernández de Herrera con algunos soldados para recoger hierba y leña, y topó en el camino con una gran cuadrilla de indios que estaban emboscados aguardándole. Viendo que era una buena oportunidad,  salió un escuadrón de indios de a pie y otro de a caballo, pues que ya en estos tiempos hay muchos indios de guerra que manejan tan bien un caballo como un caballero jerezano. Se trabó una violenta escaramuza que duró hasta que la noche obligó a los indios a dispersarse, habiéndose estado los españoles casi perdidos, de suerte que el capitán, como hombre que tenía la vida en los cuernos del toro, se arrojaba entre ellos a matar o morir peleando como un Héctor, y derribando hombres como un Aquiles. Cayeron en este conflicto cuatro españoles cuyas cabezas fueron cortadas por los contrarios. Llegó la voz de esta refriega a oídos de Juan de la Cueva, que estaba cerca de aquel sitio, y como se hallaba a pie y le pareció que aguardar a preparar el caballo sería como el socorro que llaman de Escalona (villa que se quemó porque el agua del río estaba lejos), o el que en nuestros tiempos van ya llamando algunos satíricos el socorro de España (por la gran distancia que la separa de las Indias), cogió un caballo que halló a mano, y subió en él sin ponerle freno sino con solo las bridas, y se fue al encuentro de os indios, de los cuales alanceó a muchos, mostrando tanta valentía, que ya sería bajarlo de quilates traer a colación lo que dijimos de Tideo y Aristómenes. Tras lo cual, se retiraron al fuerte, de donde salió muchas veces don Alonso de Sotomayor en persona a recorrer la tierra, y, hacia otras, sus capitanes, castigando severamente a los indios". (Una vez más, el cronista ha puesto por las  nubes la valentía de Juan de la Cueva).

 

     (Imagen) El compañerismo era habitual entre los soldados españoles, y ahora lo acabamos de ver porque Juan de la Cueva (el protagonista de la imagen anterior) corrió sobre su caballo mal aparejado en ayuda de algunos que estaban en gran peligro frente a los indios. El capitán de los acosados era FRANCISCO HERNÁNDEZ DE HERRERA, y vanos a hablar de él. Había nacido el año 1550 en El Castañar de Béjar (Salamanca). Partió para las Indias el año 1574, adonde llegaron también cuatro hermanos suyos, pero con destino a México. Él pasó a Chile el año 1576, y  pronto destacó por su bravura y valentía en los constantes ataques contra los mapuches, siendo después un heroico protagonista, como Sargento Mayor de todo el ejército de Chile, en la sangrienta rebelión general que los indios llevaron a cabo los años 1599-1600, durante la cual los españoles tuvieron que abandonar varias ciudades. Orgulloso de sus actuaciones, fue a Perú para hacer una relación de sus méritos y solicitar del virrey Francisco de Toledo que le concediera alguna recompensa por ellos. Llevaba asimismo un informe de Francisco de Quiñones, el nuevo gobernador de Chile, bajo cuyo mando estuvo en varias batallas. Sus palabras, abreviadas, fueron las siguientes: "El Capitán Francisco Hernández de Herrera, Sargento Mayor de Chile, hace más de veinticinco años que llegó, y ha servido a Su Majestad en la guerra contra los indios rebelados con gran gasto de su hacienda, arriesgando su persona en ocasiones de mucha consideración, con gran brillo particular, sustentando a su mesa en tiempo de la mayor necesidad a muchos soldados a su costa, sin que la Hacienda Real lo haya remunerado, y me consta que es una de las personas más antiguas y con más eficacia y experiencia en la guerra que aún continúa, permaneciendo él en mi ejército luchando contra los dichos indios, con particular celo, como Sargento Mayor, cargo de mucha importancia y trabajo en estos tiempos de tanta calamidad". Con los apoyos que tenía, logró que le concedieran unas productivas encomiendas de indios en Catapilco y Quillota. Pero, con el tiempo, a pesar de que fray Antonio de Mendoza, prior del convento de este último lugar, dijo de él que “era hombre de buen trato, buen cristiano y estimado en todo el Reino”, tuvieron problemas, él y su familia, con otros vecinos que exigían la rectificación del deslinde de las parcelas. Y, cosa poco frecuente entre conquistadores, FRANCISCO HERNÁNDEZ DE HERRERA fue también un hábil agricultor dedicado al cultivo del cáñamo. Murió hacia el año 1625 en San Martín del Valle de Quillota (señalado en la imagen).




viernes, 18 de febrero de 2022

(1650) También el Gobernador Sotomayor, harto de la pesadilla de los mapuches, se endureció con ellos. Aparece nuevamente un mulato como cacique de indios, y fue tumbado de un arcabuzazo. JUAN DE LA CUEVA, un heroico soldado raso.

 

     (1250) Las batallas contra los mapuches seguían sin cesar, y el gobernador Alonso de Sotomayor, harto de su insufrible rebeldía, centraba toda su estrategia en someterlos por la fuerza, renunciando ya a todo tipo de diplomacia. Iba recorriendo con trescientos soldados el extenso territorio, llegando a Purén, Mareguano, Guadaba, Licura, Tucapel, Arauco y Andalicán, y dice el cronista que "haciendo graves castigos en los indios de aquellos lugares". Por lo que es de suponer que se trataba de daños corporales y, casi con seguridad, de una gran cantidad de ejecuciones. Y continúa diciendo: "Finalmente, llegó el gobernador a una loma donde  estaban los enemigos encastillados en un fuerte. Para desbaratarlo, se adelantó el sargento mayor Alonso García Ramón y puso a su gente en orden llevando él la retaguardia. Tuvo una gran refriega con los indios desbaratándolos en breve tiempo, aunque salieron algunos de los nuestros heridos, y en particular el capitán don Juan Rodolfo, que estuvo a punto de muerte. (Valga comentar que se trataba de Juan Rodolfo Lisperguer, de quien he visto en el testamento de la siniestra Catalina de los Ríos Lisperguer, llamada La Maltrana, que era su primo, y ambos, nietos del excepcional alemán Pedro Lisperguer, al cual, así como a La Maltrana, ya les dediqué sendas reseñas). En esta batalla quedó preso el general de los indios, que era un mestizo llamado Diego Díaz, hombre facineroso y confederado con un mulato que capitaneaba otra gran cuadrilla de forajidos, del cual dio noticia en su confesión este mestizo (sin duda, bajo tortura). Y deseando el sargento mayor Alonso García Ramón apresar al mulato, fue a buscarle a donde el mestizo le dijo que estaba, y llegó a verse con él desde lejos, aunque no pudo prenderle, porque, viendo él a los españoles, se arrojó en el río Biobío y escapó de sus manos".

     Hemos visto varias veces que había mulatos y mestizos luchando junto a los mapuches, e incluso como dirigentes. El mulato huido logró formar un ejército de seis mil indios, y preparó un ataque contra el campamento de los españoles. Para saber cuáles eran los accesos más vulnerables, utilizó a un muchacho indio que había servido a los españoles. El chaval se presentó ante ellos, fingió haber escapado de los indios, y corrió luego a darle al mulato la información que necesitaba: "Gracias a ese engaño, pudo llegar un grupo de los indios hasta el cuerpo de guardia, mientras los demás atacaban por otras partes el campamento sin dejar salida a los españoles. Este aprieto fue uno de los mayores que se han escrito en esta historia, por estar los nuestros tan descuidados y dormidos sin ningún recelo. Sin embargo, los nuestros salieron al instante tan despiertos como si lo estuvieran de mucho antes, y se enfrentaron a los enemigos con tanta furia de ambas partes, que hubo indio que pasó de una lanzada ambos arzones de la silla de un caballo  y los muslos del que estaba en ella. Pero, gracias a Dios, en la calle por donde entraron los contrarios estaba el sargento mayor Alonso García Ramón, el cual les impidió que ganasen el cuerpo de guardia, y también fue de gran importancia un arcabuzazo que derribó al mulato jefe de las huestes indias, con lo cual fue su ejército de retirada, siguiendo los nuestros la victoria hasta un río que estaba cerca del campamento. Los heridos nuestros no fueron pocos, pero muchos más sin comparación fueron los heridos y muertos del bando contrario, lo cual tuvo gran importancia para que  se rebajaran los bríos y el atrevimiento con los que los indios andaban muy orgullosos".

 

     (Imagen)  Nos muestra el cronista a un héroe olvidado, JUAN DE LA CUEVA, e insiste en la dureza con que se trataba a los mapuches, incluso a los sometidos. Este último detalle y la dosis cultural del texto, hace pensar que el verdadero autor sea el jesuita Bernardo de Escobar: "Les preocupó mucho a los indios que el  gobernador estuviera fabricando dos fuertes en las riberas del río Biobío, teniendo por cierto que habían de ser como esclavos de los españoles. Y no les faltaba razón, pues además de otros trabajos intolerables que padecen sirviendo a los españoles, bastaban para apurarlos del todo lo sufrimientos que padecen ayudándolos a mantener la guerra. Porque, aunque se tratara solamente de llevar las cargas que les echan en las espaldas, resulta un trabajo muy penoso por ser tan frecuente y sin remuneración alguna. Tanto es así, que un indio de Arauco a quien los españoles ocupaban haciéndole llevar en una yegua suya muchas cargas, mató a la yegua para que lo dejasen en paz los que, con la excusa de aquella acémila, le obligaban a que él lo fuese también. Por esta causa, procuraron estos indios de Millapoa que se impidiese la construcción de la fortaleza. Y, para esto, se pusieron en emboscada junto al río donde les pareció que habían de desembarcar los españoles que venían de la orilla donde se había edificado el primer fuerte. Tuvo el gobernador sospecha de esto, y, viéndole deseoso de saber la verdad, un soldado valerosísimo, llamado Juan de la Cueva, se ofreció a pasar el río Biobío a nado (el más largo y caudaloso de Chile), para enterarse de lo que pasaba. Tomando una pica en la mano, pasó el río de banda a banda y descubrió a los enemigos emboscados, los cuales, más con deseo de que no volviese a dar aviso que de quitarle la vida, salieron todos a él con mano armada. Mas era tanto su valor y coraje, que peleó con todos ellos y anduvo en la refriega algún rato, ganando o mereciendo ganar más nombre que Tideo, hijo de Anco, rey de Calidonia, el cual dando en manos de un escuadrón de tebanos que le estaban esperando emboscados para humillarlo, se enfrentó a ellos y los mató sin dejar hombre a vida; y más fama que Aristómenes Meceno, que mató trescientos lacedemonios sin haber hombre que le hiciese huir. Y lo que es de más admiración en este trance se debe a que este soldado volvió por el mismo río, abalanzándose a él con gran destreza al mismo tiempo que estaba peleando, sin que los indios dejaran de arrojarle dardos y flechas, de cuyo peligro lo libró nuestro Señor para que diese aviso a los de su campamento, por lo cual los indios, desistiendo de su intento y esperanza, se volvieron a sus tierras".




jueves, 17 de febrero de 2022

(1649) A pesar de las batallas, los españoles fueron, con muchas dificultades, adonde decían que había oro. Era un fiasco: su única alegría fue volver vivos. El excepcional Alonso García Ramón, dio una orden muy cruel.

 

     (1249) El gobernador Alonso de Sotomayor no descansaba un momento, impulsado por las prisas de someter a los mapuches, pero la realidad no era tan sencilla: "Al cabo de algunos días, salió el gobernador de Santiago en busca de su ejército, que andaba corriendo los términos de Angol, y habiéndolo recogido, entró con él en La Imperial, donde dividió su gente para enviarla por dos partes. A una fue el coronel (su hermano Luis de Sotomayor), a la provincia de Ranco y Lliben, y, a la la otra, el mismo gobernador para dar por las espaldas de estas dos provincias, llevando consigo al capitán Rafael Portocarrero, por ser persona de mucho valor y experiencia en las cosas de esta tierra. Estaba en el camino una fortaleza donde se habían encastillado los enemigos, la cual fue acometida por los nuestros. Pero era tan inexpugnable, que se hubieron de retirar con pérdida de un soldado, yendo después los indios tras ellos, cuyo ímpetu iba deteniendo don Bartolomé Morejón desde la retaguardia".

     A pesar de los continuos y grandes peligros, también en Chile había una auténtica 'fiebre del oro': "Nunca ocurrió en Chile que, habiéndose descubierto minerales, no acudiesen al lugar los españoles, por más dificultades que encontrasen, y por más encendida que anduviese la guerra en otras partes. Sirva de ejemplo algo sucedido cuando la guerra no aflojaba lo más mínimo. Corriéndose la voz de que se habían hallado minas de oro muy prometedoras , le encargó el gobernador esta ocupación a la persona más valiosa en la milicia, que fue el maestre de campo Lorenzo Bernal de Mercado, enviándole a esta labor con doscientos hombres bien armados porque los caminos eran peligrosos. Anduvieron algunos días entre innumerables dificultades, tanto de asaltos de enemigos, como de la extraordinaria escabrosidad de los caminos, pues sucedía que, a veces, tardaban un día en caminar media legua, ya que tenían que avanzar  a fuerza de hachas. Y, aunque pasaron todos estos infortunios y otros mayores caminando descalzos y perdiendo muchos caballos que se despeñaban en los riscos, todo se les hizo fácil pensando en la gran prosperidad de las minas. Pero, en lugar de oro, lo que hallaron fue muchos indios de guerra, con los cuales tuvieron una sangrienta refriega, sobre todo el capitán Juan de Campo, que llevaba la retaguardia. Los españoles salieron de este conflicto dejando desbaratados a los enemigos, y se volvieron por donde habían ido".

     Sin embargo, no estaban aún a salvo, porque había otros indios al acecho cerrándoles el único y estrecho paso que tenían, y se sintieron tan apurados, que hasta el prestigioso Bernal temió un desastre: "En esta coyuntura, se vieron los nuestros en tan grande aflicción que tuvieron por admirable refugio un peñasco que allí estaba, donde se arrimaron todos a esperar la muerte si no intervenía algún auxilio del cielo. Viendo esto los cristianos que estaban en la parte superior de la sierra, aventuraron sus vidas arrojándose entre los contrarios, sin reparar en la ventaja que los indios tenían, y, dando en ellos con toda furia, se encendió una brava pelea, en la que se derramó mucha sangre de ambas partes, poniéndose finalmente los indios en huida. Al ver  los indios que les habían tomado lo alto de aquel puesto, dejaron a los nuestros libres,  pero tan carentes de cosa alguna, que ni ni siquiera trajeron a sus casas un gramo de oro. Este fue el único resultado bueno de esta expedición, después de haber pasado aguaceros, nieves, hambres y asperezas".

 

     (Imagen) ALONSO GARCÍA RAMÓN tuvo gran valía como militar, con un currículo impresionante, aunque ahora  lo veremos en una actuación verdaderamente brutal, algo frecuente en el toma y daca con los mapuches, que eran una pesadilla horrenda.  Hablemos primero de su biografía. Nació en Valdemorillo (Cuenca) en 1552. Siendo casi un adolescente, peleó contra los musulmanes rebelados en Granada el año 1568. Estuvo bajo el mando de Juan de Austria en las guerras europeas, incluida la batalla de Lepanto (año 1571). También luchó en Flandes, brillando por su valentía (al precio de varias heridas) en la toma de Maestricht. Llegó a Chile junto al nuevo gobernador, Alonso de Sotomayor, el año 1583, quien estimaba mucho sus valores militares, bien probados también después, como cuando consiguió una victoria (que se hizo famosa) contra los mapuches matando en duelo personal, a caballo y con lanza, al cacique Cadeguala. Al ser sustituido como gobernador Alonso de Sotomayor, se fue García Ramón a Perú, prestando allí muy buenos servicios, justamente valorados por el virrey García Hurtado de Mendoza. Dando otro gran paso, García Ramón fue nombrado gobernador de Chile el año 1600. Donde, al llegar, comprobó que era necesario formar un poderoso ejército para evitar un desastre general, y, tras conseguirlo, se vio enredado en constantes enfrentamientos con los mapuches. La imagen (en la que vemos también su firma) corresponde a un informe que le envió entonces a Felipe II, relativo a esa penosa situación. Fue sustituido en 1601, pero volvió a ser gobernador el año 1605. La batalla a la que he hecho referencia al principio de esta reseña, y en la que tuvo un comportamiento brutal Alonso García Ramón, ocurrió el año 1584. El cronista lo cuenta así: "Juntó don Alonso de Sotomayor cuatrocientos hombres de pelea, y, por hacer muchos años que no entraba un español en Chipimo, donde los indios eran muchos y muy belicosos, envió al sargento mayor Alonso García Ramón con orden de que no dejase con vida a ninguno de cuantos pudiese tener en sus manos. Y se dio tan buena maña, que cogió a los mapuches descuidados y dio contra ellos con toda su furia, sin perdonar niño ni mujer que topase, para atemorizar a los demás con tan áspero castigo, y habiendo matado hasta doscientas personas, se volvió a la ciudad de Angol". ALONSO GARCÍA RAMÓN continuó como gobernador hasta 1610, año en el que murió de enfermedad. Un cronista comentó que "falleció con fama de haber sido uno de los grandes generales de su tiempo".




(1648) El nuevo gobernador hizo consultas para decidir sobre los límites que Gamboa había establecido a los impuestos de los indios. Los soldados del gobernador que faltaban por llegar sufrieron bajas, y solo la inteligencia de uno de ellos salvó a los demás.

 

     (1248) Nos muestra el cronista la preocupación que tenía Alonso de Sotomayor acerca de los límites que había establecido el gobernador interino Martín Ruiz de Gamboa sobre las tasas impuestas a los indios. De manera que les ordenó a sus enviados que se ocuparan de ello al llegar a Santiago: "Entre otras cosas que les encargó fue la más principal lo que tocaba al  control sobre la tasa puesto por el mariscal Gamboa, porque había provocado un gran malestar en Santiago, que resultó muy perjudicial para todo el territorio de Chile. Las autoridades se habían juntado en ausencia del mariscal Gamboa, que estaba en Chillán, y pidieron pareceres a los principales letrados de la ciudad, y en particular a fray Cristóbal de Ravaneda, provincial de los franciscanos, el cual dio el suyo por escrito, inclinándose a que no hubiese reducción del impuesto".

     Aunque ese fuera el criterio general de los españoles, la última palabra la iba a tener el gobernador Alonso de Sotomayor: "Llegado el mes de septiembre, entró el nuevo gobernador en la ciudad de Santiago el día 1919. Fue recibido con gran aplauso de todo el pueblo, llevándole el caballo de rienda por la plaza el corregidor, que a la sazón era el maestre de campo Lorenzo Bernal de Mercado. Y luego se dio principio a las fiestas guardando parte de ellas para cuando llegase el resto de la tropa, que venía con don Luis de Sotomayor (hermano de Alonso)".

     Pero los que faltaban tardaron mucho en llegar debido a un incidente atroz que veremos en la imagen: "Queriendo el gobernador dar principio a las cosas de su oficio, mandó preparar a la gente para la guerra, y, asimismo,  envió al capitán Pedro Lisperguer a la ciudad de Lima, del Perú, para que diese cuenta a los oidores de aquella Audiencia, que gobernaban por muerte del virrey don Martín Enríquez de Almansa, de la venida de esta gente y del mismo gobernador, y también para que determinasen lo que pareciese más conveniente acerca del límite de la tasa que había puesto el mariscal Martín Ruiz de Gamboa, llevando para ello los pareceres que se habían manifestado. Estaban las cosas de la guerra tan necesitadas de atención, que no dieron lugar a que los soldados recién venidos descansasen muchos días, ni el gobernador lo permitió. Y, para que comenzasen pronto a marchar los soldados, confirmó en el oficio de coronel a don Luis de Sotomayor, su hermano, a Francisco del Campo lo nombró maestre de campo, a don Alonso González de Medina alférez general, y, capitanes, a don Bartolomé Morejón y algunos otros que ya lo habían sido en las tierras de Chile".

     También se ocupó en nombrar corregidores para todas las ciudades. Le entregó a su hermano, Luis de Sotomayor, en quien tenía una total confianza, los soldados con que contaba, que eran entonces doscientos cincuenta. Partió la tropa, y, habiendo pasado por Concepción, Chillán y Angol, tuvieron una dura batalla con los indios, de los cuales murieron muchos, y solamente un español: "Y quiso Dios que, habiendo llegado al mismo sitio durante la refriega doce hombres que venían de La Imperial acompañando a unas señoras principales, pudieron ayudar a los suyos y fueron ayudados por ellos sin detrimento de las mujeres, pues, de haberse presentado un poco antes o después, sin duda habrían caído en manos de los adversarios. Se hallaron en este lance con su nuevo cargo de capitanes, además de los mencionados anteriormente, Tiburcio de Heredia y Francisco de Palacios".

 

     (Imagen) Estaba previsto que, tras el gobernador, llegaran a Santiago las tropas rezagadas (en la imagen vemos el recorrido, de unos 1.400 km). Pero lo hicieron con retraso tras sufrir un terrible percance, que no fue más desastroso por la inteligencia práctica de un soldado. Oigamos al cronista: "Tuvieron durante el viaje innumerables dificultades por lo escabroso del camino y el hambre insoportable, la cual llegó a tal extremo, que comían las abarcas poniéndolas al fuego para que se ablandasen algo. Entre otros peligros, tuvieron uno muy penoso. Cuando llegaron al río Tucumán, entraron por una larguísima zona llena de una especie de paja que era muy espesa y alcanzaba la altura de un hombre. Estaban en ella algunos indios mal intencionados, los cuales provocaron un incendio al ver pasar a los españoles, con el fin de que los alcanzase y los quemase a todos, ya que no había lugar en el que refugiarse. Sin darse cuenta de esta coyuntura, iban  caminando dos grupos de soldados, de suerte que, en breve tiempo, alcanzó por detrás el fuego a los últimos, los cuales, viendo que el aire les acercaba el fuego y era más ligero que sus pies, dieron la vuelta hacia el mismo fuego y lo atravesaron hasta donde ya no había sino ceniza, aunque no acababa de apagarse del todo. Y, por más diligencia que hicieron en taparse los rostros y correr aprisa, quedaron tan lastimados, que aquella noche murieron cinco de ellos, y después fueron muriendo poco a poco otros siete, quedando los demás desollados, sin recuperar su salud durante muchos días. Y como el fuego corría con tanta velocidad, llegó brevemente muy cerca de los que iban delante, los cuales, viendo que habían de ser pronto alcanzados, consultaron lo que se podía hacer en tan manifiesto peligro. Sin duda lo habrían pasado tan mal como los otros, si no fuera por el ingenio de un soldado a quien inspiró Nuestro Señor que encendiese fuego, como lo hizo, con la mecha del arcabuz en el mismo sitio en que se encontraban, de suerte que el viento que les seguía por las espaldas llevó las llamas hacia adelante, yéndose ellos poco a poco tras ellas y pasando por las cenizas que dejaban. De modo que, cuando llegó el fuego que les venía dando alcance por detrás, no halló paja en que prender por haberse ya quemado con el incendio que ellos pusieron. Cesó allí el fuego sin poder avanzar más, quedando la gente libre de este enemigo al dejar correr la llama que iba adelante, pues ya no podía perjudicarlos. Por estas dificultades, llegaron casi destrozados a la ciudad de Santiago, donde fueron bien acogidos, y después se realizaron las fiestas que estaban preparadas para cuando ellos llegasen".





miércoles, 16 de febrero de 2022

(1647) El nuevo gobernador de Chile, Alonso de Sotomayor, quiso seguir una ruta más corta para llegar a su destino, pero el viaje fue espantoso. Indios caníbales mataron a 20 de sus hombres. Veamos una pequeña reseña de su extraordinaria biografía.

 

     (1247) De manera que entonces cesó como gobernador interino el gran Martín Ruiz de Gamboa, y el cronista nos repite por qué fue tan injustamente juzgado por la gente: "Habiendo pasado tres años después de la muerte de Rodrigo de Quiroga sin gobernador propietario, proveyó su majestad en este oficio a don Alonso de Sotomayor, caballero del Hábito de Santiago, persona muy calificada y de larga experiencia en cosas de guerra por haberse hallado en las alteraciones de Flandes y en algunos lugares de Italia, donde había servido a Su Majestad con mucho éxito. El cual, con deseo de entrar con buen pie, procuró traer consigo lo que era más necesario para este reino, que era gente de guerra para ayuda de la que estaba en ella muy cansada.  Para esto alistó a soldados nombrando  sargento mayor a Francisco del Campo, soldado viejo de Flandes, y capitanes a Alonso García Ramón y a Francisco de Cuevas".

     Inexplicablemente, Alonso de Sotomayor, quiso evitar la ruta habitual para llegar a Chile, por ser muy larga, ya que pasaba por Panamá, donde había que atravesar por tierra el estrecho, y seguir después por la costa de Perú. Prefirió aventurarse por la vía directa del Estrecho de Magallanes, pero tuvo que cambiar de idea, ya que se les venía encima un temporal que hacía muy arriesgado intentar el paso: "Mudó de parecer y se fue por el gran río de la Plata navegando hacia el puerto de Buenos Aires, y, antes de llegar, descubrieron una isla llamada San Miguel, a la que envió el gobernador al capitán Francisco de Cuevas con sesenta hombres para descubrir lo que en ella había. Los indios de esta isla eran astutos y conocían a los españoles, porque antiguamente habían matado a doscientos. Queriendo hacer lo mismo, se escondieron todos, de modo que los cristianos creyeron que la isla estaba tranquila, y, sin ningún temor,  fueron algunos a una laguna donde había tantos peces que los cogían fácilmente con alfileres encorvados a modo de anzuelos.  Los indios apresaron a los que veían solos, y los llevaron adonde pudiesen comer sus carnes, siendo veinte los que cayeron en su poder".

     Tras este desastre, los españoles siguieron su ruta, y, como uno de los navíos iba retrasado, Alonso de Sotomayor dejó en el puerto de Buenos Aires a casi todos su hombres  para que esperasen la llegada del barco: Él partió con solo ocho españoles, dejando al mando de su ejército a don Luis de Sotomayor, su hermano, y con él a Francisco del Campo con cargo de coronel, como después lo fue en Chile, y a don Bartolomé Morejón por alférez de Francisco del Campo". El viaje siguió siendo una pesadilla, y llegaron a la ciudad de Mendoza I(Argentina) en abril del año 1583. Para anunciar su próxima llegada a Martín Ruiz de Gamboa, y  adelantarle órdenes sobre el gobierno de Chile, le envió emisarios con una carta en la que ordenaba que le ayudaran en esta materia Lorenzo Bernal de Mercado, el capitán Pedro Lisperger, el capitán Barrera, el capitán Diego García de Cáceres y el capitán Ordóñez. Y, como hemos visto en la imagen anterior, una de las mayores preocupaciones del gobernador Alonso de Sotomayor era la de buscar una solución flexible en cuanto a las normas que Martín Ruiz de Gamboa había establecido sobre limitaciones que protegieran a los indios en lo referente a los tributos que tenían que pagar a sus encomenderos.

 

     (Imagen) Es el momento oportuno para hacer una reseña de la biografía del recién llegado (año 1583) nuevo gobernador de Chile, ALONSO DE SOTOMAYOR Y VALMEDIANO. Había nacido el año 1545 en Trujillo (Cáceres), de familia ilustre y emparentada con los Pizarro. Estudió en Madrid, pero el año 1563 empezó una carrera militar llena de peripecias, heroicidades y heridas, quedándole la mandíbula deteriorada por un arcabuzazo. Luchó contra turcos, holandeses y franceses, y, por su excelente hoja de servicios, el rey Felipe II le otorgó el hábito de Caballero de la Orden de Santiago. Luego, dadas las grandes alteraciones que había en Chile, lo eligió en 1581 para ser gobernador de aquellas tierras. Nos acaba de hablar el cronista de su viaje a Chile, criticando que hubiese querido llegar a través del Estrecho de Magallanes. Pero no completa las causas de que tuviera que desviarse yendo por el Río de la Plata. Dice que hubo temporales previos, pero el mayor problema se debió a que iban sus naves junto a una impresionante armada capitaneada por el irresponsable y cobarde Diego Flores de Valdés, que le hizo la vida imposible al gran Pedro de Sarmiento, por lo que Sotomayor acabó harto y cambió de rumbo. Legado a Chile, Sotomayor dejó libre a Martín Ruiz de Gamboa de todas las acusaciones que le hacían muchos encomenderos por sus normas de protección a los indios. Llevó a cabo entonces con éxito varias campañas contra los mapuches, y mandó construir fuertes a ambos lados del río Biobío para cortar las comunicaciones entre los indios. Hizo frente a los piratas ingleses, derrotando el año 1587 a Thomas Cavendish, quien perdió a diez de sus hombres. Sometió a grupos de soldados que se habían sublevado exigiendo que se les pagara un sueldo en lugar de concederles encomiendas de indios, y, ante esta situación de inestabilidad, partió  hacia  Perú con el fin de reclutar soldados de toda confianza. Pero, al llegar a Lima, se enteró de que el Rey había nombrado como nuevo gobernador de Chile a Martín García Óñez de Loyola (sobrino nieto de San Ignacio). Regresado a Chile, fue sometido al preceptivo juicio de residencia, del que salió limpio de toda culpa. Y le quedaba otra aventura: el virrey de Perú le pidió que actuara como gobernador de Panamá con el principal objetivo de eliminar el peligro de los piratas. Logró una victoria clamorosa contra el famoso Francis Drake, el cual falleció poco después, en 1596, víctima de una disentería. Curiosamente, vuelto a España, en 1604 ALONSO DE SOTOMAYOR fue nombrado de nuevo, quizá por sus éxitos, gobernador de Chile, pero no aceptó el cargo, y murió el año 1610.