lunes, 28 de febrero de 2022

(1658) Un caso extraño: de los 600 soldados que llegaban de España para ayudar a la tan necesitada Chile, se ordenó que regresaran 400 protegiendo la valiosa mercancía de un navío. El brillante militar Pedro de Cuevas fue luego un piadoso jesuita.

 

        (1258) Queda claro que los mapuches se enfurecían con extraordinaria rabia cuando los españoles se llevaban a sus mujeres e hijos: "En este tiempo era muy acosada la ciudad de Angol por un ejército de enemigos instalados en Guadaba, habiendo resultado en algunas refriegas vencidos por los españoles. Salió contra ellos el maestre de campo Alonso García Ramón con cuarenta soldados, y, atacándolos,  les cogió a sus hijos y mujeres, y apresó a algunos indios de pelea. Pero los que salieron huyendo juntaron rápidamente unos cien indios, y estos vinieron tan encarnizados para quitarles la presa, que pusieron a los españoles en gran aprieto, resultando muy maltratados y heridos.  Y se habrían perdido del todo de no intervenir el valor del maestre de campo, que animaba a sus soldados. Se opuso a toda la fuerza de los enemigos, y, aunque  lo derribaron en una barranca donde otro se habría quedado tendido, él se levantó con tantos bríos, que se revolvió sobre los indios y dio contra ellos como un león desatado o, por mejor decir, como un español colérico, de suerte que, al final, quedó la victoria de su parte".

     Recordemos que Luis de Sotomayor había sido enviado a España por su hermano, el gobernador, para llevar a Chile soldados de refuerzo. Y veremos ahora hasta qué punto preocupaba el problema de los piratas ingleses: "El año 1590 llegó a la ciudad de Panamá don Luis de Sotomayor con seiscientos soldados que traía para este reino de Chile. Pero, como se vivían tiempos revueltos por temor a los piratas ingleses que andaban por la Mar del Norte (la zona caribeña), fue necesario que cuatrocientos de ellos volviesen a España (con la falta que hacían en Chile…) protegiendo a la flota que llevaba gran cantidad de barras de plata y tejos de oro. Se hallaba entonces en Panamá don García Hurtado de Mendoza, que venía como virrey del Perú, el cual ordenó que don Luis de Sotomayor volviese a España con los soldados, encargando los otros doscientos a los capitanes don Pedro Páez Castillejo y Diego de Peñalosa Briceño, los cuales los trajeron a este reino de Chile. Con este socorro y la gente que ya tenía, el gobernador Alonso de Sotomayor entró en los estados de Arauco y Tucapel para ocuparse de la guerra. Yendo con unos ciento cincuenta hombres, el gobernador hizo un ataque nocturno sobre el campo de los enemigos, que estaban alojados en un sitio despoblado de  Angol. Hizo aquí una gran matanza, quedando con la victoria, y para poner una defensa de cara al futuro, fabricó allí cerca una fortaleza llamada de la Candelaria, y mandó despoblar las dos que él había edificado en las orillas del Biobío, por ser muy costosas y estar expuestas a grandes peligros. Además, nombró corregidor y capitán de La Imperial a don Bartolomé Morejón, el cual se dio tan buena maña y tuvo tanta ventura, que en dos años pacificó toda aquella comarca, la cual estaba muy alborotada y hacían los enemigos frecuentes apresamientos de indios que eran amigos de los españoles. Después el gobernador comenzó a marchar con él pasando por Angol, donde ya se gozaba de algún sosiego. Entonces llegó allí el coronel Francisco del Campo, que había servido mucho al rey en Valdivia, Osorno y  Villarrica, y le suplicó al gobernador que le descargase del oficio, pues estaba ya viejo y muy quebrantado de andar tantos años con las armas en la mano en Chile, después de haber servido al rey en Flandes. El gobernador le dio contento y licencia para descansar, pues lo merecían sus trabajos, y nombró en su lugar al capitán Rafael Portocarrero".

 

     (Imagen) El cronista pone por las  nubes a un joven soldado nombrado capitán: PEDRO DE CUEVAS. No habiendo hallado ningún dato biográfico suyo, hablaré primeramente de su posible pariente JUAN DE CUEVAS. Al parecer, este 'Cuevas' nació en Sahagún (León) hacia 1515. Llegó a México por el año 1536, pasó luego a Perú, donde luchó junto al gran Pedro de Valdivia, y se trasladaron después los dos a Chile. Fueron protagonistas de la fundación de Santiago, y Juan brilló en la sociedad chilena, siendo corregidor y alcalde de esta ciudad, donde murió el año 1591. Dicho lo cual, veamos lo que el cronista cuenta de PEDRO DE CUEVAS: "El gobernador don Alonso de Sotomayor nombró capitán a Pedro de Cuevas, el cual había llegado a Chile con el mismo don Alonso, teniendo solo dieciséis años y en compañía de su tío, el capitán Francisco de Cuevas. Este joven soldado había destacado en todas las ocasiones  de lucha que tuvo durante siete años, lo que mereció que, a los veintitrés de edad, fuera elegido capitán, y hasta lo podría haber sido mucho antes. Porque, además de ser muy fuerte y animoso, y el primero que se abalanzaba a los peligros, y de mucho conocimiento en cosas de guerra, era también excelente hombre de a caballo, tan destacadamente, que, cuando llegó a la ciudad de Lima y se ofrecía a actuar como jinete en el juego de cañas (un reto deportivo), acudía la gente a verle a él más que a todo el resto. Y lo mejor que hizo entre todas estas cosas, fue que, el año 1593, por particular misericordia de Dios Nuestro Señor, prefirió ser soldado de su hijo Jesucristo a ser capitán de los reyes de la tierra, y se puso bajo la bandera de este divino adalid y verdadero caudillo entrando en la Compañía de Jesús, donde ha sido soldado espiritual de tantos éxitos, que supera proporcionalmente lo que había sido en el mundo, donde había participado en todas las batallas referidas en la última parte de esta crónica, siempre con grandes alabanzas de los capitanes y señores entre los que andaba. Se pudo ver el crecimiento espiritual de este soldado en que, a pesar de que le insistieron sus superiores en que fuese sacerdote, pues tenía condiciones para ello, nunca lo pudieron conseguir, porque tuvo a mayor felicidad, y aun seguridad, en esta vida servir a Dios en oficios humildes sin exhibirse ante los ojos de los hombres. Ojalá quisiera Dios que hallara yo muchos frutos de estos en los sucesos de esta historia, pues de mejor gana los escribiría, para edificación de los lectores, que las desmesuras y desafueros que tantas veces he tenido que contar". En la imagen, Ignacio de Loyola, otro jesuita que cambió las armas por el servicio a Dios.




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