viernes, 31 de julio de 2020

(Día 1175) Gonzalo Pizarro estaba tan desesperado que pensó en dos cosas absurdas: llegar a un acuerdo con Diego Centeno, o marchar con su tropa a Chile.

     (765) Se diría que Gonzalo Pizarro veía tan difícil su supervivencia política y personal, que se había vuelto suplicante: "En aquellos días el gran tirano le envió a Diego Centeno, por medio de un criado portugués (era italiano, de Milán) de Francisco de Carvajal llamado Francisco Bosso, un escrito en el que le pedía con amorosas palabras que entrambos se juntasen con buenos conciertos y con hermandad. Diego Centeno le contestó que sí se juntaría, con la condición de que él se pusiera bajo la bandera de Su Majestad, y que, de no ser así, que le perdonase, porque procuraría apresarlo y llevarlo adonde Pedro de la Gasca. Luego le dio a Francisco Bosso muchas copias de los perdones del Rey, para que las repartiese entre los capitanes y soldados de Gonzalo Pizarro, para que todos se pusiesen al servicio de Su Majestad".

     Francisco Bosso aceptó el encargo, lo que suponía ya cierta connivencia con Diego Centeno, que, al llegar a Arequipa, debía disimular. Pero ocurrió que le salió al camino Francisco de Carvajal con diez arcabuceros, le quitó las copias, le dijo que no hablara con nadie de ellas, se las entregó a Gonzalo Pizarro y las destruyeron. Cuando hablaron a sus soldados de lo que había visto Bosso donde Diego Centeno, se inventaron, para levantar su ánimo, el cuento de que todo le iba mal a Diego Centeno, porque su tropa estaba a punto de amotinarse y abandonarle debido a que no les daba la paga que les había prometido: "Estas cosas falsas publicaban el licenciado Cepeda y Francisco de Carvajal para que no huyesen sus soldados; mas no por eso dejaron de hacerlo Francisco Bosso y Juan Vélez de Vergara, alférez de Francisco de Carvajal, con algunos otros, los cuales se hallaron después con Diego Centeno contra Gonzalo Pizarro en la batalla de Huarina".

     Se iba a poner en movimiento Gonzalo Pizarro con toda su tropa, pero temían que Diego Centeno los cercara por el camino. Necesitaban seguir una ruta segura: "Sabían que todas las tierras estaban alzadas contra ellos, y en la mar tenía el presidente La Gasca una buena flota de navíos con mucha gente armada. Además sus hombres iban mermando por las huidas que hacían, hasta el punto que, del poderoso ejército que había salido de Lima, no había en su campamento más que quinientos veinticinco, contando con los que trajo Juan de Acosta, desconociendo cuántos de estos permanecerían leales".

     La primera idea que tuvieron Gonzalo y sus capitanes resulta sorprendente: "Después de muchas pláticas, decidieron irse todos a Chile, o más adelante, a tierras donde los españoles no hubiesen estado, para conquistarlas y vivir en ellas, pues en el Perú no les dejaban estar en paz. Pero vieron que no iban a encontrar un camino seguro para hacerlo, ya que habrían de pasar por donde estaba el ejército de Diego Centeno, sin poder evitar el enfrentamiento y con gran riesgo de ser derrotados". Además, ir hacia Chile era una idea desesperada de corto alcance práctico, porque todas las Indias eran del Emperador, y dondequiera que se estableciesen, más pronto o más tarde serían alcanzados por su largo brazo armado. No solo se vendrían abajo todos los sueños de Gonzalo Pizarro y sus hombres, sino que quedarían en el mayor desamparo, peor que el de Robinson Crusoe en su isla, porque serían perseguidos y atacados sin piedad.

 

     (Imagen) FRANCISCO BOSSO VISCONTI era un italiano milanés de la máxima confianza de Francisco de Carvajal, puesto que lo tenía como su criado personal. Algunos cronistas lo consideraron portugués, quizá porque lo fuera su mujer, la extraordinaria y valiente Juana da Leyton (ya la vimos en acción), quien, a su vez, estaba al servicio de Catalina de Leyton, también portuguesa. Resulta casi cómico que el marido de esta, el terrible Francisco de Carvajal, quisiera mucho a las dos, y las respetara delicadamente. Francisco Bosso y Juana de Leyton se casaron el año 1556, y en España, pero, probablemente, tras largo tiempo como amantes, ya que servían juntos a Carvajal y a su mujer. Pedro de la Gasca mencionó en un informe (como contó Santa Clara) que Francisco Bosso fue adonde Diego Centeno con una absurda propuesta de Gonzalo Pizarro para que cambiara de bando. Y La Gasca añade un comentario que echa por tierra la defensa que Inca Garcilaso hacía de su padre, como si fuera ajeno a los intereses de Gonzalo Pizarro. Asegura La Gasca que Garcilaso (padre) se ofrecía como garante a Centeno de que Gonzalo respetaría el mencionado trato; y añade: "Según lo que yo creo, y todos de él creen, Garcilaso está con Gonzalo Pizarro a más no poder". Francisco de Carvajal le indica en una carta a Gonzalo Pizarro que Francisco de Bosso le prestó un caballo a María de Cárdenas para que fuera adonde su marido, Hernando de Silva, a decirle que volviera para pedirle a Gonzalo Pizarro que le perdonara la vida. Luego le comunica a Gonzalo que Bosso ya ha salido para llevarle el recado a Diego Centeno.  La carta, que es del 15 de agosto de 1547, impresiona porque, tan solo 25 días después, tuvo lugar la batalla de HUARINA, en la que, milagrosamente y gracias a una genial maniobra de Carvajal, consiguieron la victoria. Hernando Bachicao, dando por segura la derrota, huyó. Luego volvió, y le cortaron la cabeza. Diego Centeno y muchos de los derrotados, entre ellos FRANCISCO BOSSO, que acababa de cambiar de bando, pudieron huir. Ese triunfo fue para Gonzalo Pizarro su canto del cisne, porque, en el siguiente enfrentamiento, lo derrotaron y ejecutaron.



jueves, 30 de julio de 2020

(Día 1174) En su larga cabalgada, Juan de Acosta tuvo varios atentados, y se le huyeron la mitad de sus soldados, pero llegó a Arequipa y fue bien recibido por Gonzalo Pizarro.

     (764) Contra viento y marea, Juan de Acosta siguió hacia su destino: "Yendo de esta manera, con tantas zozobras y muchos recelos, llegó a la ciudad del Cuzco, y no salió nadie a recibirlo, porque muchos de los vecinos estaban con Diego Centeno, otros habían ido a sus encomiendas de indios y otros se habían escondido. Ya en la ciudad, le quiso matar el capitán Diego Gumiel el Mozo, y no pudiendo hacerlo, se fue con más de veinte soldados a la ciudad de Lima para servir a Su Majestad.  Juan de Acosta salió de la ciudad por temer que algún grupo de gente pudiera ir contra su campamento y lo desbaratase. Estando ya a cuatro leguas del Cuzco, hacia media noche, el capitán Martín de Almendras cabalgó en su caballo con treinta jinetes y fue adonde Juan de Acosta estaba aposentado, para matarlo. Los centinelas lo percibieron, creyeron que eran vecinos del Cuzco, y dieron la alarma, de manera que no tuvo efecto lo que Martin de Almendras tanto deseaba hacer para servir a Su Majestad, por lo que se dirigió a la ciudad del Cuzco, y allí alzó bandera en nombre del Rey y llamamiento de gente, con el fin de perseguir a Juan de Acosta para prenderlo o matarlo, pero no consiguió lo que quiso porque los vecinos andaban repartidos por varias partes. Tiempo después, Martín de Almendras se fue para servir a Pedro de la Gasca".

     Poco le faltaba a Juan de Acosta para terminar su larga y accidentada ruta. A pesar del triste balance del viaje, con tantos hombres huidos (se le acababan de escapar otros doce), y algunos ejecutados, Juan de Acosta llegó, por fin, a Arequipa. Se adelantaron a recibirle Gonzalo Pizarro, sus capitanes y sus soldados, formando todos en dos filas, haciendo calle para que entraran los recién venidos ruidosamente aclamados. Cuando estuvieron cara a cara, Gonzalo no quiso que Juan de Acosta se apeara del caballo, sino que se abrazaron desde sus monturas, y la tropa, con aquella pretensión absurda de considerarse dentro de la legalidad, gritaban "¡viva el Rey, viva Gonzalo Pizarro y mueran los traidores!". Le dieron personalmente la bienvenida los principales hombres de la tropa, sin que faltaran los inevitables Cepeda, el licenciado, y Francisco de Carvajal, perejiles de todas las salsas.

     Pero la verdadera procesión iba por dentro del alma de Juan de Acosta: "Juan de Acosta, cuando llegó a la ciudad de Arequipa, parecía un navío que ha estado en una gran tormenta y escapado de ella, que llega al muerto con las entenas y los mástiles quebrados, y con las jarcias cortadas. Pues, de trescientos hombres que sacó de la ciudad de Lima, no le quedaron sino ciento veinte, y aun estos, si más durara la jornada, habrían huido todos, o le matarían por el camino, porque muchos deseaban hacerlo. Luego mandó Gonzalo Pizarro que Juan d Acosta fuera alojado en el mismo palacio en el que él posaba, y los soldados fueron repartidos por las casas que estaban despobladas, y lugar hubo para todos, porque, como hemos dicho, los vecinos se habían unido al ejército de diego Centeno". Hay que subrayar una cosa sorprendente: a pesar de que la situación era desesperada, la tropa d Gonzalo Pizarro, con extraordinario mérito, logrará vencer la próxima batalla, la de Huarina. No obstante, la siguiente, la de Jaquijaguana, será la tumba de los sueños y la vida de Gonzalo Pizarro y de muchos de sus incondicionales. Fueron insensatos, pero heroicos.

 

     (Imagen) A través de dos cartas podremos ver la inestabilidad social de las guerras civiles, teniendo en cuenta, además, que muchos se vieron forzados a luchar junto a Gonzalo Pizarro, pero luego, con las atractivas ofertas del exitoso Pedro de la Gasca, lo abandonaron. Las dos están escritas por acérrimos defensores de Pizarro. La primera, fechada en 9 de noviembre de 1546, se la enviaron a La Gasca, como contestación a otra suya, los vecinos de Puerto Viejo (uno de los firmantes era Francisco Flores, del que acabamos de hablar). Tiene un tono casi irónico, y rezuma desafiante soberbia. El párrafo central es este: "Besamos  a vuestra merced las manos por avisarnos de su venida, con la cual todos nos alegraremos y regocijaremos si se trata de apoyar al señor gobernador Gonzalo Pizarro para que gobierne y mande esta tierra del Perú en nombre de Su Majestad, que es lo que todos los pueblos de este reino pretenden, porque, siendo de otra manera, esta tierra se desasosegará más de lo que ha estado, y las consecuencias serían distintas de las que vuestra merced dice en su carta. Nuestro Señor le alumbre a vuestra merced sobre ello, y guarde a su muy reverenda persona". La otra carta fue escrita por varios vecinos el mismo día, 15 de abril de 1547, en el mismo lugar, Trujillo, contando el mismo suceso y al mismo destinatario, Gonzalo Pizarro, que la enviada por Francisco Flores (que ya comentamos). Se acabó la soberbia y quedó el dolor, aunque manteniendo la fidelidad a Pizarro: "Hace dos días se alzó Diego de Mora contra vuestra señoría con la mayor parte de los vecinos de esta ciudad, y publicó que se iban a servir al Rey bajo el mando de Pedro de la Gasca". Dejan constancia de que no maltrataron a ninguno de los que se negaron a acompañarlos, que fueron unos cincuenta, y le suplican a Gonzalo que no tome represalias contra estos, sino que "los considere servidores de su señoría". Diego de Mora, al marchar, le dio la vara de mando de la ciudad "a Pedro de Villanueva, el cual la tomó por miedo, pero luego la abandonó". A partir de entonces, fue alcanzando de forma acelerada mayor protagonismo DIEGO DE MORA, cuyo lugar de origen era Ciudad Real.



miércoles, 29 de julio de 2020

(Día 1173) Juan de Acosta era implacable obligando a servir a Gonzalo Pizarro, aunque los vecinos de Huamanga lograron darle esquinazo, y muchos se sus soldados se le huyeron.




     (763) Tras los ahorcamientos, la tropa de Juan de Acosta continuó su trágica marcha: "Hechas estas cosas, se fueron todos a la ciudad de San Juan de la Frontera (También llamada Huamanga, y, actualmente, Ayacucho), la cual hallaron desierta, y con todas las casas cerradas, porque sus moradores habían huido por el miedo que tenían de que Acosta los matase o los llevase consigo". De hecho, habían quedado unos pocos valientes en la ciudad, responsabilizados por la necesidad de protegerla en la medida de lo posible. Pero tomaron muchas precauciones: llevaron a sus mujeres consigo y muchas provisiones a un lugar prácticamente inexpugnable: "Juan de Acosta les envió recado con grandes amenazas, para que supieran que, si no regresaban, les quemaría la ciudad, y que iría a buscarlos con la intención de no dejar a ninguno con vida. A esto le respondieron que podía hacer lo que quisiese, pues ellos de ninguna manera negarían a Su Majestad la fidelidad que le debían". Ya estaba dispuesto Juan de Acosta a atacarlos, cuando llegó de improviso el ubicuo mercedario fray Pedro Muñoz, enviado por Gonzalo Pizarro. Ambos se alegraron mucho de verse, y Acosta dejó de lado su propósito, aunque, según Santa Clara, también se dio cuenta de que le habría sido imposible sacar de donde estaban a los resistentes vecinos, porque exigiría un cerco demasiado largo. Tras intercambiar noticias con el clérigo, "Acosta determinó ir a verse con Gonzalo Pizarro, que lo llamaba con mucha prisa".
     Así que se encaminó veloz hacia Arequipa: "Pero no sin gran menoscabo de ejército, porque se le huyeron muchos durante su estancia en Huamanga. Entre otros, Martín de Alarcón, su alférez general, Antonio de Ávila, Hernando de Alvarado, Alonso Rengel, y así, hasta más de treinta y cinco de sus hombres señalados. Cuando llegaron a Andahuaylas, huyeron el capitán Martín de Olmos, Gaspar de Toledo, García de Salcedo, Alonso Gutiérrez, Pedro Bejarano el Poeta, Francisco de Andrada y algunos más, yéndose todos a Lima". A Santa Clara le impresiona este goteo constante, y describe la pésima situación de las tropas de Gonzalo Pizarro, tomando como ejemplo lo que le ocurre ahora a Juan de Acosta: "Se iban de día y de noche, y no tenía poder para retenerlos, a pesar de que los amenazaba terriblemente de muerte. Enviaba a muchos soldados en los que tenía gran confianza en busca de los huidos, y muchos se escapaban con ellos. Los presos que algunos traían, eran ahorcados sin ser oídos y sin poder confesarse. Esta era una crueldad muy usada en estos reinos de Perú, pues se mataba y hacía cuartos a los hombres sin justicia ni razón, como si fueran carneros, y lo peor de todo era que los ahorcaban sin confesión, muriendo tristes y desventurados; que Dios y Su Majestad lo remedien, porque pueden hacerlo".
     Una y otra vez aparece en las crónicas el horror a morir sin confesión. Aquellos duros y empecatados conquistadores tenían una profunda fe cristiana, creyendo firmemente que una vida entera llena de pecados quedaría limpia con una confesión antes del último suspiro (¡qué cosas oirían sus confesores!). De ahí la cínica frase: 'Dame, Señor, una feliz vida llena de pecados, y un segundo de arrepentimiento en mi última hora". No podía haber más sadismo que privarle a uno de esa posibilidad, y el que lo hacía confiaba en tener mejor suerte, confesarse a tiempo y quedar limpio de toda culpa, incluso de esa. Un caso extremo de irracionalidad.

     (Imagen) Le dediqué anteriormente dos reseñas a GABRIEL DE ROJAS Y CÓRDOVA, pero nos acaba de aparecer abandonando, junto al licenciado Benito Suárez de Carvajal y otros, a Gonzalo Pizarro, para ir a Lima y ponerse al servicio de las tropas del Rey. Era un superveterano (estuvo ya con el cruel Pedrarias Dávila en Nicaragua) y hombre muy respetado por todo el mundo. Trató, cuanto pudo, de evitar la participación en las guerras civiles. En los archivos epistolares que Pedro de la Gasca guardaba, aparecen datos muy interesantes sobre Gabriel de Rojas, que nos sirven también para corregir errores sobre sus andanzas. En una carta de Gonzalo Pizarro, que es impresionante porque se la envió a Francisco de Espinosa la víspera de su derrota definitiva, menciona a Gabriel de Rojas: "Los enemigos me hacen reír, porque no se atreverán a pelear sabiendo lo que les aconteció en Huarina (última victoria de Gonzalo). Los más famosos capitanes que traen son Gabriel de Rojas, Salazar el corcovado, Diego Maldonado y Juan Julio de Ojeda". En otra, el propio La Gasca comenta que Gabriel de Rojas se encargaba de la artillería con tanta habilidad, que provocó que muchos abandonaran a Pizarro. Aunque algunos historiadores opinaron que la sensatez de Gabriel de Rojas en sus cambios de bando eran fruto de la deslealtad, Pedro de la Gasca lo apreciaba sin medida. Muerto ya Gonzalo Pizarro, lo puso al mando de la ciudad de Potosí y de sus minas. Más tarde, La Gasca le envió un escrito al Rey en el que ensalzaba las virtudes de GABRIEL DE ROJAS, y daba un dato que deja fuera de lugar la fecha que se atribuye a su muerte y la manera como ocurrió. Con respecto a su fallecimiento, se suele decir que fue debido a un flechazo de los indios, pero ese fue el caso de Diego de Rojas, con el que se le confunde. Dice Pedro de la Gasca: "Me han comunicado que el diecisiete de diciembre del pasado año (1548) había fallecido el capitán Gabriel de Rojas de un dolor de costado (con unos 68 años), lo que me ha dado mucha pena, porque era el más entero vasallo de Su Majestad que he conocido en estas tierras, del cual en gran manera me he servido y pensaba servirme mientras aquí yo estuviera. Vivió como cristiano y me dicen que como tal murió, por lo que Dios lo tendrá en su gloria".


martes, 28 de julio de 2020

(Día 1172) Tanto a Gonzalo Pizarro como a Juan de Acosta quisieron matarlos, inútilmente, sus propios hombres. Gonzalo Pizarro decía que no le importaban las deserciones, porque volvería a vencer.


     (762) Tras el atormentado viaje por la sierra, llegó Juan de Acosta a la zona de Jauja: "Allí Juan Páez de Sotomayor, su maestre de campo, lo quiso matar una noche con ayuda de algunos amigos, pero como le protegía su guardia personal, y, para no ser descubierto, pues le costaría la vida, huyó con treinta soldados, y se fueron a la ciudad de Lima, para servir a Su Majestad". Seguían, pues las deserciones. Para mayor complicación, alguien corrió el falso rumor de que el licenciado Cepeda y Francisco de Carvajal habían matado a Gonzalo Pizarro. Indica Santa Clara que no le extrañaba aquella riada de deserciones. Además, el carácter riguroso de Juan de Acosta atemorizaba a sus soldados: "Le veían reír y decir muchas veces que Gonzalo Pizarro tenía el alma de cántaro (o sea, frágil), pues no ahorcaba a todos aquellos que perjudicaban, pues lo podía hacer sin dar cuenta a nadie". No estaría Acosta de acuerdo con esa actitud de Gonzalo, pero, como hemos visto, quizá nadie llegó a apreciarle tanto como él, hasta el punto de ser uno de los pocos que se mantuvieron a su lado a la hora de la verdad, la de la derrota y la muerte.
     También Santa Clara manifiesta que Gonzalo Pizarro no le daba a los abandonos la importancia que tenían: "Por estas cosas y otras que los soldados oían adivinaban que todo iría de mal en peor, y también por saber que al gran tirano le  disminuían las fuerzas, pues los que habían sido sus íntimos amigos se iban a servir a Su Majestad. De día y de noche se menoscababa su gente, y aun así lo disimulaba todo en lugar de bramar y tomar de ello gran enojo. Se reía y decía de cuando en cuando que no le importaba que se fueran los bellacos y traidores, que eran de pocos ánimos, y lucharían los buenos que se quedasen con él, y así, los huidos verían a Gonzalo Pizarro, andando el tiempo, otra vez hecho señor de toda la tierra del Perú, y de esta manera decía otras muchas cosas de gran vanidad y locura". Lo que parecía haber, más bien, en el fondo del alma de Gonzalo Pizarro era una decisión de vencer o morir. Y diríamos lo mismo de Francisco de Carvajal.
     En medio de esas inquietudes, la tropa de Juan de Acosta seguía en marcha, y llegaron a la cueva de Pucará (a 320 km de Arequipa, que es adonde se dirigían), a la que Santa Clara le da una descripción tan precisa, que sin duda la vio con sus propios ojos. Dice que en ella cabían holgadamente ciento cincuenta hombres a caballo, siendo de gran altura, y tenía a su lado otras cuevas adyacentes: "Es muy alta y de peña viva, y, asimismo, junto a ella hay mucha cantidad de peñas y piedras que la naturaleza puso allí desde que se formó el mundo, donde se podría haber hecho una fortaleza inexpugnable. En estas cuevas se alojó Juan de Acosta con toda su gente, y le quisieron matar sus soldados una madrugada, pero él se libró porque andaba ya levantado con algunos de sus queridos amigos, y estaba armado, ya que de día y de noche andaba así y acompañado de doce arcabuceros, debido a que temía que lo mataran si lo encontraban descuidado. De allí partió Juan de Acosta muy inquieto desde que supo que habían querido matarlo aquella madrugada. Mandó prender a tres de los implicados, a los cuales ahorcaron sin confesión, y los demás tuvieron tiempo de huir". Está claro que el ambiente de sospechas en las tropas de Gonzalo Pizarro y de sus capitanes era irrespirable.

     (imagen) Ya sabemos que Diego de Mora, que estaba al mando en Trujillo como representante de Gonzalo Pizarro, huyó con varios vecinos de la ciudad para incorporarse a los navíos que Pedro de la Gasca había enviado hacia Lima. No mucho antes, el fanático mercedario fray Pedro Muñoz le había escrito a Gonzalo poniendo por las nubes la valía de Diego de Mora y su lealtad inquebrantable. Después de hacer Diego su espantada, un vecino de Trujillo, FRANCISCO FLORES, se lo comunicaba por correo dramáticamente a Gonzalo Pizarro el día 15 de abril de 1547. Cuenta que Diego de Mora estaba ya preparado para huir con mucha gente armada: "Entonces salió de su casa y me rogó que fuera con ellos para unirme a la armada de Pedro de la Gasca, pues se la habían entregado Hinojosa y Alonso Palomino. Yo quedé tan fuera de juicio, que no le pude responder, y él se marchó, pero entonces vinieron Rodrigo de Paz y otros para convencerme, por lo cual Dios es testigo de lo que mi ánimo sintió al ver el pago que a vuestra señoría le daban". Cita los nombres de varios de los 'traidores': Diego de Mora, su hermano Marcos Escobar, Diego de la Vega, Rodrigo de Paz, Blas Atienza de Valderrama, Andrés Chacón, el bachiller Pedro Ortiz, Miguel de la Serna y Pedro de Orduña, criado de Alonso de Alvarado. Y apunta el dato de que varios habían sido fieles al virrey, lo que quiere decir que, como en el caso de Rodrigo de Paz, militaban con Gonzalo Pizarro coaccionados. Y añade: "Después nos quedamos unos sesenta vecinos, todos servidores de vuestra señoría. Yo no me quejo, porque estoy dispuesto a perecer al servicio de vuestra señoría. Los huidos han partido hoy, viernes, a media noche. Todo quedará aquí como lo dejaron hasta que vuestra señoría disponga lo que crea conveniente, porque es lo que ha de prevalecer, Dios mediante. Vuestra señoría, por amor de Dios, mire mucho por su vida, porque debajo de ella está todo el remedio de este reino de Perú". En la imagen se ve que el Rey le legitimó a Francisco una hija que tuvo con una india en Puerto Viejo. Y, ojo al dato, por no haberse bautizado la india, "no estaba obligada a matrimonio ni a religión alguna". Prueba clara de una absoluta libertad de creencia.



lunes, 27 de julio de 2020

(Día 1171) García Ramírez Arias, primer obispo de Quito, no pudo conseguir que Juan de Acosta traicionara a Gonzalo Pizarro, pero logró que lo abandonaran otros, como lo había hecho anteriormente Rodrigo de Paz Maldonado.


     (761) Como vimos, Gonzalo Pizarro, en su marcha hacia Arequipa, le envió recado a Juan de Acosta diciéndole que fuera a su encuentro para unir las dos tropas.  Y continúa diciendo Santa Clara: "Había llegado Acosta al pueblo de Guadacheri, a dieciocho leguas de Lima, y se presentó allí, yendo de paso, el muy ilustre Don García Ramírez Arias, obispo electo de la provincia de Quito (recordemos que fue el primero de aquella diócesis). El cual, con amor entrañable, le pidió a Juan de Acosta que se entregase con toda su gente al servicio de su Majestad, haciéndole ver las muy grandes mercedes que hacía el Rey a todos por medio del presidente La Gasca. Además, le dio noticia de los cuatro navíos que habían llegado al puerto de Lima y de la mucha gente que se le había huido a Gonzalo Pizarro, advirtiéndole que estaba en gran riesgo su vida, pues algún día le matarían cruelmente los suyos en el camino. Aunque Juan de Acosta ya conocía algo de lo que contó, como era contumaz y de poca sensatez, le respondió al obispo diciendo que ni por la vida ni por todo el mundo había de hacer cosa tan fea, y que no dejaría el bando de Gonzalo Pizarro, porque le había prometido servirle hasta la muerte, y, de no hacerlo, le tendrían por traidor y fementido".
     Si bien era ese el parecer de Santa Clara, no deja de resultar admirable la lealtad que mostró Juan de Acosta (quien, además, era un gran capitán) con su firmeza en aquellas guerras civiles plagadas de traidores y chaqueteros. Como vimos, fue valiente e implacable, consigo mismo y con los demás, y siempre estuvo al lado de Gonzalo, al que acompañó en la terrorífica aventura del Amazonas, y durante su placentero retiro temporal en su finca de Charcas, lo que demuestra su mutuo afecto. Y, más tarde, en la suma intimidad, porque morirán los dos ejecutados en Jaquijaguana.
     Así que era inútil intentar que lo traicionara: "Viendo el obispo la obstinación de Juan de Acosta, dejó de importunarlo más. Por otra parte, habló al capitán Martín de Olmos, al maestre de campo Luis Páez de Sotomayor y a otros, diciéndoles que fueran a servir a su Majestad, porque le debían fidelidad y vasallaje, y ellos dijeron que así lo harían, como después lo hicieron. Y después el obispo se fue a Lima". Una vez más, se comprueba que, en general, el respeto a los clérigos era muy grande, pues, de ser otro cualquiera quien conspirara de esa forma tas descarada contra Gonzalo Pizarro, y conociendo el talante de Juan de Acosta, habría terminado en la horca. Aunque tampoco es de creer que el obispo, confiado en ese privilegio, se hubiera atrevido a actuar así delante de Francisco de Carvajal, ya que, probablemente, peligraría su cabeza.  Pero los éxitos de Pedro de de la Gasca, el prestigio que iba adquiriendo y el paulatino convencimiento de los soldados de Gonzalo Pizarro sobre la insensatez de rebelarse contra el Rey, fueron aumentando las deserciones: "En este pueblo de Guadacheri huyeron muchos soldados para volver a Lima y servir a su Majestad, porque hicieron gran efecto las amonestaciones del obispo y las cartas que Lorenzo de Aldana envió a algunos hombres del ejército, de lo cual Juan de Acosta se lamentaba mucho, pero continuó su marcha. Al pasar la serranía de Pariacaca, creyeron todos que iban a perecer de frío y del mal de las alturas (el llamado 'soroche'), que produce tanto mareo que hace caer al suelo a los que son flacos de complexión, quedando allí muertos y helados si no son socorridos por los demás".

     (Imagen) Con respecto a Rodrigo de Paz hay bastantes datos confusos, incluso hay opiniones de que murió con más de cien años, algo muy poco creíble, pero, sin duda, vivió largo tiempo. Nos contó el cronista Santa Clara que le animaron a Rodrigo para que abandonara a Gonzalo Pizarro, pero no se atrevió entonces a dar el paso, aunque más tarde lo hará. Todo indica que se trataba del salmantino RODRIGO DE PAZ MALDONADO, nacido el año 1510. En la relación de méritos que presentó el año 1571 (la imagen muestra el primer folio), maquilla algunos hechos. Su aventura indiana no pudo ser más completa. Empezó sus andaduras por México, y luego estuvo bajo el mando del legendario Pedro Fernández de Lugo (un veterano gobernador de las Islas Canarias) en la conquista de la zona colombiana de Santa Marta. Después llegó a Perú para participar en las guerras civiles, pero no sin antes haber estado al servicio del gran Pedro de Alvarado en Guatemala. Dice que le fue fiel al virrey Blasco Núñez, pero oculta que luchó contra él en Iñaquito, donde le mataron. Lo más probable es que se viera obligado a seguir a Gonzalo Pizarro para conservar su propia cabeza tras haber sido apresado, pues, según cuenta, a "otros los mató y los hizo cuartos". De hecho, Pedro Hernández Paniagua le escribió a Pedro de la Gasca: "En Trujillo, Rodrigo Paz se excusó por haber estado en la batalla de Iñaquito, lo que yo interpreté como que ya no quería seguir a Gonzalo Pizarro". Veremos en la siguiente imagen que Rodrigo se pasó al bando del Rey precisamente en Trujillo. Y ahora nos explica que, ya unido a la armada de Lorenzo en Aldana, él bajó a tierra en el puerto de Lima, y, con mucho riesgo porque el campamento enemigo estaba cerca, puso en unas cañas clavadas en la arena copias de los documentos que ofrecían perdones a los arrepentidos, lo que motivó que abandonaran a Gonzalo Pizarro, subiendo a los barcos "hombres tan importantes como Francisco Delgado, Diego de Rozas, el licenciado Carvajal, Martín de Robles, Diego Maldonado, Don Pedro Portocarrero, el capitán Cáceres y otros más". Consta también que RODRIGO DE PAZ MALDONADO luchó en Jaquijaguana, donde fue derrotado y perdió la vida Gonzalo Pizarro.



sábado, 25 de julio de 2020

(Día 1170) Lorenzo de Aldana demostró en Lima su capacidad de organización, y mantuvo la calma de la ciudad en un falso rumor de que se acercaba Gonzalo Pizarro.


     (760) El prestigioso Lorenzo de Aldana siguió actuando con acierto y prudencia: "Cuando entró en Lima, fue aposentado en las casas de Diego de Agüero. Lo primero que hizo fue enviar al padre Pantaleón de Aguiar con avisos para los capitanes Diego Centeno, Alonso de Mendoza y Juan de Silveira, indicándoles que no diesen batalla a Gonzalo Pizarro si pasaba con intención de salirse del Perú". Sin perder el tiempo, dispuso lo necesario para que la ciudad estuviera bien protegida y continuó distribuyendo por numerosas poblaciones publicidad dirigida a reclutar más gente, insistiendo en que todo iba cada vez mejor para Pedro de la Gasca y la causa del Rey. Le encargó a Hernán Mejía de Guzmán ir en un galeón al encuentro de La Gasca con el encargo de que acelerara su viaje hacia Lima, "porque casi todas las ciudades y villas estaban contra Gonzalo Pizarro y al servicio de su Majestad". Mandó espías que averiguasen las intenciones de Pizarro, y también, lo que era muy arriesgado, con el fin de que animaran a sus soldados a que lo abandonaran. Incluso, encargó a unos indios que le llevaran escritos suyos a Juan de Acosta, ofreciéndoles a él y a su gente amplios perdones, lo cual era pecar de optimismo, porque, como debería saber, la fidelidad de Acosta a Gonzalo era inquebrantable, y la mantuvo hasta morir juntos en Jaquijaguana.
     Nos cuenta Santa Clara una anécdota que dejó a muchos en ridículo, pero que refleja muy bien la facilidad con la que se desataban los nervios en aquellos tiempos amenazantes, en los que todo estaba condicionado permanentemente por la anarquía, la guerra y las brutalidades: "Aconteció que, estando Pizarro en Lunaguana, se le volvió hacia Lima una perra perdiguera muy conocida de todos los vecinos, llamada Bujía, la cual, entrando por los palacios de su amo, como no lo veía, empezó a dar muy grandes aullidos, y arremetía contra los soldados que en ellos estaban. Todos creyeron que Gonzalo Pizarro volvía a la ciudad, por lo que se produjo gran confusión y alboroto. Muchos que eran de poco ánimo huyeron a esconderse en los cañaverales, y, otros, en los lugares más secretos de sus casas. Algunos de los soldados que habían escapado de Gonzalo Pizarro temieron que, si Francisco de Carvajal volvía, los había de ahorcar y hacer cuartos sin ninguna compasión. Los mercaderes enterraron sus dineros para que los tiranos no se los quitasen cuando saqueasen la ciudad. Las mujeres daban por hecho que los tiranos matarían cruelmente a sus maridos, y a ellas las forzarían sin piedad ninguna, y las llevarían consigo a diversas partes, lo que sería para ellas como estar muertas".
     El caso es que este asunto le vino al pelo a Lorenzo de Aldana para ganar puntos ante la gente por las rápidas y valientes medidas que tomó de inmediato: "Estando en esto, Lorenzo de Aldana, como buen capitán y experto guerrero, para asegurarse de si venía Gonzalo Pizarro, envió cincuenta arcabuceros con Juan Alonso Palomino hacia Pachacama. Encontraron más de veinte soldados que venían huyendo de Gonzalo Pizarro, y les dijeron que él iba, ya muy alejado, de camino hacia Arequipa. Cuando lo supieron en la ciudad de Lima todos se sosegaron. Luego Lorenzo de Aldana fue muy alabado por el gran ánimo que mostró y porque había preparado la defensa de la ciudad. Permaneció después con gran vigilancia y sin descuidarse, porque los que se confían de las apariencias perecen a manos de los prudentes, sabios y expertos guerreros".

     (Imagen) Otra prueba del aprecio mutuo que había entre Gonzalo Pizarro y FRAY PEDRO MUÑOZ (el Arcabucero) fueron las numerosas cartas que el reverendo le escribió. En ellas se ve que era prior del convento mercedario de Trujillo, y que sus frailes, como una piña, estaban a favor de la rebeldía de Gonzalo Pizarro (donó mucho dinero para su convento), de ahí que Pedro de la Gasca le pidiera al Rey que fueran sustituidos por dominicos o franciscanos. Veamos algunas frases de varias cartas de fray Pedro (año 1547): "Se abrió uno de los escritos de ese diablo de La Gasca, y vi que sus palabras son caldo de zorra, que parece frío y quema. Pero el buen Villalobos (otro próximo traidor a Gonzalo) hizo ver lo que ocultaba". Luego ensalza a Diego de Mora y dice (sin sospechar que pronto casi todo Trujillo abandonará a Pizarro): "Todos somos amigos de vuestra señoría, y solo queremos un Dios, un rey (absurda apariencia de fidelidad) y un Pizarro para descalabrar al diablo". Completamente ajeno a que Diego de Mora iba a traicionar a Gonzalo, le dice: "Grandes amigos somos Diego de Mora y yo, pues le veo tan entregado a esta causa, que le querría meter en mis entrañas. Creo como cristiano que vuestra señoría ha de quebrar la cabeza a todos los enemigos, y, cuanto más mozos, más ganancia tendrá. Esta es mi predicación de casa en casa, y cantar victoria para vuestra señoría". Le escribe a Pedro de Guillén, secretario de Gonzalo: "Estamos en el convento haciendo penitencia y rogando a Dios por la paz y la vida de nuestro amo (Gonzalo), pues, con ella, nada se puede temer". Luego, tras llamar a los leales al Rey bellacos, traidores, y fementidos, añade: "Confío en Dios que, así como el diablo los engañó, los ha de poner en las manos de vuestra señoría". Y, de paso, solicita algo: "Le pido a vuestra señoría que me envíe alguna gente y un arcabuz para mí". Sin embargo, no hay que olvidar las heroicas actuaciones de los mercedarios en España. Un ejemplo: En 1573, el mercedario FRAY LUIS DE MATIENZO (hoy en proceso de canonización), no llegándole el dinero para rescatar en Túnez a un grupo de cautivos (eran 273), pudo hacerlo quedándose él como rehén. A su vez fue rescatado, pero cuatro años después, durante los cuales permaneció cruelmente maltratado en un calabozo hediondo.



viernes, 24 de julio de 2020

(Día 1169) Mientras Gonzalo Pizarro avanzaba como alma en pena, envuelto en negros pensamientos, los vecinos de Lima recibieron entusiásticamente a Lorenzo de Aldana.


     (759) Lo que contó Francisco de Maldonado fue otro mazazo para toda la tropa. En concreto, subraya Santa Clara muy acertadamente el drama que estaba viviendo Gonzalo: "Estas noticias les pesaron en gran manera a todos los capitanes y soldados, y mucho más a Gonzalo Pizarro. Le puso en gran confusión y congoja porque vio que no había esperanza de poder cumplir lo que había prometido a los suyos, que era confederarse con Diego Centeno y dar la vuelta a Lima, por lo que se encontraba atajado por todas partes. Durante el camino pasó grandes trabajos, porque no le faltaron los que suelen suceder a los tiranos como él. Sobre todo, tenía constantemente grandes sospechas de que los suyos le habían de matar, y por esta causa iba siempre armado y traía consigo cincuenta hombres de a caballo y arcabuceros de gran confianza. Además, su tropa padeció gran necesidad por el hambre, el calor y otros intolerables trabajos que las guerras suelen acarrear. Iba muy triste, aunque solo pensaba en señorear otra vez las tierras del Perú por la fuerza. Fue tanta su ceguera y tan grande su soberbia, que no quiso oír ningún consejo que bueno fuese, sino que se hizo peor de lo que era. Según algunos, todo esto lo causaban el licenciado Cepeda y Francisco de Carvajal, que lo gobernaban todo, para mandar mientras la guerra durase. Así anduvo hasta que llegó a la ciudad de Arequipa con sus banderas tendidas, pero nadie le salió a recibir, porque los vecinos estaban con Diego Centeno en el pueblo de Paria".
     Era muy distinto el panorama en el bando contrario: "En cuando salió de Lima Gonzalo Pizarro, los capitanes, soldados y vecinos que se habían escondido huyendo del tirano, volvieron todos muy contentos a la ciudad, y de inmediato Don Antonio de Ribera y Martín Pizarro, que eran alcaldes ordinarios aquel año (había dos alcaldes, y el cargo solo duraba doce meses), alzaron el estandarte de la ciudad en nombre de Su Majestad. Después enviaron un mensajero a Lorenzo de Aldana para darle el parabién de su llegada, y decirle que tuviera a bien venirse a descansar. Les contestó alabándoles su buena voluntad, pero se disculpó, porque estaba algo indispuesto, y les decía que saltaría a tierra cuando pudiera, para servir a todos los que estaban en la ciudad".
     En realidad, se trataba de una simple precaución de Aldana, y, quizá suponiéndolo los limeños, decidieron visitarle en su navío. Fueron muy bien recibidos por todos los capitanes, a los que pusieron al corriente de las numerosas cosas que habían ocurrido, de manera que con la visita se produjo lo que querían unos y otros: "Ocho días después, que fue el 9 de setiembre de 1547, bajó a tierra Lorenzo de Aldana con dos capitanes, ciento cincuenta arcabuceros y el muy reverendo fray Tomás de San Martín (como ya vimos, un personaje), dejando de guardia en los navíos al capitán Hernán Díaz de Guzmán". Luego salieron de Lima en comitiva las autoridades y los vecinos para recibirlos debidamente, haciéndole a Aldana una entrega simbólica de la ciudad. Regresaron todos entusiasmados, para hacer una entrada solemne con los recién venidos, "y se fueron derechos a la iglesia mayor para hacer una oración y dar gracias a Dios porque ya comenzaban a recuperar su pueblo, que había estado sujeto a bravos y crueles tiranos". Es de suponer que, como siempre, habría otros vecinos con un nudo de angustia en el cuello, temiendo que se convirtiera en una soga de verdad.

     (Imagen) Acabamos de ver en acción al mercedario FRAY PEDRO MUÑOZ, al que llamaban el Arcabucero porque participó en las batallas al lado de Gonzalo Pizarro, y le entusiasmaba hacerlo con esa arma. Gonzalo y él se apreciaban sin medida, y para sus soldados era el fraile perfecto. Suavizando lo que decía Roosevelt del dictador nicaragüense Somoza, para ellos fray Pedro "era un demonio, pero era su demonio". Se parecía a Francisco de Carvajal en su sarcasmo y en el carácter implacable y fanatizado. Hay algo que le facilitaba sus rebeldes andanzas. Siempre ha habido en las órdenes religiosas interpretaciones distintas de la aplicación del Evangelio, y hasta en sus planteamientos teológicos. Extrañamente, en las filas de los mercedarios hubo muchos que simpatizaron con la rebeldía de Gonzalo Pizarro, como en nuestros días se dan clérigos muy escorados hacia la radicalidad comunista, ya que ellos consideraban que era una tremenda injusticia lo que quería imponerles el Rey a los encomenderos. Muerto ya Gonzalo Pizarro, le escribía Pedro de la Gasca al Rey:  "Esta orden de los mercedarios es muy suelta en España y peor acá, en las Indias, por lo que debía ser destituida por franciscanos y dominicos". Y fray Pedro era un dinamitero nato, a pesar de ser prior de la orden. Le decía a Gonzalo que no se fiara del clérigo La Gasca, porque "cuando el diablo quiere engañar a alguien se viste de fraile". Sus sermones eran arengas políticas, en las que criticaba furiosamente al Rey. Actuaba como si fuera un capitán, para enardecer a las tropas, y Gonzalo se lo permitía. La Gasca estaba convencido de que se ofreció para matar al gran capitán pizarrista Lorenzo de Aldana. De hecho, apresado Gonzalo Pizarro, anduvo sobornando con dinero en un intento inútil de que le perdonaran la vida. Es de suponer que, por ser fraile, no ejecutaron a FRAY PEDRO MUÑOZ, pero muchos mercedarios siguieron en plan 'antisistema', pues La Gasca avisó de que se pretendía "nombrar superiores de los conventos de Lima y Trujillo a dos frailes a los que se les había privado de sus oficios por participar en la rebelión de Gonzalo Pizarro".



jueves, 23 de julio de 2020

(Día 1168) Fray Pedro Muñoz era muy apreciado por Gonzalo Pizarro, quien dudó de la lealtad de Francisco de Maldonado, pero demostró serle fiel.


     (758) Abandonado el tema, Gonzalo Pizarro volvió a su deseo de llamar a Juan de Acosta, pero escogió para la misión a alguien muy peculiar: "No sabía cómo hacerlo, porque entonces no se fiaba de nadie, y escogió a fray Pedro Muñoz, pues siempre le había sido bien amigo en todas las cosas. Le dijo que fuera a pedirle a Acosta que volviera y que le informase secretamente de todo lo que pasaba en Lima y en otras partes. El fraile se puso en camino con algunas cartas, yendo con él Alonso Hernández Melgarejo y ocho arcabuceros". Cuando lo encontró en Huamanga, volvió a utilizar un montón de mentiras para animar a la tropa de Acosta. Pintó un panorama primoroso: según él, Gonzalo Pizarro estaba muy contento y rebosante de soldados, mientras que Lorenzo de Aldana y sus capitanes estarían probablemente muertos porque su gente los odiaba.; además, Lima y Trujillo se habrían puesto ya a favor de Gonzalo Pizarro, ya que en aquellos lugares no le faltaban verdaderos amigos. Y añade Santa Clara: "Esto lo dijo públicamente para animar a los soldados, de manera que no huyesen, como lo habían hecho muchos. Pero, a Juan de Acosta, le explicó en secreto muchas cosas que pasaron en el ejército de Gonzalo Pizarro, y en Lima, Trujillo y otras partes".
     No es de extrañar que Gonzalo Pizarro estuviera acongojado y sumergido en un pozo de sospechas, aunque lo disimulaba, y seguía adelante y sin titubeos hacia su objetivo, que para él no era otro sino el de vencer o morir. En su caminar hacia Arequipa encontraron muchas dificultades, debido especialmente a la falta de suministros, porque Lorenzo de Aldana y los suyos habían dejado a su paso los poblados de los indios sin posibilidad de proporcionárselos, sabiendo que iba a ser un grave problema para la tropa de Pizarro. Tuvo que abandonar la ruta que llevaba y seguir por otra más costosa, pero con posibilidad de obtener provisiones. Mandó por delante a Francisco de Maldonado, a quien le había concedido en aquellos parajes una encomienda de indios, precisamente para reforzar su fidelidad, pues tampoco se fiaba mucho de él, a pesar de su vieja amistad y de que fue uno de los mensajeros que envió a España para que le defendieran ante el Rey. Sin embargo, en esta ocasión se consolidó su amistad.
     Hubo varias posibles razones para ello, y Santa Clara nos lo explica: "Francisco de Maldonado partió con doce arcabuceros y un escribano del Rey, con el que tomó posesión oficialmente de los pueblos de indios que le había dado Gonzalo Pizarro. Se dio mucha prisa en cumplir su misión para volverse al ejército, pero tardó algunos días más de los señalados, y se creyó que él y sus soldados habían vuelto a Lima para servir a Su Majestad, cosa que podían haber hecho fácilmente. Otros dijeron que no se habría ido porque estaba a mal con Pedro de la Gasca y con los capitanes que le entregaron la flota, debido a enojos particulares que había entre ellos y porque los menospreciaba mucho; además, ya lo tenía Gonzalo Pizarro sujeto con los pueblos que le había dado. Finalmente, Francisco de Maldonado, volvió con los alimentos, siendo bien recibido por Gonzalo Pizarro, quien entonces vio en él el amor y la fidelidad que le tenía. Le contó que había sabido por los indios de sus encomiendas que Diego Centeno, tras salir del Cuzco, se juntó en el pueblo de Paria con los capitanes Alonso de Mendoza y Juan Silveira, en buena paz y concordia".

     (Imagen) Hemos visto en la imagen anterior la orden que le mandó Gonzalo Pizarro, dos días antes de morir, a FRANCISCO DE ESPINOSA para que le llevara pólvora a Jaquijaguana. Con respecto a Francisco, se comete el error de decir que era hijo del licenciado Gaspar de Espinosa, del que ya conocemos que tuvo un protagonismo excepcional en la relación entre Francisco Pizarro y Diego de Almagro. Me saca de dudas su registro de embarque (el de la imagen) para el Perú en 1537, porque en él se indica que era de Valladolid e hijo del 'doctor' Espinosa y de doña Juana de Herrera, siendo así que la mujer del 'licenciado' Gaspar se llamaba Isabel de Espinosa. En un informe, Pedro de la Gasca dice: "Francisco de Espinosa, hijo del doctor Espinosa, maestresala y muy secuaz de Gonzalo Pizarro, ahorcó en Arequipa a Lope de Alarcón porque había luchado al lado de Diego Centeno". Lo cual nos retrata al personaje, ya que fue uno de los hombres más brutales de aquellas guerras civiles. En la próxima batalla, la de Huarina, veremos al ya desesperado Gonzalo Pizarro triunfar, tras lo cual envió a Francisco con la misión de recoger los bienes que encontrara, pero, según dice el cronista Garcilaso, "robó todo lo que halló, mató a dos españoles contrarios a Gonzalo Pizarro, y, al legar a La Plata, ahorcó a un regidor y a un alguacil, y, ya de vuelta, quemó vivos a siete indios porque habían avisado a varios españoles para que huyeran". Y el cronista Herrera comenta sabiamente: "Pero Gonzalo, como todo revolucionario, daba abrigo a hombres malvados, porque son instrumentos para los trastornos, y no tienen cabida en los gobiernos que respetan la moral". Francisco de Espinosa logró huir tras la derrota y muerte de Gonzalo Pizarro en Jaquijaguana, pero fue apresado por su paisano Juan Polo de Ondegardo (cuya apasionante biografía ya reseñé), y luego llevado al Cuzco. Condenada a muerte 'la bestia' por Pedro de la Gasca, FRANCISCO DE ESPINOSA le pidió a Diego Centeno que intercediera por él, pero venció el karma y de nada sirvieron sus lacrimógenas súplicas, pues fue ahorcado, y después decapitado, en la plaza mayor del Cuzco el año 1548.



miércoles, 22 de julio de 2020

(Día 1167) Un temible conflicto entre Bachicao y Juan de la Torre quedó en nada. Llegó el metete mercedario fray Pedro Muñoz, y se puso a arengar a la tropa de Gonzalo Pizarro.


   (757) Cuando Gonzalo y los suyos llegaron al pueblo de Ica, se produjo un típico enfrentamiento visceral entre dos capitanes, de esos en los que el amor propio reacciona ciegamente, sin pensar en las consecuencias, tan peligrosos y frecuentes entre gente de armas: "Hernando Bachicao y Juan de la Torre Villegas (ambos, como sabemos, de mala condición), por causa de un soldado que había ido a ranchear entre los indios de un pueblo, tomándoles por la fuerza lo que tenían. El pueblo era del suegro del capitán Juan de la Torre, quien, viendo lo que hacía el soldado, se lo impidió a puros palazos. El soldado se lo dijo a Bachicao, su capitán, y por esto riñeron los dos capitanes. Se llegó a creer que la pendencia era una simulación para ocultar un intento de matar a Gonzalo Pizarro, pues se reñía delante de las puertas de su casa y se habían juntado muchos soldados de ambas partes con las espadas desenvainadas. El gran tirano Francisco de Carvajal, el licenciado Cepeda, Garcilaso de la Vega y otros capitanes se pusieron de por medio, poniéndolos en paz, y el soldado desapareció".
     Gonzalo Pizarro siguió avanzando: "Fue al pueblo de Nazca, y llegó con altivez, para que sus leales y sus enemigos no dijesen que iba huyendo por miedo a Lorenzo de Aldana y de sus capitanes. Poco después llegó al lugar fray Pedro Muñoz, el mercedario, su gran amigo, que venía a servirle, desde la ciudad de Trujillo, con doce arcabuceros, buenos soldados. Salió a recibirle con mucho placer, y lo abrazó con gran amor, porque le era verdadero amigo, sin que le abandonara cuando todos le desamparaban (aunque todavía contaba con seiscientos soldados veteranos). Estando allí delante la mayor parte del ejército, fray Pedro Muñoz les dijo a todos que había noticia cierta de que los capitanes y soldados de Pedro de la Gasca estaban ya muy mal avenidos con él. Esto lo dijo, siendo mentira, para darles esperanza. Y añadió otras muchas cosas (arengando a la tropa como si fuese un capitán) para que acompañasen al tirano en aquella campaña, y para que no huyesen tantos. Pero poco aprovechó, porque, en aquellos días que allí descansaron, también escaparon algunos soldados, yendo a la ciudad de Lima para servir a Su Majestad, a pesar de la vigilancia que había".
     Cada vez estaba Gonzalo Pizarro más preocupado con la sangría de soldados, y pensó que, si Juan de Acosta y sus hombres se juntasen con él en Arequipa, sería más fácil tener controlado el ejército. También sus capitanes se encontraban confusos: "El licenciado Cepeda, Francisco de Carvajal, Juan de la Torre Villegas, Juan Guillén, Hernando Bachicaco, Garcilaso de la Vega y Francisco Maldonado le aconsejaron que diese la vuelta a Lima para atacar de noche a los vecinos y a los capitanes, porque estarían descuidados. Entonces, fray Pedro de Muñoz dijo que no se hiciese, pues los de Lima no eran tan torpes como para no poner espías españoles e indios por el camino, y que también podían mandarle aviso a Lorenzo de Aldana de que se estaban acercando a Lima. Tras sus palabras, hubo muchos pareceres distintos entre los capitanes, sin que llegaran a concretarse en nada". A pesar de sus angustias, veremos que los de Gonzalo Pizarro tendrán una última y meritoria victoria luchando contra Diego Centeno en Huarina. La saborearán eufóricos, pero será el canto del cisne.


     (Imagen) Si bien no aparece ninguna réplica de Pedro de la Gasca a las acusaciones de Alonso de Alvarado, el que sí le contestó a la carta que vimos en la imagen anterior fue GONZALO PIZARRO. Al estilo disimulador de Alonso, le respondió sin la más mínima cortesía. El escrito es del 17 de octubre de 1546 (indica 1547, pero es un error, porque Gonzalo seguía en Lima). Sin duda, Gonzalo ya daba por hecho que Alonso de Alvarado se había convertido en su enemigo, pero le sigue el juego con cierta ironía. Le contesta que no le extraña que no haya tenido tiempo para escribirle desde España, "porque todos los que de aquí se van no se acuerdan de los que acá quedan". Se burla de que diga que La Gasca es un santo, "pues ya he visto estas santidades en Vaca de Castro y en Blasco Núñez Vela, que gastaron la hacienda del Rey". Y le ataca directamente a Alonso: "Lo que más me asombra es lo muy pronto que vuestra merced ha cambiado con respecto a lo que antes todos acá sentíamos, echando a perder lo que había conseguido con tanto trabajo. Si vuestra merced piensa meter mucho la mano en que entre en Perú La Gasca, crea que no entrará vuestra merced en esta tierra, ni su señora, doña Ana (de Velasco). Y le digo que, no haciendo vuestra merced lo que debe, no tendrá aquí amigos, sino enemigos. No queremos perdones, sino mercedes de su Majestad para todos nosotros, porque le hemos servido mejor que cuantos hay en el mundo, no como Centeno o Verdugo, que se gastaron los dineros de la Hacienda Real, mientras que yo, Francisco de Carvajal, Hinojosa y Alonso de Toro hemos pacificado la tierra. Yo me he vuelto a Lima, donde estoy ahora, y mientras yo gobierne, las tierras estarán en paz y al servicio de Su Majestad (el extraño absurdo de ser rebelde y presumir de leal al Rey)". Alvarado en su carta le animaba a casarse, y Gonzalo termina la suya diciéndole: "Por ahora no pienso casarme si no es con lanzas y caballos". No me resisto a poner en la imagen una orden que le escribió Gonzalo Pizarro a su maestresala, Francisco de Espinosa, el ocho de abril de 1548, un día antes de su derrota, y dos días antes de que fuera ejecutado. Se había cambiado de sitio en Jaquijaguana para estar más cerca de los enemigos, y le señala una ruta segura para que le envíe la pólvora.



martes, 21 de julio de 2020

(Día 1166) Aquello era ya una hemorragia de deserciones de los hombres de Gonzalo Pizarro. Le dolió especialmente que le traicionara el licenciado Carvajal.


     (756) Como entonces llegó Gonzalo Pizarro a Mala, el cronista Santa Clara le explica al lector que en ese lugar se acentuó mucho el conflicto que llevaban tiempo arrastrando Francisco Pizarro y Diego de Almagro. Lo dejaremos de lado porque ya es cosa vista en esta historia, y en su día ampliamente comentada. Sigamos a Gonzalo Pizarro con su cruz a cuestas: "En este pueblo huyeron otros soldados suyos, y él se fue a Guarco, lugar donde tenía su encomienda de indios Pedro Martín de Cecilia, y donde estaban los orígenes de la gran ciudad del Cuzco. En este paraje, quiso el licenciado Benito Juárez de Carvajal, con ayuda de sus amigos, matar a Gonzalo Pizarro, y, como aquella noche tuvo puesta buena guardia, no se atrevieron a hacerlo. A media noche, huyeron él y Gabriel de Rojas, a quien había dado el estandarte, y con este se fueron Gómez de Rojas, su sobrino, Gabriel Bermúdez, Lope Martín, portugués, Pedro Gutiérrez y otros soldados, hasta treinta, y se fueron a la ciudad de Lima a servir a Su Majestad. Cuando lo supo el gran tirano, le pesó mucho, porque causó gran turbación en el ejército, que estuvo a punto de deshacerse del todo; pero después se calmaron por la habilidad del maestre de campo (el muy competente Francisco de Carvajal)".
     Una cosa le sorprendió mucho a Gonzalo Pizarro: "Se preguntaba por qué motivos se habría marchado el licenciado Carvajal, tras haber hecho cosas tan comprometidas como haber cortado la cabeza al virrey, y otras contra el servicio a Su Majestad. Esto mismo decían la mayoría de los soldados, principalmente Carvajal, y creían que había recibido cartas de su hermano, el obispo de Lugo. Se pensó también que le movió que, habiendo sido escogido para ir como capitán a Trujillo o Cajamarca para desbaratar a Diego de Mora o matarlo, después le dieron el cargo a Juan de Acosta, por consejo de Francisco de Carvajal, quien, además, había querido ahorcarle afrentosamente. Pizarro se arrepintió también de no haberle casado con Doña Francisca Pizarro, su sobrina, hija del marqués Francisco Pizarro, pues hacía días que lo traía pensado, y se lo estorbó por entonces el licenciado Cepeda, diciéndole que se hiciera primeramente Rey del Perú. Muy enojado por su huida. Gonzalo Pizarro envió tras él a Pedro Martín de Cecilia con cincuenta arcabuceros, quienes tuvieron que volverse por no poder alcanzarlo. Cuando regresaban, huyeron cinco de los soldados, y se fueron a Lima. Al saber Carvajal y Bachicao que Pedro Martín no pudo apresar al licenciado Carvajal y a los que escaparon con él, rabiaron como perros, pues tenían intención de cortarles la cabeza a todos ellos".
     Siguió Gonzalo Pizarro su triste marcha, sin poder impedir que constantemente sufriera abandonos. En el pueblo e Lunaguana huyeron doce soldados. En el pueblo de Chincha, lo hicieron veinte; envió gente tras ellos, y no solo les fue imposible alcanzarlos, sino que, además, cinco de los perseguidores se fugaron a Lima. Gonzalo y los suyos vieron pasar por la costa uno de los cuatro navíos de la flota que les arrebató Pedro de la Gasca. Se dirigía a Arequipa con la misión de repartir propaganda al servicio del Rey. Por si fuera poca tanta desdicha, llegó otro gran mazazo: "Estando en este pueblo, se enteró Gonzalo Pizarro de que Lorenzo de Aldana había entrado en la ciudad de Lima y se había apoderado de ella, con la conformidad del cabildo y de sus habitantes".

     (Imagen) No encuentro ninguna réplica de Pedro de la Gasca a las acusaciones que le hizo ALONSO DE ALVARADO, pero veamos una carta en la que se ve el gran aprecio que Alonso le tuvo anteriormente, así como la gran amistad que había mantenido con Gonzalo Pizarro, a quien se la dirige el 16 de agosto de 1546 desde Panamá. El texto rezuma falsedad de estilo diplomático, ya que se la envió para convencerle de que acatara la autoridad de Pedro de la Gasca, como representante del Rey. Empieza diciéndole: "Sé que a vuestra señoría no le han faltado trabajos de espíritu y de obra, pero espero que todo sea para acrecentamiento del aprecio que tiene en España. Tendrá ayuda para mejorar su estado descansadamente con la intención que para ello trae el licenciado La Gasca, pues Su Majestad le ha mandado que dé paz en todas las cosas. Certifico a vuestra señoría, con la buena voluntad que siempre conoció de mí estando a su servicio, que el licenciado La Gasca es persona de tanta bondad como jamás he conocido a otra, y el que más sana intención trae para hacer el bien a todos los que están en estas partes". Luego oculta el dato de que Hinojosa le ha traicionado, y le dice a Gonzalo, haciendo encaje de bolillos: "Dado que el general Hinojosa le escribirá a vuestra señoría más largamente, sólo le diré que Dios le ha hecho a vuestra señoría la gran merced de haber iniciado cosa de tanta honra y valor. Le ha guiado muy bien en ella, pero lo que ha de procurar en adelante es seguir el parecer de los que bien le quieren y desean servirle, que son muchos, aunque creo que nadie nos hará ventaja en eso al general Hinojosa y a mí. Le suplico a vuestra señoría que no tome parte en novelas que alterarán su generoso ánimo, pues le certifico que están las cosas en el punto más alto, de lo que puede resultar mucho bien o mucho mal". Su texto es claro para nosotros, que sabemos lo que Gonzalo desconocía, a quien lo envuelve, además, en una redacción confusa, dejando interrogantes. También le animaba a que se casase, como había hecho él en España, "porque la vida, sin esto, es una burla". Una pequeña aclaración: Alvarado nació en Secaduras (Cantabria), pero fue criado por una tía suya en Hontoria de la Cantera (Burgos), lo que confunde a veces a los historiadores.



lunes, 20 de julio de 2020

(Día 1165) Carvajal y Bachicao mataron brutalmente a dos de los que pensaban fugarse adonde Pedro de la Gasca. Gonzalo Pizarro estaba muy deprimido por los abandonos que sufría.


     (755) Es imposible creer que Gonzalo Pizarro no supiera lo que iba a pasar, cuando nosotros, simples lectores de aquellas andanzas, estamos seguros del triste final de los alborotadores. Le hemos visto en otras ocasiones a Gonzalo Pizarro algunos gestos de piedad, pero se ha comportado ya demasiadas veces como un hipócrita Pilatos. El trabajo sucio se lo dejaba a Carvajal, a quien le encantaba, en solitario o junto a otros de su estilo, como en este caso Bachicao: "Francisco de Carvajal y Hernando Bachicao saludaron cortésmente a Francisco Barbosa y Diego Ruiz de Baracaldo, y les dijeron que querían decirles ciertas cosas que a todos les afectaban. Ellos se levantaron, y los llevaron a la orilla del mar. Les hicieron preguntas sobre el asunto de la huida de los soldados, y a todo les contestaron que era verdad, pero no delataron a nadie, aunque fueron terriblemente amenazados. Estos dos crueles tiranos, muy enojados por su negativa, y por vengar lo que intentaban hacer, mandaron a cuatro negros que llevaban consigo, además de ciertos soldados, que les diesen de puñaladas, y los matasen. Los cuatro negros arremetieron contra ellos y los mataron cruelmente y sin confesión. Aunque Francisco Caro, alférez de Carvajal, que se hallaba presente, dijo que quienes empezaron a herirlos fueron los dos carniceros. Lugo los enterraron en la arena, para que no fuesen encontrados". Digamos de Francisco Caro que murió pronto, quizá en la batalla final, junto a Gonzalo Pizarro y Francisco de Carvajal, pues, poco después, les requisaron sus bienes a los herederos por haber sido partidario de los rebeldes.
     Santa Clara nos  muestra vívidamente el drama que estaba soportando Gonzalo Pizarro: "Partió del pueblo de Chilca como el más triste hombre de todo el mundo, lamentando de seguido, como le decía muchas veces a Garcilaso de la Vega, capitán de su guardia personal, cómo se había sentido, poco antes, señor universal de todo el Perú, siendo acatado y obedecido, y cuán pujante había estado de ejército y buenos capitanes, por mar y por tierra, y ahora se veía totalmente desamparado de todos aquellos que siempre le habían mostrado mucha lealtad. Además, sentía que ya solamente era señor de la tierra que pisaba, porque la que quedaba atrás y delante, era ya de sus mortales enemigos, o, por mejor decir, de Su Majestad, porque ellos la recuperaban en su real nombre. Pero lo peor de todo ello era ver que sus verdaderos amigos le dejaban desamparado, y se iban a la ciudad de Lima, para después venir contra él como rabiosos enemigos, olvidando todo el bien que les había hecho". Aunque le vemos ahora tan deprimido, aún le quedará la enorme alegría de vencer en la difícil batalla de Huarina, donde, además, tuvo la satisfacción de comprobar la fidelidad de Sebastián Garcilaso de la Vega, quien le salvó cediéndole su caballo cuando Gonzalo había sido derribado. Corta dicha, porque, en la siguiente batalla, la de Jaquijaguana, el trágico Gonzalo Pizarro perderá la vida, no sin antes ver que también perdía a Garcilaso, pues se pasó en el último momento al bando de Pedro de la Gasca.

     (Imagen) Continuemos con lo tratado en la imagen anterior. Primeramente, aclararé el error al que hice alusión en ella, y del que me hago responsable. Según vemos en el texto de la imagen actual, el licenciado Cianca estuvo a punto de cortarle la cabeza a Alonso de Alvarado por el feo asunto del que fue víctima María de Lezcano, y di por hecho que lo había condenado a muerte. Pero no fue así, ya que Pedro de la Gasca le impidió hacerlo. Todo muy correcto. Pero nos vamos a encontrar con las dos decepciones a las que hice referencia. Resulta lamentable ver que dos grandes hombres, que tanto se apreciaron mutuamente, Pedro de la Gasca y Alonso de Alvarado, llegaran a odiarse tan agriamente. Cianca no condenó a muerte a Alvarado, pero sí lo hizo, por el mismo asunto de María de Lezcano, el licenciado Gómez Fernández. Lo triste es que, según cuenta Alvarado (y parece muy verosímil), Pedro de la Gasca le presionó al licenciado para que lo condenara a muerte. No hay duda de que, aunque Alvarado fuera culpable, el delito no merecía la muerte (a uno de los ejecutores le condenaron a cortarle una mano), y, recurriendo, consiguió que no se le aplicara. En su larga apelación, negaba los hechos, asegurando que La Gasca animó a María Lezcano a acusarle, y que se dictó sentencia sin que le dieran oportunidad de defenderse. ¿Por qué tanto odio? Alonso de Alvarado afirmaba que se llegó a ese extremo porque, cuando se ejecutó a Gonzalo Pizarro, Pedro de la Gasca hizo los repartos de las encomiendas de indios muy injustamente, y él se le enfrentó con firmeza en nombre propio y de otros muchos agraviados. Presentó también testigos de que el juez Gómez Fernández reconocía que Pedro de la Gasca lo coaccionó. Son, pues, dos decepciones, porque queda el mal sabor de boca de ver a Alonso de Alvarado como posible protagonista, junto a Diego de Mora (quizá influidos por la insistencia de sus mujeres), del duro castigo que le dieron a la, sin duda, soberbia María de Lezcano, y, a Pedro de la Gasca, como sospechoso de tener, además de las excelsas cualidades de la inteligencia y el valor, el defecto de ser muy vengativo.



sábado, 18 de julio de 2020

(Día 1164) Las huidas continuaban. Fray Martín le avisó a Gonzalo Pizarro de que algunos tramaban matarlo y huir. Aunque no quería dar sus nombres, finalmente delató a dos cabecillas.


     (754) La sangría era imparable, incluso arriesgando la vida los huidos: "Cuando amaneció, vieron que habían huido hombres de a caballo, arcabuceros y piqueros, a pesar de los centinelas que habían puesto los dos crueles matadores (Carvajal y Bachicao), y hasta algunos de los vigilantes habían huido. Tras ponerse en marcha, se adelantaron un poco Juan Ramón, Francisco Rodríguez de Castroverde, Gaspar González, Pedro Fernández, Juan de Castañeda, Diego de Tapia el Tuerto, Francisco Guillada y Juan López, más otros dieciséis soldados. Como eran determinados y se vieron ya algo apartados de la tropa, comenzaron a correr velozmente gritando vivas al Rey y muerte a los traidores. Esta huida puso gran turbación en muchos del ejército, y, en otros, deseo de irse con ellos, por lo cual Hernando Bachicao quiso seguirlos con cincuenta arcabuceros para hacerlos volver, pero Gonzalo Pizarro no lo consintió, sino que le dijo: 'Dejadlos ir, pues me parece que no será cordura echar la soga tras el caldero (el sentido es que 'supondría perder todas las oportunidades'). Váyanse con Dios, pues quizá algún día se arrepentirán de lo que han hecho, cuando volvamos a Lima con pujanza'. Y así los dejaron ir sin que ninguno fuese tras ellos". A pesar de que Santa Clara se refiere a menudo a Gonzalo Pizarro como 'el gran tirano', nos acaba de mostrar dos actos suyos de tolerancia, aunque fuese resignada, el trato que le dio a Francisco de Pantoja, y su resignación ante esta numerosa huida de soldados, lo cual resalta más aún frente a la brutal figura de Hernando Bachicao.
     Pero el grueso de la tropa  de Gonzalo Pizarro seguía su camino, aunque sin dejar de perder hombres: "Llegaron a Chilca, y le dijo a Gonzalo Pizarro el dominico fray Luis de la Magdalena (como vimos, un 'fan' suyo) que había en el ejército ciertos hombres que le hacían mucho daño ahuyentando a otros y enviándolos a la ciudad de Lima con avisos, y que decían que, antes de llegar al pueblo de Chincha, estaría él muerto o toda su tropa deshecha". También le dijo que otros estaban dispuestos a matarlo para ganar méritos ante Su Majestad. Sus palabras alarmaron a Gonzalo Pizarro, y le pidió que diera los nombres de quienes así hablaban. Sin embargo, fray Luis reaccionó tan rectamente como si aquello fuera un secreto de confesión, y le respondió que no se lo iba a decir. Podía delatar el pecado, para proteger a Gonzalo, pero no a los pecadores, porque sabía que los matarían: "El gran tirano juró solemnemente a Dios que no los mataría, sino que solamente serían echados de su ejército sin daño alguno, enviándolos a Lima para que no hiciesen más daño. Para darle más tranquilidad al fraile, llamó a Francisco de Carvajal y a Hernando Bachicao, haciéndoles saber en privado todo lo que le había dicho fray Luis y lo que él le había prometido. Luego les mandó que de ninguna manera hicieran daño a quienes el fraile había de descubrir, porque, de lo contrario, les tomaría gran enojo". Dado que le juraron los tres que no sufrirían daño los conspiradores, fray Martín dio los nombres de los dos más comprometidos: Francisco Barbosa y Diego Ruiz de Baracaldo. Después los dos tenebrosos capitanes dijeron que los iban a buscar para echarlos fuera del campamento sin que nadie lo supiese, "a los cuales hallaron descuidados dentro de sus tiendas cenando, y sin sospecha alguna".

     (Imagen) Toca hablar de un error y dos decepciones. PEDRO DE LA GASCA y ALONSO DE ALVARADO, dos gigantes de las Indias, tuvieron un triste enfrentamiento, que alcanzó extremos incomprensibles (ya comenté algo). Se habían llevado tan bien, que, como vimos, La Gasca llegó a las indias acompañado de Alvarado, a quien le había conseguido el título supremo de Mariscal de sus tropas. En la Navidad del año 1547, estando Alvarado y el gran Diego de Mora en guerra contra los hombres de Gonzalo Pizarro, se iba a celebrar en Trujillo la solemne misa de aquel día, y hubo en la iglesia un conflicto, del que ya hablé, pero con datos incompletos. Fueron sus protagonistas tres mujeres de lo más selecto de la ciudad: María Lezcano, Ana de Valverde y Ana de Velasco, que eran, respectivamente, viuda de Juan de Barbarán, esposa de Diego de Mora y esposa de Alonso de Alvarado. María tuvo el descaro (en aquella época, muy grave) de ocupar el sitio reservado a Ana de Valverde, quien, apoyada por su gran amiga Ana Velasco, discutió fuertemente con ella, que estaba en actitud muy soberbia. Se armó tal gresca, que el cura tuvo que echar a los feligreses y celebrar la misa a puerta cerrada. Parecía que todo iba a quedar en nada, pero Ana de Valverde y Ana de Velasco les comunicaron a sus poderosos maridos lo ocurrido. Parece ser que, como es lógico, quien quiso bajar los humos de María Lezcano (cosa imposible) fue Diego de Mora, y envió a dos soldados suyos (Diego Martín y Juan el Viejo) para que le dieran una lección. Llegaron a la casa de la 'chula', y se pasaron en el escarmiento. Según declaró ella en su demanda judicial, "le cortaron las trenzas y le hicieron un feroz corte en la nariz, dejándosela como nariz de camello". En la imagen se ve parte de la reclamación que seguía haciendo cuatro años después, y en ella denunciaba a Diego de Mora, y también a Alonso de Alvarado, quizá alegando que Mora obtuvo de él el permiso para hacerlo. Por su parte, Alvarado, en un largo escrito de protesta (en el que pedía la presentación de testigos), fundamentaba su versión de por qué dio ese giro la demanda. Lo veremos en la siguiente imagen.




viernes, 17 de julio de 2020

(Día 1163) Desertaba gente de Pizarro, pero, al que cogía Francisco de Carvajal, lo mataba. Gonzalo Pizarro era mucho más humano: perdonaba con frecuencia.


     (753) Cuando llegó la tropa a Pachacama (a unos 24 km de Lima), las huidas se multiplicaron: "Con el pretexto de ir a buscar alimentos en el pueblo de los indios, muchos no volvieron, yendo a servir a Su Majestad y, en su nombre, al presidente Pedro de la Gasca y a los cuatro capitanes de los navíos. Otros se escondieron, de los cuales fueron apresados cuatro. Los llevaron ante el maestre de Campo, Francisco de Carvajal, y Hernando Bachicao, quienes mandaron que se les ahorcase sin confesión, diciéndoles después Carvajal mil bromas y burlas como si estuvieran vivos".
     Lo que dice Santa Clara a continuación puede dar cierto crédito a lo que Inca Garcilaso explicaba de su padre, Sebastián Garcilaso de la Vega. Según Inca, cuando Gonzalo Pizarro le perdonó la vida permaneció a su lado, pero sin participar en las batallas. Comenté anteriormente que eso era muy difícil de creer, porque estuvo presente en ellas, e incluso le salvó la vida a Gonzalo. Pues va a resultar que ni lo uno ni lo otro, porque cumplía una función especial al lado de Gonzalo, que no era propiamente la de atacar a los enemigos, y tenía ya, al parecer, la intención de abandonarlo. Escuchemos a Santa Clara: "La noche siguiente, estando de vela los capitanes Benito Suárez de Carvajal, Francisco Maldonado y Garcilaso de la Vega, que era capitán de la guardia personal de Pizarro, se fueron juntos a Lima, sin tener licencia, para asegurar sus pertenencias, y el licenciado Carvajal escribió a los cuatro capitanes de los navíos diciéndoles que se iba a poner al servicio de Su Majestad. Los que supieron de la ida de estos caballeros creyeron que no volverían, como lo hizo más tarde Francisco Maldonado, por tener la mujer joven y hermosa, llamada Ana de Acevedo. Pero luego, al amanecer dieron la vuelta al campamento".
     Uno de los intentos de huida fracasó: "Esa misma noche huyó Francisco de Pantoja con doce compañeros, todos los cuales fueron apresados y llevados ante los dos crueles carniceros, Francisco de Carvajal y Hernando Bachicao. Cuando ya habían ahorcado a cinco, llegó un hombre diciendo que Gonzalo Pizarro había mandado que no se ahorcase a nadie".  Lo que ocurrió después nos muestra una sorprendente actitud de comprensión y clemencia por parte de Gonzalo Pizarro: "Como quería mucho a Francisco de Pantoja, le dijo que se fuese a la ciudad de Lima antes de que lo ahorcasen. Le dio, además, un caballo ensillado para el camino y cuatrocientos pesos en oro. Francisco de Pantoja le besó las manos por su generosidad, y le dijo que le serviría hasta la muerte. A los otros, Gonzalo Pizarro los reprendió duramente por haber huido, pero después volvieron a hacerlo. También le dijo a Pantoja que le habría pesado mucho su muerte, porque con él se habría perdido su gentileza y habilidad como jinete. Y así era, ciertamente, porque este hombre fue uno de los mejores jinetes que había entonces en Perú. Escribió un libro sobre la forma de montar y de domar caballos. Conseguido su permiso para marchar, se fue hacia la ciudad de Lima, acompañándolo cuatro arcabuceros hasta dejarlo a salvo, pero Pantoja, con dos de ellos, se escapó después".


     (Imagen) Veamos un caso típico de sospechas sobre fidelidades en aquellas brutales guerras civiles. ALONSO NÚÑEZ DE SAN PEDRO era vecino de Quito, ejercía como mercader después de haber sido soldado, y no cabe duda de que terminará por pasarse al bando legal, el de Pedro de la Gasca, pero desconfiaron de él con antelación. Alonso le contó a Gonzalo Pizarro en una carta del 22 de enero de 1547 lo que había pasado, pidiéndole que le creyera: "Según iba a Lima, hubo algunos que se inventaron que yo era amigo de La Gasca, y que llevaba cartas suyas. El capitán Manuel Estacio (a quien pronto matará traidoramente Bartolomé de Villalobos) me apresó, y ha revisado todas las cajas y cofres que yo tengo, sin hallar nada contra mí. A todos es notorio que he sido servidor del señor padre de vuestra señoría (en las guerras de Francia) junto a Pedro Martín de Cecilia, y asimismo en estas tierras del Perú con vuestros hermanos, luchando en el Cuzco contra Diego de Almagro. No permita que yo padezca por lo que no he hecho. Por otra parte, mi voluntad es que, me pague o no el capitán Bachicao (otro mal enemigo suyo) lo que me ha robado, vuestra señoría me haga sargento de una compañía, que lo sé hacer bien, y servirle hasta morir". Tres días después le escribió el capitán Estacio una carta a Gonzalo Pizarro, dando su versión del incidente: "He mirado todos los cofres de Núñez de San Pedro, pero, aunque no he encontrado ningún documento, lo tendré preso, veré la culpa que tiene (parece una amenaza de tortura), y haré lo que convenga al servicio de vuestra señoría". Muerto Gonzalo Pizarro en 1548, no tuvo que sufrir ninguna represalia Alonso, porque ya se había decantado por Pedro de la Gasca. Y el año 1552 inició un proceso para recuperar lo que, según le decía a Gonzalo, le había robado Bachicao, como muestra la imagen, a quien, muerto en 1547 el ladrón y traidor (lo ejecutó Carvajal por huir de la batalla), se lo había confiscado la Hacienda Real. Era la muy importante suma de "ocho mil ochocientos castellanos de buen oro (unos cuarenta kilos)". Ya fallecido ALONSO NÚÑEZ DE SAN PEDRO, su hijo, Juan Mosquera, continuaba haciendo la reclamación el año 1560.