jueves, 30 de julio de 2020

(Día 1174) En su larga cabalgada, Juan de Acosta tuvo varios atentados, y se le huyeron la mitad de sus soldados, pero llegó a Arequipa y fue bien recibido por Gonzalo Pizarro.

     (764) Contra viento y marea, Juan de Acosta siguió hacia su destino: "Yendo de esta manera, con tantas zozobras y muchos recelos, llegó a la ciudad del Cuzco, y no salió nadie a recibirlo, porque muchos de los vecinos estaban con Diego Centeno, otros habían ido a sus encomiendas de indios y otros se habían escondido. Ya en la ciudad, le quiso matar el capitán Diego Gumiel el Mozo, y no pudiendo hacerlo, se fue con más de veinte soldados a la ciudad de Lima para servir a Su Majestad.  Juan de Acosta salió de la ciudad por temer que algún grupo de gente pudiera ir contra su campamento y lo desbaratase. Estando ya a cuatro leguas del Cuzco, hacia media noche, el capitán Martín de Almendras cabalgó en su caballo con treinta jinetes y fue adonde Juan de Acosta estaba aposentado, para matarlo. Los centinelas lo percibieron, creyeron que eran vecinos del Cuzco, y dieron la alarma, de manera que no tuvo efecto lo que Martin de Almendras tanto deseaba hacer para servir a Su Majestad, por lo que se dirigió a la ciudad del Cuzco, y allí alzó bandera en nombre del Rey y llamamiento de gente, con el fin de perseguir a Juan de Acosta para prenderlo o matarlo, pero no consiguió lo que quiso porque los vecinos andaban repartidos por varias partes. Tiempo después, Martín de Almendras se fue para servir a Pedro de la Gasca".

     Poco le faltaba a Juan de Acosta para terminar su larga y accidentada ruta. A pesar del triste balance del viaje, con tantos hombres huidos (se le acababan de escapar otros doce), y algunos ejecutados, Juan de Acosta llegó, por fin, a Arequipa. Se adelantaron a recibirle Gonzalo Pizarro, sus capitanes y sus soldados, formando todos en dos filas, haciendo calle para que entraran los recién venidos ruidosamente aclamados. Cuando estuvieron cara a cara, Gonzalo no quiso que Juan de Acosta se apeara del caballo, sino que se abrazaron desde sus monturas, y la tropa, con aquella pretensión absurda de considerarse dentro de la legalidad, gritaban "¡viva el Rey, viva Gonzalo Pizarro y mueran los traidores!". Le dieron personalmente la bienvenida los principales hombres de la tropa, sin que faltaran los inevitables Cepeda, el licenciado, y Francisco de Carvajal, perejiles de todas las salsas.

     Pero la verdadera procesión iba por dentro del alma de Juan de Acosta: "Juan de Acosta, cuando llegó a la ciudad de Arequipa, parecía un navío que ha estado en una gran tormenta y escapado de ella, que llega al muerto con las entenas y los mástiles quebrados, y con las jarcias cortadas. Pues, de trescientos hombres que sacó de la ciudad de Lima, no le quedaron sino ciento veinte, y aun estos, si más durara la jornada, habrían huido todos, o le matarían por el camino, porque muchos deseaban hacerlo. Luego mandó Gonzalo Pizarro que Juan d Acosta fuera alojado en el mismo palacio en el que él posaba, y los soldados fueron repartidos por las casas que estaban despobladas, y lugar hubo para todos, porque, como hemos dicho, los vecinos se habían unido al ejército de diego Centeno". Hay que subrayar una cosa sorprendente: a pesar de que la situación era desesperada, la tropa d Gonzalo Pizarro, con extraordinario mérito, logrará vencer la próxima batalla, la de Huarina. No obstante, la siguiente, la de Jaquijaguana, será la tumba de los sueños y la vida de Gonzalo Pizarro y de muchos de sus incondicionales. Fueron insensatos, pero heroicos.

 

     (Imagen) A través de dos cartas podremos ver la inestabilidad social de las guerras civiles, teniendo en cuenta, además, que muchos se vieron forzados a luchar junto a Gonzalo Pizarro, pero luego, con las atractivas ofertas del exitoso Pedro de la Gasca, lo abandonaron. Las dos están escritas por acérrimos defensores de Pizarro. La primera, fechada en 9 de noviembre de 1546, se la enviaron a La Gasca, como contestación a otra suya, los vecinos de Puerto Viejo (uno de los firmantes era Francisco Flores, del que acabamos de hablar). Tiene un tono casi irónico, y rezuma desafiante soberbia. El párrafo central es este: "Besamos  a vuestra merced las manos por avisarnos de su venida, con la cual todos nos alegraremos y regocijaremos si se trata de apoyar al señor gobernador Gonzalo Pizarro para que gobierne y mande esta tierra del Perú en nombre de Su Majestad, que es lo que todos los pueblos de este reino pretenden, porque, siendo de otra manera, esta tierra se desasosegará más de lo que ha estado, y las consecuencias serían distintas de las que vuestra merced dice en su carta. Nuestro Señor le alumbre a vuestra merced sobre ello, y guarde a su muy reverenda persona". La otra carta fue escrita por varios vecinos el mismo día, 15 de abril de 1547, en el mismo lugar, Trujillo, contando el mismo suceso y al mismo destinatario, Gonzalo Pizarro, que la enviada por Francisco Flores (que ya comentamos). Se acabó la soberbia y quedó el dolor, aunque manteniendo la fidelidad a Pizarro: "Hace dos días se alzó Diego de Mora contra vuestra señoría con la mayor parte de los vecinos de esta ciudad, y publicó que se iban a servir al Rey bajo el mando de Pedro de la Gasca". Dejan constancia de que no maltrataron a ninguno de los que se negaron a acompañarlos, que fueron unos cincuenta, y le suplican a Gonzalo que no tome represalias contra estos, sino que "los considere servidores de su señoría". Diego de Mora, al marchar, le dio la vara de mando de la ciudad "a Pedro de Villanueva, el cual la tomó por miedo, pero luego la abandonó". A partir de entonces, fue alcanzando de forma acelerada mayor protagonismo DIEGO DE MORA, cuyo lugar de origen era Ciudad Real.



No hay comentarios:

Publicar un comentario