(764) Contra viento y marea, Juan de
Acosta siguió hacia su destino: "Yendo de esta manera, con tantas zozobras
y muchos recelos, llegó a la ciudad del Cuzco, y no salió nadie a recibirlo,
porque muchos de los vecinos estaban con Diego Centeno, otros habían ido a sus
encomiendas de indios y otros se habían escondido. Ya en la ciudad, le quiso
matar el capitán Diego Gumiel el Mozo, y no pudiendo hacerlo, se fue con más de
veinte soldados a la ciudad de Lima para servir a Su Majestad. Juan de Acosta salió de la ciudad por temer
que algún grupo de gente pudiera ir contra su campamento y lo desbaratase.
Estando ya a cuatro leguas del Cuzco, hacia media noche, el capitán Martín de
Almendras cabalgó en su caballo con treinta jinetes y fue adonde Juan de Acosta
estaba aposentado, para matarlo. Los centinelas lo percibieron, creyeron que
eran vecinos del Cuzco, y dieron la alarma, de manera que no tuvo efecto lo que
Martin de Almendras tanto deseaba hacer para servir a Su Majestad, por lo que
se dirigió a la ciudad del Cuzco, y allí alzó bandera en nombre del Rey y
llamamiento de gente, con el fin de perseguir a Juan de Acosta para prenderlo o
matarlo, pero no consiguió lo que quiso porque los vecinos andaban repartidos
por varias partes. Tiempo después, Martín de Almendras se fue para servir a
Pedro de la Gasca".
Poco le faltaba a Juan de Acosta para
terminar su larga y accidentada ruta. A pesar del triste balance del viaje, con
tantos hombres huidos (se le acababan de escapar otros doce), y algunos
ejecutados, Juan de Acosta llegó, por fin, a Arequipa. Se adelantaron a
recibirle Gonzalo Pizarro, sus capitanes y sus soldados, formando todos en dos
filas, haciendo calle para que entraran los recién venidos ruidosamente
aclamados. Cuando estuvieron cara a cara, Gonzalo no quiso que Juan de Acosta
se apeara del caballo, sino que se abrazaron desde sus monturas, y la tropa,
con aquella pretensión absurda de considerarse dentro de la legalidad, gritaban
"¡viva el Rey, viva Gonzalo Pizarro y mueran los traidores!". Le
dieron personalmente la bienvenida los principales hombres de la tropa, sin que
faltaran los inevitables Cepeda, el licenciado, y Francisco de Carvajal,
perejiles de todas las salsas.
Pero la verdadera procesión iba por dentro
del alma de Juan de Acosta: "Juan de Acosta, cuando llegó a la ciudad de
Arequipa, parecía un navío que ha estado en una gran tormenta y escapado de
ella, que llega al muerto con las entenas y los mástiles quebrados, y con las
jarcias cortadas. Pues, de trescientos hombres que sacó de la ciudad de Lima,
no le quedaron sino ciento veinte, y aun estos, si más durara la jornada,
habrían huido todos, o le matarían por el camino, porque muchos deseaban
hacerlo. Luego mandó Gonzalo Pizarro que Juan d Acosta fuera alojado en el
mismo palacio en el que él posaba, y los soldados fueron repartidos por las
casas que estaban despobladas, y lugar hubo para todos, porque, como hemos
dicho, los vecinos se habían unido al ejército de diego Centeno". Hay que
subrayar una cosa sorprendente: a pesar de que la situación era desesperada, la
tropa d Gonzalo Pizarro, con extraordinario mérito, logrará vencer la próxima
batalla, la de Huarina. No obstante, la siguiente, la de Jaquijaguana, será la
tumba de los sueños y la vida de Gonzalo Pizarro y de muchos de sus
incondicionales. Fueron insensatos, pero heroicos.
(Imagen) A través de dos cartas podremos
ver la inestabilidad social de las guerras civiles, teniendo en cuenta, además,
que muchos se vieron forzados a luchar junto a Gonzalo Pizarro, pero luego, con
las atractivas ofertas del exitoso Pedro de la Gasca, lo abandonaron. Las dos
están escritas por acérrimos defensores de Pizarro. La primera, fechada en 9 de
noviembre de 1546, se la enviaron a La Gasca, como contestación a otra suya,
los vecinos de Puerto Viejo (uno de los firmantes era Francisco Flores, del que
acabamos de hablar). Tiene un tono casi irónico, y rezuma desafiante soberbia.
El párrafo central es este: "Besamos
a vuestra merced las manos por avisarnos de su venida, con la cual todos
nos alegraremos y regocijaremos si se trata de apoyar al señor gobernador
Gonzalo Pizarro para que gobierne y mande esta tierra del Perú en nombre de Su
Majestad, que es lo que todos los pueblos de este reino pretenden, porque,
siendo de otra manera, esta tierra se desasosegará más de lo que ha estado, y
las consecuencias serían distintas de las que vuestra merced dice en su carta.
Nuestro Señor le alumbre a vuestra merced sobre ello, y guarde a su muy
reverenda persona". La otra carta fue escrita por varios vecinos el mismo día,
15 de abril de 1547, en el mismo lugar, Trujillo, contando el mismo suceso y al
mismo destinatario, Gonzalo Pizarro, que la enviada por Francisco Flores (que
ya comentamos). Se acabó la soberbia y quedó el dolor, aunque manteniendo la
fidelidad a Pizarro: "Hace dos días se alzó Diego de Mora contra vuestra
señoría con la mayor parte de los vecinos de esta ciudad, y publicó que se iban
a servir al Rey bajo el mando de Pedro de la Gasca". Dejan constancia de
que no maltrataron a ninguno de los que se negaron a acompañarlos, que fueron
unos cincuenta, y le suplican a Gonzalo que no tome represalias contra estos,
sino que "los considere servidores de su señoría". Diego de Mora, al
marchar, le dio la vara de mando de la ciudad "a Pedro de Villanueva, el
cual la tomó por miedo, pero luego la abandonó". A partir de entonces, fue
alcanzando de forma acelerada mayor protagonismo DIEGO DE MORA, cuyo lugar de
origen era Ciudad Real.
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