sábado, 11 de julio de 2020

(Día 1158) Tras llegar adonde Gonzalo Pizarro un hombre de Aldana con propuestas de paz, el licenciado Cepeda sugirió un plan absurdo, que Carvajal criticó con sarcasmo.


     (748) Lorenzo de Aldana siguió la política tan eficaz de publicidad que solía emplear Pedro de la Gasca: "Aquella noche Lorenzo de Aldana mandó bajar un batel, y envió en él a un hombre con copias de los perdones que ofrecían las nuevas ordenanzas, para que las repartiese en Lima a los vecinos y a los capitanes y soldados del tirano. Al día siguiente, por la mañana, le dijo al capitán Alonso de la Peña que hablase con Gonzalo Pizarro para desengañarle de todo, y le entregase las disposiciones de su Majestad por las que se daba un perdón general de las culpas pasadas, incluso la de la muerte del virrey (por supuesto, renunciando a su rebeldía). Dicen también que, teniendo en cuenta sus servicios pasados, el Rey le ofrecía la gobernación de Chile (la que tuvo concedida Diego de Almagro el Viejo, y a la que aspiraba Pedro de Valdivia)". Llegó Alonso con su encargo, y fue bien recibido por Gonzalo Pizarro, el cual se retiró con sus capitanes para opinar al respecto. Tras leer en voz alta su secretario los documentos, se discutió mucho sobre qué hacer con el ofrecimiento del Rey.
     No llegaban a un acuerdo, pero es un espectáculo oírle al retorcido Francisco de Carvajal, el especialista del doble sentido. Tanto, que a veces no se sabe por dónde va, o si dice una cosa o lo contrario: "El licenciado Cepeda opinó (con una idea absurda) que convenía tener como amigos a Lorenzo de Aldana y los demás capitanes de La Gasca, para que entregaran la flota, pues, si lo hicieran, se podrían lograr con ella grandes cosas por mar y por tierra, y, si no aceptaran, se podría ir al Cuzco para ganarse a Diego Centeno haciéndole grandes promesas. En caso de que se negase, se le podría dar batalla, si no lo habían hecho ya Juan de Acosta y Lope de Mendoza". Con sincero o falso optimismo, le decía a Gonzalo: "Si por dicha vence su señoría a Diego Centeno, como espero en Dios, se puede hacer desde el Cuzco una guerra muy galana a los enemigos, pues hay en este ejército más de mil hombres que le seguirán hasta la muerte, pues tengo conocida la fidelidad que os tienen".
     A Gonzalo Pizarro le pareció bien, soñando ya que, con juntar las tropas de Acosta y Mendoza, le sería fácil recobrar Lima de sus enemigos si se hubiesen apoderado de ella, pero primeramente quiso escribir a Lorenzo de Aldana para conocer sus verdaderas intenciones. Fue entonces cuando el Demonio de los Andes metió baza: "Carvajal, como era astuto y experto en muchas cosas, sabía en lo que iba a terminar todo aquello. Y le respondió a Cepeda, al que le había estado mirando terriblemente mientras aconsejaba a Gonzalo: 'Señor Cepeda, si su señoría y vuestra merced quieren hacer lo que acaban de decir, yo estaré muy contento de ello, para que no digan de mí que, en la mejor ocasión, me escaparé de este negocio. Pero mire vuestra merced que, si hemos de morir en esta guerra por culpa de un plan desastroso, le hago saber que tengo tan buen pescuezo como vuestra merced para una buena soga, de lo cual a mí me pesaría mucho". Entre unos y otros, lo tenían a Gonzalo Pizarro hecho un lío, pero fue suya la última palabra.

     (Imagen) El informe de PEDRO HERNÁNDEZ DE PANIAGUA para Pedro de La Gasca da mucho juego; así que, veremos algo más. Era natural de Plasencia (Cáceres), donde fue regidor, y, teniendo 48 años, había llegado a las Indias con Pedro de la Gasca. Lo que sigue contando nos muestra con claridad que se había metido en la boca del lobo, y quería salir pitando. Gonzalo Pizarro no acababa de darle permiso para marchar. El pizarrista Martín de Almendras, paisano de Paniagua, le dijo, por pura amistad, que se escapara porque se estaban riendo de él. Le explica a La Gasca: "Me pareció mal aquella risa, pues, comenzada la guerra, me ahorcarían". Tuvo la genialidad de convencerle al licenciado Cepeda de que podía servirles de mensajero ante el Rey para conseguirle muchos beneficios a Gonzalo Pizarro, al que apreciaba mucho, como parientes que eran. Le dijo lo mismo al licenciado Carvajal, también pariente suyo. Y le cuenta a La Gasca: "Después, en Tumbes, el clérigo Baltasar de Loaysa me certificó que, sin duda, de no haber sido por Carvajal, me habrían matado en Lima". Tras haber hablado Cepeda y Carvajal con Gonzalo, le invitó a comer a Paniagua, y le dijo que confiaba en que haría lo que prometía. Y añade en su informe: "Pienso que una de las cosas que le hicieron engañarse y creerme, fue que le habían escrito que se pensaba que le iban a nombrar gobernador, como yo le decía". Paniagua, para hacer más fuerza, le ofreció dejar como rehén a un hijo suyo. Pronto se dio cuenta de su error, y le pidió a Pizarro que le librara de esa promesa, argumentando astutamente que, si lo supieran en España, sospecharían de su sinceridad por estar bajo esa presión: "Gonzalo Pizarro mostró su conformidad, y me dijo que él jamás había exigido prendas, ni querido que la gente le siguiera forzada". Le dio, pues, permiso para partir, y fue tanta la sintonía, que Gonzalo Pizarro le regaló para el viaje una importante cantidad de plata, llevando a dos indios que le ayudaran: "Salí de Lima, después de mediodía, el día treinta y uno de enero de mil quinientos cuarenta y siete, y fui a dormir junto a una fuente, a tres leguas de la ciudad". Se acabó la pesadilla.



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