(748) Lorenzo de Aldana siguió la política
tan eficaz de publicidad que solía emplear Pedro de la Gasca: "Aquella
noche Lorenzo de Aldana mandó bajar un batel, y envió en él a un hombre con
copias de los perdones que ofrecían las nuevas ordenanzas, para que las
repartiese en Lima a los vecinos y a los capitanes y soldados del tirano. Al
día siguiente, por la mañana, le dijo al capitán Alonso de la Peña que hablase
con Gonzalo Pizarro para desengañarle de todo, y le entregase las disposiciones
de su Majestad por las que se daba un perdón general de las culpas pasadas,
incluso la de la muerte del virrey (por supuesto, renunciando a su rebeldía).
Dicen también que, teniendo en cuenta sus servicios pasados, el Rey le ofrecía
la gobernación de Chile (la que tuvo concedida Diego de Almagro el Viejo, y
a la que aspiraba Pedro de Valdivia)". Llegó Alonso con su encargo, y
fue bien recibido por Gonzalo Pizarro, el cual se retiró con sus capitanes para
opinar al respecto. Tras leer en voz alta su secretario los documentos, se
discutió mucho sobre qué hacer con el ofrecimiento del Rey.
No llegaban a un acuerdo, pero es un
espectáculo oírle al retorcido Francisco de Carvajal, el especialista del doble
sentido. Tanto, que a veces no se sabe por dónde va, o si dice una cosa o lo
contrario: "El licenciado Cepeda opinó (con una idea absurda) que
convenía tener como amigos a Lorenzo de Aldana y los demás capitanes de La
Gasca, para que entregaran la flota, pues, si lo hicieran, se podrían lograr
con ella grandes cosas por mar y por tierra, y, si no aceptaran, se podría ir
al Cuzco para ganarse a Diego Centeno haciéndole grandes promesas. En caso de
que se negase, se le podría dar batalla, si no lo habían hecho ya Juan de
Acosta y Lope de Mendoza". Con sincero o falso optimismo, le decía a
Gonzalo: "Si por dicha vence su señoría a Diego Centeno, como espero en
Dios, se puede hacer desde el Cuzco una guerra muy galana a los enemigos, pues
hay en este ejército más de mil hombres que le seguirán hasta la muerte, pues
tengo conocida la fidelidad que os tienen".
A Gonzalo Pizarro le pareció bien, soñando
ya que, con juntar las tropas de Acosta y Mendoza, le sería fácil recobrar Lima
de sus enemigos si se hubiesen apoderado de ella, pero primeramente quiso
escribir a Lorenzo de Aldana para conocer sus verdaderas intenciones. Fue entonces
cuando el Demonio de los Andes metió baza: "Carvajal, como era astuto y
experto en muchas cosas, sabía en lo que iba a terminar todo aquello. Y le
respondió a Cepeda, al que le había estado mirando terriblemente mientras
aconsejaba a Gonzalo: 'Señor Cepeda, si su señoría y vuestra merced quieren
hacer lo que acaban de decir, yo estaré muy contento de ello, para que no digan
de mí que, en la mejor ocasión, me escaparé de este negocio. Pero mire vuestra
merced que, si hemos de morir en esta guerra por culpa de un plan desastroso,
le hago saber que tengo tan buen pescuezo como vuestra merced para una buena
soga, de lo cual a mí me pesaría mucho". Entre unos y otros, lo tenían a
Gonzalo Pizarro hecho un lío, pero fue suya la última palabra.
(Imagen) El informe de PEDRO HERNÁNDEZ DE
PANIAGUA para Pedro de La Gasca da mucho juego; así que, veremos algo más. Era
natural de Plasencia (Cáceres), donde fue regidor, y, teniendo 48 años, había
llegado a las Indias con Pedro de la Gasca. Lo que sigue contando nos muestra
con claridad que se había metido en la boca del lobo, y quería salir pitando.
Gonzalo Pizarro no acababa de darle permiso para marchar. El pizarrista Martín
de Almendras, paisano de Paniagua, le dijo, por pura amistad, que se escapara
porque se estaban riendo de él. Le explica a La Gasca: "Me pareció mal
aquella risa, pues, comenzada la guerra, me ahorcarían". Tuvo la
genialidad de convencerle al licenciado Cepeda de que podía servirles de
mensajero ante el Rey para conseguirle muchos beneficios a Gonzalo Pizarro, al
que apreciaba mucho, como parientes que eran. Le dijo lo mismo al licenciado
Carvajal, también pariente suyo. Y le cuenta a La Gasca: "Después, en
Tumbes, el clérigo Baltasar de Loaysa me certificó que, sin duda, de no haber
sido por Carvajal, me habrían matado en Lima". Tras haber hablado Cepeda y
Carvajal con Gonzalo, le invitó a comer a Paniagua, y le dijo que confiaba en
que haría lo que prometía. Y añade en su informe: "Pienso que una de las
cosas que le hicieron engañarse y creerme, fue que le habían escrito que se
pensaba que le iban a nombrar gobernador, como yo le decía". Paniagua,
para hacer más fuerza, le ofreció dejar como rehén a un hijo suyo. Pronto se
dio cuenta de su error, y le pidió a Pizarro que le librara de esa promesa,
argumentando astutamente que, si lo supieran en España, sospecharían de su
sinceridad por estar bajo esa presión: "Gonzalo Pizarro mostró su
conformidad, y me dijo que él jamás había exigido prendas, ni querido que la
gente le siguiera forzada". Le dio, pues, permiso para partir, y fue tanta
la sintonía, que Gonzalo Pizarro le regaló para el viaje una importante
cantidad de plata, llevando a dos indios que le ayudaran: "Salí de Lima,
después de mediodía, el día treinta y uno de enero de mil quinientos cuarenta y
siete, y fui a dormir junto a una fuente, a tres leguas de la ciudad". Se
acabó la pesadilla.
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