sábado, 29 de febrero de 2020

(Día 1044) Para doblegar la resistencia de los oidores, Francisco de Carvajal, con su sádica ironía, ahorcó a tres capitanes partidarios del virrey.


    (634) Y se produjo la tragedia: "Al día siguiente, por la mañana, vinieron a la ciudad algunos capitanes de Gonzalo Pizarro, y les dijeron a os oidores que entregasen ya la provisión de su conformidad, pues, si  no, entrarían a sangre y fuego, empezando por ellos. Los oidores se excusaron cuanto pudieron, diciendo que no tenían poder para hacerlo, por lo cual, el maese de campo, Francisco de Carvajal, en su presencia, sacó de la cárcel a cuatro personas, y, a tres de ellos, que fueron Pedro del Barco, Martín de Florencia y Juan de Saavedra, los ahorcó en un árbol que estaba cerca de la ciudad, diciéndoles muchas cosas de burla y escarnio, y, además, no les dio tiempo para confesarse y ordenar sus ánimas. Y, a Pedro del Barco, que fue el último, le dijo (ya en el colmo de sadismo) que, por haber sido capitán, conquistador, hombre muy principal en aquella tierra, y casi el más rico de ella, le quería dar su muerte con una preeminencia señalada, de manera que escogiese de cuál de las ramas de aquel árbol quería que le colgasen, Y, a Luis de León (el cuarto de los que había sacado de la cárcel), le salvó la vida un hermano suyo que era soldado de Gonzalo Pizarro, a quien se lo pidió como una merced especial".
     Va a ser necesario hacer alguna precisión. De los tres ejecutados, ya hice una referencia, basándome en datos que parecían fidedignos. Pero lo que cuenta Inca Garcilaso no tiene réplica porque lo narra de la misma manera Agustín de Zárate. Según eso, procede que haga dos rectificaciones. Fue Carvajal quien ejecutó a Pedro del Barco, pero no, como yo recogí, tras salir derrotado en una batalla contra Gonzalo Pizarro. El gazapo con Juan de Saavedra ha sido mucho mayor. Este ilustre descubridor de la bahía de Valparaíso no murió plácidamente en su pueblo natal, sino de esta forma tan trágica que nos acaban de contar. De paso, diré que hemos visto confirmada la 'calaña' de Francisco de Carvajal, adicto al peor humor negro (incluso cuando le tocó a él perder la cabeza). Pero llama la atención que Inca Garcilaso, quien ahora lo presenta como un salvaje, nos vaya a decir más adelante que esa crueldad estaba puesta al servicio de la eficacia militar, y hasta que, cuando lo conoció siendo niño, le caía simpático.
     Añadiré un último y triste comentario. Se puede deducir que tanto Luis de León como el hermano que le salvó, más pequeño que él y llamado Francisco de León, militaron más tarde contra Gonzalo Pizarro, (sin duda enrabietados por la brutalidad de Pizarro y Carvajal), porque todo indica que tres años después los dos fueron ejecutados por Gonzalo. La reseña del siguiente documento deja pocas dudas de que fuera así: "Real Cédula del príncipe a la Audiencia de Lima para que se traigan a la Casa de la Contratación de Sevilla los bienes que quedaron a la muerte de Luis y Francisco de León, a petición de Pedro de León, racionero de la catedral de Plasencia, María de León y María de Almaraz, esposa de Francisco de León, tutora y curadora de sus hijos, como herederos de Luis y Francisco de León quienes, por ser leales a la corona, fueron degollados por Gonzalo Pizarro en Cuzco y dejaron a su muerte tanto en Cuzco como en Arequipa y otros lugares muchos bienes en oro, plata, caballos, yeguas, esclavos y otras muchas cosas".

     (Imagen) Inca Garcilaso es una mina de datos personales relativos a los conquistadores. Y así, incluye, en el grupo de vecinos del Cuzco que huyeron para evitar la sumisión a Gonzalo Pizarro, a uno al que llegó a conocer personalmente: ALONSO DE HINOJOSA, natural de Trujillo (Cáceres). Su inicial participación en las guerras civiles tuvo lugar en los enfrentamientos de Pizarro con Diego de Almagro. Al margen de que le pareciera, lógicamente, más legal el bando pizarrista, tuvo que pesar también el afecto por su paisano, y decidió luchar junto a Francisco Pizarro. Es de suponer que esa oposición a los almagristas se le haría más intensa cuando asesinaron al propio Pizarro, y se puso bajo el mando de Vaca de Castro, con quien participó en la derrota y muerte de Diego de Almagro el Mozo. Hasta ahí, no tuvo el corazón dividido. Sin embargo, cuando ya vivía feliz en el Cuzco, rico y respetado, llegaron los hombres de Gonzalo Pizarro exigiendo que fuera reconocido como gobernador, en oposición frontal al virrey Blasco Núñez Vela. Sin poder tragar aquella barbaridad, no le quedó más remedio que huir. Pero, al saber que ya habían apresado al virrey, se unió a las tropas de Diego Centeno. Salieron derrotados en la batalla de Huarina. Tuvo que huir de nuevo y, curiosamente, le acompañaba, confirmando lo que vimos en la imagen anterior, el aguerrido obispo JUAN SOLANO. Pero pronto iban a cambiar las tornas para Hinojosa y el obispo, porque, unidos a Pedro de la Gasca, aplastaron a Gonzalo Pizarro y a su siniestro maestre de campo, Francisco de Carvajal. Aún le esperaba otra victoria a Hinojosa, esta vez contra el último rebelde, Francisco Hernández Girón. Retirado definitivamente, disfrutó el resto de su vida un merecido descanso en la ciudad del Cuzco. Donde, además, resulta que, en 1558, durante esa feliz 'jubilación', ALONSO DE HINOJOSA fue el padrino en el bautizo (previo a su matrimonio) del príncipe inca Sayri Túpac, a quien vimos (también en la imagen anterior) casarse con Cusi Huarcay bajo la bendición del OBISPO SOLANO.



viernes, 28 de febrero de 2020

(Día 1043) Los hombres de Gonzalo Pizarro presionaron a los oidores para que lo nombraran gobernador, los cuales pidieron su parecer a varios prelados. Para hacer más fuerza, Carvajal apresó a varios partidarios del virrey.


     (633) Agustín de Zárate, en representación de los oidores, no tenía más que la fuerza de un papel 'mojado', y, Gonzalo y sus capitanes, la de su ejército, por lo que le dieron la previsible respuesta contundente: "Le encargaron que dijese a los oidores que era conveniente al Perú que nombrasen a Gonzalo Pizarro gobernador, y que luego ya se trataría de las cosas que ellos decían, y que, si no lo hacían, saquearían la ciudad. Zárate volvió con esta contestación adonde los oidores, y a ellos les pesó mucho oír tan abiertamente el intento de Gonzalo Pizarro, porque hasta entonces solo había dicho que pretendía que se fuera el virrey a España, y que se suspendieran las ordenanzas".
     Se diría que aquellos eran tiempos de obsesivas negociaciones, como lo fueron las que hubo antaño, para nada, entre Pizarro y Diego de Almagro. Los oidores se vieron, con la respuesta recibida, entre la espada y la pared. No querían ceder, porque les parecía, acertadamente, que solo el Rey podría concederle a Gonzalo lo que pedía, pero, al mismo tiempo, veían claro que "no tenían libertad para dejarlo de hacer, porque estaba muy cerca de la ciudad, y les tenía tomados todos los caminos para que nadie pudiese salir de ella". Había ocurrido, además, que los procuradores de las ciudades que estaban en el campamento de Gonzalo Pizarro, y los que se encontraban en Lima, se habían puesto de acuerdo para presentar  a los oidores un documento en el que se pedía oficialmente lo que Gonzalo deseaba.
     Así que, adoptaron otra decisión que ellos sabían inútil, pero destinada a poder quedar libres de responsabilidades: "Tras tomar un acuerdo, mandaron que se notificase a Fray Jerónimo de Loaysa, Arzobispo de Lima, Fray Juan Solano, Obispo del Cuzco, Don García Díaz, Obispo de Quito, y Fray Tomás de San Martín, Provincial de los Dominicos, así como a Agustín de Zárate y a los funcionarios reales que había en Lima, para que diesen su parecer sobre lo que los procuradores pedían. Lo cual hacían, no para cambiar de opinión, sino para tener testigos de la opresión en que todos estaban".
     Pero ya  Gonzalo Pizarro había llegado a un kilómetro de la Ciudad de los Reyes, y la tensión va a llegar a un punto inaguantable: "Asentó allí su campamento y la artillería, y, como vio que se dilataba la llegada de la provisión de los oidores con su nombramiento, envió a su maese de campo (Francisco de Carvajal) con treinta arcabuceros, y apresó a veintiocho personas de las que habían venido huidas del Cuzco, y a otros de quienes tenía quejas porque habían ayudado al virrey. Entre ellos estaban Gabriel de Rojas, Garcilaso de la Vega (quien, pasado un tiempo, se lo contaría a su hijo, Inca Garcilaso), Melchor Verdugo, el licenciado Carvajal, Pedro del Barco, Martín de Florencia, Alonso de Cáceres, Antón Ruiz y otras personas que eran de las principales de aquellas tierras, a los cuales puso en la cárcel sin oponerse los oidores, aunque lo supieron, porque en la ciudad no había más de cincuenta hombres de guerra, pues todos los soldados del virrey, que eran unos mil ochocientos, se habían pasado a la tropa de Gonzalo Pizarro".

     (Imagen) Hemos visto ahora que los oidores de Lima piden consejo, para negociar con Gonzalo Pizarro, a un arzobispo, dos obispos y un provincial (todos estaban en la ciudad), tres de ellos dominicos, salvo García Díaz, sacerdote diocesano, quien llegó a ser el primer obispo de Quito, posiblemente por su condición de confesor de Francisco Pizarro. Ya hice una reseña sobre él, Jerónimo de Loaysa y Tomás de San Martín. Nos queda el cuarto: FRAY JUAN SOLANO. Había nacido en Archidona (Málaga), hacia el año 1504, marcado por un carácter autoritario. Llegó a Perú junto al virrey en 1544. Primeramente, se mostró conforme en darle el poder a Gonzalo, pero, vista su trayectoria posterior, defendió enérgicamente la causa de los leales al Rey, y apoyó al capitán Diego Centeno. Intensificó su rechazo a Gonzalo el hecho de que matara a un hermano suyo en la batalla de Huarina, y, más tarde, anduvo metido entre las tropas del gran Pedro de la Gasca, casi como un obispo medieval. Aunque, en aquellas tierras de las Indias ejecutar a un clérigo era un tema tabú, hubo alguien que tenía ganas de hacerlo con el obispo Solano. Francisco de Carvajal lo odiaba a muerte, "porque estaba metido en el ejército hecho un maese de Campo". Pero el que fue ejecutado, junto a su jefe, Gonzalo Pizarro, fue el propio Carvajal. Aunque es indiscutible que el obispo JUAN SOLANO hizo cosas provechosas, e, incluso, procuró el bienestar de los indios, no pudo soportar permanecer bajo la legítima autoridad del arzobispo Jerónimo de Loaysa, y le creó muchos problemas de manera despectiva. Llegó al extremo de trasladarse a España, y luego a Roma, para pedir la independencia de su diócesis. Como era de suponer, nadie le escuchó, ni el Rey ni el Papa, y renunció a su obispado. Murió en Roma el año 1580. La imagen muestra un dibujo (finales del siglo XVI) del extraordinario mestizo Guamán Poma de Ayala, en el que se ve al OBISPO JUAN SOLANO casando a dos incas de sangre real: Sayri Túpac (hijo de Manco Inca) y Cusi Huarcay.



jueves, 27 de febrero de 2020

(Día 1042) Muchos de los leales que fueron a Lima para servir al virrey, se encontraron con que lo habían apresado. A algunos los mataron y otros huyeron, pero no todos se pudieron salvar. También Agustín de Zárate pasó apuros.


     (632) Los que habían salido huyendo de Gonzalo Pizarro con Gabriel de Rojas y Sebastián Garcilaso de la Vega se llevaron una gran decepción. Lo explica Inca Garcilaso, y, de pasada, justifica en parte las motivaciones de los oidores: "Cuando llegaron a la Ciudad de los Reyes, se hallaron perdidos, porque el virrey, a quien iban a servir, estaba preso y embarcado para traerlo a España. Como los oidores eran los autores de su prisión, no quisieron estar con ellos, porque suponían que serían más partidarios de Gonzalo Pizarro. Mas, en realidad, la intención de los oidores no fue la que decían los malpensados, sino evitar males peores, como sería el riesgo de que mataran al virrey, pues le aborrecían todos los afectados por las ordenanzas que él quería ejecutar. Como no había quien siguiese la voz de Su Majestad, los que llegaron quedaron aislados y en poder de sus enemigos. La mayoría de ellos se quedaron en la Ciudad de los Reyes, por no poder huir a otra parte. Estaban secretamente en casas de amigos. Otros no quisieron parar en la ciudad, y se fueron lo más lejos posible, escondiéndose entre los indios. Y así se libraron del peligro de ser matados, como les ocurrió a algunos de los que no escaparon. Lo mismo les acaeció a Luis de Ribera, Antonio Álvarez y otros veinticinco caballeros que desde  la Villa de la Plata, que está a trescientas leguas de  la Ciudad de los Reyes, venían a servir al virrey. Habiendo llegado muy cerca de la Ciudad de los Reyes, supieron que el virrey estaba preso, y, con esta noticia, se sintieron todos perdidos y desamparados".
     Insistiendo en la terrible situación de desconfianza provocada por el conflicto que se avecinaba, Inca Garcilaso sigue mostrándonos hasta qué punto era peligroso el simple hecho de vivir: "Muchos caballeros que iban a la Ciudad de los Reyes para servir a su Majestad bajo el mandato de su virrey, al saber de su prisión, se derramaron y escondieron en diversas partes. Algunos de ellos, no teniéndose por seguros en todo el Perú, se fueron a las montañas bravas de los Andes, donde perecían de hambre. Otros fueron a parar a tierras de indios no conquistados, y resultaron muertos y sacrificados a los ídolos. Toda esta desdicha causó la del virrey, y su arrebatada cólera, pues, si hubiese procedido con más templanza, no le habrían apresado, ya que iban a llegar los socorros dichos, que eran de mucha gente, muy noble, rica y poderosa, la flor del Cuzco y de la provincia de Charcas. Y así, quedaron él y ellos entregados a las crueldades de las guerras".
     Gonzalo Pizarro avanzaba hacia Lima, pero lentamente, por llevar con dificultad la artillería. De camino, paró en Priacaca, donde retenían a Agustín de Zárate preso, quien contó en su crónica lo sucedido (en tercera persona), tal y como lo recoge Inca Garcilaso.  Pero resumamos lo que ocurrió. Gonzalo Pizarro le mandó llamar para que le dijese con qué mensaje le habían enviado los oidores, y Zárate se presentó ante él muy asustado; sabiendo  que, si le revelaba todo el contenido del texto, iba a correr peligro su vida, lo suavizó cuanto pudo ante él y ante sus capitanes. Les hizo saber que los oidores querían que perdonasen a los vecinos del Cuzco que habían ido a Lima para ponerse al servicio del virrey, y que enviasen mensajeros a Su Majestad disculpándose de todo lo acaecido, más algunas otras cosas de no mucha importancia.
    
     (Imagen) El levantamiento de Gonzalo Pizarro provocó una avalancha de temores y desconfianzas en todo el Perú. El sevillano LUIS DE RIBERA era uno de los que acompañaban a Francisco Pizarro en su casa cuando fue asesinado. Ahora vemos que se encontraba al mando, por nombramiento de Vaca de Castro,  de la villa de La Plata (fundada en 1538 por Peransúrez, de quien ya conocemos su triste final a manos de piratas, así como el de su hermano Garpar Rodríguez, ejecutado por orden de Gonzalo Pizarro). Luis ejerció su cargo en La Plata con gran sensatez durante dos años. Por ser leal al virrey, Gonzalo lo destituyó y condenó a muerte, pero su sustituto, Francisco de Almendras, no llegó a ejecutarlo. Luis logró huir de la Plata y dirigirse hacia Lima con otros leales a la Corona, pero, al saber que el virrey había sido apresado, se desparramaron para no correr su misma suerte. Se unió después a otro de los que escaparon de la Plata, el brillante capitán Diego Centeno,  por quien Almendras sentía gran aprecio, a pesar de lo cual, no tardando mucho, Centeno lo ejecutó a él, sin apiadarse ante sus súplicas  por ser padre de doce hijos (como ya vimos). Perseguidos por el temible Francisco de Carvajal, Centeno y Ribera, a quien le había nombrado como su maestre de campo, vivieron escondidos largo tiempo en una cueva, al amparo de un cacique amigo. Pudieron después organizar su tropa y y volver a luchar contra Gonzalo Pizarro, pero resultaron derrotados en la batalla de Huarina (año 1547). LUIS DE RIBERA murió en el combate, mientras que Diego Centeno pudo, un año más tarde, tomarse la revancha en Jaquijaguana, donde terminó la rebelión y la vida de Gonzalo Pizarro. El Capitán Ribera tuvo un sobrino, igualmente sevillano y llamado como él, Luis de Ribera (quien también vivió, posteriormente, por la zona de La Plata), calificado como uno de los mejores poetas religiosos de España, y comparable, en ocasiones, a Fray Luis de León.



miércoles, 26 de febrero de 2020

(Día 1041) Los oidores le enviaron a Gonzalo Pizarro un mensaje exigiéndole que aceptara su máxima autoridad. Como era de esperar, la petición fue rechazada de plano.


     (631) Los oidores pecaron de optimismo pensando que habría voluntarios para enviarle el mensaje a Gonzalo Pizarro: "Mandaron a algunos vecinos que  lo llevaran, y ninguno hubo que lo quisiese aceptar, por el peligro que en ello había, y porque Gonzalo Pizarro y sus capitanes les reprocharían que se mostraran como contrarios de quienes querían defender las haciendas de todos. Viendo esto los oidores, mandaron a  Agustín de Zárate, Contador Real del Perú, que, juntamente con Don Antonio de Ribera, vecino de aquella ciudad, fuese a hacerle la notificación a Gonzalo Pizarro. Partieron con ella hacia el valle de Jauja, donde estaba asentado su campamento. Gonzalo Pizarro, que ya tenía noticia del envío del mensaje, temió que, si lo conocía su gente, se había de amotinar, por el gran deseo que tenían de llegar a Lima como ejército, e, incluso, de saquear la ciudad, si surgía la ocasión. Queriéndolo evitar, envió al camino por donde venían los mensajeros al capitán  Jerónimo de Villegas con treinta arcabuceros. El cual los topó. A Don Diego de Ribera le dejó ir al campamento, y , a Agustín de Zárate, lo prendió y le tomó las provisiones que llevaba, enviándole de vuelta por el camino que traía,  hasta que llegara a la provincia de Pariacaca, donde estuvo diez días preso. Los que le retenían le ponían todos los temores que podían para que renunciase a su misión, y así permaneció allí hasta que llegó Gonzalo Pizarro con su tropa".
      Una de las diferencias de Inca Garcilaso con respecto a otros cronistas, como Cieza, es que aporta de vez en cuando muchos detalles personales acerca de los protagonistas que van apareciendo. Nos explica a continuación por qué fueron escogidos estos dos emisarios: "Lo habían hecho así porque eran los menos sospechosos, para Gonzalo Pizarro, que entonces podían escoger. Don Antonio era como cuñado suyo, pues se casó con la mujer de Francisco Martín de Alcántara, hermano del Marqués Don Francisco Pizarro, y Agustín de Zarate era de los que habían llegado recientemente a Perú, y no había tenido trato especial con  ninguna de las partes. Y así, el capitán Jerónimo de Villegas dejó pasar a Don Antonio de Ribera, por la afininidad de parentela, y retuvo preso al contador Agustín de Zárate".
     Lo que estaba claro es que los oidores perdían el tiempo con su orden: "Gonzalo Pizarro consultó con sus capitanes lo que convenía contestar al mandamiento de los oidores. Solo hubo una respuesta a lo que exigían los oidores. Como gran soldado y maese de Campo, Don Francisco de Carvajal señaló que, lo que pedían los oidores (era una de sus exigencias) sobre que Gonzalo Pizarro podía entrar en Lima si llegaba solamente con unos veinte acompañantes, había que entenderse como que lo hiciese en hilera, y que todos los capitanes del Consejo respondieron que lo que convenía al bien común era hacer gobernador a Gonzalo Pizarro, y que entonces se haría lo que los oidores pedían, pues, de lo contrario, pondrían a sangre y fuego la ciudad, y la saquearían".

     (Imagen) JUAN DE FIGUEROA VILLALOBOS fue otro de los que, como nos cuenta Inca Garcilaso, abandonaron a Gonzalo Pizarro, escapando de la ciudad del Cuzco, para unirse al virrey Blasco Núñez Vela. Era entonces muy joven, puesto que nació hacia el año 1520 en Cáceres, pero ya tenía categoría de veterano en las Indias porque antes había estado batallando por Chile. Su trayectoria resulta especial,  ya que inició sus correrías por aquellas tierras, apareció de pronto en Perú, y luego, tras unos pocos años, retornó para establecerse allá definitivamente. Su llegada a Perú estuvo motivada por el hecho de que estaba bajo el mando del capitán Alonso de Monroy, a quien, en 1542, le ordenó el gran Pedro de Valdivia que hiciera el viaje con algunos hombres para conseguir suministros de todo tipo, incluso de soldados, pues se veían muy acosados por los temibles araucanos. Esa solidadridad entre españoles era habitual, conscientes de que todos formaban parte de una misma empresa colonizadora. Entonces, Juan de Figueroa optó por quedarse en Perú. Siempre al servicio de la Corona, luchó contra Gonzalo Pizarro, sufrió la derrota de Huarina, lo apresaron, pudo escapar, y, más tarde, le sonrió la fortuna en Jaquijaguana, donde, bajo el mando de Pedro de la Gasca, derrotaron y ejecutaron a Gonzalo. Triunfante y premiado, JUAN DE FIGUEROA volvió a Chile, donde aún tuvo mayores éxitos. Estuvo pesente, con Francisco de Villagra en la campaña que buscaba (inútilmente) la mítica Ciudad de los Césares (año 1551), y en la fundación de Valdivia (año 1552). Pero su ciudad preferida era Osorno, fundada en 1558 por el gobernador García Hurtado de Mendoza y Manríquez, nieto del Conde de Osorno, tan al sur, que dista mil kilometros de Santiago de Chile. Fueron testigos, entre otros, Juan de Ercilla, autor de La Araucana, y el trotamundos JUAN DE FIGUEROA, casado con Inés de Mendoza, de la que tuvo ocho hijos, y fallecido en la chilena Osorno (hoy tiene 150.000 habitantes) el año 1589.



martes, 25 de febrero de 2020

(Día 1040) El licenciado Álvarez dejó en libertad al virrey, quien no se lo agradeció como él esperaba. Los oidores le comunicaron a Gonzalo Pizarro que ellos habían tomado el poder, y que le ordenaban que deshiciera su ejército.


     (630) Añade Inca Garcilaso que, aunque los oidores comprobaron que había otros muchos implicados en el motín merecedores de ser castigados con la muerte, "por no hacer tanta carnicería, y evitar nuevos alborotos, y por los ruegos de muchas personas principales de la Ciudad de los Reyes, solo condenaron a Alonso de Barrionuevo a lo que se ha dicho, y, a Don Antonio de Montemayor y sus cómplices, los desterraron de  la ciudad; los cuales se juntaron después con el virrey, pero a muchos de ellos les fue peor".
     Los odiores, de manera ilusa, se estaban metiendo en un callejón sin salida, aunque hubo uno que quiso desmarcarse de mala manera: "Cada día le hacían saber a Gonzalo Pizarro lo que había pasado, porque creyeron que, de esta forma, desharía a su gente. De lo cual él estaba muy apartado, porque creía que todo aquello era ruido engañoso, con el fin de que él despidiese a sus soldados, para después prenderle y castigarle cuando le viesen solo. El mismo día de haberse hecho a la vela el licenciado Álvarez con el virrey y sus hermanos, subió a su cámara, y quiso reconciliarse con él de las cosas pasadas, pues había sido su principal promotor, y el que más empeño puso en su prisión y en el castigo de los que querían restituirle en su gobernación. Le dijo que había aceptado aquel viaje para servirle, para sacarle del poder del licenciado Cepeda, y para que no cayese en el de Gonzalo Pizarro, al que tan en breve se esperaba. Y añadió que, para que así se entendiese, le entregaba el navío y le ponía en libertad, y él se ponía bajo su voluntad. Le suplicaba también que le perdonase el yerro pasado de haber participado en su prisión y en otras cosas que después habían sucedido, pues lo había enmendado con asegurarle la vida y la libertad. Luego mandó a diez hombres que traía consigo para vigilar al virrey que hiciesen lo que él les mandase".
     Pero no le salió demasiado bien la jugada al licenciado Álvarez: "El virrey le agradeció lo hecho, lo aceptó y se apoderó del navío. Pero, poco después, empezó a tratar al licenciado mal de palabras, llamándole bellaco, revolvedor de pueblos y otras afrentas, y jurándole que le había de ahorcar, y que, si no lo hacía, era por la gran necesidad que tenía de él. Este mal tratamiento duró casi todo el tiempo que anduvieron juntos, y así fueron por la costa abajo hasta que llegaron a Trujillo". Inca Garcilaso indica, como hace a menudo, que va siguiendo la crónica de Agustín de Zárate. Son muchos los párrafos que copia literalmente.
     Si alguien podía hablar de lo que estaba sucediendo entonces en Lima, era precisamente el cronista Agustín de Zárate, pues se encontraba allí, y hasta intervino en una misión muy delicada. Los oidores tenían la acertada impresión de que el licenciado Álvarez iba a actuar traidoramente (a pesar de haber sido quien promovió la idea de apresar al virrey), porque partió sin esperar a que le entregaran las provisiones que debía llevar en su viaje. Se les ocurrió entonces enviar un mensaje a Gonzalo Pizarro para que supiera que habían tomado el poder y suspendido la Leyes Nuevas, y que, en nombre de Su Majestad, le ordenaban que licenciase su ejército, pudiendo ir a Lima si lo deseaba, pero en son de paz.

     (Imagen) Nos sale al paso otro conquistador de origen vasco, aunque algunos tuercen los hechos para asegurar que su padre, Gonzalo Gómez Butrón, era de Elgóibar (Guipúzcoa). Quizá fuera así, pero residía en Valladolid, ciudad en la que nació, hacia el año 1510, su hijo GÓMEZ DE LEÓN, cuyo nombre completo (Francisco Gómez de León Butrón y Mújica) deja bien clara su ascendencia vasca. Vivía con cierta holgura en Sevilla cuando le entusiasmó el atractivo de las Indias y se embarcó para aquellas tierras, en torno al año 1530. Como otros muchos vascos que fueron a las Indias, jamás dejó de sentirse español y súbdito del emperador Carlos V. No sirve como excepción Lope de Aguirre, porque lo suyo fue un desesperado arrebato de locura contra todo y contra todos, Dios incluido. Llegó a Perú en 1534 con la tropa del gran Pedro de Alvarado, quien, fracasando en su intento de poder competir con Pizarro en aquella zona, le cedió sus hombres, mediando un arreglo económico, y se dio la vuelta. Entre los que se quedaron, estaba Gómez de León, y fue, mientras pudo, fiel a los hermanos Pizarro. Incluso llegó a ser capitán de la guardia personal de Francisco, el Gobernador. También formó parte de los que, por orden de Pizarro, fundaron Arequipa (año 1540), ciudad en la que luego se asentó con su mujer, Francisca de Vergara (otra vasca), dejando allá una influyente descendencia. Aquellos hombres fundaban sabiamente, y con visión de futuro. En la imagen aparecen señaladas tres ciudades portuarias: Trujillo, Lima y Arequipa. Ya vimos que, cuando Gonzalo Pizarro se organizó para luchar contra el virrey Blasco Núñez Vela, uno de los primeros que se puso a su lado fue Gómez de León. Pero algo pasó, porque después se enfrentó a Gonzalo en la durísima batalla de Huarina, bajo el mando de Diego Centeno, quien, tras ser derrotados, pudo huir. Pero GÓMEZ DE LEÓN perdió allí la vida, quizá vengativamente ejecutado por Gonzalo Pizarro. Ocurrió el año 1547.




lunes, 24 de febrero de 2020

(Día 1039) Fracasó un plan para matar a los oidores y liberar al virrey. Solo castigaron a Alonso de Barrionuevo.


     (629) Inca Garcilaso se compadece del virrey, y después da algunos datos de quienes acaban  de aparecer en su narración: "Ciertamente da mucha lástima que a un príncipe (el virrey), elegido para gobernador de un imperio como el Perú, le causasen tantas tribulaciones y angustias la mayoría de los suyos. El padre fray Gaspar de Carvajal, de quien se ha hecho mención, fue aquel religioso que contradijo a Francisco de Orellana cuando se rebeló contra Gonzalo Pizarro (sin embargo, al Rey le pareció bien) en la expedición de la Canela (por el Amazonas), y se quedó en la isla de la Trinidad (terminado el viaje), y de allí se volvió a Perú, donde contaba largamente los trabajos que en aquel descubrimiento vio y padeció. Al caballero Don Juan de Mendoza, de quien asimismo he hecho mención, y al que conocí como vecino en el Cuzco, le ocurrió una cosa extraña en México antes de que fuera al Perú con el famoso Don Pedro de Alvarado. Jugando a las cañas en una fiesta solemne, como se suele hacer, tiró una cañuela para mostrar su destreza, y, cuando ponía su fuerza para arrojarla, el caballo paró de golpe, y él, que era muy alto de cuerpo, pero flojo de piernas, y no tan buen jinete como presumía, salió por el pescuezo del caballo adelante, quedándosele los pies en los estribos, y puso las manos en el suelo para no dar en tierra con el rostro. Corrió peligro de perder la vida, de no ser socorrido rápidamente por los circundantes, a muchos de los cuales oí este cuento, y entre ellos estaba Garcilaso de la Vega, mi señor padre. Pedóneseme la digresión sobre esto tan raro".
     Por entonces volvieron a Lima el capitán Alonso de Montemayor y quienes habían salido con él  para unirse a los que perseguían al padre Loaysa. Los oidores tomaron la decisión de detenerlos por considerarlos amigos del virrey: "A ellos y a algunos capitanes del virrey, los pusieron presos con los que habían venido del Cuzco (huyendo de los de Gonzalo Pizarro). Viéndose tan maltratados, determinaron matar a los oidores y soltar al virrey. El plan era disparar ciertos arcabuzazos, y que el sargento Francisco de Aguirre, con cierta gente de la guardia del licenciado Cepeda, lo matase. Se pondrían arcabuceros en las entradas de la plaza, por donde forzosamente habían de acudir  el licenciado Tejada y el licenciado Álvarez a la casa de Cepeda al oír aquellos disparos, y, entonces, los matarían, y luego pondrían la ciudad de Lima al servicio del Rey".
    Es significativo que ni siquiera mencione al licenciado Pedro Ortiz de Zárate, también oidor de la Audiencia, lo que indica que para todos era evidente su absoluta fidelidad al virrey. Pero el plan se fue a pique, como suele ocurrir cuando hay muchos enterados: "Lo cual habría sido muy fácil de hacer, si un vecino de Madrid, a quien se había dado parte del negocio, no se lo descubriera al licenciado Cepeda una hora antes durante la noche en que se había de efectuar. Cepeda, con gran presteza. ordenó prender a los cabecillas del motín, que fueron Don Alonso de Montemayor, Pablo de Meneses, el capitán Cáceres, Alonso de Barrionuevo y algunos criados del virrey. Condenaron a muerte a Alonso de Barrionuevo, aunque luego lo dejaron en cortarle la mano derecha, porque hallaron que había sido el promotor de la conspiración (todo esto confirma lo que vimos no hace mucho en su expediente de méritos)".
    
     (Imagen) Quítense sus señorías el sombrero, porque vamos a hablar de FRAY GASPAR DE CARVAJAL. Hay que imaginárselo, en aquel ambiente brutal de los conquistadores, sufriendo tanto como ellos y dedicado en cuerpo y alma a regalarles a los indios lo que él más amaba: su fe. Nació el año 1500 en Trujillo, por lo que tuvo que corretear de niño con Hernando, Gonzalo y Juan Pizarro. Ingresó en la Orden de los Dominicos, renunciando a ser un militar heroico para convertirse en un fraile heroico.  Partió hacia las Indias en 1536, con ocho compañeros, y pronto fundaron en Lima el primer convento dominico de Perú. Se incorporó como capellán de la expedición que salió en 1541 hacia el Amazonas bajo el mando de su, sin duda, gran amigo Gonzalo Pizarro, lo que ocurrió poco antes de que asesinaran a su hermano Francisco Pizarro. En una situación desesperada, Francisco de Orellana fue río abajo buscando alimentos, y no regresó. Fray Gaspar, que iba con él, se lo reprochó como una traición, que después de su gran hazaña dejó de tener importancia. Carlos V aceptó las explicaciones de Orellana. Y hasta fray Gaspar pareció bendecirle en el largo título de la crónica que escribió sobre el viaje: "Relación del nuevo descubrimiento del famoso Río Grande que desde su nacimiento hasta el mar descubrió el Capitán Orellana en unión de cincuenta y seis hombres". Luego el reverendo volvió a Lima. Se dedicó durante años a una agotadora actividad evangelizadora en las tierras de Tucumán, superando con creces las conversiones que se obtenían habitualmente. Ejerció con sincero interés su cargo de Protector de los Indios, defendiéndolos frente a los abusos que sufrían, en la misma línea que su compañero fray Bartolomé de las Casas. En 1557 fue nombrado provincial de todos los dominicos del Perú. Ya octogenario, FRAY GASPAR DE CARVAJAL murió el año 1584 en su convento de Lima, teniendo el funeral una asistencia multitudinaria, como justo homenaje a alguien tan excepcional.



sábado, 22 de febrero de 2020

(Día 1038) Diego García de Alfaro apresó al hermano del virrey. Los oidores tenían encarcelado a Vaca de Castro y le encargaron al licenciado Álvarez que llevara preso a España al virrey.


     (628) Tanto los que iban por mar como los que avanzaban por tierra, se dieron cuenta de que los huidos habían ido con las naves hasta Guaura. Llegaron allí de noche, e hicieron algunos disparos que Diego Álvarez Cueto interpretó equivocadamente: "Creyendo que sus autores eran algunos criados del virrey, o gente que se quería embarcar, le ordenó a Vela Múñez que fuese a tierra en un batel para informarse de lo que pasaba, y, cuando estaba cerca de la costa, Diego García de Alfaro comenzó a dispararle, apretándole tanto, que se tuvo que rendir y entregar el batel. Luego enviaron aviso a Cueto diciéndole que, si no entregaba la armada, matarían al virrey y a Vela Núñez. Temiendo Cueto que se haría así, entregó la armada, contra el parecer de Jerónimo Zurbano, quien, con el navío del que era capitán, se fue a Panamá, porque dos días antes le había mandado Cueto que recogiese todos los navíos que hallase por la costa, para que no los encontrasen los oidores".
     De error en error, la peripecia del virrey se va complicando. Los oidores lo tenían preso en una isla cercana, por miedo a que fuera asesinado: "Enviaron también allá a unas veinte personas en unas balsas de mimbres secos, que los indios llaman enea (ahora ya sabemos de dónde procede la palabra). Enterados de la entrega de la armada, determinaron enviar al virrey a su Su Majestad, con cierta información que contra él recibieron, llevándolo en calidad de preso el licenciado Álvarez, el oidor, al que le dieron como salario ocho mil castellanos (unos dos kilos y medio de oro), y le prepararon los despachos necesarios, en los cuales no firmó el licenciado Ortiz de Zárate (esto y otras muestras de lealtad al Rey le pasarán factura). Entregaron al virrey en Guaura al licenciado Álvarez, y, con tres navíos, sin esperar los despachos de la Audiencia, se hizo a la vela, y al licenciado Vaca de Castro lo tornaron preso en un navío, como antes estaba, al puerto de la Ciudad de los Reyes". Inca Garcilaso va recogiendo lo esencial del cronista Agustín dde Zárate, e indica que, salvo excepciones, seguirá principalmente su texto. Lo que no quita que él vaya añadiendo muchos datos interesantes, además de anécdotas y comentarios muy oportunos y bien escritos. Tampoco hay que olvidar que conoció personalmente a gran parte de los protagonistas, y que su infancia quedó marcada por todo lo que su padre, el gran capitán Sebastián Garcilado de la Vega, vivió y le contó.
     Inca Garcialso nos hace saber también que, antes de que partiera preso el virrey con el licenciado Álvarez, se encontró en una situación ultrajante, siendo tratado con burlas y desprecio. A lo que se añadía su lógico miedo a que, en cualquier momento, lo mataran: "Temiendo que le dieran hierbas en la comida, se lo dijo al licenciado Cepeda. Le contestó que, si lo quisiese matar, no lo haría con engaño, y que podía comer como con su mujer, Doña Brianda de Acuña. Pero un día llegó fray Gaspar de Carvajal, y le dijo que se confesase porque así lo mandaban los oidores. Llamó el virrey a Cepeda y se le quejó, el cual le confortó diciéndole que solo él tenía poder para tal cosa. Entonces Blasco Núñez le abrazó y le besó en el carrillo, delante del mismo fraile".

     (Imagen) Nos dice Inca Garcilaso que DIEGO GARCÍA DE ALFARO era entendido en las cosas del mar. En realidad, era más que eso, puesto que tenía un galeón y se dedicaba a mercadear con él. La vena marinera le vino de haber nacido en Moguer (Huelva). El texto de su expediente de méritos es tan enrevesado, que resulta casi indescifrable. Por otras referencias, se sabe que era uno de los conquistadores veteranos. Asistió el año 1535 a la fundación de Lima. En las guerras civiles, estuvo muy unido a los hermanos Pizarro. Incluso le envió una carta personal en 1541 a Hernando Pizarro comunicándole que su hermano, el gobernador, había sido asesinado. Esa fidelidad, si en algún momento falló, volvió a recuperarla de forma algo indigna en 1544. Le hemos visto ahora persiguiendo a quienes ayudaban al virrey Blasco Núñez (que estaba preso), gran enemigo de Gonzalo Pizarro, pero, pocos meses antes, Carlos V, por petición de Diego, lo había recomendado al propio virrey. En 1551, se impuso el interés económico, y Diego le hizo una reclamación judicial de dinero a los herederos de Francisco Pizarro. En 1553 también tuvo un largo pleito con el bilbaíno Jerónimo de Zurbano, capitán del virrey, a quien acabamos de ver quemando varias naves como estrategia militar, y es posible que alguna de ellas fuera de Diego. El Rey, no solo dejó absuelto a Zurbano, sino que le premió por lo que había hecho. Por aquel tiempo, estaba en España DIEGO GARCÍA DE ALFARO defendiendo sus causas. El documento de la imagen, del año 1559, indica que iba a volver a las Indias de inmediato, pero quizá no lo hiciera, ya que murió en esas fechas. Hay otro detalle en el texto que impresiona, porque revela la degradante terminología que se empleaba con los esclavos negros. El rey le dio permiso para llevar a las Indias ocho esclavos negros, "la mitad de ellos machos y la otra mitad hembras, yendo vos en persona a las dichas indias".



viernes, 21 de febrero de 2020

(Día 1037) Los oidores quisieron embarcar al virrey para que lo llevaran preso a España, pero su cuñado, que estaba al mando de la nave, se negó rotundamente. La tensión alcanzó un nivel muy peligroso.


     (627) El siguiente paso que dieron los oidores fue bastante sensato, aunque cuesta creer que el Rey aceptara lo que acababan de hacer: "Luego se decidió que el virrey se embarcase, y fuese a España, porque, si Gonzalo Pizarro le hallase preso, lo mataría, y también temían que algunos de los parientes del factor Illán Suárez de Carvajal le habían de matar en venganza de su muerte, pues, de cualquier forma, se les echaría a ellos la culpa del daño. Andaban tan confusos, que no se entendían, y mostraban pesarles lo que habían hecho. Nombraron Capitán General al licenciado Cepeda, y llevaron al virrey al mar, con determinación de ponerle en un navío. Pero no lo pudieron hacer con facilidad".
     Tuvieron problemas porque el cuñado del virrey, Diego Álvarez Cueto, estaba al mando de la flota allí anclada, y, en cuanto vio llegar aquel tumulto de gente con el virrey preso, dio orden de que se cogieran todos las bateles de las naves. Los oidores enviaron en balsas a fray Gaspar de Carvajal, acompañado de otros, para decirle a Álvarez Cueto que, si entregaba la armada y a los hijos de Francisco Pizarro, ellos le entregarían al virrey en un navío, y que, si no la hacía, correría peligro: "Tras oírle al religioso, Diego Álvarez Cueto (en presencia del licenciado Vaca de Castro, que allí estaba preso), viendo el peligro en que quedaba el virrey, echó en tierra en las mismas balsas a los hijos del Marqués, a Don Antonio de Ribera y a su mujer. Pero, por entonces, los oidores no cumplieron lo que habían prometido, amenazando, incluso, que, si no entregaba la armada, le cortarían la cabeza al virrey".
     Hubo varios intentos de arreglo por parte del capitán Vela Núñez, hermano del virrey, pero fueron inútiles. Además, no solo se oponía a entregar la armada Álvarez Cueto, sino que estaba completamnente en contra el vasco Jerónimo de Zurbano, que se ocupaba del mando de todos los soldados, y, además, de los marineros, que también eran vascos: "Los capitanes de los navíos, sabiendo que tenían provisiones suficientes para permanencer en la mar largo tiempo, determinaron salir del puerto de la Ciudad de los Reyes, y andar por aquella costa hasta que viniese algún despacho de Su Majestad ordenando lo que habían de hacer. Considerando que no tenían suficientes marineros para gobernar los diez navíos que estaban en su poder, y que era necesario  no dejar allí ninguno, para evitar que les siguiesen, pusieron fuego a los cuatro navíos más pequeños (y a dos barcos de pescadores que estaban varados en la costa), y, con los seis restantes, se hicieron a la vela, llevando consigo al licenciado Vaca de Castro. Llegaron a Guaura, y determinaron esperar allí hasta ver en qué terminaba la prisión del virrey. Entendiendo esto los oidores, determinaron enviar gente por mar y por tierra para hacerse con los navíos de cualquier manera posible. Encargaron reparar los dos barcos de pescadores, que no se habían quemado del todo, a Diego García de Alfaro, que era muy práctico en las cosas de la mar. Habiéndolos dispuesto, se metió en ellos con hasta treinta arcabuceros, y se fue por la costa abajo. Por tierra enviaron a Don Juan de Mendoza y a Ventura Beltrán con otra cierta gente".

     (Imagen)  Le vemos ahora a VENTURA BELTRÁN obedeciendo a los oidores para ir a apoderarse de unas naves, con el fin de dejar preso en ellas al virrey, aunque, sometido como todos en aquellas guerras civiles a la ley del péndulo, había estado antes a  sus órdenes, y, además, recomendado por el Rey. Seguirá dando bandazos hasta que, finalmente, se decantará por la lealtad a la Corona. Parece ser que nació en Arévalo. El año 1531 dejó un rastro de mal pagador (que se repitió en otras ocasiones) ya que se dio orden de retenerle algún dinero en San Juan de Puerto Rico. Su implicación con los pizarristas le facilitó servir a Vaca de Castro en la guerra de Chupas, porque se libraba contra Diego de Almagro el Mozo, pero tuvo la sensatez de abandonar a Gonzalo Pizarro en la batalla de su derrota y muerte. Parece ser que ejerció algún trabajo como funcionario, y, de hecho, escribía bien. La imagen muestra su estética firma, y estaba al pie de una carta que le escribió al Rey (cosa lejos del alcance de un simple soldado, salvo raras excepciones, como la del gran Bernal Díaz del Castillo). Además, se atreve en ella a explicarle lo que en verdad ocurrió en la batalla de Chupas. Confirma un asunto que deja en mal lugar a Vaca de Castro. Es cierto que el entonces gobernador tuvo mucho mérito al acabar con los almagristas rebeldes. Pero algunos cronistas dijeron que cometió un error garrafal. Ventura Beltrán, sin hacerle un reproche directo, lo deja bien claro: "Era tan dudosa la victoria, que, si el gobernador Vaca de Castro no nos socorriera con la gente que para su guardia y compañía había apartado, no sé quién se llevara la victoria aquel día". Lo que se calla es que el gobernador tenía a su lado los mejores capitanes, y fue uno de ellos el que se hartó de ser espectador, se lanzó a la batalla y arrastró a los demás. La cobardía de Vaca de Castro les pudo haber costado muy cara. VENTURA BELTRÁN falleció en España en año 1555.





jueves, 20 de febrero de 2020

(Día 1036) Los partidarios de los oidores asaltaron la casa del virrey, cuya guardia personal le abandonó. El virrey se entregó, y creyó, equivocadamente, que el oidor Ortiz de Zárate también le había traicionado.


     (626) Vamos a asistir a la fatídica complejidad de los hechos que condujeron al apresamiento del virrey. Fueron momentos de una enorme tensión, que acabaron mal, pero podían haber terminado mucho peor, porque el control se les había ido de las manos a los protagonistas. El virrey temía que los oidores lo apresaran, por lo que puso en alerta a los más de cuatrocientos soldados con los que contaba. A su vez, los oidores se asustaron. Pidieron ayuda a algunos amigos, pero la respuesta fue fría,  y decidieron refugiarse, con algunos que les apoyaban,  en la casa del licenciado Cepeda, el oidor de mayor autoridad. Entre los reunidos, hubo un valiente, Francisco de Escobar (natural de Sahagún), que les dijo: "Salgamos, señores a la calle, y muramos peleando como hombres, y  no encerrados como gallinas". Los oidores y los que estaban con ellos recuperaron el coraje, y todos abandonaron su encierro. Tuvieron, además, la suerte de que poco antes el virrey, cansado de estar en la plaza con su tropa, y creyendo que tenía la situación controlada, cometió el error de marchar a su casa para descansar: "Por lo cual sus soldados y capitanes se vieron libres del respeto a su presencia, y dos  de los capitanes, Diego de Robles y Pedro de Vergara, se unieron con sus compañías a los oidores, y en pos de ellos fueron otros, y otros, hasta que no quedó nadie guardando la puerta del virrey para defender su casa, salvo cien soldados para su guardia, que estaban dentro de la casa".
     La rebelión era ya unánime, y todos juntos, encabezados por los oidores, fueron a la casa del virrey. Los de su guardia personal hicieron un amago de resistencia: "Tiraron algunos arcabuzazos, de lo cual se enojaron tanto los soldados que iban con los oidores, que quisieron entrar en la casa por fuerza y matar a todos los que se resistiesen. Los oidores los apaciguaron con buenas palabras, y enviaron a fray Gaspar de Carvajal y a Antonio de Robles, hermano de Martín de Robles, para que dijesen al virrey que no embarcase a nadie por fuerza, y que, sin poner resistencia, fuese a la iglesia mayor, donde le esperaban. Yendo estos mensajeros adonde el virrey, los cien soldados que estaban a la puerta, sin aguardar más, se pasaron al bando de los oidores. Los demás soldados (los amotinados), viendo la puerta libre, también entraron en la casa".
     En todo este proceso, el licenciado Pedro Ortiz de Zárate, siempre fiel a  la legalidad, había permanecido al margen. Pero sabía que la situación era dramática, y quiso ir a la casa del virrey para aportar alguna solución. Al no poder seguir su camino porque le impedían pasar, y viendo que los que apoyaban al virrey ya no lo hacían, fue a la iglesia, donde estaban ya los demás oidores, lo cual interpretó luego equivocadamente Blasco Núñez Vela: "Oído por el virrey lo que le dijeron los mensajeros, y sabiendo que su casa estaba llena de gente de guerra, y que la suya le había abandonado, fue a la iglesia, donde se hallaban los oidores, y se entregó a a ellos. Al ver que estaba allí el licenciado Ortiz de Zárate, le dijo: '¿También vos habéis querido prenderme, teniendo yo  en vos tanta confianza?'. Y él le respondió que quien quiera que se lo hubiese dicho, mentía, pues era notorio quién le había prendido, y que él  no se había hallado en ello".

     (Imagen) Qué impresionante la biografía la de FRANCISCO RODRÍGUEZ DE VILLAFUERTE. Lo cuenta su hijo Jerónimo de Villafuerte el año 1579 en una la relación de méritos de su padre (la de la imagen). Vivió con Francisco Pizarro hechos de gran trascendencia histórica. Estuvieron los dos juntos con Núñez de Balboa cuando sus bienaventurados ojos contemplaron por primera vez la inmensidad del Océano Pacífico. Más tarde asistieron ambos a la fundación de Panamá, y partieron después hacia la increíble aventura de Perú, en la que solamente el arrebato de aquel sueño esplendoroso les permitió aguantar tanto sufrimiento durante tanto tiempo. Tendré que romper una lanza a favor de Villafuerte. No lo puse en la lista de los Trece de la Fama porque no aparecía en mis referencias. Pero hay una prueba evidente de que fue uno de ellos: se sabe que lo nombraron Caballero de la Espuela Dorada, como se hizo con aquellos superhombres que ya tenían el rango de hidalguía. Además, el muy fiable cronista Inca Garcilaso lo incluye en el heroico grupo. Llegados a la isla Gorgona, habían ya padecido tanto, que muchos querían abandonar la conquista, y Villafuerte se lo dijo a Pizarro. En otra página del expediente, su hijo, confirmando todo, dice: "Cuando Pizarro lo supo, hizo una raya en el suelo con la espada, diciendo a sus hombres que aquellos que pensaban seguir sirviendo al Rey pasasen la dicha raya, y, que los que no lo pensaban hacer, se volvieran. Lo cual oído por el dicho Francisco de Villafuerte, fue el primero que la pasó, y, por su persuasión, la pasaron otros". Solo queda sitio para añadir que FRANCISCO DE VILLAFUERTE tuvo que dejar de lado su fidelidad a los Pizarro cuando (como nos acaba de contar Inca Garcilaso) Gonzalo se rebeló contra el virrey, porque siempre puso por encima de todo el servicio a la Corona. Se casó dos veces, y le nacieron cinco hijos de su primera mujer, y ocho, de los que Jerónimo era el mayor, de la segunda, Catalina de Retes. Murió en el Cuzco el año 1568, siendo entonces de muy avanzada edad.



miércoles, 19 de febrero de 2020

(Día 1035) Asustado el virrey por el empuje con que se acercaba a Lima Gonzalo Pizarro, ordenó abandonar la ciudad y trasladarse a Trujillo. Los oidores se opusieron radicalmente, y decidieron apresar al virrey.


     (625) El virrey, consciente de que eran demasiados los que estaban en su contra, "pues se habían aficionado a la empresa de Gonzalo Pizarro porque había puesto su cabeza bajo el cuchillo por el bien común de todos", decidió no salir a campo abierto con su tropa. Estaba tan desesperado, que chapoteaba entre dudas, y eso iba a ser el detonante de su ruptura con los oidores: "Fortificó la ciudad, y se proveyó de bastimentos por si durase el cerco, pero, como cada día le llegaban noticias de la pujanza con que Gonzalo Pizarro venía, y del ánimo cruel que los suyos llevaban, le pareció mejor no esperarle en Lima, sino retirarse a Trujillo. Trató de despoblar y desmantelar la ciudad de todo lo que pudiera ser de provecho para el enemigo, y también de llevarse las provisiones y enviar a los indios de la costa tierra adentro, para que Gonzalo Pizarro no tuviera indios de servicio, todo ello con el fin de que se viera obligado a deshacer su ejército. Les comunicó estas imaginaciones a los oidores, y ellos se las contradijeron abiertamente diciendo que la Audiencia Real no podía salir de la ciudad, porque lo prohibía Su Majestad, y que ellos no podían ir con él, ni permitirían que se dejase su casa desamparada. Con esto, quedaron los oidores y el virrey declarados de bandos contrarios, y, los vecinos, más inclinados a la parte de los oidores, porque se oponían a que sus mujeres e hijas estuvieran en poder de marineros y soldados. No obstante el virrey quiso poner en ejecución su plan de irse por la mar, y que su hermano, Vela Núñez, fuese por tierra con los soldados. Mandó también a Diego Álvarez Cueto (su cuñado) que llevase a la mar a los hijos del Marqués Don Francisco Pizarro, y los metiese en un navío, y que se quedase, como General de la Armada, en guarda del licenciado Vaca de Castro (que estaba preso) y de ellos,  porque tenía miedo de que Antonio de Ribera y su mujer los escondieran".
     Se fue complicando mucho la situación: "Lo que mandaba el virrey causó muy grande alteración, y lo vieron muy mal los oidores, especialmente el licenciado Pedro Ortiz de Zárate (como vimos, la llegada de Pizarro iba a ser fatal para él), quien, con gran instancia, fue a suplicar al virrey que sacase de la mar a Doña Francisca (la hija de Francisco Pizarro), pues era ya doncella crecida, hermosa y rica, y no era cosa decente tenerla entre los marineros y los soldados, pero nada pudo detenerle en su propósito al virrey".
     Ni tampoco a los contrarios: "Los oidores le mandaron a Martín de Robles que, aunque era capitán del virrey, lo prendiese. Él, temiendo el perjuicio que le vendría, les pidió un documento firmado por todos los oidores, para su descargo, y ellos se lo dieron. Por otra parte, ordenaban en otra provisión a los vecinos que  no obedeciesen al virrey en lo que mandaba acerca de entregar a sus mujeres para embarcarlas, y que ayudasen a Martín de Robles para que lo prendiese, porque así convenía al servicio del Emperador y de aquella tierra. Esta provisión la guardaron en secreto hasta que les pareció llegado el tiempo de publicarla. Mientras estas cosas se ordenaban de una parte, de la otra, andaba la gente tan confusa y desatinada, que no sabían a quién seguir".


     (Imagen) Cuando el capitán MARTÍN DE ROBLES recibió de los oidores de la Audiencia Real de Lima la orden de apresar al virrey, fue consciente de las consecuencias que podrían venirle encima, y se cubrió las espaldas consiguiendo que se lo mandaran por escrito. Pero, por un expediente de méritos muy posterior (el de la imagen) de otro capitán, ALONSO GONZÁLEZ DE TAPIA, sabemos que Robles  abrazó después abiertamente la rebeldía de Gonzalo Pizarro. El documento es del año 1561, lo que quiere decir que González Tapia era ya un hombre mayor, y que sobrevivió milagrosamente a las guerras civiles. Resumo las angustiosas experiencias propias que cuenta, en las que no alude a méritos anteriores, sino que comienza hablando de la rebelión de Gonzalo Pizarro. Él se puso al servicio del virrey en compañía del capitán Pablo Meneses. Fueron apresados y maltratados por MARTÍN DE ROBLES, que ya estaba bajo el mando de Gonzalo Pizarro. No los mataron, pero a Alonso lo desterraron de Lima por negarse a traicionar al virrey, y Meneses se incorporó, como ya vimos, al ejército pizarrista. Al ser desterrado, se trasladó a la Villa de la Plata, "donde padeció muchos malos tratamientos de las autoridades que Gonzalo Pizarro allí había puesto". En aquella población estaba el capitán Alonso de Alvarado al servicio de Gonzalo Pizarro (aunque después se convertirían en mortales enemigos), y, a pesar de que le forzó a González Tapia a incorporarse a su tropa, "él huyó el mismo día, con gran peligro de su vida, por servir a Vuestra Majestad". Le persiguieron, y anduvo escondido buscando gente leal a la Corona, hasta que pudo alistarse bajo las órdenes de Diego Centeno, quien estaba reclutando soldados después de permanecer mucho tiempo escondido en una cueva para evitar que Carvajal le matara. Logaron una primera y muy sonada victoria en el Cuzco, pero fueron derrotados en Huarina, y ya tenía ALONSO GONZÁLEZ DE TAPIA puesta la soga al cuello, cuando, gracias a los ruegos de un fraile, le perdonaron la vida. Su peripecia acabó triunfalmente, pues, en la batalla de Jaquijaguana, participó bajo el mando del gran Pedro de la Gasca en la derrota y muerte de Gonzalo Pizarro y Francisco de Carvajal.  




martes, 18 de febrero de 2020

(Día 1034) El virrey se arrepintió de haber matado a Illán Suárez de Carvajal, pero se amparaba en disculpas ridículas. Se hizo más impopular, y le angustió también que Gonzalo Pizarro se acercaba a Lima.


     (624) Inca Garcilaso copia un párrafo escrito por el cronista Diego Fernández el Palentino (a quien le voy a dedicar una imagen), en el cual describe muy bien el arrepentimiento del virrey por haber matado al factor Illán Suárez de Carvajal. Resulta curioso que Diego Fernández nos muestre de él una reacción de autodefensa idéntica a la que, muchos años después, describió Shakespeare en el alma atormentada de un rey inglés (de cuyo nombre no me acuerdo). Ya que el acceso a la obra del importante cronista Diego Fernández el Palentino es complicado, voy a recopiar en su honor lo que Inca Garcilaso le copia: "Descolgaron el cuerpo del factor Suárez de Carvajal por un corredor, y lo enterraron junto a una esquina en la iglesia mayor. Cuando se le pasó al virrey el arrebatado ímpetu de la cólera, y se impuso la razón, ciertamente le pesó en todo extremo lo que había hecho, y se tuvo por cierto que lloró por ello. El virrey mandó llamar a algunos vecinos principales, y, disculpándose, afirmó que había tenido bastante motivo para haberle matado, atribuyendo su muerte al desacato de sus palabras. Y les dijo que nadie se escandalizase por ello, pues, si bien o mal lo había hecho, él daría cuenta de ello a Dios y a su Rey. Por lo cual, todo el pueblo se alteró y tomó más indignación contra él. De manera tal, que de esto sirvió ocasión y falsa apariencia para prender después al virrey injustamente, aunque es cierto que le dio muerte al factor sin fundamento alguno. Sintió el virrey mucha pena por lo que hizo, pero maldecía a su hermano porque le había traído al factor, llamándole torpe y bestia, pues conocía su condición y que estaba my alterado. Dijo que, si fuera hombre de entendimiento, no habría cumplido su mandato, fingiendo que no le hallaba hasta que se le hubiera pasado el enojo". Lo dicho: el arte de rebotar hacia otros las culpas.
     El virrey buscaba con desesperación la manera de enfrentarse a lo que se le venía encima, pues sabía que Gonzalo Pizarro había reforzado su ejército y avanzaba hacia Lima. Su enemigo rebosaba entusiasmo, y él, desesperación. Así lo cuenta Inca Garcilaso: "Sabía que muchos de los que estaban con él en Lima mostraban claramente su descontento por la ejecución de las ordenanzas, y que otros lo disimulaban y andaban tibios en su servicio. Viendo que por horas iba empeorando el ánimo de la gente, quiso cambiar su actitud, aunque tarde, y suspender la ejecución de las ordenanzas, imaginando que así se apagaría aquel  fuego que tan encendido iba, y que Gonzalo Pizarro desharía su ejército.Y así, las suspendió por dos años, hasta que el emperador otra cosa mandase. Pero luego anotó en el libro que, como la suspensión era por fuerza, ejecutaría las ordenanzas en cuanto se apaciguase la tierra, lo cual les pareció odioso a todos. Dispuso también que se pudiese matar a Gonzalo Pizarro y a los que traía con él, y prometió dar sus encomiendas a quienes los matasen, cosa que indignó mucho a los del Cuzco, y que no agradó a todos los de Lima. Aquello, antes indignó que aplacó a la gente, por el ánimo obstinado del virrey, y los de Gonzalo Pizarro quedaron más rebeldes en su tiranía. De manera que siguieron caminando hacia Lima con determinación de morir todos en su empeño".

      (Imagen) También DIEGO FERNÁNDEZ DE PALENCIA fue un importante cronista de las guerras civiles de Perú, aunque su trabajo quedó en un segundo plano. Como Inca Garcilaso, tuvo la ventaja de escribir tardíamente, lo que le permitió servirse de lo ya publicado por otros más conocidos.  Nació en Palencia hacia el año 1520. Incorporó el nombre de la ciudad a su apellido para diferenciarse de los muchos 'Diego Fernández' que había en Indias, y, como cronista, se le suele llamar, simplemente, EL PALENTINO. Parecía destinado a ser eclesiástico, pero decidió ir a las Indias para ejercer como funcionario real. El año 1550 figuraba como escribano público en la la ciudad de Lima. Decepcionado por la marcha de sus asuntos, estuvo a punto de volverse a España, pero en 1554 se produjo la rebelión de Francisco Hernández Girón, y el Palentino decidió probar fortuna con las armas, al servicio de Rey, aunque no destacó como militar. Fue derrotado en la batalla de Villacuri bajo el mando del gran Alonso de Alvarado, a quien la humillación llegó a trastornarle de tal manera, que murió sumido en una gran depresión. Pero, poco después, DIEGO FERNÁNDEZ tuvo la alegría de participar en la batalla de Pucará, en la que fue vencido, y después ejecutado, Hernández Girón. Nombrado en 1556 por el virrey de Perú, Andrés Hurtado de Mendoza, historiador y cronista de los reinos de Perú, Diego Fernández se dedicó con entusiasmo a escribir, que era lo suyo, y puso especial interés en narrar lo referente a la rebelión de Gonzalo Pizarro, que él no presenció, y las que se produjeron después, de las que sí fue testigo, e incluso protagonista. Su cargo le dio acceso a mucha documentación que enriqueció considerablemente sus textos, por otra parte, bien escritos, aunque también tuvo que pagar el precio de adornar la figura de sus promotores. DIEGO FERNÁNDEZ EL PALENTINO murió, al parecer en Sevilla (donde publicó su obra), el año 1581.


lunes, 17 de febrero de 2020

(Día 1033) El virrey tuvo sospechas injustificadas de que el factor Illán Suárez le iba a traicionar. Lo apresó, discutió con él y lo mató. Luego los oidores apresaron al virrey.


     (623) A pesar de que, al descifrarse la carta del hermano del factor Illán Suárez de Carvajal, quedó claro que el texto no probaba que tuvieran intenciones de favorecer a Gonzalo Pizarro, el virrey lamentó no poder demostrarlo, y mantuvo vivas sus sospechas.  Ocurrió luego algo que, de manera temeraria, lo interpretó como una confirmación. Diego de Urbina tenía comprobado que muchos soldados habían desaparecido de Lima, y se lo dijo al virrey: "Al  saberlo, se alteró mucho, y, tras revisar casa por casa, averiguó quiénes eran los que faltaban. Como, entre otros, se hallaban ausentes Diego de Carvajal, Jerónimo de Carvajal y Francisco de Escobedo, sobrinos del factor, de quien ya sospechaba que favorecía los negocios de Gonzalo Pizarro, tuvo por cierto que sus sobrinos habían huido por su mandato, o que, al menos, no pudo haber ocurrido sin que tuviera noticia de ello. Envió el virrey a Vela Núñez, su hermano, con ciertos arcabuceros, para que fuesen a apresar al factor. Tras hacerlo, lo llevaron a la posada del virrey. Entrando el factor por la puerta, le dijo el virrey: 'O sea, traidor, que habéis enviado a vuestos sobrinos a servir a Gonzalo Pizarro'. El factor le respondió: 'No me llame vuestra señoría traidor'. Dicen que el virrey le replicó: 'Juro a Dios que sois traidor al Rey'. A lo cual, el factor dijo: 'Juro a Dios que soy tan buen servidor al Rey como vuestra señoría".
     Y el explosivo Blasco Núñez Vela se descontroló: "Por lo cual el virrey se enojó tanto, que arremetió contra él poniendo mano  a una daga. Algunos dicen que le hirió con ella por los pechos, aunque él afirmaba no haberle herido, sino que sus criados y alabarderos, viendo cuán desacatadamente le había hablado, le hicieron tantas heridas con sus armas, que lo mataron, sin que pudiese confesarse ni hablar palabra alguna'. Esto sucedió el día trece de septiembre de mil quinientos cuarenta y cuatro". Luego sacaron el cuerpo con la mayor rapidez y disimulo posible para que no se produjeran alborotos, y lo enterraron en la iglesia.
     Aquel crimen fue un disparate absoluto, del que el virrey se arrepintió, pero a algunos les sirvió para justificar otro despropósito: "Y así, al cabo de tres días, cuando los oidores prendieron al virrey, una de las primeras cosas que hicieron al comenzar su proceso fue averiguar la causa de la muerte del factor. Sabiendo que le habían llevado a la casa del virrey y que nunca más había aparecido, lo desenterraron y vieron las heridas que tenía. Conocida esta muerte por el pueblo, causó muy grande escándalo, porque todos sabían cuánto había favorecido el factor las cosas del virrey, especialmente en el interés que puso para que fuese reconocido como tal en la Ciudad de los Reyes, contra el parecer de la mayoría de los regidores. La muerte del factor causó luego la total caída del virrey, porque los suyos tomaron tanto miedo de su condición por haber hecho aquella muerte tan precipitada y poco pensada, que todos le huían y se escondían para no aparecer delante de él. Y sus contrarios tomaron más ánimo y atrevimiento para justificar su oposición a él".

     (Imagen) Uno de los que huyeron de Gonzalo Pizarro para ponerse al servicio del virrey fue MANCIO SIERRA DE LEGUIZAMÓN, cuyo segundo apellido denota una ascendencia vasca. Nació en Pinto (Madrid) hacia el año 1500. Tuvo una vida fuera de lo común, especialmente viviendo en tierras tan peligrosas. Falleció en 1589, y, durante su larga permanencia en las Indias, siempre sirvió sin fisuras a la Corona, cosa bien rara durante las guerras civiles. Otra 'rareza' suya fue la implacable denuncia que hizo en su testamento contra el mal ejemplo que se daba a los indios (a los que, sin duda, idealiza), de lo que él mismo se sentía culpable: "Hemos corrompido a gente de tanto gobierno como estos naturales, y tan quitados de cometer delitos, ni excesos, así hombres como mujeres. Cuando vieron que entre nosotros había ladrones, y hombres que incitaban a pecar a sus mujeres e hijas, nos tuvieron en poco; y habiendo venido este reino a tal rotura en ofensa de Dios entre los naturales, por el mal ejemplo que les hemos dado, suplico a mi Dios me perdone mi culpa. Soy el postrero que muero de todos los descubridores y conquistadores, y quiero así descargar mi conciencia". En la imagen aparece parte de su relación de méritos al servicio del Rey (la presenta un hijo suyo). Después de andar luchando por Veragua (junto a Panamá), llegó a Perú con Diego de Almagro en 1534, cuando ya estaba preso Atahualpa. Su vida entera fue un continuo pelear, hasta su vejez, y se enfrentó a todos los rebeldes, incluso al propio Almagro. Luchó contra Gonzalo Pizarro y contra Francisco Hernández Girón. Era sumamente respetado por su impresionante historial, y hasta batalló, ya muy anciano, bajo el mando del virrey Francisco de Toledo, contra una rebelión general de los indios. Tuvo doce hijos de cuatro mujeres, siendo la primera Beatriz Manco Cápac, hermana de Atahualpa. Bien se puede decir que MANCIO SIERRA DE LEGUIZAMÓN fue "el último de los viejos conquistadores de Perú".



sábado, 15 de febrero de 2020

(Día 1032) Por orden de Gonzalo Pizarro, Carvajal mató a Gaspar Rodríguez de Camporredondo. Baltasar de Loaysa y Hernando Ceballos se libraron de milagro. El virrey va a cometer un gravísimo error.


     (622) Y se presentaron los capitanes: "Viniendo todos, y entre ellos Gaspar Rodríguez, cuando entendió Gonzalo Pizarro que estaba cercada la tienda y colocada toda la artillería, se salió de ella fingiendo que iba a otro negocio. Se acercó el maestre de campo Francisco de Carvajal a Gaspar Rodríguez, y, con disimulo, le puso la mano en la guarnición de la espada, se la sacó de la vaina, y le dijo que se confesase con un clérigo porque había de morir allí. Aunque Gaspar Rodríguez lo rehusó cuanto pudo, y se ofreció a dar grandes disculpas, ninguna cosa aprovechó, y le cortaron la cabeza". Resulta escalofriante, porque, sin duda, Gaspar Rodríguez llevaría tiempo sintiéndose acorralado por las sospechas y las siniestras intenciones de muchos de la tropa. En un espacio corto de tiempo habían muerto dos grandes capitanes, Gaspar Rodríguez y, antes, su hermano Peransúrez, víctima de un ataque de piratas, aunque este jamás habría imaginado que a Gaspar lo matara un Pizarro.
     Para sazonar más la tremenda escena, bastará añadir que se encontraban presentes todos los capitanes de la tropa, algunos sin saber lo que iba ocurrir, y otros, con fingida lealtad a Gonzalo Pizarro: "Estas muertes (la de Gaspar y las anteriores) atemorizaron mucho en el campamento, especialmente a los que eran partidarios de los ejecutados y sabían por qué les mataban, y porque fueron las primeras que hizo Gonzalo Pizarro desde que comenzó su tiranía. Pocos días después llegaron Don Baltasar de Castilla y sus compañeros, trayendo presos a Baltasar de Loaysa y a Hernando Ceballos. Cuando supo Gonzalo Pizarro que iban a entrar en el campamento, envió al maestre de campo Carvajal, para que, topándolos, diera garrote a los dos, pero quiso la fortuna que fueran por otro camino, de manera que el maestre no los encontró. Y así, llegados ante la presencia de Gonzalo Pizarro, hubo tantos intercesores en su favor, que les perdonó las vidas. A Loaysa lo despachó a pie, y, a Hernando de Ceballos, lo trajo consigo en su ejército".
     Hubo barbaridades en un bando, y un error garrafal del virrey en el otro. Los datos que da Inca Garcilaso, basándose en más cronistas, hacen, por fin, comprender cómo fueron después los oidores llegando al extremo de detener al virrey (otra insensatez). Primeramente ocurrió que el licenciado Benito Suárez de Carvajal, haciendo de correo Luis García San Mamés, envió una carta cifrada (como ya nos contó Cieza) a su hermano, el Factor de Lima, Illán Suárez de Carvajal, hombre de mucho prestigio y muy apreciado. El virrey, que no se llevaba bien con el factor, sospechó que se trataba de algún mensaje traicionero. Llamó al factor y le obligó a traducir el escrito, que, como nos dijo Cieza, no contenía nada censurable, sino todo lo contrario. Anota Inca Garcilaso: "El contenido se refería a la gente de armas y a las intenciones que tenía Gonzalo Pizarro, indicando quiénes estaban a su lado, y diciéndole a su hermano, el factor, que, como él le había mandado, se iría pronto a servir al virrey, en cuanto pudiera escabullirse".
     Veremos de inmediato  el desenlace, pero llama la atención que Inca Garcilaso no utilice a Cieza como fuente directa, aunque también es verdad que los cronistas que maneja le copian con frecuencia textos que luego los recoge él.



   (Imagen)  JUAN DE PANCORBO nació hacia 1514 en Pancorbo, figurando en la corta lista de los conquistadores burgaleses que anduvieron por tierras peruanas. Llegó a Perú en 1533 con Diego de Almagro el Viejo, cuando ya había sido apresado Atahualpa. Recibió parte del botín, como prometedor pellizco de la riqueza que acumularía posteriormente, gracias a las encomiendas que se le adjudicaron y a la explotación de minas. La inercia de los acontecimientos le llevó a seguir junto a Almagro y a luchar contra los pizarristas, lo cual suponía defender una causa que el Rey no podía aprobar. Fue apresado por los pizarristas, pero luego le dejaron libre, quizá por cierto sello de respetabilidad que siempre le acompañó. Después su fidelidad a la corona fue inquebrantable. Y así, en 1549, el gran Pedro de la Gasca lo recomendó ante el Rey por "su servicio al virrey Blasco Núñez Vela y su lealtad a la Corona durante el levantamiento de Gonzalo Pizarro". También el gran virrey de Perú Francisco de Toledo habló en su favor ante el Rey, diciéndole que "había actuado siempre muy lealmente, y que era hombre muy inclinado al servicio de Su Majestad". Nunca se casó, pero tuvo hijos con dos nativas de la nobleza inca. Y se dio la circunstancia de que uno de ellos, Juan de Cellórigo, formó parte de los cabecillas de una efímera rebelión de mestizos, en la que protestaban por considerarse discriminados. El respetado Juan de Pancorbo ocupó siempre cargos relevantes en el cabildo del Cuzco, y demostró asimismo ser muy generoso donando un importante capital a su pueblo de origen. Por si fuera poco, también dejó dispuesto en su testamento que se hiciera justicia con los indios de sus encomiendas, devolviéndoles lo que, según criterio de algunos expertos, se considerara que les había arrebatado injustamente. Detalle que pocos españoles tuvieron, siendo uno de ellos el gran cronista Pedro Cieza de León. JUAN DE PANCORBO murió el año 1578.