(630) Añade Inca Garcilaso que, aunque los oidores comprobaron que había
otros muchos implicados en el motín merecedores de ser castigados con la
muerte, "por no hacer tanta carnicería, y evitar nuevos alborotos, y por
los ruegos de muchas personas principales de la Ciudad de los Reyes, solo
condenaron a Alonso de Barrionuevo a lo que se ha dicho, y, a Don Antonio de
Montemayor y sus cómplices, los desterraron de
la ciudad; los cuales se juntaron después con el virrey, pero a muchos
de ellos les fue peor".
Los odiores, de manera ilusa, se estaban metiendo en un callejón sin
salida, aunque hubo uno que quiso desmarcarse de mala manera: "Cada día le
hacían saber a Gonzalo Pizarro lo que había pasado, porque creyeron que, de
esta forma, desharía a su gente. De lo cual él estaba muy apartado, porque
creía que todo aquello era ruido engañoso, con el fin de que él despidiese a
sus soldados, para después prenderle y castigarle cuando le viesen solo. El
mismo día de haberse hecho a la vela el licenciado Álvarez con el virrey y sus
hermanos, subió a su cámara, y quiso reconciliarse con él de las cosas pasadas,
pues había sido su principal promotor, y el que más empeño puso en su prisión y
en el castigo de los que querían restituirle en su gobernación. Le dijo que
había aceptado aquel viaje para servirle, para sacarle del poder del licenciado
Cepeda, y para que no cayese en el de Gonzalo Pizarro, al que tan en breve se
esperaba. Y añadió que, para que así se entendiese, le entregaba el navío y le
ponía en libertad, y él se ponía bajo su voluntad. Le suplicaba también que le
perdonase el yerro pasado de haber participado en su prisión y en otras cosas
que después habían sucedido, pues lo había enmendado con asegurarle la vida y
la libertad. Luego mandó a diez hombres que traía consigo para vigilar al
virrey que hiciesen lo que él les mandase".
Pero no le salió demasiado bien la jugada al licenciado Álvarez: "El
virrey le agradeció lo hecho, lo aceptó y se apoderó del navío. Pero, poco
después, empezó a tratar al licenciado mal de palabras, llamándole bellaco,
revolvedor de pueblos y otras afrentas, y jurándole que le había de ahorcar, y
que, si no lo hacía, era por la gran necesidad que tenía de él. Este mal
tratamiento duró casi todo el tiempo que anduvieron juntos, y así fueron por la
costa abajo hasta que llegaron a Trujillo". Inca Garcilaso indica, como
hace a menudo, que va siguiendo la crónica de Agustín de Zárate. Son muchos los
párrafos que copia literalmente.
Si alguien podía hablar de lo que estaba sucediendo entonces en Lima,
era precisamente el cronista Agustín de Zárate, pues se encontraba allí, y
hasta intervino en una misión muy delicada. Los oidores tenían la acertada impresión
de que el licenciado Álvarez iba a actuar traidoramente (a pesar de haber sido
quien promovió la idea de apresar al virrey), porque partió sin esperar a que
le entregaran las provisiones que debía llevar en su viaje. Se les ocurrió
entonces enviar un mensaje a Gonzalo Pizarro para que supiera que habían tomado
el poder y suspendido la Leyes Nuevas, y que, en nombre de Su Majestad, le
ordenaban que licenciase su ejército, pudiendo ir a Lima si lo deseaba, pero en
son de paz.
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