(628) Tanto los que iban por mar como los que avanzaban por tierra, se
dieron cuenta de que los huidos habían ido con las naves hasta Guaura. Llegaron
allí de noche, e hicieron algunos disparos que Diego Álvarez Cueto interpretó
equivocadamente: "Creyendo que sus autores eran algunos criados del
virrey, o gente que se quería embarcar, le ordenó a Vela Múñez que fuese a
tierra en un batel para informarse de lo que pasaba, y, cuando estaba cerca de
la costa, Diego García de Alfaro comenzó a dispararle, apretándole tanto, que
se tuvo que rendir y entregar el batel. Luego enviaron aviso a Cueto diciéndole
que, si no entregaba la armada, matarían al virrey y a Vela Núñez. Temiendo
Cueto que se haría así, entregó la armada, contra el parecer de Jerónimo
Zurbano, quien, con el navío del que era capitán, se fue a Panamá, porque dos
días antes le había mandado Cueto que recogiese todos los navíos que hallase
por la costa, para que no los encontrasen los oidores".
De error en error, la peripecia del virrey se va complicando. Los
oidores lo tenían preso en una isla cercana, por miedo a que fuera asesinado:
"Enviaron también allá a unas veinte personas en unas balsas de mimbres
secos, que los indios llaman enea (ahora ya sabemos de dónde procede la
palabra). Enterados de la entrega de la armada, determinaron enviar al virrey a su Su Majestad, con cierta información que contra él recibieron,
llevándolo en calidad de preso el licenciado Álvarez, el oidor, al que le dieron
como salario ocho mil castellanos (unos dos kilos y medio de oro), y le
prepararon los despachos necesarios, en los cuales no firmó el licenciado Ortiz
de Zárate (esto y otras muestras de lealtad al Rey le pasarán factura). Entregaron
al virrey en Guaura al licenciado Álvarez, y, con tres navíos, sin esperar los
despachos de la Audiencia, se hizo a la vela, y al licenciado Vaca de Castro lo
tornaron preso en un navío, como antes estaba, al puerto de la Ciudad de los
Reyes". Inca Garcilaso va recogiendo lo esencial del cronista Agustín dde Zárate,
e indica que, salvo excepciones, seguirá principalmente su texto. Lo que no
quita que él vaya añadiendo muchos datos interesantes, además de anécdotas y
comentarios muy oportunos y bien escritos. Tampoco hay que olvidar que conoció
personalmente a gran parte de los protagonistas, y que su infancia quedó
marcada por todo lo que su padre, el gran capitán Sebastián Garcilado de la
Vega, vivió y le contó.
Inca Garcialso nos hace saber también que, antes de que partiera preso
el virrey con el licenciado Álvarez, se encontró en una situación ultrajante,
siendo tratado con burlas y desprecio. A lo que se añadía su lógico miedo a
que, en cualquier momento, lo mataran: "Temiendo que le dieran hierbas en
la comida, se lo dijo al licenciado Cepeda. Le contestó que, si lo quisiese
matar, no lo haría con engaño, y que podía comer como con su mujer, Doña
Brianda de Acuña. Pero un día llegó fray Gaspar de Carvajal, y le dijo que se
confesase porque así lo mandaban los oidores. Llamó el virrey a Cepeda y se le
quejó, el cual le confortó diciéndole que solo él tenía poder para tal cosa.
Entonces Blasco Núñez le abrazó y le besó en el carrillo, delante del mismo
fraile".
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