sábado, 27 de febrero de 2021

(Día 1355) Vitachuco, traidoramente, estuvo a punto de matar a Hernando de Soto, pero fue abatido. Sus indios se revolvieron contra los españoles.

 

     (945) Los indios se aterrorizaron por el plan de Vitachuco, pero no tuvieron alternativa: "Aunque vieron el desatino que su cacique les ordenaba, obedecieron, y respondieron diciendo que con todas sus fuerzas harían lo que les mandaba o morirían en la empresa". Y se inició dramáticamente el atentado, que tendrá un resultado espantoso: "Llegado el momento, en cuanto el  el gobernador y el cacique acabaron de comer, Vitachuco se puso en pie con la fiereza que se puede imaginar y en un instante atacó al gobernador, y, asiéndole con la mano izquierda por los hombros, con la derecha a puño cerrado le dio un tan gran golpe sobre los ojos, narices y boca, que, como si fuera un niño, lo tumbó de espaldas, y, para acabarlo de matar, se dejó caer sobre él dando un gran bramido. Los caballeros y soldados que acertaron a hallarse presentes en la comida del gobernador, viéndole tan mal tratado y en tanto peligro de la vida, echando mano a sus espadas arremetieron a Vitachuco, y, a un tiempo, le atravesaron diez o doce de ellas por el cuerpo, con lo que el indio cayó muerto. Socorrieron estos caballeros a su capitán con tan buena suerte,  que, de no hallarse presentes para evitar que el cacique pudiera darle otro golpe, lo acabara de matar, pues el que le dio fue tan bravo, que estuvo más de media hora sin volver en sí, y le hizo reventar la sangre por los ojos, narices, boca, encías y labios como si le dieran con una gran maza. Los dientes y muelas quedaron de tal manera atormentados que se le andaban para caer, y Juan Coles añade que derribó con su puñetazo dos dientes del gobernador".

     Aunque Vitachuco murió, sus alaridos pusieron en acción a los indios: "En oyendo el bramido del cacique, cada indio arremetió con su amo, llevando por armas los tizones del fuego o las demás cosas que tenían a su alcance. Muchos dieron a sus amos en la cara con las ollas de la comida que, según las tenían hirviendo, algunos salieron quemados. Otros les dieron con platos, escudillas, jarros, cántaros, bancos, sillas y mesas, aunque no les servía más que para mostrar el deseo que tenían de matarlos. Un indio dio a su amo un golpe en la cabeza con un tizón y lo derribó a sus pies, y luego, con otros dos o tres, le hizo saltar los sesos. Muchos españoles sacaron desbaratadas las cejas y narices y estropeados los brazos a tizonazos. Un indio le tiró una lanza a Diego de Soto, pariente del gobernador. No le acertó pero le pasó la lanza tan cerca del hombro, que, dándole con el asta un gran varapalo, le hizo arrodillar en tierra, quedando la lanza blandeando en el suelo, y Diego de Soto acertó mejor al indio con su ballesta, pues le dio por los pechos y lo mató. Los españoles perdieron la paciencia y dieron en matarlos. Otros, pareciéndoles cosa indigna matar hombres rendidos, los sacaban a la plaza y los entregaban a los alabarderos, y ellos los mataban con sus alabardas y partesanas. Y para que los indios intérpretes, y otros que en el ejército había de servicio llevados de las provincias que atrás habían dejado, metiesen prendas y se enemistasen con los demás indios de la tierra y no osasen adelante huirse de los españoles, les mandaban que los flechasen y los ayudasen a matar, y así lo hicieron".

 

     (Imagen) Solo unos trescientos once participantes (es decir, más o menos, la mitad) sobrevivieron al terrible recorrido por La Florida. Dos de ellos eran los hermanos ALONSO VÁZQUEZ y RODRIGO VÁZQUEZ. Ambos presentaron una relación de sus méritos, Rodrigo en México el años 1554, y Alonso en Badajoz (España) en 1560. En la que hizo Rodrigo, confirma que los dos partieron de España el año 1538 con destino a La Florida, bajo el mando de Hernando de Soto. Habían nacido en Jerez de los Caballeros (Badajoz), aunque en la nota que se refiere a Alonso (la que se ve en la imagen), se indica que sus padres, Andrés Vázquez y Leonor Rodríguez, eran vecinos de Zafra (Badajoz); ambas poblaciones están a tan solo 38  km de distancia. Dice Rodrigo que, llegados a La Florida, Alonso Vázquez tenía una cargo modesto, el de cabo, bajo las órdenes del capitán Juan Ruiz Lobillo (otro superviviente), un veterano que ya había estado en Perú cuando el apresamiento de Atahualpa, y luego acompañó a Soto en su viaje a España, partiendo después juntos hacia La Florida, lo que se convirtió en una experiencia terrible, pero, al menos, se evitaron la continuación de las horrendas guerras civiles de Perú. Sin embargo, Alonso Vázquez presume en su informe de que llegó a La Florida como capitán (quizá lo fuera más tarde). Dice también que él y su hermano Rodrigo llegaron con la tropa a la zona de Paracuxi, donde les habían dicho los indios que había muchos alimentos, pero resultó mentira. Y añade: "Sufrimos gran hambre durante un mes y solo comíamos tallos verdes del maíz. Siguiendo adelante, llegamos a un pantano que tardamos tres días en cruzarlo. En Mabila, los indios, antes pacíficos, mataron a 20 hombres e hirieron a unos 150. Al derribar la empalizada tras la que se defendían, fui herido en un tobillo, dejándome cojo durante un año". Por eso puede contar Rodrigo que luego asumió el cargo que tenía su hermano "y se ocupó de él por estar enfermo y flechado". Y resume lo que fue la expedición diciendo: "Padecimos muchos trabajos de hambres y fríos entre ciénagas durante cuatro o cinco años, viéndonos desnudos y descalzos". Terminado aquel calvario, fueron los dos a Perú, para luchar contra el rebelde Gonzalo Pizarro, poniendo por su cuenta "armas, caballos y negros".






viernes, 26 de febrero de 2021

(Día 1354) Hernando de Soto prometió liberar a los muchos indios que tenía presos, incluso al cacique Vitachuco, el cual, sin embargo, estaba planeando matar a traición a los españoles.

 

     (944) Los novecientos indios que se habían refugiado metiéndose en la la laguna pequeña se negaban a salir de ella, pero, a medida que pasaba el tiempo, la situación les resultaba insoportable por estar dentro del agua. Llegó el momento en que, tras los constantes mensajes de perdón que les enviaban los españoles, se entregaron casi en su totalidad. Sin embargo siguieron aguantando en aquel lugar siete indios, cuatro de ellos líderes del su ejército, y, los otros tres, hijos de notables de la tribu, todos ellos reacios a rendirse por sentido del honor y del deber, lo que causaba gran admiración a los españoles, dato que Inca Garcilaso recoge con emoción, simpatizando con ellos como mestizo. Llegó el momento en el que los siete hicieron caso a las amables peticiones de los españoles, y decidieron entregarse, aunque casi moribundos: "Dos días los tuvo el gobernador consigo haciéndoles todo regalo y caricia, sentándolos a comer a su mesa. Pasados los dos días, les dio a los tres muchachos regalos para sus padres y madres, y los envió a sus casas mandándoles que les dijesen cuán buen amigo les había sido y que también lo sería de ellos, si quisiesen su amistad. El gobernador mandó retener en prisión a los cuatro capitanes juntamente con su cacique, Vitachuco. Al día siguiente mandó llamar a los cinco y, con graves palabras, les dijo cuán mal hecho había sido que, debajo de paz y amistad, hubiesen tratado de matar a los castellanos sin haberles hecho agravio alguno, por lo cual eran dignos de muerte ejemplar, pero que, por mostrar a los naturales de todo aquel gran reino que no quería vengarse de sus injurias sino tener paz y amistad con todos, les perdonaba el delito pasado, con tal de que en lo por venir fuesen buenos amigos. Y, aparte, le dijo al cacique otras muchas cosas con palabras muy amorosas para mitigarle el odio y rencor que a los cristianos tenía. Pero, en Vitachuco, ciego de pasión, no solamente no hicieron buen efecto las muchas cosas que con muestra de amor el gobernador le hizo y dijo, sino que no paró hasta ver su propia destrucción y la de sus vasallos, como adelante veremos".

     Sin embargo, Hernando de Soto no dejó, de momento, libres a los otros que habían permanecido huidos: "Los indios que salieron rendidos de la laguna pequeña, que fueron más de novecientos, habían quedado por orden del gobernador presos y repartidos entre los castellanos para que de ellos se sirviesen como de siervos, en castigo por la traición que habían cometido. Lo cual se hizo solamente para poner freno a los indios de la comarca, pero con el propósito de darles libertad cuando los españoles saliesen de su provincia". Parece ser que Vitachuco, que no abandonaba la idea de acabar con los españoles, se enardeció aún más al conocer el apresamiento de todos aquellos indios, y, ciego de ira, tomó la decisión de llevarlo a cabo de inmediato. Contaba con que un número tan elevado de indios apresados sería suficiente para conseguir aplastarlos: "De esta determinación tan acelerada y desatinada dio cuenta Vitachuco por medio de sus cuatro pajes, y mandó a los presos más principales que, tres días después, al mediodía, estuviesen los indios preparados para matar cada uno de ellos al español que le hubiese tocado en suerte como señor, pues a la misma hora él mataría al gobernador. Para empezar el hecho, él daría, cuando matase al gobernador, un grito tan recio, que se oiría en todo el pueblo".

 

     (Imagen) ALONSO DE SANTA CRUZ se sentía atraído por todo tipo de investigaciones. Se atrevió también a tocar el campo de la Historia, escribiendo en 1542 lo que llamó Crónica de los Reyes Católicos, e, incluso, cambiando de asunto, el libro Árboles de los linajes, completando después el tema histórico con una  Crónica del emperador Carlos V. Se atrevía con todo, y dio su técnico parecer sobre el conflicto de límites que había entre España y Portugal en las zona de Las Molucas. Sus  trabajos más conocidos son un Islario general, una Geografía universal y unas Instrucciones para descubridores, en las que aconsejaba que las expediciones fueran totalmente controladas y financiadas por la Corona, para evitar abusos de los particulares en beneficio propio y con perjuicio para los indios, a lo que añadía normas para que navegantes y conquistadores tomaran el mayor número posible de datos científicos y sociales. Su pasión era trabajar sin descanso en los temas que le interesaban, sin preocuparse de su publicación inmediata, confiando quizá en que, siendo de todos conocida su valía, alguien se ocupara después de hacerlo. Y, de hecho,  así fue. Al morir él en Madrid, el año 1567, fue una sorpresa encontrar la inmensa obra que había llevado a cabo. Se hizo entonces un cuidadoso inventario de sus trabajos, que incluía, entre otras innumerables cosas, mapas y estudios de todos los continentes, y se dejaron en las buenas manos de Juan López de Velasco, un famoso cosmógrafo de Felipe II. Estaba también el mapa que realizó en pergamino de la ciudad de Tenochtitlán (México), el cual vemos en la imagen, y una larga lista de otros documentos que desbordarían el espacio que tenemos. Carlos V lo había nombrado su Cosmógrafo Mayor, y disfrutaba con sus sabias explicaciones. El año 1537, el gran científico, hablando en tercera persona, escribió lo siguiente: "A Su Majestad, como estaba enfermo de gota, le gustaba platicar con Alonso de Santa Cruz, su cosmógrafo mayor, sobre cosas de astronomía y de la esfera de la tierra, y le preguntaba sobre temas de filosofía natural y de los movimientos de los astros, deseando mucho saberlo todo". Sin duda, ALONSO DE SANTA CRUZ  tuvo un vida plena, a pesar de que, probablemente, no llegara a casarse, pues dejó toda su herencia a una hermana suya.




jueves, 25 de febrero de 2021

(Día 1353) Después de ganarle en astucia a Vitachuco y apresarlo, Hernando de Soto hizo un alarde de bravura temeraria luchando contra los indios.

 

     (943) Los escuadrones de indios y españoles se colocaron en formación aparentemente pacífica. Incluso, para dar más imagen de confianza, Hernando de Soto llegó a pie acompañado del cacique Vvitachuco, como dos 'amiguetes': "Los indios se colocaron entre un monte y dos lagunas. Serían casi diez mil hombres de guerra, llevando  sobre las cabezas unos grandes plumajes, que son el mayor ornamento de ellos, puestos de manera que suben media braza en alto, y parecen más altos de lo que son. Esperaban los indios a Vitachuco, su señor, y a Hernando de Soto, los cuales salieron a pie, acompañados cada uno de doce de los suyos, ambos con una misma intención del  uno contra el otro. A mano derecha del gobernador iban los escuadrones de los españoles. Llegados el gobernador y el cacique al puesto donde Vitachuco daría la señal para que los indios prendiesen al general, este la dio primero para que su contrario no le ganase por la mano. Hizo disparar un arcabuz, que era la señal para los suyos. Los doce españoles que iban cerca de Vitachuco le echaron mano, y, aunque sus indios quisieron defenderle, no pudieron librarlo de la prisión".

     Lo que vino después fue una exhibición de valentía temeraria por parte de Hernando de Soto, que el cronista y los soldados admiraban, pero lo veían, acertadamente, como una irresponsabilidad: "Hernando de Soto, que llevaba cercanos de sí dos caballos, subiendo en uno de ellos, que era un bravísimo animal, arremetió contra el escuadrón de los indios, entró el primero de los castellanos, porque estaba más cerca, y porque este valiente capitán en todas las batallas que en esta conquista y en la del Perú se le ofrecieron, presumía siempre de ser de los primeros, pues como lancero, fue uno de los cuatro mejores que hubo en todas  las Indias. Aunque muchas veces sus capitanes se le quejaban de que ponía su persona en demasiado peligro, porque de la conservación de su vida y su salud, como jefe supremo, dependía la de todo su ejército, y por más que él viese que tenían razón, no podía refrenar su ánimo belicoso, ni gustaba de las victorias si no era el primero en ganarlas. No deben los caudillos arriesgar tanto".

     Y a punto estuvo de morir: "Los indios no le dejaron al gobernador romper muchas filas del escuadrón, y, de muchas flechas que le tiraron, le acertaron con ocho, dando todas en el caballo, que cayó muerto. Un paje suyo, apellidado Viota, natural de Zamora, apeándose del caballo, se lo dio. El gobernador arremetió de nuevo a los indios, los cuales, no pudiendo resistir el ímpetu de trescientos caballos juntos, volvieron las espaldas sin dar pruebas de valentía, y escaparon hacia las guaridas que más cerca hallaron. De los que escaparon por el llano adelante, fueron alanceados y murieron más de trescientos, siendo apresados unos pocos. Los de la vanguardia fueron los más desdichados, porque recibieron el mayor ímpetu de los caballos, y, no pudiendo acogerse al monte ni a la laguna grande, que eran las mejores guaridas, se arrojaron a la más pequeña unos novecientos de ellos. Este fue el primer lance de las bravosidades de Vitachuco. El encuentro sucedió a las nueve o diez de la mañana".

 

     (Imagen) Parece ser que el llamado Mapa de Hernando de Soto (año 1544, con añadidos posteriores), mostrado en la imagen anterior, es un croquis realizado por ALONSO DE SANTA CRUZ basándose en datos que le facilitó Juan de Añasco (y, quizá, algún otro de los expedicionarios que volvieron vivos). Representa una amplia red hidrográfica de la zona, desde su nacimiento en las cordilleras hasta su desembocadura. La toponimia es abundante e indica el nombre de las provincias, pueblos, accidentes costeros, ríos y minas. Nacido el año 1505 en Sevilla, Alonso de Santa Cruz fue un portento como cosmógrafo, astrónomo e inventor de instrumentos náuticos. Pero de raza le vino al galgo. A su padre, Francisco de Santa Cruz, ya le apasionaba el tema, pues no había entonces mejor lugar que Sevilla  para 'sufrir estos contagios', y fue él quien le transmitió su afición. ALONSO DE SANTA CRUZ fue un hombre afortunado, porque todo se conjuró para que tuviera una vida apasionante, entregado de lleno a una vocación absorbente y disfrutando de unas cualidades excepcionales para desarrollarla, lo que se tradujo en una productividad asombrosa. Esa inmensa curiosidad le empujó a enrolarse (con solo 19 años), como veedor, en el viaje que Carlos V le confió en 1524 al excepcional, pero mercenario, navegante Sebastián Caboto, nacido el año 1484 en Venecia. Aunque su misión era dirigirse hacia las Molucas, Caboto, saltándose las órdenes, se desvió hacia el interior del río de la Plata por haber rumores de que podía encontrar grandes riquezas mineras. Fue un fiasco total, y el mismo Alonso anotó que abandonaron "tras cinco años de muchas guerras, hambres y demasiados trabajos", pero él, al menos, pudo dibujar el mapa de la imagen. En 1535, después de un largo tiempo dedicado a profundizar en su  vocación científica, fue nombrado Cosmógrafo de la Casa de la Contratación de Indias de Sevilla, donde pudo empaparse de las informaciones facilitadas por los ilustres personajes y los aventureros que por ella pasaban. Inventó nuevos sistemas y aparatos para la medición de las posiciones terrestres y marítimas. Hizo gran cantidad de dibujos geográficos y detallados mapas, y,  como hombre enciclopédico, adquirió un gran conocimiento de los clásicos. (Ampliaré sus grandes méritos en la siguiente imagen).




martes, 23 de febrero de 2021

(Día 1352) Con fingida cortesía, el cacique Vitachuco planeaba matar a los españoles, y, enterado Hernando de Soto, le siguió el juego.

 

          (942) Al día siguiente se presentaron, como invitados. Soto y sus hombres en el gran poblado de Vitachuco, que tenía unas doscientas casas grandes y otras muchas pequeñas, siendo acogidos con gran alegría y aparatosidad. No tardaron en marcharse sus dos hermanos adonde residían, y Vitachuco empezó a preparar su trama: "Otros cuatro días anduvo Vitachuco después de que sus hermanos se fueron haciendo grandes ostentaciones en el servicio de los cristianos, por descuidarlos, para con más seguridad hacer lo que contra ellos deseaba y tenía imaginado, pues su intención era matarlos a todos de la manera más cruel, todo ello sin pedir consejo a nadie". Lo primero que hizo fue intentar ganarse a los cuatro intérpretes indios de distintas lenguas que tenía Hernando de Soto, contándoles su propósito y ofreciéndoles grandes premios si le ayudaban a llevarlo a cabo, pues era muy importante mantener la confianza de los españoles. Oyendo lo prometido y las advertencias que les hacía Vitachuco de que su destino con los españoles iba a ser tenebroso y sin posibilidad de retornar libres a sus poblados, se  mostraron encantados con su propuesta.

     Después el  gran cacique se ganó también la conformidad de sus capitanes: "Le dijeron que estaban prestos para obedecerle y que tenían preparados los indios de guerra para el día que los quisiese juntar". Pero le falló lo inesperado: "Los cuatros indios intérpretes, volviendo a considerar con mejor juicio lo que el cacique les había dicho, les pareció la empresa dificultosa y la victoria de ella imposible, por la fortaleza de los españoles. Por lo cual, quebrantaron la promesa del secreto que habían de guardar, y dieron cuenta a Juan Ortiz de la traición ordenada por el cacique, para que se lo dijese al gobernador". Cuando supo Hernando de Soto que el plan de Vitachuco era matarlo tras haberle invitado amigablemente a su casa, tomó medidas de inmediato: "Les pareció, a él y a sus capitanes, que la mejor manera de prender a Vitachuco era la misma que él había imaginado para hacerlo con el gobernador. Y, a tal fin, mandó a una docena de soldados de grandes fuerzas que fuesen con él para prender al cacique el día que le convidase".

     Llegó el cacique al campamento para la invitación prometida y le explicó a Soto que los iba a recibir con sus indios en formación de guerra, para mostrarle que también ellos tenían estrategias militares: "El gobernador, con semblante inocente, respondió que le iba a gustar mucho verlos como lo decía y que, para más hermosear el campo, mandaría que los españoles también se pusieran en sus escuadrones, para que unos con otros, como amigos, escaramuceasen y se divirtiesen con ejercicios. El curaca no quería tanta solemnidad y aparato, pero,  con la seguridad y ceguera que tenía de conseguir lo que deseaba, no lo rehusó, pareciéndole que el esfuerzo y valentía propia y la de sus vasallos bastarían para desbaratar a los castellanos. Habiéndose, pues, ordenado la gente de una parte y otra como se ha dicho, salieron los españoles armados y puestos a punto de guerra en sus escuadrones. El gobernador, para fingir mejor que no sabía la traición de los indios, salió a pie con el cacique". Sería interesante escuchar su  conversación de pillo a pillo.

 

     (Imagen) Con frecuencia, recurriré (para estas imágenes) a supervivientes de la campaña de La Florida que figuran en la lista que confeccionó el historiador colombiano José Ignacio Avellaneda Navas (en el caso de que encuentre información sobre ellos). Empezaré con JUAN DE AÑASCO, al que ya mencionó Inca Garcilaso, y lo hará a menudo porque tuvo notable protagonismo. Era sevillano, y nacido a principios del siglo XVI. Siendo muy joven, luchó en las guerras europeas de Carlos V. Es probable que fuera él mismo un Juan de Añasco nombrado en 1536 veedor de la zona del Estrecho de Magallanes en una expedición que fracasó, pues un hijo suyo luchó en Chile. Los datos siguientes no tienen duda. Un año después, a Juan le dieron el cargo de contador público para la campaña de Soto en Florida. Tras partir de Sevilla, y llegado a Cuba, Hernando de Soto lo envió al mando de una nave con la preventiva misión de localizar un buen puerto natural en La Florida y capturar a algunos indios que sirvieran de intérpretes. Su nombre aparecerá con frecuencia partir de la ya próxima llegada de los expedicionarios a territorio apalache. Muerto Hernando de Soto, tomó el mando Luis de Moscoso, 'para volver a casa'. Pero anduvieron muy perdidos, y el hábil navegante Juan de Añasco tuvo la genialidad salvadora de preparar una brújula con un viejo reloj. Llegados a México, Juan se estableció en la ciudad de Puebla. Arruinado por el fracaso de la campaña, le echó una mano el gran virrey Antonio de Mendoza, en 1544, pidiéndole a Carlos V que lo ayudara, "porque fue con el Adelantado Soto a la Florida como contador público y ahora es pobre". Ese mismo año, ya estaba en danza otra vez, porque el virrey le envió en busca de unos corsarios franceses. Parece ser que después se trasladó a Perú y tuvo una explotación minera, aunque en 1556 fue propuesto como tesorero en México, lo cual es su último dato conocido. El dibujo geográfico  de la imagen, datado el año 1544, es conocido como "El mapa de Hernando de Soto", sin que él fuera el autor, pero sí hace referencia a muchas de las zonas que exploró tres años antes (recoge también datos posteriores). Detrás del  documento pone: "Es de los papeles de Alonso de Santa Cruz que se trajeron de Sevilla". El misterioso Santa Cruz era muy conocido en su época, y de su asombrosa biografía hablaremos en la imagen siguiente. Además, el mapa tiene algo que ver con JUAN DE AÑASCO y con compañeros.




(Día 1351) Sus hermanos le hicieron ver al cacique Vitachuco que no le convenía atacar a los españoles, y él optó por fingir deseos de paz (pero le costará caro). El historiador José Ignacio Avellaneda es un ejemplo del interés que hay en EEUU por Hernando de Soto.

 

     (941) El gran cacique siguió mandándoles mensajes cada vez más amenazantes a los españoles: "Estos desatinos, y otros semejantes, envió a decir Vitachuco a sus hermanos y a los españoles juntamente, con los cuales mostraba la ferocidad de su ánimo. Y, aunque por entonces los castellanos se rieron de sus palabras por parecerles disparates, como lo eran, después, por lo que este indio hizo, como veremos adelante, entendieron que no habían sido palabras, sino ardentísimos deseos de un corazón tan bravo y soberbio como el suyo".  Sus dos hermanos se ofrecieron voluntariamente a Soto para ir personalmente a convencer a Vitachuco de que mantuviera en paz con los españoles: "Con la presencia de los hermanos, y con lo mucho que ellos de parte del gobernador y suya le dijeron, y con saber que los españoles estaban ya dentro de su tierra y que podrían, si quisiesen, hacerle daño, le pareció a Vitachuco deponer el mal ánimo y odio que a los castellanos tenía, guardándolo para mejor tiempo y ocasión, la cual pensaba hallar en el descuido y confianza que los españoles tuviesen en su fingida amistad, y que, entonces, debajo de ella, con más facilidad y menos peligro que en guerra descubierta, podría matarlos a todos. Con este mal propósito trocó las palabras que hasta entonces había dicho tan ásperas en otras de mucha suavidad y blandura, diciendo a sus hermanos que no había entendido que los castellanos eran gente de tan buena condición como le decían, por lo que se alegraría mucho de tener paz y amistad con ellos, pero que primero quería saber cuántos días habían de estar en su tierra y qué cantidad de bastimento les había de dar cuando se fuesen. Con este recado enviaron los dos hermanos un mensajero al gobernador, el cual respondió que no estarían más días de los que Vitachuco quisiese tenerlos en su tierra, ni querían más bastimentos de los que por bien tuviese de darles.

     Vitachuco estaba dispuesto a castigar a los españoles, pero mantuvo la pamema (incluso ante los suyos) de que le encantaba su presencia : "Mandó a los que eran nobles que se preparasen para ir a recibir al gobernador, y luego salió Vitachuco de su pueblo acompañado de sus dos hermanos y de quinientos indios gentileshombres, hermosamente aderezados, con plumajes de diversos colores. Halló en un hermoso valle alojado al gobernador, el cual le besó las manos con ostentación de amistad. Vitachuco le suplicó al gobernador que le perdonase las malas palabras que había dicho de los castellanos, y le dijo que ahora mostraría con las obras cuánto deseaba servir a su señoría y a todos los suyos, y, para probarlo, dijo que por sí, y en nombre de todos sus vasallos, daba a su señoría la obediencia y le reconocía por señor. El gobernador, el maestre de campo, los demás capitanes de guerra y los ministros de la hacienda de Su Majestad, y, en común, todos los españoles, hablaron a Vitachuco con muestras de alegría por su buena venida, el cual sería de edad de treinta y cinco años, de muy buena estatura de cuerpo, como generalmente lo son todos los indios de la Florida, y mostraba bien en su aspecto la bravosidad de su ánimo".

 

     (Imagen) El historiador colombiano (residente en Estados Unidos) JOSÉ IGNACIO AVELLANEDA NAVAS llevó a cabo, entre otros trabajos importantes, uno que aclaró un tema que era confuso en las crónicas relativas al viaje de Soto a La Florida. Investigó a fondo cuántos y quiénes sobrevivieron a aquel viaje tormentoso, fracasado en su rentabilidad, pero de gran valor para los descubrimientos geográficos y étnicos, así como de fauna y flora, todo ello muy útil para campañas posteriores. Publicó el año 1990 un libro titulado LOS SOBREVIVIENTES DE LA FLORIDA, resultado de una investigación muy detallada. En las crónicas y en los estudios se aportaban 8 cifras diferentes sobre los que se salvaron, desde 350 hasta 194. Avellaneda se inclina por la de 311, que era la que indicaba el portugués Hidalgo de Elvás  (Inca Garcilaso decía que eran 300), y él consiguió descubrir también el nombre de 257, siguiendo después en el empeño de encontrar al resto. Entre ellos, creo que podré dar con algunos de biografía interesante. Además, su aportación es enriquecedora porque se tomó la molestia de buscar en los archivos oficiales muchas referencias personales de los supervivientes,  que estaban reseñadas en expedientes de sus méritos y servicios. Su libro comienza con un prefacio de la bibliotecaria Elisabeth Alexander, en el que dice: "En los últimos años, ningún conquistador español ha recibido mayor atención por parte de historiadores, arqueólogos y diversas agencias gubernamentales (de Estados Unidos) que Hernando de Soto. Los esfuerzos para rastrear y marcar las andanzas de su expedición por el sureste de los Estados Unidos actuales han sido muy extensos. El Sr. Avellaneda es el primer académico en utilizar nuevos materiales de De Soto localizados y adquiridos en microfilm por la Biblioteca Yonge. Las copias de estos documentos han sido obtenidas del Archivo General de Indias en Sevilla (España), y han permitido a Avellaneda revisar muchas concepciones anteriores sobre la expedición. El Sr. Avellaneda es un académico, colombiano de nacimiento, que actualmente reside en la Universidad de Florida. Su extensa investigación lo ha llevado a los archivos de Estados Unidos, España y América Latina. Recibió su licenciatura en la Universidad de Illinois, obteniendo el doctorado en la Universidad de Florida".




lunes, 22 de febrero de 2021

(Día 1350) El cacique de Ochile y dos hermanos suyos recibieron bien a los españoles, pero el tercero, Vitachuco, se convertirá en un problema.

 

     (940) Más tarde llegó toda la tropa española: "Entró el ejército en Ochile en forma de guerra, puestos en escuadrón para que viesen los indios que no era gente de la que ellos podían burlarse. El gobernador le pidió al curaca Ochile que enviase mensajeros a sus dos hermanos con mensajes de paz y amistad de los españoles. El cacique los envió a sus dos hermanos, diciéndoles que los españoles traían deseo y ánimo de tener a todos los indios por amigos y hermanos, y que iban de paso a otras provincias y no hacían daño por donde pasaban, y que se contentaban con la comida necesaria, pero que, si no salían a servirles, les harían estragos en los pueblos, tomando más de lo que habían menester, y harían otras cosas, tratándolos como a enemigos. El hermano segundo, que estaba más cerca, cuyo nombre no sabemos, respondió diciendo que se alegraba mucho con la venida de los castellanos a su tierra, que deseaba verlos y conocerlos, y que iría pronto a besar las manos al gobernador y a darle la obediencia. Pasados tres día, vino el hermano de Ochile acompañado de mucha gente noble, besó las manos del gobernador y habló con mucha familiaridad a los demás capitanes. Fueron muy acariciados de los españoles el cacique y todos sus caballeros, porque así lo hacían, en general, con los curacas e indios que salían de paz, y, a los que eran rebeldes, tampoco se les hacía agravio ni daño, salvo en lo que no se podía evitar tomando lo necesario para comer". Notemos que el enfoque de Inca Garcilaso es notablemente diferente al que recoge David J. Weber a través de la pequeña crónica de Rodrigo Ranjel.

     Faltaba la respuesta del hermano más poderoso, Vitachuco: "El tercer hermano, que era el mayor, no quiso responder al recado que su hermano Ochile le envió. Por lo cual los dos hermanos, a instancia del gobernador, enviaron otros mensajeros con el mismo recado, añadiendo palabras muy honrosas en loor de los españoles (insistiendo en su valentía y en su poderío, como si fueran hijos del dios Sol), y diciendo que traían unos animales que llamaban caballos, de los cuales era imposible escapar. Por lo cual, le suplicaban que aceptase lo que tanto les convenía".

     Vitachuco se va a convertir en un problema: "Respondió  a sus hermanos extrañísimamente, con una bravosidad nunca jamás oída ni imaginada en un indio, diciéndoles: 'Bien parece que sois mozos y que os falta juicio. Alabáis mucho a estos hombres y habláis como mujeres. ¿No veis que estos cristianos no pueden ser mejores que los pasados, que tantas crueldades hicieron en esta tierra? ¿No advertís sus traiciones y alevosías? Si fuerais hombres de buen juicio, veríais que andan de tierra en tierra, matando y robando cuanto hallan, tomando mujeres e hijas ajenas, sin traer de las suyas. Si, como decís, fueran virtuosos, no saldrían de sus tierras, que en ellas podrían usar de su virtud sembrando, plantando y criando para sustentar la vida sin perjuicio ajeno e infamia propia, pues andan hechos salteadores, adúlteros, homicidas, sin vergüenza de los hombres ni temor de algún dios. Decidles que no entren en mi tierra, que yo les prometo, por valientes que sean, si ponen los pies en ella, que no han de salir, porque los he de consumir y acabar con todos".

 

     (Imagen) Inca Garcilaso de la Vega publicó su gran crónica sobre la aventura de Hernando de Soto, LA FLORIDA DEL INCA, el año 1605, pero hubo otras cuatro (todas mucho más breves) que tienen su importancia, sobre todo porque las redactaron, mejor o peor, protagonistas que sobrevivieron a aquella fracasada aventura (solamente lo lograron unos  300 de los 600, más  o menos, que fueron a La Florida). Ya hemos hablado de la que escribió RODRIGO RANGEL, la más apreciada entre los historiadores norteamericanos, quizá por ser crítica con Hernando de Soto. El autor resulta sospechoso de inquina, ya que censura cosas censurables, pero que, por entonces, aún eran  frecuentes en las Indias y los cronistas las solían pasar por alto, como el hecho de que Hernando de Soto, siendo un hombre casado, aceptó gustoso una india que le ofreció un cacique. Su breve crónica fue recogida por el gran narrador Gonzalo Fernández de Oviedo (que todo lo absorbía; fallecido en 1557), en su Historia General de las Indias. El funcionario LUIS HERNÁNDEZ DE BIEDMA, que ejercía como factor, hizo su propia narración, también corta, y escrita con poca soltura, pero valiosa por recoger datos dignos de crédito. En la imagen vemos que partió de Sevilla el 12 de febrero hacia La Florida, acompañado de un tal Luis Moreno, vecino de Úbeda, que, al parecer, era un esclavo liberado. El año 1557, HIDALGO DE ELVÁS, un portugués que había estado en la terrible campaña, publicó otra breve crónica en Évora (Portugal). Hubo un clérigo que hizo asimismo sus anotaciones, aunque fue el más escueto: FRAY SEBASTIÁN DE CAÑETE. Se interesó por la flora y la fauna, y aportó una anécdota que revela el estricto código moral de los indios de La Florida. Dice que la mujer adúltera era condenada a muerte. Pero no solo ella. El marido se presentaba con sus familiares ante los parientes de la transgresora, los acusaban de haberle engañado con respecto a las virtudes de su mujer, y los mataban a todos. Nos falta por añadir a estas fuentes históricas la de de INCA GARCILASO DE LA VEGA, la mejor de todas (¡con 574 páginas!). Él no fue testigo de los hechos, pero le informaron bien tres conquistadores que allí estuvieron, especialmente GONZALO SILVESTRE, a lo que hay que añadir que, por ser el último redactor, tenía conocimiento de las versiones anteriores, y algo de lo que carecían sus autores: una gran calidad como escritor. Recordemos que también utilizó lo que escribieron CARMONA y COLES.




sábado, 20 de febrero de 2021

(Día 1349) Llegados los españoles a Ochile, consiguieron la amistad del esquivo cacique a base de buenas palabras y liberando a los indios que habían apresado.

 

     (939) Como siempre fue habitual en las Indias, Hernando de Soto, cuando no contaba con intérpretes o guías nativos (aunque en este caso el español Juan Ortiz tenía alguna facilidad para entender aquellos idiomas), apresaba a indígenas, a los que solía tratar bien: "El gobernador, antes que pasasen el río, mandó a los suyos que, puestos en emboscadas, prendiesen los indios que pudiesen para llevar quien los guiase. Prendieron treinta indios, entre chicos y grandes, a los cuales con halagos, dádivas y promesas —y por otra parte con grandes amenazas de cruel muerte, si no hacían el deber— les hicieron que los guiasen en busca de otra provincia que estaba a dieciséis leguas de distancia. Así, llegaron a un pueblo llamado Ochile, que era el primero de una gran provincia que había por nombre Vitachuco. Esta provincia era muy grande, y la tenían repartida entre sí tres hermanos. El mayor de ellos se llamaba Vitachuco, como la misma provincia y el pueblo principal de ella. Llegado el gobernador a Ochile, vio que el pueblo era de cincuenta casas grandes y fuertes, porque era frontera y defensa contra la provincia vecina que atrás quedaba, que era enemiga, pues en aquel reino casi todas lo son unas de otras. Entró por sorpresa, mandó tocar trompetas, pífanos y tambores, para causar mayor asombro, y prendieron muchos indios. Luego atacaron la casa del cacique, donde se encontraba él con mucha gente de guerra, que la tenía de ordinario consigo para defenderse de los enemigos. El curaca quiso salir a pelear con los cristianos, los cuales le dijeron que, si se rendían, les darían muy buen tratamiento, y, en caso contrario, los quemarían vivos. El curaca se resistía, pero, al amanecer, los españoles le entregaron a muchos de los que habían apresado, los cuales le certificaron que los extranjeros eran demasiados, y que debía fiarse de ellos porque a ninguno de los presos habían tratado mal. Por las persuasiones se rindió el cacique. El gobernador lo recibió afablemente, mandó que los españoles tratasen con mucha amistad a los indios, y reteniendo consigo al curaca, hizo soltar libremente a todos los demás indios, de que el señor y los vasallos quedaron muy contentos. Entonces, por las persuasiones, se rindió el cacique. El gobernador lo recibió afablemente, mandó que los españoles tratasen con mucha amistad a los indios, y, reteniendo consigo al curaca, hizo soltar libremente a todos los demás indios, de lo que el señor y los vasallos quedaron muy contentos".

     Todo esto había ocurrido habiéndose adelantado Soto con unos cien de a a caballo y cien de a pie. Estando allí, se dio cuenta de algo preocupante: "Alcanzada esta victoria, vio que en la otra parte del pueblo había gran población de casas con gran número de indios, y le pareció que podían atreverse a quitarles el curaca haciendo algún levantamiento con todos los señores de la comarca, por lo cual salió del pueblo y volvió hacia donde se encontraba el campamento de los suyos. Llevó consigo al curaca, y se juntó con todos sus hombres a tres leguas del pueblo, los cuales estaban acongojados por su ausencia, pero, con su venida y la buena presa, se regocijaron mucho. Con el cacique fueron sus criados y otros muchos indios de guerra que voluntariamente quisieron ir con él".

 

     (Imagen) Empecemos con algunos comentarios de David J. Weber, en los que, por cierto, tendré que hacerle una crítica por falta de objetividad. Dice que Juan Ortiz (hasta que murió a finales de 1541) le resultó imprescindible a Hernando de Soto como intérprete de las lenguas de los apalaches y de otros pueblos emparentados, todos ellos de las tribus muscogueanas. Llegó a decir Soto: "Este intérprete nos infunde nueva vida, pues sin él no sé qué sería de nosotros". Consideraba que su llegada (escapado de los indios) era señal de que Dios los iba a proteger con especial cuidado. Todos aquellos pueblos pertenecían a la llamada tradición del Misisipi, lingüísticamente diversos, pero similares en lo cultural (como los caddo, cheroqui, chickasaw, choctaw y creek), que habían construido la civilización más desarrollada del norte de México, en territorios fértiles, donde abundaban los cultivos, la caza y la pesca. Pero Inca Garcilaso nos acaba de decir que había constantes enfrentamientos de guerra entre ellos, y el mismo historiador Weber deja constancia de algo poco idílico: "Las tribus más importantes sometían a otras más débiles, obligándolas a hacer entrega de muchos bienes". Luego acentúa la dureza de Soto: "A diferencia de Coronado, que llevó a su campaña indios mexicanos, a los que trataba razonablemente bien, Soto capturaba mano de obra esclava a lo largo de su ruta, teniéndolo ya previsto, pues contaba con cadenas y cepos de hierro para llevar a los presos unidos en hilera". Este dato lo recoge de un cronista breve y poco conocido, Rodrigo Ranjel, que iba en la expedición como secretario de Hernando de Soto. Pero ocurre que, al parecer, se enemistaron los dos, y en su texto desprestigia a Soto con crueldades que, en aquellos años, hicieron todos los conquistadores, como fue el caso de Diego de Almagro en su viaje a Chile. Weber añade otra frase de Ranjel, que, asimismo, señala a Soto como responsable de algo que, aunque cruel, era habitual: "Los españoles querían también a las mujeres indias para servir a su lujuria, y las hacían bautizar más para sus carnalidades que para enseñarles la fe". Las cosas no eran tan simples, porque también se deseaba bautizar a todos los indios. Existía el pragmatismo contradictorio de permitir tener una amante india si estaba bautizada, y así, el nada inhumano Bernal Diaz del Castillo cuenta que Moctezuma le regaló como compañera a una india azteca.




viernes, 19 de febrero de 2021

(Día 1348) Los españoles llegaron a Ocali, y construyeron un buen puente para pasar su río. El cacique local, lleno de malas intenciones, se mostró amistoso.

 

  

     (938) El ejército de Hernando de Soto se puso en marcha: "Salió el gobernador de la provincia de Acuera sin hacer daño alguno en los pueblos ni sementeras, para que no los tuviesen por crueles e inhumanos. Fueron hacia otra provincia, llamada Ocali, donde ya no había tantas ciénagas y malos pasos como en las pasadas, porque, por estar más alejada de la costa,  no llegaban hasta allí los esteros y bahías que en las otras entraban desde el mar.  Vieron asimismo ser esta provincia de Ocali más abundante de mantenimientos que las otras, por haber en ella más gente que cultivase la tierra y por ser de suyo más fértil. Llegaron al pueblo principal, llamado también Ocali, y el cacique de ella, con todos los suyos, se fueron al monte llevándose lo que tenían en sus casas. Los españoles entraron en el pueblo, que era de seiscientas casas, y en ellas se alojaron, donde hallaron mucha comida de maíz, legumbres y diversas frutas. El gobernador envió luego indios al curaca principal, ofreciéndole la paz y la amistad de los castellanos. El indio se excusó, por entonces, con palabras comedidas, pero, pasados seis días, salió de paz, aunque con actitud sospechosa. El gobernador y los suyos, habiéndole recibido con muchas caricias, disimulaban lo malo que en él sentían, para que no se alterase más de lo que, con sus malos propósitos, lo estaba de suyo, como luego veremos".

     Inca Garcilaso va a a seguir contando, con excesivo detalle, incidentes que se produjeron con caciques indios. Pasaré por ellos como de puntillas, ciñéndome a lo esencial. Confiando en la buena voluntad del cacique, le pidió Soto que le ayudaron sus indios a preparar un puente que les era imprescindible para seguir adelante atravesando un río. Al parecer estaba dispuesto a ayudarle, pero era un farsa: "El gobernador salió un día con el curaca para ver el sitio donde podría hacerse. Andando ellos trazando el puente, salieron más de quinientos indios, y echaron una rociada de flechas hacia donde estaban el cacique y el gobernador (se supone que sin intención de alcanzarlos), el cual le preguntó cómo permitía aquella desvergüenza habiéndose mostrado su amigo. Respondió que no estaba en su mano remediarlo, porque muchos de sus vasallos, por haberle visto inclinado a la amistad y servicio de los españoles, le habían negado la obediencia y perdido el respeto. Entonces el gobernador decidió darle libertad para que se fuese a los suyos, con el fin de que los demás señores de la comarca no pensaran que lo tenía contra su voluntad, de manera que le dijo que podía ir adonde sus indios cuando quisiese. El curaca le respondió que solamente por reducir a sus vasallos a la obediencia del gobernador quería volver adonde ellos, para que todos viniesen a servirle, y que, si no pudiese atraerlos, volvería solo, para mostrar el amor que al servicio de su señoría tenía. Con esta promesa hizo otras muchas, pero ninguna cumplió. Habiéndose ido el cacique, los españoles, por industria de un ingeniero genovés llamado maese Francisco, trazaron el plano del puente, y lo hicieron de grandes tablones echados sobre el agua, asidos con gruesas maromas, con lo cual, en pocos días se acabó la obra, y resultó tan bueno el puente, que hombres y caballos pasaron por él muy a su placer".

 

     (Imagen) No sé si nos servirá de mucho, pro creo que sí. Voy a utilizar, como contraste de la versión de Inca Garcilaso, lo que nos pueda contar un historiador prestigioso, DAVID J. WEBER. Quizá, como 'gringo', tenga tics partidistas, pero espero que, si hay algunos, no resulten demasiado hirientes, porque, además de ser un gran profesional, fue nombrado por nuestro gobierno Caballero de la Orden de Isabel la Católica. De todas formas, no nos vendrá mal, porque Inca Garcilaso, aunque no suele morderse la lengua, tiene tendencia a fijarse en la parte bonita de la historia. Weber nació el año 1940 en Búfalo (Nueva York), y, aunque soñó con hacerse músico, cambió de idea bruscamente tras iniciar un curso de Historia de América Latina, lo que le animó a matricularse en la Universidad de Nuevo México, donde se doctoró el año 1967. Luego estuvo dando clases en la Universidad de Costa Rica, y allí, de paso, se fue haciendo con el dominio de la lengua española. Tuvo el gran acierto y la suerte de centrarse en el estudio de un tema histórico que estaba casi olvidado por norteamericanos y sudamericanos, ya que era fronterizo entre ambas zonas y sus fuentes de información se encontraban principalmente en los archivos españoles. Con una vocación clara, acompañada de gran profesionalidad, publicó más de veinte libros sobre el tema, de los cuales utilizaré uno magnífico, editado el año 1992: La Frontera Española en América del Norte. Según dijo un colega, "no hay nadie comparable con él en términos de erudición o de amplia síntesis". Aunque el libro va más allá de la presencia española, llegando hasta el siglo XVIII, la mayor parte del texto se centra en su conquista y en las consecuencias que trajo para los nativos, aspecto que, probablemente, trate con ojos menos indulgentes que los empleados para la invasión sajona. La gran fecundidad como investigador histórico de DAVID J. WEBER, mantenida sin descanso hasta el final de su vida, y siempre centrada en el mismo asunto, deja bien claro que su entusiasmo no se debilitó en  ningún momento. Enfermo de cáncer, siguió dando clases a sus alumnos a pesar de la dureza del tratamiento médico, y no dejó de hacerlo hasta dos meses antes de su fallecimiento, ocurrido en agosto de 2010 en Gallup (Nuevo México). Fue uno más de los grandes hispanistas extranjeros (que han sabido valorar lo que nosotros descuidamos).




jueves, 18 de febrero de 2021

(Día 1347) El cacique Acuera quería vengarse de una expedición española anterior, y, por orden suya, los indios decapitaron a muchos soldados de Hernando de Soto.

 

     (937) También Luis de Moscoso pudo unirse con su tropa, y sin problemas, a los que iban con Hernando de Soto, ya que ningún indio les atacó. Luego llegaron todos a un territorio llamado Acuera, cuyo cacique tenía el mismo nombre, el cual demostró ser enormemente bravo y orgulloso. Soto siempre utilizaba, de entrada, muchas sutilezas diplomáticas, dando prioridad a evitar la guerra. Le envió al cacique unos indios con mensajes de paz, pero siempre adobados con la cantinela de que no querían hacerles ningún daño, sino solamente que aceptaran el dominio del gran emperador cristiano. La contestación de Acuera fue contundente, soberbia y amenazante:  "El cacique respondió descomedidamente diciendo que ya por otros castellanos (los de Narváez), que años antes habían ido a aquella tierra, sabía que acostumbraban a robar y matar, por lo que, con gente tal, en ninguna manera quería amistad ni paz, sino guerra mortal y perpetua; y que, aunque  fuesen tan valientes como ellos se jactaban, no les tenía temor alguno. Dijo también que les prometía hacerles la guerra todo el tiempo que en su provincia estuviesen, pero no en batalla campal, sino con emboscadas, para lo cual  había ordenado a los suyos que le llevasen cada semana dos cabezas de cristianos, y no más, que con ellas se contentaba. Y a lo que decían de dar la obediencia al rey de España, respondía que él era rey en su tierra y que no tenía necesidad de hacerse vasallo de otro. El gobernador, oída la respuesta del indio, se admiró de ver que con tanta soberbia y altivez de ánimo acertase un bárbaro a decir cosas semejantes. Por lo cual, de allí adelante, procuró con más instancia atraerle a su amistad, enviándole muchos recados de palabras amorosas y comedidas".

     Pero el cacique no se dejaba manipular, sino que empezó a hacer lo prometido: "En esta provincia estuvo el ejército veinte días, reponiéndose de los trabajos padecidos y preparando las cosas necesarias para pasar adelante. Los indios en aquellos veinte días no descuidaron, sino que, por el contrario ario, para cumplir con las fieras amenazas que su curaca había hecho a los castellanos, andaban tan solícitos y astutos, que si algún español se apartaba cien pasos del campamento,  lo flechasen y degollaban, y, por prisa que sus compañeros se dieran para socorrerlos, los hallaban sin cabezas, pues se las llevaban los indios para presentárselas al cacique como él les tenía mandado. Los cristianos enterraban los cuerpos muertos donde los hallaban. Los indios volvían la noche siguiente y los desenterraban, y hacían tasajos, y los colgaban por los árboles, donde los españoles pudiesen verlos. Con las cuales cosas cumplían bien lo que su cacique les había mandado, pues le llevaron catorce cabezas en toda la temporada que los españoles estuvieron en su tierra, sin contar a los que hirieron, que fueron muchos más. Salían a hacer estos saltos tan a su salvo y tan cerca de las guaridas, que eran los montes, que muy libremente se volvían a ellos dejando hecho el daño que podían, sin perder lance que se les ofreciese. Haciéndose realidad las palabras que los indios que hallaron les decían a grandes voces: 'Pasad adelante, que en Acuera, y, más allá, en Apalache, os tratarán como os merecéis, pues a todos os pondrán, hechos cuartos y tasajos, en los árboles mayores'. Los españoles, por mucho que lo procuraron, no pudieron matar más de cincuenta indios". Vaya panorama. Todo apunta a que los indígenas norteamericanos eran más bravos que los del sur. Y eso que aún no montaban a caballo.

    

     (NOTA) Por una sola vez, y porque viene a cuento para entender que, entre la fracasada expedición de Hernando de Soto y la de Pedro Menéndez de Avilés, hubo otra, también fracasada, me voy a tomar la licencia de repetir una imagen que ya publiqué, la correspondiente al número 876.

 

     (Imagen) Hablemos de alguien bajo cuyo mando (en Nuevo México y en Florida) estuvo el recién mencionado Pedro Hernández el Leal: TRISTÁN DE LUNA Y ARELLANO.  Fue uno más de los conquistadores  a los que todo se les volvió en contra. Nació el año 1514 en Borobia (Soria), en una familia de noble linaje. Llegó a México en 1530, acompañado por Hernán Cortés (que regresaba de su primer viaje a España) y su segunda mujer, Juana de Zúñiga, prima de Tristán, cuyo mejor amigo, Luis de Castilla Osorio, también iba en el barco. Retornó a España, pero volvió a México el año 1535, esta vez junto al virrey Antonio de Mendoza, también primo suyo. Unos años después, se incorporó, como Pedro el Leal, a la gran aventura de Coronado por tierras de Nuevo México, en busca de las Siete Ciudades de Cíbola, con fama de poseer fantásticas riquezas de oro. Volvieron el año 1542 con el mito hecho trizas, pero lograron grandes descubrimientos geográficos, como el del Cañón del Colorado. Tristán consiguió, por su valía, ser nombrado teniente general, pero regresó gravemente herido, enfermo y arruinado, siendo acogido por su fiel amigo Luis de Castilla. El año 1545 se casó en Oaxaca (México) con Isabel de Rojas, rica viuda y heredera de dos maridos, con la que tuvo dos hijos. Dos años después, al fallecer en España Hernán Cortés, Tristán le sucedió temporalmente como gobernador de México. Desde la muerte del gran  Hernando De Soto el año 1542, las tierras de La Florida habían quedado olvidadas, pero el año 1558 Felipe II quiso controlar aquella zona para impedir la llegada de molestos europeos. El virrey Luis de Velasco le adjudicó la tarea a TRISTÁN DE LUNA Y ARELLANO, ya viudo, encargándole que fundara alguna población y se asentara en la costa atlántica. Hacia allá partió (también iba Pedro el Leal) con una impresionante expedición de unos 500 soldados y 1.000 colonos. El viaje fue un infierno que duró dos años: los huracanes y la hambruna diezmaron a los aventureros. Tuvieron que dar la vuelta, quedando Tristán arruinado, inválido y sometido a los malos informes de algunos acompañantes, por lo que fue destituido y enviado a España, donde, al menos, le compensaron sus enormes pérdidas económicas. Decidió volver a México, y allí fue nuevamente acogido por Luis de Castilla Osorio (qué gran amigo…), terminando sus días el año 1573. Por fin, pudo descansar.




miércoles, 17 de febrero de 2021

(Día 1346) Gonzalo Silvestre y Juan López terminaron felizmente su cabalgada, pero salvados en último extremo de los indios por la ayuda de un grupo que capitaneaba Nuño Tovar. Silvestre hizo el viaje de vuelta con treinta jinetes.

 

     (936) Inca Garcilaso aprovecha la valentía de los dos jinetes para hacer una loa patriótica: "En lo poco que de estos dos españoles hemos dicho, y en otras cosas semejantes que adelante veremos, se podrá notar el valor de la nación española que, pasando tantos y tan grandes trabajos, ganaron el nuevo mundo para su príncipe. Dichosa ganancia para indios y españoles, pues éstos ganaron riquezas temporales y aquéllos espirituales". Así lo veían entonces, pero, además, aunque para la mentalidad actual no sean legítimos los métodos imperialistas, es evidente que su cultura se enriqueció en gran manera, como nos ocurrió a nosotros con los romanos.

     También hará el cronista otra reflexión sobre la dureza de quienes tienen mucho poder, porque va a entrar en escena un capitán al que Hernando de Soto lo destituyó del cargo de maestre mayor por haberse casado sin su permiso con la hija del Conde de la Gomera:

 "Al oír los españoles que en el campamento estaban la vocería de los indios, sospecharon lo que pasaba, y salieron a toda prisa al paso de la ciénaga para proteger a los dos jinetes. Delante de todos ellos iba Nuño Tovar corriendo a toda furia encima de un hermosísimo caballo, de manera que, con la bravura del animal, y con su propia gallardía, pues era lindo hombre a la jineta, pudo salvar de tanto peligro a los dos compañeros. Los indios, cuando vieron a Nuño Tovar y a los demás caballeros que venían al socorro, los dejaron y se volvieron. Este buen caballero, aunque desfavorecido por su capitán general, no dejaba de mostrar en todas ocasiones el esfuerzo de su ánimo, cumpliendo siempre la obligación que a su propia nobleza debía. Los príncipes y poderosos que son despóticos cuando con razón o sin ella se dan por ofendidos, suelen pocas veces, o ninguna, conceder el perdón que los tales merecen, antes parece que se ofenden más y más de que porfíen en su valor".

     Los dos 'suicidas' fueron acogidos con entusiasmo por los soldados del campamento. Después le tocó el viaje de vuelta a Gonzalo Silvestre con las provisiones para los de Soto, y acompañado por treinta jinetes, pero con Juan López, pues tuvo el cuajo de quedarse diciendo:  "A mí no me mandó el general volver, ni venir". Durante el trayecto de vuelta, Gonzalo Silvestre y los que le acompañaban iban muy preocupados por el posible ataque de los indios, que eran extremadamente hábiles lanzando flechas a distancia, en tanto que ellos solo llevaban armas de corto alcance. Pero dio la casualidad de que no aparecieron, lo que inca Garcilaso atribuye a que, por razones extrañas, quizá rituales, había ocasiones en que no luchaban. Llegaron, pues, sanos y salvos, a pesar de que no encontraron a los de Soto donde debían estar: "Siguieron el rastro del gobernador, y, le hallaron alojado en unos hermosísimos valles de grandes maizales. Los recibió muy bien y, con palabras magníficas y grandes alabanzas, encareció la buena diligencia que Gonzalo Silvestre había hecho, así como el mucho peligro y sufrido trabajo que había soportado. Luego le prometió para más adelante la gratificación de tanto mérito. Por otra parte, le pedía perdón por no haberle esperado como habían quedado. Decía, disculpándose, que había pasado adelante, lo uno, porque no se podía sufrir el hambre que tenían, y lo otro, porque no tuvo por muy cierta su vuelta por el mucho peligro en que iba, y que había temido le hubiesen matado los indios". Se supone que no le gustó mucho la justificación a Gonzalo Silvestre.

 

     (Imagen) Es el momento de aclarar algunas confusiones relativas a LEONOR DE BOBADILLA, de la que hablamos anteriormente. Tuvo una vida verdaderamente complicada. Ya sabemos que era hija del primer Conde de la Gomera, Guillén Peraza de Ayala, y, a su vez, hermana de Don Sebastián (nombre frecuente en La Gomera) y Don Baltasar de Castilla (igualmente conocidos), siendo el primero un rebelde antecesor de Francisco Hernández Girón. La expedición de Hernando de Soto, como casi todas las que iban a las Indias, se detuvo en la isla de la Gomera, y consiguió que el conde le permitiera llevar consigo a su hija Leonor, prometiéndole que la casaría muy bien. Hay quien asegura que Soto tenía una oculta intención libidinosa, pero no hubo tal, ya que la dejó de inmediato bajo la protección de su mujer, Isabel de Bobadilla (que no era su hermana, según se dice, sino su pariente). Picoteando en datos diseminados de Inca Garcilaso, queda claro que, en algún momento de la continuación del viaje, Nuño Tovar, a quien Soto le había otorgado el muy importante cargo de maestre de campo del ejército, se enamoró de Leonor, siendo correspondido, y la dejó embarazada de un niño, casándose de inmediato. Muy enfadado por esta sorpresa, Hernando de Soto destituyó a Tovar, lo que Inca Garcilaso consideró una mezquindad, alabando al mismo tiempo la lealtad y brillantez con que el destituido siguió cumpliendo sus deberes militares. Nuño Tovar será uno más de los que van a morir en la campaña de La Florida, como el mismo Soto, y ambos de enfermedad. Poco después se casó Leonor con Lorenzo Mejía de Figueroa, a quien, en 1547, mandó decapitar Gonzalo Pizarro, por simples sospechas de traición. Tuvieron un hijo llamado Gonzalo Mejía de Figueroa, del que su juvenil compañero de estudios, Inca Garcilaso, dice que "fue un mozo de toda buena enseñanza, y murió muy temprano, dejando mucha lástima a los que le conocían". Y, asimismo, una hija que se llamaba María de Ayala Castilla; recordemos que el año 1553, en la boda de María (no pasaba de tener 12 años) con Alonso de Loaysa, empezó Girón su rebeldía haciendo una matanza durante el banquete, siendo uno de los muertos Baltasar de Castilla, hermano de LEONOR DE BOBADILLA, cuyos dos grandes amores, Nuño Tovar y Lorenzo Mejía, murieron jóvenes y sin ver recompensados los muchos méritos que tenían.




martes, 16 de febrero de 2021

(Día 1345) Cumpliendo su misión, Gonzalo Silvestre y Juan López fueron atravesando territorio indio en una heroica cabalgada.

 

     (935) Ahora tenemos en acción al confidente de Inca Garcilaso, Gozalo Silvestre, quien tantas veces vio a la muerte cara a cara, y pudo contarlo todo y llegar a viejo: "Gonzalo Silvestre, sin responder palabra alguna, partió de donde el gobernador, y, de camino, se encontró con Juan López Cacho, natural de Sevilla, paje del gobernador, que tenía un buen caballo, y le dijo: 'El general manda que vos y yo vayamos con un recado suyo hasta el campamento'. Juan López respondió: «Llevad a otro, que yo estoy cansado'. Gonzalo Silvestre le contestó que con él no disminuía el peligro, y, sin él, no aumentaba el trabajo. Luego dio espuelas a su caballo y siguió su camino. Juan López, mal que le pesó, subió en el suyo y fue en pos de él, siendo ambos mozos, pues apenas pasaban de los veinte años. El peligro que estos dos compañeros llevaban de que los indios los mataran era tan cierto, que ninguna diligencia que ellos pudieran hacer bastara a sacarlos de él, si Dios no los socorriera mediante el instinto natural de los caballos, los cuales, como si tuvieran entendimiento, dieron en rastrear el camino que al ir habían llevado, y, como podencos, hincaban los hocicos en tierra para rastrear el camino, y, cuando habían perdido la orientación, daban unos grandes soplos y bufidos, que a sus dueños les pesaba, temiendo ser por ellos sentidos de los indios. Con estas dificultades, caminaron toda la noche estos dos bravos españoles, muertos de hambre, pues los dos días pasados no habían comido sino cañas del maíz que los indios tenían sembrado, e iban alcanzados de sueño y fatigados de trabajo; y los caballos lo mismo, que tres días hacía que no se habían desensillado, y a duras penas les quitaban los frenos para que comiesen algo. Mas ver la muerte al ojo si no vencían estos trabajos, les daba esfuerzo para pasar adelante".

     Según cabalgaban, pasaban por zonas en las que se veía a lo lejos indios danzando y cantando en torno a grandes hogueras, con tanto ruido, que no podían oír su paso, ni tampoco verlos, porque era de noche. Llegó un momento en el que Juan López le rogó desesperadamente a Gonzalo Silvestre que le dejara dormir un rato porque ya no aguantaba más despierto. Silvestre no tuvo más remedio que ceder, y Juan se tumbó en el suelo casi cayendo de la grupa como un tronco; pero también Silvestre se quedó dormido sobre su caballo, y, cuando despertaron, se encontraron con el gran peligro de la luz del día. "No pudieron los dos jinetes dejar de ser vistos por los indios, y en un momento se levantó un alarido y vocería, con tanto zumbido y estruendo y retumbar de caracolas, bocinas y tamborinos, que parecía que los indios querían matarlos con la gritería sola. Entonces aparecieron tantas canoas en el agua, que, a imitación de las fábulas poéticas, decían estos españoles que no parecía sino que las hojas de los árboles caídas en el agua se convertían en canoas. Los indios acudieron con tanta presteza al paso de la ciénaga que, cuando los cristianos llegaron a él, ya por la parte alta los estaban esperando. Los dos compañeros se arrojaron al agua con gran esfuerzo y osadía. Fue Dios servido que los caballos y los caballeros saliesen libres y sin heridas, que no se tuvo por pequeño milagro según la infinidad de flechas que les habían tirado, pues después vieron que el agua, particularmente en este paso, había quedado cubierta de ellas".

 

     (Imagen) Sigamos reseñando la trepidante biografía de PEDRO MENÉNDEZ DE AVILÉS. Así como los españoles fueron especialmente crueles con los indios en Chile porque los araucanos eran muy peligrosos y sanguinarios, en la lucha contra los piratas resultaron tan brutales como ellos, sin el más mínimo detalle de caballerosidad. Llegó un momento en el que Pedro Menéndez y los suyos quedaron a falta de provisiones, y la única solución era volver a Cuba para conseguirlas. Pero, como ya vimos, estaba allí de gobernador alguien que le tenía verdadero odio, Francisco García Osorio, quien, llegado Pedro a La Habana, le negó hasta el más mínimo socorro, algo incomprensible tratándose de una campaña puesta al servicio de la Corona. Regresó sin nada hacia Florida, porque era urgente unirse a una flota que enviaba el Rey para luchar contra los franceses. De camino pudo liberar a unos españoles apresados por los indios. Llegado a San Agustín, remató algunos asuntos urgentes y volvió a Cuba porque el hambre no cesaba. Como Osorio siguió absurdamente intratable, Pedro vendió una partida de joyas y pudo comprar los víveres. Ya de vuelta, llegó a San Agustín (ciudad que fundó en 1565) una flota española, pero, no quedando resuelto el problema del abastecimiento, Pedro, hombre de soluciones drásticas, se trasladó a España, donde Felipe II le recibió lleno de agradecimiento por sus servicios y lo llenó de honores, uno de los cuales, para horror de Osorio, fue el de nombrarlo, además de Caballero de Santiago,  Gobernador de Cuba. De nuevo en La Florida, se encontró con graves problemas: los indios habían atacado (fue cuando mataron a los jesuitas), los corsarios franceses ahorcaron a gran número de españoles y las enfermedades hacían estragos. Pedro se enfrentó a todo desarrollando una gran actividad en Cuba y en La Florida, donde castigó a los indios que habían matado a los misioneros, y siguió explorando gran parte de sus costas y las caribeñas, cartografiándolas. En 1574, el Rey le ordenó que volviera a España, y lo nombró capitán general de una gran flota que se iba a dirigir a Flandes, de la que tomó posesión en Santander, pero a los pocos días murió de enfermedad. En la imagen vemos la estatua de PEDRO MENÉNDEZ DE AVILÉS, situada en la ciudad que fundó, San Agustín (Florida), orgullo de los 'gringos' por ser la primera europea fundada en territorio norteamericano.




lunes, 15 de febrero de 2021

(Día 1344) Con grandes dificultades, los españoles repararon un puente indio para atravesar una zona pantanosa. Hernando de Soto le confió a Gonzalo Silvestre una misión muy peligrosa.

 

     (934) Hubo un indio que se dio cuenta de que tomarle el pelo a los españoles era muy peligroso: "Por lo cual, temiendo la muerte, se ofreció a guiarlos fielmente y, sacándolos de los malos pasos por donde iban, los puso en un camino limpio, llano y ancho, apartado de la ciénaga. Y habiendo caminado por él cuatro leguas, volvieron sobre la ciénaga, donde hallaron un paso que estaba limpio de cieno, salvo en medio del canal, que por espacio de cien pasos no se podía vadear, donde los indios tenían hecho un mal puente de dos grandes árboles caídos en el agua. Por este mismo paso, diez años antes, pasó Pánfilo de Narváez con su ejército desdichado. El gobernador mandó a los dos cubanos mestizos, que habían por nombre Pedro Morón y Diego de Oliva, grandísimos nadadores, que cortasen unas ramas que atravesaban el puente para poder pasar con comodidad por él. Los dos soldados pusieron por obra lo que se les mandó, pero vieron salir en canoas indios, desde las aneas y juncos que hay en las riberas de aquella ciénaga, con intención de tirarles flechas. Los mestizos se echaron al agua, y, a zambullidas, salieron donde los suyos estaban, heridos ligeramente, pues, por haber sido debajo del agua, no penetraron mucho las flechas. Después los indios se retiraron, y Los españoles prepararon el puente sin recibir más molestias, hallando otro a corta distancia, y muy bueno para los caballos".

     Los españoles estaban contentos, pero hambrientos, porque habían llevado poca comida. Hernando de Soto le envió un mensajero a Luis de Moscoso para que les alcanzara con el ejército, y enviara por delante alimentos para recuperar sus fuerzas. Le tocó ser el mensajero a Gonzalo Silvestre, poniendo el cronista en este caso de relieve su protagonismo (al fin y al cabo, era su principal fuente de información): "En presencia de todos, le dijo a Silvestre: 'A vos os cupo en suerte el mejor caballo de todo nuestro ejército, y va a ser para mayor trabajo vuestro, porque os hemos de encomendar los lances más dificultosos. Conviene que volváis esta noche al real y digáis a Luis de Moscoso que camine luego con toda la gente en nuestro seguimiento, y que os despache enseguida con dos cargas de bizcocho y queso, pues padecemos necesidad de comida. Espero que estéis de vuelta mañana en la noche, y, aunque el camino os parezca largo y dificultoso y el tiempo breve, yo sé a quién encomiendo este trabajo. Para que no vayáis solo, tomad el compañero que mejor os pareciere, y os conviene llegar al real antes de que amanezca, para que no os maten los indios si os ven de día sin haber pasado las ciénagas'.

 

     (Imagen) En esta imagen veremos que el excepcional PEDRO MENÉNDEZ DE AVILÉS también triunfó donde nadie lo había hecho, La Florida. Como primer objetivo, Felipe II le había confiado una misión implacable: habían llegado a aquella zona, jurídicamente del imperio español, unos colonos intrusos, doblemente odiosos para el monarca porque, además, eran protestantes hugonotes llegados de Francia, donde eran perseguidos por los católicos. La orden era ejecutarlos sin piedad como aviso a navegantes (nunca mejor dicho). Pedro partió de Cádiz en julio de 1565, con  el fin de adelantarse al corsario francés Ribault, que iba en ayuda de los colones. El resto de la armada de Pedro (que en total llevaba unas 2.600 personas) salió más tarde desde el Cantábrico. Pedro llegó a La Florida en agosto de 1565, después de sufrir un tremendo temporal. El día de San Agustín encontraron un lugar apto como puerto, al que le pusieron el nombre del santo (más tarde fundarían allí la ciudad). No tardaron en descubrir que, en la desembocadura del río San Juan, estaban anclados cuatro galeones de piratas franceses, que huyeron al verlos llegar. A corta distancia, los hugonotes se habían asentado en lo que llamaron Fort Caroline. Los barcos franceses volvieron con intención de abordar a los españoles, pero el mal tiempo lo impidió, por lo que Pedro, sospechando que se habían refugiado en el fuerte, decidió atacarlos yendo por tierra. Y ocurrió la tragedia, porque los enfrentamientos entre piratas y españoles eran siempre mortíferos. Pedro, con 500 soldados, y tras cuatro días de agotadora marcha, apresó a los desprevenidos soldados de guardia, y se apoderó del fuerte. El alcaide y 60 hugonotes escaparon, y los hombres de Menéndez de Avilés degollaron a unos 140 de los 'herejes', aunque respetaron las vidas de mujeres y niños, así como las de quienes se declararon católicos, que serían unos setenta. Enterado Pedro por los indios de que piratas huidos habían naufragado, consiguió encontrarlos en la costa, y, aplicándoles la propia ley de la piratería, no hubo perdón para ninguno, excepto para quienes aseguraron ser católicos. Pudieron huir unos ciento cincuenta, pero, al parecer, murieron todos a manos de los indios. El lugar quedó (y así sigue) con el nombre de Bahía de Matanzas. (Continuaremos en la próxima imagen).




sábado, 13 de febrero de 2021

(Día 1343) Se despidieron afectuosamente Mucozo y Hernando de Soto, quien fue al encuentro del esquivo cacique Urribarracuxi, teniendo de por medio el obstáculo de una gran laguna.

 

     (933) Dejando todo controlado, Hernando de Soto se puso en marcha con sus hombres. Era este el verdadero inicio de la expedición, con un principal empeño: avanzar sin descanso. Llegaron de nuevo al pueblo del cacique Mucozo, y el cronista insiste en el gran afecto que cogió a los españoles. Lo ensalza sobremanera, y uno se queda con la duda de si tan bonita relación no se deteriorará más adelante. Hernando de Soto, que tenía que seguir su marcha, le agradeció sinceramente lo bien que les había tratado con anterioridad: "Mucozo le respondió que no sabría decir cuál había sido mayor, o el contento de haberle conocido y recibido por señor, o el dolor de verle partir sin poder seguirle, y que le suplicaba por última merced que se acordase de él". Los españoles se dirigían hacia el poblado del cacique Urribarracuxi, que, según el cronista, quedaba al nordeste. Pero, al facilitar el dato, dando pruebas de su empeño en ser preciso, nos avisa de una dificultad que va a tener para serlo siempre: "En este rumbo, y en todos los demás, no me culpen los lectores  si otra cosa resultase después, ya que, aunque hice todas las diligencias necesarias para poderlos escribir con certidumbre, no me fue posible alcanzarla, porque  el primer deseo que estos castellanos llevaban era conquistar aquella tierra y buscar oro y plata, por lo cual no se fijaban lo suficiente en cosas que les importaban menos".

     Urribarracuxi no era tan confiado como Mucozo: "Llegado el gobernador al pueblo de Urribarracuxi, donde el capitán Baltasar de Gallegos le esperaba, envió mensajeros al cacique, que estaba retirado en los montes, ofreciéndole su amistad; pero ninguna diligencia sirvió para que saliese de paz. Visto lo cual, el gobernador envió corredores por tres partes, para descubrir algún paso a la ciénaga que estaba a tres leguas del pueblo (y en la que estuvo a punto de morir Vasco Porcallo). La cual era grande y muy dificultosa de pasar por ser de una legua de ancho y tener mucho cieno (barro blando) y muy hondo a las orillas. Los dos tercios a una parte y otra de la ciénaga eran de cieno, y la otra tercia parte, en medio, de agua tan honda que no se podía vadear. Pero, al cabo de ocho días, volvieron los descubridores con la noticia de  haber hallado un paso muy bueno. Entonces salieron del pueblo el gobernador y toda su gente, llegaron en dos días al paso de la ciénaga y la pasaron con facilidad".

     Pero se complicaron las cosas. Vieron que, además de la gran ciénaga, había otras que les impedían el paso. Hernando de Soto, hombre de acción, decidió solucionar personalmente el problema: "Volvió a pasar la ciénaga a esta otra parte con cien caballos y cien soldados que fuesen con él, dejó el resto del ejército donde estaba con el maese de campo (Luis de Moscoso) y caminó tres días la ciénaga por un lado de ella, enviando a trechos descubridores. En esos tres días nunca faltaron indios que, saliendo del monte, sobresaltaban  a los españoles tirándoles flechas y huían después. Mas algunos quedaban burlados, muertos o presos. Los presos, por librarse de las molestias que les daban los españoles preguntándoles por el camino y paso de la ciénaga, se ofrecían a guiarlos, y, como eran enemigos, los guiaban y metían en pasos dificultosos y en partes donde había indios emboscados que salían a flechear a los cristianos. A estos tales, que fueron cuatro, si les descubrían su malicia, les echaban  los perros y los mataban".

 

     (Imagen) PEDRO MENÉNDEZ DE AVILÉS nació en Avilés (Asturias) en 1519. Una prueba de su carácter la da el hecho de que, teniendo unos nueve años, su madre se volvió a casar y Pedro se escapó de casa para vivir con otros familiares. Con dieciséis años, comenzó su vida marinera en un barco que perseguía a piratas franceses. Volvió dos años más tarde a Avilés y le concertaron (de cara al futuro) un matrimonio con una niña de diez años llamada Ana María de Solís. Estuvo hasta los treinta años actuando como corsario por su cuenta. Luego el Rey le confió la misión de perseguir al temible pirata francés Jean Alphonse Saintonge, que había apresado 18 embarcaciones españolas, llevándolas al puerto de La Rochelle. El hábil y valeroso Pedro llegó hasta allá, recuperó cinco naves y asaltó la capitana de Saintonge, al que hirió tan malamente, que murió pronto. Después de tal proeza, fue encargado en 1548 de hostigar a los barcos piratas que navegaran por el Cantábrico. Con un prestigio en aumento, se le envió a las Indias para llevar a cabo la misma misión. El año 1554 capitaneó la armada de 150 barcos en la que iba Felipe II para casarse con María Tudor, la reina de Inglaterra. En 1555 fue al mando de la gran flota en la que llegó a las Indias el virrey de Perú Andrés Hurtado de Mendoza. Después le encargó Carlos V escoltar unos barcos que traían numerosas riquezas para la Hacienda Real, logrando que llegaran a España sin daños de los piratas, a pesar de que contaba con pocas naves para su defensa. Carlos V valoró mucho su eficacia, aunque los funcionarios de la Casa de Contratación de Indias de Sevilla tomaron muy a mal que el emperador le hubiese confiado esa misión. Con el tiempo, llegaron a apresarlo con fuertes acusaciones, pero en España quedó libre de toda culpa. En 1556 fue nombrado Capitán General de toda la armada de Las Indias, y un año después fue vital su llegada con efectivos para la batalla de San Quintín. En 1565 empezó su aventura hacia La Florida. En principio, le motivó  el hecho de pensar que un hijo suyo estaría preso de los corsarios en aquella zona, y la autorización de Felipe II para ir en su busca llevó anexo el compromiso de que PEDRO MENÉNDEZ DE AVILÉS se comprometiera a hacer exploraciones por aquellas tierras y las conquistara. Y así empezó (como veremos en la próxima imagen) la odisea de coger la antorcha de manos del gran Hernando de Soto (aunque no hay que olvidar el fracaso posterior de Tristán de Luna y Arellano), para terminar el trabajo que él no pudo concluir por haber muerto el año 1542.