viernes, 19 de febrero de 2021

(Día 1348) Los españoles llegaron a Ocali, y construyeron un buen puente para pasar su río. El cacique local, lleno de malas intenciones, se mostró amistoso.

 

  

     (938) El ejército de Hernando de Soto se puso en marcha: "Salió el gobernador de la provincia de Acuera sin hacer daño alguno en los pueblos ni sementeras, para que no los tuviesen por crueles e inhumanos. Fueron hacia otra provincia, llamada Ocali, donde ya no había tantas ciénagas y malos pasos como en las pasadas, porque, por estar más alejada de la costa,  no llegaban hasta allí los esteros y bahías que en las otras entraban desde el mar.  Vieron asimismo ser esta provincia de Ocali más abundante de mantenimientos que las otras, por haber en ella más gente que cultivase la tierra y por ser de suyo más fértil. Llegaron al pueblo principal, llamado también Ocali, y el cacique de ella, con todos los suyos, se fueron al monte llevándose lo que tenían en sus casas. Los españoles entraron en el pueblo, que era de seiscientas casas, y en ellas se alojaron, donde hallaron mucha comida de maíz, legumbres y diversas frutas. El gobernador envió luego indios al curaca principal, ofreciéndole la paz y la amistad de los castellanos. El indio se excusó, por entonces, con palabras comedidas, pero, pasados seis días, salió de paz, aunque con actitud sospechosa. El gobernador y los suyos, habiéndole recibido con muchas caricias, disimulaban lo malo que en él sentían, para que no se alterase más de lo que, con sus malos propósitos, lo estaba de suyo, como luego veremos".

     Inca Garcilaso va a a seguir contando, con excesivo detalle, incidentes que se produjeron con caciques indios. Pasaré por ellos como de puntillas, ciñéndome a lo esencial. Confiando en la buena voluntad del cacique, le pidió Soto que le ayudaron sus indios a preparar un puente que les era imprescindible para seguir adelante atravesando un río. Al parecer estaba dispuesto a ayudarle, pero era un farsa: "El gobernador salió un día con el curaca para ver el sitio donde podría hacerse. Andando ellos trazando el puente, salieron más de quinientos indios, y echaron una rociada de flechas hacia donde estaban el cacique y el gobernador (se supone que sin intención de alcanzarlos), el cual le preguntó cómo permitía aquella desvergüenza habiéndose mostrado su amigo. Respondió que no estaba en su mano remediarlo, porque muchos de sus vasallos, por haberle visto inclinado a la amistad y servicio de los españoles, le habían negado la obediencia y perdido el respeto. Entonces el gobernador decidió darle libertad para que se fuese a los suyos, con el fin de que los demás señores de la comarca no pensaran que lo tenía contra su voluntad, de manera que le dijo que podía ir adonde sus indios cuando quisiese. El curaca le respondió que solamente por reducir a sus vasallos a la obediencia del gobernador quería volver adonde ellos, para que todos viniesen a servirle, y que, si no pudiese atraerlos, volvería solo, para mostrar el amor que al servicio de su señoría tenía. Con esta promesa hizo otras muchas, pero ninguna cumplió. Habiéndose ido el cacique, los españoles, por industria de un ingeniero genovés llamado maese Francisco, trazaron el plano del puente, y lo hicieron de grandes tablones echados sobre el agua, asidos con gruesas maromas, con lo cual, en pocos días se acabó la obra, y resultó tan bueno el puente, que hombres y caballos pasaron por él muy a su placer".

 

     (Imagen) No sé si nos servirá de mucho, pro creo que sí. Voy a utilizar, como contraste de la versión de Inca Garcilaso, lo que nos pueda contar un historiador prestigioso, DAVID J. WEBER. Quizá, como 'gringo', tenga tics partidistas, pero espero que, si hay algunos, no resulten demasiado hirientes, porque, además de ser un gran profesional, fue nombrado por nuestro gobierno Caballero de la Orden de Isabel la Católica. De todas formas, no nos vendrá mal, porque Inca Garcilaso, aunque no suele morderse la lengua, tiene tendencia a fijarse en la parte bonita de la historia. Weber nació el año 1940 en Búfalo (Nueva York), y, aunque soñó con hacerse músico, cambió de idea bruscamente tras iniciar un curso de Historia de América Latina, lo que le animó a matricularse en la Universidad de Nuevo México, donde se doctoró el año 1967. Luego estuvo dando clases en la Universidad de Costa Rica, y allí, de paso, se fue haciendo con el dominio de la lengua española. Tuvo el gran acierto y la suerte de centrarse en el estudio de un tema histórico que estaba casi olvidado por norteamericanos y sudamericanos, ya que era fronterizo entre ambas zonas y sus fuentes de información se encontraban principalmente en los archivos españoles. Con una vocación clara, acompañada de gran profesionalidad, publicó más de veinte libros sobre el tema, de los cuales utilizaré uno magnífico, editado el año 1992: La Frontera Española en América del Norte. Según dijo un colega, "no hay nadie comparable con él en términos de erudición o de amplia síntesis". Aunque el libro va más allá de la presencia española, llegando hasta el siglo XVIII, la mayor parte del texto se centra en su conquista y en las consecuencias que trajo para los nativos, aspecto que, probablemente, trate con ojos menos indulgentes que los empleados para la invasión sajona. La gran fecundidad como investigador histórico de DAVID J. WEBER, mantenida sin descanso hasta el final de su vida, y siempre centrada en el mismo asunto, deja bien claro que su entusiasmo no se debilitó en  ningún momento. Enfermo de cáncer, siguió dando clases a sus alumnos a pesar de la dureza del tratamiento médico, y no dejó de hacerlo hasta dos meses antes de su fallecimiento, ocurrido en agosto de 2010 en Gallup (Nuevo México). Fue uno más de los grandes hispanistas extranjeros (que han sabido valorar lo que nosotros descuidamos).




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