(938) El ejército de Hernando de Soto se
puso en marcha: "Salió el gobernador de la provincia de Acuera sin hacer
daño alguno en los pueblos ni sementeras, para que no los tuviesen por crueles
e inhumanos. Fueron hacia otra provincia, llamada Ocali, donde ya no había
tantas ciénagas y malos pasos como en las pasadas, porque, por estar más
alejada de la costa, no llegaban hasta
allí los esteros y bahías que en las otras entraban desde el mar. Vieron asimismo ser
esta provincia de Ocali más abundante de mantenimientos que las otras, por
haber en ella más gente que cultivase la tierra y por ser de suyo más fértil. Llegaron al pueblo principal, llamado también Ocali, y el
cacique de ella, con todos los suyos, se fueron al monte llevándose lo que
tenían en sus casas. Los españoles entraron en el pueblo, que era de
seiscientas casas, y en ellas se alojaron, donde hallaron mucha comida de maíz,
legumbres y diversas frutas. El gobernador envió luego indios al curaca
principal, ofreciéndole la paz y la amistad de los castellanos. El indio se
excusó, por entonces, con palabras comedidas, pero, pasados seis días, salió de
paz, aunque con actitud sospechosa. El gobernador y los suyos, habiéndole
recibido con muchas caricias, disimulaban lo malo que en él sentían, para que
no se alterase más de lo que, con sus malos propósitos, lo estaba de suyo, como
luego veremos".
Inca Garcilaso va a a seguir contando, con
excesivo detalle, incidentes que se produjeron con caciques indios. Pasaré por
ellos como de puntillas, ciñéndome a lo esencial. Confiando en la buena
voluntad del cacique, le pidió Soto que le ayudaron sus indios a preparar un
puente que les era imprescindible para seguir adelante atravesando un río. Al
parecer estaba dispuesto a ayudarle, pero era un farsa: "El gobernador
salió un día con el curaca para ver el sitio donde podría hacerse. Andando
ellos trazando el puente, salieron más de quinientos indios, y echaron una
rociada de flechas hacia donde estaban el cacique y el gobernador (se supone
que sin intención de alcanzarlos), el cual le preguntó cómo permitía
aquella desvergüenza habiéndose mostrado su amigo. Respondió que no estaba en
su mano remediarlo, porque muchos de sus vasallos, por haberle visto inclinado
a la amistad y servicio de los españoles, le habían negado la obediencia y
perdido el respeto. Entonces el gobernador decidió
darle libertad para que se fuese a los suyos, con el fin de que los demás
señores de la comarca no pensaran que lo tenía contra su voluntad, de manera
que le dijo que podía ir adonde sus indios cuando quisiese. El curaca le
respondió que solamente por reducir a sus vasallos a la obediencia del
gobernador quería volver adonde ellos, para que todos viniesen a servirle, y
que, si no pudiese atraerlos, volvería solo, para mostrar el amor que al
servicio de su señoría tenía. Con esta promesa hizo otras muchas, pero ninguna
cumplió. Habiéndose ido el cacique, los
españoles, por industria de un ingeniero genovés llamado maese Francisco,
trazaron el plano del puente, y lo hicieron de grandes tablones echados sobre
el agua, asidos con gruesas maromas, con lo cual, en pocos días se acabó la
obra, y resultó tan bueno el puente, que hombres y caballos pasaron por él muy
a su placer".
(Imagen) No sé si nos servirá de mucho,
pro creo que sí. Voy a utilizar, como contraste de la versión de Inca Garcilaso,
lo que nos pueda contar un historiador prestigioso, DAVID J. WEBER. Quizá, como
'gringo', tenga tics partidistas, pero espero que, si hay algunos, no resulten
demasiado hirientes, porque, además de ser un gran profesional, fue nombrado
por nuestro gobierno Caballero de la Orden de Isabel la Católica. De todas
formas, no nos vendrá mal, porque Inca Garcilaso, aunque no suele morderse la
lengua, tiene tendencia a fijarse en la parte bonita de la historia. Weber
nació el año 1940 en Búfalo (Nueva York), y, aunque soñó con hacerse músico,
cambió de idea bruscamente tras iniciar un curso de Historia de América Latina,
lo que le animó a matricularse en la Universidad de Nuevo México, donde se
doctoró el año 1967. Luego estuvo dando clases en la Universidad de Costa Rica,
y allí, de paso, se fue haciendo con el dominio de la lengua española. Tuvo el
gran acierto y la suerte de centrarse en el estudio de un tema histórico que
estaba casi olvidado por norteamericanos y sudamericanos, ya que era fronterizo
entre ambas zonas y sus fuentes de información se encontraban principalmente en
los archivos españoles. Con una vocación clara, acompañada de gran
profesionalidad, publicó más de veinte libros sobre el tema, de los cuales
utilizaré uno magnífico, editado el año 1992: La Frontera Española en América
del Norte. Según dijo un colega, "no hay nadie comparable con él en
términos de erudición o de amplia síntesis". Aunque el libro va más allá
de la presencia española, llegando hasta el siglo XVIII, la mayor parte del
texto se centra en su conquista y en las consecuencias que trajo para los
nativos, aspecto que, probablemente, trate con ojos menos indulgentes que los
empleados para la invasión sajona. La gran fecundidad como investigador
histórico de DAVID J. WEBER, mantenida sin descanso hasta el final de su vida,
y siempre centrada en el mismo asunto, deja bien claro que su entusiasmo no se
debilitó en ningún momento. Enfermo de
cáncer, siguió dando clases a sus alumnos a pesar de la dureza del tratamiento
médico, y no dejó de hacerlo hasta dos meses antes de su fallecimiento,
ocurrido en agosto de 2010 en Gallup (Nuevo México). Fue uno más de los grandes
hispanistas extranjeros (que han sabido valorar lo que nosotros descuidamos).
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