domingo, 31 de marzo de 2019

(Día 793) Pedro Pizarro termina su breve relato de la batalla de las Salinas alabando la honradez de Hernando Pizarro. Sin embargo, Cieza critica su ruin venganza con Orgóñez. Alonso de Alvarado irá a conquistar a la zona de los chachapoyas.


     (383) Pedro Pizarro termina, sin más,  el tema de la guerra de las Salinas con un último párrafo (donde hace una mínima mención a la muerte de Orgóñez), en el que también parece colarse su habitual deseo de alabar a la familia de los Pizarro: “Murieron en esta batalla de las Salinas más de cien hombres de una parte y otra (recordemos que las bajas almagristas fueron muy superiores, como nos dijo Cieza: más de 120 de los de  Almagro y solamente nueve de los de Hernando Pizarro), y resultaron muchos heridos. Aquí murió Rodrigo Orgóñez, capitán general de Almagro. Hernando Pizarro no consintió que sus soldados se quedasen con lo que tomaron a los de Almagro, pues, como fue cosa conocida, puso un pregón para que los de Almagro lo reclamasen, y fuera devuelto a sus dueños (quizá de dudosa eficacia en aquellos momentos de anarquía. Acabamos de ver lo que le pasó a Enríquez)”. Más tarde veremos que la querencia de Pedro Pizarro hacia sus parientes se truncará en un momento determinado. Respetó siempre a Francisco Pizarro, que fue quien lo llevó de España a la conquista de Perú como criado suyo. Pronto pudo comprarse un caballo y zurrarse en las batallas. Apreció a  los cuatro hermanos Pizarro. Murió prematuramente Juan. Después Hernando fue a España sin posible retorno. Asesinaron más tarde a Francisco. Solo quedaba Gonzalo, quien cometió la osadía de rebelarse contra el Rey, y eso provocó una enemistad furibunda entre él y Pedro Pizarro.
     Volvamos a la crónica de Cieza. Cuenta, de forma muy parecida a Garcilaso, el asesinato de Pedro de Lerma, y hace un sentido comentario sobre el que se cometió con Orgóñez, mostrando la ruin venganza de Hernando Pizarro: “La cabeza de Rodrigo Orgóñez fue traída a la ciudad del Cuzco, e puesta, por mandato de Hernando Pizarro, en el rollo (la picota pública) de ella; cosa indigna y muy fea, e que no merecía varón tan esforzado, e a muchos les pareció muy mal. Era Rodrigo Orgóñez natural de la villa de Oropesa, y pocos días antes de esto le había nombrado Su Majestad Mariscal de la Gobernación de Nuevo Toledo (la de Almagro)”. El soberbio Hernando demostró con ello ser mal perdedor y mal ganador.
     Conseguida la victoria, Hernando Pizarro tenía que resolver el problema de recompensar a sus hombres como les había prometido. Siendo imposible de inmediato, se le ocurrió una solución para que se conformaran con un aplazamiento: “Sus hombres tenían creído que pronto les iba a repartir las provincias y hacerlos señores de ellas y quitar los indios a los (almagristas) que los tenían. Hernando Pizarro les dijo que se poblarían las provincias de las Charcas y Arequipa (en zona chilena), donde se darían repartimientos de indios a muchos de ellos. No les agradó nada aquel dicho porque les parecía que en las Charcas estarían como desterrados, y que nunca tendrían allá ninguna cosa de provecho”.
     Había allí un gran hombre que tenía las ambiciones claras: “El capitán Alonso de Alvarado le dijo a Hernando Pizarro que, puesto que tenía ya en su poder al Adelantado D. Diego de Almagro y se había apoderado de la ciudad del Cuzco, le diese licencia para volver adonde el Gobernador Pizarro y luego ir a la zona de los chachapoyas a poblar una ciudad en lo que ya había descubierto en aquel territorio. Hernando Pizarro se alegró de ello, y le dijo que así fuese, y que quería que llevase consigo (para dejarlo en Lima) a D. Diego de Almagro el Mozo, hijo del Adelantado”.

     (Imagen) Triste figura la de DIEGO DE ALMAGRO EL MOZO, lejos ya, y para siempre, de su padre. Pronto se endureció su carácter. Todos los cronistas coinciden en que fue él quien encabezó (aunque apoyándose en el liderazgo de Juan de Rada) la conspiración que acabó con la vida de Francisco Pizarro. Curiosamente, solo dos meses antes de matar a Pizarro, él y Rada pidieron y obtuvieron del Rey un permiso para venir a España durante dos años, lo que hace sospechar que fue una maniobra de despiste para ocultar sus planes. Después Vaca de Castro acabó  con la rebelión y la vida del Mozo en la batalla de Chupas, y le envió al Rey un informe. La imagen muestra un folio del documento. Empieza, en un párrafo anterior, con un comentario sorprendente sobre Perálvarez Holguín, uno de sus capitanes. Dice que era tan dado a los motines que, de no haber muerto en la batalla, tendría que haberlo degollado. Escribe que en el Cuzco fueron apresados y ejecutados bastantes almagristas, varios de ellos culpables del asesinato de Pizarro, entre ellos un criado del Mozo, llamado Juan Rodríguez Barragán, “que fue quien le acabó de matar” (como vimos, él lo negaba). Y aclara algo que estaba confuso: apresaron allí al Mozo y, entre otros, a Diego Méndez (al que he venido confundiendo, porque así figura en muchos textos, con el hermano de Rodrigo Orgóñez); tenían intención de ir adonde Manco Inca para que les ayudara a seguir peleando contra las fuerzas leales al Rey. Ya vimos lo que pasó después: Méndez logró huir del Cuzco con varios hombres, fueron adonde Manco Inca, al que (probablemente para congraciarse con Vaca de Castro) lo mataron, y luego ellos fueron masacrados por los indios.





sábado, 30 de marzo de 2019

(Día 792) Pedro Pizarro da algunos detalles más de la batalla de las Salinas, pero es muy escueto en su narración, dedicando (sospechosamente) solo una línea a la ejecución de Almagro.


      (382) Hernando Pizarro mandó soldados al puente, no solo para saber cómo estaba, sino también para quedarse allí defendiéndolo: “Cuando faltaban unas doce leguas para llegar a él, Hernando Pizarro reunió a doscientos de a caballo (Pedro era uno de ellos), y los envió, sin que ellos supieran adónde, bajo el mando de Gonzalo Pizarro, al que le dijo que tomara este puente de Aycha, y lo guardase para que no lo quemaran antes de que pasase toda la tropa. Partido Gonzalo Pizarro con la gente dicha, pasamos el río que va a Abancay, y sin parar fuimos al puente de Aycha, hallándolo entero y sano. Quedamos guardándolo hasta que llegó Hernando Pizarro con el resto de la gente”. Empieza Pedro a contar la batalla y decepciona la brevedad de su relato. Lo que más llama la atención es lo que no cuenta. Dice que Almagro tenía 800 hombres, pero solo veinte arcabuceros (su gran debilidad, porque Hernando Pizarro disponía de muchos más). Menciona al almagrista  Vasco de Guevara, y hace al final una ligerísima alusión al gran Rodrigo Orgóñez, capitán general de toda la tropa. Como es natural, recordaba bien la distribución de su propio ejército: “Venida la mañana, Hernando Pizarro hizo sus escuadrones, dividiendo a los de a caballo en dos partes, para acometer separados si hiciese falta, y, si no, juntos. Dio una parte de ellos a Diego de Rojas, y la otra al mariscal Alonso de Alvarado. Tomó él, con su hermano Gonzalo, la vanguardia de los de a caballo, y, como capitanes de infantería, al portugués Castro con los arcabuceros, y a Diego de Urbina con los piqueros”.
     Ya nos dijeron Cieza, Garcilaso y Enríquez que, en la batalla de las Salinas, rompieron el fuego los arcabuceros pizarristas. Y Pedro Pizarro lo confirma: “Se metió Castro con los arcabuceros en una ciénaga y desde allí empezó a disparar a los contrarios, que ya se habían acercado a caballo, los cuales, viendo que por la ciénaga no podían hacerles daño, dieron la vuelta y se juntaron con el escuadrón de D. Diego de Almagro. Viendo Hernando Pizarro que los de Almagro estaban todos juntos, agrupó asimismo a los suyos en uno, y los acometió, durando la batalla un rato, y al fin los enemigos huyeron, y D. Diego de Almagro se fue con algunos de los suyos a la fortaleza del Cuzco. Lo persiguieron, lo apresaron y lo metieron donde él había tenido preso a Hernando Pizarro, sacando de este lugar a más de treinta hombres que Almagro tenía presos. Tras soltar a estos, Hernando Pizarro metió allí a Almagro, lo tuvo preso, y, procesándolo, algunos meses después le cortó la cabeza”.
     Si es poco lo que cuenta, ‘clama al cielo’ que con esa escueta frase despache el terrible drama de Almagro. La única explicación radica en su deseo de no ensuciar la memoria de los Pizarro. A pesar de que tiene el mérito de ser un buen cronista, aumentado por haber participado en aquellos extraordinarios hechos, su objetividad queda dañada en algunos pasajes importantes, y especialmente en este clamoroso silencio. Lo que ahora nos cuenta se refiere a su época idílica con sus parientes. Pero acabamos de ver (en su relación de méritos enviada al Rey el año 1578) que participó en las guerras civiles posteriores, y que, en su última intervención, se puso al servicio del representante de la Corona, Pedro de la Gasca, luchando contra Gonzalo Pizarro, ya mortal enemigo suyo, al que derrotaron en Jaquijaguana, siendo inmediatamente ejecutado.

     (Imagen) Menciona el cronista Pedro Pizarro al “portugués Castro”. No vendrá mal sacarlo del anonimato. Se trata del capitán de arcabuceros pizarrista NUÑO DE CASTRO. Encuentro algunos datos sobre su triste final. LLegó a participar en la batalla de Chupas (donde fue derrotado Almagro el Mozo). Pero al poco tiempo perdió la vida de forma extraña. Tres hermanos suyos, Ruy, Isabel y Mencía de Castro, presentaron una reclamación contra Gaspar Rodríguez de Camporredondo por ser heredero (y hermano) del capitán Pedro Ansúrez, dado que este, y otros dos soldados pizarristas demandados, “estando Nuño de Castro en unas justas, lo asesinaron alevosamente”. En algún momento dije (porque lo vi afirmado) que  quien heredó a Peransúrez fue Diego Ansúrez, un hijo que tuvo con Ana de Mercado, y que marchó en 1555 a México. Nunca se sabrá si los querellantes se equivocaron de heredero. Pero, de ser cierto lo que denunciaban, supondría una mancha para el honor del prestigioso capitán Peransúrez. En su testamento, Nuño de Castro manifestó “ser portugués, natural de Adamira, en el Algarbe, hijo de Álvaro de Castro y Catalina de Sande”. Pero hay alguien más que no tardará en morir: Gaspar Rodríguez de Camporredondo. Es muy probable que falleciera en la batalla de Jaquijaguana, porque hizo su testamento estando en el ejército de Gonzalo Pizarro, pronto derrotado. Poco tiempo después, como se dice en el documento de la imagen, el Rey ordenó retener parte de su herencia porque tenía una deuda con la Corona. Parece, pues, que los reclamantes vieron frustradas sus pretensiones, y, por si fuera poco el mal trago, se consideró oficialmente que  “todo lo que había tenido y dejado a su muerte Nuño de Castro pertenece a la Corona”. ¿Había alguna discriminación en las herencias de los soldados extranjeros?



viernes, 29 de marzo de 2019

(Día 791) Inca Garcilaso cuenta que Lerma estuvo a punto de matar a Hernando Pizarro en el combate, que todos lucharon bravamente, y que los vencedores fueron muy crueles con los vencidos. Pedro Pizarro hace un breve resumen de la batalla (en la cual participó).


     (381) El detallista Garcilaso explica que la técnica de Lerma consistía en colocar la base de la lanza sujeta en un saliente de la silla, de manera que la fuerza del golpe resultaba tremenda, ya que se unía la del jinete al brutal empuje de la arremetida del caballo: “Hernando Pizarro hirió malamente a su contrario en un muslo, pero Pedro de Lerma dio al caballo de Hernando Pizarro un golpe que desencajó la silla y le hirió en el vientre, aunque no de herida mortal, porque el caballo cayó en tierra, y con su caída libró de la muerte al caballero”.
     Lo ocurrido encendió aun más los ánimos: “Viendo los suyos a Hernando Pizarro caído, creyendo que estaba muerto, arremetieron contra los de Almagro, y los unos y los otros pelearon bravísimamente, hiriendo y matando con grandísima rabia, como si no fueran todos de una misma nación, olvidando que habían sido hermanos y compañeros en armas. Duró la pelea más de lo imaginado, porque los de Almagro, aunque eran muchos menos en número, eran iguales en valor a los de Pizarro, y resistieron a costa de sus vidas, vendiéndolas caras hasta que fueron muertos o heridos; los que pudieron se retiraron. Y entonces se mostró más cruelmente la rabia con que habían peleado, pues, aunque los vieron vencidos, no los perdonaron, sino que mostraron con ellos más saña, haciendo los victoriosos cosas indignas de la nación española, pues se dice que mataron más gente ya  derrotada que peleando en la batalla”. Da la fecha del enfrentamiento (que ya conocemos) y añade un dato que revela cómo el sentimiento religioso aportó un gesto de humanidad: “Diose aquella batalla a seis de abril de mil quinientos treinta y ocho, el sábado siguiente al Viernes de Lázaro, por cuya devoción hicieron los españoles una iglesia, que yo vi terminada, en el mismo llano donde fue la pelea, en la cual enterraron a todos los que de una parte y de otra murieron. El año mil quinientos ochenta y uno, los mestizos hijos de aquellos españoles y de indias llevaron los huesos de sus padres al Cuzco, y los enterraron en un hospital de la ciudad”.
    Nos falta escuchar algunos pequeños detalles de lo que cuenta el cronista Pedro Pizarro, quien, aunque participó en la batalla de las Salinas, la resume en exceso. Confirma que Pizarro no tuvo ninguna participación en ella, puesto que, viejo y cansado, volvió a Lima, delegando su autoridad para la lucha en sus hermanos Hernando y Gonzalo Pizarro: “Avanzando nosotros, Almagro permanecía en el Cuzco rehaciéndose, sin poder saber por dónde llegaríamos, ya que Hernando Pizarro hacía intento de ir por una parte e iba por otra, sin que tampoco nosotros lo supiésemos, y lo hacía para que no le quebrasen un puente por el que quería pasar”. Su mayor preocupación era que el puente no estuviera en malas condiciones, pues se trataba de uno de los que los indios construían con técnica maravillosa, pero sencilla. Pedro se deleita en describirlos, rematándolo con una frase llamativa: “Desde el suelo del puente hasta unas varas más altas, ponían otras de un lado y de otro, a modo de amparo, para que no cayesen al agua los que pasaban ni viesen el agua de abajo. Teniendo hechos los puentes de tal manera y tan fuertes que pasaban muy bien los caballos y la gente”.

     (Imagen) El documento de la imagen aclara muchas cosas sobre el cronista PEDRO PIZARRO. Veamos lo esencial. Le expone sus méritos al Rey para que le conceda una merced a sus descendientes. Aún vivía en 1578. Manifiesta, entre otras cosas, lo siguiente: En todas las batallas estuvo en el bando del Rey. Al matar  Diego de Almagro el Mozo a Don Francisco Pizarro, Pedro se unió a las tropas de Vaca de Castro, Gobernador del Rey, y luchó en la batalla de Chupas, donde el Mozo resultó derrotado y muerto (ejecutado). Cuando Gonzalo Pizarro apresó al virrey Blasco Núñez Vela, él comprendió que se había rebelado contra el Rey, y lo abandonó. Gonzalo lo tomó como una traición porque eran parientes y quiso cortarle la cabeza, pero lo desterró. Después Pedro se unió al capitán Centeno y fueron derrotados por Gonzalo en la batalla de Huarina. Finalmente, Pedro luchó bajo las órdenes de Pedro de la Gasca en Jaquijaguana, y acabaron con Gonzalo Pizarro (oculta que la Gasca desconfió de su lealtad). En un segundo folio comenta que está pobre, muy viejo y con diez hijos (se casó dos veces). Pide, como excepción, que su encomienda de indios pueda pasar también a una segunda generación, la de sus nietos (no estaba permitido). Habla de que su segundo hijo, Pedro, además de poder hacer valer sus propios méritos, está casado con una hija de Martín Pizarro, uno de los primeros conquistadores de Perú (lo que descarta algunas teorías sobre que Martín fuera un mestizo, hijo de Pizarro). Le ruega al Rey que le conceda a su hijo Pedro una encomienda de indios y que le dé algún cargo, porque tiene cualidades para el servicio de su Majestad, y porque se estableció que así se hiciera con los hijos de los conquistadores.



jueves, 28 de marzo de 2019

(Día 790) Estando Enríquez con Felipe Gutiérrez, les atacaron varios hombres, al parecer amigos de Hernando Pizarro. Inca Garcilaso añade datos de la guerra de las Salinas. Habla de la desfigurante herida de Alonso de Loaysa.


     (380) Pero Enríquez se ganaba con facilidad enemigos: “Entonces me vio Hernando Pizarro, y yo le dije: ‘Señor, reconozco que he errado con vos. No queráis más venganza de mí que la que he sufrido esta noche, y tenedme bajo vuestra mano’. Él, noblemente, me perdonó. Pero verdad es que, dos meses después, estando en casa de un gran amigo mío que se llama Felipe Gutiérrez, que fue gobernador de Veragua (territorio costero frente al Caribe), de donde vino fracasado, los dos sentados junto a un brasero, entraron cinco hombres que pusieron mano a sus espadas, y nosotros a las nuestras. Estuvimos batiéndonos por espacio de media hora, y por estar nosotros desprotegidos, a Felipe Gutiérrez le dieron una gran cuchillada en la mano, y a mí, una no pequeña en la cabeza, otra en un brazo y otra en una pierna. Así nos dejaron, pensando quizá que era cuanto bastaba para quitarnos la vida. Pienso que Hernando Pizarro no lo mandó, pero que se hizo creyendo que le agradaría. Yo no había hecho nada para que me deseasen tanto mal, porque, para matar a otro, ha de haber injuria señalada, y yo no se la había hecho a nadie”.
     Básicamente, lo que cuenta Enríquez es siempre cierto, aunque le encanta teatralizar los sucesos, lo que sirve también para que su lectura gane en amenidad. Con lo que acaba de decir confirma el panorama de anarquía y pillaje que hubo  en las guerras civiles, y que todos los cronistas comentan. Abundaron los comportamientos heroicos, pero las venganzas fueron miserables, sin respeto a los vencidos, robando cuanto podían y matando sin escrúpulos, ajenos por completo al código del honor militar. Le dejamos ahora a Enríquez, y lo recuperaremos pronto para ver su impresionante relato sobre cómo fue ejecutado Almagro.
     No estará de más completar datos de la batalla de las Salinas recurriendo a Inca Garcilaso de la Vega, quien, a su vez, copia bastante de lo que dijeron López de Gómara y Agustín de Zárate, los cronista ‘académicos’ de la Corona. El primero no estuvo en Indias, y el segundo, poco tiempo. Dice Garcilaso que, al comenzar la batalla, la arcabucería de Pizarro hizo mucho daño a los de Almagro: “Conocí a un caballero llamado Alonso de Loaysa, natural de Trujillo, que salió de aquel enfrentamiento herido por una pelota de las de alambre, que le cortó la quijada baja con todos sus dientes y parte de las muelas. Este tipo de pelotas las llevó a Perú desde Flandes el capitán Pedro de Vergara (a quien ya le dediqué una imagen). Consisten en dos pelotas unidas por un alambre y metidas juntas en el arcabuz, y, al salir disparadas, se separan, de manera que con ese hilo de hierro que llevan en medio, cortan cuanto por delante topan”.
     Ya conocemos el triste final que tuvo más tarde Pedro de Lerma, pero ahora nos enteramos de que estuvo a punto de matar a Hernando Pizarro, y de que fue tan bravo como Rodrigo Orgóñez. Probablemente la obsesión de los dos por acabar con Hernando se debiera, además de al odio personal, a un intento de descabezar a su ejército, ya que ellos estaban en clara inferioridad de condiciones. Pedro de Lerma y Hernando Pizarro se enfrentaron con las lanzas.

     (Imagen) Qué fiables son los cronistas de Indias. Habla Inca Garcilaso de la Vega de que Pedro de Vergara trajo de Flandes un uso demoledor de las pelotas de arcabuz. Se las unía de dos en dos con un alambre, de manera que, además de golpear, se convertían en temibles guadañas. Dice que conoció al capitán ALONSO DE LOAYSA (hermano de Jerónimo de Loaysa, arzobispo de Lima), al que un disparo de arcabuz, con esta técnica, “le cortó la quijada baja con todos sus dientes y parte de las muelas”. Pues bien: encuentro en un documento del año 1553 (el de la imagen) una total confirmación de lo que dice Garcilaso. Está en un expediente de méritos y servicio que presentó un nieto de Alonso, mostrando que fue el prototipo de otros muchos mutilados que siguieron entregados con asombroso coraje a la vida militar. Describe la tremenda herida y cómo se sobrepuso: “Salió malherido de un balazo que le dieron en el rostro, que le partió el labio y la quijada, y estuvo a punto de muerte, y, aunque sanó, le quedó el rostro muy lastimado, con feas señales. En el alzamiento de Gonzalo Pizarro, nunca le siguió, aunque eran amigos y de la misma tierra (Trujillo), sino que fue a juntarse con Pedro de la Gasca, que tenía la voz de Vuestra Majestad, ayudándole a prender al dicho Gonzalo Pizarro en el valle de Jaquijaguana”. Continúa contando que después luchó contra el último rebelde, Francisco Hernández Girón, y que sufrió otra herida terrible: “Salió herido de un balazo que le dieron, que le rompió la celada de acero y la cabeza, hasta llegar a los sesos, de lo que estuvo su vida en gran peligro”. Todos lo verían con gran admiración, pero sería difícil no pestañear ante su desfigurado aspecto.



miércoles, 27 de marzo de 2019

(Día 789) Don Alonso Enríquez de Guzmán cuenta de manera insuperablemente cómica que soldados de Pizarro lo apresaron y lo extorsionaron con amenazas de muerte para que les diera dinero.


     (379) Como era de suponer, con Enríquez hicieron lo mismo, y se produjo una escena que, dada su zumbona manera de narrar, parece de vodevil: “Yo me vine a mi posada, donde me hice fuerte con cinco o seis hombres, pero me prendieron en ella y me pusieron cinco arcabuceros para guardarme. Los cuales me sacaron a las once de la noche al campo, con los arcabuces al hombro y sus mechas encendidas. Díjome uno de ellos: ‘Señor, haga vuestra merced una cortesía’. Yo me quité el bonete y dije: ‘Beso las manos a vuestras mercedes’. Respondiéronme que aquello no era lo que ellos querían, sino dineros, porque sabían que estaba rico y tenía veinte mil castellanos. Les dije que era más el ruido que el dinero. Entonces me ataron las manos muy fuertemente, y cuando apretaron los cordeles, les dije: ‘Señores, ¿cuánto queréis que os dé?’. Contestaron que cinco mil castellanos, mil para cada uno, ‘para que veáis lo bien que nos portamos con vos’. Y yo les dije: ‘Más me pedís de lo que tengo’. ‘Hagamos los que nos mandó el señor Hernando Pizarro’, dijo uno para meterme miedo. Y ciertamente me lo metió. Entonces creí y me certifiqué de que me querían matar por todo lo que yo le había hecho al dicho Hernando Pizarro, y por lo cruel que él había sido ese día”.
     Nos imaginamos a Enríquez bañado en sudor frío, aunque presume de valentía: “Me determiné a morir sin darles un maravedí, porque me pareció que el dinero no había de excusarme de la muerte, y era perder la vida y la hacienda, la cual quise más para mi mujer y deudos que para ellos. Alcé los ojos al cielo y  dije: ‘A ti, Dios, que estás en los altos cielos, alzo mis ojos y encomiendo mi ánima’. Me volví a ellos y les dije: ‘No os daré ni un solo maravedí porque no lo tengo; haced lo que tengáis que hacer’, ya tragada la muerte, no temiéndola mucho, por debérsela yo a Hernando Pizarro en lo dicho y hecho contra él, y porque, por mi pobreza y por mis pecados, o los de mis padres, pues he nacido en ella, he tenido tanta conversación con esta dama, que casi he tenido vida marital por mares y por tierras con Su Merced (la muerte) desde que supe andar”. Con esta frase queda claro que Enríquez, que pertenecía al más ilustre linaje y era un hombre de mundo, conocido y tratado hasta por la realeza, procedía de  una familia casi arruinada. Su tono irónico es insuperable.
    La tensión aumentó peligrosamente: “Me respondieron los arcabuceros: ‘Pues tantas ganas tenéis de morir, esperad un poco’. Y uno me puso la mano en el corazón, y cuando lo halló, puso la boca del arcabuz en él, echó pólvora en el cebador y metiole fuego. Y, como el arcabuz no estaba cargado, nada salió, pero me metió el miedo en el cuerpo. Dijo luego otro: ‘Mejor saldrá este arcabuz’. Y ocurrió lo mismo. Yo lo atribuí a milagro. Entonces dijeron ellos: ‘Iremos con vos adonde tengáis el dinero’. Yo me alegré con estas palabras, y les dije: ‘Venid a mi posada, que allí os contentaré’. Me desataron las manos y fuimos a ella, donde fue mediador entre ellos y yo el capitán Gabriel de Rojas, un gran amigo mío (almagrista entonces, pero bien relacionado en los dos bandos), y nos puso de acuerdo por quinientos castellanos, y se los di al día siguiente”.

     (Imagen) Vimos que, cuando Alonso Enríquez de Guzmán iba a volver a España, MANUEL DE ESPINAR le entregó un amplio informe para el Rey, en el que, además de alabar las cualidades del propio Enríquez, le daba su versión del conflicto entre Pizarro y Almagro. Espinar (o Espinal) había llegado a las Indias en 1536 como Tesorero de Su Majestad en la gobernación de Almagro. En las guerras civiles siempre estuvo en contra de los pizarristas, tanto que Gonzalo Pizarro lo ejecutó por ser leal a la Corona. En el texto de la imagen (pertenece al segundo folio del informe y se lee bien), Espinar no se anda con rodeos respecto a lo que vimos de la actuación de fray Francisco de Bobadilla. Lo acusa tajantemente de provocar la derrota y muerte de Almagro haciéndole caer en la trampa de confiarle a él, como juez único, la decisión sobre el conflicto que tenía con Pizarro, tras convencerlo de que le daría la razón. Su sentencia fue todo lo contrario, favoreciendo descaradamente a Pizarro y dejando a Almagro completamente desautorizado. Con ello provocó el inmediato estallido de la guerra de las Salinas, donde veremos derrotado al siempre dubitativo Almagro, y ejecutado sin piedad. No vale la excusa de que, dejarlo vivo suponía que continuara el peligro de nuevas guerras (de hecho las hubo con él muerto), porque, como el mismo Almagro les argumentaba cuando lo iban a matar, podían esperar la pronta llegada de su muerte, por anciano y por enfermo, y, además, había otra solución humana y perfecta, muchas veces practicada en las Indias: enviarlo preso adonde Carlos V para que él dictara la sentencia justa y definitiva.



martes, 26 de marzo de 2019

(Día 788) Aunque lo odiaba, Enríquez reconoce la valía militar de Hernando Pizarro. También ensalza a Orgóñez. Tras la derrota, Enríquez le recomendó a Almagro que, para que no lo matasen de de inmediato, se entregara a algún capitán. Y así lo hizo.


     (378) Lo que Cieza contó como rumores, Enríquez lo da por cierto: “Así como se enfrentaron los dos bandos, el lugarteniente Rodrigo Orgóñez, viendo que la artillería y la arcabucería hacían  mucho daño, mandó a un capitán que fuera con cincuenta de a caballo contra el escuadrón de peones y desbaratara a los arcabuceros. El cual respondió (y no quiero decir su nombre por no deshonrarlo): ‘Me echáis, señor, a la carnicería’ (Cieza no ocultó su nombre: era Vasco de Guevara)’. Entonces Rodrigo Orgóñez alzó los ojos al cielo, dijo ‘¡válgame el poderoso Dios!’, y arremetió en su poderoso caballo rucio hasta el escuadrón enemigo, hirió a un soldado con la punta de la lanza y recibió un arcabuzazo en la cabeza y otro en el muslo. Después volvió y se puso delante de su gente dando cara a los contrarios. Los cuales le estaban esperando como hombres de guerra, como en verdad lo es Hernando Pizarro, según allí se pudo ver”. A pesar del odio que le tenía, Enríquez, nobleza obliga,  reconoce su gran valía militar.
     Se diría que los golpes embravecieron a Orgóñez: “Viendo las posiciones enemigas y que con los arcabuces y ballestas hacían mucho daño desde lejos, el capitán Rodrigo Orgóñez, desatinado por las heridas y enojado por la respuesta del mal capitán (de hecho, la hoja de servicios de Guevara fue impresionante), dijo a su gente: ‘¡Santiago y a ellos!’. Y arremetieron con él unos cien, no más, que como valientes hombres lo hicieron. Y recuerdo que, entre las personas dignas de notar, murieron en el primer encuentro el capitán Pedro de Lerma (se equivoca Enríquez: ya vimos que huyó malherido y lo mataron después), el valiente caballero portugués Nicolás de Lemos, otro caballero de Jerez que se llamaba Diego de Vera Catalán, el capitán Salinas, que pertenecía a la guardia personal del Gobernador Pizarro, otro caballero que se llamaba Hernando de Alvarado, y Gregorio Enríquez de Herrera. Como arremetieron pocos y mal ordenados, fueron desbaratados, aunque mataron a unos veinte de los contrarios (Cieza, más creíble, nos ha dicho que fueron diez). Y vinieron siguiendo Hernando Pizarro y los suyos la victoria hasta la ciudad del Cuzco, que estaba cosa de una legua desde donde se dio la batalla, y allí mataron a unos doscientos, y a todos los demás les dieron cuchilladas por las caras”.
     Don Alonso Enríquez de Guzmán, quien, como sabemos, se había quedado medio descalabrado en el Cuzco a cargo de la ciudad, no pudo ver la batalla en directo, pero la llegada de Almagro lo decía todo: “D. Diego de Almagro, cuando vio rota a su gente, se acogió a la ciudad en un caballo que tenía preparado, y me halló a mí en la plaza, que fui el primero que lo supe. Y díjele: ‘¿Cómo viene Vuestra Señoría así?’. Él me respondió: ‘Vengo desbaratado’. Y luego vino un trompeta y dijo llorando: ‘Yo vi matar al capitán Rodrigo Orgóñez’. Entonces le dije al Gobernador Almagro: ‘Súbase Su Señoría a la fortaleza y no os deis hasta que venga algún capitán’. Así lo hizo con varios clérigos y frailes, y después se entregó a Felipe Gutiérrez y Gonzalo Pizarro. Lo pusieron en un cuarto con cadenas y mucha guardia”.

     (Imagen) Puesto que Don Alonso Enríquez de Guzmán nos ha mostrado como cobarde un comportamiento de VASCO DE GUEVARA (al que hemos visto con frecuencia), habrá que pensar que, a juzgar por su espléndida hoja de servicios (cuyo expediente tiene cientos de folios), en este caso no quiso atacar porque era un suicidio. Antonio Urroz Manrique, un nieto suyo por parte de madre, deseoso de conseguir como abogado un buen puesto en la Audiencia de Lima, presentó en 1611 méritos propios y de sus antepasados (imagen). De Vasco de Guevara dice lo siguiente (resumo el contenido): Estuvo primeramente luchando con Almagro contra los indios en Quito, Piura, Trujillo y Lima, yendo después con él, ya como capitán, a la terrible campaña de Chile. A la vuelta, batalló contra los indios para levantar el cerco que habían puesto al Cuzco. Fue a luchar contra el rebelde Manco Inca y fundó la ciudad de Huamanga, la actual Ayacucho (no comenta su derrota en las Salinas bajo el mando de Almagro, que Pizarro lo perdonó y que fue quien le encargó esta fundación). Pizarro, como premio por el éxito, le dio una importante encomienda de indios, pero se la quitó después Gonzalo Pizarro por luchar contra él en las guerras civiles, en las cuales siempre estuvo al servicio de Carlos V. Primero, bajo el mando de Vaca de Castro en la batalla de Chupas, donde derrotaron a Almagro el Mozo; después, al lado del virrey Blasco Núñez Vela, por lo que Gonzalo Pizarro quiso matar a Guevara, pero decidió desterrarlo; finalmente, se puso al servicio de Don Pedro de la Gasca, luchando “en el valle de Jaquijaguana, donde se halló con sus armas y caballos en el desbarate y castigo de Gonzalo Pizarro”. Murió en 1553, tras una vida entera esquivando la muerte. Así que, VASCO DE GUEVARA, de cobarde, nada.



lunes, 25 de marzo de 2019

(Día 787) En general, la versión de Enríquez coincide con la de Cieza. Ensalza a Almagro y a Orgóñez. Las tropas de Pizarro eran mucho más numerosas. Enríquez no participará en la batalla. Tenía un brazo herido y se quedó al cuidado del Cuzo.


      (377) Luego Enríquez, siempre alabando a Almagro, dice que evitó la lucha “por servicio a Dios y al Rey, y por la pujanza de gente de los contrarios, que era el doble de la que él tenía”. Ya dijo Cieza que Almagro había enviado a Diego de Alvarado al Cuzco, pero Enríquez explica que luego le mandó a alguien con una orden: “Para que trajese consigo doscientos vecinos de la ciudad, que, juntados con los cuatrocientos que Almagro tenía,  le permitieran revolverse contra sus contrarios”. Vuelve a hablar de sí mismo, y deja claro que Almagro era analfabeto: “Me envió a mí al Cuzco como teniente de capitán general, y, por la caída y quiebra de mi brazo y de mi salud, me dio dos mil castellanos, más los cinco mil que me había prometido. No teniendo oro entonces, mandó darme una cédula, y como no sabía escribir ni firmar, lo hicieron por él su mayordomo y su contador, Juan de Rada (uno de los que, tres años después, asesinaron a Pizarro) y Juan Balza. Fue en pago por la negra que me mataron pocos días antes, que me había costado seiscientos castellanos, y por la ropa de vestir, cama de dormir y vajilla de plata que me robaron”. Su comentario sobre la negra evidencia que los esclavos eran tratados casi como simples objetos.
     Como ya sabemos por Cieza, los hombres de Almagro salieron del Cuzco para enfrentarse a sus enemigos en la zona de las Salinas. Y Enríquez lo confirma: “El dicho Don Diego de Almagro había acordado salir de la ciudad y  encararse con Hernando Pizarro para que se le amansase su ira y justificar más su causa. Y así fue que el dicho Hernando Pizarro llegó con ochocientos de a caballo, ciento treinta arcabuceros y cien ballesteros, las cuales armas, además de nuestros pecados, fueron las que nos vencieron. Almagro, el viernes de Lázaro del año 1538 (coincide con los datos de Cieza) salió a dormir a media legua de la ciudad con seiscientos hombres, de los cuales trescientos eran de a caballo (la inferioridad era notable), siendo su lugarteniente Rodrigo Orgóñez”. Y lo va a elogiar sin medida: “Al cual no os quiero alabar porque sería nunca acabar hablar de su gentileza, esfuerzo y riqueza; del cual esfuerzo había dado señal en Italia en una batalla en la que venció como valentísimo hombre”. Hace referencia, como ya vimos hace tiempo, a que Orgóñez, con unos pocos compañeros, apresó en Pavía al rey Francisco I de Francia. Todo indica que su prestigio en Indias estaba al más alto nivel.
     También habla Enríquez de su propio miedo y de la desastrosa situación física y moral en que se encontraba Almagro: “Quedé como guardián de la ciudad, con temor de que, al salir tanta gente de armas de ella, se metería en el Cuzco alguna gente de los contrarios. Al otro día, por la mañana, sábado (de Lázaro), se dio la batalla, que fue la más cruda que entre cristianos ha habido con tan poca gente. Como D. Diego de Almagro iba tan doliente de una gran enfermedad, que creíamos que saldría de esta presente vida, encomendó la gente a su lugarteniente (Orgóñez), y él iba tras ellos a un tiro de ballesta con algunos frailes y clérigos (nunca prescindían de la ayuda espiritual)”.

     (Imagen)  En la imagen anterior, hemos visto un dato miserable de ALONSO DE TORO. Fue uno de los que, al parecer, ‘mearon encima’ a Manco Inca, algo que correspondería con su fama de hombre de mal carácter. Pero su biografía tuvo mucho relieve en la epopeya de Perú y en las futuras guerras civiles, hasta el punto de llegar a ser Maestre de Campo del rebelde Gonzalo Pizarro, quien lo nombró Teniente de Gobernador suyo en el Cuzco, es decir, la máxima autoridad de todo su entorno. Veremos en su día que le costó mucho digerir después que fuera sustituido en su puesto militar por el brutal (mucho más que él), pero eficaz, Francisco de Carvajal (el ‘Demonio de los Andes). Se hizo pronto rico porque participó como soldado de a pie en el apresamiento de Atahualpa y en el reparto del botín. Alonso era de Trujillo, lo que dio paso a que se convirtiera en criado de Francisco y Hernando Pizarro. Eso también nos revela que llegó muy joven a Perú. A pesar de haberse unido a la rebelión de Gonzalo Pizarro, no recibió ningún castigo. Pero murió en 1548, poco después que Gonzalo, y de triste manera: abofeteó a su suegra, y su suegro, Diego González, lo mató. Dicen que casi todos en el Cuzco se alegraron, y, de hecho, su suegro no fue castigado, aunque sí le dieron un toque de atención en otro asunto: el Fiscal del Consejo de Indias pidió que le quitaran el oro y la plata que tomó a un fraile dominico. Es probable que quien se lo apropiara fuera Alonso de Toro, y, una vez muerto, su  suegro se quedara con todo. De seguir viviendo Alonso de Toro, también se habría visto metido en problemas, ya que el año 1549 el Rey ordenó que se investigara su complicidad con el rebelde (y ejecutado) Gonzalo Pizarro.



sábado, 23 de marzo de 2019

(Día 786) Versión de Don Alonso Enríquez de Guzmán sobre la batalla de las Salinas. Él iba como gran señor, pero tuvo graves percances. Hace una crítica implacable de Hernando Pizarro.


     (376) Fueron apresados todos los principales capitanes de Almagro (cuyos nombres ya nos son conocidos). Y también alguien que, como sabemos, siempre es protagonista de alguna anécdota curiosa: “Gómez de Tordoya, encontrando a D. Alonso Enríquez de Guzmán, lo trajo consigo, y, cuando llegaron donde estaban algunos de los de Pizarro, exclamó: ‘Es el señor D. Alonso; que ninguno le haga mal’ (pero lo decía irónicamente). Y al mismo tiempo volvía los ojos como quien indica: ‘Veis aquí a D. Alonso el mañoso (todos conocían que era de noble linaje y bastante pícaro); haced lo que quisieseis con él’. Hernando Pizarro mandó que lo tuviesen preso”.
     Para compensarle a D. Alonso, y porque, en medio de sus extravagancias, es un magnífico cronista que nos aportará con viveza datos nuevos, merecerá la pena volver atrás y transcribir su versión (resumida) de la batalla de las Salinas. (Digo, de paso,  que no había ningún lugar que tuviera ese nombre, sino unas simples salinas en cuya zona se produjo el enfrentamiento, convertido para siempre en la Batalla de las Salinas). D. Alonso temía ahora la ira de Hernando Pizarro por las muchas veces que él lo había insultado con sus durísimos juicios. Baste como botón de muestra lo que dice al empezar a contar la batalla: “Partió D. Francisco Pizarro hacia donde estaba D. Diego de Almagro con intención de prenderle y matarle, para así encubrir mejor sus excesos, y especialmente los de su hermano Hernando, que es el que guía la danza como hombre desahuciado de la divina clemencia y de las mercedes del emperador, por los grandes excesos que codiciosamente ha hecho en Perú, acordando comer de todo sin temer que le haga mal nada”. Cuando los de Almagro se retiraron hacia el Cuzco, peñas arriba y perseguidos por Hernando, sufrió Enríquez un percance del que se lamenta, al tiempo que nos revela que, en medio de la dureza de aquellas aventuras, él viajaba como gran señor amante del lujo: “De mí os digo que, yendo por aquellas poderosas sierras en un caballo que valía dos mil ducados, nos caímos, y fuímonos despeñando tanto como un tiro de ballesta. Se hizo pedazos el caballo, y yo, por el brazo izquierdo, que me lo quebré, desollándome la pierna de ese lado e hiriéndome la cabeza. Quedé tal que, aunque los que me hallaron me oyeron decir Credo in Deum, me llevaron en una hamaca a cuestas de los indios a un lugar llamado Atodos. Cuando llegué, no sabía qué había sucedido. Yo os aseguro que, si hubiera de tornar a pasar lo que he pasado, ni por ser rey lo quisiera. Además perdí a una negra (la mataron) y mi cama, aunque, gracias a Dios, no me faltó porque el gobernador Almagro me dio la mitad de la suya. También se me perdió mi vajilla de plata y ropa de vestir (luego dirá que la cama y todo lo demás se lo robaron; se supone que los pizarristas). Llevaba ya dos años contra mi voluntad en aquellas partes, cercado de indios (en el Cuzco), y luego permanecí lo que Dios quiso, por culpa de los cristianos, las guerras y los intereses de los dos gobernadores. Quedé malsano, sin parecerme que tenga brazo izquierdo, porque fue curado con falta de medicinas, solamente con vendas mojadas de orines y entablillado con unas cañas”.

     (Imagen) El texto de la imagen es una parte de la carta que preparó Juan Gómez de Malaguer a petición del Rey (poco después de ser ejecutado Almagro), para que se la llevara DON ALONSO ENRÍQUEZ DE GUZMÁN, con explicaciones de por qué el poderoso Manco Inca se había rebelado contra los españoles. Cuenta Malaguer que Enríquez y él, mandados por Almagro, habían hablado con Manco Inca para apaciguarlo, y les dijo que se rebeló por el mal trato que le dieron los hombres de Hernando Pizarro cuando lo tuvieron preso, y porque, no habiéndole devuelto su autoridad sobre el pueblo indígena, querían establecer como cacique títere a su hermano Paullo. En muchos textos históricos se habla de este abuso sobre Manco Inca, con trato vejatorio incluido, porque “le mearon”. Cierto o no, lo que resulta seguro es que el rumor (que luego se encargó de extender Diego de Almagro el Mozo) tuvo su origen en esta carta enviada al Rey. Estando de por medio Don Alonso Enríquez, crítico furibundo de Hernando Pizarro, cabe cierta desconfianza en los detalles del escrito y en la lista de maltratadores que se mencionan. Pero vamos allá con el texto de este pasaje. Manco Inca creía que era Carlos V quien ordenaba estos comportamientos. Y les dijo, quejándose, a Malaguer y a Don Alonso: “¿Cómo el gran Apo (emperador) de Castilla manda que me tomen a mis mujeres, me tengan preso con una cadena al pescuezo, y me meen y castiguen en la cara? Gonzalo Pizarro me tomó a mi mujer y Diego Maldonado me amenazaba y me pedía oro”. Sigue escribiendo Malaguer. “También se quejaba de Pedro del Barco y de Gómez de Mazuelas; y, los que le mearon estando preso, dijo que eran Alonso de Toro, Setiel, Alonso de Mesa, Pedro Pizarro (el cronista) y Solares. También dijo que le quemaron las cejas con una vela encendida”. Demasiado duro para el orgullo de un emperador inca.



viernes, 22 de marzo de 2019

(Día 785) Samaniego, el que mató a Pedro de Lerma, después fue ahorcado. Uno de los pocos de Hernando Pizarro que murieron en la batalla fue EUGENIO DE MOSCOSO. Apresaron a Almagro. Casi nadie lo respetaba, pero sí lo hacía el gran Alonso de Alvarado.


     (375) Samaniego era hombre de mala entraña y, como Bachicao, salió a la calle fanfarroneando de lo que había hecho. Entonces no pagó su crimen, pero cinco años después, siendo vecino de Puerto Viejo, continuó alardeando públicamente de su ‘hazaña’. El alcalde le aconsejó que dejara de airear lo que había hecho, y se revolvió contra él, diciéndole que ‘era hombre capaz de responderle y de darle tantas puñaladas como a Pedro de Lerma’. Lo pagó caro: fue apresado, juzgado por amenazas y por el antiguo crimen, condenado a muerte y ejecutado: “Sacaron a Juan de Samaniego a pie, y haciendo los indios el oficio de pregonero en su lengua y el de verdugo, lo ahorcaron. Fue una justicia que agradó a cuantos la vieron y oyeron”.
    Enlazamos de nuevo con Cieza: “Luego que la batalla fue vencida, de la parte de Hernando Pizarro murieron solamente nueve, y el capitán Eugenio de Moscoso había quedado tan mal herido, que murió pocos días después. De la parte de Almagro murieron más de ciento veinte, algunos de ellos hombres valerosos”. De repente, el cronista siente vergüenza de los españoles: “Mas, ¿para qué quiero yo contar especialmente las crueldades de mi nación? Huya, pues, mi entendimiento de esta parte de la batalla, dejándola sin escribir y puesta en las tinieblas del olvido”. Pero le puede, como responsable cronista, su obligación de contar la verdad: “Mas, si quiero callar el incendio de esta batalla, ¿con qué fundamento escribiré de las demás, pues todas fueron la causa de haber tan grandes males en esta miserable tierra? Y, aunque con pena, referiré las cosas que pasaron”.
     Así que nos lo sigue contando: “Terminada la batalla, fue adonde estaba el Adelantado Almagro el capitán Alonso de Alvarado, y, después de haber tenido algunas pláticas con él, le sacó de su refugio, e, llegado en aquel instante el capitán Pedro de Castro, viendo cuán feo era de rostro (todos los cronistas lo dicen), alzando el arcabuz, le quiso dar con él diciendo: ‘Mirad por quién se han muerto tantos caballeros’. Alonso de Alvarado, poniéndose en medio, le estorbó lo que quería hacer, y, cabalgando el Adelantado Almagro a las ancas de una mula en la que estaba Felipe Gutiérrez, fueron adonde estaba Hernando Pizarro (recordemos que, unos años después, a Felipe Gutiérrez le cortó la cabeza Gonzalo Pizarro)”. La anécdota recoge bien la actitud vengativa de muchos de los vencedores, sin ningún respeto a Almagro, a pesar de su vital importancia en la conquista de Perú y de su título de gobernador. Pero también nos muestra que hubo capitanes, como Alonso de Alvarado, que confirmaron su fama de caballerescos y humanitarios con los vencidos. Ejemplo de lo contrario, será Hernando Pizarro.
     Eufóricos con su victoria, los soldados de Pizarro se dedicaron al pillaje en plena anarquía: “Cuando Hernando Pizarro supo que le traían a Almagro, dijo que se alegraría de que lo hubiesen matado, y mandó que lo encerrasen preso. Los soldados andaban robando, y tenían diferencias entre ellos por el botín, llegando a las manos. Toda la ciudad andaba revuelta. Las indias corrían de una parte a otra, y los vencedores iban tras ellas para tomarlas”.

     (Imagen) Vamos a seguirle un poco la pista al capitán EUGENIO DE MOSCOSO. Tuvo un relieve notable en Guatemala al servicio del gran Pedro de Alvarado, ocupando, además, el cargo de Tesorero. El año 1532 determinó ir a España para rematar ante la Corte algunos asuntos. Hechos sus trámites, emprendió viaje de vuelta a las Indias, habiendo conseguido algunas concesiones: 1.- Real cédula para que averigüen y paguen lo que se le debe a Eugenio de Moscoso, vecino de la ciudad de Santiago, de la provincia de Guatemala, por el año y medio que sirvió como tesorero de esa provincia. 2.- Real Provisión a Eugenio Moscoso, nombrándolo alcaide de la fortaleza de la defensa de Santiago de Guatemala. 3.- Nombramiento de Eugenio Moscoso en el Cabildo de Guatemala. 4.- Real Cédula al gobernador de Guatemala para que den una legua de tierra a Eugenio Moscoso. 5.- Real Cédula a Eugenio Moscoso, vecino de Santiago, dándole licencia para que pueda pasar a Guatemala dos mulas para su servicio. La última concesión es la que se ve en la imagen, con estas palabras de la Reina (que resumo): “Por la presente doy licencia a Vos, Eugenio de Moscoso, para que de estos Reinos podáis pasar a las nuestras Indias un esclavo e una esclava negros para servicio de vuestra persona e casa, yendo Vos en persona a poblar o conquistar a las dichas Indias, e no de otra manera, e habiendo de pagar dos ducados de la licencia de cada uno. Hecha en Medina del Campo, a 28 de julio de 1532. Yo, la Reina”. Y, en efecto, un tiempo después,  fue a conquistar a Perú, y ahora lo vemos luchando con Hernando Pizarro contra Almagro, y muriendo en la batalla a pesar de la victoria.



jueves, 21 de marzo de 2019

(Día 784) Almagro, como un espectro enfermo, contemplaba la derrota desde lejos, y se retiró al Cuzco. Los de Pizarro no respetaban la vida a muchos de los que se rendían. Y así murió el gran Pedro de Lerma: en manos de alguien que quería venganza.


     (374) Da tristeza ver de qué traidora manera murió Rodrigo Orgóñez, un militar tan experimentado, tan bravo y tan harto de tener que obedecer las equivocadas órdenes de Almagro (que también a este le costarán la vida). Fue, sin duda, uno de los más grandes capitanes de las Indias, pero la suerte le resultó adversa.
     Llegamos al final de la tragedia con un Almagro en patética situación: “El Adelantado D. Diego de Almagro miraba la batalla desde un pequeño cerro, donde se había puesto para observarla, como ya tenemos dicho. Cuando vio lo que pasaba y a tantos de sus amigos muertos, dejando las andas y lleno de gran aflicción, fue cabalgando en una mula, con tres o cuatro que le acompañaban, hasta la fortaleza del Cuzco, y se metió en un lugar protegido. Como venían con Hernando Pizarro muchos de los que fueron desbaratados por Almagro en el puente de Abancay, y tenían por odiosos a sus enemigos, mataban a muchos de ellos, aunque estaban heridos y se rendían. Llevando a Ruy Díaz (capitán de Almagro) a las ancas de un caballo un amigo suyo, que era de los vencedores, salieron de repente dos o tres e le dieron tales heridas, que quedó muerto a los pies del caballo (otro ilustre capitán vilmente masacrado)”.
     En el Cuzco, los presos pizarristas que habían quedado bajo la vigilancia de Noguerol de Ulloa fueron liberados: “Salieron de su prisión y se vinieron a encontrar con Hernando Pizarro. Hernando Bachicao había ido a buscar a Pedro de Lerma, e, hallándole caído, el cobarde sacó la espada y diole muchas heridas, e, creyendo que estaba muerto, lo dejó, y volvió diciendo a grandes voces que dejaba muerto a Pedro de Lerma. Era ya tarde, e, tras robar a los vencidos, los vencedores se fueron a la ciudad. Duraría la batalla poco más de dos horas. Tuvo lugar el sábado de Lázaro (el anterior a la semana santa), año de mil quinientos treinta y ocho”.
     Sobre Pedro de Lerma conviene hacer una aclaración, ya que sobrevivió a las heridas que le produjo el ‘bocazas’ Bachicao. Además, se le suele confundir con un hijo suyo que también se llamaba Pedro de Lerma, lo que ha dado pie a que algunos hayan asegurado que murió muchos años después. Quien deja las cosas en su punto sobre el destino final del gran capitán que, siendo pizarrista, se pasó al bando de Almagro, es el cronista Inca Garcilaso de la Vega. Oigámosle: “Lerma salió muy mal herido de la batalla. Fue a curarse a casa de un caballero amigo suyo (en el Cuzco), al que yo en mis niñeces conocí, que se llamaba Pedro de los Ríos, de la muy noble sangre que hay en esta ciudad de Córdoba (donde Garcilaso estaba escribiendo su crónica). Un soldado que se llamaba Juan de Samaniego (era pizarrista) había sido ofendido por Lerma, por lo que anduvo buscándole después de la batalla para vengarse de él. Cuando supo dónde estaba, fue allá como hombre victorioso. En la casa no había nadie, pero la anduvo toda hasta que halló a  Pedro de Lerma en una pobre cama, y, sentándose en ella, le dijo con mucha flema: ‘Vengo a satisfacer mi honra y a mataros por una bofetada que me disteis’. Pedro de Lerma le dijo: ‘Bien sabéis que fuisteis vos el causante de esa pendencia, y por vuestras demasías fui forzado a dárosla. Poca satisfacción será para vuestra honra matar ahora a un hombre que se está muriendo en su cama”. Le prometió también que, si se curaba, le daría la oportunidad de vengarse en un duelo. Pero de nada sirvió: “Se levantó Samaniego, y, echando mano a la daga, le dio muchas puñaladas, hasta que lo vio muerto”.

     (Imagen) PEDRO DE LERMA no solo perdió la vida en forma miserable por haberse pasado al bando de Almagro, sino también, en los archivos oficiales, la memoria de sus grandes méritos y hasta su buen nombre. El texto de la de imagen es el primer folio de un expediente presentado en 1580 ante el Rey por un hijo suyo, también llamado Pedro de Lerma, solicitando alguna merced. Empieza hablando de las primeras hazañas de su padre, pero resulta llamativo que no hace ni la más mínima alusión a su paso al bando de Almagro ni a la forma en que murió. Sabría que al Rey no le haría ninguna gracia. Dice que su padre nació en Burgos, y que era hermano “del doctor Velasco, oidor que fue del Consejo Real de Castilla, y del capitán Salinas”. Añade un dato que ya vimos: “Sirvió a  Vuestra Alteza en la conquista de Santa Marta (Colombia) tres años, siendo capitán y a su costa, por especial comisión de García de Lerma, su tío, Gobernador de la dicha provincia (con el que tuvo algunas diferencias)”. Cuenta que luego fue a Perú con Hernando Pizarro cuando Lima estaba cercada por los indios, y, al hacerles resistencia, “le quebraron tres dientes de una pedrada, y, en el tiempo que mi padre retuvo a los indios, se pudo avisar a Don Francisco Pizarro (y, así, se salvó la ciudad)”. Termina lo referente a su padre diciendo que después Pizarro “lo nombró Capitán General para que fuese a socorrer la ciudad del Cuzco, que la tenía cercada Manco Inca, en lo cual, y en todo lo demás que se le ofreció en el tiempo de su vida, sirvió a Vuestra Alteza con mucha diligencia”. Con estas últimas palabras evita diplomáticamente hablar de lo mal que acabó con Pizarro y de su puesta incondicional al servicio de Almagro.



miércoles, 20 de marzo de 2019

(Día 783) Comienza el ataque. La tropa de Almagro está desmoralizada. Van muriendo algunos. Orgóñez mata a un pizarrista que ya cantaba victoria. Luego él tiene que rendirse y le cortan traidoramente la cabeza. Derrota total de los almagristas.


     (373) Se acabaron ya las eternas y desesperadas negociaciones. Convencidos o no de tener la razón de su parte (aunque todos sabían que iban a zanjar a las bravas lo que solo al Rey correspondía decidir), dieron comienzo a la carnicería: “El capitán Salinas (almagrista), acertándole una pelota de arcabuz, cayó muerto, y Marticote, soldado valiente, se puso en su lugar con mucho ánimo, y, haciendo gran ruido, comenzaron a herirse mortalmente los unos a los otros. El alférez general de Almagro, llamado Francisco Hurtado, se pasó con el estandarte a los contrarios”. Todo indica que, ya desde el comienzo, flaqueó la moral entre la tropa del Adelantado: “Muchos de los de Almagro, sin ponerse a prueba en la batalla, volviendo las riendas a sus caballos, se fueron huyendo, e otros de los de a pie se escondían entre algunas paredes arruinadas que allí había. La arcabucería de Pizarro hacía gran daño. Los capitanes ya se habían enfrentado unos a otros, y algunos habían caído muertos o heridos”.
     Había alguien, ahora almagrista, que tenía, por viejas cuestiones, un odio furibundo necesitado de venganza: “El capitán Pedro de Lerma, mirando a Hernando Pizarro, arremetió contra él a grandes voces, llamándole traidor, e tan grande encuentro le dio, que hizo que su caballo se arrodillara, y si no llevara tan buenas armas (defensa corporal), lo habría matado. Como los de Almagro andaban desordenados por culpa de los que se huyeron, los de Pizarro se mostraban ya como señores  del campo, e uno de ellos comenzó a decir a grandes voces: ‘¡Victoria, victoria por Pizarro!’. Orgóñez le oyó mientras peleaba, y arremetió contra él diciéndole: ‘No lo verás tú, villano’. Tras lo cual, le metió la espada por la boca, y cayó muerto en tierra. El capitán Eugenio Moscoso fue herido mortalmente y cayó en el suelo”.
     Los almagristas, que habían logrado quitarle el Cuzco a  Pizarro, y triunfado después en la batalla de Abancay, estaban ahora en situación desesperada. Veremos la desgracia de quienes fueron grandes capitanes siempre victoriosos en la conquista de Perú, luchando una vez más (qué desastroso error) españoles contra españoles: “Pedro de Lerma, después de haber luchado como buen capitán, cayó herido en una parte del campo, y también lo fue el capitán Vasco de Guevara, e otros muchos. Los de Almagro ya no tenían orden, e los que podían huir no lo hacían por vergüenza. Rodrigo Orgóñez, viendo su perdición, quiso hacer entrar en la batalla a algunos de los suyos que veía que huían, y le hirieron de un arcabuzazo, recibiendo su caballo tantas heridas que cayó muerto. Se movió con denuedo sin mostrar mengua e arremetió contra los enemigos. Viéndolo de aquella suerte, le cercaron seis de ellos, e dijo a grandes voces: ‘¿No hay entre vosotros algún caballero a quien yo me entregue?”.
     Su intención era rendirse ante alguien de su dignidad militar, y, según las costumbres de la guerra, tenía derecho a que respetaran su vida. Pero entonces ya quedaba poco juego limpio y noble: “Le respondió un criado de Hernando Pizarro llamado Fuentes: ‘Sí, entregaos a mí’. Luego le tomaron entre todos, y el Fuentes, con gran crueldad, le cortó la cabeza. Y así fue el fin de Rodrigo  Orgóñez y de su orgullo. Muerto él, los de Hernando Pizarro alcanzaron enteramente la victoria”. HONOR Y GLORIA A ORGÓÑEZ.

     (Imagen) La batalla de las Salinas terminó con la derrota de Almagro, marcando el fin de sus aspiraciones y, tras ser procesado tendenciosamente, también el de su vida. No hubo muchas bajas en combate. Lo malo vino después, cuando el espíritu de venganza provocó la muerte de más de cien almagristas. Ese mezquino revanchismo se había cebado ya en el fantástico capitán RODRIGO ORGÓÑEZ cuando se rindió. No lo hicieron preso (como correspondía al honor militar), sino que le cortó le cabeza un criado de Hernando Pizarro. Todo indica que se trataba de FRANCISCO DE FUENTES, quien había llegado a las Indias  en 1520, con solo unos 15 años y cierto lustre familiar, puesto que tiempo después figuraba como criado  del soberbio Hernando Pizarro (quien, como vimos, sufrió una demanda de una viuda porque otro criado suyo había matado a su marido de un arcabuzazo). Francisco de Fuentes participó en acontecimientos  extraordinarios, como el apresamiento de Atahualpa,  mostrándose contrario a que ejecutaran al gran emperador inca, con una piedad que se desvaneció después al estallar las guerras civiles, en las que resultaba asfixiante el odio de unos contra otros. Triunfador y rico, se casó con una de las  hijas de un gran hombre que nos resulta muy conocido, GASPAR DE ESPINOSA, suegro asimismo de ANTONIO PICADO, el poderoso secretario de Pizarro que murió junto a él en la misma conspiración. Es seguro que, cuando Gonzalo Pizarro se levantó contra la Corona, Francisco de Fuentes luchó como pizarrista, ya que, asesinado el Virrey Blasco Núñez de Vela, su viuda, Doña Brionda de Acuña lo incluyó en la lista de los demandados por ella. Pero, sin duda, dio un giro en sus fidelidades porque siguió vivo hasta el año 1560.



martes, 19 de marzo de 2019

(Día 782) Va a empezar la batalla. Los capitanes de Almagro tienen que evitar algunas deserciones. Orgóñez ordena el ataque pizarrista, y Vasco de Guevara se niega a ir por donde le indica, estimando que era una muerte segura.


     (372) Resulta chocante la actitud del experimentado Orgóñez, porque, a pesar de su confianza en que Hernando Pizarro se desviara hacia el Cuzco, puso a su ejército en orden de batalla para repeler un posible ataque. A su lado estaba, ente otros, el veterano capitán Pedro de Lerma, quien, recordemos, abandonó a Pizarro por sentirse rebajado de categoría al ser desplazado por Alonso de Alvarado. Le veremos en esta batalla completamente desarbolado. Hubo soldados que, temiendo una derrota inminente, huyeron a la ciudad del Cuzco, pero Gabriel de Rojas les obligó a salir al campo de batalla. Cieza detalla la distribución del ejército. Como acabamos de saber, quien llevaba el estandarte era Gómez de Alvarado, y estaban  con la artillería los capitanes Diego de Alvarado, Cristóbal Sotelo, Don Alonso de Montemayor, Don Cristóbal Cortesía, Hernando de Alvarado, Perálvarez Holguín, Diego de Hoces, Cristóbal de Hervás y Don Alonso Enríquez de Guzmán, quien esta vez sí aparece ejerciendo como capitán.
      No podía faltar el comentario moralista de Cieza ante la destrucción que traerían como consecuencia las guerras civiles: “El silencio de los indios era grande. Aguardaban ver caer muertos por su locura a los valerosos españoles. Y es gran verdad que, si los españoles que allí se juntaron para pelear entre ellos se hubiesen ocupado en descubrir y conquistar, ya se habría recorrido este nuevo mundo de las Indias, y en todas sus partes sería adorada la cruz y temido el nombre del Emperador”.
     El enfrentamiento sería inevitable: “Los de Almagro vieron que el enemigo se les iba acercando, e, cuando ya la noche quería venir, Hernando Pizarro se situó no muy lejos de sus enemigos, habiendo un pequeño río entre ambos reales. Pasaron la noche en alerta unos y otros, con el temor y la esperanza que el lector puede imaginar, pero ninguno salió a proponer la paz, tanto era el aborrecimiento que se tenían. Al otro día, bien de mañana, Hernando Pizarro mandó a sus hombres que se moviesen hacia los enemigos, habiendo primero oído misa (seguro que los de Almagro también suplicaron la ayuda divina)”. Luego, como gran capitán, Hernando Pizarro arengó a sus hombres, haciendo hincapié en la justicia de su causa, atropellada por Almagro, y prometiendo premiar generosamente a sus soldados.  Pero no se olvidó de añadir un detalle humano (que él no estaba dispuesto a cumplir por entero): “Les dijo que, si Dios les diese la victoria, la recibiesen con templanza, sin matar gente, pues todos eran cristianos y vasallos de Su Majestad”.
    Ya se tenían frente a frente las dos tropas, con sus soldados ordenados en grupos de infantería, caballería y artillería. Atravesó el río Pedro de Castro, un capitán pizarrista, con el grupo de los arcabuceros: “Al ver el general Rodrigo Orgóñez que ya habían pasado el río, mandó a Vasco de Guevara que fuese con su compañía  contra ellos. Se dice que le respondió: ‘A la carnicería me enviáis’. Otros dicen que solo respondió que ya no era tiempo. Ambas cosas he oído a personas de crédito, pero no quiero ser juez de opiniones. Al oír Orgóñez lo que Vasco de Guevara había dicho, calándose la visera, arremetió a los enemigos clamando. ‘¡Santiago, y a ellos!’. Hernando Pizarro y los suyos ya estaban de la otra parte del río, e los unos y los otros decían ‘viva el Rey’, nombrando a Almagro y a Pizarro, y así arremetieron los unos contra los otros”.

     (Imagen) Comenté en otra imagen dedicada a DON ALONSO DE MONTEMAYOR que había servido a Almagro, pero que, en las guerras civiles, optó por la legalidad, y, cuando los rebeldes fueron los pizarristas, Gonzalo Pizarro estuvo a punto de matarlo, de manera que Montemayor, harto ya de tanto peligro, huyó a México. El curioso documento de la imagen (año 1555) fue una consulta hecha por los del Consejo de Indias al Rey porque Montemayor había solicitado la concesión de dos Hábitos de Santiago, uno para él y otro para su hijo Francisco. Montemayor presentó en España una recomendación de Don Antonio de Mendoza, Virrey del Perú, y el dato favorable de que el Obispo de Palencia (Don Pedro de la Gasca) le había concedido una encomienda de indios. Los del Consejo, curándose en salud, le dicen al Rey que se presentaron algunas personas que manifestaron “que Don Alonso no solo no había hecho servicios que mereciesen mercedes, sino que había deservido a Vuestra Majestad, y que, en las alteraciones de Gonzalo Pizarro, le había escrito una carta (la vimos anteriormente) en la que se le había ofrecido”. Decían que la carta la tenía Don Pedro de la Gasca, y los de Consejo se dirigieron a él para que la remitiese e hiciera un informe sobre Montemayor. Además de enviarles la carta, La Gasca presentó el historial militar de Montemayor (está en el mismo expediente) y asombra con qué detalle y claridad lo redactó. Tras verlo los del Consejo, le dijeron al Rey que consideraban oportuno concederle lo que pedía. Si el Rey les hizo caso, lo aprovecharía solamente el hijo de Montemayor, porque él murió poco tiempo después.



lunes, 18 de marzo de 2019

(Día 781) Iba a empezar la batalla, y los indios querían verla como un espectáculo, deseando que todos los españoles se matasen. Rodrigo Orgóñez, cosa rara en él, no escucha a sus capitanes y se equivoca de estrategia.


     (371) Es de suponer que la moral de la tropa estaría muy baja, porque todos eran conscientes de que Hernando Pizarro llegaba arrollador. A pesar de que las palabras del deteriorado Almagro poco podían animar, sus hombres mantuvieron el tipo: “Le respondieron que harían lo posible, como correspondía a su pundonor de caballeros hijosdalgo. Mirando Almagro a Gómez de Alvarado, le dijo que se acordase de lo mucho que siempre le había querido desde cuando vino de Guatemala con el Adelantado D. Pedro de Alvarado (Gómez era el hermano pequeño de Pedro). Le dijo también que, como prueba de ello, le encomendaba el estandarte Real del Águila (la bandera del imperio español), y que le rogaba que estuviese junto a él. Agradeciéndole aquella honra que le daba, dijo que él haría  todo lo posible”.
     Iba a empezar la batalla. Los indios lo sabían porque todo lo rumoreaban, y no quisieron perderse el espectáculo gratis, con gran deseo de que se matasen unos a otros: “Acudieron de muchos pueblos no poco número de indios, alegrándose de ver aquel día, pareciéndoles que de alguna manera se satisfacían de los daños que habían recibido de los españoles, y deseando que ningún capitán venciera, sino que todos pereciesen con sus propias armas, ya que eran tan valientes que doscientos mil de los suyos no habían podido matar a ciento ochenta el año anterior, cuando los tuvieron cercados en el Cuzco. Salieron de aquella ciudad las mujeres de los caciques y las indias de servicio de los españoles, e todos iban a ver a los que habían de contender en la batalla. Cuando vino el siguiente día, Hernando Pizarro, sabiendo que el real del Adelantado Almagro estaba en las Salinas, mandó a los suyos que se diesen prisa a andar”.
    También en el bando contrario se disponían al ataque: “Estando los de Almagro en un llano espacioso, Orgóñez mandó que fuesen más hacia la Salinas, y el capitán Vasco de Guevara decía que estuviesen quietos, porque, si se movían, estarían perdidos, ya que lo que querían los enemigos era dar la batalla en lugar estrecho, donde, sin recibir mucho daño de los de a caballo, pudiesen utilizar fácilmente la arcabucería. Aunque otros capitanes creyeron que convenía hacerlo así, Orgóñez pudo tanto que se fue a meter entre aquellos salitrales”.
     Almagro, viejo guerrero, era ya un jubilado forzoso: “Se puso algo desviado, en un lugar donde podía ver muy bien la batalla. Orgóñez mandó a Paullo Inca que se pusiese con sus indios en un cerro, y que matasen a todos los cristianos, de los de Almagro o de los de Pizarro, que viesen ir huyendo. Diego de Alvarado e Vasco de Guevara tornaron a porfiar con Orgóñez para que se volviese al llano que había dejado atrás, porque en la parte que ellos decían presto desbaratarían al enemigo, ya que su gente de a caballo era más y mejor que la que traía Hernando Pizarro. Orgóñez fue aquel día tan porfiado que no quiso hacer caso de sus consejos, asegurando que estaban bien allí, porque, como les había dicho, Hernando Pizarro no les haría frente, sino que, dando la vuelta por alguna parte, iría a meterse en la ciudad del Cuzco”.

     (Imagen) Hemos visto a VASCO DE GUEVARA dando un sensato consejo de estrategia para la pelea, que, sorprendentemente, el experto Rodrigo Orgóñez ha rechazado. Vasco, tras la derrota, siempre luchará obedeciendo al Rey en medio de las guerras civiles. Demos un salto de 15 años hacia el futuro para leer un curioso documento de 1553 (el de la imagen), dirigido al Rey, que nos muestra en vivo (al tiempo que habla de Vasco) la forma de vivir en aquella España. El contenido resumido del texto es  el siguiente: “Acacio  Ramírez de Sosa, vecino de Toledo, tiene un hermano que se llama VASCO DE GUEVARA, el cual hace 23 años que pasó en servicio de Su Majestad a las Indias, y al presente reside en el Cuzco, y ha estado al servicio de Su Majestad en todas las alteraciones pasadas (las guerras civiles), aventurando su persona y hacienda. Siendo como es hombre hijodalgo, y mereciente de toda merced, el muy reverendo Obispo de Palencia le mejoró en los repartimientos de indios. Mi hermano me ha escrito para que le envíe uno de mis hijos, y yo, por necesidad que tengo de remediar a cuatro hijas que tengo en edad de tomar estado, estoy determinado a enviar a mi hijo Acacio para que resida en aquellas provincias en servicio de Su Majestad, como su tío”. Pide permiso de salida para su hijo y para el criado que llevaría, y añade que Vasco le ha mandado dinero para el viaje, y que, sin duda, le enviará más “con el que pueda meter monjas a sus hijas”. Le dice al Rey que se puede informar de los muchos méritos de Vasco a través del Obispo de Palencia. ¿Y quién era el misterioso obispo? Pues nada menos que aquel extraordinario personaje que acabó con las guerras civiles entre pizarristas y almagristas: PEDRO DE LA GASCA.