(383) Pedro Pizarro termina, sin más, el tema de la guerra de las Salinas con un último
párrafo (donde hace una mínima mención a la muerte de Orgóñez), en el que
también parece colarse su habitual deseo de alabar a la familia de los Pizarro:
“Murieron en esta batalla de las Salinas más de cien hombres de una parte y
otra (recordemos que las bajas
almagristas fueron muy superiores, como nos dijo Cieza: más de 120 de los de Almagro y solamente nueve de los de Hernando
Pizarro), y resultaron muchos heridos. Aquí murió Rodrigo Orgóñez, capitán
general de Almagro. Hernando Pizarro no consintió que sus soldados se quedasen
con lo que tomaron a los de Almagro, pues, como fue cosa conocida, puso un
pregón para que los de Almagro lo reclamasen, y fuera devuelto a sus dueños (quizá de dudosa eficacia en aquellos
momentos de anarquía. Acabamos de ver lo que le pasó a Enríquez)”. Más
tarde veremos que la querencia de Pedro Pizarro hacia sus parientes se truncará
en un momento determinado. Respetó siempre a Francisco Pizarro, que fue quien
lo llevó de España a la conquista de Perú como criado suyo. Pronto pudo
comprarse un caballo y zurrarse en las batallas. Apreció a los cuatro hermanos Pizarro. Murió
prematuramente Juan. Después Hernando fue a España sin posible retorno.
Asesinaron más tarde a Francisco. Solo quedaba Gonzalo, quien cometió la osadía
de rebelarse contra el Rey, y eso provocó una enemistad furibunda entre él y
Pedro Pizarro.
Volvamos a la crónica de Cieza. Cuenta, de
forma muy parecida a Garcilaso, el asesinato de Pedro de Lerma, y hace un
sentido comentario sobre el que se cometió con Orgóñez, mostrando la ruin
venganza de Hernando Pizarro: “La cabeza de Rodrigo Orgóñez fue traída a la
ciudad del Cuzco, e puesta, por mandato de Hernando Pizarro, en el rollo (la picota pública) de ella; cosa indigna
y muy fea, e que no merecía varón tan esforzado, e a muchos les pareció muy
mal. Era Rodrigo Orgóñez natural de la villa de Oropesa, y pocos días antes de
esto le había nombrado Su Majestad Mariscal de la Gobernación de Nuevo Toledo (la de Almagro)”. El soberbio Hernando
demostró con ello ser mal perdedor y mal ganador.
Conseguida la victoria, Hernando Pizarro
tenía que resolver el problema de recompensar a sus hombres como les había prometido.
Siendo imposible de inmediato, se le ocurrió una solución para que se
conformaran con un aplazamiento: “Sus hombres tenían creído que pronto les iba
a repartir las provincias y hacerlos señores de ellas y quitar los indios a los
(almagristas) que los tenían.
Hernando Pizarro les dijo que se poblarían las provincias de las Charcas y
Arequipa (en zona chilena), donde se
darían repartimientos de indios a muchos de ellos. No les agradó nada aquel
dicho porque les parecía que en las Charcas estarían como desterrados, y que
nunca tendrían allá ninguna cosa de provecho”.
Había allí un gran hombre que tenía las
ambiciones claras: “El capitán Alonso de Alvarado le dijo a Hernando Pizarro
que, puesto que tenía ya en su poder al Adelantado D. Diego de Almagro y se
había apoderado de la ciudad del Cuzco, le diese licencia para volver adonde el
Gobernador Pizarro y luego ir a la zona de los chachapoyas a poblar una ciudad
en lo que ya había descubierto en aquel territorio. Hernando Pizarro se alegró
de ello, y le dijo que así fuese, y que quería que llevase consigo (para dejarlo en Lima) a D. Diego de
Almagro el Mozo, hijo del Adelantado”.
(Imagen) Triste figura la de DIEGO DE
ALMAGRO EL MOZO, lejos ya, y para siempre, de su padre. Pronto se endureció su
carácter. Todos los cronistas coinciden en que fue él quien encabezó (aunque
apoyándose en el liderazgo de Juan de Rada) la conspiración que acabó con la
vida de Francisco Pizarro. Curiosamente, solo dos meses antes de matar a Pizarro,
él y Rada pidieron y obtuvieron del Rey un permiso para venir a España durante
dos años, lo que hace sospechar que fue una maniobra de despiste para ocultar
sus planes. Después Vaca de Castro acabó con la rebelión y la vida del Mozo en la
batalla de Chupas, y le envió al Rey un informe. La imagen muestra un folio del
documento. Empieza, en un párrafo anterior, con un comentario sorprendente sobre
Perálvarez Holguín, uno de sus capitanes. Dice que era tan dado a los motines
que, de no haber muerto en la batalla, tendría que haberlo degollado. Escribe
que en el Cuzco fueron apresados y ejecutados bastantes almagristas, varios de
ellos culpables del asesinato de Pizarro, entre ellos un criado del Mozo,
llamado Juan Rodríguez Barragán, “que fue quien le acabó de matar” (como vimos,
él lo negaba). Y aclara algo que estaba confuso: apresaron allí al Mozo y,
entre otros, a Diego Méndez (al que he venido confundiendo, porque así figura
en muchos textos, con el hermano de Rodrigo Orgóñez); tenían intención de ir
adonde Manco Inca para que les ayudara a seguir peleando contra las fuerzas
leales al Rey. Ya vimos lo que pasó después: Méndez logró huir del Cuzco con
varios hombres, fueron adonde Manco Inca, al que (probablemente para
congraciarse con Vaca de Castro) lo mataron, y luego ellos fueron masacrados
por los indios.
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