lunes, 30 de noviembre de 2020

(Día 1279) A pesar de que Alonso de Alvarado supo que Girón ya no podía aguantar el cerco, y de que sus consejeros le insistían en que no le atacara aún, siguió firme en su propósito de hacerlo.

 

     (869) Venida la noche, Pedro de Piedrahita salió con tres docenas de arcabuceros a hostigar a los del mariscal, pero volvió al amanecer  de vacío. Incluso Rodrigo de Pineda,  capitán de Caballería de Girón, con la excusa de que iba a echarle una mano a los de Piedrahita, se había pasado al bando contrario, y habló con el mariscal Alonso de Alvarado: "Le dijo que la mayor parte de los de Girón, si no fuese por la mucha vigilancia que tenía, le abandonarían, que aquella misma noche huiría, y que era muy fácil vadear el río. Tras oírlo, el mariscal, habló con los capitanes y vecinos exponiéndoles lo que Rodrigo de Pineda había dicho, y les dijo que estaba decidido a acometer al enemigo. Muchos de los consultados, se opusieron a la idea, dando razones suficientes de que no convenía de ninguna manera atacarle  a Girón en su fuerte".

     Alonso de Alvarado estaba aferrado a su idea de atacar. Por  petición suya, les contó también Rodrigo de Pineda a los capitanes su convencimiento de que lo mejor era atacar, porque, si no lo hacían, esa misma noche huiría del fuerte, ya que no le quedaba comida y su gente estaba atemorizada. Además, si lograba escapar, sufrirían mucho daño los que le siguiesen, porque los caminos eran muy malos. Los capitanes le respondieron, como ya dijeron al principio, que lo mejor sería dejarle huir, porque así su tropa se iría deshaciendo sin necesidad de arriesgar un solo soldado: "Sin embargo, el mariscal dijo que no era cosa acertada, pues no cumplía con la obligación que él tenía, ni convenía a la honra de tantos caballeros y buenos soldados como allí estaban, que Francisco Hernández anduviese desasosegando y robando aquellas tierras con su gente, y que, aunque hubiera algún inconveniente, él estaba determinado a darle batalla. Con lo cual se  fueron descontentos de la tienda del mariscal muchos de los principales capitanes. Y, al salir, dijo Gómez de Alvarado, muy desabrido: 'Vamos, pues, ya, que bien sé que he de morir'. Luego volvieron adonde el mariscal más de treinta vecinos del Cuzco y de las Charcas, entre los que estaban Lorenzo de Aldana, Juan de Saavedra, Diego de Maldonado, Pedro Hernández Paniagua, el licenciado Polo, Juan Ortiz de Zárate, Alonso de Loaysa, el factor Juan de Salas, Martín de Meneses, García de Melo, Juan de Berrio, Antón Ruiz de Guevara, Gonzalo de Soto y Diego de Trujillo, todos ellos ganadores del Perú".

     Veían tan claro que aquello iba a ser un desastre, que le pusieron a Alonso de Alvarado ante los ojos nuevamente sus razones. Le recordaron que el mismo Rodrigo de Pineda había dicho que los enemigos se encontraban ya a falta de alimentos. Le dijeron que Girón tendría que huir y sería fácil seguirle, contando, además, con que los indios le podían cortar los caminos: "Le aseguraron que acometer al enemigo en sitio tan fuerte era enviar a sus capitanes y soldados al matadero, y que mirase bien las ventajas que tenía sobre su contrario, pues le sobraba lo que a él le faltaba de alimentos, de ayuda de los indios y de todo los necesario para quedarse quietos, por lo que debía procurar alcanzar la victoria sin daño de los suyos, sobre todo porque tenía al enemigo tan sujeto y rendido como estaba".

 

     (Imagen) Sigamos con el informe de Pedro de la Gasca. Nos revela otro problema: "Los caciques ejercitan gran tiranía en sus indios, tanto por los excesivos castigos que les suelen dar, como en los tributos que les imponen". Dice que la llegada de los españoles lo agravó, porque les consentían a los caciques cosas que antes se les prohibía. Y afirma: "Por eso yo dejé ordenado que se tasase lo que los indios han de dar a sus caciques. Creo que también dejé bien establecido, de acuerdo con los mineros, lo relativo a las labores en las minas, prohibiendo que se se les obligara a los indios a trabajar en ellas". Después hace una sagaz descripción de un serio problema: "Todos los males de aquella tierra vienen del exceso de gente que en ella hay, pues, con la fama del oro y la plata que en ella existe, toda la gente perdida de España, y de fuera de ella, procura ir allá con mil engaños, evitando las prohibiciones". Uno de los trucos era irse a otros destinos de las Indias, para luego pasarse al Perú. Nos hace ver que las tierras peruanas tenían el atractivo de la quimera del oro: "Y así, cada día llegan al Perú más ladrones, y los que acá no lo son, allá pronto se hacen, por necesidad o por envidia que tienen de ver a otros ricos y a ellos pobres, y cuanto más son de buenas familias en España, antes se pervierten, pues no pueden soportar que los que en España serían menos que ellos, allí lo sean más. Esta gente excesiva, con sus pretensiones y codicias, desea que haya desasosiegos y revueltas, para vivir de ello, y es la que inquieta y procura robar a los indios. Por ello, lo que más importa para el bien de aquellas tierras es que no llegue más gente, y que se vacíe el exceso que de ella hay". Nos aclara también algo que ya vimos. Cuando iba a enfrentarse a Gonzalo Pizarro, pidió ayuda de soldados a distintos gobernadores, y luego anuló su petición. Lo hizo porque ya se encontraba suficientemente fuerte. Pero nos descubre otra razón: "Comprendí que, aunque me ayudaran a castigar a Gonzalo Pizarro, me quedaría después, sin duda, otra contienda con los recién llegados, y di orden de que se apresara a quien quisiera entrar en Quito o en Perú". Después estableció controles en todos los puertos, de manera que nadie pudiese desembarcar sin que, previamente, el corregidor de la zona examinase cada caso y diera su permiso. La imagen muestra una petición del Rey al Vaticano para que La Gasca, tras su victoria, fuera autorizado a presidir la Audiencia de Lima con atribuciones civiles y criminales.(Continuará).




viernes, 27 de noviembre de 2020

(Día 1278) Empezaron los conatos de ataque entre los dos bandos. Los más sensatos le aconsejaron al impaciente Alvarado que utilizara el cerco y no la lucha directa, pero no hará caso.

 

     (868) Antes del amanecer, llegaron los enviados por el mariscal frente al lugar en que estaban los enemigos, y procuraron acercárseles lo más posible: "Estando así quietos, los descubrió un indio de los de Francisco Hernández Girón, que dio aviso a su amo. Cuando lo supo, ordenó su gente, y, de una parte y de la otra, se lanzaron arcabuzazos sin daño alguno, porque estaban lejos". Lo que dice después el cronista parece más bien una anécdota imaginada por comentarios populares: "Los soldados de Francisco Hernández se pusieron desparramados y cubiertos por los árboles. Los del mariscal bajaron muy ufanos por una cuesta para trabar escaramuza, y, llegados a tiro de arcabuz, para señalarse más dijeron cómo se llamaban. El alférez de Juan Remón, que se llamaba Gonzalo de Mata, poniéndose cerca de los enemigos, gritó: 'Yo soy Mata'. Uno de los contrarios, que estaba encubierto, dijo: 'Yo te mato'. Y le dio un arcabuzazo en los pechos, de lo que cayó muerto en tierra". También murieron varios más, sin ver siquiera quiénes les disparaban. Entonces el mariscal Alonso de Alvarado envió más capitanes con gente parta reforzar la escaramuza: "La cual duró hasta las tres de la tarde, sin obtener ninguna ventaja en la pelea, pues, entre sus muertos y heridos, hubo más de cuarenta personas. Uno de los muertos era un caballero, mozo de 18 años, que se llamaba Don Felipe Enríquez, lo que causó mucha lástima. En el otro bando salió herido el capitán Larrínaga. Con tanto daño como recibieron los del Rey, perdieron parte de su valentía. Durante la pelea, Sancho de Bayona y otro soldado se pasaron al bando del mariscal, y, al de Girón, un soldado apellidado Bilbao".

     Una vez más, el mariscal se va a mostrar dubitativo con respecto a los consejos de sus mandos, importantes veteranos que ya nos resultan como de la familia: "Platicó luego, sobre lo que se debía hacer, con Lorenzo de Aldana, Gómez de Alvarado, Diego de Maldonado, Gómez Solís y otras personas principales de su campo. Mostraba tener gran voluntad de acometer al tirano, porque el soldado Sancho de Bayona le había dicho que, sin duda, Girón huiría. Lorenzo de Aldana y Diego de Maldonado lo tomaron aparte, y le aconsejaron que no  diese la batalla, sino que tuviese paciencia, porque  él le aventajaba mucho a Girón en gente, y contaba con muchos indios, mientras que los enemigos solo tenían el fuerte, de manera que, acosándolos con los indios, los pondría en situación de hambre y necesidad, de forma que se verían obligados a salir huyendo del fuerte, en cuyo caso sería fácil desbaratarlos, o que todos o la mayor parte de la gente se le pasase a su bando, sin que él perdiera un solo hombre". Era una estrategia llena de sentido común, que les pareció muy sensata a muchos de los principales capitanes, pero otros asesores no estaban de acuerdo. Martín de Robles y algunos más pedían que se diese ya la batalla. Lorenzo de Aldana volvió a insistirle a Alvarado en que no lo hiciera, y, de momento, estuvo de acuerdo en limitarse a disparar al enemigo desde una altura para cansarlos, con el fin de forzarle a Girón a rendirse o a salir del fuerte para darles la batalla en campo abierto". Le hizo esa promesa a Lorenzo de Aldana, pero, aunque la mayoría de sus soldados preferían esperar, el mariscal Alonso de Alvarado se dejará llevar por el ansia compulsiva de atacar.

 

     (Imagen) Hay un documento sumamente interesante de Pedro de la Gasca, y muy amplio (ocho extensos folios), que merece la pena que resuma, ya que pone el dedo en la llaga, con clarividencia, sobre los especiales problemas que originaron las guerras civiles, dando consejos para que no volvieran a ocurrir. Lo escribió el 17 de octubre de 1554 desde Villamuriel, ya como obispo de Palencia, y no se sabe a quién iba dirigido. Empieza diciendo: "Por la carta que recibí de vuestra señoría, tengo por cierto que ya ha terminado la alteración de Francisco Hernández Girón, y que ha sido castigado". Luego añade que Girón no tenía carisma suficiente para encabezar su alzamiento, y da algunos consejos de organización administrativa, sobre todo relativos a evitar malos tratos a los indios. Es partidario de que los indios se puedan gobernar por sí mismos en asuntos menores y según sus antiguas costumbres, "porque entienden mejor sus cosas". Explica muy bien el problema del 'servicio personal de los indios', cuya prohibición (de la que él siempre fue partidario) provocó muchas alteraciones de los españoles, que los utilizaban como porteadores de cargas y como peones de la construcción de sus casas. Él lo prohibió tajantemente: "No quise imponer el servicio personal a los indios,  porque las cargas fatigan y disminuyen a los indios, y hasta parece que es una servidumbre de esclavos. Ya lo practicaban los incas, pero de manera más moderada comparado con los usos de los españoles, pues les obligan a grandes trabajos haciendo casas y otras cosas, por lo que gran número de ellos han muerto, pues a veces ni les daban de comer. Yo no me atreví a quitar todo el servicio personal, porque sabía que no me obedecerían, pero lo limité lo más que pude, permitiendo solamente que los indios sirvieran dentro de las casas,  y para traer hierba y leña". También prohibió que se obligase a los indios del llano a trabajar en la sierra, y viceversa, porque la falta de aclimatación hacía estragos.  Sin embargo, aún no había llegado el tiempo de tener esa preocupación con los esclavos: "Manifesté a los españoles que, en breve tiempo, se proveyeran de negros, porque el servicio personal de los indios lo iba a quitar del todo. Y así lo hice, porque esta ha sido la mayor pestilencia para los indios del Perú. Ya que ahora hay allí bestias de carga, no hay razón alguna para que estos desventurados sirvan en oficios viles, con tanta fatiga y mortandad". (Continuará).




(Día 1277) Uno de los negros de Girón mató a Diego de Almendras. Los planteamientos equivocados de Alonso de Alvarado y su impaciencia le costarán la derrota en Chuquinga.

 

     (867) Sigue contando Inca Garcilaso que, cuando llegó el esclavo negro al campamento de Francisco Hernández Girón y dijo lo que había hecho, todos los negros que estaban en aquel ejército se jactaron de su proeza. Y nos habla del triste final de Diego de Almendras: "Un mestizo mozuelo, criado suyo, viendo a su amo caído en el suelo y que el negro lo maltrataba, le cogió por las espaldas, con deseo de librar a su señor. El cual, viéndose herido de muerte, le dijo que huyese antes de que el negro le matase. Así lo hizo, y los gritos que fue dando causaron la alarma entre los soldados. Los cuales llevaron al capitán Diego de Almendras a Parihuanacocha, pero solo sirvió para apresurarle la muerte, pues, en llegando, falleció el pobre caballero. Y esta desgracia la tomaron como de mal agüero los indios y los españoles".

     Después de lo ocurrido, Alonso de Alvarado puso su ejército en marcha tras haber mandado a sus soldados que fueran ligeros de equipaje, con poca comida y con las armas necesarias. Más tarde supo que Francisco Hernández Girón, que había llegado tres días antes, ya estaba en Chuquinga preparando la batalla, a solo cuatro leguas de distancia. Para ambas tropas había resultado muy duro el camino. Entonces le llegaron refuerzos a Alvarado: "Vinieron el comendador Romero y el capitán García de Merlo con mil indios de guerra, cargados de comida, y se tuvo larga información sobre Francisco Hernández y de que había dado garrote a Diego de Orihuela, natural de Salamanca, por querer venir al campo del mariscal para servir a su Majestad".

     Fue entonces cuando Alonso de Alvarado, al parecer, cometió algunos errores por su impaciencia. Ya vimos que su mujer, Ana de Velasco, en un informe de los méritos de su marido, echará después toda  la culpa del próximo desastre a la falta de obediencia de sus capitanes: "El mariscal, sabiendo que los enemigos estaban tan cerca, tenía tanto deseo de enfrentarse con ellos, que determinó enviar a dos capitanes con ciento cincuenta arcabuceros escogidos, para que, a la madrugada siguiente recogieran a los  que quisiesen pasarse al servicio del Rey. Lo capitanes y los vecinos de la zona, que sabían cuán fuerte era el sitio que ocupaba Francisco Hernández Girón, le llevaban la contraria al mariscal, dándole razones muy suficientes de que no debía acometer al enemigo en aquel fuerte, porque era tan seguro, que, quien lo acometiese al descubierto, iría perdido. Añadían que no estaba bien aventurar a los 150 mejores arcabuceros, pues, perdidos ellos, lo estaría todo el ejército". El mariscal no cedió, y trató de tranquilizarles diciendo que todo el ejército iría detrás de los arcabuceros para que no fueran atacados: "Mandó que el maestre de campo y el capitán Juan Remón fuesen con ellos y llegasen lo más cerca posible del enemigo. Los capitanes y los 150 arcabuceros partieron a las doce de la noche, y el mariscal salió con todo el ejército tres horas después, yendo en busca de Francisco Hernández. El cual, sabiendo que tenía tan cerca un enemigo tan poderoso, estaba con cuidado de que no los tomasen desapercibidos, vigilando los pasos por los que podían entrarle, que no eran más de dos, pues todo lo demás, tal y como era el fuerte, estaba asegurado".

 

     (Imagen) La opinión de los cronistas y de la gente de aquel tiempo fue unánime, en general, al considerar que Francisco Hernández Girón ganó la batalla de Chuquinga (21 de mayo de 1554) por un error estratégico del mariscal Alonso de Alvarado. Lo que vemos en la imagen es una copia anónima de una carta enviada  a Santo Domingo (no se sabe a quién) por alguien desde el cabo de la Vela (Colombia) a finales de octubre de 1554. Las noticias se extendían despacio, pero llegaban a los rincones más lejanos. La resumo (y empieza contundente): "Lo que hay que hacer saber a vuestra merced es que Francisco Hernández Girón está muy pujante por una ruin maña que se dio Alvarado contra él, y es que Francisco Hernández estaba a unas ocho leguas de Lima e íbase retirando con cuatrocientos hombres, porque los de Alvarado eran mil doscientos, y la mayoría a caballo, con otros muchos caballos. Cuando Francisco Hernández supo que sus contrarios venían cerca, llamando a toda su gente, les dijo que se pusiesen de cuarenta en cuarenta, a trechos y en embocadas, y las hicieron muy cerca las unas de las otras. Les indicó que, cuando los contrarios fuesen entrando, los primeros de la emboscada soltasen sus arcabuces empleándolos todos, y que, cuando acabasen de descargarlos, se colocasen delante de los delanteros de la otra emboscada, y, como los contrarios les seguirían, que los de la siguiente emboscada soltasen sus arcabuces, y así por este orden. De manera que siempre les iban provocando con estas emboscadas, hasta que ya el Alvarado se vio herido, perdido y con poca gente, por lo que determinó volverse a Lima, con muy poca gente de la que llevó, porque murieron muchos, y todos los demás se volvieron contra él, le quitaron millón y medio de moneda de Su Majestad y le tomaron casi dos mil caballos y muchas armas". Dice también que Alvarado (que ya era un hombre psicológicamente destrozado) se está preparando para una nueva guerra contra Girón, pero que será difícil derrotarlo, porque tiene muchos seguidores, ya que "los oidores de la Audiencia y los frailes han dado a los indios muchas libertades que han dejado a los españoles en la pobreza". Pero no menciona el primer error de Alvarado: contra el criterio de sus capitanes, se precipitó al atacar a un Girón que  había instalado sabiamente su tropa en lo que era como una fortaleza.




jueves, 26 de noviembre de 2020

(Día 1276) Alonso de Alvarado fue recibido con entusiasmo en el Cuzco, pero decepcionó a su tropa por un acto cruel: ejecutó a los soldados Pedro Franco y Gabriel de Pernía.

 

     (866) La entrada de Alonso de Alvarado con su numerosa tropa en el Cuzco fue una fiesta para todos. Ya hablamos de lo extraño que resultaba ver a grandes dignidades de la Iglesia peleando en las batallas, algo que no gustaba demasiado a los soldados. Es de suponer que también el clero estuviera confuso: "El obispo del Cuzco, Don fray Juan de Solano, con todos sus clérigos, salió a recibir al mariscal y su ejército, y les echó la bendición; pero, escarmentado de las jornadas que anduvo con Diego Centeno, no  quiso seguir la guerra, sino quedarse en su iglesia rogando a Dios por todos". Se ve que los puentes de aquellos ríos caudalosos y montañosos eran de quita y pon, ya que hacía falta reconstruirlos para atravesar el Apurimac y el Abancay. Dio la orden Alvarado con el fin de perseguir a Girón, pues no sabía con certeza dónde estaba. Pero entonces le llegó desde la audiencia de Lima la  noticia de la derrota de Pablo de Meneses en Villacurí, y decidió dar la vuelta con intención de cortarle el paso hacia Arequipa, y puso su ejército en marcha forzada para alcanzarle cuanto antes.

     Entonces ocurrió un incidente cruel que en tiempos pasados habría sido impropio de Alvarado: "Según avanzaban, cuatro de sus soldados huyeron para unirse a Francisco Hernández Girón, habiendo hurtado dos buenas mulas, una de Gabriel de Pernía, y otra de Pedro Franco, dos soldados famosos. El mariscal, tras saber de quiénes eran las mulas, mandó dar garrote a los dueños, sospechando que ellos se las habían dado, lo cual alteró al ejército, y los soldados maldecían al mariscal por su brutalidad". Los huidos le hicieron saber en secreto a Girón que el mariscal se dirigía hacia Parihuanacocha, y el poderío del ejército que llevaba. Él lo ocultó, animó a sus soldados para que confiaran en la próxima victoria que les esperaba, y les ordenó prepararlo todo para llegar antes que el mariscal a aquellas tierras, hacia donde partieron el día ocho de mayo.

     Fue el mariscal el primero que se presentó en aquel lugar (aunque no era el destino final), de una dureza climática extrema, hasta el punto de que se le murieron más de sesenta caballos. Veremos más tarde que volvió a ocurrir algo revelador del cambio de carácter del mariscal: "En Parihuanacocha tuvieron que dejar enfermo de flujo de vientre al capitán Sancho de Ugarte, donde falleció en pocos días. Los corredores prendieron a un corredor de Girón, se lo llevaron al mariscal y, para que no lo mandase matar, le dijeron que se había juntado con ellos para servir a Su Majestad. Por este soldado supo el mariscal que Francisco Hernández Girón estaba a menos de veinte leguas. El capitán Diego de Almendras solía apartarse para matar a animales bravos. Se topó en unas peñas con un negro del sargento mayor Villavicencio, que andaba huido. Almendras quiso atarle las manos para llevárselo a su amo. El negro, cuando lo vio cerca, se tiró al suelo, le asió de ambas piernas, le empujó con la cabeza, le hizo caer de espaldas y, con sus propias daga y espada, le dio tantas heridas, que le dejó casi muerto. Después huyó para juntarse con los parientes suyos que andaban con Francisco Hernández".

 

 

     (Imagen)  Puse a mi blog dos nombres, 'El Drama de las Indias' y 'Españoles en las Indias'. Y acerté, por casualidad. Hubo allí biografías gloriosas, a cuyos protagonistas todo el mundo conoce. Pero también miles de héroes a los que vemos pasar fugazmente y desaparecer en las sombras del tiempo. Todos ellos merecen reposar, bajo un arco de triunfo, en una tumba  dedicada al soldado desconocido (como hicieron en París), en la que habría que honrar también a los indígenas, que tanto padecieron. Así fue el caso de PEDRO FRANCO y  GABRIEL DE PERNÍA, quienes, aunque Inca Garcilaso los califica de famosos soldados, no han dejado ningún rastro en los archivos. Solo son conocidos porque los cronistas hablan de la injusta muerte que les dio el mariscal Alonso de Alvarado, un gran hombre que terminó fracasado y con arrebatos de crueldad. De Pernía, nada más queda. Y, de PEDRO FRANCO, un solo documento, pero interesante. Se trata de una carta que le escribió a Gonzalo Pizarro el 31 de enero de 1547. Entonces estaba luchando a sus órdenes, envuelto en aquella rebeldía que acabó en desastre. Es casi seguro que más tarde Pedro Franco se pasara al bando de Pedro de la Gasca, puesto que no fue castigado, y hemos visto que le llegó la muerte cuando servía al Rey. Resumo su bien escrita carta, en la que le dice a Gonzalo: "Ruego a vuestra señoría que me ponga en el número de los demás servidores suyos, y se acuerde de los servicios que le he hecho, como fue el de ayudar a sacar a vuestra señoría del cubo (casi seguro que se refiere a cuando lo tenía preso Diego de Almagro en el Cuzco, unos nueve años antes), y  no me llevó vuestra señoría consigo porque  no había caballo. Yo siempre me he hallado tan dispuesto como cualquier otro en todas las ocasiones de servir a vuestra señoría y a sus hermanos, así como a los capitanes Alonso de Toro y Alonso de Mendoza, y al maestre de campo Francisco de Carvajal, haciéndolo todo en servicio de vuestra señoría, y ahora le estoy sirviendo en la tierras de los aullagas y los carangas (indios de la zona de las Charcas). Hace unos trece años que estoy en esta tierra, y espero que vuestra señoría tendrá tanto interés en hacerme mercedes como yo en serviros".



 

miércoles, 25 de noviembre de 2020

(Día 1275) El mariscal Alonso de Alvarado se iba preparando para la próxima batalla contra los rebeldes. Un espía doble de los oidores le dio valiosa información a Francisco Hernández Girón.

 

     (865) En esos tres días perdidos por las tropas de los oidores, Francisco Hernández Girón continuó avanzando: "Llegó a Nasca, a sesenta leguas de Lima. Para fortuna suya, ocurrió que un sargento de los del Rey se ofreció a ir con ropas de indio, como espía, al campamento enemigo, para saber lo que allí había y volver con las noticias. Los oidores se lo permitieron, pero actuó como espía doble, se puso a las órdenes de Girón y le contó que en el campamento de los contrarios había tan gran discordia entre los que mandaban y tanto descontento entre los soldados, que no tenían ninguna gana de pelear. También le dijo que había noticias de que el mariscal Alonso de Alvarado venía de las Charcas con un ejército muy lucido, de más de mil doscientos hombres. Pero de esto no quiso Girón que hablara, sino que dijera que solo traía seiscientos, para que sus soldados no se acobardaran. Se descubrió entonces que un indio de los enemigos traía cartas para un soldado suyo, por lo que se ahorcaron a los dos". Luego añade Inca Garcilaso que Girón había formado una tropa muy bien organizada con esclavos negros y con musulmanes, que sirvió de reclamo para que muchos de los que había en el ejército contrario se pasaran a su bando, por considerar un honor tener categoría de soldados, con la satisfacción añadida de luchar contra sus antiguos amos. Pero Girón les sacaba también otra utilidad menos digna: "De estos soldados se sirvió muy largamente enviándoles a recoger provisiones, y los indios, por no padecer las crueldades que con ellos hacían, se las daban, por lo que tuvieron después mucha necesidad ellos, sus mujeres y sus hijos".

     Va a tener enseguida gran protagonismo el mariscal Alonso de Alvarado, pero da la impresión de que este gran hombre, que se distinguió en sus tiempos de la conquista de Perú por  su sensatez y equilibrio, había cambiado, quizá por el paso de los años. Ya le hemos visto actuar de forma más bien justiciera que justa. Incluso, enseguida cometerá errores de estrategia militar que resultarán fatales: "Al tiempo que ocurrió lo recién contado en el Cuzco y en Villacurí, el mariscal, que se encontraba en Charcas, no estaba ocioso. Reunía gente para el servicio de Su Majestad, y se proveyó de armas, provisiones y caballos. Nombró los oficiales para su tropa (cita sus nombres), y, en muy pocos días, se vio con cerca de ochocientos hombres muy bravos y bien aderezados. Viéndose tan poderoso, caminó hacia el Cuzco, y por el camino se le juntaban más soldados. De Arequipa llegaron unos cuarenta. Sancho de Ugarte y el capitán Martín de Olmos, que estaban en la ciudad de la Paz, salieron a recibirle con más de doscientos buenos soldados. Siguieron todos adelante, hasta llegar a la ciudad del Cuzco, donde se encontraba el capitán Juan de Saavedra con una cuadrilla que, aunque pequeña en número, pues no pasaba de ochenta y cinco hombres, era grande en valor y autoridad". Alonso de Alvarado estaba radiante, y además supo que bastantes vecinos de la ciudad habían ido directamente a Lima para incorporarse a la lucha contra Girón. Total que, al entrar en la ciudad, contaba con más de mil doscientos soldados, y ya se consideraba vencedor en la próxima batalla.

 

     (Imagen) Veremos más adelante cuál  fue el destino de la familia de Francisco Hernández Girón después de su derrota y muerte. Pero voy a dedicar esta imagen a su suegro: DON ALONSO DE ALMARAZ. Fue un personaje de relieve, que llegó a las Indias como gobernador de Tierra Firme (Centroamérica). Algunos lo ponen en duda, pero Pedro de la Gasca nos va a dejar claro que sí ocupó ese puesto, aunque fugazmente, porque, poco después de llegar a aquellas tierras, ejercía el cargo de contador de la Hacienda Real, y más tarde pasó como tal a la ciudad de Lima. Estaba casado con Doña Leonor Portocarrero, y su hija, la mujer de Girón, se llamaba Mencía de Almaraz (se casaron hacia el año 1550). El año 1548, estando aún en Tierra Firme, envió un comunicado al Rey (el de la imagen) con noticias de Perú: La inminente batalla de Jaquijaguana, en la que Pizarro contaba con 700 hombres, y La Gasca con 2.000, el cual acababa de mandar preso a España a Diego García de Paredes (de lo que ya hablamos) con otros tres sublevados. Algunos comentarios de Pedro de La Gasca en sus escritos demuestran que le tenía gran aprecio a Almaraz, quien, sin duda, se mantenía fiel a la Corona. Así de claro lo indica: "Me dicen que Alonso de Almaraz, gobernador de Tierra Firme, va a venir a esta tierra. Es una de las personas que más  me agrada, porque tiene lo que en los hombres falta, que es la fidelidad, por lo que creo que sería muy bueno, para el servicio de Su Majestad y conservación de su hacienda, que se le nombrara gobernador de la provincia de las Charcas". Sin embargo, también tuvo Almaraz después un comportamiento dudoso. El año 1550, lo nombró tesorero el virrey Don Alonso de Mendoza, y a Almaraz lo apresaron y le dieron un plazo de cuatro años para que devolviera 20.000 pesos de la Hacienda Real que habían desaparecido, cantidad de la que ya no disponía. Poco después, ALONSO DE ALMARAZ murió, y es muy probable que, con ello, se evitara otra tragedia, la de ver a su yerno, Francisco Hernández Girón, convertido en un fanático rebelde que acabó ejecutado. El dolor habría sido doble, porque también su hija, Mencía de Almaraz, apoyaba las andanzas de Girón, quizá por el simple hecho de ser su marido, y no hay duda de que DON ALONSO DE ALMARAZ fue siempre un fiel servidor de la Corona.




martes, 24 de noviembre de 2020

(Día 1274) La inesperada victoria de Girón creó malestar en la tropa realista, y obligó a los oidores a sustituir a los dos jefes principales por Pablo de Meneses y Don Pedro de Portocarrero.

 

     (864) Por lo que dice el cronista, se ve que los soldados de Meneses huyeron desperdigados: "Como sus hombres escapaban a rienda suelta, se desvió del camino y fue a Chincha con otros tres que le siguieron. Los enemigos, según se retiraban de vuelta, fueron recogiendo cuanto en el camino hallaron, pues los leales a la Corona, por aligerar sus caballos y mulas, lo habían echado, como hacen los navegantes cuando temen ahogarse con la tormenta". Luego cuenta una anécdota que muestra, una vez más, su aprecio por los caballos: "Voy a contar algo que ocurrió en aquellas circunstancias, y se refiere a la lealtad de un caballo que yo conocí. En aquel trance de la huida, se hallaba un caballero del bando de Su Majestad, vecino del Cuzco, y uno de los primeros conquistadores de aquel imperio, que se llamaba Juan Julio de Ojeda. Iban todos huyendo a rienda suelta, y él cayó del caballo, el cual, viéndolo caído, aunque iba corriendo entre más de trescientas cabalgaduras, se paró de repente, sin menearse hasta que su dueño se levantó y subió en él, salvando su vida por la lealtad del caballo, a lo cual se le dio mucha importancia por ser cosa tan rara".

     Está claro que esta primera 'batalla' de Villacurí, que  ganó Francisco Hernández Girón, resultó un levísimo enfrentamiento militar, en el que su victoria se debió a la huida de sus enemigos al verse sorprendidos con su llegada. Pero afectó a la moral de los derrotados, y surgieron problemas en la Audiencia de Lima. Además, ya antes de que ocurriera la humillante desbandada, los capitanes y soldados desconfiaban de la competencia  militar de los dos capitanes generales, el licenciado Santillán y el obispo Loaysa: "Cuando llegó al campamento general la noticia del desbarate de Villacurí, quedaron todos asombrados, porque contaban con la superioridad de Pablo Meneses sobre el enemigo. Los oidores, capitanes y demás consejeros se alteraron mucho, y todos coincidían en que las divisiones de opinión que había entre los dos capitanes generales habían sido la causa de aquella pérdida de la reputación del ejército imperial, aunque sabían que habían ganado en gente, porque muchos del bando del tirano se pasaron al suyo. Por ello, se juntaron todos y acordaron destituir, por provisión real  a los dos capitanes generales, que Pablo de Meneses hiciese el oficio de capitán general, y Don Pedro de Portocarrero fuese maestre de campo. Lo cual también fue criticado por muchos, diciendo que, a un jefe militar que había perdido una batalla como aquella, en lugar de castigarlo, le aumentaban la honra, subiéndole a maestre de campo, en lugar de rebajarlo a la altura de un soldado".

     Se les comunicaron a los dos capitanes generales su destitución, y, aunque la recibieron de muy mala gana, la acataron: "Se ordenó que persiguieran  al tirano rápidamente ochocientos hombres, pero se retrasó la salida tres días, porque también sobre esto hubo muchas discusiones. El licenciado Santillán se disponía a volver a Lima, pero con sus parientes y amigos, que eran muchos, pues casi llegaban a ciento cincuenta personas. Uno de sus amigos le dijo que sería un escándalo que llevase a tantos, pues hasta se pensaría que intentaba rebelarse. Por lo cual, el licenciado despidió a todos, y solo partió con sus criados".

 

     (Imagen) Al preparar su ejército, Alonso de Alvarado nombró, entre sus capitanes, a Juan de Larrínaga Salazar (casado con Francisca de la Mina Medel), quien enderezó su rumbo rebelde pasándose al ejército de Pedro de la Gasca, y permaneció para siempre  fiel a la Corona, llegando a vivir, enriquecido, 95 años. Como ya le dediqué una imagen, toca  hablar de su hijo, LEANDRO DE LARRÍNAGA SALAZAR, el cual, como hombre culto, corrigió el apellido familiar, pues en las crónicas aparece como 'de la Reinaga'. Nació el año 1563 en Osorno (Chile), lo que revela que su padre anduvo también por aquellas tierras, aunque la familia volvió a Lima dos años después. No todos los españoles eran conquistadores. Algunos escogieron caminos menos violentos, como el de los mercaderes, clérigos, letrados y funcionarios. Leandro nació con una clara inclinación intelectual, y, siendo muy joven, inició sus estudios de leyes en San Marcos, la universidad limeña, oficialmente considerada como la primera creada por los españoles en las Indias. No solamente hizo una brillante carrera, sino que, además, se convirtió en una de las figuras principales  de dicho 'templo de la sabiduría', donde alcanzó el grado de doctor (el primer criollo que lo obtuvo), ejerció como catedrático y tomó el mando de la entidad, siendo cinco veces su rector. A lo que se unieron cargos políticos, como el de regidor perpetuo  del cabildo de Lima. Su prestigio le dio acceso a la cercanía de los virreyes, convertido en su consejero, obteniendo así honores como el de caballero de la Orden de Calatrava, y, entre otros cargos, el de abogado oficial de los indígenas. Hay un curioso documento (el de la imagen), redactado el año 1600, en el que se propone como oidor de Tierra Firme (Centroamérica) a LEANDRO DE LARRÍNAGA, abogado de la audiencia de Lima. Se trataba de sustituir al oidor Alonso de la Torre, que tenía más de 70 años,  no veía y llevaba más de ocho meses muy enfermo en la cama. Y lo estaba por la insalubridad de la zona. En el escrito se dice: "Como esta tierra es muy enferma, los que sirven aquí dos años pueden adquirir los méritos de (los que luchan en) Flandes, por las continuas enfermedades y el riesgo de la vida". No se sabe si Leandro se atrevió a ir a semejante infierno. Murió en Lima el año 1624, y su mujer, Juana Cervera de Rivadeneira, en 1653.




lunes, 23 de noviembre de 2020

(Día 1273) Aunque Girón hizo mucho daño a los soldados de Pablo de Meneses (uno de los que murieron fue el generoso Miguel Cornejo), dejó de seguirlos porque le abandonaban algunos de los suyos.

 

          (863) Pablo de Meneses y sus hombres estaban excesivamente tranquilos, confiando en la valía de Lope Martín y los hombres que había llevado consigo, como si el no tener noticias de ellos fuera síntoma de que todo les iba bien. Pero 'el lobo' andaba cerca: "Él y los de su tropa dormían descuidados, sin recelo alguno y sin centinelas. Al amanecer, uno de sus soldados, que había salido a buscar un poco de maíz, oyó ruido de gente, y vio una cuadrilla de treinta de a caballo que Francisco Hernández Girón había enviado por delante para que hicieran escaramuzas con los del bando del Rey, hasta que él y los suyos llegasen a pelear con ellos. El soldado dio la alarma avisando de los que venían. Pablo de Meneses, entendiendo que se trataba de poca gente,  no quiso retirarse, y mandó prepararse para la pelea, sin hacer caso a los que opinaban lo contrario, lo cual fue muy dañoso, porque dio lugar a que los enemigos se acercasen. Viendo entonces Meneses asomar por los arenales mucha gente de los contrarios, mandó a los suyos que se retirasen a toda prisa, y él se quedó en la retaguardia para retenerlos".

     Se produjo el primer contacto de pelea, con algunos heridos y muertos por ambas partes, agravándose el conflicto porque pronto llegó todo el escuadrón de Francisco Hernández. Los de Meneses se defendían mientras buscaban la retirada: "Duró la persecución más de tres leguas. Resultaron heridos el capitán Luis de Ávalos y seis más, y murieron unos quince, entre ellos, Miguel Cornejo, vecino de Arequipa. Y así le ocurrió porque llevaba una celada borgoñona, con la visera calada, de manera que no podía respirar por el polvo de los que huían y el mucho calor que hace en aquellos valles. No acertó a alzar la visera por la prisa que llevaba y el temor de los enemigos, y se ahogó dentro de la celada. Lo sintieron mucho los que le conocían, porque era hombre muy estimado y de mucha bondad, como la tuvo con Francisco de Carvajal y su familia, al verlos desamparados en la plaza de Arequipa (por lo que más tarde Carvajal le perdonó la vida)".

     Curiosamente, a pesar de su victoriosa arremetida, Girón mandó parar la persecución, porque se daba cuenta de que, en la galopada, muchos de los suyos se iban pasando al bando contrario, lo cual era un mal crónico de todos los ejércitos rebeldes, cuyos soldados vivían siempre temerosos de un final trágico e ignominioso: "Los enemigos llamaron a retirada, porque, aunque iban victoriosos, porque vieron que muchos de ellos, cuando perseguían a los que huían se pasaban al bando del Rey, de manera que, a toda prisa, volvieron hacia atrás antes de que entre ellos se formase algún motín. Entre los que se le huyeron a Girón aquel día, estaba un vecino del Cuzco llamada Juan Rodríguez de Villalobos, a quien él, con intención de ganárselo para su rebeldía, le había casado con una cuñada suya, hermana de su mujer. En cuanto lo supo Girón, dijo con desdén que no le pesaba nada su ausencia, y, engrandeciendo más su desprecio, dijo que todos los que no quisiesen seguirle, se fuesen adonde los oidores, pues él les daba libertad, ya que no quería compañía de hombres forzados, sino de amigos voluntarios".

 

     (Imagen) DON PEDRO DE PORTOCARRERO fue uno de los más notables conquistadores de Perú. Nació en Jerez de la Frontera (Cádiz) hacia el año 1510. Batalló en Guatemala y México bajo el mando del gran Pedro de Alvarado, con quien, posiblemente, llegó a Perú, quedándose allí, como otros muchos, cuando Alvarado se retiró por disputas territoriales. Tomó partido por Francisco Pizarro en los conflictos que tuvo con Diego de Almagro, aunque siempre le aconsejó un arreglo amistoso. Derrotado y muerto Almagro en la batalla de Salinas (año 1538), y posteriormente asesinado Pizarro, Pedro se unió al bando legal de Vaca de Castro para luchar contra Almagro el Mozo, participando en la batalla de Chupas, la de la derrota y muerte del trágico y joven caudillo. Por esa fidelidad a los Pizarro, cometió un grave error: se puso a las órdenes de Gonzalo Pizarro cuando inició la rebelión en la que mataron al virrey, habiendo incluso nombrado a Pedro capitán de caballería en el Cuzco. Allí sirvió bajo el mando del temible pizarrista Alonso de Toro, quien estuvo a punto de matarlo dos veces por desconfiar de su fidelidad. Algunos indicios habría, porque, aunque Pedro entró triunfante con Gonzalo Pizarro en Lima después de que el virrey fuera derrotado, no tardó mucho en pasarse al bando de Pedro de la Gasca, y participó decisivamente a sus órdenes en la derrota y muerte de Gonzalo Pizarro. Ahora le veremos sufrir un fracaso frente al rebelde Francisco Hernández Girón en Villacurí. Pero no será definitivo, porque, en la siguiente batalla, la de Pucará, conseguirán vencerlo. Girón logró huir, pero le duró poco la esperanza, ya que un grupo de soldados, con dos capitanes y bajo el mando, precisamente, de PEDRO DE PORTOCARRERO, lo apresaron, lo entregaron a los oidores de la Audiencia de Lima y fue ejecutado a finales de 1554. Pedro se casó entonces en Lima con María Antonia de Escobar (enviudada ya dos veces y probable introductora del trigo en Perú), de cuyo enlace nació un solo hijo, Pedro Portocarrero Escobar. El año 1555, como se ve en la imagen, le daban a Pedro en Lima un plazo de un año para presentarse (en persona o por medio de su procurador) en el Consejo de Indias, aportando pruebas de que él y su mujer tenían derecho a dos encomiendas de indios. (Se suele decir, erróneamente, que se casaron el año 1559).




sábado, 21 de noviembre de 2020

(Día 1272) Varios informantes le permitieron a Girón apresar a Lope Martín, y lo mataron cruelmente. A Pablo de Meneses le enviaron refuerzos de hombres el obispo Loaysa y el oidor Hernando Santillán, pero Girón los va a sorprender.

 

     (862) Pero aquel era un mundo de indecisos y traidores: "El soldado Cuevas hizo el viaje, y envió el maíz con los indios, diciéndoles que, cuando acabara su caballo de comer, él iría en pos de ellos. Pero, cuando se vio solo, en vez de ir adonde Meneses, fue adonde Girón, y le dio cuenta de cuántos eran los enemigos, y de que tenían intención de atacarle la próxima noche, pidiéndole al mismo tiempo perdón por habérsele huido. Le contestó que lo había consentido Dios para que informase sobre los enemigos y no le pillasen desprevenido. Pablo de Meneses, Lope Martín y todos los suyos, viendo que Francisco de Cuevas no volvía, sospecharon lo ocurrido, y pensado que los enemigos, sabiendo cuán pocos eran, vendrían a buscarlos, acordaron retirarse a un pueblo llamado Villacurí, y que treinta de a caballo quedasen en la retaguardia, para avisar de lo que fuese menester. A esto se ofreció Lope Martín con otros tres compañeros. Los cuales subieron luego a un cerro alto para ver mejor a los enemigos, pero les perjudicó, porque todo aquel valle tiene mucha arboleda que no deja ver lo que hay debajo de ella. Estando allí vigilando, un indio de los de Francisco Hernández Girón acertó a verlos, y dio aviso de ello a los suyos, los cuales se acercaron por las espaldas adonde estaban los de Lopez Martín, que no vieron a los que tenían detrás" (Inca Garcilaso pudo comprobar después las características nefastas del emplazamiento).

     Y se produjo otra tragedia en aquellas guerras brutales: "Viéndose atajados, huyeron por una parte y por otra del camino, hubo tres que no pudieron escaparse, y, entre ellos, Lope Martín. No le reconocieron sus enemigos, pero llegó un moro berberisco, que había sido esclavo del  difunto Alonso de Toro, cuñado de Tomás Vázquez, y le dijo a Alonso González que uno de los presos era Lope Martín. Se regocijaron con la noticia, y lo llevaron ante Francisco Hernández Girón, pero no lo quiso ver, sino que mandó que lo matasen rápidamente, junto a otro soldado apresado, que había huido de la tropa de Girón, y así se cumplió". No faltó después un detalle muy macabro: "A Lope Martín le cortaron la cabeza y la pusieron en la punta de una lanza, llevándola como trofeo en la batalla de Villacurí. Lope Martín fue de los primeros conquistadores del Perú, pues se halló presente  en el apresamiento de Atahualpa".

     Sin saber todavía Pablo de Meneses lo que había pasado, conservaba el optimismo mientras perseguía a las tropas de Girón: "Escribió a los dos generales del ejército, el oidor Santillán y el arzobispo de Lima (Loaysa) diciéndoles que él iba con poca gente, y el enemigo con mucha, por lo que les pedía que le enviasen ayuda de soldados con toda brevedad, pues pensaba destruir a los contrarios. Cumpliendo su demanda, les mandaron más de cien hombres. Por su parte, Francisco Hernández Girón se había enterado, a través de Lope Martín y de sus compañeros, de dónde y cómo estaba Pablo de Meneses, por lo cual preparó a su gente para ir a toda prisa en pos de él. Y la buena ventura le iba a ayudar a conseguir la victoria, pues un soldado de los de Lope Martín, que había logrado escapar, teniendo miedo a que lo apresaran y lo mataran, se escondió en un algarrobal, y no pudo ir a dar aviso a Pablo Meneses de lo que había ocurrido".

 

     (Imagen) El licenciado HERNANDO SANTILLÁN DE FIGUEROA fue todo un carácter. Nació en Sevilla hacia el año 1519 en una familia de la alta nobleza. Se casó con Ana Dávila de Baamonde, también sevillana. Llegó a la Audiencia de Lima el año 1549, donde había gran antagonismo entre los oidores. Veremos pronto que él y el obispo Loaysa, que actuaban como capitanes generales, fueron destituidos por la derrota que sufrieron en Villacurí. Pero después Santillán tuvo de nuevo mando en la victoriosa batalla de Pucará. Muerto en ella el rebelde Girón, dio un cambio brusco su vida. Ocurrió que en 1554 fue nombrado gobernador de Chile (tras fallecer Pedro de Valdivia) García Hurtado de Mendoza (hijo del virrey marqués de Cañete),  el cual se encontró con problemas porque recibió críticas de los oidores y, además, aspiraba a su puesto el oidor Melchor Bravo de Sarabia. El joven García eligió como asesor a Hernando Santillán, a quien nombró justicia mayor y teniente general de Chile. Luego le encargó que inspeccionara los malos tratos dados por los españoles a los indios, y Santillán consideró que era necesario obligarles al trabajo personal para obtener los impuestos que exigía la Hacienda Real. Sin embargo, redactó un informe en el que sugería que los extenuantes servicios personales de los indios fueran sustituidos por tributos. En 1559, Santillán fue castigado a dos años de destierro por irregularidades en su administración, y volvió a Lima para ejercer como oidor. En 1562 viajó a España para cumplir su destierro, y le escribió a Felipe II un informe en el que admiraba las tradiciones de los incas y criticaba a los españoles. En 1564 volvió a las Indias con el importante cargo de Presidente de la Audiencia Real de Quito (ver imagen), donde tuvo enfrentamientos con el gobernador por defender a los indios. También por irregularidades, lo desterraron de nuevo, y regresó a España  en 1570, donde se enteró de las duras críticas que le hacía el cronista  Palentino en su 'Historia del Perú', recién publicada. Sorprendentemente, fallecida su mujer, de la que solo tuvo una hija, se convirtió en clérigo, y fue nombrado obispo de Charcas (Perú). De viaje hacia su diócesis, llegó hasta Lima, sin poder seguir su camino porque murió en esa ciudad en febrero de 1574. No hay duda de que los kilómetros que recorrió en su vida fueron un récord.




viernes, 20 de noviembre de 2020

(Día 1271) Seguían escapándosele a Girón soldados. Tuvo sospechas de que le iba a abandonar Nuño Mendiola, y, sin permiso suyo, lo mató el ruin Diego de Alvarado. Llegó de Chile Gaspar de Orense con la noticia de la muerte atroz de Pedro de Valdivia.

 

     (861) Ahora Inca Garcilaso nos traslada, brevemente, a Chile: "Por aquellos días vino de Chile un vecino de la ciudad de Santiago, llamado Gaspar de Orense, con las tristes noticias del levantamiento de los indios araucanos en aquellas tierras, y de la muerte del gobernador Pedro de Valdivia con los hombres que le acompañaban, lo cual  fue muy sentido por todos los del Perú, así como el alzamiento de los indios, que empezó en los primeros días del año 1553, y oí decir que todavía no se ha acabado esa guerra cuando yo estoy escribiendo esta crónica, que es casi en el final del año 1611. Incluso están aquellos indios más soberbios y pertinaces que al principio, por las muchas victorias que han tenido y las ciudades que han destruido. Dios quiera que se le ponga remedio como más convenga a su servicio".

     Francisco Hernández Girón iba retirándose con su tropa, muy inquieto por temer que lo alcanzaran sus enemigos, pero se tranquilizó: "Pasados tres días, los contrarios no daban señales de ir tras él, y supo, además, por sus espías que no se ponían de acuerdo, pues a lo que ordenaban los oidores, se oponían los generales, habiendo en todo confusión, bandos y diferencias. Por lo cual, pudo caminar con más seguridad, mas no por eso dejaron de sucederle enojos con sus mayores amigos. Por simples sospechas de que querían huir, ahorcó a dos de sus mejores soldados. Cuando llegaron al valle de Chincha, abundante de comida, el capitán Nuño Mendiola le dijo que convenía descansar allí tres o cuatro días. Francisco Hernández Girón no quiso admitir el consejo, y no faltaron quienes le dijeron que Mendiola quería pasarse al Rey. Lo  creyó con mucha facilidad, y, acordándose de que su alférez, Gamboa, había huido con Diego de Silva pocos días antes, le dijo a su maestre de campo (el brutal Diego de Alvarado)  que le quitase las armas y el caballo, y le dejase huir adonde quisiese. Pero el maestre de campo le quitó también la vida, y así murió el pobre capitán Nuño Mendiola, al que tal pago le dieron a pesar de haber sido uno de los primeros confederados de Girón". Ya vemos que no era la primera vez que Diego de Alvarado hacía lo mismo sobrepasando los castigos ordenados por Girón, por lo que, o era tonto de remate, o está claro que sabía cómo iba a terminar Mendiola. Había muchos Pilatos entre los cabecillas rebeldes, y así se lavaba también las manos Gonzalo Pizarro con las crueles actuaciones de Francisco de Carvajal.

     A pesar del rigor de los de Girón con los traidores, no faltaban quienes decidieran correr el riesgo: "Algunos huyeron, yendo a donde Pablo de Meneses, y le dijeron que Francisco Hernández Girón iba muy mermado, pues ya casi solo le quedaban trescientos hombres, pero, en realidad, tenía más de quinientos. Con estas noticias, Meneses decidió ir tras ellos para desbaratarlos. Se preocupó al darse cuenta de que no llevaban maíz suficiente para sus cabalgaduras, pero se le ofreció un soldado de los que se le habían huido a Girón, que se llamaba Francisco de Cuevas, para coger mucho maíz de un sitio que él conocía, y Meneses lo envió con una docena de indios con los que traer la carga".

 

     (Imagen) Nos vamos para Chile y volvemos a Perú en una misma imagen. GASPAR DE ORENSE, nacido en Burgos hacia el año 1519, llegó a Perú en 1543, y se puso al servicio de Gonzalo Pizarro antes de que iniciara su rebeldía contra la Corona. Luego fue reclutado por Alonso de Monroy para ir a Chile y luchar bajo el mando de Pedro de Valdivia, llevando una carta de recomendación escrita por Gonzalo Pizarro. Ya incorporado en las tropas chilenas, destacó en la lucha contra los terribles indios araucanos. En 1547, al marchar Valdivia a Perú, Orense sirvió al gobernador interino Francisco de Villagra, quien le confió la misión de apresar al obsesivo conspirador Pedro Sancho de la Hoz, tan multifacético, que hasta escribió, como testigo directo y secretario de Francisco Pizarro, una crónica centrada en el apresamiento y muerte de Atahualpa. En cuanto Gaspar de Orense lo apresó y lo entregó, Villagra ejecutó a Pedro Sancho por ser muy peligroso. Tras vencer junto a La Gasca en Jaquijaguana, volvió a Chile Valdivia, y poco después se deterioraron sus relaciones con Orense, quien, sin embargo, se ganó la confianza de Villagra. Muerto Valdivia, fue enviado Orense a España el año 1554 para defender la causa de Villagra como aspirante a nuevo gobernador de Chile, pues había otros pretendientes. Le acabamos de ver llegando a Lima y dando a los oidores de la Audiencia la noticia de la tragedia de Valdivia. El barco siguió su rumbo, y, en Panamá, fue también él quien se lo comunicó a Doña Marina Ortiz de Gaete, la trágica viuda de Valdivia, que nada sabía de lo ocurrido. El documento que portaba Orense informaba de que "los indios araucanos habían matado desastrosamente a Pedro de Valdivia, y lo tuvieron vivo tres días comiéndolo a bocados". Lo habían martirizado a finales del año 1553, pero cuatro meses después (como se ve en el documento de la imagen) daban en Valladolid los del Consejo de Indias su conformidad para que se ampliaran las competencias de Pedro de Valdivia y se le concediera el Hábito de Santiago. Conocieron la verdad  de su fallecimiento bastante más tarde, que sería confirmada con los documentos que portaba GASPAR DE ORENSE, los cuales sirvieron también para que Francisco de Villagra lograse temporalmente la gobernación de Chile. Un último detalle: los documentos llegaron, pero Gaspar no, porque el barco naufragó frente a la costa española y él se ahogó, a principios del año 1555.




jueves, 19 de noviembre de 2020

(Día 1270) Hubo un caso de extrema anarquía por parte de un grupo de irresponsables. Muchos de ellos fueron duramente castigados, encargándose de hacerlo, entre otros, el juez Bernardino Romaní.

 

     (860) Cuenta el  cronista: "En la ciudad de San Miguel vivía un soldado de buen  nombre y buena reputación, llamado Francisco de Silva. Como los oidores habían enviado aviso del levantamiento de Francisco Hernández Girón, el corregidor de Piura, Francisco Delgadillo, le encargó a Silva que fuera a Tumbes y recogiera los soldados que encontrase por aquella costa. Hizo lo que se le mandó, y volvió con unos veintisiete soldados. Habiendo estado los soldados en la ciudad doce o trece días sin que les dieran posada ni comida, fueron adonde el corregidor con Francisco de Silva, y le suplicaron que les diera licencia para ir a Lima a servir a Su Majestad. El corregidor se la dio, aunque forzado por los ruegos de toda la ciudad. El día siguiente, cuando iban a partir, el corregidor, sin motivo ninguno, revocó su permiso. Francisco de Silva y los soldados, viendo que de nada servían sus  ruegos, acordaron entre todos matarlo y saquear la ciudad, e irse a servir a Francisco Hernández Girón (parece que, con mucha frecuencia, pesaba más el interés que la lealtad), ya que no les dejaban ir a servir a Su Majestad".

    Se diría que el clima creado por las guerras civiles había arruinado los valores de aquella sociedad. Los confabulados fueron a la casa del corregidor (que, asimismo, demostró tener una estúpida prepotencia), y lo apresaron. Por si fuera poco, los también trastornados autores del motín mataron a uno de los dos alcaldes habituales en aquellas tiempos, y saquearon desenfrenadamente la ciudad, arrebatando hasta los fondos públicos de la Caja Real. Para mayor desgracia, llegó entonces un soldado al que habían desterrado los oidores en Lima, y se les ocurrió la genialidad de convencerle al recién venido para que les dijera a los vecinos la mentira de que Francisco Hernández Girón se acercaba triunfante a la ciudad de Lima, por lo que hasta los oidores se habían unido a su causa. Les habló de que él se disponía a ir a ponerse a su servicio, y la mayoría de los vecinos de San Miguel, contagiados de entusiasmo, decidieron hacer lo mismo.

     Aquello era una fiesta: "Llevaron preso al corregidor, y a otros nueve vecinos importantes de la ciudad, y así caminaron más de cincuenta leguas, con toda la desvergüenza posible, hasta que llegaron a Cajamarca, donde dos españoles les contaron que Francisco Hernández Girón iba huyendo y los oidores en pos de él, siendo muy posible que el tirano hubiera ya muerto. Francisco de Silva y sus compañeros, totalmente aturdidos por estas noticias, decidieron volver a la costa y buscar algún navío en el que poder huir. Soltaron al corregidor y a los demás presos, y decidieron huir en grupos pequeños. El corregidor,  viéndose libre, se juntó con otros en servicio del Rey, prendió a algunos de los fugitivos, y los hizo cuartos. Los oidores, enterados de los atrevimientos y desvergüenzas de aquellos hombres, enviaron un juez llamado Bernardino Romaní para castigarlos; el cual prendió y ahorcó a casi todos, y a otros echó a galeras. Francisco de Silva y otros compañeros se fueron a Trujillo, entraron en el convento de San Francisco, tomaron su hábito, y después salieron de la ciudad. Luego se embarcaron en un navío con el que pudieron escapar del Perú, y salvaron sus vidas".

 

     (Imagen) Acaba de decirnos el cronista que a 'un juez' llamado BERNARDINO ROMANÍ le encargaron los oidores que capturara a varios rebeldes huidos de la ciudad de San Miguel de Piura (la primera fundada por los españoles en Perú), y que lo hizo de forma eficaz ahorcando a varios. En realidad, Romaní, no era un simple mandado, sino todo un personaje. Tuvo larga experiencia en cargos de funcionario de alto relieve junto a Carlos V por Flandes, Francia y Alemania. Había nacido en Sevilla hacia el año 1500, y se embarcó para el Perú, con una carta de recomendación del Rey para La Gasca, en 1549, ostentando los cargos de factor y veedor de la ciudad de Lima. Iba con su mujer y sus hijos, y, en concreto, solicitó a los oidores de Lima que le concedieran un medio de vida al futuro esposo de una hija suya, de 17 años. Llegado a su destino, impulsó pronto iniciativas para el mejor funcionamiento de la administración. Y así, en 1551 y por petición suya, el entonces Príncipe Felipe le indicó al virrey Don Antonio de Mendoza que convenía tener dos funcionarios encargados de la contabilidad de la Hacienda Pública, y que se creara una  casa real en Lima donde se reuniesen los oficiales y se guardasen los impuestos, como en Sevilla, Nombre de Dios y otras ciudades. Con el tiempo, su autoridad fue en aumento. Ejerció como oidor en la Audiencia de Lima, e, incluso, ostentaba el más alto cargo político, el de corregidor de la ciudad. Sin morderse la lengua, se atrevió a exponer una crítica contra el virrey Marqués de Cañete en un informe enviado al Consejo de Indias, porque actuaba con ínfulas aristocráticas y gustos ostentosos, y afirmaba que "sin serlo, quería parecer un rey". El comentario hizo efecto, y, tiempo después, el Príncipe Felipe le pidió al nuevo virrey, el Conde de Nieva, que no copiara el pomposo estilo que había establecido Cañete. Curiosamente, en 1549, recibió Pedro de la Gasca una carta de aquel obispo de Plasencia, Gutierre Vargas de Carvajal, de quien ya vimos su apasionante biografía, y el fracaso de la expedición que envió por el Estrecho de Magallanes. Le pedía a La Gasca que hablara con el contador del Rey, BERNARDINO ROMANÍ (recién llegado a Perú), para que le ayudara a recuperar un dinero que se le debía.




martes, 17 de noviembre de 2020

(Día 1269) Girón planeó un ataque por sorpresa, pero lo desechó porque se lo descubrieron a los enemigos. Desanimado, renunció a atacar en Lima y decidió volver al Cuzco.

 

     (859) Girón lamentó mucho la pérdida de Lezama y sus soldados, pero no desesperó: "Siguió adelante con su ejército, confiando en los ardides de guerra que había preparado. Al llegar al valle de Pachacama, a cuatro leguas de la ciudad de Lima, determinó con sus hombres acometer durante la noche al ejército del Rey  llevando por delante las vacas de aquel lugar, que eran muchas, con unas velas encendidas atadas a los cuernos, y con muchos indios y negros, más algunos arcabuceros que fueran azuzándolas, para distraer al escuadrón enemigo,  y así acometerlo por donde mejor pudiesen".

    Pero tan aparatoso plan no va a servir de nada. Resumo lo que cuenta al respecto Inca Garcilaso. En el otro bando, los oidores, sus dos generales y los capitanes contaban con unos mil trescientos hombres. Ya sabían que Girón estaba en el  valle de Pachacama, y, para reforzar el entusiasmo de sus hombres, los oidores hicieron saber que quedaban suspendidas temporalmente todas las normas que prohibían someter a servidumbre a los indios y utilizarlos como porteadores de cargas. Incluso decidieron enviar a España dos procuradores para  conseguir del Rey que favoreciese al máximo a los vecinos. Los escogidos fueron don Pedro Luis de Cabrera (el hombre más obeso que había conocido el cronista), vecino del Cuzco, y Don Antonio de Ribera (el sensato y rico marido de la excepcional Inés Muñoz), vecino de Lima, que fue el único que llegó a su destino.

     Empezaron a tantear sus fuerzas avanzadillas de los dos ejércitos, pero lo que quedó claro es que, como solía ocurrir en todos los ejércitos rebeldes, se iban pasando soldados al bando legal: "Se adelantó Diego de Silva mostrándose muy partidario de Girón, pero, en cuanto vio una oportunidad, se unió al campo de Su Majestad, llevando consigo cuatro soldados famosos; uno de ellos se apellidaba Gamboa, y era alférez del capitán Nuño Mendiola. Y así huyeron otros muchos soldados". Viendo el panorama, Francisco Hernández Girón decidió volverse al Cuzco antes de que los abandonos fueran en aumento. Además, el plan de enviar por delante las vacas en tropel ya no tenía sentido, porque Diego de Silva se lo habría revelado a los enemigos.

     Dio, pues, la vuelta Girón hacia el Cuzco, pero  tampoco en el campo de los oidores tenían las ideas claras. Había un exceso de opiniones sobre lo que convendría hacer. Los oidores querían mandar a Pablo de meneses con setecientos hombres tras el rastro de Girón, pero a los dos generales les pareció un peligro quedarse escasos de soldados y decían que era más prudente que partiera con solo cien. Los oidores se oponían a esta propuesta, pero, tras muchas discusiones, se impuso la de los generales: "Por todo ello, partió Pablo de Meneses bien desabrido y descontento por tanta mudanza de órdenes y por el rigor de los generales, que ni siquiera consintieron que fuesen con él algunos amigos suyos que querían acompañarle". Dicho lo cual, el cronista va a abandonar este escenario para hablarnos de otro asunto que ocurrió aquellos mismos días en la ciudad de San Miguel de Piura, la primera fundada por los españoles en Perú.

 

     (Imagen) El licenciado DIEGO GONZÁLEZ DE ALTAMIRANO nació también en Trujillo, cantera abundante de grandes protagonistas en Perú. Él llegó a aquellas tierras el año 1551, tras haber hecho una inspección en Panamá sobre si su gobernador, Sancho Clavijo, estaba cumpliendo la orden de evitar que se abusara de los indios. Hizo el viaje con su mujer, Doña Leonor Torres, y sus hijos García e Isabel, más doce criados, lo que daba idea de su importancia social. Al poco de llegar a Lima, donde estaba ya como fugaz virrey Don Antonio de Mendoza, envió Altamirano a la Corte Real un informe (el de la imagen) de las medidas que consideraba necesarias para la paz de aquellos lugares, donde hacía referencia, proféticamente, a la anarquía que estaba imperando entre sus pobladores: "Es necesario limpiar la tierra de gente vagabunda, de delincuentes y de otros hombres perjudiciales que hay en ella, pues provocan muchas alteraciones, y están dispuestos a unirse a cualquiera que se quiera rebelar". No tardó en morir el virrey, y asumieron la máxima autoridad los oidores de la Audiencia, para hacer frente al alzamiento de Francisco Hernández Girón. Quisieron nombrarle a Altamirano gobernador de la ciudad de Lima, pero tuvieron que darle el cargo a Diego de Mora, porque él se negó, alegando que no era función de los oidores participar en las guerras, y, aunque quisieron suspenderlo como oidor, y dejarlo sin sueldo, el Rey le dio a él la razón. Acabada la guerra con el rebelde Francisco Hernández Girón, el licenciado Altamirano fue nombrado corregidor de la demarcación de Chuquisaca, y allí fue protagonista de otro hecho dramático (al que ya hice referencia). Ejecutó, sin proceso previo, al capitán Martín de Robles, y los otros oidores, que debían de odiar a Altamirano, llegaron al extremo de condenarlo a muerte. Matar de aquella manera a Robles fue una barbaridad, pero, como ya sabemos, Altamirano se había limitado a cumplir una orden del virrey Marqués de Cañete, al que las repetidas bromas sarcásticas de Robles lo sacaban de quicio, y, habiéndose comprobado, los oidores tuvieron que desistir de su empeño, aunque poco faltó para que lo ejecutaran. También, como a todos, le llegó la fatídica hora al licenciado DIEGO GONZÁLEZ DE ALTAMIRANO, pero fue de muerte natural, y ocurrió, al parecer en su Trujillo natal, el año 1584.




(Día 1268) Los de ambos ejércitos trataban de ganarse a soldados del enemigo, o de apresarlos descuidados, y cuando era de esta manera, ejecutaban a algunos.

 

     (858) Tampoco le fue bien  al capitán Francisco Núñez: "Había salido del Cuzco con cuarenta soldados para tomar posesión de Huamanga, y se encontró con lo mismo que Vázquez en Arequipa, pues todos los vecinos, arrepentidos de su primera idea, se fueron a Lima para servir a Su Majestad. Solo se unieron a él Juan Alonso de Badajoz y Sancho de Tudela, un viejo de ochenta y seis años, que siguió  a Francisco Hernández Girón hasta que terminó su tiranía, y, después de ella, lo mataron por él". Cuando llegó Girón a Huamanga se sintió muy decepcionado, aunque le animó un poco que dos soldados de Lope Martín (de los que el cronista solo dice que eran famosos), tras abandonarlo, se unieron a él, y le dieron valiosa información de todo lo que quería saber de las tropas enemigas. Después partió de la ciudad con unos seiscientos soldados. Tanto él como sus enemigos enviaban espías por delante. Así ocurrió que Juan de Piedrahita, uno de los de Girón  "se enteró por los indios (que, como hemos dicho, hacen a dos manos) de que Jerónimo Costilla (del bando de los oidores) estaba muy cerca de él y con poca gente". Sabiendo que tenía pocos soldados, fue en su busca cabalgando toda la noche: "Al amanecer, llegó donde estaban, y, hallándolos desapercibidos, los desbarató, prendió a tres y se volvió con ellos".

     Pero, donde las dan las toman. Se juntó Jerónimo Costilla con Jerónimo de Silva, atraparon a un indio que servía al capitán Salvador de Lezama, que ya se había juntado con Juan de Piedrahita, le apretaron bien las tuercas y consiguieron que les dijera dónde estaba su amo y con cuántos soldados. Entonces pidieron refuerzos a los oidores, y les enviaron a Lope Martín con sesenta hombres: "Los cuales, ya todos juntos, les dieron tal mano a los contrarios, que, aunque eran soldados famosos, provistos de arcabuces y refugiados en un fuerte, se rindieron tras haberles dado promesas de que les perdonarían sus delitos si se pasaban al bando del Rey. Todos salieron del fuerte y se dejaron prender, menos uno que escapó y fue a darle la noticia a Francisco Hernández Girón. El cual sintió muy mucho aquella pérdida, porque confiaba mucho en Lezama, y los soldados eran de los más escogidos de su ejército".

     No obstante, de alguna manera se impuso el engaño. Llevaron a los presos adonde los oidores, y mandaron que se ahorcase a todos. Pero era tan ruin la orden, que los mismo soldados que los habían derrotado, temiendo futuras represalias, protestaron fuertemente: "Les dijeron que ellos no saldrían a ningún  tipo de escaramuza contra los enemigos, pues, en revancha, los contrarios harían lo mismo que pretendían los oidores, y ahorcarían a los que prendiesen aunque no hubiera motivos para hacerlo. Algunos capitanes se pusieron de su parte para contentarlos, y suplicaron a los oidores que moderasen su orden. Por lo cual, decidieron enviar a Lezama y a los suyos al licenciado Altamirano, oidor de su Majestad, para que hiciese lo que creyera conveniente. El cual mandó ahorcar a Lezama y a otros dos de entre los más culpables, y a los demás los desterró del Perú".

 

     (Imagen) Habrá que añadir algunas pinceladas a lo que ya conté sobre el extremeño JUAN ALONSO DE BADAJOZ, puesto que ahora le vemos en unas circunstancias decisivas, y próximo a morir. Era muy veterano, y, en un principio, de la total confianza de los hermanos Pizarro. Hasta el punto de que, cuando el tesorero Riquelme se puso en marcha hacia España para denunciarlos por supuestas infracciones legales, Francisco Pizarro le pidió a Juan Alonso de Badajoz que lo alcanzara en el camino y le hiciese cambiar de idea, operación que, tras recorrer muchos kilómetros, le salió redonda. Sin embargo, después se puso de parte de Diego de Almagro en los conflictos que tuvo con Francisco Pizarro. Y, lo que es más grave, muerto Almagro, se alió con su hijo, Diego de Almagro el Mozo, y colaboró en el asesinato del gran conquistador. Pero extrañamente, como dije, nunca fue castigado por su pertinaz rebeldía. Y así le vemos ahora a punto de luchar, con casi 70 años, en la batalla de Chuquinga junto al rebelde Girón, tan identificado con él, que vestía de la misma manera. Eso le costó la vida. Un soldado apellidado Perales (que también acabó trágicamente), buen artillero, creyó que era Girón (del que había desertado), y lo mató de un arcabuzazo en el pecho, lo que provocó la huida (momentánea) de algunos de los rebeldes, pues daban por hecho que el muerto era su jefe. Los de Girón ganaron la batalla, y, entre ellos, estaba el incorregible rebelde Lope de Aguirre (cuya firma vemos en la imagen). Entonces solo era conocido por la monstruosa tenacidad que demostró persiguiendo durante más de un año, y matando finalmente, al juez Esquivel, quien había mandado que lo azotaran tras haber cometido una infracción. En esta batalla de Chuquinga, también Aguirre recibió un pelotazo de arcabuz, y lo dejó cojo de por vida, lo que no le impidió protagonizar su terrorífica aventura en el descenso del Amazonas, en la que iban bastantes a los que, como a él, les fueron perdonados delitos cometidos. Unos años antes de morir JUAN ALONSO DE BADAJOZ, logró legitimar en Lima, como vimos, a Pedro y Benito de Badajoz, dos hijos que tuvo con una india soltera llamada Catalina, pero con un fin determinado: "para que pudieran obtener honras  y oficios en las Indias".