martes, 3 de noviembre de 2020

(Día 1257) Inca Garcilaso, testigo presencial con 15 años, describe el feroz ataque de Girón y sus hombres y cómo pudieron escapar algunos.

 

     (847) La situación en casa de Loaysa era espantosa. Inca Garcilaso sigue contando lo que allí ocurrió, aunque ya no estaba en la sala: "Mataron asimismo a un mercader rico, que se llamaba Juan de Morales y cenaba en la boda, donde, por su bondad, fue bien recibido por los vecinos. El cual, sin saber qué hacer, quiso apagar las velas que había encima de la mesa, por parecerle que a oscuras podría escapar mejor. Tiró de los manteles, y, de once velas, cayeron diez, y solo una quedó encendida. Uno de los de Francisco Hernández Girón le dio en la boca con una partesana que llevaban, diciendo: 'Traidor, ¿quieres que nos matemos aquí todos?'. Y le abrió la boca por los dos lados hasta las orejas. Otro de los soldados le dio una estocada por la tetilla izquierda, y cayó muerto. Al otro día, yo le vi las heridas al muerto, y los mismos que hicieron estas cosas las contaban con detalle, orgullosos de haberlas hecho".

     Veamos por dónde andaba el adolescente Inca Garcilaso durante la carnicería: "Mi padre, Diego de los Ríos, Vasco de Guevara, dos cuñados de este, llamados los Escalantes, Rodrigo de León, hermano de Pedro López de Cazalla (parientes del cronista Pedro Cieza de León) y otros vecinos y soldados, que en total eran treinta y seis, entraron, y yo con ellos, por la puerta de la que se había servido el corregidor, y hallaron una escalera de mano para poder subir a los tejados, desde donde se podía pasar a la casa de Hernando de Figueroa, un vecino principal, cuya puerta daba a otra calle. Mi padre les dijo a los demás que le esperasen porque iba a hablar con el corregidor para que se salvase también. Fue adonde estaba, y le dijo que la casa tenía salida, y que la gente le ayudaría para que, llegando a la plaza se remediase aquel alboroto repicando las campanas, pues, oyéndolas, los rebelados huirían. Pero, por mucho que se lo porfió, dándole razones suficientes para salir de donde esta, el corregidor cerró los oídos a todo, temiendo que le querían matar porque estaban todos confabulados, como había dicho Francisco Hernández Girón en la puerta de la sala". Se refiere a las ambiguas palabras de Girón al presentarse y pedir que nadie se moviera, por las cuales sospechó el corregidor que los sublevados estaban por todas partes,  y con un apoyo general de la población.

     Allá se quedó, pues, el corregidor del Cuzco, Don Gil Ramírez Dávalos: "Garcilaso, mi señor, salió perdida toda la esperanza, y subió al tejado, adonde estaban los demás, y yo en pos de él. Alzaron la escalera, la llevaron por el tejado adelante, la echaron hacia la casa de Juan de  Figueroa, y bajaron todos a ella, y yo con ellos. Abriendo la puerta de la calle, me mandaron que yo fuese por delante, haciendo oficio de centinela, pues, por ser muchacho, no repararían en mí, de manera que yo, con un silbido en cada esquina, les avisase para que me siguiesen. Así fuimos de calle en calle, hasta llegar a las casas de Antonio de Quiñones, que era cuñado de Garcilaso, mi señor, pues estaban casados con dos hermanas (hijas de Gonzalo Martel de la Puente, dato que se me escapó en una reseña que le dediqué). Lo hallamos dentro, de lo que mi padre recibió grandísimo contento, porque tenía mucha pena de no saber qué había sido de él". De hecho, como nos dirá Inca Garcilaso, Antonio de Quiñones se salvó con mucha suerte, gracias a un hermano de Diego de Gavilán (del que acabamos de ver una imagen)

 

     (Imagen) JERÓNIMO LUIS DE CABRERA,  el segundo marido de Luisa Martel de los Ríos, llegó muy joven a las Indias, el año 1538. Era hermano de Pedro Luis de Cabrera (del que ya vimos una imagen). Es posible que, como Pedro, se hubiera unido a la rebelión de Gonzalo Pizarro, para terminar pasándose al bando de Pedro de la Gasca. Más tarde, se estableció en el Cuzco. En cuanto se rebeló allí Francisco Hernández Girón, Jerónimo y Pedro, partieron hacia Lima para ponerle al corriente de lo ocurrido a los oidores de la Audiencia, y regresaron de inmediato con setenta hombres. En 1556, tras la muerte de Girón, estaban los dos en Trujillo, que fue cuando, como vimos, el recién llegado virrey obligó a Pedro a volver a España para que viviera con su mujer. A Jerónimo le molestó mucho esta orden, aunque, al parecer, también pesó el hecho de que Pedro era bastante conflictivo. Empezaron entonces otras grandes aventuras para Jerónimo Luis y su mujer. Jerónimo estuvo a punto de dejarse convencer por nuevos amotinadores, pero el virrey Conde de Nieva, que valoraba sus cualidades, le abrió puertas mucho más prometedoras. Por encargo suyo, Jerónimo fundó, en 1563, la villa de Valverde (Perú), hoy con 300.000 habitantes, y llamada Ica). Fue entonces cuando su mujer, Luisa Martel, reclamó como premio (ver imagen anterior) que le devolvieran la encomienda de su difunto marido, Sebastián Garcilaso. Por ser problemática la petición, les otorgaron una pensión vitalicia. Muerto el Conde de Nieva, el nuevo virrey Francisco de Toledo, lo nombró  gobernador de Tucumán, y le confió a Jerónimo Luis otra fundación más importante. Así surgió en 1573 la ciudad argentina de Córdoba (hoy con un millón y medio de habitantes). Y fue gracias a que JERÓNIMO LUIS DE CABRERA, aconsejado por el gobernador anterior, Francisco de Aguirre, no siguió el rumbo señalado por el virrey, en lo que le apoyó su mujer, que siempre lo acompañaba. A pesar de sus grandes éxitos, tuvo la desgracia que que lo sustituyera en el cargo un siniestro y envidioso gobernador, Gonzalo de Abreu, quien se ensañó con él. Lo llevó preso a Santiago del Estero, lo torturó sádicamente y lo mató a garrote vil el año 1574. La brava LUISA MARTEL no se amilanó, y siguió luchando, con éxito, por la memoria de su marido y el futuro de sus hijos. Uno de ellos, Pedro Luis de Cabrera, también hizo historia.




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