(847) La situación en casa de Loaysa era
espantosa. Inca Garcilaso sigue contando lo que allí ocurrió, aunque ya no
estaba en la sala: "Mataron asimismo a un mercader rico, que se llamaba
Juan de Morales y cenaba en la boda, donde, por su bondad, fue bien recibido
por los vecinos. El cual, sin saber qué hacer, quiso apagar las velas que había
encima de la mesa, por parecerle que a oscuras podría escapar mejor. Tiró de
los manteles, y, de once velas, cayeron diez, y solo una quedó encendida. Uno
de los de Francisco Hernández Girón le dio en la boca con una partesana que
llevaban, diciendo: 'Traidor, ¿quieres que nos matemos aquí todos?'. Y le abrió
la boca por los dos lados hasta las orejas. Otro de los soldados le dio una
estocada por la tetilla izquierda, y cayó muerto. Al otro día, yo le vi las
heridas al muerto, y los mismos que hicieron estas cosas las contaban con
detalle, orgullosos de haberlas hecho".
Veamos por dónde andaba el adolescente
Inca Garcilaso durante la carnicería: "Mi padre, Diego de los Ríos, Vasco
de Guevara, dos cuñados de este, llamados los Escalantes, Rodrigo de León,
hermano de Pedro López de Cazalla (parientes del cronista Pedro Cieza de
León) y otros vecinos y soldados, que en total eran treinta y seis,
entraron, y yo con ellos, por la puerta de la que se había servido el
corregidor, y hallaron una escalera de mano para poder subir a los tejados,
desde donde se podía pasar a la casa de Hernando de Figueroa, un vecino
principal, cuya puerta daba a otra calle. Mi padre les dijo a los demás que le
esperasen porque iba a hablar con el corregidor para que se salvase también.
Fue adonde estaba, y le dijo que la casa tenía salida, y que la gente le
ayudaría para que, llegando a la plaza se remediase aquel alboroto repicando
las campanas, pues, oyéndolas, los rebelados huirían. Pero, por mucho que se lo
porfió, dándole razones suficientes para salir de donde esta, el corregidor
cerró los oídos a todo, temiendo que le querían matar porque estaban todos
confabulados, como había dicho Francisco Hernández Girón en la puerta de la
sala". Se refiere a las ambiguas palabras de Girón al presentarse y pedir
que nadie se moviera, por las cuales sospechó el corregidor que los sublevados
estaban por todas partes, y con un apoyo
general de la población.
Allá se quedó, pues, el corregidor del
Cuzco, Don Gil Ramírez Dávalos: "Garcilaso, mi señor, salió perdida toda
la esperanza, y subió al tejado, adonde estaban los demás, y yo en pos de él.
Alzaron la escalera, la llevaron por el tejado adelante, la echaron hacia la
casa de Juan de Figueroa, y bajaron
todos a ella, y yo con ellos. Abriendo la puerta de la calle, me mandaron que
yo fuese por delante, haciendo oficio de centinela, pues, por ser muchacho, no
repararían en mí, de manera que yo, con un silbido en cada esquina, les avisase
para que me siguiesen. Así fuimos de calle en calle, hasta llegar a las casas
de Antonio de Quiñones, que era cuñado de Garcilaso, mi señor, pues estaban
casados con dos hermanas (hijas de Gonzalo Martel de la Puente, dato que se
me escapó en una reseña que le dediqué). Lo hallamos dentro, de lo que mi
padre recibió grandísimo contento, porque tenía mucha pena de no saber qué
había sido de él". De hecho, como nos dirá Inca Garcilaso, Antonio de
Quiñones se salvó con mucha suerte, gracias a un hermano de Diego de Gavilán
(del que acabamos de ver una imagen)
(Imagen) JERÓNIMO LUIS DE CABRERA, el segundo
marido de Luisa Martel de los Ríos, llegó muy joven a las Indias, el año 1538. Era
hermano de Pedro Luis de Cabrera (del que ya vimos una imagen). Es posible que,
como Pedro, se hubiera unido a la rebelión de Gonzalo Pizarro, para terminar pasándose
al bando de Pedro de la Gasca. Más tarde, se estableció en el Cuzco. En cuanto
se rebeló allí Francisco Hernández Girón, Jerónimo y Pedro, partieron hacia
Lima para ponerle al corriente de lo ocurrido a los oidores de la Audiencia, y
regresaron de inmediato con setenta hombres. En 1556, tras la muerte de Girón, estaban
los dos en Trujillo, que fue cuando, como vimos, el recién llegado virrey
obligó a Pedro a volver a España para que viviera con su mujer. A Jerónimo le
molestó mucho esta orden, aunque, al parecer, también pesó el hecho de que
Pedro era bastante conflictivo. Empezaron entonces otras grandes aventuras para
Jerónimo Luis y su mujer. Jerónimo estuvo a punto de dejarse convencer por
nuevos amotinadores, pero el virrey Conde de Nieva, que valoraba sus
cualidades, le abrió puertas mucho más prometedoras. Por encargo suyo, Jerónimo
fundó, en 1563, la villa de Valverde (Perú), hoy con 300.000 habitantes, y
llamada Ica). Fue entonces cuando su mujer, Luisa Martel, reclamó como premio
(ver imagen anterior) que le devolvieran la encomienda de su difunto marido,
Sebastián Garcilaso. Por ser problemática la petición, les otorgaron una
pensión vitalicia. Muerto el Conde de Nieva, el nuevo virrey Francisco de Toledo,
lo nombró gobernador de Tucumán, y le
confió a Jerónimo Luis otra fundación más importante. Así surgió en 1573 la
ciudad argentina de Córdoba (hoy con un millón y medio de habitantes). Y fue
gracias a que JERÓNIMO LUIS DE CABRERA, aconsejado por el gobernador anterior,
Francisco de Aguirre, no siguió el rumbo señalado por el virrey, en lo que le
apoyó su mujer, que siempre lo acompañaba. A pesar de sus grandes éxitos, tuvo
la desgracia que que lo sustituyera en el cargo un siniestro y envidioso
gobernador, Gonzalo de Abreu, quien se ensañó con él. Lo llevó preso a Santiago
del Estero, lo torturó sádicamente y lo mató a garrote vil el año 1574. La
brava LUISA MARTEL no se amilanó, y siguió luchando, con éxito, por la memoria
de su marido y el futuro de sus hijos. Uno de ellos, Pedro Luis de Cabrera,
también hizo historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario