(859) Girón lamentó mucho la pérdida de Lezama
y sus soldados, pero no desesperó: "Siguió adelante con su ejército,
confiando en los ardides de guerra que había preparado. Al llegar al valle de
Pachacama, a cuatro leguas de la ciudad de Lima, determinó con sus hombres
acometer durante la noche al ejército del Rey
llevando por delante las vacas de aquel lugar, que eran muchas, con unas
velas encendidas atadas a los cuernos, y con muchos indios y negros, más
algunos arcabuceros que fueran azuzándolas, para distraer al escuadrón enemigo, y así acometerlo por donde mejor pudiesen".
Pero tan aparatoso plan no va a servir de
nada. Resumo lo que cuenta al respecto Inca Garcilaso. En el otro bando, los
oidores, sus dos generales y los capitanes contaban con unos mil trescientos
hombres. Ya sabían que Girón estaba en el
valle de Pachacama, y, para reforzar el entusiasmo de sus hombres, los
oidores hicieron saber que quedaban suspendidas temporalmente todas las normas
que prohibían someter a servidumbre a los indios y utilizarlos como porteadores
de cargas. Incluso decidieron enviar a España dos procuradores para conseguir del Rey que favoreciese al máximo a
los vecinos. Los escogidos fueron don Pedro Luis de Cabrera (el hombre más
obeso que había conocido el cronista), vecino del Cuzco, y Don Antonio de
Ribera (el sensato y rico marido de la excepcional Inés Muñoz), vecino de Lima,
que fue el único que llegó a su destino.
Empezaron a tantear sus fuerzas
avanzadillas de los dos ejércitos, pero lo que quedó claro es que, como solía
ocurrir en todos los ejércitos rebeldes, se iban pasando soldados al bando
legal: "Se adelantó Diego de Silva mostrándose muy partidario de Girón,
pero, en cuanto vio una oportunidad, se unió al campo de Su Majestad, llevando
consigo cuatro soldados famosos; uno de ellos se apellidaba Gamboa, y era
alférez del capitán Nuño Mendiola. Y así huyeron otros muchos soldados".
Viendo el panorama, Francisco Hernández Girón decidió volverse al Cuzco antes
de que los abandonos fueran en aumento. Además, el plan de enviar por delante
las vacas en tropel ya no tenía sentido, porque Diego de Silva se lo habría
revelado a los enemigos.
Dio, pues, la vuelta Girón hacia el Cuzco,
pero tampoco en el campo de los oidores
tenían las ideas claras. Había un exceso de opiniones sobre lo que convendría
hacer. Los oidores querían mandar a Pablo de meneses con setecientos hombres
tras el rastro de Girón, pero a los dos generales les pareció un peligro
quedarse escasos de soldados y decían que era más prudente que partiera con
solo cien. Los oidores se oponían a esta propuesta, pero, tras muchas
discusiones, se impuso la de los generales: "Por todo ello, partió Pablo
de Meneses bien desabrido y descontento por tanta mudanza de órdenes y por el
rigor de los generales, que ni siquiera consintieron que fuesen con él algunos
amigos suyos que querían acompañarle". Dicho lo cual, el cronista va a
abandonar este escenario para hablarnos de otro asunto que ocurrió aquellos
mismos días en la ciudad de San Miguel de Piura, la primera fundada por los
españoles en Perú.
(Imagen) El licenciado DIEGO GONZÁLEZ DE ALTAMIRANO nació también en Trujillo, cantera
abundante de grandes protagonistas en Perú. Él llegó a aquellas tierras el año
1551, tras haber hecho una inspección en Panamá sobre si su gobernador, Sancho
Clavijo, estaba cumpliendo la orden de evitar que se abusara de los indios. Hizo
el viaje con su mujer, Doña Leonor Torres, y sus hijos García e Isabel, más
doce criados, lo que daba idea de su importancia social. Al poco de llegar a
Lima, donde estaba ya como fugaz virrey Don Antonio de Mendoza, envió Altamirano
a la Corte Real un informe (el de la imagen) de las medidas que consideraba
necesarias para la paz de aquellos lugares, donde hacía referencia,
proféticamente, a la anarquía que estaba imperando entre sus pobladores:
"Es necesario limpiar la tierra de gente vagabunda, de delincuentes y de otros
hombres perjudiciales que hay en ella, pues provocan muchas alteraciones, y
están dispuestos a unirse a cualquiera que se quiera rebelar". No tardó en
morir el virrey, y asumieron la máxima autoridad los oidores de la Audiencia,
para hacer frente al alzamiento de Francisco Hernández Girón. Quisieron
nombrarle a Altamirano gobernador de la ciudad de Lima, pero tuvieron que darle
el cargo a Diego de Mora, porque él se negó, alegando que no era función de los
oidores participar en las guerras, y, aunque quisieron suspenderlo como oidor,
y dejarlo sin sueldo, el Rey le dio a él la razón. Acabada la guerra con el
rebelde Francisco Hernández Girón, el licenciado Altamirano fue nombrado
corregidor de la demarcación de Chuquisaca, y allí fue protagonista de otro
hecho dramático (al que ya hice referencia). Ejecutó, sin proceso previo, al capitán
Martín de Robles, y los otros oidores, que debían de odiar a Altamirano,
llegaron al extremo de condenarlo a muerte. Matar de aquella manera a Robles
fue una barbaridad, pero, como ya sabemos, Altamirano se había limitado a
cumplir una orden del virrey Marqués de Cañete, al que las repetidas bromas
sarcásticas de Robles lo sacaban de quicio, y, habiéndose comprobado, los
oidores tuvieron que desistir de su empeño, aunque poco faltó para que lo
ejecutaran. También, como a todos, le llegó la fatídica hora al licenciado
DIEGO GONZÁLEZ DE ALTAMIRANO, pero fue de muerte natural, y ocurrió, al parecer
en su Trujillo natal, el año 1584.
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