(856) Francisco Hernández Girón no perdía
el tiempo: "Viéndose poderoso de gente, pues, además de los que mandó a
Huamanga y Arequipa, vinieron a unírsele de diversas partes más de
cuatrocientos hombres, determinó ir a la ciudad de Lima para enfrentarse a lo
que él llamaba ejército de los oidores, evitando decir ejército de Su Majestad.
Pero partió con pena, porque él había esperado que acudirían muchos más a su
llamada, pues pensaba que su llamada era
por el bien general. Antes de salir, había pensado ir primeramente contra el
mariscal Alonso de Alvarado, lo cual habría sido acertado para su empresa,
porque toda la gente que tenía el mariscal estaba descontenta, tanto los que
eran leales servidores de Su Majestad,
como los no leales, debido al rigor de sus castigos pasados, pues muchos eran
parientes o amigos de los muertos, y habían sentido muy mucho su pérdida, pues,
como ellos decían, había habido más sobra de castigo que abundancia de delitos".
Más de un cronista dijo que Girón cometió un doble error: en su camino hacia
Lima, iba perdiendo gente, y, si se hubiese dirigido a Potosí, se habría
encontrado con un Alonso de Alvarado en baja forma, ya que muchos de sus
soldados le estaban perdiendo el respeto por la dureza de los castigos que
había aplicado.
La tropa de Francisco Hernández Girón
partió del Cuzco en dos tandas. Él salió primero, y, después, con el resto, el
licenciado Diego de Alvarado. Antes de abandonar la ciudad, Girón mostró un
detalle poco frecuente en las guerras civiles: "Tuvo la generosidad (aunque
por sentido práctico) de permitir que todos los vecinos que quisiesen
quedarse en sus casas lo hiciesen libremente. Hizo esto por parecerle que no les gustaba su campaña, y no quería tener
a su lado gente sospechosa, sobre todo si eran vecinos importantes, a los
cuales muchos soldados respetaban en cualquier circunstancia. Solo a Diego de Silva
le rogó insistentemente que le
acompañase, pues era bueno para su ejército una persona con autoridad. Diego de
Silva obedeció, más por miedo que por amor". En total eran seis los vecinos
de relieve que le acompañaron.
Pero antes de que salieran unos y otros
del Cuzco, ocurrió algo ridículo: "Llegó un soldado de Arequipa que había
estado en el bando del Rey y se llamaba Juan de Vera de Mendoza, el cual era
mozo y muy caballero. Y como, aunque no tenía graduación, deseaba con gran
ansia ser capitán, y los del Rey no le habían elegido como tal, se presentó
ante Francisco Hernández Girón con un amigo suyo llamado Mateo Sánchez,
esperando gozar del título de capitán, y, su amigo, el de alférez, tan
entusiasmados, que llegaron con un paño de manos puesto en una vara, a guisa de
bandera. Pero, viendo Juan de Vera que hacía ya más de quince días que estaba
en el ejército de Girón y no lo promocionaban, decidió abandonarlo y volverse
al bando del Rey. Lo cual parece más un sainete que cosa propia de soldados.
Concertó Juan de Vera con Mateo Sánchez y otros cuatro tan mozos como él huirse
al anochecer. Y así, se volvieron hacia el Cuzco, pasaron el río Apurimac y
quemaron el puente para asegurarse de que no podían seguirles. Cuando llegaron
a la ciudad, entraron ruidosamente, de manera que los vecinos temieron que
volvían los rebeldes. Cuando supieron quiénes eran, se tranquilizaron".
(Imagen) Toca hablar de otra bestia: el licenciado DIEGO DE ALVARADO. Empieza bien el
historiador peruano Mendiburu su reseña: "Fue uno de los españoles más
detestables que hubo en Perú". Poco se sabe de Alvarado en la fase
anterior a la rebeldía de Francisco Hernández Girón. Era licenciado, pero
pésimo profesional, porque, como dice Inca Garcilaso, lo que le gustaba a su
bronco carácter era la guerra. Mandaba ejecutar a la gente con gran facilidad y
sumo placer, sin que tuviera permiso para hacerlo, aunque suele ocurrir que a
los dictadores les gusta tener en sus filas a hombres brutales a los que 'les
dejan hacer' el trabajo sucio. Alvarado, a diferencia del cruel Francisco de
Carvajal, no tenía ninguna de sus virtudes, como el sentido del humor y del
agradecimiento. Lo nombró Girón maestre de campo, prueba de que, como militar,
tenía ganado un prestigio. Recordemos que a él le encargó que examinara las
posibles culpas de traición de Baltasar de Castilla y Juan de Cáceres, lo que
le sirvió para tomar venganza, puesto que había perdido en un duelo con el
primero, y ejecutó sin pruebas a los dos. Diego de Alvarado era partidario de
los hechos consumados e irremediables. En la ida hacia Lima (adonde no
llegaron), Girón, como hemos visto, dio libertad a los quejosos para que abandonaran
su ejército, pero Alvarado, sin permiso, les quitó antes de marchar todo lo que
tenían, y, al médico Serrano, mandó darle garrote vil, que es como le gustaba
ejecutar. El capitán Nuño Mendiola, según volvían al Cuzco, le aconsejó
descansar un poco a Girón, quien, desconfiando, le pidió que abandonara la
tropa, pero Alvarado se quedó algo rezagado, y, por orden suya, Mendiola fue
ejecutado. Tras la victoria que tuvieron en Chuquinga, llegó Alvarado al Cuzco
para saquear la ciudad, donde una simple sospecha de traición le impulsaba a
matar, y así lo hizo con Perales, Juan Alonso Badajos, Diego de Urbina, el
alférez Lozano y Aulestia. Pero DIEGO DE ALVARADO y su compañero de fatigas, el
verdugo JUAN ENRÍQUEZ (con quien solía pasear buscando 'ejecutables'), tras ser
derrotado Girón en Pucará, acabaron siendo ahorcados juntos en 1554. Tres años
después, como se ve en la imagen, Francisca de Alvarado, natural de Medellín
(Badajoz), se oponía al embargo de los bienes del licenciado Diego de Alvarado,
ejecutado como traidor. Es muy probable que fueran hermanos y nacidos en el
mismo lugar.
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