(848) Sigue contando Inca Garcilaso las
emociones de su joven corazón: "A Antonio de Quiñones le ayudó uno de los
conjurados, Juan de Gavilán, pues eran amigos de antes. El cual, estando junto a
la puerta principal de la sala, lo sacó a la calle, y a Juan de Saavedra con
él. A Antonio de Quiñones le dijo que se fuera a su casa con Saavedra, y que no
salieran hasta que él fuera a verlos a la mañana siguiente. Mi padre los halló
en ella, de lo que todos se alegraron, pero enseguida acordaron todos irse aquella
misma noche a la ciudad de Lima. Luego Juan de Saavedra cambió de idea,
alegando achaques de su salud, y decidió quedarse en la ciudad. Más adelante
diré la causa de su excusa, por la cual perdió su hacienda y su vida (esperemos
que, con ello, aclare lo que no pude explicar en dos imágenes que dediqué a
Saavedra). Garcilaso, mi señor, me envió a nuestra casa para pedir que
trajeran un caballo que ya estaban ensillando. Cuando iba, pasé por la puerta
de Tomás Vázquez, vi en la calle dos caballos ensillados, y unos cuatro negros
con ellos, y allí seguían cuando di la vuelta. Se lo conté a mi padre y a los
demás, y se escandalizaron sospechando que eran de los conjurados. Me pidió
Rodrigo de León que fuera a casa de su hermano, Pedro López de Cazalla, para
decirle al indio portero que escondiese una cota y una celada que allí tenía,
porque temía que los tiranos saqueasen la ciudad aquella noche. Fui aprisa a
hacer el recado, y, cuando volví, mi padre y sus dos parientes, Diego de los Ríos y Antonio de Quiñones, se habían
ido, evitando pasar por la puerta de Tomás Vázquez, y yo me volví a la casa de
mi padre. Allí estuve mirando y esperando los terribles sucesos de aquella
noche".
Los rebelados tenían una prioridad:
"Francisco Hernández Girón y los suyos seguían en la casa de Alonso de
Loaysa (¡vaya noche de bodas!). Querían encontrar al corregidor, pues
pensaban que, teniéndole preso, toda la ciudad se les rendiría. Cuando les dijeron que estaba en la sala de las mujeres,
rompieron las primeras puertas con un banco, y, cuando llegaron a las segundas,
ellas les pidieron desde dentro que les diesen palabra de que no matarían al
corregidor, ni le harían daño alguno. Habiéndosela dado Francisco Hernández, le
abrieron las puertas. Él prendió al corregidor y lo llevó a su casa, donde lo dejó
preso, y salió a la plaza con todos su compañeros, que no eran más de trece.
Las siguientes palabras de Inca Garcilaso
las utiliza para hacer ver que el motín les salió bien por pura casualidad.
Emplearon casi tres horas en controlar la situación, y, siendo tan pocos, el
corregidor Gil Ramírez Dávalos, de haber hecho caso al padre del cronista,
Sebastián Garcilaso, habría tenido tiempo de sobra para escapar con él de la
casa de Loaysa, y organizar rápidamente un toque de alarma para juntar a los
vecinos contra el pequeño grupo de rebeldes. Ni siquiera después logró
Francisco Hernández encontrar apoyo en los vecinos, pues solamente respondieron
a su llamada unos pocos: "En la media hora que estuve yo en la plaza, solo
se le unieron Tomás Vázquez. Juan de Piedrahita y Alonso Díaz. Aunque después
le siguieron otros vecinos, fue más por temor que por amistad. Los pobres
rebelados, viendo que eran tan pocos, y que no acudía nadie más, soltaron a
todos los presos y los trajeron a la plaza para hacer más bulto, y en ella
estuvieron hasta el amanecer, no pasando de cuarenta hombres".
(Imagen) JUAN DE PIEDRAHITA fue otro polémico soldado en aquel torbellino de las
guerras civiles. El inicio de su larga, pero no eterna, fidelidad a Gonzalo Pizarro
sucedió estando con otros conocidos nuestros. El año 1544, Piedrahita iba con
Gonzalo Díaz de Pineda, por orden del virrey Núñez Vela, a castigar a dos traidores, Pedro de Puelles
y Jerónimo de Villegas (el Astrólogo). Yendo de camino, decidieron unirse a los
perseguidos, y Piedrahita se convirtió en una figura ascendente junto a Gonzalo
Pizarro. En una fervorosa carta de febrero de 1545, Piedrahita le decía a su
amado jefe: "Decidí escribiros para que vuestra señoría vea que mi único
deseo es estar junto a vuestra señoría, y acabar mi vida en vuestro
servicio". En otra, escrita en 1547, poco antes de la victoria en Huarina
de Gonzalo Pizarro, seguía la adoración: "Sepa vuestra señoría que salen
del Cuzco 400 servidores suyos. Encomiéndelo todo a Nuestro Señor, pues la
justicia que vuestra señoría sustenta ha de ayudarle como ha hecho hasta
ahora". Y, sin embargo, en la batalla de Jaquijaguana, como ocurrió con otros muchos, se quebrará la fidelidad de
JUAN DE PIEDRAHITA a Gonzalo Pizarro, debido a las promesas de perdones de
Pedro La Gasca. Pero cinco años después el gen rebelde de Piedrahita se
reactivó. Le hemos visto como colaborador necesario en el alzamiento de
Francisco Girón, cuando entró violentamente con sus hombres (qué
inoportunamente) en la casa de Alonso de Loaysa el día de su boda, y sembraron
el pánico entre la selecta concurrencia. Después, habiendo vencido en
Chuquinga, Girón premió a Piedrahita ascendiéndolo a maestre de campo. En la última
batalla, la de Pucará, se repitió la historia de los perdones. Fueron entonces
los oidores de la Audiencia Real quienes los prometieron, y surtió efecto:
Girón, que se vio abandonado por numerosos soldados, entre ellos Piedrahita,
tuvo que huir, pero fue apresado y ejecutado. JUAN DE PIEDRAHITA se retiró con
toda libertad a reposar en su casa del Cuzco. ¿Pero? Pero esta vez, llegado el
virrey Hurtado de Mendoza, no admitió la amnistía que otorgaron los oidores,
apresó a varios de los rebeldes, entre
ellos a JUAN DE PIEDRAHITA, lo juzgó, y mandó ejecutarlo a garrote vil,
atándole al cuello sarcásticamente el documento del perdón prometido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario