miércoles, 30 de septiembre de 2020

(Día 1227) Apoteósico recibimiento en Lima al triunfador Pedro de la Gasca, aunque pronto tuvo que ocuparse de ingratas tareas. Mandó fundar la ciudad de La Paz. Veamos el final del informe que redactó.

 

     (817) Es de suponer que Pedro de la Gasca apenas tuviera tiempo para descansar, porque le vemos inmerso constantemente en difíciles ocupaciones, al margen de los graves peligros que tuvo que sortear hasta la derrota definitiva de Gonzalo Pizarro. Con esa victoria, pudo disfrutar momentos de euforia, y el recibimiento que le hicieron al entrar en Lima fue apoteósico, en el que, entre otras cosas, un representante de cada una de las ciudades de Lima, Trujillo, Piura, Quito, Huánuco, Huamanga, Arequipa, el Cuzco y las Charcas recitó en verso una estrofa de fidelidad a la Corona y de agradecimiento a La Gasca. Pero, sin duda, guardaría en el fondo de su alma una gran preocupación por la inestabilidad social que se produjo con el reparto de las encomiendas, que resultó un trago muy amargo para quienes se sintieron estafados. Estando en Lima, se dedicó también a poner de nuevo en marcha la Audiencia, que entonces tenía todo el Perú como enorme jurisdicción. Organizó asimismo campañas de conquistas y fundaciones, algo imprescindible para ocupar a tantos soldados ociosos, siempre conflictivos en tal situación. Le encargó al competente capitán Alonso de Mendoza, como ya vimos, la fundación, en la lejana zona de los Charcas, de la ciudad de Nuestra Señora de la Paz (la actual capital de Bolivia). Y explica el cronista Palentino: "La nombró así el presidente La Gasca por haberse fundado en tiempo de paz, después de tantas guerras. Escogió ese sitio porque está en medio del camino que va del Cuzco a los Charcas, y tiene ciento sesenta leguas de longitud (en realidad, eran más: unos 1.200 km). Convino mucho hacer allí la fundación, por ser tanta la distancia y haber mucho paso de personas, con el fin de evitar robos y otras malas cosas que por allí se hacían".

     Sin embargo, Inca Garcilaso, se siente molesto al ver que el Palentino hacía alusión a que los viajes eran peligrosos en ese trayecto. Y sale al quite (con exageración): "Yo digo que fue muy acertado poblar aquella ciudad en aquel paraje, para que hubiese más pueblos de españoles, y no para evitar robos y malos asuntos que por aquella comarca se hubiesen hecho. No ha habido otro reino en todo el mundo que haya tenido la generosidad de este imperio llamado Perú, pues, desde que se ganó, que fue el año 1531 (en realidad, finales de 1532), hasta hoy, que es el final del año 1610, tiempo en el que estoy escribiendo esto, nunca se ha dicho que haya habido robo alguno. Nunca se ha asaltado a los mercaderes, a pesar de las partidas de oro y plata que llevan y traen, y han andado en todo momento con tanta seguridad, que en las Indias y en España siempre se ha hablado alabando el imperio del Perú. Ha de entenderse que lo dicho se refiere al tiempo de paz, pues, en tiempo de guerra (como hemos visto y veremos), ocurría de todo, porque la tiranía actúa así".

     El licenciado Cianca había llegado también a Lima después de haber sofocado un motín en el Cuzco (como vimos) ahorcando a uno de los implicados  y desterrando a tres, pero Pedro de la Gasca seguía con su política de tolerancia y perdones: "Alzó el destierro a los condenados, antes, incluso, de que nadie se lo pidiese, porque vio que era mejor aplacar con suavidad que irritar con aspereza a gente quejosa, mucha parte de la cual lo era con razón".

 

     (Imagen) INFORME DE LA GASCA. 3.- Terminamos ya con este informe que Pedro de la Gasca le envió al Rey el día 26 de setiembre de 1548 (cinco meses después de la muerte de Gonzalo Pizarro). Comenta que le encargó la fundación de la ciudad de la Paz (actual capital de Bolivia), por su inteligencia y valentía, a Alonso de Mendoza (a quien el cronista Gómara pone, como diestro militar, por encima de Carvajal y de Centeno, con quien va a tener en común el morir muy pronto por una misteriosa enfermedad). Luego habla del espectacular recibimiento que le dieron en la ciudad de Lima. Hace referencia a una carta cifrada, que tardó en poderla leer por faltarle el código: "En ella se me mandaba que tratase de impedir el casamiento que Gonzalo Pizarro quería hacer con su sobrina Francisca Pizarro Yupanqui, hija del Marqués Francisco Pizarro, de lo cual, puesto que él ya ha muerto, no hay más que decir, salvo que se me ha informado de que nunca tuvo ese pensamiento". Recordemos que, seis años después, la extraordinaria Francisca se casó con Hernando Pizarro, también tío suyo, estando todavía preso en el castillo de La Mota (Medina del Campo). Pedro de la Gasca, cumplida su misión y harto de sufrimientos, le pide al Rey que le deje volver a España (tardó casi dos años en concedérselo). "Bien espero que se me enviará pronto licencia para volverme a morir en España. Además de la gran merced que se me haría con ello, conviene a Su Majestad que otro, y no yo, administre estas tierras, pues todos creen aquí que debo ser amigo de ellos, de igual a igual, y no juez superior". Termina su informe con una extensa queja de los mercedarios (aunque, como dije, fueron heroicos rescatando cautivos en África), y, más en concreto, del fanático fray Pedro Muñoz (al que le dediqué una imagen): "Dos días antes de la derrota de Jaquijaguana, fray Pedro quiso que se levantase todo el pueblo de Trujillo a favor de Gonzalo Pizarro, y se ofreció para matar a Lorenzo de Aldana. La Orden de los Mercedarios ha sido perjudicial en esta tierra para el servicio de Dios y de su Majestad, pues también suele ser muy suelta en España, por lo que me parece que convendría que se poblaran sus conventos con religiosos de San Francisco o de Santo Domingo, y enviar a España a todos los mercedarios que se encuentran en estas tierras".




martes, 29 de septiembre de 2020

(Día 1226) El gran capitán Diego Centeno, mal recompensado por La Gasca, decidió ir a España, pero murió de manera extraña, y muchos pensaron que había sido envenenado por gente que temía lo que pudiera contar en la Corte.

 

     (816) Muchos de los que estaban conformes con los repartos que se habían hecho, tenían prisa por marcharse a sus casas, para disfrutar de la paz y dedicarse a sus asuntos, ya que las guerras habían dejado bastantes destrozos en sus propiedades. Partieron sin esperar a que Pedro de la Gasca se lo autorizase. Nos toca ahora saber de la muerte de un gran capitán: "Diego Centeno, como los demás vecinos, se fue a su casa, que la tenía en la villa de la Plata, que hoy llaman ciudad de la Plata, por la mucha que se ha sacado y se saca del cerro vecino, que se llama Potosí. Fue con intención de recoger todo el oro y la plata que pudiese de su hacienda, para venirse a España, y presentar sus muchos servicios ante Su Majestad, para que se le gratificaran, ya que quedó dolido de que el presidente La Gasca no le hubiese premiado, habiendo merecido tanto".

     Hay dos cosas sorprendentes: 1.- La mezquindad de La Gasca con un capitán tan extraordinario. No le dio nada, quizá porque pensara que ya era suficientemente rico con lo que tenía, lo cual no deja de ser una injusticia. 2.- Lo que dice Inca Garcilaso que ocurrió después: "Diego Centeno les contó a algunos amigos las intenciones que tenía, y pronto de supo por todo el Perú, porque circulaban cartas que lo decían, por lo que hubo quienes, preocupados con lo que pensaba hacer (temerían que, protestando ante el Rey, saldrían perjudicados), pretendieron, con fingida amistad, quitarle la idea. Viendo que no lo convencían, le escribieron a Centeno diciéndole que fuese a estar con ellos en el Cuzco, porque querían encargarle que les gestionase algunos negocios en España".

     Luego Inca Garcilaso saca a colación algo que ha hecho otras veces: avisos de mal agüero, que, al parecer, en aquellos tiempos atemorizaban supersticiosamente. En este caso, varios indios suyos le aconsejaron a Centeno que no se presentara en el Cuzco porque lo iban a matar, y él se lo tomó como lo que era, una absurda advertencia de hechiceros, que brillan por un pronóstico acertado y ocultan mil equivocados: "Pasados cuatro días de su llegada a la ciudad del Cuzco, a Centeno le convidaron a un banquete solemne que hubo en casa de un hombre principal, del que no hay por qué decir el nombre, sino contar el hecho fielmente, pues ya estarán todos allá donde cada uno habrá dado su cuenta. En el banquete le dieron a Diego Centeno un bocado de ponzoña tan encubierta, que, sin muestras de náuseas, ni tormentos crueles, como el tósigo suele causar, lo mató en tres días".

     Después se vio que Diego Centeno era un hombre muy querido en Perú: "En todas partes se lloró su muerte, por su afabilidad, pues fue uno de los caballeros más queridos desde que llegó a aquellas tierras con la tropa de Pedro de Alvarado. Al conocerse en España su muerte, un hermano suyo fue a pedirle al Rey que ayudara a dos hijos naturales, varón y hembra, que tuvo Diego Centeno con dos indias, pues quedaban pobres y desamparados, porque los derechos de las encomiendas fenecían con la muerte del padre. Su Majestad mandó dar a la hija doce mil ducados, y, al hijo, que se llamaba Gaspar Centeno y fue condiscípulo mío en la escuela, cuatro mil pesos de renta. Oí decir que eran de renta perpetua, pero no lo aseguro, porque las mercedes que se concedían solían ser por una vida, o, como mucho, por dos".

 

     (Imagen) Nos ha contado Inca Garcilaso cómo fue la muerte del gran DIEGO CENTENO (muy admirado y querido en todo Perú), pero, aunque asegura que fue envenenado, hay muchas dudas al respecto. También es difícil entender por qué Pedro de la Gasca, al parecer, no le premió a Centeno como merecía. Antes de analizar esas incógnitas, recordemos que Diego Centeno, aunque vivió grandes triunfos, tuvo dos derrotas humillantes frente al astuto y cruel Francisco de Carvajal, quien, por eso, la víspera de ser ejecutado tuvo el sarcasmo (quizá el último de su vida) de decirle, a pesar del buen trato que le estaba dando Centeno, que no lo había reconocido por haberlo visto siempre de espaldas (huyendo). Es cierto que La Gasca no le concedió ninguna encomienda de indios a Diego Centeno, pero le ofreció otra cosa, a primera vista muy atractiva, la gobernación de Paraguay, con perspectivas de conquistar nuevas tierras. Concesión refrendada por Carlos V en diciembre de 1548, como consta en el documento de la Imagen. Él lo aceptó, pero luego lo vio como un regalo envenenado, con el que La Gasca se quitaba de en medio a soldados ociosos, enviándolos, además, a un territorio tan sin ley, que lo llamaban el 'Paraíso de Mahoma', y donde había ya muchos conflictos entre los capitanes españoles, especialmente por parte de Domingo de Irala. Le escribió a La Gasca diciéndole que renunciaba a la gobernación que había aceptado, y la situación entre ambos se hizo muy tensa. Fue entonces cuando decidió ir a España para lograr del Rey compensaciones de tipo menos problemático. Inca Garcilaso asegura (cosa que ningún otro cronista hace) que unos supuestos amigos, por temor a que, haciendo el viaje, pondría en riesgo los premios que ellos ya habían recibido, lo envenenaron. Pero pasaron días hasta que Centeno se sintió enfermo. Hizo testamento de inmediato, sin mostrar la menor sospecha contra nadie, e, incluso, el mismo Inca Garcilaso dice, como cosa extraña, que no sufrió previamente ninguno de los síntomas típicos de un envenenamiento. Así murió el gran DIEGO CENTENO, teniendo solamente 33 años. Su madre, María de Vera, residente en España, consiguió del Rey una pensión para los dos hijos que le habían quedado a Diego, los mestizos Gaspar y María Centeno.




lunes, 28 de septiembre de 2020

(Día 1225) Surgieron problemas para que Pedro de la Gasca le confirmara a Pedro de Valdivia como Gobernador de Chile. La Gasca le facilitó una solución, pero le obligó a que trajera de España a su mujer, Marina Ortiz de Gaete.

 

     (815) Está claro que Pedro de Valdivia no fue a Perú expresamente con la intención de participar en las guerras civiles. Tenía ya mucha heroica labor hecha en Chile, y lo que ansiaba era que Pedro de la Gasca le otorgara, en nombre del Rey, el título de gobernador de aquellas tierras. Cuando llegó a Perú quiso reforzar su candidatura apoyando a quien servía a Carlos V, porque era evidente que la loca aventura de Gonzalo Pizarro no tenía futuro para él. El mejor aval era luchar bajo el mando de Pedro de la Gasca, y arriesgó su vida en el empeño. La versión que recoge Inca Garcilaso de otros cronistas amplía datos, pero resulta un poco extraña. Como ya sabemos, Pedro de Valdivia tuvo un problema cuando iba a partir hacia Chile con su flamante título de gobernador: "Le avisaron a Pedro de la Gasca de que Valdivia había embarcado hacia Chile a algunos que habían sido desterrados del Perú, y otros que fueron condenados a galeras, por haber sido todos ellos partidarios de Gonzalo Pizarro, y de algunos desacatos que iban haciendo contra él por el camino. Entonces envió a Pedro de Hinojosa para que trajese preso a Valdivia". Lo tuvo fácil Hinojosa porque Valdivia confiaba en su amistad. Ocurrió también que, cuando lo había recibido preso Pedro de la Gasca, llegaron unos chilenos encargados de reclamarle a Valdivia el dinero del que, como ya sabemos, se había apropiado en Chile abusando de la confianza de unos conquistadores, y presentaron, en nombre de los perjudicados, las acusaciones ante Pedro de la Gasca.

     La novedad que aporta la versión de Inca Garcilaso es que La Gasca buscó la manera de salir de aquel embrollo. Recordemos que le presentaron otras acusaciones 'de propina': entre ellas, que Valdivia había cometido un asesinato, y que vivía amancebado (con la extraordinaria Inés Suarez) mientras tenía una esposa en España. La Gasca estaba confuso: "Consideraba que, si condenaba a Valdivia, le impedía el viaje, lo cual le parecía un gran inconveniente para el Perú, por la gente ociosa que con él iba. Por otra parte, si se probaba que Valdivia era culpable de haber tomado el oro y no se lo devolvía a sus dueños, él quedaría con la mancha de haber sido injusto". La única solución que encontró fue preparar por su cuenta una investigación poco rigurosa. No aceptó como testigos a los que representaban a los denunciantes, amparándose en que no estaba firmado e documento, y quizá también en que no tenían poderes notariales, por lo que le pidió a Valdivia que presentara su propia defensa: "El cual redactó un largo escrito, y Pedro de la Gasca, no hallando por la información ninguna cosa probada, aunque hubo indicios de que había sido partidario de Gonzalo Pizarro, le permitió seguir su viaje y ocuparse de la conquista y gobernación de Chile, pidiéndole a Valdivia que devolviese el oro a quienes se lo reclamaban judicialmente. Pedro de Valdivia prometió hacerlo, y partió luego para Chile". No sabemos hasta qué punto cumplió, pero sí hubo algo que no pudo evitar. Por imposición de La Gasca, tuvo que romper su relación con Inés Suárez, y traer desde España a su legítima mujer, Marina Ortiz de Gaete, la cual llegó cuando ya había muerto su marido, pero se quedó en Santiago de Chile, hasta fallecer el año 1592.

 

     (Imagen) No es justo que dejemos atrás a la mujer de Pedro de Valdivia, MARINA ORTIZ DE GAETE, quien tuvo una vida nada fácil, y de la que nadie se acuerda. Nació el año 1509 en Zalamea de la Serena (Badajoz). Pedro de Valdivia, que le llevaba doce años y era de un pueblo cercano, se casó con ella en 1527. Da la sensación de que, casi de inmediato, empezó la inacabable soledad de Marina. Se sabe que Pedro, ansioso de gloria, anduvo unos años arriesgando el pellejo por Flandes e Italia al servicio de Carlos V, y que, cuando volvió, apenas tuvo tiempo de ver a su esposa, puesto que el año 1535 desembarcó en las Indias con su principal bagaje: la valía de un experto hombre de acción. Acaba de decirnos Inca Garcilaso que Pedro de la Gasca le impuso a Valdivia, por sentencia, ciertas obligaciones, para nombrarlo Gobernador de Chile, pero no menciona que una de ellas era la de abandonar a Inés Suárez, que había sido su amante por más de diez años, y traer de España a Marina, para hacer vida matrimonial con ella. Pedro cumplió la orden, y le envió abundante dinero a su mujer el año 1553, para que se juntase con él en Chile y pudiese hacer el viaje con los parientes que ella quisiera. Tras casi 20 años de guardada ausencia, el alegrón de Marina fue enorme, pero el mazazo que recibió al desembarcar en Panamá, tremendo: los araucanos habían matado a Pedro de forma horrenda. Sentiría que se había quedado viuda el mismo día de su boda. Sin embargo, tuvo el coraje de continuar su marcha hacia las muy lejanas tierras de Chile. Se encontró allí con grandes dificultades económicas, porque Pedro dejó muchas deudas pendientes por sus gastos en las conquistas. Ella le pidió ayuda al Rey, diciéndole que heredó de Pedro una encomienda en una zona imposible de aprovechar porque los indios estaban en rebeldía, "en cuyo sometimiento perdí cinco sobrinos que para mí eran como hijos". Tras muchos años de súplica, se le otorgó en 1589 una pensión vitalicia, cuyo disfrute le duró poco, pues murió, en 1592, a la edad de 83 años, sin tener descendencia ni haberse casado de nuevo. En la imagen vemos la clara firma de DOÑA MARINA ORTIZ DE GAETE. Falleció en Santiago de Chile, y fue enterrada en la iglesia de San Francisco, donde ella tenía, y no es de extrañar, especial devoción a la Virgen de la Soledad.




sábado, 26 de septiembre de 2020

(Día 1224) Francisco Hernández Girón empezó a mostrar su espíritu rebelde, pero La Gasca pudo aplacarlo, de momento, confiándole una misión de conquista. Francisco de Espinosa y Diego de Carvajal fueron ejecutados.

 

     (814) No le gustó nada al licenciado Cianca la respuesta de Francisco Hernández Girón, y mandó al capitán López Martín con seis soldados para que fuera en su busca y lo trajese preso al Cuzco. No tardaron en llevárselo detenido, y Girón le insistió en que se había marchado del Cuzco para no verse implicado en ningún motín, ya que sabía que algunos querían que él lo encabezara. El cronista dice que jugaba 'a dos manos', porque, sin duda, tenía intención de amotinarse cuando las circunstancias fueran propicias. El licenciado Cianca le instruyó un expediente de acusación, y le mandó con él a Girón, bajo palabra de no escapar, a Lima para presentarse ante La Gasca. Como era costumbre en el diplomático clérigo, lo recibió con una sonrisa de oreja a oreja, pero, conociendo sus inclinaciones, le confió una tarea: "Para calmar la inquietud de su belicoso ánimo, y para sacar de aquellas tierras un grupo de los muchos soldados ociosos que había, le confió, con título de gobernador y capitán general de lo que ganase, la conquista de la zona de los Chunchos". Inca Garcilaso da por hecho que en Francisco Hernández Girón estaba ya arraigado el propósito de rebelarse: "Recibió el encargo con grandísimo contento, porque le daba la ocasión de ejercitar sus deseos, que siempre fueron los de rebelarse contra el Rey, lo cual no hizo hasta que el presidente La Gasca se embarcó para ir a España (que fue en 1550; la abierta rebeldía militar de Girón empezó en 1553)".

     El cronista nos aporta también algún dato más sobre lo que vimos de otros dos importantes pizarristas: "Llevaban presos hacia el Cuzco a Francisco de Espinosa y Diego de Carvajal el Galán, cuyas maldades conté anteriormente. De camino, habían escrito a Diego Centeno suplicándole que intercediese por ellos para que no los matasen, pues bastaría que los echasen del Perú. Diego Centeno les respondió que le gustaría mucho hacer lo que le pedían, pero que, habiendo sido tan atroces sus delitos, especialmente la quema de siete indios sin que tuvieran culpa alguna, le cerraban la puerta de la misericordia ante los jueces, y quitaba a todos el ánimo para interceder por cosas tan crueles. Pocos días después, llegaron al Cuzco, donde los ahorcaron y, hechos cuartos, los pusieron por los caminos, con aplauso de indios y españoles, porque la crueldad merece y pide tal pago".

     Aunque conté anteriormente las complicaciones por las que pasó Pedro de Valdivia para conseguir que Pedro de la Gasca lo confirmara como Gobernador de Chile, añadiré, dada la importancia de este gran personaje, el enfoque que Inca Garcilaso le da al asunto, y algunos detalles complementarios que no conocíamos. No olvidemos que se le puede considerar miembro de un glorioso cuarteto: Cortés, Pizarro, Valdivia y Gonzalo Jiménez de Quesada (conquistador de Colombia).

     Ya de entrada, comienza diciendo el cronista: "Entre los grandes repartimientos y famosas mercedes que hizo entonces el presidente La Gasca, estuvo la gobernación del reino del Chile que le dio a Pedro de Valdivia, con título de Gobernador y Capitán General de aquel gran reino, que tiene más de quinientas leguas de largo". Dada su desproporción, ni menciona la anchura.

 

     (Imagen) INFORME DE LA GASCA. 2.- Después de enviarle al arzobispo Loaysa al Cuzco con la envenenada misión de comunicar los repartos que se habían hecho, Pedro de La Gasca se fue a Lima, reconociendo su miedo: "Salí para Lima, y no volví al Cuzco, tanto para evitar enfrentamientos con algunos que, sobrados de codicia, me faltaran al respeto, como para atender al sosiego de aquella ciudad y de su Audiencia. El día 4 de setiembre (año 1548) vino el capitán Alonso de Mendoza y me dijo que hubo una especie de motín en el Cuzco de algunos a los que no se les pudo dar repartimiento, y que tuvo mucho que ver en ello Francisco Hernández Girón, teniente de Belalcázar en Popayán, y que fue, según dicen, quien le decidió a ejecutar a Jorge Robledo". Indica que Girón había recibido un buen reparto (que había pertenecido a Gonzalo Pizarro), porque "fue capitán del virrey en Quito, y también luchó en Jaquijaguana, y en ambos casos sirvió bien al Rey". Estuvo a punto La Gasca de ir al Cuzco para poner orden, pero "llegó una carta del arzobispo diciéndome que todo se había tranquilizado tras haber ajusticiado a uno y apresado a muchos otros". De pasada, hace un gran elogio de quien estaba al mando en el Cuzco: "Le envié recado al licenciado Cianca (el cual todo lo hace muy bien, y es de las mejores ayudas que he tenido y tengo), para que usase entero rigor en castigar a quienes empezaron este motín, y he sabido que así lo ha hecho y que tiene preso a Francisco Hernández Girón, y que no ha hallado en él tanta culpa como se pensó, Y, ciertamente, sería justo que Su Majestad le haga mercedes a Cianca, no solo por lo que ha servido  como juez y letrado, sino también con sus armas y caballo, e incluso por lo que en la guerra ha gastado. Por eso se lo suplico a su Majestad, pues Dios me es testigo de que esto no lo digo por petición suya, sino por lo que debo a la verdad y a la justicia". Poco se imaginaba el licenciado ANDRÉS DE CIANCA (a quien ya dediqué una imagen) que, seis años después, él y Girón serían mortales enemigos, que vencería al rebelde, y que lo ejecutaría. Lo derrotó en Pucará, a 4.000 metros sobre el nivel del mar, donde hubo otra famosa batalla, pero en 1882, venciendo los peruanos a los chilenos en conflictos fronterizos.




jueves, 24 de septiembre de 2020

(Día 1223) Algunos, además de haber sido excesivamente premiados, se reían de los desfavorecidos. El luego rebelde Francisco Hernández Girón protestaba injustamente contra lo mucho que le habían concedido.

 

     (813) Inca Garcilaso va a poner a Martín de Robles como ejemplo extremo (con su habitual chulería) de la agradable sorpresa que se llevaron los que traicionaron a Gonzalo Pizarro al comprobar que Pedro de la Gasca cumplía sus promesas de perdones y premios: "Martín de Robles, cuando se enteró de los repartimientos que les habían correspondido a él y a otros, admirado de tanta demasía de mercedes, dijo con gran desdén a los circundantes: 'Ea, ea, que tanto bien no es bien'. Con ello, quería decir que no era un bien hacer tantas mercedes a quienes no las merecían ni las esperaban, sino que, lo que merecían, era mucho castigo. Pocos meses después, le notificaron una sentencia de la Audiencia Real, en la que le condenaron al pago de mil pesos, por haber participado en el apresamiento del virrey, cuyo cuñado, Diego Álvarez Cueto, había presentado la demanda. Al oír la sentencia Martín de Robles, dijo: 'Si no me condenan a más, échenme otros diez virreyes por ese precio'. Y así, quedaron tan ufanos y presuntuosos de sus hazañas los que sirvieron a Gonzalo Pizarro, que se preciaban de ellas, y se atrevían a decir cosas semejantes, incluso en presencia del presidente La Gasca".

    No es de extrañar que, los que siempre fueron fieles a la Corona, vivieran con irritación ese derroche de premios destinados a los que habían sido unos rebeldes empedernidos: "De estos repartos tan abundantes de oro y plata, se quejaron malamente quienes salieron perjudicados, tanto por no haberles tocado parte alguna, como porque se hubiese premiado con gran exceso a quienes no habían hecho servicio alguno a su Majestad, sino al tirano Gonzalo Pizarro (matando incluso al virrey), para luego traicionarlo y entregárselo. El que se mostró más quejoso públicamente, y con menos razón, fue Francisco Hernández Girón. No había servido antes en el Perú, sino en Pasto (actual Colombia), donde solo tenía una encomienda que producía muy poco. Pedro de la Gasca le adjudicó en el Cuzco un rico repartimiento que había sido de Gonzalo Pizarro, y que le rentaba unos diez mil pesos al año, pero él se quejaba descaradamente de que no le hubiese aventajado sobre todos, porque le parecía merecerlo más que ninguno. Con esta pasión, protestaba al descubierto con palabras tan escandalosas, que olían a rebelión. Le pidió permiso al arzobispo Loaysa para ir a quejarse adonde Pedro de la Gasca. Aunque el arzobispo le reprendió y le negó el permiso, tomó el camino hacia la ciudad de Lima diciendo que lo haría, le pesase a quien le pesase. El licenciado Cianca, que estaba en funciones de gobernador, junto al arzobispo, en el Cuzco, le envió una carta aconsejándole que se volviese, y no aumentase el alboroto tan grande que ya había por parte de personas que se quejaban con tanta o más razón que él, pues con ello perdería los méritos que ya tenía conseguidos. Tras leer el mensaje, Francisco Hernández Girón le respondió con otra carta diciéndole que se iba de la ciudad porque temía que hubiese un motín del que quisiesen los soldados hacerle caudillo y cabeza de ellos, y que quería avisar a Pedro de la Gasca de ciertas cosas que convenían al servicio de su Majestad". Se va viendo cómo nacía un caldo de cultivo lleno de violencia, que no presagiaba nada bueno.

    

     (Imagen) INFORME DE LA GASCA. 1.- Va a ser necesario dedicar varias imágenes más resumiendo el informe de La Gasca que estamos viendo, porque expone lo que ocurrió en el Cuzco con el conflictivo reparto de las encomiendas a los vencedores. Parece muy convincente, aunque, sin duda, era parte interesada: "Lo que más he temido en esta misión que se me confió al venir al Perú, ha sido que, ejecutado Gonzalo Pizarro, no pudiendo quedar bien con todos los que lucharon bajo mis órdenes, habrían de resultar graves inconvenientes, especialmente para mí, debido a que, por la familiar conversación que conmigo han tenido, esperaban mucho premio, lo cual no le habría ocurrido a otro, al cual le tendrían el respeto que la conversación quita". Intentando aliviar el riesgo de motines, procuró retrasar los repartos de encomiendas, para que, hartos de la espera, se marcharan algunos de la ciudad. Cuando ya no pudo prolongar la demora, se fue a un lugar próximo, acompañado del obispo de Lima, Jerónimo de Loaysa, "hombre de gran entereza, entendimiento y experiencia de las cosas y personas de esta tierra". Llevaba asimismo al escribano público Pedro López (pariente del cronista Cieza), "y, aunque quise que fueran también los otros dos obispos, no pude, por hallarse enfermos". Está claro que se lo tomó más en serio que lo que sugiere el cronista Inca Garcilaso. Les esperaba un ingente trabajo: "Fue necesario ver los registros de todas las concesiones pasadas, para repartir las tierras conforme a lo que cada uno había merecido". Incidentalmente, comenta que fue el día 16 de julio de 1548 cuando llegó la bula papal que nombraba a Loaysa primer arzobispo de Lima, pero no estaba para muchas alegrías, porque dos días después, lo envió La Gasca al Cuzco para comunicar los repartos a los interesados, "no con poca congoja, por los inconvenientes y pesadumbres que creía que había de recibir, pero, como en todo desea servir a Su Majestad, se animó a ir". El total de las rentas anuales a repartir suponía un millón ciento treinta mil pesos, confiando el trabajo al arzobispo, al provincial de los dominicos, al general Hinojosa, al mariscal Alvarado y a Diego Centeno, "porque conocían mejor a las personas y sus méritos sirviendo al Rey", lo cual también contradice la 'incompetencia' de que habla Inca Garcilaso.




(Día 1222) Si bien Pedro de la Gasca tuvo que prometer enormes premios a algunos para conseguir la victoria, el hecho cierto fue que el reparto de los premios resultó, en muchos casos, disparatado.

 

     (812) El cronista cita los nombres de algunos que fueron especialmente premiados por Pedro de la Gasca, sobre todo, los que le entregaron la armada de Gonzalo Pizarro. Además del mencionado Pedro Alonso de Hinojosa, tuvieron esa ventaja Gómez Solís, Lorenzo de Aldana, Juan Alonso Palomino, Alonso Mejía de Guzmán (y, de rebote, su suegro, Don pedro de Cabrera) y otros. Esa 'injusticia' llama más la atención al ver que, por ejemplo, el gran Diego Centeno y muchos de sus hombres no recibieron nada (y lo habían arriesgado todo, incluso la vida), aunque, motivo que no sirve de excusa, Centeno ya poseía una rica encomienda. Resulta paradójico que también se premió generosamente a Martín de Robles, quizá porque fuera reciente la labor que hizo para conseguir el abandono de numerosos soldados de Gonzalo Pizarro. Otro de los aventajados fue Don Sebastián de Castilla, quien, como ya vimos (cosa extraña, dada su buena situación), seis años después inició otra rebelión, y, además, matando a Pedro Alonso de Hinojosa, aunque él fue pronto ejecutado. También resultó muy favorecido el licenciado Benito Suárez de Carvajal, a pesar de que tenía encima el baldón de haber sido quien asesinó miserablemente al derrotado virrey Blasco Núñez Vela. El cronista aporta de paso su versión de cómo murió después el licenciado: "Disfrutó poco de su premio, porque, siendo corregidor del Cuzco, murió de una caída que tuvo desde una ventana cuando andaba en amores con una dama. Yo lo vi enterrar, y recuerdo que era el día de San Juan Bautista". Recordemos que la versión más creíble era otra: el marido se vengó enviando a unos matones, que le quitaron la vida en la casa, o al salir, y lo dejaron tirado en el suelo de la calle.

     Inca Garcilaso no deja de reconocer que Pedro de la Gasca se vio obligado a recompensar muy generosamente a Hinojosa y sus compañeros: "Él hizo muy bien en pagar tan aventajadamente a los que le hicieron el servicio de entregarle la armada en Panamá, pues aquel hecho le dio ganado el imperio del Perú, estando tan perdido como estaba cuando él llegó a aquellas tierras". Hubo otro nivel de repartos, los de quienes, en distintos grados, quedaron más o menos satisfechos, aun sabiendo que había un agravio comparativo. El gran problema fue el de los perjudicados con escasa o ninguna retribución, que, al parecer, eran muchos. A la decepción por lo que les notificó el arzobispo de Lima, se unió la rabia por la meliflua carta de Pedro de la Gasca con sus vacías (por imposibles) promesas. Pero también se dio el caso contrario, el de aquellos que fueron premiados sin estar seguros de que así ocurriera: "Había muchos que, pensando en las muchas hazañas que habían hecho al servicio de Gonzalo Pizarro, persiguiendo al virrey Blasco Núñez Vela, prendiéndolo, cortándole la cabeza y poniéndolo en la picota de la plaza pública de Quito, y recordando otras parecidas, no solamente no esperaban mercedes, sino que temían castigo de muerte, o, al menos, destierro de todo el imperio, y se contentaban con que no los echaran de allí. Aunque Pedro de la Gasca había pregonado el perdón general, sospechaban que había sido para confiarles y luego castigarles cuando el Perú estuviera en paz".

 

     (Imagen) Es llamativo que Pedro de la Gasca, en el informe suyo que estamos viendo, le dedique un espacio muy amplio a JUAN DE LA TORRE VILLEGAS. Quizá se deba a la mala calaña del personaje, aunque vamos a ver algo que al final, de alguna manera, lo redime: murió con dignidad. Ya conocemos parte de sus peripecias, pero veamos la versión de La Gasca, quien, de paso, nos confirma su identidad, ya que se le suele confundir con otro Juan de la Torre: "El 3 de julio (de 1548) se ajustició a Juan de la Torre (Villegas), natural de Madrid (esto valida todo lo que dije anteriormente de él). Se arrastró su cuerpo, se le hizo cuartos y se envió su cabeza a Lima para ponerla junto a la de Gonzalo Pizarro y Francisco de Carvajal. Parecía muy servidor del virrey, pero luego huyó adonde Gonzalo Pizarro, y luchó conta el virrey en Quito. Después de la batalla, sacó engañado a un cuñado suyo, capitán del virrey, del convento en que estaba refugiado, y se lo entregó a Pedro de Puelles (maestre de campo de Gonzalo Pizarro), el cual lo ahorcó. Era muy público que Juan de la Torre no solo hizo esto por complacer a Pizarro, sino porque tenía trato carnal con la mujer de este capitán, que era hermana de su propia mujer". Después cuenta lo que ya sabemos: el hermano del virrey estaba preso de Pizarro, y Juan de la Torre lo convenció para huir, fingiendo que él quería hacerlo también; acto seguido lo delató, y al pobre infeliz lo mataron. Gonzalo Pizarro nombró capitán a Juan de la Torre. Lo mandó al Cuzco para juntar gente de guerra, y en esta misión robó todo lo que pudo, y mató sin piedad a siete partidarios de La Gasca y a un cacique, del que, previamente, mediante tormento, había obtenido seis mil pesos de oro; sin que bastara matarlo, luego hizo cuartos de su cuerpo. La Gasca describe su final: "Después de ser derrotado Gonzalo Pizarro en Jaquijaguana, JUAN DE LA TORRE huyó y anduvo escondido con Bobadilla, hasta que se le pudo hallar en un poblado de indios, vestido como ellos. Fue tan pertinaz en su seguimiento a Gonzalo Pizarro, que, según dicen, habiéndosele anunciado su próxima muerte, dijo que se alegraba de padecerla por amor de Gonzalo Pizarro". Era una respuesta orgullosa, haciendo de tripas corazón, pero, desde que lo apresaron, sabía cuál iba a ser su destino.




miércoles, 23 de septiembre de 2020

(Día 1221) Fracasó un motín causado por haberse distribuido injustamente las recompensas. Otro 'apaño' problemático fue obligar a casarse a las viudas, pues hubo emparejamientos desastrosos.

 

     (811) Los ánimos estaban peligrosamente alterados por lo que consideraban una estafa de Pedro de la Gasca: "Finalmente, hablaron de amotinarse prendiendo al arzobispo, al oidor Cianca, a Hinojosa, a Centeno y a Alvarado, y rogar al presidente La Gasca que les diese parte a todos en los repartimientos, porque, si no, los tomarían ellos". Por lo que hemos visto en la imagen anterior, poco después Alvarado se unió a la protesta de los agraviados, pero, de momento, fue castigada: "Se descubrió enseguida su intención, y Cianca apresó y castigó a los cabecillas del motín, con lo que todo se apaciguó".

     Después ocurrió algo impensable en los tiempos actuales, pero que tenía como objetivo mantener la estabilidad social: "Como en las guerras pasadas habían muerto muchos vecinos que tenían encomiendas de indios, heredándolas sus mujeres, y con el fin de que no se casasen con hombres que no lucharon al servicio de su Majestad, los gobernadores hablaron de elegirles sus nuevos maridos, y así lo hicieron en todo el Perú (muy romántico). Muchas viudas pasaron por ello. A otras, les sentó muy mal, porque les asignaron maridos más viejos que los que tuvieron. A la mujer de Alonso de Toro, que fue maestre de campo de Gonzalo Pizarro, la casaron con Pedro López de Cazalla, secretario del presidente La Gasca". Luego cuenta lo que le pasó (y ya conocemos) con la viuda de Martín de Bustinza, que era de noble estirpe inca, la cual se resistió mucho a casarse con Diego Hernández porque había sido sastre en tiempos pasados (los sastres y los médicos fueron objeto de muchas críticas zumbonas por parte del gran escritor Quevedo). La tuvo que convencer su noble hermano Don Cristóbal Paullu, con el prosaico argumento de que no convenía enfadar a los españoles. Y añade el cronista: "Con esto, pasó la boda adelante, y se celebró en casa de diego de los Ríos, vecino del Cuzco, y los casados aún hacían vida maridable (unos doce años después) cuando salí de esa ciudad para venir a España".

     También algunos hombres se arrepentían de eso matrimonios por interés: "Otros casamientos semejantes se hicieron para dar encomiendas de indios a los que las solicitaban, pagándoles con hacienda ajena sus servicios a la Corona, aunque entre ellos también hubo muchos descontentos; unos porque les tocó poca renta, y otro por la fealdad de las mujeres, pues en este mundo no se halla contento que sea entero".

     La Gasca, amarrado por sus promesas, resultó inevitablemente injusto. Tuvo que perdonar lo imperdonable y quitar a unos para dar a otros, pero fue el precio de la victoria. Por unas razones o por otras, había mucha gente insatisfecha, y ya se podían adivinar en el horizonte amenazantes nubarrones de rebeldía. Esa fue la causa del amago de motín. Hubo premios verdaderamente irritantes, como los que recibió Pedro de Hinojosa por haberle entregado la armada de Gonzalo Pizarro a Pedro de la Gasca: una encomienda de indios que había sido del propio Gonzalo, con la enorme rentabilidad de cien mil pesos al año, y una mina de plata de gran producción (aunque dice el cronista que en Perú valía más que la plata el hierro, por la escasez de este mineral), con lo que sus rentas anuales llegaban hasta los doscientos mil pesos.

 

     (Imagen) No tiene desperdicio ese informe que Pedro de la Gasca (quien todo lo anotaba) le envió al Rey cinco meses después de derrotar y ejecutar a Gonzalo Pizarro; así que seguiré dedicándole varias imágenes. La Gasca iba adjudicando escribanías que habían sido utilizadas sin título por seguidores de Gonzalo Pizarro: "El día 9, nombré escribano para el Cuzco a Juan Martínez Jaimes, muy servidor de Su Majestad, el cual, tras sufrir junto a Diego Centeno la derrota de Huarina, fue apresado por los de Gonzalo Pizarro, y lo quisieron matar, pero pudo huir para poder seguir sirviendo al Rey". Hace una referencia, con especial sentimiento, al gran alavés PASCUAL DE ANDAGOYA (del que ya hablamos), quien, además de gobernador, fue cronista, y estuvo a punto, muchos años antes, de ser él quien descubriera el imperio de Perú, pero tuvo que dejar paso libre a Pizarro porque enfermó. La Gasca nos revela que no pudo con otro achaque: "El día 18 (de setiembre de 1548), falleció en el Cuzco el Adelantado Andagoya (con 53 años) de una calentura que le sobrevino después de parecer haberse curado de una quebradura de pierna. A todos nos dio mucha pena, por ser tan buen hombre y tan servidor de Su Majestad. El día 19, se ejecutó a Francisco Martín, que fue muy secuaz de Gonzalo Pizarro, y uno de los que prendieron al virrey, y le dijo palabras de gran desacato". Acto seguido, La Gasca hace referencia a algo sorprendente. Era raro ejecutar a un clérigo, pero nos muestra que, a veces, los juzgaban los obispos, los condenaban a muerte y los entregaban a la autoridad civil para que les quitara la vida: "El día 24, pronunció una sentencia el obispo del Cuzco (Juan Solano), después de misa mayor, por la que procedimos a ejecutar  a Juan Coronel, canónigo que fue de Quito, gran secuaz de Gonzalo Pizarro, y autor de un libro en defensa de su rebelión, que tituló en latín 'De bello iusto' (Acerca de la guerra justa). Era aquel clérigo al que envió Gonzalo Pizarro para espiar cuántos soldados teníamos. El día 29, pronunció el obispo del Cuzco, en la iglesia, una sentencia por la que ejecutamos a Juan de Sosa, sacerdote que fue muy gran secuaz de Gonzalo Pizarro, y uno de los que llegó con Francisco Gutiérrez a la campaña de Veragua, donde, según se dice, se gastó gran suma de dinero".




martes, 22 de septiembre de 2020

(Día 1220) Gran protesta de muchos soldados por los repartos de premios que hizo Pedro de la Gasca. Hasta Alonso de Alvarado le denunció.

 

     (810) La decepción fue enorme: "Cuando supieron en el Cuzco que el presidente La Gasca se había ido a Lima solo y a la sorda, en medio de muchos capitanes dijo el capitán Pardave: 'Voto a tal, pues Magdalena de la Cruz se fue en secreto y nos dejó engañados'. Al presidente, entre otros nombres postizos, le daban el de Magdalena de la Cruz, por ser embaucador y encantador como lo fue aquella buena mujer, a la que castigó el Santo Oficio de la Inquisición aquí, en Córdoba. Fue por no oír estas desvergüenzas, y otras que se decían, por lo que salió del Cuzco para hacer los repartimientos de indios, y se alejó más a la hora de darlos a conocer".

     Pedro de la Gasca lo hizo todo bien para lograr su magnífica victoria. Pero lo que nos ha mostrado ahora Inca Garcilaso es la desolación que embargó a muchos al sentirse estafados en los repartos de las encomiendas. El cronista reconoce que no era posible satisfacer a todos, pero opina que se podría haber hecho mucho mejor. Aunque su victoria fue asombrosa, surgió de inmediato un torbellino de protestas que no anunciaban nada bueno. Añade los comentarios de otros cronistas, y coinciden en describir el inicio de lo que parecía conducir a un motín general. El Palentino indica que la comunicación de los repartos se hizo el día veinticuatro de agosto de 1548, y añade: "En cuanto comenzó el arzobispo de Lima a comunicar los repartos a los vecinos y soldados del Cuzco, muchos de ellos comenzaron a blasfemar, diciendo públicamente denuestos contra el presidente La Gasca, y desvergüenzas que amenazaban con una nueva rebeldía. Hablaban entre ellos sobre matar al oidor Andrés de Cianca y al arzobispo, a quien le juzgaban autor del repartimiento. Decían con ira que los principales repartimientos y encomiendas de indios se los daban a quienes habían sido secuaces y principales valedores de Gonzalo Pizarro". Insiste en lo mismo el cronista López de Gómara. Comenta que Pedro Alonso de Hinojosa fue el más beneficiado en los repartos, por haber entregado la flota de Gonzalo Pizarro a Pedro de la Gasca, quien, asimismo, fue extraordinariamente generoso con algunos otros: "No pudo el arzobispo aplacar la saña de los soldados descontentos con el reparto, y se oyeron voces jurando que habían de acusar a Pedro de la Gasca ante el Consejo de Indias. Hubo algunos, como el mariscal Alonso de Alvarado y Melchor Verdugo, que después lo acusaron ante el Fiscal". Esta última frase confirma algo que resultaba sumamente extraño. El gran Alonso de Alvarado volvió a Perú acompañando en su viaje a Pedro de la Gasca, y su admiración mutua fue innegable durante mucho tiempo. Pero, después de la batalla de Jaquijaguana, se enemistaron dramáticamente, hasta el increíble extremo de que La Gasca presionó para que lo condenaran a muerte (ya me referí al tema). Ese proceso fue anulado, pero no se sabía lo que ocurrió entre ellos. Parece claro que, tal y como alegó en su día el mismo Alonso de Alvarado, tuvo mucho que ver el que, dolido por no ser premiados él y otros como él consideraba que merecían, había sometido a juicio a Pedro de la Gasca.

 

     (Imagen) Es posible que Pedro de la Gasca, un hombre lleno de virtudes, tuviera en el fondo un carácter dominante y rencoroso. La gran amistad que mantenía con el gran Alonso de Alvarado se fue a pique cuando, ya vencido Gonzalo Pizarro, las recompensas que distribuyó entre los hombres de su ejército resultaron muy desequilibradas. Uno de los perjudicados era Alonso de Alvarado, quien, en propia defensa y en la de otros igualmente quejosos, demandó a Pedro de la Gasca (lo que no se sabe es por qué maltrató así a Alvarado). Esto le irritó sobremanera al clérigo, y, tiempo después, intrigó hasta conseguir que le condenaran a muerte a Alvarado en un asunto menor, promovido, como vimos, por María de Lezcano. Alvarado manifestó en el juicio de apelación: "El licenciado La Gasca me tomó odio y enemistad porque yo protesté por los agravios que me había hecho a mí y a otras personas honradas en los repartimientos de indios y en otras cosas". Fueran ciertas o no, las afirmaciones que hicieron los testigos de Alvarado eran muy graves. Uno de ellos dijo que el juez reconoció que "había condenado a Alonso de Alvarado más por voluntad de Pedro de la Gasca que por las culpas que halló en él durante el proceso". Y añadió el testigo una dura crítica a su carácter: "Dijo que supo que el licenciado La Gasca era un hombre soberbio, y que tenía la condición de que, si quería mal a una persona y le tomaba odio, la perseguía por todas las vías que podía, y que esto lo supo porque vio quejarse a muchas personas de él, diciendo que, por cosas livianas, les anulaba méritos y servicios, y no les daba mercedes, para dárselas a las personas que a él se le antojaban, aunque no tuviesen méritos. Y que le pareció a este testigo que las personas que hacían todo lo que les mandaba, era por tenerle contento, ya que estaba en su mano hacerles bien o mal, darles de comer o quitárselo, y que le parece a este testigo que lo mismo hizo el licenciado Gómez Hernández (el que le había condenado a muerte a Alvarado)". Pedro de la Gasca murió en 1567, a la edad de 70 años, siendo obispo de Sigüenza. La imagen muestra un curioso documento. Le sancionaron a La Gasca desde Roma en 1563 por no dejar libres a unos clérigos que había apresado sin tener competencia para ello.




lunes, 21 de septiembre de 2020

(Día 1219) Tras la gran victoria, vino la gran decepción de muchos soldados: Pedro de la Gasca no podía premiar a todos. Les mandó un escrito lleno de falsas promesas para los más perjudicados. Continuaron los castigos de los vencidos.

 

     (809) Pedro de la Gasca estuvo más de tres meses en el valle del Apurimac recibiendo gran cantidad de peticiones. Pero se veía ante el grave problema de que existían demasiadas promesas hechas tiempo atrás: "Hizo poco caso de las nuevas demandas, porque tenía ya nombrados en su imaginación a los que habían de gozar de lo mejor, que eran los principales hombres que se hallaron con el general Pedro de Hinojosa en Panamá y en Nombre de Dios cuando le entregaron la armada de Gonzalo Pizarro, pues ya entonces se decidieron los repartimientos de indios que se habían de dar a cada uno de ellos. El presidente La Gasca, tras hacer los repartos sin más opinión que la suya y la del arzobispo Jerónimo de Loaysa, que ambos sabían bien poco de los trabajos y méritos de los soldados pretendientes (como estos mismo decían cuando se quedaron en blanco), se fue a la ciudad de Lima, dejando que el arzobispo y el secretario Pedro López fuesen al Cuzco y comunicasen los repartimientos a quienes había premiado. Para los que iban a recibir poco y para los desdichados a los que no les cupo suerte alguna, escribió una carta muy solemne, manifestándoles sus buenos deseos y el propósito que tenía de gratificarles más adelante con lo que quedase vacante".

     Inca Garcilaso resume la carta de Pedro de la Gasca. No tiene desperdicio en el encaje de retorcidos bolillos que hace con la imposible pretensión de que sus oyentes se resignen. Fue una catarata de agua fría. La estrategia de Pedro de la Gasca fue genial (y, probablemente, imprescindible) en cuanto a su habilidad para conseguir que muchos de los del bando de Gonzalo Pizarro se pasasen al suyo. Pero eso tuvo un precio muy alto: prometió más de lo que tenía, y se llevaron la parte del león los grandes capitanes. Les dice ahora a los que van a recibir poco o nada, que no puede complacerlos, porque la guerra ha exigido un gasto ruinoso. Consciente de la ira que va a provocar, trata de salir del paso con palabrería hueca, y, además, escurre el bulto, encargándoles al arzobispo y al secretario que pasen por el mal trago de darles la desastrosa noticia a los que habían sufrido horrores y arriesgado su vida para nada (salvo, se supone, el abono de la miserable soldada). No les ofrece más consuelo que el de esperar a tiempos mejores: "Todo lo que quede libre mientras yo esté en el Perú, será repartido solamente a vuestras mercedes, porque lo han merecido como buenos vasallos, sirviendo al Rey. Y, para que solamente vuestras mercedes gocen de esta tan rica tierra, echaré de ella a los que han sido malos, y aun a los que han estado solamente mirando, dejando de hacer lo que vuestras mercedes han hecho. Procuraré que, hasta que vuestras mercedes estén remediados y ricos, no venga nadie de España, ni de otras tierras de las Indias, que puedan estorbar a vuestras mercedes el aprovechamiento de estas tierras. Y, pues todo lo que digo es verdad, y es todo lo que puedo hacer para aprovechamiento de vuestras mercedes, les suplico que, siguiendo a Dios, se contenten con lo que a él le satisface, que es que los hombres hagan lo que puedan en su servicio". El documento tenía fecha de 18 de agosto de 1548. ¡Qué papelón! Ahora queda por ver la reacción de los chasqueados soldados.

 

     (Imagen) Si para Pedro de la Gasca fue un problema muy desagradable el no poder premiar como se debía a muchos de los soldados que le siguieron, también le había tocado otra tarea poco apetecible: ir apresando y castigando a los rebeldes tras su derrota. Ya hemos visto que la primera limpieza la llevó a cabo con Gonzalo Pizarro, Francisco de Carvajal y notables capitanes. A otros, hubo que perseguirlos previamente. Veamos algo de lo que cuenta al respecto en ese mismo informe del 26 de setiembre de 1548: "El día 7 de mayo, el capitán Hernán Mejía hizo justicia de un tal Muñoz, muy secuaz de Gonzalo Pizarro, quien estando sentenciado a galeras (mereciendo mayor castigo), había huido, y el mismo día se azotó a un número de culpados, siendo unos condenados a galeras, y, otros, a destierro perpetuo. El día 11, se hizo justicia de Serra, natural de Jaraicejo, muy seguidor de Gonzalo Pizarro, y el cual, que era corredor (espía), un día antes de la batalla de Jaquijaguana, al decirle los nuestros que viniese a servir al Rey, respondió que le besase en tal parte (el culo), que elegante rey era. Este había ahorcado a uno de los de Diego Centeno. A él se le ahorcó después de azotarle y cortarle la lengua. Ese día, el capitán Mercadillo me escribió que unos presos que traía habían planeado soltarse y matarlo, pero se lo reveló uno de ellos. Se le contestó que hiciese justicia de ellos y dejase libre al delator. El día 24, se hizo justicia de Francisco de Espinosa (como vimos, Gonzalo Pizarro, la víspera de la batalla de Jaquijaguana, esperaba que Francisco le enviara refuerzos, y en el recorrido hizo muchas barbaridades). Cuando ya traía plata robada y gente, por la fuerza, para Gonzalo Pizarro, se enteró de su derrota, lo dejó todo y huyó, pero luego lo prendieron algunas personas que se enviaron desde Jaquijaguana en su busca. Era maestresala de Gonzalo Pizarro y uno de los de su mayor confianza. El día 25, Juan Procel llevó a Lima a treinta y cinco condenados a galeras, para que, desde allí, se enviasen a España". (La imagen muestra el documento en latín, del año 1551, en el que el papa Julio III nombra a Pedro de la Gasca Obispo de Palencia).




sábado, 19 de septiembre de 2020

(Día 1218) Habla el cronista como testigo directo en el Cuzco de los duros castigos que, siendo niño, vio dar a los derrotados. Los perdones de Pedro de la Gasca trajeron su victoria, pero, después, le fue imposible repartir los premios con justicia.

 

     (808) Eran la misma ciudad, el Cuzco, y las mismas celebraciones que se hicieron anteriormente para homenajear al victorioso Diego Centeno, y, asimismo, acto seguido, el mismo horror de los castigos a los vencidos. El arte de disfrutar de la tragicomedia. Esta vez, el protagonista será Pedro de la Gasca. Aquel niño de nueve años, Inca Garcilaso, también presenció los sufrimientos de los condenados: "El presidente La Gasca les confió al oidor Andrés de Cianca y al maestre de campo Alonso de Alvarado la misión de castigar a los tiranos. Ahorcaron a muchos soldados famosos, de los de Pizarro, descuartizaron a otros muchos, y azotaron, de cuatro en cuatro o de seis en seis, a más de cien soldados españoles. Yo los vi a todos, pues salíamos los muchachos a ver aquel castigo, que se hacía con gran escándalo de los indios, al ver que con tanta infamia tratasen a los españoles los de su misma nación, porque, hasta entonces, aunque había habido muchos ahorcados, no se había visto español alguno azotado. Y, para mayor infamia, los llevaban a su castigo montados sobre carneros del país (llamas), en lugar de mulas o rocines; luego los condenaron a todos a galeras".

     Como Pedro de la Gasca no podía faltar a sus promesas de perdón, se produjo inevitablemente un gran desequilibrio en la balanza de la justicia. Para quienes se pasaron a su bando, aunque fuera en el último minuto de la batalla de Jaquijaguana, hubo 'indulgencia plenaria'. Era como una aplicación en este perro mundo del milagroso efecto de una confesión sacramental hecha segundos antes de morir, a la que se aferraban ansiosamente los más empecatados para entrar en el Paraíso. Pero en este perro mundo ese desequilibrio molestó a muchos: "El presidente La Gasca pregonó el perdón general, a todos los que acompañaron al Estandarte Real en la batalla de Jaquijaguana, de todo lo que pudiesen haber delinquido durante la rebelión de Gonzalo Pizarro, aunque hubiesen matado al virrey Blasco Núñez Vela o a otros ministros de su Majestad. El presidente La Gasca, aunque había alcanzado la victoria y degollado a sus enemigos, andaba más acongojado y afligido que en la guerra, porque en ella hubo muchos que le ayudaron a llevar sus cuidados, pero, en la paz, estaba solo para soportar las importunidades, demandas y pesadumbres de dos mil quinientos hombres que reclamaban paga por los servicios prestados, y ninguno de ellos, por inútil que hubiese sido, dejaba de imaginar que merecía el mejor repartimiento de indios que había en todo el Perú. Y los personajes que le habían ayudado a Pedro de la Gasca en la guerra, esos eran los que ahora, en la paz, más le fatigaban, haciéndole peticiones con tanta instancia y molestia, que, por quitarse alguna parte de estas pesadumbres, decidió irse al valle del río Apurimac, para hacer allí los repartimientos de indios con más quietud. Llevó consigo a su secretario, Pedro López de Cazalla y al obispo de Lima, Don Jerónimo de Loaysa, y mandó que nadie le molestase. Tomó también la precaución de enviar soldados por diversas partes, para que fuesen a nuevas conquistas y ganar nuevas tierras, como lo habían hechos los que ganaron aquel imperio. Pero envió pocos, debido a la prisa que tenía en salir de aquellos reinos antes de que se levantase algún motín de gente descontenta y quejosa, con razón o sin ella".

 

     (Imagen) Nos habla Inca Garcilaso de las ganas que tenía de volver a España PEDRO DE LA GASCA. Derrotó a Gonzalo Pizarro, pero se vio acosado por una imposible tarea: satisfacer las peticiones de recompensas que le reclamaban, casi siempre abusivamente, quienes le habían sido fieles, aunque solo fuera en el último momento de la batalla de Jaquijaguana. Perú, debido a tantos años de anarquía, se había convertido en un apestoso pantano de corrupción, y él intentaba premiar a quienes lo mereciesen. Sirva de ejemplo lo que le contaba al Rey en un informe enviado cinco meses después del final de las guerras: "En esta tierra, como está tan lejos de Su Majestad, hay muchos desórdenes. Uno de ellos es que los que tienen escribanías públicas las venden, y los cabildos aceptan a los que las compran, y los admiten como si tuviesen título legítimo. Por terminar con esta mala costumbre, nombré para esos cargos a algunos que lo merecían. Así lo hice con Francisco Hernández, natural de Medellín, que había sido buen servidor de Su Majestad, nombrándole escribano del Cuzco, donde sustituía a Francisco Lazcano, natural de Segovia. También le pido a Su Majestad una ayuda para dos hijos bastardos de este Lazcano, ya que él, sirviendo a vuestra causa en la batalla de Huarina, perdió un brazo y una pierna, y después fue ahorcado por Francisco de Carvajal, y desposeído de sus bienes". La Gasca estuvo tan ocupado durante años, que se sentía culpable por las pocas misas que celebraba. Hasta el punto de que, en desagravio, fundó en Valladolid la iglesia de la Magdalena, donde está su sepulcro (el de la imagen). Esto escribió al fundarla: "Nos, Don Pedro de la Gasca, Obispo y Señor de Sigüenza, Obispo que fuimos de Palencia y miembro del Consejo de su Majestad, edificamos la iglesia de la Magdalena de Valladolid, y la dotamos (para misas), con el fin de suplir las faltas que tuvimos en celebrar (en tiempos del Emperador Carlos V) durante la visita a los tribunales del Reino de Valencia, la defensa de aquel reino y de las islas de Mallorca, Menorca e Ibiza, y cuando en 1542 atacó el Turco junto al Francés (Francisco I), y en la ida al Perú, por lo que por más de ocho años no dijimos misa (no nos atrevimos), aunque teníamos las licencias para no caer en irregularidad".




viernes, 18 de septiembre de 2020

(Día 1217) Inca Garcilaso sabe que fue justa la muerte de Gonzalo Pizarro, pero insiste en que era buena persona y muy querido. También habla de la entrada triunfal de Pedro de la Gasca en el Cuzco, que él vio siendo niño. Y comete un error en su crónica.

 

     (807) No cabe duda de que Inca Garcilaso apreciaba mucho a Gonzalo Pizarro, y, en cierto sentido, también a Francisco de Carvajal. Quizá, influido por lo que le oía desde niño a su padre, Sebastián Garcilaso de la Vega, le quedara una tendencia a admirar sus grandes cualidades (que las tenían), y con pocas ganas de fijarse en sus defectos. Y sigue con las alabanzas. "Gonzalo Pizarro dio muchos repartimientos de indios, y murió tan pobre como se ha dicho. Fue buen cristiano, devotísimo de Nuestra Señora la Virgen María. Jamás le pidieron cosa que la negase, por muy importante que fuese, si se hacía por amor de Nuestra Señora. Sabiendo esto Francisco de Carvajal y sus capitanes, cuando habían de matar a alguno de sus enemigos que lo mereciese, tomaban medidas con tiempo suficiente, para que nadie fuese adonde Gonzalo Pizarro pidiéndole que le perdonase la vida, porque sabían que, rogándoselo por Nuestra Señora, no se había de negar. Por sus virtudes morales y hazañas militares, fue muy amado por todos, y, aunque fue necesario quitarle la vida, a todos en general les pesó su muerte. Y así, jamás oí después a nadie que hablase mal de él, sino todos bien, y con mucho respeto".

     Va a empezar a hablar Inca Garcilaso de lo que pasó tras la victoria del ejército del Rey, pero empieza exagerando la importancia de los conflictos posteriores, pues ninguno tuvo la enorme gravedad de las guerras civiles que hemos contemplado: "Con la muerte de Gonzalo Pizarro y sus capitanes, no quedó libre de levantamientos el imperio del Perú, sino con mayores escándalos, como veremos. Habida la victoria de la batalla de Jaquijaguana, el presidente La Gasca envió aquel mismo día a los capitanes Hernando Mejía de Guzmán y Martín de Robles al Cuzco, para prender a los que hubiesen huido de Gonzalo Pizarro, y para impedir que muchos soldados del ejército vencedor saqueasen aquella ciudad, pues se creían que, con la victoria alcanzada, tenían libertad para hacer de los enemigos lo que quisiesen". Pedro de la Gasca entró en el Cuzco dos días después. Desde allí, envió a la zona de las Charcas al capitán Alonso de Mendoza, con orden de apresar a Francisco de Espinosa y Diego de Carvajal, el Galán, capitanes de Gonzalo Pizarro. Nombró gobernador de aquella zona al licenciado Polo Ondegardo, mandándole que castigase a los que hubiesen ayudado a Gonzalo Pizarro. Pero también, cosa curiosa, a los 'tibios' que no hubiesen sido partidarios de ninguno de los dos bandos, calificados por la gente como 'mirones'; su castigo sería económico. Iba con Ondegardo Gabriel de Rojas como tesorero (quien luego, como contó Pedro de la Gasca, "murió de dolor de costado"). En la ciudad del Cuzco, le rindieron honores con una gran celebración a Pedro de la Gasca por la gran victoria que había obtenido. Algo que quedó grabado indeleblemente en la memoria de Inca Garcilaso, entonces un niño de nueve años: "Se hicieron fiestas muy costosas, de toros y juegos de cañas. El presidente La Gasca estuvo viéndolas en el corredorcillo de las casas de mi padre, donde yo miré su persona, como ya dije".

    

     (Imagen) Embalado con su entusiasmo a la hora de ensalzar las virtudes que Gonzalo Pizarro tenía, Inca Garcilaso va a cometer un desliz: "Al decir el cronista Palentino que hubo algunos que insistieron en que se le debía hacer cuartos al cuerpo de Gonzalo Pizarro, para ponerlos en los caminos del Cuzco, y que el presidente La Gasca no lo concedió, se basó en una información falsísima que le dieron a él, pues nunca tal cosa se imaginó". Inca Garcilaso, para hacer este apasionado reproche, se basó en dos argumentos muy débiles, o quizá, sin más, quisiera tapar el asunto: "Si hubiese pasado así, después, en sana paz, se habría hablado de ello, como se hablaba de otras cosas más secretas, y yo lo habría oído, pero nunca se mencionó. Además, todos los que se reunieron para opinar sobre su condena a muerte (salvo el presidente La Gasca) debían muy mucho a Gonzalo Pizarro, ya que habían recibido grandes beneficios de su mano, por lo que no tenían motivo alguno para deshonrarlo, y les bastó consentir en su muerte, para servicio de Su Majestad y quietud de aquel imperio". Pero el Palentino había leído las cartas de Pedro de La Gasca (todo indica que Inca Garcilaso no las conoció), el cual, en su informe enviado al secretario del Rey 24 días después de la muerte de Gonzalo Pizarro, decía (como ya vimos): "El día diez de abril (año 1548), se le cortó la cabeza a Gonzalo Pizarro, por traidor, y, aunque a algunos les pareció que había que hacerle cuartos, no lo creí justo, por el respeto que se debía al Marqués Don Francisco Pizarro, su hermano. Murió bien, con reconocimiento de los errores que, contra Dios, su Rey y sus prójimos, había cometido". No solo se equivoca Inca Garcilaso, sino que, además, no sabe que La Gasca le habría hecho cuartos de no ser por la memoria de su hermano Francisco. Era algo muy ignominioso, de lo que no se libró Francisco de Carvajal, quien, incluso, fue más deshonrado, puesto que, en lugar de decapitarlo, lo ahorcaron previamente. Este tipo de macabra exposición fue un espectáculo habitual, incluso para los niños, en las poblaciones europeas de aquel tiempo. Así terminó, por ejemplo, Gabriel de Espinosa, el llamado Pastelero de Madrigal (de las Altas Torres), quien, haciéndose pasar por el desaparecido rey Sebastián I de Portugal, pretendió disputarle ese reino vacante a Felipe II.




jueves, 17 de septiembre de 2020

(Día 1216) Inca Garcilaso hace una sincera defensa de los grandes valores y méritos que tuvo Gonzalo Pizarro. Fueron impactantes las palabras que el condenado pronunció desde el cadalso.

 

     (806) Por conveniencias de publicación, veremos primeramente lo que ocurrió tras la ejecución de Gonzalo Pizarro, de manera que mostraré después (en la imagen) los momentos de su muerte. Continúa el cronista: "No habiendo nadie que se ofreciese a dar una mortaja para Gonzalo Pizarro, lo enterraron con su ropa en el convento de Nuestra Señora de las Mercedes, en la misma capilla en la que estaban los dos Diegos de Almagro, el padre y el hijo, para que en todo fuesen iguales y compañeros, tanto en haber ganado aquellas tierras como en ser degollados, tener entierros de limosna y una sola sepultura. También al Marqués Don Francisco Pizarro, hermano del uno y compañero del otro, lo mataron y fue enterrado de limosna, de manera que, así, los cuatro fueron hermanos y compañeros en todo y por todo. Como decían los que miraban estas cosas desapasionadamente, esa es la paga que da el mundo a los que más y mejor le sirven, pues así fallecieron los que ganaron aquel imperio llamado Perú".

      Tras esta filosófica reflexión, Inca Garcilaso entra en otros detalles: "Pasada la tormenta de la guerra, muchos de los vecinos de aquel imperio, cada cual en su ciudad, mandaron decir misas por el alma de Gonzalo Pizarro, tanto por haberlas él pedido, como por cumplir con la deuda que todos en común le debían por haber muerto por ellos. Su cabeza y la de Francisco de Carvajal fueron llevadas a la ciudad de Lima, y, metidas en sendas jaulas, se colocaron en la plaza de la ciudad". Hace referencia el cronista a Trujillo y a Extremadura, de donde procedían los hermanos Pizarro: "Tierras que han producido hijos tan heroicos, que han ganado los dos imperios del Nuevo Mundo, México y Perú". Cita los nombres de algunos conquistadores extremeños excelsos, aunque en el revoltijo incluye a algunos de menos talla, como su padre, de forma que ni están todos los que son, ni son todos los que están: Hernán Cortés, Vasco Núñez de Balboa, Pedro de Alvarado, Garcilaso de la Vega, Gómez de Tordoya, Pedro Álvarez Holguín, Hernando de Soto y Pedro del Barco".

     Aporta también algunos datos, que ya conocemos, sobre la familia de los Pizarro. Y comenta: "Fue Gonzalo Pizarro hombre de gentil cuerpo, de muy buen rostro, de próspera salud y muy sufridor en los trabajos. Hábil hombre de a caballo en ambas sillas, diestro arcabucero y ballestero. Con un arco de bodoques (bolas de barro que se lanzaban con ballesta), dibujaba lo que quería en la pared. Fue la mejor lanza que ha pasado al Nuevo Mundo, según decían todos los que hablaban de hombres famosos. Fue de ánimo noble, claro y limpio, ajeno de malicias y sin dobleces. Era muy confiado de sus amigos, o de los que pensaba que lo eran, que fue lo que lo destruyó. Por ser ajeno de astucias, maldades y engaños, dicen los cronistas que fue corto de entendimiento. Pero lo tuvo muy bueno, y muy inclinado al valor y a la honra. Por ser afable de condición, fue muy querido de amigos y enemigos. De las riquezas ganadas por su persona, podemos decir que fue señor de todo el Perú, pues lo poseyó (ilegalmente) y gobernó un espacio de tiempo, con tanta justicia y rectitud, que hasta el presidente Pedro de la Gasca lo alabó".

 

     (Imagen) Escuchemos las palabras que dirigió a los presentes el trágico GONZALO PIZARRO al pie del cadalso, justo antes de morir (en la versión de Inca Garcilaso): "Bien saben vuestras mercedes que mis hermanos y yo ganamos este imperio. Muchos tenéis repartimientos de indios que os los dio el Marqués, mi hermano. A otros muchos se los di yo. Además, muchos de vuestras mercedes me deben dinero, porque se lo presté; otros lo han recibido de mí gratuitamente. Yo muero tan pobre, que no tengo con qué dar limosnas en bien de mi alma. Suplico a vuestras mercedes que los que me deben y los que no me deben dinero me hagan limosna y caridad de todas las misas que pudieren, para que se digan por mi alma, pues espero que, así, Dios, por la sangre y pasión de Nuestro Señor Jesucristo, se dolerá de mí y perdonará mis pecados. Quédense vuestras mercedes con Dios". Una vez más, vemos el arraigo tan profundo de la fe cristiana que había en el corazón de aquellos 'conquistadores', por muy crueles que pudieran llegar a ser. Los testigos del patético momento se emocionaron: "No había acabado de pedir su limosna, cuando se sintió un llanto general, con grandes gemidos y sollozos, que derramaron los que oyeron palabras tan lastimeras. Gonzalo Pizarro se hincó de rodillas delante del crucifijo que llevaba, que lo habían puesto sobre una mesa. El verdugo, que se llamaba Juan Enríquez, quiso ponerle una venda sobre los ojos, pero Gonzalo Pizarro le dijo que no era menester. Y, cuando vio que sacaba el alfanje para cortarle la cabeza, le pidió que hiciera bien su oficio, sin que lo martirizara, como ocurre muchas veces. El verdugo se lo prometió, y, diciendo esto, con la mano izquierda, le alzó la barba, que la tenía larga y redonda, y, de un revés, le cortó la cabeza con tanta facilidad como si fuera una hoja de lechuga. Se quedó con ella en la mano, y el cuerpo tardó en caer al suelo. Así murió este buen caballero. El verdugo, como era costumbre, quiso quedarse con sus ropas, pero Diego Centeno, que había venido para recoger el cuerpo, le mandó que no lo tocase, y le prometió una buena suma de dinero por sus vestidos". (El grabado de la imagen es del siglo XVIII, y, erróneamente, muestra a GONZALO PIZARRO con los ojos vendados).