(799) Gonzalo Pizarro se presentó a
caballo ante Pedro de la Gasca, con quien estaba únicamente el mariscal Alonso
de Alvarado, pues los capitanes que le habían traicionado evitaron verlo:
"El presidente La Gasca le preguntó si le parecía bien haberse rebelado en
la tierra del Emperador, hacerse gobernador de ella y matar en batalla campal
al virrey. Le respondió que él no se había hecho gobernador, sino que los
oidores, por petición de todas las ciudades del reino, se lo habían mandado
dándole una provisión que confirmaba una cédula de Su Majestad, según la cual
su hermano, el Marqués, podía nombrar gobernador que le sucediera tras su
muerte, y su hermano lo nombró a él, como era público y notorio, y que, además,
era justo que fuera gobernador de la tierra que ganó".
Era el terco argumento de un mal perdedor,
ya que se apoyaba en derechos con los que trataba de ocultar, inútilmente, la
nefasta ilegalidad de su rebeldía. Su vistosa alegación tenía los cimientos
podridos. También intentó una imposible justificación de lo que hicieron con el
virrey: "Dijo que lo del virrey se lo habían mandado los oidores, diciendo
que convenía echarle del reino para la paz de aquellas tierras y al servicio de
su Majestad. Añadió que él no lo había matado, sino que los agravios y las
muertes que hizo tan sin razón habían forzado a que los parientes de los
muertos las vengasen (en esto tenía
bastante razón, pues por eso lo mató Benito Suárez de Carvajal).
No le gustaron a Pedro de la Gasca sus
explicaciones: "Le dijo que se había mostrado muy ingrato con las mercedes
que le hizo Su Majestad a su hermano el marqués Francisco Pizarro, con las
cuales había enriquecido a todos ellos (los
cuatro hermanos), y que él no había hecho nada. Gonzalo Pizarro le
respondió: 'Para descubrir las tierras bastó mi hermano solo, pero, para
ganarlas, como las ganamos a nuestra costa y riesgo, fuimos necesarios los
cuatro hermanos más nuestros parientes y amigos'. Entonces, ya enojado el
presidente La Gasca, dijo en voz alta: 'Quítenmelo de aquí, que tan tirano está
hoy como ayer'. Luego se lo llevó consigo Diego Centeno. A los demás capitanes
presos los enviaron a otras partes, en las que estuviesen a buen recaudo".
Su instinto de superviviente le había
impulsado a Francisco de Carvajal a huir: "Siendo ya un viejo de ochenta y
cuatro años (aunque era muy anciano, la
edad exacta no se conoce), por el natural odio que a la muerte se tiene, se
puso en huida. Iba en un caballo mediano, castaño y vejezuelo que yo conocí (aunque casi siempre usaba una mula muy
popular entre sus soldados). Al pasar un arroyo, el caballo cogió impulso
para subir cuesta arriba, y Carvajal, por su mucha edad y por sus muchas
carnes, pues era muy grueso de cuerpo, al asirse de las crines se inclinó hacia
un lado, y cayeron ambos en el arroyo, no pudiendo levantarse porque el caballo
le aplastaba una pierna. Así le encontraron sus propios soldados, que también
iban huyendo, y entre todos acordaron llevárselo preso a Pedro de la Gasca,
para que, por tal regalo, les perdonase sus delitos".
(Imagen) Sigamos con el informe que hizo
Pedro de la Gasca sobre la victoria de Jaquijaguana el 3 de mayo de 1548 (24
días después de la batalla). Inca Garcilaso nos acaba de contar que a Francisco
de Carvajal lo apresaron sus propios hombres (que también huían) y lo
entregaron para conseguir el perdón de La Gasca. Y, sin duda, lo obtuvieron,
pues el sensato clérigo se limita a decir que lo apresó el capitán (de Gonzalo Pizarro) Martín de Almendras.
Cuando habla de la detención y entrega de Gonzalo Pizarro, difiere en algunos
matices de la versión de Inca Garcilaso, en la que el cronista da a entender
que estuvo muy brusco La Gasca, quien, en su escrito, suaviza los detalles,
aunque es cierto que procuró bajarle los humos: "Preso Gonzalo Pizarro, me
lo trajo el mariscal Alonso de Alvarado para presentármelo, viniendo un poco de
tiempo los dos detrás de mí, porque yo andaba mandando a la gente que no se
desordenase hasta que se confirmase del todo la victoria, pues aún me parecía
que algunos de los enemigos estaban juntos; y también para no darle a entender
a Gonzalo Pizarro que él tenía tanta importancia como en su prosperidad creía.
El cual, cuando supo que Su Majestad había preguntado quién era aquel Gonzalo
Pizarro, había dicho que él le daría a entender quién era Gonzalo Pizarro, y lo
repetía a cada rato presumiendo de lo mucho en que Su Majestad lo había de
tener. Cuando le atendí, quise consolarlo, y al mismo tiempo le hablé de sus
equivocaciones, y se mostró tan duro diciendo que él había ganado el Perú, que
me forzó a responderle áspero". La Gasca le habló de que él no participó
en los trabajos del descubrimiento de aquellas tierras, y le dijo que los grandes
méritos fueron de su hermano Francisco Pizarro, "quien le había agradecido
a su Majestad las mercedes que le había hecho, y, durante su vida, se mostró
fiel al Rey". La Gasca, viendo su terquedad, no quiso hablar más con él, y
se lo entregó a Diego Centeno, "al cual le encargué que le dieran buen
tratamiento". En la imagen se ve que La Gasca, un año después, envió a
España a una hija de Juan Pizarro, otra de Gonzalo Pizarro, y un hijo de este,
de unos doce años, para que los cuidaran sus parientes en Trujillo.
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