miércoles, 16 de septiembre de 2020

(Día 1215) Macabra anécdota de varios niños, uno de ellos Inca Garcilaso, con el cadáver de Carvajal. Gonzalo Pizarro subió al cadalso con humildad cristiana.

 

     (805) Nos cuenta ahora Inca Garcilaso una macabra aventura con sus amigos de la niñez: "A Francisco de Carvajal le cortaron la cabeza para llevarla a Lima y ponerla en el rollo de la plaza de la ciudad, junto a la de Gonzalo Pizarro. Hicieron cuartos de su cuerpo, y los pusieron, con los de otros capitanes que sufrieron la misma pena, en los cuatro caminos reales que salen de la ciudad del Cuzco. Como anteriormente prometí contar la prueba de que los indios de las Islas de Barlovento (situadas en el Caribe) emponzoñaban sus flechas hincándolas en cuartos de hombres muertos, contaré lo que pasó con uno de los cuartos de Francisco de Carvajal, que estaba puesto en uno de los caminos que parten del Cuzco. Salimos un domingo unos doce muchachos de la escuela de mestizos, hijos de español y de india, no llegando ninguno a los doce años. Todos quisimos ir a ver el cuarto de Carvajal. Era uno de sus muslos, lleno de grasa y con la carne corrompida y verdosa. Estando todos alrededor, dijo uno: '¿A que nadie se atreve a tocarlo?'. Unos decían que sí y otros que no, hasta que salió un muchacho que se llamaba Bartolomé Monedero, que era más atrevido, y le dio al cuarto con el dedo pulgar de la mano derecha un golpe tan fuerte, que entró todo entero en él. Los muchachos nos apartamos de él diciéndole: 'Bellaco sucio. Te ha de matar Carvajal por ese atrevimiento'. El muchacho se fue a una acequia de agua, lavó muy bien el dedo y la mano, y se fue a su casa. El día siguiente nos mostró en la escuela el dedo tan hinchado, que parecía un dedil de guante. A la tarde, trajo la mano hinchada hasta la muñeca. El día siguiente tenía el brazo hinchado hasta el codo. Después tuvieron que sajarle los médicos la mano y el brazo, pero, aun así, estuvo muy a punto de morirse. Finalmente, se curó, pero, durante cuatro meses, no pudo sostener la pluma para escribir. Todo esto hizo Carvajal después de muerto, que semeja a lo que hacía en vida, y es prueba de lo que hacían algunos indios para emponzoñar sus flechas".

     El cronista cambia de tema, y se centra en exponer la triste situación del principal protagonista de la rebeldía: "Resta por hablar de la muerte lastimera de Gonzalo Pizarro (qué cerca estuvo el padre de Inca Garcilaso de sufrir lo mismo…).  Gastó todo aquel día en confesarse hasta muy tarde, sin haber querido comer. Los encargados de ajusticiarle estaban impacientes. Uno de ellos, enfadado por la dilación, dijo en alta voz: '¿No acaban ya de sacar a este hombre?'. Todos los soldados que lo oyeron se ofendieron de su desacato de tal manera, que le dijeron mil vituperios. Aunque yo le conocí, no procede que diga su nombre. Poco después, salió Gonzalo Pizarro, y subió en una mula ensillada. A medio camino, pidió un crucifijo, y un sacerdote de los que le iban acompañando, se lo dio. Gonzalo Pizarro le dio al sacerdote una imagen de la Virgen, tras besarla con gran afecto. Con el crucifijo en las manos y sin quitar los ojos de él, subió al tablado, y habló desde él a los que le miraban, que eran todos los soldados y vecinos del Cuzco, menos los notables que le abandonaron (es significativo que no mencione a Sebastián Garcilaso, su padre), aunque algunos había que iban disfrazados y embozados, y les hablo en alta voz".

    

     (Imagen). Convendrá recordar que, aunque Pedro de la Gasca, enfadado con su altanería, le echó en cara a GONZALO PIZARRO que todos los trabajos de la conquista de Perú los sufrió su hermano Francisco, la verdad es que sus méritos fueron enormes. Llegó a las Indias el año 1530. Gran parte del descubrimiento del Perú estaba hecha, pero vivió con sus hermanos los momentos más intensos, incluyendo la heroica captura de Atahualpa. Y luego no dejó de sufrir situaciones tremendas, entre ellas, la terrible aventura del fracasado viaje a las tierras amazónicas, y el horror de las guerras civiles, en las que cada amanecer podía ser el último. El destino le empujó hacia el precipicio en el que lo despeñaron. Tuvo a su lado un compañero siniestro, Francisco de Carvajal, pero muy útil para la guerra, hasta el punto de que, en gran parte gracias a él, habían ganado todas las batallas. Por esa eficacia, y porque sabía que siempre le sería leal, Gonzalo Pizarro le confió el mando de sus tropas, y lo tuvo a su lado aguantándole sus crueles excesos, pero ya hemos visto que, para cuando llegó la última batalla, le había retirado su confianza, relegándolo a un segundo plano. Eso fue una de las principales causas de su única y última derrota. Sin embargo, él y Carvajal murieron juntos, porque ninguno de los dos tiró la toalla, a pesar de la desbandada general que hubo en cuanto tuvieron enfrente el ejército de Pedro de la Gasca. Mientras que Carvajal, con su punto de locura llena de matices positivos y siniestros, había superado, increíblemente, la edad de ochenta años cuando lo ejecutaron, ahora estamos viendo morir a un Gonzalo Pizarro que rondaba los cuarenta. Con ello se cierra el trágico capítulo histórico de los extraordinarios hermanos Pizarro. Primeramente, murió en batalla, defendiendo el Cuzco contra los indios, el menos conocido, Juan. Después, asesinado, un gran líder de la historia mundial, Francisco, y ahora, ejecutado, un rebelde casi a la fuerza, Gonzalo. Todavía seguía preso en el castillo de La Mota (Medina del Campo) Hernando, el más culto, y asimismo heroico, pero menos fiable, a quien lo que parecía una mala suerte, estar encarcelado, le salvó de muchos horrores, y le permitió vivir después como gran señor en Trujillo y casado con la excepcional mestiza Francisca Pizarro, hija del prodigioso Francisco Pizarro. En la imagen vemos una firma de GONZALO PIZARRO (quizá corresponda a su padre).




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