(805) Nos cuenta ahora Inca Garcilaso una
macabra aventura con sus amigos de la niñez: "A Francisco de Carvajal le
cortaron la cabeza para llevarla a Lima y ponerla en el rollo de la plaza de la
ciudad, junto a la de Gonzalo Pizarro. Hicieron cuartos de su cuerpo, y los
pusieron, con los de otros capitanes que sufrieron la misma pena, en los cuatro
caminos reales que salen de la ciudad del Cuzco. Como anteriormente prometí
contar la prueba de que los indios de las Islas de Barlovento (situadas en el Caribe) emponzoñaban sus
flechas hincándolas en cuartos de hombres muertos, contaré lo que pasó con uno
de los cuartos de Francisco de Carvajal, que estaba puesto en uno de los
caminos que parten del Cuzco. Salimos un domingo unos doce muchachos de la
escuela de mestizos, hijos de español y de india, no llegando ninguno a los doce
años. Todos quisimos ir a ver el cuarto de Carvajal. Era uno de sus muslos,
lleno de grasa y con la carne corrompida y verdosa. Estando todos alrededor,
dijo uno: '¿A que nadie se atreve a tocarlo?'. Unos decían que sí y otros que
no, hasta que salió un muchacho que se llamaba Bartolomé Monedero, que era más
atrevido, y le dio al cuarto con el dedo pulgar de la mano derecha un golpe tan
fuerte, que entró todo entero en él. Los muchachos nos apartamos de él
diciéndole: 'Bellaco sucio. Te ha de matar Carvajal por ese atrevimiento'. El
muchacho se fue a una acequia de agua, lavó muy bien el dedo y la mano, y se
fue a su casa. El día siguiente nos mostró en la escuela el dedo tan hinchado,
que parecía un dedil de guante. A la tarde, trajo la mano hinchada hasta la
muñeca. El día siguiente tenía el brazo hinchado hasta el codo. Después
tuvieron que sajarle los médicos la mano y el brazo, pero, aun así, estuvo muy
a punto de morirse. Finalmente, se curó, pero, durante cuatro meses, no pudo
sostener la pluma para escribir. Todo esto hizo Carvajal después de muerto, que
semeja a lo que hacía en vida, y es prueba de lo que hacían algunos indios para
emponzoñar sus flechas".
El cronista cambia de tema, y se centra en
exponer la triste situación del principal protagonista de la rebeldía:
"Resta por hablar de la muerte lastimera de Gonzalo Pizarro (qué cerca estuvo el padre de Inca Garcilaso
de sufrir lo mismo…). Gastó todo
aquel día en confesarse hasta muy tarde, sin haber querido comer. Los
encargados de ajusticiarle estaban impacientes. Uno de ellos, enfadado por la
dilación, dijo en alta voz: '¿No acaban ya de sacar a este hombre?'. Todos los
soldados que lo oyeron se ofendieron de su desacato de tal manera, que le
dijeron mil vituperios. Aunque yo le conocí, no procede que diga su nombre.
Poco después, salió Gonzalo Pizarro, y subió en una mula ensillada. A medio
camino, pidió un crucifijo, y un sacerdote de los que le iban acompañando, se
lo dio. Gonzalo Pizarro le dio al sacerdote una imagen de la Virgen, tras
besarla con gran afecto. Con el crucifijo en las manos y sin quitar los ojos de
él, subió al tablado, y habló desde él a los que le miraban, que eran todos los
soldados y vecinos del Cuzco, menos los notables que le abandonaron (es significativo que no mencione a Sebastián
Garcilaso, su padre), aunque algunos había que iban disfrazados y
embozados, y les hablo en alta voz".
(Imagen). Convendrá recordar que, aunque
Pedro de la Gasca, enfadado con su altanería, le echó en cara a GONZALO PIZARRO
que todos los trabajos de la conquista de Perú los sufrió su hermano Francisco,
la verdad es que sus méritos fueron enormes. Llegó a las Indias el año 1530.
Gran parte del descubrimiento del Perú estaba hecha, pero vivió con sus
hermanos los momentos más intensos, incluyendo la heroica captura de Atahualpa.
Y luego no dejó de sufrir situaciones tremendas, entre ellas, la terrible
aventura del fracasado viaje a las tierras amazónicas, y el horror de las
guerras civiles, en las que cada amanecer podía ser el último. El destino le
empujó hacia el precipicio en el que lo despeñaron. Tuvo a su lado un compañero
siniestro, Francisco de Carvajal, pero muy útil para la guerra, hasta el punto
de que, en gran parte gracias a él, habían ganado todas las batallas. Por esa
eficacia, y porque sabía que siempre le sería leal, Gonzalo Pizarro le confió
el mando de sus tropas, y lo tuvo a su lado aguantándole sus crueles excesos,
pero ya hemos visto que, para cuando llegó la última batalla, le había retirado
su confianza, relegándolo a un segundo plano. Eso fue una de las principales
causas de su única y última derrota. Sin embargo, él y Carvajal murieron
juntos, porque ninguno de los dos tiró la toalla, a pesar de la desbandada
general que hubo en cuanto tuvieron enfrente el ejército de Pedro de la Gasca.
Mientras que Carvajal, con su punto de locura llena de matices positivos y
siniestros, había superado, increíblemente, la edad de ochenta años cuando lo
ejecutaron, ahora estamos viendo morir a un Gonzalo Pizarro que rondaba los
cuarenta. Con ello se cierra el trágico capítulo histórico de los
extraordinarios hermanos Pizarro. Primeramente, murió en batalla, defendiendo
el Cuzco contra los indios, el menos conocido, Juan. Después, asesinado, un
gran líder de la historia mundial, Francisco, y ahora, ejecutado, un rebelde
casi a la fuerza, Gonzalo. Todavía seguía preso en el castillo de La Mota
(Medina del Campo) Hernando, el más culto, y asimismo heroico, pero menos
fiable, a quien lo que parecía una mala suerte, estar encarcelado, le salvó de
muchos horrores, y le permitió vivir después como gran señor en Trujillo y
casado con la excepcional mestiza Francisca Pizarro, hija del prodigioso
Francisco Pizarro. En la imagen vemos una firma de GONZALO PIZARRO (quizá
corresponda a su padre).
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