(1337) El gobernador interino Luis Merlo
de la Fuente, viendo que no conseguía voluntarios para sus tropas, trató de
paliar sus dificultades con una ley recién estrenada: "Como no lograba su
intención, recurrió a otro medio que consideraba más eficaz. Hasta entonces no
se había dado cumplimiento a la real cédula de mayo de 1608, por la cual el Rey
había decretado esclavizar a los indios que se tomasen con las armas en la
mano. Merlo de la Fuente la mandó publicar, creyendo así excitar la codicia de
los vecinos encomenderos que quisiesen aumentar el número de sus servidores (es
decir: esperaba que se alistaran voluntarios deseosos de volver de la guerra
con indios presos). Pero este recurso no produjo mejores resultados. El
Gobernador, al partir de Santiago, dejó encargado al capitán Castroverde
Valiente que le llevase a Concepción los voluntarios que pudiera reunir, pero, aunque
esperaba contar con cien hombres de refuerzo, sólo recibió dos, ya que La Real
Audiencia se había opuesto resueltamente a toda medida coercitiva para obligar
a alguien a servir en el ejército". Lo que quiere decir que los oidores de
la Audiencia habían dejado sin valor por su cuenta la cédula real. Estos inconvenientes
le hicieron perder mucho tiempo al Gobernador: "Al fin, a mediados de
septiembre se ponía en marcha y llegaba a Concepción el 6 de octubre. Su
presencia en aquellos lugares se había hecho indispensable. Los indios de la
región de la costa, que se fingían conformes con la dominación española, al
saber la muerte de García Ramón, estaban preparando un gran levantamiento que
debía tener lugar hacia el 17 de octubre".
Los españoles de aquel entorno sospechaban
lo que pretendían los indios, y, para mayor seguridad, se replegaron en Arauco:
"Advertido también de este peligro, Merlo de la Fuente salió sin tardanza
de Concepción con las pocas tropas que pudo reunir, y, juntando más fuerzas de
la plaza de Arauco, fue a situarse en Lebu, donde se suponía que iba a estallar
la rebelión. Los indios estaban todavía en la más perfecta quietud, pero el
Gobernador hizo apresar a los principales caciques e inició la averiguación de
sus proyectos. 'Quiso Dios, escribió él mismo, que, nueve días después de que
saliéramos de Concepción, conseguí averiguar lo que tramaban, y los cinco
caciques confesaron sus delitos, a los cuales hice dar garrote (ahorcar)
en el fuerte de Lebu. Y tuve tanta suerte, que, exhortándoles lo que les
convenía a su salvación, murieron los cinco con agua de bautismo, cosa que no
se había hecho otras veces. Hice quemar sus casas y sembrarlas de sal, y a sus
mujeres e hijos los desterré para la ciudad de Santiago. Y este castigo, entendiendo
todos los indios su motivo, les sirvió de ejemplo y temor, por lo que espero de
la misericordia de Dios que ha de servir para una larga paz y quietud". Lo
que escribió Merlo de la Fuente es muy revelador de la mentalidad de muchos soldados
de aquella época. Castigó duramente a los caciques, probablemente sin saña y
con la única intención de conseguir que el temor acabara con la rebeldía de los
indios. Y, al mismo tiempo, se empeña en hacerles un bien logrando que se
conviertan para que salven sus almas. No tiene sentido juzgar el comportamiento
de los indios ni el de los españoles de entonces a través de la mentalidad de nuestro
tiempo.
(Imagen) El gobernador interino Luis Merlo
de la Fuente se había ganado merecida fama de hombre recto, pero riguroso, y no
tenía ningún reparo en comunicarle al Rey Felipe III cómo castigaba a los
indios. No era fácil saber qué método sería más eficaz para acabar con la
rebeldía de los mapuches, si la mano blanda o la mano dura. Pero él lo tenía
claro: "El gobernador Merlo de la Fuente, venciendo todo género de
inconvenientes, salió otra vez de campaña a buscar al enemigo. Se juntó en
Purén con el maestre de campo Núñez de Pineda, sumando las tropas novecientos
soldados españoles y ochocientos indios amigos. Allí se vio forzado a repetir
los mismos actos de destrucción que en circunstancias análogas habían ejecutado
sus predecesores. 'Durante dieciocho días, escribió él mismo, hice entrar tres
veces a mis hombres en la ciénaga de los
indios, tan temida, para que se les cortasen todas las plantaciones que tenían
en tres islas que hay en ella, las cuales estaban cubiertas de sementeras. Y en
estas entradas se mataron a dos caciques, y se les tomaron cantidad de ganados
de Castilla y de su tierra, y caballos que allí tenían. Recuperé una pieza de
artillería que tenían medio hincada, como un trofeo, pues era una de las que se
perdieron en el fuerte de Curampe en tiempo del gobernador Loyola (probablemente,
cuando lo mataron). Se les quemaron todos los ranchos y casas, y se les
tomaron indios e indias que andaban por diversas partes de la la ciénaga y sus
alrededores, cortando en sus valles durante los dieciocho días las plantaciones
de trigo y cebada, y arrancándoles los maíces, patatas, frijoles, arvejas y
otras legumbres, sin que se les dejase ninguna en los términos de Purén que no
quedase asolada y destruida. Pasamos hasta el valle de Pelauquén, tierra traidora
y fuerte, que ha sido y es la corte donde se han fraguado todas las juntas y
maldades que conciertan y hacen estos indios, lugar donde hace muchos años que
el ejército de Vuestra Majestad no había señoreado, ni aun mirado, pero Dios ha
querido que se les haya podido hacer una tala tan importante, que aseguro a
Vuestra Majestad que, según tengo entendido, nunca se había visto ni hecho en
Chile. Dejé, además, colgados once caciques y capitanes principales, y he
traído cautivos a otros seis, cinco de ellos para rescate de otros tantos
capitanes españoles'. El resultado de esta campaña, a pesar de todo, era más o
menos el mismo que el que otros gobernadores habían obtenido después de
análogas correrías, sin que ellas dejasen visos de que estuviera próximo el
término de aquella guerra interminable. Y así, poco más tarde, los españoles
supieron que los indios hacían con astucia plantaciones dobles, de manera que,
además de las destruidas, tenían otras ocultas para la proveerse".