martes, 31 de mayo de 2022

(1737) Los oidores de la Audiencia le prohibieron al gobernador Merlo de la Fuente que sus escasos soldados esclavizaran a indios rebeldes. Lo que nadie le pudo impedir fue que actuara con mano muy dura contra sus caciques.

 

     (1337) El gobernador interino Luis Merlo de la Fuente, viendo que no conseguía voluntarios para sus tropas, trató de paliar sus dificultades con una ley recién estrenada: "Como no lograba su intención, recurrió a otro medio que consideraba más eficaz. Hasta entonces no se había dado cumplimiento a la real cédula de mayo de 1608, por la cual el Rey había decretado esclavizar a los indios que se tomasen con las armas en la mano. Merlo de la Fuente la mandó publicar, creyendo así excitar la codicia de los vecinos encomenderos que quisiesen aumentar el número de sus servidores (es decir: esperaba que se alistaran voluntarios deseosos de volver de la guerra con indios presos). Pero este recurso no produjo mejores resultados. El Gobernador, al partir de Santiago, dejó encargado al capitán Castroverde Valiente que le llevase a Concepción los voluntarios que pudiera reunir, pero, aunque esperaba contar con cien hombres de refuerzo, sólo recibió dos, ya que La Real Audiencia se había opuesto resueltamente a toda medida coercitiva para obligar a alguien a servir en el ejército". Lo que quiere decir que los oidores de la Audiencia habían dejado sin valor por su cuenta la cédula real. Estos inconvenientes le hicieron perder mucho tiempo al Gobernador: "Al fin, a mediados de septiembre se ponía en marcha y llegaba a Concepción el 6 de octubre. Su presencia en aquellos lugares se había hecho indispensable. Los indios de la región de la costa, que se fingían conformes con la dominación española, al saber la muerte de García Ramón, estaban preparando un gran levantamiento que debía tener lugar hacia el 17 de octubre".

     Los españoles de aquel entorno sospechaban lo que pretendían los indios, y, para mayor seguridad, se replegaron en Arauco: "Advertido también de este peligro, Merlo de la Fuente salió sin tardanza de Concepción con las pocas tropas que pudo reunir, y, juntando más fuerzas de la plaza de Arauco, fue a situarse en Lebu, donde se suponía que iba a estallar la rebelión. Los indios estaban todavía en la más perfecta quietud, pero el Gobernador hizo apresar a los principales caciques e inició la averiguación de sus proyectos. 'Quiso Dios, escribió él mismo, que, nueve días después de que saliéramos de Concepción, conseguí averiguar lo que tramaban, y los cinco caciques confesaron sus delitos, a los cuales hice dar garrote (ahorcar) en el fuerte de Lebu. Y tuve tanta suerte, que, exhortándoles lo que les convenía a su salvación, murieron los cinco con agua de bautismo, cosa que no se había hecho otras veces. Hice quemar sus casas y sembrarlas de sal, y a sus mujeres e hijos los desterré para la ciudad de Santiago. Y este castigo, entendiendo todos los indios su motivo, les sirvió de ejemplo y temor, por lo que espero de la misericordia de Dios que ha de servir para una larga paz y quietud". Lo que escribió Merlo de la Fuente es muy revelador de la mentalidad de muchos soldados de aquella época. Castigó duramente a los caciques, probablemente sin saña y con la única intención de conseguir que el temor acabara con la rebeldía de los indios. Y, al mismo tiempo, se empeña en hacerles un bien logrando que se conviertan para que salven sus almas. No tiene sentido juzgar el comportamiento de los indios ni el de los españoles de entonces a través de la mentalidad de nuestro tiempo.

 

     (Imagen) El gobernador interino Luis Merlo de la Fuente se había ganado merecida fama de hombre recto, pero riguroso, y no tenía ningún reparo en comunicarle al Rey Felipe III cómo castigaba a los indios. No era fácil saber qué método sería más eficaz para acabar con la rebeldía de los mapuches, si la mano blanda o la mano dura. Pero él lo tenía claro: "El gobernador Merlo de la Fuente, venciendo todo género de inconvenientes, salió otra vez de campaña a buscar al enemigo. Se juntó en Purén con el maestre de campo Núñez de Pineda, sumando las tropas novecientos soldados españoles y ochocientos indios amigos. Allí se vio forzado a repetir los mismos actos de destrucción que en circunstancias análogas habían ejecutado sus predecesores. 'Durante dieciocho días, escribió él mismo, hice entrar tres veces a mis hombres en la  ciénaga de los indios, tan temida, para que se les cortasen todas las plantaciones que tenían en tres islas que hay en ella, las cuales estaban cubiertas de sementeras. Y en estas entradas se mataron a dos caciques, y se les tomaron cantidad de ganados de Castilla y de su tierra, y caballos que allí tenían. Recuperé una pieza de artillería que tenían medio hincada, como un trofeo, pues era una de las que se perdieron en el fuerte de Curampe en tiempo del gobernador Loyola (probablemente, cuando lo mataron). Se les quemaron todos los ranchos y casas, y se les tomaron indios e indias que andaban por diversas partes de la la ciénaga y sus alrededores, cortando en sus valles durante los dieciocho días las plantaciones de trigo y cebada, y arrancándoles los maíces, patatas, frijoles, arvejas y otras legumbres, sin que se les dejase ninguna en los términos de Purén que no quedase asolada y destruida. Pasamos hasta el valle de Pelauquén, tierra traidora y fuerte, que ha sido y es la corte donde se han fraguado todas las juntas y maldades que conciertan y hacen estos indios, lugar donde hace muchos años que el ejército de Vuestra Majestad no había señoreado, ni aun mirado, pero Dios ha querido que se les haya podido hacer una tala tan importante, que aseguro a Vuestra Majestad que, según tengo entendido, nunca se había visto ni hecho en Chile. Dejé, además, colgados once caciques y capitanes principales, y he traído cautivos a otros seis, cinco de ellos para rescate de otros tantos capitanes españoles'. El resultado de esta campaña, a pesar de todo, era más o menos el mismo que el que otros gobernadores habían obtenido después de análogas correrías, sin que ellas dejasen visos de que estuviera próximo el término de aquella guerra interminable. Y así, poco más tarde, los españoles supieron que los indios hacían con astucia plantaciones dobles, de manera que, además de las destruidas, tenían otras ocultas para la proveerse".




lunes, 30 de mayo de 2022

(1736) Luis Merlo de la Fuente, nuevo gobernador, era valioso pero muy exigente. Años antes, Alonso de Sotomayor le pidió al Rey que premiara a García Ramón y a Francisco del Campo, sin saber que este acababa de morir.

 

     (1336) Hemos visto hasta ahora muchos y repetidos horrores en Chile, pero seguiremos con el texto del historiador Diego Barros, porque nos anuncia que la situación va a cambiar. Dice textualmente: "La guerra de Chile iba a entrar entonces en una nueva faz que merece ser estudiada prolijamente, y que nos proponemos dar a conocer en sus causas y en sus efectos, en los primeros capítulos de la parte siguiente de nuestra historia".

     Como he hecho hasta ahora, resumiré su texto a lo esencial, y confío en que ese cambio de la realidad chilena haga aún más interesante su relato. Nos sigue contando: "Tras la muerte del gobernador Alonso García Ramón, el doctor Luis Merlo de la Fuente, sustituto interino como gobernador de Chile por designación del propio García Ramón, era un letrado anciano que contaba más de veintidós años de servicios en las Indias. Nombrado por Felipe II Alcalde de Corte de la ciudad de Lima, había desempeñado, además, diversas comisiones en Chile, en Panamá, en Portobelo y en Cartagena de Indias, y mereció que se le diese el título de oidor decano de la nueva Real Audiencia de Santiago de Chile. Dotado de inteligencia y de una actividad mayor todavía, tenía reputación de hombre adusto e intransigente en el cumplimiento de sus obligaciones. En el juicio de residencia de Alonso de Ribera había desplegado, como hemos dicho, una gran severidad, y anteriormente había sostenido en Lima algunos altercados con sus colegas, y hasta con el mismo Virrey, porque, encargado 'de castigar los delitos y pecados públicos', no había vacilado en llegar al extremo de procesar a hombres prósperos y hasta a los servidores del mismo Virrey. Acusado más tarde ante el soberano, Merlo de la Fuente fue severamente reprendido, porque, 'aunque se muestra celoso de justicia, decía Felipe III, procede imprudentemente, se lleva mal con sus compañeros, es descortés con la gente del reino, con poco estilo y áspera condición'. La noticia de la muerte de García Ramón llegó a Santiago en la noche del domingo 15 de agosto de 1610. En el mismo instante, Merlo de la Fuente asumió el gobierno de Chile, y sin pérdida de tiempo se dispuso a ir a Concepción para dirigir las operaciones de la guerra, temiendo que la muerte del Gobernador fuera causa de perturbaciones. Hizo publicar de inmediato diversos bandos. 'Mandé, dice en un comunicado, que todos los soldados y mandos de guerra, se preparen y salgan conmigo so pena de la vida. Mandé que todos los vecinos encomenderos se fuesen a los pueblos de sus repartimientos, hasta que por mí otra cosa les fuese ordenada, con el fin de evitar algunos conflictos. Y mandé, asimismo, que los vecinos de Concepción y San Bartolomé de Chillán y de las demás ciudades despobladas, subiesen conmigo a la ciudad de Concepción, bajo pena de ser privados de sus indios'. Con el mismo celo, ordenó hacer los sembrados en el valle de Quillota, y tomó algunas medidas para asegurar la concordia y la armonía entre las diversas autoridades durante su ausencia. Merlo de la Fuente quería salir de campaña con el mayor número posible de tropas. Para ello, intentó organizar en Santiago cuatro compañías de voluntarios, dado que no podía recurrir a los reclutamientos forzosos, pues estaban prohibidos por las ordenanzas vigentes". Su buena intención no tuvo éxito, porque no logró convencer a una cantidad suficiente de voluntarios. No obstante trató de emplear un último recurso que, como veremos, tampoco le va a sacar de apuros.

 

     (Imagen) El exgobernador de Chile Alonso de Sotomayor, en enero de 1602, le envió desde Panamá una carta al Rey (ver imagen con su firma), que resulta muy interesante porque alude a dos grandes militares. Habla muy bien de Alonso García Ramón, pero, con especial afecto y extensamente, de Francisco del Campo. Le cuenta a Felipe III que había recibido cartas de Francisco del Campo y de García Ramón, y aprovecha para pedirle al Rey mercedes para los dos, un beneficio económico y un alto cargo respectivamente. Hacía 20 meses que no tenía noticias de Francisco (y, de hecho, ni sabía que había muerto el año anterior en plena batalla, como ya vimos). "Ojalá Dios hubiese querido que los dos hubiesen ido a gobernar en Chile cuando mataron al gobernador Martín García Óñez de Loyola. Con ellos, no habría necesitado Vuestra Majestad a nadie más porque los dos entendían bien esa guerra y se llevaban bien, y se lucirían más con 500 soldados que otro con 1.000. Se necesita ahora tener experiencia de los corsarios, a los que los indios de guerra los tienen por amigos, pues les ayudaron a tomar Chiloé (lo cual no habían hecho hasta ahora), aunque el coronel Francisco del Campo consiguió desalojarlos. Muy particular servicio fue el que hizo el coronel Francisco del Campo a Vuestra Majestad llegando a Valdivia con 270 soldados que envió desde Perú el virrey Don Luis de Velasco, aunque la halló asolada. Pues, viendo que las ciudades de Osorno, Villarrica y Castro corrían el mismo riesgo, y sabiendo que dos mil indios iban contra Osorno, fue con doscientos treinta soldados a socorrer estas ciudades, donde ha tenido los éxitos que Vuestra Majestad verá por su carta. Obligación tiene Vuestra Majestad de hacerle mucha merced a este hombre por el amor con que él le sirve. Le conozco hace 34 años, porque fue soldado mío en Flandes, y sargento y alférez por sus méritos. Y, por servir a Vuestra Majestad, dejó su cargo y pasó conmigo a Chile en 1580. Peleó durante doce años y logró pacificar a los indios de las cuatro ciudades dichas, llegando a las manos con ellos infinitas veces. Siempre los desbarató, y la reputación que ellos le reconocen ha sido la causa de que no le hayan vencido. Es tan buen soldado y tan obediente a sus superiores, que no  se preocupa jamás en provecho suyo del acrecentamiento, ni del honor, sino solamente del servicio a Dios y a Vuestra Majestad. En Flandes siempre tuvo grandes éxitos y buen criterio, y por todo ello, como dije, le solicito a Vuestra Majestad que le conceda una merced, pues la tiene muy merecida. En cuanto al maestre de campo Alonso García Ramón, si Vuestra Majestad le hubiera encargado el gobierno de Chile desde el día en que mataron a Loyola, habría sido una elección muy a propósito y conveniente".




domingo, 29 de mayo de 2022

(1735) El heroico gobernador Alonso García Ramón, quien, en su día, mató a un cacique en un duelo personal, siguió castigando duramente a los mapuches hasta que falleció el día 5 de agosto de 1610. Pocas vidas más intensas.

 

     (1335) Ojo por ojo y diente por diente. Cada salvajada de los mapuches solía tener su respuesta inmediata: "Al recibir la noticia de este descalabro, García Ramón salió apresuradamente de Concepción con 470 hombres, y  en el valle de Purén comenzó a talar los sembrados de los indios. Luego  se asentó provisoriamente el sitio mismo en el que Valdivia había levantado la primera fortaleza de españoles que existió en esos lugares. El 31 de diciembre de 1609 levantó su campo, y,  apenas su vanguardia, un poco adelantada, se hallaba separada del resto de las tropas por un arroyo que acababa de pasar, un formidable ejército de indios, el mayor que en Chile se puede juntar, decía el Gobernador, mandado por los caciques Ainavilu, Anganamón, Pelantaro y Longoñongo, cargó con gran ímpetu en batalla general. García Ramón y sus soldados se defendieron valientemente, pero durante largo rato estuvieron en el gran peligro de ser destrozados. Al fin, desbaratando algunos escuadrones de indios, lograron los españoles dispersarlos, pero sin poder causarles grandes pérdidas".

     Había triunfos y derrotas, pero el panorama general no cambiaba: "Esta victoria, como tantas otras, resultaba absolutamente estéril por las condiciones especiales de aquella guerra interminable. Los españoles habían perdido dos hombres en esta jornada,  y los indios que se apoderaron de sus cadáveres, les cortaron las cabezas y las enviaron a la región de la costa, con mensajeros encargados de provocar el levantamiento general con el falso mensaje de que en Purén había sucumbido el Gobernador con todas sus tropas. Los indios de Lebu se sublevaron, y la guerra pareció tomar mayores proporciones. 'Con lo cual -informó García Ramón- aunque yo tenía determinación de pasar adelante, me obligaron, conociendo como conozco las astucias de estos traidores, a volver a toda prisa a la costa. Y viéndome en ella, pude conseguir que casi todos los indios de Lebu volvieran a sus poblados, donde junté a todos los caciques de Arauco y Tucapel. Luego les hice un gran parlamento a su usanza, en el cual convencí a los malos, y mandé pasar por las picas a veinte caciques y ahorcar a seis indios que eran los mensajeros que andaban de una parte a otra, que fue el mayor castigo que jamás se ha hecho, y tal, que los malos pagaron su maldad, los demás quedaron espantados y temblando, y todos con gran quietud en sus asentamientos. Y en Dios espero que esto sirva para que los indios se mantengan en paz,  aunque, como otras veces tengo escrito, si carecemos de fuerzas suficientes, estos indios no serán buenos jamás".

     Por entonces, Alonso García Ramón tenía 58 años, y, aunque envejecido, seguía batallando incasablemente, pero morirá pronto: "A principios de febrero de 1610, el Gobernador tuvo que volver a Concepción a recibir un refuerzo de doscientos hombres que le enviaba el virrey del Perú. Pero, aunque este socorro fuese muy bien acogido, era casi insignificante, y apenas bastó para reemplazar las pérdidas sufridas en esa campaña. En efecto, además de los soldados muertos en combate, los españoles perdieron veintitrés hombres ahogados en el Biobío, y un capitán y doce hombres más en una emboscada de los indios. El Gobernador fue de expedición nuevamente al sur de la línea de frontera con los mapuches, y el capitán Núñez de Pineda fundó otro fuerte en Angol con el nombre de San Francisco de Montesclaros (en honor del Marqués de Montesclaros, entonces virrey de Perú), pero la campaña de ese verano se terminó como la de los años anteriores, sin haber obtenido ventajas apreciables, y, además, los españoles habían sufrido desastres que alentaban la audacia del enemigo".

 

     (Imagen) Nos cuenta Diego Barros: "El gobernador Alonso García Ramón, el 19 de julio de 1610, sintiéndose más enfermo cada día, firmó en Concepción un documento por el que encargaba el gobierno de Chile, después de su muerte, al oidor Luis Merlo de la Fuente. Enseguida hizo sus disposiciones, mostrando, según se dice, una gran entereza de alma hasta los últimos momentos de su vida. Cualesquiera que fuesen los defectos del finado Gobernador, está fuera de duda que siempre estuvo dominado por el deseo de servir a su Rey,  y que, firme en ese propósito, no retrocedió ante ninguna fatiga y ante ningún sacrificio. Un antiguo historiador comentó: 'Alonso García Ramón usó todo el tiempo que fue gobernador una gran actividad, decretando personalmente sobre todas las cuestiones que se le planteaban, y a todos respondía con mucho tacto cuando no podía conceder lo que le pedían. Y hasta en medio de la calle se paraba y decretaba, procurando siempre agradar. Era hombre generoso con la gente de guerra, liberal con los pobres y con todos afable. Cuando ejerció como maestre de campo y, por primera vez, como gobernador, fue bien afortunado, pero no tanto en esta segunda, pues, aunque disponía bien las cosas, tuvo pocas victorias y mucha pérdida de soldados, porque le mató el enemigo en diversas ocasiones cuatrocientos catorce hombres, y perdió unos doscientos entre desertores y cautivos. Y fue tan amado de todos, que su muerte causó un dolor general'. Después de más de cuarenta años de buenos servicios en Europa y América y de haber ocupado altos puestos, García Ramón moría dejando tan escasos bienes que se podría afirmar que estaba cercano a la indigencia. 'Suplico humildemente a Vuestra Majestad, le decía al Rey en su última carta, que se sirva hacerme alguna merced, pues solo cuento con los méritos de mis antiguos servicios y la merced que por ellos Vuestra Majestad fuere servido hacerme'. Su esposa doña Luciana de Vergara y  Centeno (fallecida el año 1643 en Lima), que lo acompañó a Chile mientras desempeñaba el cargo de maestre de campo, bajo el gobierno de don Alonso de Sotomayor, vivía entonces en el Perú, y su única hija (María Magdalena García Ramón), al parecer nacida en Chile, acababa de contraer matrimonio en Lima con don Francisco Mejía de Sandoval (Caballero de Santiago), pariente del Virrey de Perú Juan de Mendoza y Luna, Marqués de Montesclaros, y capitán de su guardia". No vendrá mal recordar la extraordinaria valentía que ALONSO GARCÍA RAMÓN demostró al aceptar un desafío personal a muerte que le lanzó un relevante cacique mapuche, al que, con enorme riesgo, lo mató. El ejemplar gobernador de Chile murió en Concepción el día 5 de agosto de 1610.




viernes, 27 de mayo de 2022

(1734) Hubo un conflicto entre el gobernador García Ramón y el quisquilloso veedor Francisco de Villaseñor y Acuña. En un enfrentamiento contra los mapuches, el maestre de campo Diego Bravo de Sarabia perdió muchos hombres.

 

     (1334) Si bien el gobernador Alonso García Ramón pudo imponer su autoridad sobre los oidores de la Real Audiencia en este caso concreto, se vio postergado en otro incidente: "Sabía que algunas personas le escribían al Rey cartas en las que se le hacían serias acusaciones. Acababa de interceptar dos de ese tipo de cartas, pero enviadas al virrey del Perú, escritas por don Francisco de Villaseñor y Acuña, veedor general del ejército y personaje inquieto e intrigante. El Gobernador, queriendo que se le castigase por ello y que, además, se le privara de su cargo de veedor, las presentó a la Real Audiencia para entablar querella criminal alegando que no eran exactos los hechos que en ellas se referían. Los oidores de la  Audiencia consideraron que era ilícita la violación de correspondencia, y se abstuvo de promover el juicio que el Gobernador pretendía entablar. No obstante, el doctor Merlo de la Fuente se encargó de arreglar las cosas amistosamente".

     Afortunadamente, todo volvió a la calma: "Estas divergencias, sin embargo, fueron de poca importancia, de manera que el Gobernador y los oidores se mantuvieron habitualmente de acuerdo. García Ramón indicó que convendría que uno de ellos hiciera una visita general a todo el reino para que, con pleno conocimiento de las cosas, pudiera informar al soberano. Aceptado este pensamiento, se comisionó al doctor Gabriel de Celada, y, en efecto, este visitó las provincias del sur hasta la frontera de guerra durante los meses de noviembre y diciembre de 1609. El informe que dio al Rey después de esta visita, no habría complacido mucho al Gobernador si hubiera podido conocerlo (falleció el año 1610), pero es un documento útil y valioso para la historia. Preocupado siempre con los negocios de la guerra, el Gobernador aprovechó su estancia en Santiago para adelantar los preparativos militares, y logró como soldados a sueldo cincuenta hombres, todos ellos criollos, que 'aseguro, le decía al Rey, son de más servicio que cien de los que vienen del Perú, porque entran en la guerra mejor dispuestos y están ya hechos a esta tierra'. Seguido por este pequeño refuerzo, partió para Concepción el 1º de noviembre de 1609".

     El gobernador se sobreponía a sus limitaciones: "García Ramón estaba viejo y achacoso, pero su ánimo no decaía, y estaba resuelto a dirigir personalmente las operaciones de esta campaña. Llegó a Concepción, donde esperaba recibir un nuevo socorro de tropas que había pedido al Perú, y dispuso que entre tanto su maestre de campo, don Diego Bravo de Sarabia, repitiese las correrías militares en el distrito de Tucapel. Se creía que los indios de esta comarca, que tanto habían sufrido en los ataques anteriores, no se hallaban en estado de oponer una resistencia tenaz. Bravo de Sarabia recorrió con buen éxito los campos de Tucapel, batiendo y persiguiendo a los indios, pero, habiendo penetrado en la cordillera de la costa a la cabeza de 350 soldados, fue envuelto en una emboscada por los indios de Purén, en un sitio llamado Cuyuncabí, y, después de haber opuesto una desordenada resistencia, sufrió un verdadero desastre a mediados de diciembre de 1609. Fueron unos  treinta y cuatro los españoles muertos o apresados en esa jornada y más de setenta los heridos. Los bárbaros, además, cogieron un copioso botín de armas, caballos y municiones y, aunque hostilizados por otro destacamento español que mandaba el capitán don Pedro de Escobar Ibacache, volvieron vencedores a sus tierras".

 

     (Imagen) FRANCISCO DE VILLASEÑOR Y ACUÑA, nacido el año 1558 en Miguel Esteban (Toledo), llegó a Chile el año 1604 como funcionario Veedor (una especie de inspector de otros funcionarios, así como de políticos y militares), y pronto le hizo algún informe al Rey en el que alababa mucho las actuaciones del gobernador Alonso de Ribera. Resumiré a lo esencial su escrito: "Llegué, y hallé a su Gobernador en campaña, con cerca de seiscientos soldados efectivos. Don Alonso de Ribera, por lo que hasta ahora he visto y oído, se entrega muy por entero al servicio de Vuestra Majestad con mucho cuidado y vigilancia, lo cual no hubo en tiempo de otros gobernadores". Luego peca de optimismo: "El estado de la guerra está muy a punto para la victoria, y el enemigo falto de ánimo viendo que V.M. ha enviado refuerzos a este reino de Chile. Todo el ejército invernará este año en el estado de Arauco, y con él el maestre de campo, Pedro Cortés de Monroy, hombre muy sensato, y el sargento mayor Alonso González de Nájera, que también lo es. El gobernador se ocupa personalmente en otros lugares de cosas que sin su asistencia  no se podrían hacer. Consultó conmigo ir al territorio de Arauco, y me pareció muy bien, porque conviene para que esta guerra acabe, y será muy necesario  enviar gente de España para poblar las ciudades de La Imperial, Valdivia y Angol, y algunas otras, siendo necesarios mil quinientos hombres, porque los que vienen de los reinos del Perú no sirven para esta guerra. En el primer navío que saliere de este reino avisaré muy largo a V.M. dando cuenta de todo y de cada cosa en particular y de lo que se ha gastado y gasta de la Hacienda Real. También será de mucha consideración, para la ejecución de mi oficio, que pueda yo hacer todo con la diligencia que el aumento de la Real Hacienda ha menester, para lo que necesitaría que V.M. me enviara una cédula por la que los oficiales reales de este reino de Chile cumplan lo que yo les ordenare, y, asimismo para que ni ellos ni el gobernador puedan tener controversias conmigo, dado que en muchos casos surgen. Quisiera también licencia para poder ir a tratar con el Virrey del Perú cosas tocantes a la Real Hacienda, de manera que, en tal caso, pueda sustituirme persona que ejerza en Chile mi oficio, atendiendo siempre al servicio de Vuestra Real Majestad, cuya católica persona guarde Nuestro Señor muchos años para la defensa de la Iglesia y la prosperidad de este su reino de Chile. Ciudad de la Concepción, a veinte de marzo de 1604. Don Francisco de Villaseñor y Acuña". Sin embargo, Villaseñor, que era un hombre quisquilloso (según dice Diego de Barros), tuvo después un serio conflicto con el gobernador García Ramón, resuelto, como hemos visto, por el oidor Merlo de la Fuente.




jueves, 26 de mayo de 2022

(1733) Dos decisiones del Gobernador: trató de convencerle al Rey de que no se podía suprimir del todo el servicio de los indios a los españoles, e impidió que la Real Audiencia juzgara al capitán Álvaro Núñez de Pineda.

 

     (1333) Pero, dada la ambigüedad de la decisión de los oidores, fue ganando la tendencia de los españoles a no cambiar las cosas, y seguir obligando a los indios a trabajar a su servicio en las encomiendas: "Era fácil comprender que la Real Audiencia acababa de dar a la cédula del Rey una aplicación que equivalía a su desobediencia. Cuando el Gobernador tuvo que comunicarle al Rey este acuerdo, se vio forzado a recurrir a explicaciones artificiosas para justificarlo (que casi parecen una tomadura de pelo al Rey). 'Lo primero que hicieron los oidores (le decía en su carta), fue celebrar juntas a las que asistieron el obispo, prelados, superiores de las órdenes, los cabildos eclesiástico y seglar, personas de ciencia, experiencia y conciencia, letrados y protectores de los indios (existía ese cargo), y se trató de lo que aquí se llama servicio personal de los indios. Y, al deliberar sobre este asunto, se hallaron tantas y tan grandes dificultades para suprimirlo del todo, que de ninguna manera ha podido la Real Audiencia atreverse a ir más lejos de lo que Vuestra Majestad podrá ver en el papel que con esta carta envío, debiendo tenerse en cuenta que, lo que más les duele a estos indios es que tengan que servir a los españoles sus hijos y mujeres. Pero, como esto se ha prohibido totalmente, todos los indios están muy gozosos y dicen ¡viva Vuestra Majestad muchos años!. La otra cuestión (la de trabajar los indios adultos obligatoriamente para los españoles) queda pendiente de estudio, dados los grandes inconvenientes que surgen,  y a la espera de que Vuestra Majestad sea informado y mande lo que fuere su real voluntad. Con ello Vuestra Majestad comprenderá que no ha sido culpa mía el no haber prohibido el servicio obligatorio de los indios, como muchos han dicho, sino solo el deseo de acertar y de que todo se haga con el parecer de la Real Audiencia, ya que Vuestra Majestad se había dignado establecerla en Santiago de Chile'. No cabe duda de que el pretendido contento de los indios era una simple invención para disimular ante el Rey la desobediencia a sus órdenes".

     Pero el Gobernador, en otro asunto, se vio obligado a imponerles a los oidores su criterio: "García Ramón pensaba, como había pensado el exgobernador Ribera, que la creación de la Real Audiencia era el remedio eficaz contra las frecuentes rivalidades que solían entorpecer la marcha administrativa. Pronto se convenció de lo contrario. Hacía poco que el capitán Álvaro Núñez de Pineda, comisario general de caballería y jefe de los fuertes situados a orillas del río Biobío, había condenado a la pena de horca a un capitán 'por palabras mal sonantes', es decir, por el delito de insubordinación. Los parientes de la víctima entablaron querella ante la Real Audiencia, y este tribunal decidió encargar a un juez que recogiese las informaciones oportunas. Al saberlo, García Ramón intervino resueltamente declarando que en los negocios de juicios militares, el Gobernador era el único juez, y mandó suspender los procedimientos iniciados por la Audiencia. El Rey resolvió más tarde lo mismo que había sostenido el Gobernador". Se supone que el  resultado fue doble: no solo quedó reafirmada la autoridad del Gobernador, sino que también se libró de acusaciones Álvaro Núñez de Pineda, de quien hablaremos en la imagen.

 

    (Imagen) Comentaré algo sobre ÁLVARO NÚÑEZ DE PINEDA, para poder dedicarle un espacio a un hijo suyo de singular biografía. Nació en Sevilla el año 1567, perteneciendo a una ilustre familia. Con solo catorce años, partió en la expedición del gobernador Alonso de Sotomayor, aquel largo y peligroso viaje que terminó en Chile en 1583, cuyo último tramo se realizó por tierra desde Buenos Aires. Tendría unos 17 años cuando inició sus aventuras militares contra los aguerridos mapuches en la funesta zona de Arauco. En 1606, llevando ya seis años como capitán, fue nombrado general de caballería, y el gobernador Alonso García Ramón le ordenó que fuera a repoblar la ciudad de Angol, pero le resultó imposible por el terrible acoso de los indios. Y, gracias al gobernador, se libró en 1609, como acabamos de ver, de ser juzgado por ejecutar a un oficial insubordinado. Ese mismo año fundó un fuerte junto a la ciudad de Angol. Al haber fallecido el gobernador Alonso de Ribera en 1610, Núñez de Pineda asumió el cargo de Maestre de Campo de todo el ejército de Chile. Quiso retirarse en 1614 al morir su mujer, Mayo Jufré Madariaga, pero el virrey de Perú le ordenó que continuase al mando de todas las tropas. Siguió batallando hasta 1624, y consta que falleció en Chillán (Chile) el año 1632. Uno de sus hijos se llamaba FRANCISCO NÚÑEZ DE PINEDA Y BASCUÑÁN, el cual, además de ser un valiente militar, publicó un extenso y bien escrito libro sobre las costumbres de los mapuches. Había nacido en Chillán el año 1607, y, tras estudiar unos ocho año con los jesuitas (probablemente con intención de ser sacerdote), decidió escoger, como su padre, la vida militar. En 1629 fue apresado por los mapuches en un enfrentamiento, lo que solía ser prólogo de una muerte segura. Pero la historia dio un giro sorprendente. Tuvo la enorme suerte de que un jefe indio, llamado Lientur, lo reconoció, y consiguió que el gran cacique Maulicán le perdonase la vida. Ese detalle generoso se debió a que Lientur, antes de rebelarse, había apreciado mucho al padre de Francisco Núñez. No obstante, el cautivo tuvo que permanecer retenido por Maulicán hasta ser canjeado seis meses después por mapuches apresados. Esa larga experiencia dio como fruto un libro que Francisco publicó después con el título de 'Cautiverio feliz', en el que se ve la influencia de su formación jesuítica, por su estilo literario y su visión humanista de los mapuches (del que quizá haga un breve resumen). Pero siguió consciente de que era necesario someter y cristianizar a indios tan brutales. Volvió a empuñar las armas y, con el tiempo, llegó a ostentar el alto cargo de Maestre de Campo, logrando importantes victorias. Casado con la criolla Francisca de Cea, tuvieron seis hijos, y él murió en Locumba (Perú) el año 1680.




miércoles, 25 de mayo de 2022

(1732) Trasladada la Audiencia a Santiago, los oidores, cuyo decano era Luis Merlo de la Fuente, fueron solemnemente recibidos. Decidieron aplicar de manera descafeinada la norma que prohibía el servicio obligatorio de los indios.

 

     (1332) Los encomenderos estaban contentos con el permiso de esclavizar a los indios derrotados en batalla, pero muy molestos con la prohibición de obligar a que les sirvieran gratuitamente los indios de sus encomiendas: "Al saberse que la Real Audiencia llegaba con el encargo de hacerlo cumplir, se produjo una gran conmoción. Se celebró en Santiago un cabildo abierto al que fueron convocadas todas las dignidades civiles y eclesiásticas, los prelados de las órdenes religiosas y los vecinos de más importancia. Discutieron allí los inconvenientes que se seguirían al suprimir el servicio personal, muy particularmente porque esta reforma dificultaría la conversión de los indios, ya que, libres de toda obligación respecto a los encomenderos, volverían a la vida salvaje y a la práctica de sus antiguas supersticiones (es de suponer que su mayor disgusto fuera la pérdida económica). Todos los pareceres de los encomenderos y de muchos de los religiosos eran contrarios a la imposición de la reforma. Aunque esta actitud del vecindario de Santiago no iba a tener gran influencia en el ánimo del Virrey, inquietó a los oidores de la Audiencia, y como veremos, reconocieron las dificultades de la cuestión. En esas circunstancias iba a instalarse la Real Audiencia, y jamás se habían visto en Chile ceremonias más solemnes que las que entonces tuvieron lugar. El día anterior se hizo un ensayo de la entrada de los oidores a la ciudad, presididos por el Gobernador y seguidos de gran acompañamiento de la gente principal. El sello que debía usar la Audiencia era objeto del más respetuoso acatamiento (resulta curioso su gran valor simbólico). Después de que los oidores, poniéndose de rodillas, rindieron el  homenaje debido a ese símbolo de la autoridad real, fue depositado en una sala del convento de San Francisco sobre lujosos cojines de terciopelo, y confiado esa noche a la custodia del doctor Merlo de la Fuente, como oidor más antiguo. El siguiente día fue sacado de allí con mucho mayor aparato todavía, y con acompañamiento de todas las autoridades civiles y eclesiásticas, de las tropas y vecinos de la ciudad, conducido sobre un caballo, que los oidores llevaban de la rienda, a la sala de las casas en que debía funcionar el supremo tribunal".

     Tras la entrada triunfal, los oidores cogieron el toro por los cuernos, pero no pudieron con él: "La primera atención que ocupó a la Audiencia fue el cumplimiento de las reales cédulas que suprimían el servicio personal de los indígenas. A pesar de los esfuerzos hechos por los que pedían el cumplimiento inmediato y absoluto de las órdenes del Rey, los pareceres contradictorios que se expusieron, el estado general de la opinión del país, y la resistencia que los vecinos oponían a la imposición de la reforma doblegaron a los oidores, que tenían el encargo de llevarla a cabo. En acuerdo de 28 de septiembre de 1609, después de tomar en cuenta los antecedentes del asunto, y las dificultades y obstáculos que había para hacer cumplir la nueva disposición, los oidores, presididos por el gobernador García Ramón, dijeron que mandaban que 'en todas las provincias de este reino y gobernación se quite el servicio personal de mujeres, tanto casadas como solteras, y de los varones menores de dieciocho años, que es la edad en que están obligados a tributar conforme a las ordenanzas de Su Majestad, y que los dichos indios gocen con la libertad de sus mujeres y los hijos menores de la dicha edad, sin que puedan ser apremiados (las mujeres y los hijos) a servir a nadie contra su voluntad'. Se facultaba a los indios para arrendar los  servicios de sus mujeres y de sus hijos, pero se les garantizaba la libertad de poderles mudar de amos expirado el contrato". Barros parece afirmar que esta decisión anulaba la orden del Rey, pero el último párrafo es bastante confuso. Se diría que la dispensa ordenada por el rey Felipe III sólo afectaba a las mujeres y a los hijos menores de 18 años.

 

     (Imagen) El decano de la recién creada Real Audiencia de Santiago de Chile, LUIS MERLO DE LA FUENTE, había nacido el año 1558 en Valdepeñas (Ciudad Real). Era hijo de Luis Merlo de la Fuente, familiar (colaborador) de la Inquisición, y de María Ruiz de Beteta. Estudió Leyes en la Universidad de Salamanca, y obtuvo el grado de doctor. En 1588 se incorporó a la Real Audiencia de Lima en calidad de Relator (encargado de presentar ordenadamente expedientes a los jueces). En 1592 ejerció como inspector de la actuación de las autoridades de Chile, recibiendo el encargo de someter al habitual y preceptivo juicio de residencia al cesante gobernador Alonso de Sotomayor, al que dejó libre de toda responsabilidad. Vuelto a Lima en 1594, y gracias al aprecio del virrey Andrés Hurtado de Mendoza, se le adjudicó el importante cargo de oidor de la Real Audiencia de Panamá, donde después tuvo la fatalidad de padecer variadas dolencias, quedándole, como secuela, entorpecidas para siempre sus piernas. Basándose en estos inconvenientes, y quizá convencido de que el clima panameño le resultaba fatal, pidió, y le fue concedido, el regreso a Lima, adonde volvió en 1604,  siguiendo en el puesto de oidor. Debido a su consolidado prestigio profesional, Felipe III lo escogió para ejercer como decano de los oidores que fundaron la Real Audiencia de Santiago de Chile, inaugurada en 1609 (los otros tres eran Hernando de Talaverano Gallegos, Juan de Cajal y Gabriel de Celada), siendo presidente de la misma el gobernador Alonso García Ramón. También le tocó al decano Merlo encargarse del juicio de residencia que correspondía instruirle a otro gobernador cesante, Alonso de Ribera, y, esta vez, fue muy crítico en sus conclusiones, pero recordemos que, años después y teniendo en cuenta los grandes méritos del exgobernador, Felipe III le perdonó todas las sanciones que le había aplicado Luis Merlo, y hasta lo nombró gobernador de Chile por segunda vez. En 1610, un año después de la fundación de la Real Audiencia de Chile, murió de enfermedad el gobernador Alonso García Ramón, y, tanto por ser Luis Merlo el decano de los oidores, como por voluntad del fallecido, le correspondió asumir interinamente el cargo de Gobernador de Chile. Actuó de inmediato con mano dura contra los mapuches, luchando contra ellos y ahorcando a quince caciques. Al llegar, en enero de 1611, el gobernador titular, Juan de Jaraquemada, LUIS MERLO DE LA FUENTE regresó a Lima, siempre como oidor, y, a pesar de su quebrantada salud, vivió allí hasta el año 1638. Tuvo siete hijos con la criolla Jerónima de Santa Cruz, de los cuales, uno fue obispo, otros dos, siguiendo la tradición familiar, trabajaron en audiencias, y la única hija se casó también con otro oidor.




martes, 24 de mayo de 2022

(1731) Se explotaba a indios ya pacíficos, pero había españoles que lo criticaban. El Rey lo sometió a consulta y decidió prohibirlo, permitiendo otra alternativa: hacer esclavos a los indios rebeldes apresados en batallas.

 

     (1331) La inauguración oficial de la Real Audiencia de Santiago de Chile tuvo un retraso importante debido a que el gobernador Alonso García Ramón, ya envejecido, estuvo ocupado en constantes enfrentamientos con los mapuches: "Desde los primeros días de 1609 se sabía en Santiago que se hallaban en Lima listos para venir a Chile los oidores encargados de poner en marcha la Real Audiencia. El Cabildo de Santiago  acordó inmediatamente que se adornaran las calles de la ciudad para recibir a los nuevos magistrados, los cuales llegaron el 24 de abril, pero les fue forzoso esperar más de cuatro meses para hacer la instalación del supremo tribunal, ya que la aparatosa ceremonia debía ser presidida por el Gobernador. García Ramón se hallaba entonces en Purén, dedicado a su campaña contra los indios, y llegó a Concepción después de mediados de mayo. Había comenzado el invierno, y fue tan lluvioso, que los ríos salían de madre y hacían imposible andar por los caminos. En Santiago, el río Mapocho causó grandes daños y la ermita de san Saturnino, considerado protector contra los temblores, fue destruida por completo. Para reparar todos  los daños, se decidió exigir una derrama de dinero a los vecinos, así como pedir un aporte voluntario para levantar la ermita del patrón de la ciudad en un lugar menos expuesto a tales peligros. Con un tiempo semejante, que habría impedido la marcha del joven más animoso, García Ramón, anciano y entonces enfermizo, tuvo que demorar su viaje, y no llegó a Santiago hasta el 3 de agosto".

     Por entonces seguía sin resolverse un asunto numerosas veces discutido, pero nunca solucionado: el eterno conflicto entre los intereses de los españoles y la protección de los indios pacíficos. El Rey, en diversas ocasiones, había mandado suprimir el servicio personal de los indios sometidos al régimen de encomiendas, sustituyéndolo por un pequeño impuesto que los nativos  deberían abonar a los encomenderos. Pero los encomenderos consideraban que el cumplimiento de esas normas los llevaría a la ruina, y seguían explotando a los indios. No obstante, había españoles que deseaban que se corrigieran esos abusos:  "Pero era tan malo el tratamiento que los encomenderos daban a sus vasallos, y tan poco el caso que hacían de lo ordenado, que estas injusticias producían gran indignación en los que eran contrarios a aquel comportamiento, y dio origen a que presentasen quejas ante el Rey. Deseando atenderlas, Felipe III, por una cédula expedida el 24 de noviembre de 1601, creyó poner el remedio definitivo a tamaños males. 'Ordeno y mando -decía en ella- que, en adelante, no se consientan en esas provincias de Chile, ni en ninguna parte de las de las Indias, los servicios personales de los indios de las encomiendas, so pena de que el encomendero que  lo contraviniere pierda su encomienda, siendo mi voluntad que así se ejecute y cumpla'. Pero la nueva disposición del Rey, por más ejecutiva y terminante que fuera, iba a quedar, como tantas otras, reducida a letra muerta. Y ello, a pesar de que se puso mucho empeño en que se cumpliera. Los dos últimos virreyes del Perú, el conde Monterrey y el marqués de Montesclaros, se habían mostrado resueltos a llevar a cabo esta reforma. Incluso García Ramón había venido de Lima con este propósito, pero, en Chile, sus opiniones se habían modificado al ver las enormes dificultades que se producían, y  hasta de este mismo sentir eran algunos de los prelados de las órdenes religiosas. No obstante, el obispo de Santiago, sea por su espíritu tenaz de contradicción o porque realmente se condoliera de la suerte desgraciada de los indios, era enemigo decidido de la subsistencia del servicio personal. Pero el más contundente defensor de la reforma del sistema de encomiendas era el padre Diego de Torres, provincial de los jesuitas. La Audiencia llegaba a Chile en esas circunstancias, y según las instrucciones recibidas, debía dar cumplimiento inmediato y eficaz a las disposiciones que el Rey había dictado sobre la materia".

 

     (Imagen)  Por tradición, los indios pacíficos eran obligados a trabajar para los españoles, aunque las leyes solo permitían que tuvieran que pagarles una pequeña contribución a sus encomenderos, los cuales consideraban que eso sería su ruina. Había otro tema lleno de discusiones: el derecho o la prohibición de esclavizar a los indios sublevados (escrúpulos inexistentes en otros países colonialistas). En la Real Audiencia de Santiago de Chile se trató jurídicamente también esta última cuestión: "El tema de no obligar a trabajar a los indios de las encomiendas traía agitada a la población rica de Santiago. Tan lejos estaban de consentir que se les privase del servicio obligatorio de los indios, que, notando la disminución extraordinaria de estos por la guerra, las enfermedades y el exceso de trabajo, desde tiempo atrás habían pedido que se sometiesen a esclavitud a todos los que se tomasen como prisioneros en las campañas de Arauco. Los cabildos de las diversas ciudades, los gobernadores y los apoderados que aquellos tenían en la Corte reclamaban la adopción de esta medida, sosteniendo que esos bárbaros, crueles e inhumanos, eran, además, rebeldes y apóstatas, que se habían sublevado contra el Rey después de haberle prometido sometimiento, y contra Dios después de habérseles predicado la religión cristiana. Sustentaban este parecer incluso los hombres que parecían los más ilustrados de la colonia. Esta cuestión, según las ideas del tiempo, había sido consultada con los más reputados teólogos, y muchos de ellos habían dado su dictamen en favor de la esclavitud de los indios tomados en la guerra. 'Tengo en mi poder, escribía el gobernador García Ramón, pareceres de los más graves padres de la Compañía de Jesús de Lima, y de las ordenes de Santo Domingo y de San Francisco, los cuales informan que merecen ser tenidos como esclavos'. El Rey, que, según parece, se resistía a la adopción de esa medida, la consultó con el Consejo de Indias, el cual informó lo siguiente: 'Nos ha parecido que se puede tener como esclavos a los que se apresasen en las guerras de Chile, tanto hombres como mujeres, pero que los menores de edad (por debajo de los 13 años) no pueden ser esclavos, aunque pueden ser sacados de las provincias rebeldes y llevados a las que están de paz, siendo entregados a personas a las que sirvan hasta tener edad de veinte años, para que puedan ser instruidos y enseñados cristianamente, como se hizo con los moriscos de Granada'. El Rey, aceptando este parecer, lo aprobó por una cédula firmada en Ventosilla el 26 de mayo de 1608". Mucho después, en 1672, el jesuita DIEGO DE ROSALES criticó "los daños de la esclavitud del Reino de Chile" en el libro que muestra la imagen.




lunes, 23 de mayo de 2022

(1730) El eterno lamento de los gobernadores de Chile: necesitaban más soldados y más dinero para la lucha contra los mapuches. El nuevo virrey de Perú, Juan de Mendoza y Luna, era un buen militar y hombre muy culto.

 

     (1330) Parece ser que Felipe III se vio con muchas dificultades para cumplir su promesa de enviar refuerzos de soldados, y buscó soluciones pidiendo colaboración a jefes  militares que estaban cerca de Chile: "Le encargó al capitán Pedro Martínez de Zavala, que había sido teniente de gobernador de la provincia de Buenos Aires, que reuniese allí, en Paraguay y en Tucumán 150 soldados, y que comprase 1.500 caballos para socorrer a Chile. En mayo de 1608, Martínez de Zavala comunicó que en la primavera próxima pasaría las cordilleras con ese refuerzo, pero, en realidad, no correspondió a las esperanzas que había hecho concebir. Por entonces, comenzaban a llegar los socorros pedidos al Perú. En diciembre de 1607 había tomado el mando del virreinato don Juan de Mendoza y Luna, marqués de Montesclaros, y mostró decidido interés por ayudar a Chile. Pero eran tan tristes las noticias que se tenían de los padecimientos que en este país le esperaban a la tropa, que no fue posible reunir más que un número muy pequeño de soldados. No pudiendo contar con más fuerzas, García Ramón limitó la campaña de ese verano (1608-1609) a los mismos territorios en que había actuado el año anterior. En todas esas correrías, los españoles, apoyados por fuerzas relativamente considerables de indios amigos, hicieron no pocos prisioneros, dando inflexivamente la muerte a los más importantes. El cacique Paillamacu, cogido en una sorpresa en las inmediaciones de Tucapel por las tropas del coronel Pedro Cortés de Monroy, fue arcabuceado, y según se dice, él y sus otros compañeros, a quienes el Coronel hizo ahorcar, murieron con la entereza que era propia de su raza".

     La insistencia con que desde Chile se pedían, una y otra vez, refuerzos militares deja bien claro que los españoles estaba inmersos en un terror constante, y la poca ayuda que recibían también era fácil de entender: escaseaba el dinero para sostener tropas importantes, y eran pocos los valientes que se decidían a enrolarse para batallar en un país tan peligroso. Pero, además, el Gobernador tenía otro problema: "Antes de que la campaña de este año estuviese terminada, García Ramón decidió enviar un nuevo emisario a España. Sabía que en Chile había personas que por un motivo o por otro le eran desafectas, y sospechaba, no sin fundamento, que habían de dar al Rey informes desfavorables acerca de su conducta. Se sabía también que el padre jesuita Luis de Valdivia se preparaba en Lima para marcharse a Madrid a impugnar el sistema de guerra usado hasta entonces contra los indios, y a proponer otro en que mostraba mucha confianza, y que, según él, podía fascinar a la Corte. Para neutralizar esos informes, el Gobernador quiso tener también en Madrid un representante suyo que diera cuenta del estado de las cosas de Chile, y que lo defendiese de cualquier cargo que se pretendiera hacerle. Le confió, además, la misión de pedir el envío de nuevos socorros de tropas para adelantar la guerra, y ciertas gracias personales de las que García Ramón se creía merecedor. Para esta misión de confianza eligió al capitán Lorenzo del Salto, que le había servido de secretario de gobierno, y que estaba al cabo de todo cuanto importaba dar a conocer. Este representante partió de Chile a fines de marzo de 1609. Más adelante tendremos que tratar extensamente acerca del resultado de esta gestión".

 

     (Imagen) Estamos en el año 1607, que fue cuando llegó el nuevo virrey de Perú, JUAN DE MENDOZA Y LUNA. Nacido en Guadalajara (España), era  hijo póstumo del Marqués de Montesclaros, cuyo título heredó. Por sus destacadas cualidades, a las que se añadían las altas influencias familiares,  su vida fue una meteórica carrera hacia las alturas militares y políticas. Eso no impidió que fuera un hombre culto, aficionado a la poesía, amigo de poetas, e incluso escritor. Luchó brillantemente bajo el mando del gran Duque de Alba (fallecido en 1582) en Portugal, como capitán de lanceros (lo cual hace imposible que, según se dice, naciera el año 1571), por cuyos méritos fue nombrado Caballero de la Orden de Santiago, y, más tarde, Virrey de México. Casado con Ana Messía de Mendoza, su hijo, Juan de Mendoza y Messía, quedó en España cuando los padres partieron para las Indias, en 1603.  Fue recibido en México por Gaspar de Zúñiga, el virrey cesante, que iba a serlo de Perú hasta 1606. En cuanto llegó a México, Juan de Mendoza destacó por su capacidad de solucionar problemas y tomar medidas de precaución de cara al futuro. Una tremenda inundación le hizo pensar en trasladar la capital a otro sitio, pero compendió que era muy alto precio tener que dejar allí abandonados edificios oficiales muy importantes. Entonces puso en marcha un plan que impidiera padecer por sorpresa otra catástrofe similar, y para ello mandó construir una importante red de alcantarillado con gran capacidad para desviar las aguas, que fue terminada después de acabar su mandato. Otra brillante iniciativa suya fue la de mejorar notablemente el acueducto de  Chapultepec, para llevar agua potable hasta el centro de la capital azteca. También se ocupó de hacer planes de pavimentación urbana y nuevas calzadas de comunicación entre poblaciones. Aunque tuvo enemigos que lo denunciaron por mala gestión y abusos administrativos, todo quedó en nada, y consiguió en 1606 el puesto de Virrey de Perú, el más importante de las Indias, debido precisamente al fallecimiento de Gaspar de Zúñiga. Siguió dedicándose a las obras públicas, tuvo sumo interés en proteger a los indios e impulsó nuevas técnicas para la explotación de minas. Regresado a España en 1616, continuó ocupado en altos cargos: fue Consejero de Estado y de Guerra del Rey, y Gobernador del Consejo de Hacienda de Castilla y Aragón. Felipe IV lo ascendió de categoría aristocrática dándole el título más alto de la nobleza, el de Grande de España. La abundancia de documentos de Indias que tratan sobre él confirma la importancia que tuvo como virrey de México y de Perú. JUAN DE MENDOZA Y LUNA murió en Madrid el año 1628. El valioso retrato de la imagen, con su original pose, está expuesto en Chapultepec (Ciudad de México).




domingo, 22 de mayo de 2022

(1729) El gobernador García Ramón le dijo al Rey sin tapujos que castigaba a los mapuches cruelmente. Felipe III, el día 23 de marzo de 1606, tomó la sensata decisión de trasladar definitivamente desde Concepción a Santiago la Real Audiencia de Chile.

 

     (1329) Las cartas mandadas al Rey por el gobernador Alonso García Ramón no dejan duda de que los españoles se estaban poniendo, en cuestión de crueldad, casi a la altura de los mapuches. Es de suponer que lo consideraban imprescindible para conseguir someterlos definitivamente:  "Se les han hecho tan grandes daños en sus personas, que se les han tomado más de mil cien presos, entre niños y mujeres, y han muerto y sido  tomados en prisión pasados de trescientos indios, con lo cual y habiéndoles el verano pasado talado las cosechas, están puestos en tan gran necesidad, que los padres se comen a los hijos. Y es general el daño que este verano se les ha hecho, pues ha sido el mayor que se ha visto en Chile, ya que en toda la costa no se les ha dejado cosa que comer, y yo la he talado en toda la cordillera de Catirai, y destruido las provincias de Coyuncaví y Coyuncos (isla de la Laja y Angol), cordillera nevada donde había gran cantidad de indios por no haber entrado españoles en aquella tierra desde hacía diez años, siendo el granero de todos los rebeldes de este reino, y en Purén, donde desbaratamos al enemigo por la bondad de Dios. Con el gran daño que se les ha hecho en haciendas y personas, habiendo muerto y siendo apresada en gran número la gente, los indios amigos están muy contentos, y los enemigos con gran temor. Este verano han andado en campaña en servicio de Vuestra Majestad mil lanzas de indios amigos, los cuales son de grandísima importancia, porque hacen, como bárbaros y por querer destacar, cruda guerra, y ellos pueden entrar en las quebradas donde los españoles lo hacen con gran trabajo por estar embarazados con armas, arcabuces y espadas, y ser la tierra tan áspera que es casi imposible poderlo hacer".

     El historiador Barros saca conclusiones que parecen acertadas: "La guerra se continuó de este modo hasta la entrada del invierno de 1608. Acosados por esta tenaz persecución, y por el hambre que era su consecuencia inmediata, los indios ofrecían la paz. El Gobernador, escarmentado por los anteriores desengaños, se negaba a aceptar sus proposiciones, y solamente las admitía imponiéndoles la condición de abandonar sus tierras y de establecerse donde les designase. Muchos de ellos fueron a establecerse cerca de los fuertes de Lebu, donde comenzaron a hacer sus rancherías. Más tarde empezaron también a recogerse en las inmediaciones del fuerte de Paicaví, pero el Gobernador, conociendo la falsía de esas gentes, mantenía sobre ellos la más constante vigilancia. Con la captura de numerosos prisioneros, 'y con el grandísimo y general daño que por todas partes les hemos hecho en las provisiones,-escribía el Gobernador- los tenemos tan apretados que se comen unos a otros'. Esta guerra sostenida y despiadada aseguraba la tranquilidad de la frontera, y habría permitido avanzar la conquista del territorio enemigo de una manera lenta. Pero García Ramón, mientras tanto, meditaba operaciones más audaces y rápidas, y, al dar cuenta de esos hechos, decía que esperara en Dios que el verano próximo habrían de tener grandes éxitos".

     La situación de Chile iba a tomar otra deriva más positiva, ya que las peticiones  de ayuda que constantemente llegaban a España, hicieron que el Rey estudiara con sus asesores la manera de acelerar nuevos métodos de acción, para lo cual decidió, entre otras cosas, financiar las campañas chilenas con cantidades de dinero muy importantes. Y comenta Barros: "Parece que en estas resoluciones tuvo una parte principal el  exgobernador de Chile don Alonso de Sotomayor, el cual, apenas llegado a España después de haber servido como gobernador de Panamá, acababa de ser nombrado miembro de la Junta de Guerra, y se le atribuía un conocimiento perfecto de las cosas de Chile. El Rey formalizó los nuevos acuerdos por diversas cédulas que llegaron a manos de García Ramón en los primeros días de 1608".

 

     (Imagen) A pesar de que, como vimos, el historiador Barros opinaba que la monarquía española era ineficaz, lo cierto es que Felipe III decidió ayudar a los soldados de Chile ampliando las tropas y los fondos económicos. Pero tomó también otra medida muy sensata: "El Rey dictó asimismo una orden de carácter más general, que iba a tener una gran importancia en el desarrollo y en la importancia del reino de Chile. Determinado a establecer en la ciudad de Santiago la Real Audiencia que en años atrás había existido en Concepción, Felipe III, por una cédula del 23 de marzo de 1606, acordó que García Ramón, en su carácter de gobernador de Chile, fuese el presidente de ese tribunal. La población de origen español había aumentado considerablemente en los últimos años, la riqueza pública había adquirido notable desarrollo con la creación del ejército permanente, que permitía a mucha gente consagrarse en paz a los trabajos industriales, y se había creado un fondo económico que suponía la aportación de una suma importante de dinero cada año: todo esto hacía necesaria la creación de una audiencia que ahorrase a los pobladores de Chile la molestia de ir a Lima a dirimir sus litigios. Pero se esperaba, además, hallar en esta institución el medio de poner término a las frecuentes discusiones entre autoridades, y de regularizar el funcionamiento de la administración pública. Alonso de Ribera había pedido con insistencia al Rey la nueva creación de una audiencia en Chile. El monarca lo concedió en marzo de 1606, pero, dudando sobre su amplitud jurisdiccional, le pidió al cabildo de Santiago que le informase si convenía incluir en ella las provincias de Tucumán y del Paraguay. El Cabildo se ocupó en discutir este asunto, pero el gobernador García Ramón, que anteriormente había pedido que esas provincias fuesen incorporadas al reino de Chile, expuso en esta ocasión las ventajas que a su juicio resultarían de la adopción de esta medida. Indicaba que aquellas provincias estaban situadas más cerca de Chile que de Charcas, de cuya audiencia dependían, que su comercio aumentaría facilitando sus relaciones mutuas, que sería fácil traer de allí caballos y gente para el servicio de la guerra, y que esta medida pondría freno a la frecuente deserción de los soldados de Chile que encontraban un asilo seguro en Tucumán. El Rey, sin embargo, resolvió otra cosa diferente. Por una cédula expedida en Madrid el 17 de febrero de 1609, dispuso que la nueva audiencia 'tenga por su distrito todas las ciudades, villas, lugares y tierras que se incluyen en el gobierno de las provincias de Chile, tanto lo que ahora está pacífico y poblado como lo que de aquí en adelante se sometiere, pacificare y poblare". Fue, pues, creada la Real Audiencia, y, con el tiempo, se convirtió en lo que muestra la imagen.




viernes, 20 de mayo de 2022

(1728) En Chile había muchos desertores, cosa poco frecuente en las Indias. Como suponía pena de muerte, se unían a los mapuches. El Gobernador García Ramón, veterano de duras batallas en Europa, decía que ninguna era tan horrible como las de Chile.

 

     (1328) A pesar de los refuerzos venidos de fuera, las tropas de Chile iban disminuyendo, no solo por bajas de guerra, sino también por enfermedades, e, incluso, por deserciones: "Aunque el Gobernador hacía grandes esfuerzos para   pagar a sus tropas el sueldo que les correspondía, eran tales los padecimientos y privaciones que imponía la guerra, que el anhelo por abandonar el servicio era casi general. 'Es tan poca la seguridad que se tiene de esta gente, y  anda tan descontenta -escribía García Ramón-, que afirmo a Vuestra Majestad que no hay barco que esté seguro en puerto alguno, porque enseguida se lo apropian y huyen con él. Todo esto lo causa las pocas esperanzas que tienen de ser recompensados'. Algunos de esos desertores se habían pasado al enemigo, convirtiéndose en sus consejeros y caudillos (asombrosa situación). Los capitanes españoles eran inflexibles en el castigo de esos desalmados. A fines de agosto de 1607, 'se prendió -decía el Gobernador- a un traidor español que se había ido a los indios, llamado Negrete, y ha causado mucho daño porque todo su empeño era que no aceptasen la paz. Mandé que lo colgasen de un pie y lo arcabuceasen para castigo de su maldad y ejemplo de los demás'. Sin embargo, el Gobernador trataba con indulgencia a los pocos desertores que abandonaban a los indios y volvían a servir a los españoles".

     Luego veremos  que García Ramón envió un mensajero a España para pedirle al Rey ayuda de soldados. Pero también lo intentó en Perú, encargándole la misión a su maestre de campo,  Diego Bravo de Sarabia: "Pero todos estos esfuerzos iban a ser estériles por entonces. En ese momento el virreinato estaba regido por un gobierno provisorio que no podía tomar grandes medidas. El conde de Monterrey, que tanto interés ponía en socorrer a Chile, había fallecido en marzo de 1606,  y la Real Audiencia había tomado el mando hasta que llegase de México como nuevo virrey el marqués de Montesclaros. De manera que el ejército de Chile no pudo recibir nuevos contingentes  hasta junio del año siguiente, y aun entonces fueron de muy escasa importancia. No obstante, la guerra se mantenía en forma defensiva, esto es, sin atacar más allá de las líneas que servían de frontera, y la tranquilidad del país parecía inalterable. Los indios rebeldes, viéndose libres de sus opresores, no pensaban en correr nuevas aventuras. 'Tres cosas puedo asegurar a Vuestra Majestad- decía García Ramón-. La primera es,  que del río Lebu para acá, que es donde solía haber guerra continua, los indios, gracias a Dios, permanecen en paz. La segunda, que jamás esa zona, con unas doscientas leguas de extensión, se ha visto tan próspera de haciendas, ni los vecinos tan descansados y ricos como a día de hoy. La tercera, que nadie en el reino de Chile ha tenido hasta ahora tantos beneficios, puesto que ya no se exigen derramas de dinero, ni se toma cosa a nadie que no sea con su conformidad y pagándoselo íntegramente, de acuerdo con lo que Vuestra Majestad manda". Estas ventajas eran el fruto del sistema de gobierno y pacificación que había sostenido el gobernador Alonso de Ribera. La creación de un ejército permanente pagado por el Rey, permitía a la gente que no quería tomar las armas dedicarse tranquilamente a sus trabajos. El establecimiento de la línea fortificada de frontera, afianzaba la paz y la quietud en las poblaciones situadas al norte del Biobío, poniéndolas a cubierto de los ataques de los indios de guerra. Pero, en la misma carta en que el Gobernador daba esos informes acerca del estado relativamente próspero del país, anunciaba que hacía los preparativos para abrir una nueva campaña de guerra contra  el territorio enemigo. Agregaba, con este motivo, que, recibiendo las ayudas que tenía pedidas, podría adelantar grandemente la conquista, y le decía al Rey que  confiaba en que, con la misericordia de Dios, habían de verla acabada".

 

     (Imagen) El historiador Diego Barros acierta a la hora de escoger las referencias que muestran por qué la vida en Chile era tan horrible: "Los padecimientos que los soldados tenían que soportar en las campañas de guerra explican lo que impulsaba a muchos de ellos a ponerse al servicio de los mapuches, enemigos suyos, y a someterse a todas las privaciones, fatigas y peligros de la vida salvaje. 'Son tan grandes los trabajos que los soldados de Chile padecen, le escribía por entonces el gobernador García Ramón al Rey, que hará seis años que no han visto pan, ni vino, ni mujer, ni oído campana, ni tienen esperanza de verlo hasta que Dios se sirva mejorar los tiempos, y comen solo trigo o cebada cocida y carne de vaca, y, si esto no les faltase, que les falta algunas veces, estarían muy contentos'. Más tarde, añadía las siguientes palabras: 'Desde mi niñez sirvo a Vuestra Majestad, y me he hallado en la guerra de Granada (se refiere a la rebelión de los musulmanes en 1568), en la batalla naval de Navarino (año 1572), he estado refugiado en Espoleto, he sido soldado en Sicilia, Nápoles y Lombardía, y últimamente en los estados de Flandes, donde gocé del más famoso éxito que hubo en mi tiempo. Pero certifico a Vuestra Majestad que no hay en todo el mundo guerra tan trabajosa como esta de Chile. Todos los soldados en general, de mayor a menor grado, después de haber caminado y dado trasnochadas de siete leguas, si han de comer una tortilla, tienen que moler el trigo con que hacerla, por lo que andan muy disgustados, y yo mucho más por estar obligado a tratar con gente tan descontenta'. El Gobernador calculaba que, además de las bajas de guerra, su reducido ejército debía de sufrir cada año más de doscientas bajas por causa de las enfermedades y las deserciones. Para suplirlas, el Gobernador no cesaba de pedir refuerzos a España y al Perú. En abril de 1607, solicitó su retiro el capitán Alonso González de Nájera (del que ya hablamos). El Gobernador le concedió el permiso para ello, pero le encargó que les mostrara en España al Rey y al Consejo de Indias el estado en que se encontraba Chile, y la necesidad de prestarle ayuda. González de Nájera desempeñó lealmente su comisión: informó de todo a la Corte, y más tarde escribió un libro en el que exponía el plan que a su entender debía adoptarse para la conquista y pacificación del reino". Ya comentamos que su planteamiento fracasó por las teorías pacifistas del jesuita Luis de Valdivia, aunque más tarde quedaron desprestigiadas, y se volvió, sin piedad, al enfrentamiento puro y duro. El documento de la imagen, desechando otras opiniones, confirma que el gobernador ALONSO GARCÍA RAMÓN murió en Concepción el día 5 de agosto del año 1610 .




jueves, 19 de mayo de 2022

(1727) Más que harto de la brutalidad mapuche, el gobernador García Ramón dio órdenes tan crueles, que el escándalo de los españoles le obligó a retirarlas. El capitán Francisco Gil Negrete tuvo una biografía fuera de serie.

 

     (1327) El gobernador Alonso García Ramón no solo estaba dispuesto a continuar utilizando con los mapuches el máximo rigor, sino que ni por un momento se le pasó por la cabeza cesar en sus ataques por miedo a un desastre:  "El 24 de noviembre de 1606 llegó a la plaza (Boroa) que desde dos meses antes defendía heroicamente el capitán Francisco Gil Negrete, a pesar de que su guarnición estaba reducida a noventa y cuatro personas, incluidos los enfermos. De las tropas dejadas allí por García Ramón, faltaban, además de los soldados que fueron víctimas del desastre del 29 de septiembre de 1606, otros cuarenta y dos hombres muertos de enfermedades, o desertores pasados al enemigo. La subsistencia del fuerte de San Ignacio de Boroa, después de tales calamidades, parecía insostenible. Tras reunirse con sus capitanes, el Gobernador resolvió despoblarlo inmediatamente. Esta determinación estaba fundada en motivos cuya fuerza no era posible desconocer. Dos días después, todo el ejército se ponía en marcha para los distritos de Paicaví y Tucapel. Aunque en su retirada dispersó algunos destacamentos de indios, estas efímeras ventajas no compensaban el descalabro de Boroa, la pérdida de ciento cincuenta excelentes soldados y la vergüenza de haber tenido que abandonar un fuerte en el que se fundaban tantas esperanzas. Aquel desastre produjo en todas partes una verdadera consternación. Cuando la presencia del ejército más poderoso que jamás hubiera existido en Chile había hecho concebir la ilusión de llegar pronto al término de la guerra, se recibía la noticia de la más funesta derrota que habían experimentado los españoles en este país".

     El gobernador Alonso García Ramón se encontraba ya tan alejado de las teorías humanistas del  jesuita Luis de Valdivia (con las que parecía haber estado de acuerdo) y tan fuera de sí por la brutalidad de los mapuches, que perdió todo rastro de humanidad con ellos, hasta el punto de escandalizar a muchos españoles:  "En Santiago fue todavía mayor la angustia y el sobresalto al llegar, a mediados de diciembre, la noticia del desastre de Boroa por una carta del capitán Álvaro Núñez de Pineda (el cual, harto de batallar, se retiró en 1614 del ejército al morir su mujer, pero luego el virrey lo nombró maestre de campo de todas las tropas de Chile). Recordando, sin duda, el conato de insurrección de los indios de la zona del río Maule y algunos otros desórdenes, los españoles llegaron a temer un levantamiento general de todos los indígenas. Sin embargo, se mantuvo la tranquilidad en estas provincias. La guerra fue ese verano mucho menos activa y eficaz de lo que había pensado hacerla García Ramón. En vez de llevar a cabo la fundación de nuevas ciudades, se mantuvo con sus tropas en las posiciones ocupadas en la frontera, haciendo correrías para aterrorizar a los indios sin perdonar la vida a ninguno de los enemigos. 'Dicté una orden -escribió García Ramón- para que los jefes militares pasasen a cuchillo a todos los que se pudiese, sin reservar mujer ni criatura, lo cual se puso en ejecución general, y se pasaron a cuchillo más de cuatrocientas almas'. Pero estos horrores despertaron por todas partes una reprobación general. Los prelados y todos los religiosos dirigieron al Gobernador enérgicas quejas contra esas atroces matanzas, las condenaron en el púlpito, y obtuvieron una modificación de aquellas bárbaras ordenanzas".

 

     (Imagen) Nos acaba de decir el historiador Barros que "por falta de otro jefe de mayor antigüedad, tomó el mando del fuerte de Boroa el capitán FRANCISCO GIL NEGRETE, joven de 25 años, pero preparado para la guerra por sus buenos servicios prestados en Flandes". El caso de Francisco es verdaderamente excepcional. Nació  en Flandes en 1580, y desde la edad de seis años, ya se vio escogido para ser un futuro militar en territorio flamenco, pues, por los méritos de su padre, Francisco Gil Fernández (natural de Ogarrio-Cantabria), le adjudicaron un salario permanente hasta su mayoría de edad, compromiso al que se ató para toda su vida. En 1604 vuelven ambos a España, y, un año después, llegan a Chile con los soldados proporcionados por el Rey y capitaneados por Alonso de Mosquera (como ya vimos). Después de hacer un viaje a España, retornó a Chile por mandato del virrey Marqués de Montesclaros y en compañía de Lope de Ulloa y Lemos (quien, en 1618, tomará el cargo de Gobernador de ese territorio). Francisco Gil Negrete no paró de ascender en importancia militar y social. Ulloa le dio el cargo de corregidor de La Serena, y, posteriormente, tras volver a Perú, y por sus notables éxitos, fue nombrado Maestre General del fuerte del Callao, siendo recompensado por los virreyes Conde de Chinchón y Marqués de Guadalcázar con importantes encomiendas de indios. Muerto el gobernador de la chilena plaza de Valdivia, se le nombró titular del cargo a Francisco Gil el año 1646, tras haberle dicho el virrey Mancera al Monarca que se  lo merecía por tener una gran reputación militar y ser muy buen conocedor de aquella tierra. Y, de hecho, tuvo luego grandes aciertos contra los mapuches. Habiéndole comunicado al Rey, el año 1644, su deseo de formar parte de alguna orden militar, le concedió, en 1650, ser Caballero de Santiago. Un año antes, había logrado otro ascenso, pues el Rey le otorgó la gobernación de Tucumán (en territorio actualmente argentino). FRANCISCO GIL NEGRETE se había casado dos veces, y con dos criollas nacidas en Santiago de Chile, Bernardina de Henestrosa y Clara Pastene, de las que no tuvo descendencia. Solamente ejerció como gobernador de Tucumán durante dos años, ya que murió el 13 de  junio de 1651. Y da la casualidad de que, el diez de mayo anterior, le escribió una larga carta a Felipe IV llena de entusiasmo, en la que mostraba sus grandes deseos de seguir luchando. En la imagen vemos la última hoja, y el contraste que hay entre la menudez de la letra y la amplitud de su firma. Sin sospechar que iba a morir pronto, le dice al Rey (con 71 años cumplidos) que desea "aventurarme a peligros y trabajos al servicio de Vuestra Majestad", y firma la carta en mayo de 1651.






miércoles, 18 de mayo de 2022

(1726) La masacre que hicieron los indios en Boroa y sus intenciones de repetirlo, hicieron que el gobernador García Ramón abominara de la utópica 'guerra defensiva', perdiera los estribos y respondiera con su misma brutalidad.

 

     (1326) Ocurrió la tragedia de Lisperguer y sus hombres en Boroa, pero tardó en saberse en el fuerte de San Ignacio, del que habían partido: "Las tropas que habían quedado allí, estuvieron algunos días sin tener noticia cabal de la derrota y muerte de sus compañeros. El hecho de que no volvieran y la arrogancia de los indios que se acercaban a las trincheras con aire de triunfo, hacían comprender que Lisperguer había sufrido un gran descalabro, pero no era imaginable su magnitud. Por fin, un día se presentó en el fuerte el alférez Alonso Gómez, que había asistido a la batalla. Prisionero de los indios, había logrado escaparse de sus manos, y pudo dar a los suyos amplios informes sobre lo ocurrido en aquella terrible jornada. Esos informes hacían suponer que la plaza de San Ignacio, sin poder comunicarse con los otros asentamientos españoles, estaba condenada a ser el teatro de las mismas angustiosas calamidades que se repetían en aquella guerra despiadada e interminable. Sin embargo, no les faltó el ánimo a los españoles que defendían el fuerte. Por falta de otro jefe de mayor antigüedad, tomó el mando de esa gente el capitán Francisco Gil Negrete, joven de veinticinco años, llegado a Chile con el refuerzo que vino de España el año anterior, pero preparado para la guerra por buenos servicios prestados en Flandes. Comenzó por reducir el fuerte a la sola porción que podía defender con las escasas tropas que tenía, mantuvo incesantemente la más activa vigilancia, rechazó con ventaja dos atrevidos ataques de los bárbaros y se mantuvo firme en su puesto durante dos meses enteros de asedio, de asechanzas y de privaciones. Sin embargo, ese puñado de valientes parecía destinado a sucumbir en un tiempo más o menos largo, en un desastroso combate o en medio de los horrores del hambre".

     El Gobernador García Ramón había pasado el invierno de 1606 en la ciudad de Concepción: "Aunque había perdido la confianza en las paces que ofrecían los indios y en los efectos que podía producir el indulto acordado a estos por el Rey, creía disponer de tropas  para someterlos por la fuerza. En esas circunstancias, recibió el Gobernador la noticia del levantamiento de los indios. 'Ayer, le escribía al Rey, tuve aviso de que se había levantado todo el estado de Tucapel, y, aunque me ha de costar gran trabajo y mucha sangre ponerlos en buena paz, no me preocupa mucho, pues tengo las cosas dispuestas y confío en Dios que ha de ser para bien y que estos indios llevarán el castigo que sus grandes traiciones y maldades merecen. Conseguiré hacer que estén de paz como yo quisiere y como conviene al servicio de Dios y de Vuestra Majestad, o que mueran en la pelea, o yo mismo, pues habré cumplido con mi obligación'. El Gobernador, contra los sentimientos que había manifestado al partir de Lima, ya no quería oír hablar de tratos de paz con los indios. Estaba resuelto a hacerles la guerra a sangre y fuego, y pretendía escarmentarlos para siempre con tremendos castigos. En esos mismos días había creído descubrir una conjuración de las tribus que vivían sometidas al sur del río Maule. Se contaba que esos indios habían concertado el dar muerte al Gobernador en Cauquenes o Purapel, cuando pasara a invernar a Santiago, y declararse enseguida en abierta rebelión".

 

    (Imagen) El Gobernador García Ramón se libró por pura casualidad del ataque que estaban preparando los indios para matarlo (sabían que tenía intención de ir a Santiago), y él mismo lo comunicaba por escrito: "Fue Dios servido impedirlo al darme el pensamiento de  quedarme en Concepción a invernar, con lo que no pudieron ejecutar este mal intento. Se prendieron a muchos caciques, y confesaron su intención, por lo cual se ha hecho tan gran castigo, que creo que no pensarán jamás en semejantes maldades". Abominando ya de cualquier estrategia de trato humano con aquellos terribles indios, las actuaciones de García Ramón se pusieron a la altura de la crueldad  mapuche, y, eso, sin tener noticias todavía de la masacre ocurrida en Boroa: "El 15 de octubre partía por fin de Concepción, llegó a los valles de Arauco, y durante cuatro días hizo una guerra implacable a las tribus comarcanas. Todos los prisioneros eran pasados 'a cuchillo, sin reservar mujeres ni niños', dice el mismo Gobernador. Después dio la vuelta hacia la cordillera de la Costa, y repitió sus sangrientas correrías en Cayocupil. 'Es el lugar más rebelde de aquella zona, dice, y donde se preparan todas las maldades de esta guerra. Tomé mucha gente y fue pasada a cuchillo, procurando averiguar las causas que la habían movido a rebelarse. Todos dicen unánimemente que la paz que le aceptaron al Gobernador Alonso de Ribera fue sólo a fin de conservar sus provisiones y procurar matar a los españoles'. En la tarde de ese mismo día en que había desbaratado a los indios de Purén, se presentó ante García Ramón un español llamado Rivas. Era uno de los pocos soldados que escaparon con vida en el desastroso combate de Boroa. Habiéndose liberado de las manos de los vencedores, vivía desde entonces oculto en los bosques, alimentándose con yerbas y frutas silvestres, y caminaba de noche con la esperanza de llegar a alguno de los establecimientos españoles. Al oír desde su escondite las trompetas de los suyos, había acudido presuroso a incorporarse en el ejército que batallaba en Purén. Rivas podía contar todo lo que había ocurrido en la pelea de Boroa, pero ignoraba por completo la terrible suerte que había corrido la guarnición de soldados que quedaba en la plaza. Fácil es concebir la dolorosa sorpresa que aquellas noticias debieron producir en el campo español. Algunos capitanes, suponiendo irremediablemente perdido el fuerte de San Ignacio, y muertos a sus defensores, creían inútil pasar adelante, y no hablaban más que de dar la vuelta al norte. García Ramón, sin embargo, fue de distinto parecer, y con toda resolución determinó continuar su marcha hacía la región de La Imperial". Como contraste de tanto horror, hoy vemos pacíficas monjas en Boroa.