miércoles, 4 de mayo de 2022

(1713) El gobernador Ribera no dejaba de luchar, ni perdía la esperanza de vencer a los mapuches. Pero en la zona del sur la situación era tan dantesca que algunos españoles preferían desertar y pasarse a los indios.

 

     (1313) No hay duda de que españoles y mapuches eran una pesadilla mutua: "Al acercarse el invierno, el gobernador Ribera dio la vuelta a Concepción. Aunque sólo lo acompañaban unos ochenta hombres, pudo atravesar sin el menor inconveniente toda la porción de territorio vecino costero que media entre la población de Arauco y el río Biobío, teatro constante de emboscadas de los indios, y de combates terribles y desastrosos. Ahora, todos esos campos estaban yermos y despoblados, 'y certifico a Vuestra Majestad -decía Ribera- que parecía hacer muchos años que en toda ella no habitaba gente, porque hallé los caminos con la yerba alta, y en toda ella no vi ni rastro de hombre, ni de caballo, ni sementera, ni ranchos de vivienda'. Pero, aunque los indios habían abandonado por entonces aquellos lugares, donde había existido una numerosa población, el Gobernador no se hacía la ilusión de que la paz quedaba allí sólidamente asentada. Muy al contrario, había dejado permanentemente guarnecidos todos los fuertes que defendían la línea de frontera, y en Arauco puso fuerzas mucho más considerables. Mandó que se quedaran allí el maestre de campo Pedro Cortés y el sargento mayor Alonso González de Nájera con quinientos hombres, no sólo para la defensa del fuerte sino, además, para hacer la guerra a las tribus vecinas y lograr su sometimiento. También esperaba recibir más refuerzos para repoblar el verano siguiente una ciudad en las orillas del río Lebu, ilusionándose con que sería la base de la pacificación de toda aquella parte del territorio, en la que había tenido su origen la gran rebelión de los indios, y donde la guerra había sido más dura y obstinada. El resultado de esta campaña no era en modo alguno satisfactorio. Es cierto que la línea de fuertes establecida en las riberas del Biobío parecía asegurar la tranquilidad de las poblaciones que los españoles mantenían al norte de ese río, a condición de que se mantuviesen puramente a la defensiva y que no intentasen nuevos ataques sobre el territorio enemigo. Pero, además de que Ribera proyectaba avanzar esa línea de frontera volviendo a fundar el año siguiente otras poblaciones en Tucapel y en Angol, habría debido convencerse de que, incluso la defensa de su primera línea, exigía fuerzas considerables y una vigilancia continua. Las correrías practicadas por los indios en el mes de marzo al norte del Biobío, que produjeron una gran alarma en esas poblaciones, probaban que los araucanos eran enemigos tan audaces como incansables".

     Diego Barros añade otro detalle preocupante: "En ese verano habían ocurrido nuevos y más graves desastres en las provincias del sur. Se recordará que allí quedaban todavía en pie, además de la ciudad de Castro en Chiloé, la de Osorno y el fuerte construido en el sitio en que estuvo Valdivia. Esas poblaciones habían soportado los más dolorosos padecimientos producidos por el hambre y por la guerra, sin que el Gobernador hubiera podido prestarles los socorros necesarios para sostenerse. Según contamos más atrás, en junio de 1602 Ribera había enviado a aquellas provincias un buque con un pequeño refuerzo de tropas y con algunos otros socorros, pero eran tales las dificultades de las comunicaciones, que se pasaron más de seis meses sin que Ribera volviese a tener noticia alguna de aquellas ciudades, en las que cada día eran mayores los sufrimientos y la miseria".

    

     (Imagen) El historiador Barros deja claro que la situación de los españoles se agravaba progresivamente. La guerra no paraba, y, además, en el sur había ciudades largo tiempo cercadas, a las que tampoco acompañaba la suerte: "El buque que, por orden del Gobernador, les llevaba un refuerzo, se había perdido. Arrastrado por los vientos, se estrelló en los arrecifes, con pérdida de su carga y de veinte hombres, entre ellos el maestre y el piloto de la nave, así como los  capitanes Rosa y Mejía. Los que se salvaron fueron socorridos por los españoles de Chiloé y pudieron llegar a la ciudad de Castro. Mientras tanto, las poblaciones del sur pasaban las más dolorosas angustias y una miseria desesperante. El fuerte de Valdivia contenía más de 220 hombres, pero se hallaba constantemente asediado. Su guarnición tuvo una lucha continua con los indios, que, desde la destrucción de La Imperial y de Villarrica, eran dueños de la comarca. Los españoles aguantaban con entereza, pero se acabaron los víveres, y entonces comenzó para los defensores del fuerte una serie de sufrimientos casi indescriptibles. La deserción comenzó a hacerse sentir entre esos infelices, prefiriendo vivir cautivos entre los bárbaros a la muerte cruel que les estaba reservada. El capitán Gaspar Viera, resuelto a resistir a todo trance, hizo ahorcar a un alférez, un soldado y una mujer, que tenían concertada su fuga. A mediados de enero de 1603, la guarnición de Valdivia estaba reducida a 36 hombres, 14 mujeres y 2 indios auxiliares. Sesenta y un soldados, muchas mujeres y niños habían muerto de hambre, además de los que perecieron a manos del enemigo. En esas circunstancias, llegó a Valdivia el 23 de enero una pequeña embarcación que llevaba a sus defensores víveres y municiones. Era enviada desde Concepción por el gobernador Ribera, y llegaba en los momentos en que la miseria de los defensores de la plaza tocaba los últimos extremos. Aunque poco más tarde recibieron un nuevo socorro, su situación continuó siendo desesperada. Por orden de Ribera, había tomado el mando de su guarnición el capitán Gaspar Doncel, buen soldado de las guerras de Flandes, y hombre de energía probada. Pero toda su entereza no podía mejorar aquel estado de cosas. Doncel sofocó valientemente una insurrección de sus propios soldados y se defendió contra los ataques de los indios, pero, a fines de 1603, el fuerte de Valdivia parecía fatalmente destinado a sucumbir de una manera desastrosa en muy poco tiempo". La imagen es de un escrito dirigido al Rey por Alonso de Ribera, pero su secretario, Domingo Hernández, indica que no lo pudo firmar porque murió en Concepción unos días antes, el 9 de marzo de 1617.




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