(1313) No hay duda de que españoles y
mapuches eran una pesadilla mutua: "Al acercarse el invierno, el
gobernador Ribera dio la vuelta a Concepción. Aunque sólo lo acompañaban unos
ochenta hombres, pudo atravesar sin el menor inconveniente toda la porción de
territorio vecino costero que media entre la población de Arauco y el río
Biobío, teatro constante de emboscadas de los indios, y de combates terribles y
desastrosos. Ahora, todos esos campos estaban yermos y despoblados, 'y
certifico a Vuestra Majestad -decía Ribera- que parecía hacer muchos años que
en toda ella no habitaba gente, porque hallé los caminos con la yerba alta, y
en toda ella no vi ni rastro de hombre, ni de caballo, ni sementera, ni ranchos
de vivienda'. Pero, aunque los indios habían abandonado por entonces aquellos
lugares, donde había existido una numerosa población, el Gobernador no se hacía
la ilusión de que la paz quedaba allí sólidamente asentada. Muy al contrario,
había dejado permanentemente guarnecidos todos los fuertes que defendían la
línea de frontera, y en Arauco puso fuerzas mucho más considerables. Mandó que
se quedaran allí el maestre de campo Pedro Cortés y el sargento mayor Alonso
González de Nájera con quinientos hombres, no sólo para la defensa del fuerte
sino, además, para hacer la guerra a las tribus vecinas y lograr su
sometimiento. También esperaba recibir más refuerzos para repoblar el verano
siguiente una ciudad en las orillas del río Lebu, ilusionándose con que sería
la base de la pacificación de toda aquella parte del territorio, en la que
había tenido su origen la gran rebelión de los indios, y donde la guerra había
sido más dura y obstinada. El resultado de esta campaña no era en modo alguno
satisfactorio. Es cierto que la línea de fuertes establecida en las riberas del
Biobío parecía asegurar la tranquilidad de las poblaciones que los españoles
mantenían al norte de ese río, a condición de que se mantuviesen puramente a la
defensiva y que no intentasen nuevos ataques sobre el territorio enemigo. Pero,
además de que Ribera proyectaba avanzar esa línea de frontera volviendo a
fundar el año siguiente otras poblaciones en Tucapel y en Angol, habría debido
convencerse de que, incluso la defensa de su primera línea, exigía fuerzas
considerables y una vigilancia continua. Las correrías practicadas por los
indios en el mes de marzo al norte del Biobío, que produjeron una gran alarma
en esas poblaciones, probaban que los araucanos eran enemigos tan audaces como
incansables".
Diego Barros añade otro detalle
preocupante: "En ese verano habían ocurrido nuevos y más graves desastres
en las provincias del sur. Se recordará que allí quedaban todavía en pie,
además de la ciudad de Castro en Chiloé, la de Osorno y el fuerte construido en
el sitio en que estuvo Valdivia. Esas poblaciones habían soportado los más
dolorosos padecimientos producidos por el hambre y por la guerra, sin que el
Gobernador hubiera podido prestarles los socorros necesarios para sostenerse.
Según contamos más atrás, en junio de 1602 Ribera había enviado a aquellas provincias
un buque con un pequeño refuerzo de tropas y con algunos otros socorros, pero
eran tales las dificultades de las comunicaciones, que se pasaron más de seis
meses sin que Ribera volviese a tener noticia alguna de aquellas ciudades, en
las que cada día eran mayores los sufrimientos y la miseria".
(Imagen) El historiador Barros deja claro
que la situación de los españoles se agravaba progresivamente. La guerra no
paraba, y, además, en el sur había ciudades largo tiempo cercadas, a las que
tampoco acompañaba la suerte: "El buque que, por orden del Gobernador, les
llevaba un refuerzo, se había perdido. Arrastrado por los vientos, se estrelló
en los arrecifes, con pérdida de su carga y de veinte hombres, entre ellos el
maestre y el piloto de la nave, así como los
capitanes Rosa y Mejía. Los que se salvaron fueron socorridos por los
españoles de Chiloé y pudieron llegar a la ciudad de Castro. Mientras tanto,
las poblaciones del sur pasaban las más dolorosas angustias y una miseria
desesperante. El fuerte de Valdivia contenía más de 220 hombres, pero se
hallaba constantemente asediado. Su guarnición tuvo una lucha continua con los
indios, que, desde la destrucción de La Imperial y de Villarrica, eran dueños
de la comarca. Los españoles aguantaban con entereza, pero se acabaron los
víveres, y entonces comenzó para los defensores del fuerte una serie de
sufrimientos casi indescriptibles. La deserción comenzó a hacerse sentir entre
esos infelices, prefiriendo vivir cautivos entre los bárbaros a la muerte cruel
que les estaba reservada. El capitán Gaspar Viera, resuelto a resistir a todo
trance, hizo ahorcar a un alférez, un soldado y una mujer, que tenían
concertada su fuga. A mediados de enero de 1603, la guarnición de Valdivia
estaba reducida a 36 hombres, 14 mujeres y 2 indios auxiliares. Sesenta y un
soldados, muchas mujeres y niños habían muerto de hambre, además de los que
perecieron a manos del enemigo. En esas circunstancias, llegó a Valdivia el 23
de enero una pequeña embarcación que llevaba a sus defensores víveres y
municiones. Era enviada desde Concepción por el gobernador Ribera, y llegaba en
los momentos en que la miseria de los defensores de la plaza tocaba los últimos
extremos. Aunque poco más tarde recibieron un nuevo socorro, su situación
continuó siendo desesperada. Por orden de Ribera, había tomado el mando de su
guarnición el capitán Gaspar Doncel, buen soldado de las guerras de Flandes, y
hombre de energía probada. Pero toda su entereza no podía mejorar aquel estado
de cosas. Doncel sofocó valientemente una insurrección de sus propios soldados
y se defendió contra los ataques de los indios, pero, a fines de 1603, el
fuerte de Valdivia parecía fatalmente destinado a sucumbir de una manera
desastrosa en muy poco tiempo". La imagen es de un escrito dirigido al Rey
por Alonso de Ribera, pero su secretario, Domingo Hernández, indica que no lo
pudo firmar porque murió en Concepción unos días antes, el 9 de marzo de 1617.
No hay comentarios:
Publicar un comentario