lunes, 9 de mayo de 2022

(1718) El nuevo virrey, Gaspar de Zúñiga, ingenuamente, quiso mejorar el trato que se daba a los indios en Chile. Para ello, envió a Luis de Valdivia, que era un jesuita con buenas intenciones pero muy terco, y será una pesadilla para los gobernadores.

 

     (1318) Chile se había convertido en un infierno, y nadie había dado con la solución a lo largo de cincuenta años. En enero de 1604, Alonso de Sotomayor, como hemos visto, no quiso volver a asumir el cargo de gobernador de aquellas tierras indomables. Sin embargo soñaba con que se estableciera un virreinato en Chile y él ocupara el cargo, pero el Rey Felipe III prefirió que el virreinato de Perú continuara conservando todo su poder, permaneciendo Chile como simple gobernación, donde figuraba al mando Alonso García Ramón como gobernador titular (ya lo había sido interino anteriormente). Y había obtenido el nombramiento de la siguiente manera: "Llegó al Perú don Gaspar de Zúñiga Acevedo, conde de Monterrey, para hacerse cargo del virreinato, por renuncia de don Luis de Velasco. Se informó pronto de la situación de Chile, y supo que Sotomayor no aceptaba el gobierno de este país. Tuvo una conversación con Alonso García Ramón, que había acudido a recibirlo, y allí mismo quedó resuelto que éste fuera a Chile a tomar el puesto de Gobernador. Pero el conde de Monterrey, que acababa de gobernar el virreinato de México, y que había conocido allí indios más o menos civilizados, que formaban la población del antiguo imperio azteca, mucho más aptos que los de Chile para aceptar un gobierno normal, creía que era posible someter a estos últimos por medios menos costosos y más humanos que la guerra despiadada que se les había hecho con tan poco fruto. Se hablaba mucho en Lima de las vejaciones que sufrían los indios de Chile, de las ofensas y crueldades a que los tenían sometidos los encomenderos, los cuales mantenían el sistema de servicio personal de los indígenas contra las repetidas órdenes del Rey. Se creía que estas eran las causas de la obstinación con que los mapuches luchaban para mantener su independencia. Había dos personajes que sostenían calurosamente estas ideas.  Eran Luis de la Torre, que había ejercido como protector titular de los indios de Chile, y el jesuita Luis de Valdivia, que había visitado una gran extensión del territorio chileno y que estaba en situación de dar los más minuciosos informes sobre la materia".

     El virrey de Perú, Gaspar de Zúñiga Acevedo, se dio prisa para convocar al respecto en Lima una junta consultiva de letrados y de teólogos: "Se discutió prolijamente la manera de poner remedio a la desgraciada  situación de Chile, y todos los presentes opinaron que debía suprimirse el servicio personal de los indígenas, como medio más eficaz para pacificarlos. Incluso García Ramón, que debía conocer mejor el carácter y las condiciones de los indios de Chile, se dejó llevar por la corriente de las opiniones dominantes y aceptó gustoso este parecer (da a entender Barros que era extraño que el veterano García Ramón estuviese convencido de que eso bastaría para pacificar a los bravos mapuches). Con arreglo a ese dictamen, el Virrey dio al nuevo Gobernador las instrucciones más terminantes para que el servicio personal fuese suprimido. Dispuso, además, que en compañía de García Ramón volviese a Chile el padre Valdivia para que ayudase a la adopción de esta reforma, plantease el sistema de reducción de los indígenas por medio de misiones y recogiese los informes necesarios con el fin de mejorar en adelante el gobierno de Chile. Se hicieron grandes ilusiones en los consejos del Virrey sobre el resultado que debía producir aquella medida. 'Con esto y otras cosas que el Virrey ha mandado proveer -escribió entonces García Ramón-, voy confiadísimo de que Dios Nuestro Señor ha de hacernos muy grandes mercedes'. Y, asimismo, el virrey y sus consejeros estaban persuadidos de que, con la supresión del servicio personal, la situación de Chile iba a cambiar como por encanto, induciendo a los indios a terminar la guerra".

 

     (Imagen) Llama la atención que el que mejor conocía a los durísimos mapuches, Alonso García Ramón, se dejara contagiar por el entusiasmo del virrey Gaspar de Acevedo, quien, aunque era un recién llegado a Perú, estaba convencido de que 'mimando' a los indios de Chile, se lograría la paz definitiva: "García Ramón llegó a Concepción el 19 de marzo de 1604. Entonces hizo publicar su nombramiento de gobernador de Chile y las instrucciones que traía del virrey del Perú para suprimir el servicio personal de los indígenas. Reunido con los caciques de las tribus vecinas a la ciudad, les hizo saber que traía encargo de perdonarles los delitos cometidos en las rebeliones anteriores, y de plantear otro sistema de pacificación que pusiese fin a las injusticias y vejámenes de que hasta entonces se les había hecho víctimas. El padre jesuita Luis de Valdivia les leyó en lengua chilena las provisiones por las cuales el virrey del Perú los declaraba libres del trabajo personal, sustituyéndolo por un impuesto en dinero destinado a organizar el gobierno de los mismos indios, y atender a su conversión y bienestar. El padre Valdivia anotó en acta que los indios recibieron con gran alegría esta noticia. Uno de los caciques, llamado Unavillu, en representación de todos los demás, contestó al Gobernador para expresarle su agradecimiento  y su resolución de ser fieles vasallos del Rey y de vivir en paz bajo tales condiciones. García Ramón, después de asegurarles que esperaba grandes refuerzos de tropas de España, y que con ellos les haría guerra implacable si violaban aquel pacto, los despidió amistosamente. En los primeros momentos se creyó que el conocimiento de esta asamblea se extendería rápidamente por toda la comarca, y que afianzaría la paz de los indios que se consideraban ya como amigos, induciendo, además, a los otros a deponer las armas. Sin embargo, pasaron algunos días sin que por ninguna parte se percibieran los efectos que se esperaban de aquellas declaraciones. Por el contrario, los indios de la provincia de Tucapel, siempre inquietos y turbulentos, a pesar de las promesas que habían hecho de vivir en paz, no cesaban de hostilizar a los destacamentos españoles y de amenazar los fuertes. Por esto mismo, cuando García Ramón, después de cuidar del desembarco de su gente y de las municiones, del dinero y del vestuario que traía del Perú, quiso ir a reunirse con el ex gobernador Ribera, comprendió el riesgo que había en atravesar aquella parte del territorio, y, al ponerse en marcha a fines de marzo, se hizo acompañar por todas las tropas que le fue posible reunir. El padre Valdivia, (nacido en Granada en 1560 y de quien enseguida hablaremos) marchaba a su lado para concurrir a los parlamentos que el Gobernador debía celebrar con los indios de cada distrito".




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