(1316) No era fácil hacerse desde España
una idea válida de lo que realmente ocurría en Chile: "Sin poder
comprenderse las causas que hacían interminable la guerra de Arauco, el monarca
y sus consejeros debieron imaginarse que este simple cambio de gobernador iba a
dar cima a una obra en la que habían encallado tantos militares, y lo seguirían
haciendo otros. Para ayudar en esta empresa a don Alonso de Sotomayor, se mandó
formar una división de mil hombres, que en pocos meses más debía partir para
Chile por la vía del Río de la Plata, y
se elevó hasta ciento cuarenta mil ducados la subvención anual que el tesoro
del Perú debía entregar para el pago de ese ejército. Cuando Alonso de Ribera
recibió la noticia del nombramiento de su sucesor, en octubre de 1604, se
hallaba terminando sus preparativos para la nueva campaña que pretendía hacer
contra los indios. El 18 de julio había reunido en Santiago a los más altos
funcionarios civiles y militares para oír su parecer acerca del plan de
operaciones que debería adoptarse, es decir, si convendría hacer la guerra en
la zona de la Imperial para liberar a
los cautivos de manos de los enemigos, o si sería más conveniente hacerla en
los territorios de de Concepción y San Bartolomé, que era donde los mapuches
acosaban a los indios amigos de los españoles. Se sabe que Ribera había adoptado
este segundo sistema desde los primeros días de su gobierno, pero deseando
ponerse a salvo de las acusaciones que sin duda alguna habían de hacérsele,
quería que sus capitanes y los funcionarios más caracterizados de la colonia,
apoyasen su conducta. Para ello, les pidió su parecer, y se mostraron conformes con los deseos del
gobernador Ribera, cuyo plan abarcaba las provincias de Arauco, Catirai y Los
Ángeles. Era un idea bien concebida, sin
duda, pero que no podía realizarse sino con una extremada lentitud, mientras
que el Gobernador creía que en muy poco tiempo podía ejecutarlo y llevar a cabo
la absoluta pacificación del país, por lo que sobraban motivos para conocer que
esa empresa era del todo irrealizable. Durante ese mismo invierno de 1604, Pedro
Cortés y Alonso González de Nájera, que
mandaban las tropas de Arauco, habían tenido una guerra constante con los
indios. Sus tropas ascendían a quinientos hombres, pero los indios las
hostilizaban sin cesar, y atacaban a todo destacamento que se atrevía a
alejarse del fuerte. En los combates, los españoles obtuvieron ordinariamente
la victoria, pero la porfiada resistencia y la audacia inquebrantable de los
araucanos revelaban que aquella guerra no tendría término inmediato. Mientras
tanto, la desmoralización de los soldados españoles parecía un mal incurable.
En esos mismos días se fugaron del fuerte de Nacimiento diecinueve soldados de
la última tropa que vino del Perú, y fueron a unirse a las fuerzas de los
mapuches. Estos hechos, por desconsoladores que fuesen, no desvanecieron, sin
embargo, las ilusiones del Gobernador. Al dar cuenta de ellos al Rey, no
vacilaba en decirle estas palabras: 'Confío en Nuestro Señor que este verano se
han de conseguir buenos efectos en servicio de Vuestra Majestad entrando a
campear, porque están los enemigos de la frontera muy deshechos, sin caballos y
sin comidas, y con el orden que llevo, irá esto cada día en mayor aumento. Y si
llegase el socorro de los reinos de España que envié a pedir con el capitán
Domingo de Eraso, espero en Dios que se daría fin a esta prolija guerra'. Estas
ilusiones del Gobernador se fundaban en la idea equivocada de que los indios
estaban todos unidos bajo el mando de un gran cacique. Pero lo que tenía de más
terrible aquella formidable resistencia de los indios era precisamente esa
falta de unidad en la dirección de las operaciones. Teniendo diversos
caudillos, a veces se reunían para un ataque común, pero victoriosos o
derrotados, volvían a la lucha en otros lugares. Si Ribera hubiese conseguido
reducir a los indios próximos a su línea de frontera, resultaría que las tribus
de más al sur renovaran la resistencia con igual tesón en cuanto se viesen
amenazadas".
(Imagen) Aun sabiendo Alonso de Ribera que
no tardaría en llegar el nuevo gobernador, Alonso de Sotomayor, se entregó de
lleno a la tarea de seguir atacando a los indios. Pensando que era el momento
de avanzar la línea de frontera, fundó
un nuevo fuerte donde había estado la desaparecida ciudad de Cañete, y, entre
finales del año 1604 y principios de 1605, estuvo persiguiendo implacablemente
a los indios de la zona de Tucapel (donde tiempo atrás mataron cruelmente a
Pedro de Valdivia): "Pero unos indios del territorio de Angol fueron a
colocarse cautelosamente en las cercanías del fuerte de Yumbel, del que
salieron cuarenta españoles con algunos nativos amigos el 28 de enero de 1605.
Nada les hacía prever la proximidad del enemigo, y se vieron atacados estando
apartados de sus caballos. El combate fue una verdadera carnicería. Veinticinco
españoles quedaron muertos en el campo, y tres fueron tomados prisioneros. Los
que lograron llegar al fuerte de Yumbel, volvieron desconcertados y cubiertos
de heridas, y, cuando salieron tropas en persecución de los indios, ya se habían dispersado de manera que fue
imposible darles alcance. Este contratiempo debió de irritar profundamente a
Ribera, pero no lo abatió ni tampoco le hizo perder la ilusión que tenía en los
progresos de la reconquista de aquellos territorios. Sin tardanza despachó a su
maestre de campo Pedro Cortés con treinta soldados para que fuese a castigar a
los indios de Angol y sus cercanías. 'Llegado allí, comunicó este, saqué gente
de los tres fuertes (Nuestra Señora de Halle, Nacimiento y Santa Fe), y,
pasando el río Biobío, fui haciendo la guerra en la tierra del cacique
Nabalburí, que fue el que había hecho este daño, y le desbaraté en una
borrachera en que estaban gozando de su victoria, y le maté sesenta indios y
tomé mucha gente de mujeres e hijos, y él se escapó con gran ventura por una
quebrada'. Ribera, entre tanto, continuaba sus correrías por la zona de la
costa. Su actividad incansable de soldado y el vigor de sus tropas le
permitieron derrotar a los indios de esa comarca en varias ocasiones. Dando a
estas ventajas un alcance que no tenían, el Gobernador llegó a persuadirse de
que en ese mismo año podría adelantar mucho más al sur su línea de frontera.
Para ello, tenía resuelto hacer dos nuevas fundaciones, una en el valle central
y la otra en los campos de la costa que acaba de recorrer. Para la primera de
ellas había elegido un sitio vecino a aquel en que años atrás se establecía la
ciudad de Angol. Para la segunda, designó las orillas del río Paicaví y dio
principio a la construcción de un fuerte. Pero la llegada de su sucesor, el
nuevo gobernador don Alonso de Sotomayor (natural, como Pizarro, de
Trujillo-Cáceres), vino a sorprenderlo durante estos trabajos".
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