viernes, 6 de mayo de 2022

(1716) El valioso gobernador Alonso de Ribera, aun sabiendo que le iba a sustituir Alonso de Sotomayor, seguía peleando contra los mapuches. Los indios hicieron una masacre, pero resultaron duramente castigados.

 

     (1316) No era fácil hacerse desde España una idea válida de lo que realmente ocurría en Chile: "Sin poder comprenderse las causas que hacían interminable la guerra de Arauco, el monarca y sus consejeros debieron imaginarse que este simple cambio de gobernador iba a dar cima a una obra en la que habían encallado tantos militares, y lo seguirían haciendo otros. Para ayudar en esta empresa a don Alonso de Sotomayor, se mandó formar una división de mil hombres, que en pocos meses más debía partir para Chile por la vía del Río de la  Plata, y se elevó hasta ciento cuarenta mil ducados la subvención anual que el tesoro del Perú debía entregar para el pago de ese ejército. Cuando Alonso de Ribera recibió la noticia del nombramiento de su sucesor, en octubre de 1604, se hallaba terminando sus preparativos para la nueva campaña que pretendía hacer contra los indios. El 18 de julio había reunido en Santiago a los más altos funcionarios civiles y militares para oír su parecer acerca del plan de operaciones que debería adoptarse, es decir, si convendría hacer la guerra en la zona de la Imperial  para liberar a los cautivos de manos de los enemigos, o si sería más conveniente hacerla en los territorios de de Concepción y San Bartolomé, que era donde los mapuches acosaban a los indios amigos de los españoles. Se sabe que Ribera había adoptado este segundo sistema desde los primeros días de su gobierno, pero deseando ponerse a salvo de las acusaciones que sin duda alguna habían de hacérsele, quería que sus capitanes y los funcionarios más caracterizados de la colonia, apoyasen su conducta. Para ello, les pidió su parecer, y se  mostraron conformes con los deseos del gobernador Ribera, cuyo plan abarcaba las provincias de Arauco, Catirai y Los Ángeles.  Era un idea bien concebida, sin duda, pero que no podía realizarse sino con una extremada lentitud, mientras que el Gobernador creía que en muy poco tiempo podía ejecutarlo y llevar a cabo la absoluta pacificación del país, por lo que sobraban motivos para conocer que esa empresa era del todo irrealizable. Durante ese mismo invierno de 1604, Pedro Cortés  y Alonso González de Nájera, que mandaban las tropas de Arauco, habían tenido una guerra constante con los indios. Sus tropas ascendían a quinientos hombres, pero los indios las hostilizaban sin cesar, y atacaban a todo destacamento que se atrevía a alejarse del fuerte. En los combates, los españoles obtuvieron ordinariamente la victoria, pero la porfiada resistencia y la audacia inquebrantable de los araucanos revelaban que aquella guerra no tendría término inmediato. Mientras tanto, la desmoralización de los soldados españoles parecía un mal incurable. En esos mismos días se fugaron del fuerte de Nacimiento diecinueve soldados de la última tropa que vino del Perú, y fueron a unirse a las fuerzas de los mapuches. Estos hechos, por desconsoladores que fuesen, no desvanecieron, sin embargo, las ilusiones del Gobernador. Al dar cuenta de ellos al Rey, no vacilaba en decirle estas palabras: 'Confío en Nuestro Señor que este verano se han de conseguir buenos efectos en servicio de Vuestra Majestad entrando a campear, porque están los enemigos de la frontera muy deshechos, sin caballos y sin comidas, y con el orden que llevo, irá esto cada día en mayor aumento. Y si llegase el socorro de los reinos de España que envié a pedir con el capitán Domingo de Eraso, espero en Dios que se daría fin a esta prolija guerra'. Estas ilusiones del Gobernador se fundaban en la idea equivocada de que los indios estaban todos unidos bajo el mando de un gran cacique. Pero lo que tenía de más terrible aquella formidable resistencia de los indios era precisamente esa falta de unidad en la dirección de las operaciones. Teniendo diversos caudillos, a veces se reunían para un ataque común, pero victoriosos o derrotados, volvían a la lucha en otros lugares. Si Ribera hubiese conseguido reducir a los indios próximos a su línea de frontera, resultaría que las tribus de más al sur renovaran la resistencia con igual tesón en cuanto se viesen amenazadas".

 

     (Imagen) Aun sabiendo Alonso de Ribera que no tardaría en llegar el nuevo gobernador, Alonso de Sotomayor, se entregó de lleno a la tarea de seguir atacando a los indios. Pensando que era el momento de avanzar la línea de frontera,  fundó un nuevo fuerte donde había estado la desaparecida ciudad de Cañete, y, entre finales del año 1604 y principios de 1605, estuvo persiguiendo implacablemente a los indios de la zona de Tucapel (donde tiempo atrás mataron cruelmente a Pedro de Valdivia): "Pero unos indios del territorio de Angol fueron a colocarse cautelosamente en las cercanías del fuerte de Yumbel, del que salieron cuarenta españoles con algunos nativos amigos el 28 de enero de 1605. Nada les hacía prever la proximidad del enemigo, y se vieron atacados estando apartados de sus caballos. El combate fue una verdadera carnicería. Veinticinco españoles quedaron muertos en el campo, y tres fueron tomados prisioneros. Los que lograron llegar al fuerte de Yumbel, volvieron desconcertados y cubiertos de heridas, y, cuando salieron tropas en persecución de los indios, ya  se habían dispersado de manera que fue imposible darles alcance. Este contratiempo debió de irritar profundamente a Ribera, pero no lo abatió ni tampoco le hizo perder la ilusión que tenía en los progresos de la reconquista de aquellos territorios. Sin tardanza despachó a su maestre de campo Pedro Cortés con treinta soldados para que fuese a castigar a los indios de Angol y sus cercanías. 'Llegado allí, comunicó este, saqué gente de los tres fuertes (Nuestra Señora de Halle, Nacimiento y Santa Fe), y, pasando el río Biobío, fui haciendo la guerra en la tierra del cacique Nabalburí, que fue el que había hecho este daño, y le desbaraté en una borrachera en que estaban gozando de su victoria, y le maté sesenta indios y tomé mucha gente de mujeres e hijos, y él se escapó con gran ventura por una quebrada'. Ribera, entre tanto, continuaba sus correrías por la zona de la costa. Su actividad incansable de soldado y el vigor de sus tropas le permitieron derrotar a los indios de esa comarca en varias ocasiones. Dando a estas ventajas un alcance que no tenían, el Gobernador llegó a persuadirse de que en ese mismo año podría adelantar mucho más al sur su línea de frontera. Para ello, tenía resuelto hacer dos nuevas fundaciones, una en el valle central y la otra en los campos de la costa que acaba de recorrer. Para la primera de ellas había elegido un sitio vecino a aquel en que años atrás se establecía la ciudad de Angol. Para la segunda, designó las orillas del río Paicaví y dio principio a la construcción de un fuerte. Pero la llegada de su sucesor, el nuevo gobernador don Alonso de Sotomayor (natural, como Pizarro, de Trujillo-Cáceres), vino a sorprenderlo durante estos trabajos".




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