martes, 31 de mayo de 2022

(1737) Los oidores de la Audiencia le prohibieron al gobernador Merlo de la Fuente que sus escasos soldados esclavizaran a indios rebeldes. Lo que nadie le pudo impedir fue que actuara con mano muy dura contra sus caciques.

 

     (1337) El gobernador interino Luis Merlo de la Fuente, viendo que no conseguía voluntarios para sus tropas, trató de paliar sus dificultades con una ley recién estrenada: "Como no lograba su intención, recurrió a otro medio que consideraba más eficaz. Hasta entonces no se había dado cumplimiento a la real cédula de mayo de 1608, por la cual el Rey había decretado esclavizar a los indios que se tomasen con las armas en la mano. Merlo de la Fuente la mandó publicar, creyendo así excitar la codicia de los vecinos encomenderos que quisiesen aumentar el número de sus servidores (es decir: esperaba que se alistaran voluntarios deseosos de volver de la guerra con indios presos). Pero este recurso no produjo mejores resultados. El Gobernador, al partir de Santiago, dejó encargado al capitán Castroverde Valiente que le llevase a Concepción los voluntarios que pudiera reunir, pero, aunque esperaba contar con cien hombres de refuerzo, sólo recibió dos, ya que La Real Audiencia se había opuesto resueltamente a toda medida coercitiva para obligar a alguien a servir en el ejército". Lo que quiere decir que los oidores de la Audiencia habían dejado sin valor por su cuenta la cédula real. Estos inconvenientes le hicieron perder mucho tiempo al Gobernador: "Al fin, a mediados de septiembre se ponía en marcha y llegaba a Concepción el 6 de octubre. Su presencia en aquellos lugares se había hecho indispensable. Los indios de la región de la costa, que se fingían conformes con la dominación española, al saber la muerte de García Ramón, estaban preparando un gran levantamiento que debía tener lugar hacia el 17 de octubre".

     Los españoles de aquel entorno sospechaban lo que pretendían los indios, y, para mayor seguridad, se replegaron en Arauco: "Advertido también de este peligro, Merlo de la Fuente salió sin tardanza de Concepción con las pocas tropas que pudo reunir, y, juntando más fuerzas de la plaza de Arauco, fue a situarse en Lebu, donde se suponía que iba a estallar la rebelión. Los indios estaban todavía en la más perfecta quietud, pero el Gobernador hizo apresar a los principales caciques e inició la averiguación de sus proyectos. 'Quiso Dios, escribió él mismo, que, nueve días después de que saliéramos de Concepción, conseguí averiguar lo que tramaban, y los cinco caciques confesaron sus delitos, a los cuales hice dar garrote (ahorcar) en el fuerte de Lebu. Y tuve tanta suerte, que, exhortándoles lo que les convenía a su salvación, murieron los cinco con agua de bautismo, cosa que no se había hecho otras veces. Hice quemar sus casas y sembrarlas de sal, y a sus mujeres e hijos los desterré para la ciudad de Santiago. Y este castigo, entendiendo todos los indios su motivo, les sirvió de ejemplo y temor, por lo que espero de la misericordia de Dios que ha de servir para una larga paz y quietud". Lo que escribió Merlo de la Fuente es muy revelador de la mentalidad de muchos soldados de aquella época. Castigó duramente a los caciques, probablemente sin saña y con la única intención de conseguir que el temor acabara con la rebeldía de los indios. Y, al mismo tiempo, se empeña en hacerles un bien logrando que se conviertan para que salven sus almas. No tiene sentido juzgar el comportamiento de los indios ni el de los españoles de entonces a través de la mentalidad de nuestro tiempo.

 

     (Imagen) El gobernador interino Luis Merlo de la Fuente se había ganado merecida fama de hombre recto, pero riguroso, y no tenía ningún reparo en comunicarle al Rey Felipe III cómo castigaba a los indios. No era fácil saber qué método sería más eficaz para acabar con la rebeldía de los mapuches, si la mano blanda o la mano dura. Pero él lo tenía claro: "El gobernador Merlo de la Fuente, venciendo todo género de inconvenientes, salió otra vez de campaña a buscar al enemigo. Se juntó en Purén con el maestre de campo Núñez de Pineda, sumando las tropas novecientos soldados españoles y ochocientos indios amigos. Allí se vio forzado a repetir los mismos actos de destrucción que en circunstancias análogas habían ejecutado sus predecesores. 'Durante dieciocho días, escribió él mismo, hice entrar tres veces a mis hombres en la  ciénaga de los indios, tan temida, para que se les cortasen todas las plantaciones que tenían en tres islas que hay en ella, las cuales estaban cubiertas de sementeras. Y en estas entradas se mataron a dos caciques, y se les tomaron cantidad de ganados de Castilla y de su tierra, y caballos que allí tenían. Recuperé una pieza de artillería que tenían medio hincada, como un trofeo, pues era una de las que se perdieron en el fuerte de Curampe en tiempo del gobernador Loyola (probablemente, cuando lo mataron). Se les quemaron todos los ranchos y casas, y se les tomaron indios e indias que andaban por diversas partes de la la ciénaga y sus alrededores, cortando en sus valles durante los dieciocho días las plantaciones de trigo y cebada, y arrancándoles los maíces, patatas, frijoles, arvejas y otras legumbres, sin que se les dejase ninguna en los términos de Purén que no quedase asolada y destruida. Pasamos hasta el valle de Pelauquén, tierra traidora y fuerte, que ha sido y es la corte donde se han fraguado todas las juntas y maldades que conciertan y hacen estos indios, lugar donde hace muchos años que el ejército de Vuestra Majestad no había señoreado, ni aun mirado, pero Dios ha querido que se les haya podido hacer una tala tan importante, que aseguro a Vuestra Majestad que, según tengo entendido, nunca se había visto ni hecho en Chile. Dejé, además, colgados once caciques y capitanes principales, y he traído cautivos a otros seis, cinco de ellos para rescate de otros tantos capitanes españoles'. El resultado de esta campaña, a pesar de todo, era más o menos el mismo que el que otros gobernadores habían obtenido después de análogas correrías, sin que ellas dejasen visos de que estuviera próximo el término de aquella guerra interminable. Y así, poco más tarde, los españoles supieron que los indios hacían con astucia plantaciones dobles, de manera que, además de las destruidas, tenían otras ocultas para la proveerse".




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