lunes, 31 de enero de 2022

(1633) En aquel infierno de batallas, no había ningún español cobarde, pero a veces se producían disputas por el mando. El cronista habla en tercera persona del apresamiento y liberación de su hijo. La pesadilla mapuche (con altibajos) durará ¡hasta el año 1883!

 

     (1233) El cronista nos confirma que la vida de los soldados en Chile estaba llena de inconvenientes y poco premiada: "Comenzaban ya a ir las campañas algo de caída por estar los soldados aburridos de andar dos años y medio por aquellos campos comiendo mal y durmiendo peor, pobres, desnudos y melancólicos, y sobre todo sin esperanza de remuneración (y arriesgando continuamente la vida). Era un trabajo pesadísimo y casi intolerable para todos, y mucho más para la vejez del gobernador, que, aunque no quiso salir de Arauco en dos años, luego lo hizo, y no quiso que los demás estuviesen pasando lo que él había visto por sus ojos y sufrido en su persona. Además, llegaba ya el invierno, donde no se podía esperar sino muchas enfermedades y congojas. Y por eso, decidió que el ejército se descuadernase, de suerte que los soldados se distribuyesen por las ciudades y estuviesen en ellas a la defensiva, sin ir a buscar a los araucanos que estaban en su tierra. Recibió el maestre de campo Bernal la orden del gobernador, y al cumplirla, hizo una plática a todo el ejército el Domingo de Ramos del año de 1579, en la que los consoló con las más eficaces razones que él pudo, y les señaló las ciudades a donde había de acudir cada uno a descansar y tomar algún aliento".

     El cronista vuelve la vista atrás (sin dejarlo claro) y nos habla de lo que hacía Juan de Matienzo poco antes de esta disolución de las tropas: "El capitán Matienzo ponía gran diligencia en visitar las ciudades y fuertes que estaban a su cargo, y, cuando los enemigos vieron que se había alejado del fuerte de Renigua, ordenaron sus escuadrones con ánimo de arrasarlo. Llegaron el día primero de marzo del mismo año 1579, y atacaron tan reciamente, que eran menester muchos más hombres que los que estaban dentro para defenderse. Pero, como el valor y sagacidad suplía la falta del número, no desmayaron los españoles, sino que salieron al campo los sesenta que allí había con el capitán Gaspar Viera, y desbarataron a los enemigos matando gran parte de ellos y cautivando a muchos, de los cuales empalaron algunos para escarmiento de sus compañeros. Al saber el capitán Matienzo este suceso, pareciéndole que eran demasiados enfrentamientos los que había en la comarca, fue con algunos soldados, y sacó de allá a los que estaban con el capitán Viera, llevándolos al desaguadero de Vitalauquen para defensa de Villarrica y su contorno. Para mayor seguridad, los puso bajo el mando del capitán Arias Pardo Maldonado, el cual tenía gracia especial para pacificar a los indios, y consiguió hacerlo con algunos".

     No era frecuente, pero, de vez en cuando, surgían fuertes discrepancias entre los jefes militares: "Mientras el capitán Pardo Maldonado andaba pacificando a los indios, se desavinieron entre sí algunos españoles en la ciudad de Valdivia, porque entrando en ella por corregidor Gaspar de Villarroel, comenzó a intervenir en las cosas de la guerra y a atender a ellas como anexas a su oficio. Lo cual pretendió impedir el capitán Juan de Matienzo por estar a su cargo todo lo tocante a la guerra en las cuatro ciudades comarcanas que eran Valdivia, Osorno, la Imperial y  Villarrica. Y estuvo el asunto en peligro de rompimiento si no llegara entonces Juan Álvarez de Luna nombrado como maestre de campo en lugar de Lorenzo Bernal de Mercado, que estaba ya molido de batallas y muy metido en carnes. Con esta entrada del maestre de campo, y con los soldados que trajo consigo, cesaron las diferencias y se comenzó a tratar de cosas de la guerra por ser ya el mes de agosto (se acercaba la primavera) y andar alborotados muchos indios de aquellos términos".

 

     (Imagen) En diversas ocasiones los españoles pecaron de confiados: "Regresando hacia su ciudad para  celebrar una victoria, los soldados se pusieron a descansar, durmiendo tranquilamente en un lugar cercano al sitio de la batalla, pero los indios vencidos volvieron a atacarlos. Los españoles consiguieron vencerles de nuevo, pero muchos resultaron heridos, en particular el maestre de campo Juan Álvarez de Luna. También quedó mal herido Ruy Díaz de Valdivia, y don Fernando de Zaina salió con un ojo menos. Andaban en estos calamitosos tiempos las cosas de la guerra tan sangrientas que no había lugar seguro. El capitán Gaspar Viera, por tener poca gente en su fortaleza de Quinchilca, la abandonó, pasando su pequeña escuadra al valle de Codico, donde se alojó en una casa de la encomienda de don Pedro Mariño de Lobera (se trata del cronista). Supieron luego los indios su mudanza, y sin que él los sintiese a ellos, acudieron una noche y lo cogieron de sobresalto, de suerte que salió con los suyos precipitado y mal pertrechado para defenderse. Habiendo andado un rato envuelto en la pelea, vinieron a morir seis españoles y el mismo capitán Viera entre ellos, siendo apresado don Alonso Mariño de Lobera, hijo del capitán don Pedro Mariño de Lobera, tras haber recibido tres heridas muy graves. Sintió mucho esto su padre, que estaba en la ciudad de Valdivia, y con deseo de hacer el castigo por su mano, se le ofreció al corregidor, que era entonces Francisco de Herrera Sotomayor, para ir él en persona a ejecutarlo, aunque era tan poca la gente de la ciudad, que no era posible darle soldados. Pero acertó a llegar un navío del capitán Lamero con muchos soldados. De manera que, yendo el mismo Lamero con trece de los suyos en compañía de don Pedro Mariño de Lobera, que tenía otros doce, llegaron adonde los enemigos. Tras acometerlos con gran ímpetu, los pusieron en huida, y les quitaron la presa, quedando don Pedro Mariño de Lobera muy aliviado porque halló a su hijo vivo, aunque malherido, y con él a un hijo del capitán Rodrigo de Sande, que también había sido apresado en la batalla". A la angustia permanente de los conquistadores por el riesgo continuo de perder la vida, se añadía la gran preocupación por lo que pudiera pasarles a los miembros de su familia o a sus amigos íntimos. En esta ocasión Alonso Mariño de Lobera y el hijo del capitán Sande tuvieron la gran suerte de ser liberados antes de que los mapuches los mataran cruelmente, como siempre hacían, y a veces, también, con antropofagia incluida. Como revela la imagen, los mapuches fueron una tremenda pesadilla hasta el año 1883.




sábado, 29 de enero de 2022

(1632) Extraño fenómeno solar. Un indio amigo se escapó astutamente de los mapuches matando a uno de ellos. Era muy importante la colaboración de los yanaconas (indios aliados con los españoles). Nuevo éxito de Lorenzo Bernal.

 

     (1232) El cronista hace alusión a un fenómeno astronómico que vieron en aquel tiempo. Quizá fuera, simplemente, el proceso de un eclipse solar: "Ese mismo año de 1579, a 26 de enero, aparecieron en el cielo cerca de la hora de vísperas (hacia la puesta del sol) dos soles colaterales al sol natural, los cuales se apartaron un poco poniéndose a manera de arco, y después se tornaron a juntar más, cogiendo al natural en medio mudando los dos el color resplandeciente en otro que tiraba a sangre. Fue un espectáculo muy manifiesto para todo el ejército, y muy temible para los indios, que tiemblan cuando ven estas cosas, haciendo adivinanzas y pronósticos. A pesar de todo, no abandonaron la guerra, aunque fueron a situarse en un peñón inexpugnable. Deseando darles caza, mandó el mariscal Gamboa al capitán Juan de Matienzo que fuese abriendo camino con los gastadores que había en el campo, lo cual se ejecutó con presteza. Pero como el lugar era tan inaccesible, los nuestros solo pudieron estarse quedos impidiendo el paso a los que acudían con provisiones, con el fin de rendir a los indios por hambre".

   Para todos, españoles e indios, era muy dura la continua guerra, y se intentó, inútilmente, remediarlo. Ya, de entrada, ocurrió algo horrendo: "En estos días hubo muchas propuestas entre los indios y españoles para hacer la paz, alegando los indios las injusticias que se les había hecho, obligándoles a pelear, y prometió el mariscal Gamboa poner fin a tales vejaciones. Para resolver esto, les envió un indio de mucha capacidad, pero lo cogieron los enemigos y lo hicieron pedazos comiendo sus carnes a bocados y bebiendo su sangre, con ansia de beber la de los españoles. Pero, para dar una respuesta a su mensaje, pusieron los caciques los ojos en un indio llamado Naupillan, muy sagaz y discreto, con lo que no estaban de acuerdo muchos de ellos, pareciéndoles que era enviarlo al matadero, pues los españoles habían de pagarles con la misma moneda la matanza de su enviado.  Teniendo por cierto que no había de volver, le dieron un compañero que fuera detrás de él vigilando lo que pasaba, para dar noticia de ello. Pero, como el Naupillan comprendió la intención de los caciques, utilizó su astucia para matar dos pájaros con una piedra. Mató en el camino a su compañero a traición, y cortándole la cabeza, la llevó en una mano, y en la otra una cruz muy enramada, entrando así en el campamento de los españoles. Puesto en presencia del mariscal, dijo que él era un cristiano natural de Renigua, y se había escapado de manos de los enemigos, saliendo disimuladamente con uno de ellos que iba a buscar provisiones, cuya cabeza traía por testimonio de este hecho, y aquella cruz por insignia de la ley que profesaba. Le recibió Gamboa con buen semblante, aunque luego tuvo pesadumbre sabiendo que los enemigos habían desamparado el fuerte dejando a los españoles burlados".

   Fue un engaño doble: los indios escaparon de su fuerte, y el mensajero Naupillan había aceptado el encargo con la sola intención de escapar adonde los españoles. Sigue el cronista hablando de las continuas batallas. El mariscal Martín Ruiz de Gamboa preparó un nuevo fuerte, que quedó bajo el mando del capitán Salvador Martín, y luego él partió hacia la ciudad de Valdivia, donde le hablaron de otra situación complicada.

 

     (Imagen) Era enorme la desproporción en cantidad entre la tropas araucanas y las españolas. Pero apenas se habla de que, como en las demás zonas de las Indias, los españoles contaban también en Chile con la valiosa y numerosa ayuda de los indios amigos, a los que llamaban yanaconas. En este caso, nos enteramos de que estos nativos, además de luchar, se ocupaban de vigilar a los mapuches apresados: "Los indios rebeldes habían puesto cerco a la fortaleza de Mague, donde estaban trescientos indios amigos protgiéndose de los mapuches, con dos capitanes muy leales y afectuosos con los cristianos, llamados Talcahuano y Revo, no menos esforzados que prudentes. A estos los atacaron los mapuches al cuarto del alba, siendo los principales caciques de su ejército Tipantue, Niupangue y Netinangue, los cuales traían muy buenas cotas de malla y armas de las que usan los españoles. Los de dentro les hacían gran resistencia echando una lluvia de piedras, flechas y dardos, con lo que se defendieron valerosamente matando a muchos de los contrarios. Entonces llegó el capitán Gaspar Viera llevando consigo quince de a caballo, y, al verlo, se retiraron los enemigos, yendo tras ellos los indios amigos que estaban en la fortaleza, sin perdonar a hombre que pudiesen tener a mano". Luego el cronista ensalza de nuevo a LORENZO BERNAL DE MERCADO: "No faltaban en este tiempo ordinarias batallas en los territorios de Arauco, donde andaba el maestre de campo Lorenzo Bernal con el principal ejército de este reino de Chile, sin cesar de día ni de noche de perseguir a los indios, dándoles siempre guerra para obligarlos a rendirse.  Estando una vez alojado en la ribera del río Niniqueten, fue acometido por el cacique Tarochina, que venía con gran cantidad de indios a dar en el campamento a media noche. Aunque los nuestros no esperaban este lance, era tanta la previsión de Lorenzo Bernal, que lo dispuso todo con gran presteza y salió al campo con toda su gente, trabando batalla tan sangrienta, que murieron más de seiscientos indios del bando contrario y algunos yanaconas del nuestro, entre los cuales también cayeron tres españoles. A pesar de que los indios salieron vencidos, quisieron dentro de pocos días tornar a probar suerte viniendo a dar batalla a los nuestros en un sitio muy cercano al pasado, a orillas del mismo río, de donde volvieron también echándose las manos a la cabeza, como siempre lo habían experimentado en todos los lugares donde peleaban con Lorenzo Bernal de Mercado. El cual, vista su rebeldía, no cesaba de acosarlos, haciéndose temible para ellos en todo el reino de Chile".






viernes, 28 de enero de 2022

(1631) Tras sufrir los indios una derrota, mataron brutalmente al apresado Esteban de la Cueva, dando fin a un precioso romance que tenía con una nativa. El pirata Francis Drake rondaba por aquellas costas, pero lo obligaron a huir los mapuches.

 

     (1231) La vida en Chile era una perpetua inquietud y llena de escaseces, aunque producían mucha alegría las victorias contra los indios: "En estos tiempos, el desventurado Chile se hallaba  por todas partes en un perpetuo desasosiego. Los indios estaban cada día más más diestros y encarnizados con sus contrarios. Los españoles estaban cada día más pobres, más codiciosos, más desesperados y más amigos de molestar a los indios, usando con ellos de extraordinarias crueldades. Los indios son gente de natural bárbaro, a quienes ni el temor de Dios los retrae, ni el del Rey los reforma, ni la conciencia los reprime. Hicieron un ataque en Ranco, donde mataron a muchos indios de paz. Por lo que salió contra ellos el capitán Juan de Matienzo a 5 de diciembre de dicho año 1578 y apresó a algunos, haciendo en ellos ejemplares castigos. Luego llegó el mariscal Gamboa a la Villarrica y, juntándose con el escuadrón del capitán Juan de Matienzo, fueron contra el fuerte de Guarón el día cinco de enero de 1579. Como los indios supieron que los querían cercar, habían abandonado la fortaleza metiéndose en la aspereza de una quebrada por parecerles que no podría llegar allí gente de a caballo. Pero, como Gamboa era hombre de sangre en el ojo, no quiso parar hasta acabar con ellos. Aunque la quebrada era muy dificultosa, no lo fue bastante para romper los bríos ni la cólera de los que iban llenos de ira a estrellarse en sus adversarios. Siendo el paso incómodo para los caballos, los españoles se apearon, y, pasando a la otra parte, pelearon los unos con los otros. La sangrienta batalla duró desde medio día hasta que el sol se puso, y habría continuado si el cacique Tipantue, viendo la gran pérdida de su gente, no hubiera decidido retirarse. Para hacerlo, comenzó a dar voces jactándose de que había apresado a un español, al cual había de matar si no cesaba la batalla. Por esta causa, le pareció a Juan de Matienzo cosa acertada cesar la lucha, y mandó dar la vuelta, pero con ánimo de regresar el día siguiente con más fuerza. Era el cristiano que habían apresado los indios un mestizo llamado don Esteban de la Cueva, hijo de don Cristóbal de la Cueva, mancebo de 22 años, que se había señalado mucho en otras batallas, y especialmente en esta. Aunque los indios hablaron aquella noche de darle libertad a cambio de un buen rescate que ofrecía el capitán Matienzo, lo impidieron algunos caciques principales viendo que habían muerto muchos capitanes de su bando en el conflicto, los cuales fueron Calmavida, Aullanga, Pelebei, Aimango, Contanaval, Manqueibu, Raldicán, Liquepangue, Purquen, Arigachón y Llanquepillan. Además, se aficionó a don Esteban la hermana del general de los indios, llamada Lacalma, que era doncella y de gran fama entre los suyos, y de tanta seriedad, que no quería casarse sino con un español de mucha calidad. Pero como don Esteban tenía temor de Dios, vivió con ella con recato sin querer usar del matrimonio hasta que se hiciese cristiana, y la procuró atraer a ello con persuasiones y halagos. De todo esto dio noticia la mujer a sus parientes diciendo que aquel hombre le hablaba de cosas del cielo, por lo cual le cogieron los indios, y, atándole en un palo, lo desollaron todo el cuero dejándole como el rey Artiages dejó al glorioso apóstol San Bartolomé, que había convertido al rey Polimio con doce ciudades".

 

     (Imagen) Ocurrió por entonces (año 1579) que llegaron a Chile otros 'visitantes' incómodos: "Tenida esta victoria contra los indios, y habiendo dado los vencedores las debidas gracias a Nuestro Señor por tan frecuentes beneficios, le comunicaron al gobernador Rodrigo de Quiroga que un galeón de ingleses corsarios había llegado al puerto de Valparaíso (el más cercano a Santiago de Chile). Y temiendo la peste de su herejía -que es más perniciosa que la infidelidad de los indios- salió de su alojamiento con setenta hombres y fue a la ciudad de Santiago, pero no resultó necesaria su presencia, porque no aguardaron mucho los piratas para ir a la isla de la Mocha en busca de provisiones. Allí no hallaron más que las rociadas de flechas que les dieron seiscientos indios, matando al primer encuentro a dos soldados.  Tampoco se libró de daño su capitán, que era el famoso pirata Francisco Drake, porque una flecha le golpeó en el rostro. Aunque entonces no halló consuelo para tanto daño, después cogió en la misma costa, en los términos del Perú, el navío de San Juan de Antona con millón y medio de pesos de oro, con lo cual se le olvidaron todos los males, habiendo hecho él muchos en estos reinos". Resultaba extraño que el español piloto y dueño del barco se llamara San Juan de Antona (aunque en algún tiempo San Juan ha sido nombre de pila).  Pero esta historia también la cuentan los ingleses, y resulta que tampoco entendían muy bien por qué tenía ese nombre. Hicieron entonces una investigación judicial sobre aquel abordaje, y quedaron bastante confusos. El expediente lleva el título de "Testimonio bajo juramento de San Juan de Antona, capitán del barco que llevaba el tesoro y fue apresado por Francis Drake en marzo de 1579". Un portugués llamado Nuño da Silva, declaró que San Juan de Antona había nacido en Vizcaya y fue llevado a Inglaterra. Los investigadores no se fiaron mucho de esta versión, ya que Antona había manifestado que  en Panamá pudo hablar con Drake debido a que varios de sus hombres sabían español. Quizá el español San Juan de Antona tuviera alguna relación con Inglaterra porque da la casualidad de que, en aquel  tiempo, los españoles llamaban Antona al puerto inglés de Southampton. En cualquier caso, a todo pirata le llega su San Martín. Pocos años después Francis Drake fue derrotado repetidas veces por los españoles en El Caribe, y, tras fracasar de nuevo frente a ellos en Panamá, enfermó de disentería, de lo que murió el año 1596 frente a las costas de Portobelo.




jueves, 27 de enero de 2022

(1630) La pesadilla mapuche era agotadora. Los españoles tenían que luchar en cuatro frentes distintos. Se queda viudo el gran Lorenzo Bernal de Mercado, a quien sus soldados llamaban El Cid de los Andes.

 

     (1230) Los mapuches, los nativos más tercos del planeta, cuando supieron el palo que habían recibido sus compañeros y sus familias, en lugar de tirar la toalla, explotaron de ira contra los españoles: "Los indios del otro escuadrón, que no habían acertado a topar con los nuestros, cuando llegaron a la tierra de Lincar se informaron mejor sobre el estrago que los españoles habían hecho en sus tierras por medio de sus indios amigos. Por lo cual, rabiosos como toros agarrochados, comenzaron a bravear, y sin detenerse un momento, se embarcaron en sus piraguas, y bogaron con tanta prisa, que  en poco tiempo se vinieron frente a los españoles, estando a más de diez leguas de la costa metidos el río arriba. Con esta coyuntura, se pusieron los nuestros en oración, la cual acabada, se prepararon para la batalla, que era ya inexcusable por la angostura del río. Pero, antes de acometer, mandó el cacique indio distribuir las piraguas en tres escuadrones. Cuando ya estaban así dispuestos, les acometieron nuestras piraguas con tanto ímpetu que, poco después, los indios se fueron retirando hacia la tierra, aunque, antes de llegar a ella, fueron alcanzados, y se trabó una batalla de las más sangrientas que se saben en este reino de Chile. Durante cuatro horas, anduvieron revueltas las piraguas saltando los que iban dentro de unas en otras, y lloviendo continuamente piedras, dardos, balas y saetas con matanza de muchos indios, los cuales eran tan astutos, que tenían instrumentos para asir las piraguas de los nuestros no dejándolas moverse. Pero aun así, fueron finalmente vencidos con pérdida de veintisiete piraguas y de quinientos indios que murieron, además de quedar presos ciento setenta. Sucedió esta victoria en el mes de octubre de 1578, por la cual dieron los vencedores las debidas gracias a Nuestro Señor, y se fueron luego a la ciudad de Osorno".

     Los españoles no daban abasto en sus refriegas con los indios: "Estaba en estos tiempos tan calamitoso el estado de las cosas de Chile, que andaban por él cuatro ejércitos. Uno, en los términos de Valdivia, a cargo del capitán Juan de Matienzo, otro que traía el mariscal Martín Ruiz de Gamboa en Villarrica, también las compañías con que partió de Santiago el licenciado Calderón para socorrer al gobernador, y, finalmente, la tropa del propio Rodrigo de Quiroga, que estaba en los términos de Arauco. De allí salió el maestre de campo Lorenzo Bernal de Mercado, y,  en Olgolmo, prendió a un viejo cacique llamado Andimapo, hombre de mucha estima entre los indios. Anquepillan, un hijo suyo, se presentó ante el gobernador, y le suplicó que le diese libertad a su padre a cambio de él. Condescendió el gobernador Quiroga, pero con gran repugnancia del viejo, porque anduvieron porfiando el padre y el hijo sobre quién había de quedar preso. Cada uno quería tomar la peor parte, y procedieron tan adelante en la contienda como antiguamente Pílades y Orestes, pues, siendo el Orestes el culpado, decía Pílades que él era Orestes, y el mismo Orestes, declarando la verdad, decía que él era el que buscaban. Finalmente, fue el viejo cacique quien se libró de la prisión, quedando el hijo en ella, al cual lo enviaron a la ciudad de Santiago con otros cuatrocientos cautivos. Supo esto el viejo Andimapo, y, juntando con presteza quinientos hombres, fue en seguimiento de los presos y los alcanzó junto al río Paepal, donde los liberó de las prisiones desbaratando al grupo de los nueve yanaconas de los españoles que con ellos iban". Total que el viejo cacique era un zorro de cuidado, y merecedor de su éxito, aunque el traslado de los presos fue una chapuza.

 

     (Imagen) Salvo los impedimentos físicos más graves, nada justificaba la ausencia en las batallas. En medio de los golpes morales más duros, había que tragarse las lágrimas y empuñar la espada: "Llegó en este tiempo al campamento militar la noticia de la muerte de la mujer del maestre de campo Lorenzo Bernal de Mercado, llamada doña María Monte, para cuyas exequias fue Bernal a su casa, que estaba en la ciudad de Angol. Y como los enemigos supieron que estaba fuera del ejército, acudieron de inmediato al ataque más de ocho mil distribuidos en cuatro escuadras. No consintió el gobernador que se echase de menos la persona del maestre de campo estando él con el ejército. Y, olvidado de su vejez, se puso a caballo muy bien protegido, y salió con su gente a defenderse de los contrarios. Mas ellos, haciendo alarde de ser muy diestros en la guerra, enviaron por delante un escuadrón solo, para atacar luego con los otros tres por todas partes. Y plugo a Nuestro Señor que se dieran los nuestros tan buena maña en pelear con los primeros, que, aunque se vieron en grande aprieto y recibieron muchas heridas, salieron al fin con la victoria, de suerte que, cuando las otras tres compañías acudieron, ya iban los suyos de vencida, y los españoles les hicieron perder el ánimo también a estos, de manera que, cuando  volvieron las espaldas como sus compañeros, los nuestros  no cesaron de seguirlos haciendo gran matanza en ellos, cuya sangre regó aquel día el sitio de la batalla y del camino por donde huían, que estaba lleno de cuerpos muertos. De nuestra parte murió Rodrigo de Quiroga el Mozo (pariente del gobernador, pues no tenía hijo varón), y se vio a punto de lo mismo don Antonio de Quiroga (también pariente) por una flecha que le dio en la boca, la cual acertó a topar en los dientes, no pasando más adelante. Pero tras esta victoria, quedaron los indios con propósito de vengarse, y fueron con más gente y gran estrépito a atacar a los españoles. Acertó a llegar en esta ocasión Lorenzo Bernal de Mercado, que venía de poner en orden su casa, el cual, apeándose del caballo, subió a otro descansado, y salió sin dilación alguna a organizar a su gente, con tanta eficacia como si lo hubiera prevenido todo muy detalladamente, y, trabándose una sangrienta batalla, tuvo el mismo efecto que la anterior, quedando el campo en nuestro poder, aunque lo poseían gran parte de él los cuerpos de los indios que murieron en este conflicto". Recordemos que, no en vano, a LORENZO BERNAL DE MERCADO lo llamaban El Cid de los Andes. Había nacido hacia el año 1525 en Cantalapiedra (Salamanca), y murió en su querida Angol el año 1595.




miércoles, 26 de enero de 2022

(1629) Los mapuches centraron sus ataques en Villarrica, pero salieron malparados. Lo mismo pasó en Valdivia y Osorno. En estas peleas (donde siempre colaboraban indios amigos) volvió a destacar el mulato Juan Beltrán de Magaña.

 

     (1229) Resumiré parte de los enfrentamientos con los indios porque resulta muy repetitivo, aunque siempre dramático. El capitán Juan de Matienzo reclutó más gente para defender el fuerte de Lleven porque los indios habían esparcido el rumor de que lo iban a atacar, pero se trataba de una maniobra de distracción, ya que su verdadero objetivo era la ciudad de Villarrica. Cerca de allí estaba situado el fuerte de Mague, y el capitán que lo mandaba, Hernando de Aranda, sospechó lo que tramaban de verdad los indios, por lo que tomó medidas para no quedarse sin agua en caso de ser cercados. Y, además, se puso en acción con gran eficacia: "Para ganarles la mano, salió en busca de indios, y mató a algunos de ellos, incluyendo al cacique Licapillan, y apresando a su cuñada, mujer del cacique Netinangue, y  a su hijo Unecaulo, con algunas otras mujeres. Tras hacer gran estrago en sus sementeras y ganados, salió por segunda vez, y mató al cacique Chaniande y a un hijo del cacique Panguetareo llamado Chepillan, cuya cabeza fue cortada por no haberse querido rendir a los nuestros. Con todo eso no desistieron los indios de su intento, que era dar sobre Villarrica, para cuyo cerco se alojaron a tres leguas de ella. Sabiéndolo el capitán Juan de Matienzo, que tenía ya gente preparada, partió de la ciudad de Valdivia. Y, asimismo, salió de la Imperial Martín Ruiz de Gamboa con los soldados que tenía a mano, como persona que no necesitaba más aviso para acudir a lo necesario. Pero como los enemigos estaban muy cerca de Villarrica, no quiso el capitán Gaspar Verdugo aguardar a que le pusiesen cerco, por lo cual salió con cuarenta y seis hombres. El día de San Cipriano y Justino, 6 de septiembre del año 1578, se alojaron en un poblezuelo de indios.  Aunque su llegada tenía como objetivo coger a los indios descuidados, lo estuvieron ellos tanto, que se pusieron a dormir, como si no hubiera nadie que les buscase la vida o, por mejor decir, la muerte. Mas no fue así, porque llegado el cuarto de la modorra (el segundo cuarto de la vigilancia nocturna), acometieron los indios y pusieron fuego a las casas en que estaban alojados para quemarlos en ellas. A los que salían huyendo les daban guerra, y murieron Diego Pérez Payán, de una lanzada, y algunos indios yanaconas, más  los que se quemaron por no acertar a salir. Pero, como los que tuvieron algún acierto fueron a ensillar los caballos y tomar las armas, los indios se dieron cuenta de que  los españoles eran más que los que habían pensado, y se fueron retirando contentos de haber dejado muchos heridos con flechas envenenadas y algunos muertos. No obstante, salieron los nuestros con tiempo para perseguir a los indios, en los cuales hicieron un gran destrozo alcanzando a los menos ligeros".

     El siguiente comentario del cronista vuelve a incidir en la extraordinaria valía del mulato Juan Beltrán: "Poco después acudieron los indios a vengarse haciendo algunos asaltos en los términos de Villarrica, aunque no muy a su salvo, porque pronto salía contra ellos el mulato Juan Beltrán con otro compañero de su linaje y algunos amigos que le seguían, y mostraba tanto valor en esto, y daba tan buen ejemplo a los demás con su vida y sus obras, que el mariscal Martín Ruiz de Gamboa puso en él los ojos para encargarle empresas de honra, y lo premió en nombre de Su Majestad".

 

     (Imagen) Veamos una muestra de los constantes azares entre españoles y mapuches. Para unos y para otros, cada amanecer era una apuesta a vida o muerte: "Cuando el mariscal Martín Ruiz de Gamboa iba a donde estaba su suegro el gobernador Quiroga, comenzaron a inquietar los indios de Valdivia y Osorno. Se reunieron tres caciques llamados Carollanga, Langueche y Pinquenaval en una ceremonia de embriaguez, convidaron a otro cacique llamado Picolicán, y le pidieron que él  tomase las armas contra los españoles. Este cacique había recibido favores del mariscal Gamboa, especialmente el de haberle perdonado la muerte del encomendero Pedro Martín Redondo. Debido a esto, no quiso Picolicán quebrantarle la fidelidad interviniendo en la rebelión, por lo cual lo mataron los tres caciques. Contra estos rebelados, comenzó el capitán Juan de Matienzo a convocar gente de todas partes. Por mandato  suyo, el capitán Salvador Martín, con veinte de a caballo, desbarató a unos indios rebeldes. El capitán Julián Carrillo, corregidor de Osorno, fue en busca de unos indios que habían matado a dos españoles que les habían hecho muchos agravios. Para ello, se juntó con Bartolomé  Maldonado, corregidor de la ciudad de Castro, y decidieron que este fuese a preparar provisiones y piraguas, y el capitán tomase a su cargo castigar el atrevimiento de los indios. Julián Carrillo se embarcó con toda su gente en cincuenta piraguas, y, habiendo llegado a Lincar,  envió a dos indios para que tratasen de convencer a los rebelados de que dejaran las armas, pues eran cristianos y tenían obligación de vivir según la ley de Cristo, diciéndoles además  que se les perdonaría  la muerte de los dos españoles, especialmente porque eran culpables de haberlos maltratado. Pero, como la intención de los rebelados era seguir la guerra, juntaron gran número de gente, y se embarcaron en sus piraguas. Y cuando ya salía la aurora, llegaron los españoles a la zona de Pudoa, donde saltaron a tierra los indios amigos que iban con ellos, para saquear las casas de aquellos naturales, yendo por capitán el cacique Quintoia, que era valeroso y muy amigo de de los nuestros. Y se dieron tan buena maña, que mataron al cacique del pueblo, que había quedado para guarda de las mujeres y gente menuda (muchachos) así como a algunos flecheros que estaban en su compañía. Y habiéndose trabado después una batalla, en la que murieron algunos indios de ambos bandos, salieron vencedores los del nuestro, trayendo presas a muchas mujeres y gran cantidad de ganado y ropa". Como siempre ocurrió en las Indias, también en Chile los españoles contaron con la ayuda de muchos indios amigos.




martes, 25 de enero de 2022

(1628) En una batalla muy sangrienta, los españoles, bajo el mando de Juan Álvarez de Luna, estaban a punto de perder, pero el mulato Juan Beltrán de Magaña fue a atacar a familiares de los indios, y estos, al oír los gritos, se retiraron.

 

     (1228) Los indios estaban esperando que el mariscal Martín Ruiz de Gamboa, al que tanto temían, se marchara, porque así les sería más fácil atacar al maestre de campo Juan Ávarez de Luna: "Por eso no quiso Gamboa esta vez levantar su campamento hasta llamar a su presencia al capitán Juan de Matienzo,  para que se quedara en aquel lugar ayudando a Juan Álvarez de Luna, por ser necesaria más fuerza que la que él tenía. Hecho esto, partió Gamboa hacia la ciudad de Valdivia, donde juntó alguna gente para ir con ella al territorio de Arauco, donde estaba el campamento del gobernador esperando a que pasase el invierno".

     Una y otra vez se confirma que la guerra contra los mapuches era un infierno, resultando brutal por ambas partes: "Muchos días hacía ya que el capitán Juan Álvarez de Luna estaba con noventa hombres en el valle de Llangague padeciendo innumerables trabajos por los ataques de los enemigos, y asimismo estaban ellos irritados con los nuestros por los frecuentes asaltos que les hacían destruyéndoles las haciendas y empalando a los que topaban descuidados. Los indios se recogieron en un fuerte que fabricaron en un lugar alto y de subida muy áspera. Para darles socorro en tal coyuntura, acudió el capitán Juan de Matienzo con alguna gente de la ciudad, formándose así dos razonables escuadrones. Por haber un río entre la fortaleza de los indios y el asentamiento de los españoles, fue forzoso que los nuestros lo vadeasen para acometer a los contrarios. Viendo los indios lo que hacían, acudieron con furia y ligereza de leones, llegando cuando ya la mitad de la gente había salido del agua. En esta ocasión se trabó una batalla de las más reñidas y sangrientas que se han visto en este reino de Chile, en la que, tanto los españoles y los indios amigos como los contrarios, pelearon sin cesar por espacio de medio día con el mayor ahínco que se puede imaginar. Y estaban tan encarnizados los de ambos bandos, que quebraron la mayor parte de sus armas, y por falta de ellas echaban mano de las cabezas que estaban por el suelo cortadas y se las tiraban unos a otros. Con la furia se vio en este conflicto que la sangre corría por el suelo como si hubieran allí degollado gran número de reses. Y no habría quedado ningún español vivo si no concediera nuestro Señor la habilidad y el ánimo de un mulato llamado Juan Beltrán. Con la ayuda de otros tres hombres, acometió a la fortaleza mientras los indios andaban fuera de ella, y mató a algunas de las mujeres y gente de guardia, cuyo alarido descompuso a los indios que andaban encarnizados en la refriega tan encarnizados. Al oír el gran estruendo de los que estaban dentro del fuerte, quedaron aterrados y comenzaron a retirarse para socorrerlos. Para entonces, ya habían muerto de su bando más de mil quinientos, siendo los de nuestro ejército solo cuatro, además de los heridos, que fueron veinticinco. Y así quedó el campo en mano de los españoles, y la victoria declarada por suya en este día, que fue el 28 de agosto de 1578. Al tiempo de entrar en el fuerte el mulato Juan Beltrán, se le había abrazado un indio de grandes fuerzas, y viendo Beltrán que le tenía impedido para defenderse de los que venían contra él, se arrojó con el indio por una ladera y lo llevó rodando con él un largo trecho sin descalabrarse, gracias a la protección que le daba la celada, y llegando al lugar donde pudo hacer pie, hizo también lo que convenía con sus manos, poniéndolas en el indio con tal vigor que lo mató al primer golpe. Después de todo esto, se fueron los españoles la la ciudad de Valdivia, quedando por capitán del campamento Juan de Almonacid en compañía de algunos soldados".

 

     (Imagen) Fueron varios los negros o mulatos que alcanzaron gran protagonismo  en las Indias. Ya vimos la odisea del negro Estebanico junto a Álvar Núñez Cabeza de Vaca por La Florida, y ahora  nos sorprende el mulato JUAN BELTRÁN DE MAGAÑA con su  valentía y astucia militar, dejando la moral de los mapuches por los suelos cuando vieron que estaba atacando a sus familias. Casado con Mariana Aguirre, tuvo un hijo llamado Martín de Briones, y otro natural, con el mismo nombre que él y una brillante carrera militar. El año 1563 presentó un expediente de méritos en el que se aclaran algunos puntos dudosos. Nació en Guadalajara, pero no en 1537, como se suele afirmar. Según algunas referencias, era hijo de Francisco González de Estacio y de Mencía de la Peña, lo cual no deja claro por dónde le llegaba el mestizaje a Juan. Él se limita a decir que llegó a Perú, conoció a Pedro de Valdivia, y, cuando fue derrotado y ejecutado Gonzalo Pizarro, partió para Chile en 1549 con el mismo Valdivia, al parecer como paje suyo. Afirma que cuando llegaron, ya estaba fundada la primera ciudad, Santiago de Chile, y que luego él participó en la conquista y fundación de las siguientes: Concepción, Angol, La Imperial, Villarrica y Valdivia. Habiéndose fundado Concepción en 1550, Juan tuvo que nacer hacia el año 1530. Deja constancia de que, al morir Valdivia en 1553, "se enfrentó a muchos peligros porque hubo un alzamiento general y continuo de los indios, en cuyo proceso batalló habiendo participado con sus armas y caballos", lo cual quiere decir que estaba ya bien situado económicamente. Hacia el año 1567 fue objeto de graves acusaciones por conducta social escandalosa, e incluso se decía que Pedro de Valdivia lo había azotado por cosas parecidas. Se le condenó a tres años de destierro de las Indias, y al parecer, fue apresado en España. Pero en la imagen vemos que, pasado un tiempo, en 1570, el Rey, teniendo en cuenta sus alegaciones, y valorando, además, los extraordinarios servicios que había prestado en Chile, le dio licencia para volver libremente a las Indias. Nada más regresar a Chile, se entregó de nuevo intensamente a los duros enfrentamientos contra los mapuches, y llegó a convertirse en una leyenda. El cronista ha contado la heroica y hábil actuación que tuvo JUAN BELTRÁN DE MAGAÑA en 1574 salvando del desastre a la tropa española, pero no menciona que murió cuatro años después en Villarrica luchando contra los indios, ni que su hijo Juan Beltrán, que estaba al mando de esa ciudad como capitán, tuvo allí el mismo final hacia el año 1590.







lunes, 24 de enero de 2022

(1627) El inquieto capitán Diego Mazo de Alderete, corregidor de la ciudad de Castro, capital del archipiélago de Chiloé, fue con 9 españoles y 30 indios amigos a conquistar más islas. Los atacaron los nativos y regresaron de vacío.

 

     (1227) Es indudable que, a la dureza y crueldad de los mapuches en sus ataques, los españoles respondían con castigos muy rigurosos, que, sin duda, consideraban necesarios para conseguir lo que más deseaban: mantener una paz duradera: "La mayoría de la gente española andaba con mucho contento de haber vencido a los enemigos en Arauco, sin cesar de destruirles las sementeras y ganados y de despojarlos de sus haciendas, hijos y mujeres en frecuentes asaltos.  Por entonces, le pareció al capitán Diego Mazo de Alderete, corregidor de la ciudad de Castro, en las islas de Chiloé, que sería acertado seguir el descubrimiento de aquel archipiélago, como se había hecho en tiempo de don García de Mendoza y el doctor Sarabia. Y metiéndose en un bergantín con nueve españoles y treinta indios, embocó por un brazo de mar, y vino a dar en el archipiélago, donde halló más de mil quinientas islas (una gran exageración, aun contando islotes mínimos; quizá Mariño de Lobera recogiera algún comentario general), y parte de ellas tan pobladas, que pasan de doscientos mil indios los que en ellas habitan de ordinario. Halló también gran suma de piraguas, muchas de las cuales se acercaron al bergantín para matar a los que en él estaban, aunque les salió muy al revés, pues los mismos agresores tiñeron el mar con sangre por tener los españoles dos tiros de campo, cuatro arcabuceros y tres alabardas, más sus espadas y las flechas de los indios de su compañía. Los contrarios arrojaban dardos y piedras, y peleaban con lanzas y macanas, pero no pudieron hacer daño a los del bergantín por falta de experiencia y destreza, lo cual tenían valerosamente los nueve españoles, que fueron Mazo de Alderete, Leonardo Rosa, Hernán Rodríguez de Gallegos, Andrés Aguado, Francisco González, Manuel Álvarez, Diego Muñoz, Juan Hernández de Cepeda y Pedro de Porras. Los españoles volvieron a sus casas al cabo de dos meses sin más resultado que descubrir islas y derramar sangre.

     Después de estas batallas tan funestas para los indios, estaban tan bajos de moral, que ya ni los bravos mapuches de la zona de Arauco se atrevían a preparar  nuevos enfrentamientos: "Como no había allí rumor de enemigos, envió el gobernador a su yerno, el mariscal Gamboa, con treinta hombres a las ciudades norteñas. Cuando llegó cerca del valle  de Angol, dio con una multitud de indios de guerra que estaban preparados para dar batalla a nuestro ejército. Acometiéndolos repentinamente, los desbarató y mató muchos de ellos. Les quebró también cuatro mil cántaros y más de mil tinajas del vino que ellos beben, y lo sintieron más que la efusión de sangre de sus heridas. Habiendo conseguido esta victoria, entró en la ciudad Imperial, envió cincuenta hombres al valle de Langague para socorrer al capitán Juan Álvarez de Luna, y él se fue por otra parte a castigar la muerte de Cosme de Molina, y para ello se alojó con sus soldados a orillas de la laguna por ser sitio cómodo para acudir de él a todas partes. Con esta novedad, se juntaron más de tres mil indios en una fortaleza donde tenían mucha provisión de vituallas y armas de diversos géneros, así como muchas tinajas de hierba ponzoñosa molida para envenenar sus flechas. Con esta preparación, estaban los indios a punto para atacar el campamento del maestre de campo Juan Álvarez de Luna, pero al ver que, a sus espaldas, estaba muy cerca el mariscal Gamboa con cien españoles y muchos indios amigos, no osaron desmandarse por entonces, y tuvieron que volverse a sus casas sin aprovecharse de los preparativos que con tanta solicitud habían efectuado".

 

     (Imagen) Acabamos de ver que al inquieto DIEGO MAZO DE ALDERETE le entraron de repente ganas, en 1578, de hacer más conquistas en el archipiélago de Chiloé. Él había sido en 1567, bajo el mando de Martín Ruiz de Gamboa, uno de los fundadores de la ciudad de Castro, su capital, y, cuando le entraron estas urgencias, tenía allí Diego el importante cargo de Corregidor. Esta nueva peripecia de expansión la llevó a cabo con solo ocho soldados, y el cronista Mariño dice que "volvieron a sus casas al cabo de dos meses sin más resultado que descubrir islas y derramar sangre". Pero la biografía de DIEGO MAZO había sido trepidante. Nació en Tordesillas (Valladolid) el año 1517. Vivió en 1540 la tremenda aventura del fracaso de la expedición que envió el obispo de Plasencia Gutierre de Vargas Carvajal hacia tierras del Estrecho de Magallanes, en la que murieron casi todos los integrantes. Él consiguió llegar vivo a Perú, donde participó en las guerras civiles, teniendo la sensatez de integrarse en las tropas leales a la Corona, sirviendo, sucesivamente, al trágico virrey Blasco Núñez Vela, derrotado y muerto por los hombres de Gonzalo Pizarro, y después a Pedro  de la Gasca, quien acabó con la vida de este último el año 1548. Siempre leal al Rey, también luchó contra el último rebelde, Francisco Hernández Girón, y, tras lograrse su derrota y ejecución, el hiperactivo Diego Mazo llegó a Chile el año 1555. Conservaba en Lima encomiendas recibidas como premio por sus batallas peruanas, a las que se añadirían luego otras en Santiago de Chile. Ya nos contó Marmolejo un  incidente protagonizado por Diego Mazo. El año 1563, a Francisco de Villagra, estando moribundo, le negaban el agua que ansiosamente pedía, ya que el médico lo prohibió por ser incompatible con algún remedio que le había aplicado. Diego Mazo de Alderete, que estaba casado con María de Espinosa, hermana de la mujer de Villagra, le dio toda la que quiso, y, fuera casualidad o no, el enfermo gobernador murió poco después. Diego Mazo no solo fue fundador en 1567 de Castro, la capital de Chiloé, sino que tuvo allí su residencia habitual. Ese mismo año se vio envuelto en un largo pleito relativo a la posesión de una encomienda de indios, situada en Lima, que Diego Mazo y otro le reclamaban a Juan Gómez de Almagro (el heroico capitán de Los Catorce de la Fama). En la imagen vemos el primer folio del muy voluminoso expediente. En otro episodio extraño, ocurrido años después, los inquisidores acusaron a Diego de practicar la quiromancia y decir blasfemias. A pesar de sus permanentes aventuras de alto riesgo, DIEGO MAZO DE ALDERETE siguió vivo hasta el año 1596.




sábado, 22 de enero de 2022

(1626) Nueva victoria contra los mapuches, los cuales, obstinados, decidieron reforzarse con otras tribus y seguir peleando. Hubo después un héroe de quien nadie se acuerda: el Corregidor de Valdivia Cosme de Molina.

 

     (1226) Vimos anteriormente que los indios de Catiray habían recobrado su orgullo tras vencer a los españoles,  y quisieron acrecentarlo llevando a cabo nuevos ataques. Su prestigioso cacique, Longonaval, les animó a hacerlo, pero, sintiéndose ya muy envejecido, tuvo la sensatez de renunciar al mandato, y se lo cedió al prestigioso Antimangue. Enterado el gobernador Quiroga de los nuevos bríos que habían cobrado los araucanos, se puso luego en camino hasta el valle de Chivilingo, que es paso peligroso y desgraciado para los españoles, como se vio en la pérdida del ejército del mariscal Villagra y otros encuentros referidos en esta historia. Y por estar el gobernador tan enfermo y viejo que lo llevaban en una silla, no quiso el maestre de campo (Lorenzo Bernal) que pasase adelante, por lo que salió él con ciento ochenta hombres de a caballo y mil indios amigos a reconocer el campo de los contrarios. Y aunque su intento no era pelear por entonces, sino solamente tomar noticia de lo que había en el bando araucano, no pudo dejar de venir a las manos por la presteza con que los indios acudieron a trabar escaramuza por un rato con la gente de a caballo, y después con los indios de nuestro ejército, que pelearon valerosamente. Luego volvió Bernal al campamento para ordenar sus escuadrones con los quinientos españoles que allí tenía. Venida la mañana, se puso nuestro ejército en orden, y subió el mismo gobernador a caballo para tomar un tercio de la tropa, poniendo al maestre de campo Bernal en la vanguardia con cien arcabuceros y ochenta de lanza y adarga y, en la retaguardia, al mariscal Martín Ruiz de Gamboa, con ánimo de atacar a los enemigos sin volver el pie atrás por más resistencia que hiciesen. Habiendo expuesto algunas razones para alentar a sus soldados con palabras que procedían de pecho cristiano y prudencia de valeroso capitán, mandó acometer en nombre de Jesucristo Nuestro Redentor y su gloriosa Madre. Y fue tan buena la suerte del primer encuentro, que murió en él el nuevo general Antimangue de un arcabuzazo, lo cual atravesó los corazones de los suyos. Acudió luego su sargento mayor, llamado Polican, para ponerse al frente, y, para valerse mejor, mandó llamar a uno de sus capitanes, el más diestro y estimado del ejército, el cual estaba peleando con los soldados de la retaguardia del nuestro, y cuando llegó el mensajero donde él se encontraba, lo halló muerto con otros muchos que estaban tendidos en tierra. Viendo esto los enemigos, perdieron el ánimo, y se fueron retirando sin salir de orden, pero yendo tras ellos los nuestros sin cesar la persecución hasta pasar toda la cuesta. Resultó extraordinariamente lastimoso el estrago que se hizo en los indios este día, que fue el jueves 20 de marzo de 1578, a pocos días de la Semana Santa".

     Para el el anciano cacique que había renunciado a dirigir las tropas indias, la derrota fue muy deprimente: "Sintió Longonoval esta pérdida entrañablemente, acordándose de la victoria que había alcanzado sobre el mariscal Villagra en aquella misma cuesta, y, para recuperar algo de lo perdido, quiso él tomar de nuevo su antiguo oficio de general. Y lo habría hecho si no lo impidiera un cacique llamado Anguilande, que era entre ellos de mucha estima. El cual hizo una larga plática a todo su ejército diciéndoles que traería la total destrucción del reino andar haciendo asaltos con los que solo conseguían volver con las manos en la cabeza, y que el remedio estaba en juntarse todas las provincias y dar contra los nuestros para matarlos a todos, o morir todos".

 

     (Imagen) El Corregidor  COSME DE MOLINA, nacido el año 1534 en Almagro (Ciudad Real), apenas ha dejado huella documental, pero fue un hombre comprensivo y muy valiente. Dice el cronista: "En abril de 1578, se supo en Valdivia que los indios de Mague habían vuelto a tomar las armas contra los españoles. Para remediar este daño, comenzó el capitán Juan de Matienzo a juntar algunos soldados, entre ellos a un vecino que, por desobedecer, fue puesto en prisiones contra la voluntad del Corregidor, que era Cosme de Molina. Vino a tanto la disensión, que estuvieron a punto de llegar a las manos, con gran protesta de los vecinos, pues ya tenían hartas guerras con los indios. Finalmente, todo acabó en que el mismo Corregidor decidió juntar gente y salir contra los enemigos, pero solo se ofrecieron siete hombres, con los cuales salió en busca de los contrarios. Aunque le insistieron muchos en que no pasase de la zona de su encomienda de indios, donde había alguna mayor seguridad que en la tierra que está más adelante, hizo poco caso de advertencias y se atrevió a ir hasta el sitio de Guaron,  a la orilla de la gran laguna de Renigua. Apenas había sacado el pie del estribo cuando los rebelados dieron sobre él arremetiendo con gran coraje, y fue tal la triste suerte del capitán Molina, que al primer encuentro cayó de su caballo en medio de los enemigos, los cuales se cebaron en él, aunque se levantó de presto y procuró zafarse de sus manos. Viendo sus compañeros la mala situación, picaron a los caballos volando por el campo raso, sin socorrer al desventurado capitán, que les daba voces corriendo tras ellos a pie hasta llegar a un monte en el que se metió buscando remedio, pero le cogieron los indios pronto, y le sacaron a él del boscaje y a su alma del cuerpo. Y era tanta su rabia y brutalidad, que, para tomar en él toda la venganza que deseaban tener con los otros siete, le cortaron los brazos, las piernas y la cabeza. Lo dejaron como un tronco, y así fue hallado al cabo de pocas horas, siendo llevado a la ciudad, donde no fue menor el llanto de ver un cuerpo tan deforme, que el sentimiento por haber muerto su Corregidor a manos de los indios. Aunque la huida de los otros siete fue muy rápida, murieron también dos de ellos, pues los enemigos los siguieron, consiguieron herirlos con flechas envenenadas y murieron en menos de veinticuatro horas. En este enfrentamiento se mostró muy animoso un mancebo llamado Juan de Padilla, que había intentado ayudar a su capitán, y lo puso por obra por un rato hasta que vio que lo dejaban solo, obligándole a retirarse, aunque siempre peleando, sin volver las espaldas como los demás de su compañía.




viernes, 21 de enero de 2022

(1625) los veteranos capitanes Bernal y Ruiz de Gamboa consideraban una locura hacer un ataque determinado, pero otros capitanes lo deseaban. El gobernador Quiroga decidió desistir. Extraordinaria proeza de Rafael Portocarrero.

 

     (1225) En aquella zona, los indios estaban prácticamente derrotados, por lo que el gobernador Rodrigo de Quiroga decidió ir a otros lugares más conflictivos. Fue con sus  hombres a Purén, Guadaba,Tomelmo, Quiaupe, Coipo y al territorio de los coyuncos. Cumplido allí su propósito, con la necesitad habitual de castigar a los rebeldes, juntó sus tropas con las del mariscal Gamboa, que retornaba de Valdivia, y con las del capitán Antonio de Quiroga, que regresaba con soldados de Santiago y La Serena. Pero los mapuches de  Mareguano se retiraron a un lugar casi inexpugnable, provocando en los españoles dudas sobre lo que convenía hacer. El cronista lo explica muy bien: "Los indios fueron al escabroso cerro de Catirai, donde siempre habían podido defenderse. Cuando lo supo el gobernador, se trasladó a Mareguano  y asentó su campamento a una legua del mismo cerro. Fueron muchos los pareceres de todos los capitanes sobre la conveniencia de atacar  un lugar tan dificultoso y desgraciado para españoles, y en especial tuvieron sobre ello larga contienda el gobernador y el maestre de campo, Lorenzo Bernal (que no era partidario del ataque), aunque con gran resignación y modestia por parte de este, lo cual obligaba al mismo gobernador a proceder con más recato cargándole toda la responsabilidad. Pero, como Bernal era experimentado y sabía bien lo que le convenía, dijo que él estaba dispuesto a ejecutar la orden de su señoría con tal de que se la diese firmada, para que después se supiese  con claridad

a quién se había de atribuir el resultado. Seguía en esto el parecer de Martín Ruiz de Gamboa, el cual ya había probado la dificultad de este cerro volviendo derrotado. También eran de esta opinión el alférez general, el capitán Alonso Ortiz de Zúñiga y Antonio de Avendaño, a la cual se oponían otros, pareciéndoles que no habría después otra oportunidad tan buena, pues sería muy difícil de juntar en otra ocasión la misma multitud de gente española que se hallaba en esta. Las cuales razones y otras muchas defendían Alonso de Alvarado, el capitán Baltasar Verdugo, Gabriel Gutiérrez, Juan de Torres Navarrete, el capitán Cortés y Hernando de Alvarado, todos los cuales se ofrecían a venir con la victoria o poner las cabezas al cuchillo para pagar su atrevimiento. Vistas las diversas opiniones, no quiso el gobernador Quiroga decidirse por entonces, por mirarlo más despacio, contentándose con hacer reseña de toda su gente con ostentación del número, galas y bizarría, para causar temor a los indios que estaban mirándolos. Y el día siguiente, habiéndolo encomendado a Dios con mucho cuidado, envió al mariscal y al maestre de campo con doscientos hombres, que marcharon por una loma contraria a la que ocupaban los enemigos, más por hacer aparentar valor y quitarles la sospecha de cobardía, que por venir a las manos. Pero como Lorenzo Bernal era tan amigo de no perder la oportunidad de un ataque, no pudo contentarse con lances echados al aire. Y así se adelantó con veinticinco hombres, con los que dio alcance a un escuadrón de contrarios que estaban ocultos en defensa de aquel paso. Y, arrojándose en su seguimiento hasta lo alto de la loma, se puso cara a cara con todo el campo de los contrarios, que estaba en la otra punta, sin haber ocasión de cruzarse las armas, ya que no había paso por aquella parte. Luego se volvieron los nuestros al campamento, de donde partieron pronto sin haber acometido a los enemigos, y se fueron marchando de vuelta al río grande de Biobío, sin cesar de hacer lances en el camino, cogiendo indios y destruyendo sementeras, hasta pasar por la provincia de Talcamavida, donde también se hicieron algunos apresamientos.

 

     (Imagen) El capitán RAFAEL PORTOCARRERO fue un militar de mucha valía, pero no he podido encontrar datos de su biografía. Basten pues, para homenajearlo, las palabras de Pedro Mariño de Lobera: "No pasaré en silencio una cosa que sucedió en este lugar, y fue que, estando más de cuatro mil caballos paciendo junto al ejército, se alborotaron todos de repente como si hubieran visto algún espectáculo alarmante, y partieron de carrera huyendo de lo que nadie entendía qué cosa pudiese ser, y con el mismo pavor se alborotó el ganado, de suerte que por espacio de una legua no hubo animal que parase, obligando a sus dueños a ir en su seguimiento, corriendo gran trecho sin poder dar alcance a los caballos y ganado. En lugar de cogerlos ellos, lo hicieron algunos indios, con los cuales pelearon valerosamente. Recogidos los caballos, se distribuyó la gente del ejército para acudir a diversos puestos, entrando el mariscal en la ciudad de Concepción con buena parte de la gente, y llevando el capitán Rafael Portocarrero casi todo el resto a las ciudades de arriba. Pero, como estos soldados fueron a partes tan diversas, hubo de quedar el capitán Portocarrero con solo tres hombres, mal preparados y desarmados. Sucedió que llegando a los llanos, a orillas del río Nibiqueten, que es poderosísimo, decidió pasarlo, y, aunque lo pasaron, no por eso quedaron a salvo, pues dieron de frente con un escuadrón de cien indios que los esperaban con las lanzas en las manos. Y viendo el capitán tan manifiesto riesgo de la vida, no por eso se olvidó del fardaje con que iban sus criados indios, y para tenerlo más seguro, les dijo a sus tres compañeros que se fuesen a ayudarlos para que los enemigos no lo robasen, ofreciéndose él mismo a retenerlos a todos, confiando en sus fuerzas, en su buen caballo y en las lucidas armas que tenía. Era de suponer que, al primer encuentro, quedaría este capitán en manos de los enemigos. Pero todo fue tan al contrario, que el capitán peleó tres horas enteras sin flaquear un punto, hasta que llegó a cansar a los cien hombres con los que tenía la contienda. Los cuales, viendo un caso tan extraordinario, hincaron las lanzas en tierra y le preguntaron qué clase de hombre era y dónde había nacido, pues nunca habían visto cosa semejante. A esto les respondió que él era uno de los primeros conquistadores de Chile, y un hombre muy hecho a matar indios, y que así lo haría en esta coyuntura si no se sometían a su voluntad. Y aunque ellos no aceptaron el reto,  dejaron la pelea y se fueron de su presencia dejándole solo, herido y merecedor de diuturna ('muy duradera', vocablo latino) fama".




jueves, 20 de enero de 2022

(1624) Gran habilidad de Lorenzo Bernal para engañar a los indios y copiar sus estrategias. Los mapuches, por sistema, mataban de inmediato a los españoles apresados. Pero hubo excepciones de trato humano.

 

     (1224) Calma, pues, de momento, con los escarmentados indios. Pero los españoles no los perdían de vista porque los conocían perfectamente: "Entonces el gobernador Quiroga mandó al maestre, Lorenzo Bernal de Mercado,  que recorriese la tierra sin dar tregua a los enemigos si intentasen rebelarse. Y, mientras andaba  pasando por los levos (asentamientos mapuches) de Ongolmo, Paicabí, Tucapel y Millarapue, se le ocurrió hacer un chaco de indios como de ordinario se hace de ganado. Para que se entienda el vocablo, que es propio del Perú, es de saber que muchas veces se juntan miles de indios en campo abierto haciendo todos un gran corro, y luego se van juntando poco a poco, de suerte que todo el ganado que anda dentro del cerco se va recogiendo hacia el medio huyendo de los indios, que van cerrando más la rueda hasta venir a acorralar tanto las reses, que las cogen a manos sin dejarles resquicios por donde evadirse;  y esto es lo que propiamente llaman chaco. Pareciéndole a Lorenzo Bernal que era buena manera para cazar hombres, juntó gran cantidad de indios amigos, y, disponiéndolos corno está dicho, cogió en medio más de cuatrocientos enemigos, a los cuales desterró luego el gobernador a Coquimbo por facinerosos y alborotadores".

     El gobernador se acercó con su tropa a la ciudad Imperial, a la espera de que llegara el mariscal Gamboa y su alférez general, Antonio de Quiroga, con gente de refuerzo desde la ciudad de Santiago. Mientras se desplazaba el gobernador, atacaron los indios la retaguardia de su ejército, que iba bajo el mando del capitán Rodrigo de Quiroga el Mozo (al parecer, sobrino del gobernador). Aunque los pusieron en apuros a los españoles por ser la zona muy estrecha, se retiraron pronto: "Pero, habiendo los nuestros salido a lo llano, se hizo castigo ejemplar en algunos de los rebelados, aunque algo de paso, porque pretendía el gobernador llegar presto a Tomelmo, donde asentó sus reales para proseguir las cosas de la guerra. No estaban los adversarios torpes en convocarse unos a otros, y se juntaron más de ocho mil para no dejarse sujetar por los españoles, poniéndose luego en emboscada en las lomas de Longonaval, por donde había de pasar el gobernador con su ejército. Pero, como Lorenzo Bernal les adivinaba sus intenciones, mandó soltar un caballo cerca de donde ellos estaban para que creyesen que les atacaban los españoles, y, alarmados, saliesen de su emboscada. Y sucedió como lo había imaginado, de suerte que los indios hubieron de desamparar aquel lugar porque ya no podían sorprender repentinamente a los  nuestros. Aunque la escuadra en que venía al mando el mestizo llamado Alonso Díaz y la de Miguel Caupe (ambos cristianizados) se fueron retirando, todavía tuvo ánimo para acometer un indio llamado don Juan (también cristiano), el cual, con solo cien indios, dio una noche contra los reales de los españoles poniendo fuego a algunas tiendas, con harto daño de las alhajas que en ellas había, aunque quiso Nuestro Señor que el fuego no cundiese más. Tuvo el gobernador tanto coraje por esto, que salió él mismo en persona a castigar este atrevimiento, y, habiendo examinado el territorio por espacio de una legua, se  lo confió a su sobrino Rodrigo de Quiroga para que no parase hasta dar con los contrarios. Se dio tan buena maña este capitán, que enseguida encontró a los indios agresores, de los cuales mandó el gobernador matar algunos, y empalar a su capitán, pues en otras ocasiones había sido apresado y perdonado".

 

     (Imagen) Sirva la presente imagen para ver la crueldad de los indios, y que, algunas veces, también eran compasivos: "Siendo los indios de Mareguano los más difíciles de pacificar, determinó el gobernador entrar en su territorio aprovechando que entonces eran muchos los soldados de los que disponía. Lo primero con que toparon los nuestros fue con una cuadrilla de indios desarmados que andaban con otros pensamientos, pues se ocupaban en cosas concernientes a su hacienda, y los apresaron. Esto fue de gran pesadumbre para un cacique llamado Ulpillan, que tenía entre los presos algunos parientes y mujeres suyas, y, viéndose afligido con esta desgracia, se valió de un español llamado Juan de Fuentes, a quien él había apresado en una batalla, el cual lo consoló con firme promesa de remediar su mal escribiendo una carta al gobernador en un pedazo de cuero con un palo en lugar de pluma, la cual llevó un indio enviado por el cacique con más miedo que vergüenza. Y, aunque el gobernador entendió la letra, comprendió la dificultad que suponía escribir en un cuero, y, para remediarlo, le dio al indio papel y tinta para el autor de la carta. El cual escribió por extenso en el papel acerca de su cautiverio, suplicando a su señoría que lo rescatase a cambio de aquella gente que habían tomado. Se interesó aún más el gobernador en este asunto por cuanto apreció el tratamiento que el cacique había tenido con Juan de Fuentes, como si fuera un hermano suyo, y no un enemigo. No fue poco venturoso este soldado hasta entonces en su cautiverio, pues es costumbre de los indios despedazar de inmediato al español que tienen en sus manos, de manera que son contados los que han quedado libres habiendo caído una vez en ellas.  De los cuales fue el primero Antonio de Rebolledo, que estuvo dos años preso en la isla de la Mocha, y Juan Sánchez, que había sido apresado en una de las batallas del gobernador Valdivia, y don Alonso Mariño de Lobera, que estuvo cinco días preso entre los adversarios, con tres heridas peligrosas, y quedó libre de las prisiones por la buena diligencia de su padre, DON PEDRO MARIÑO DE LOBERA (el propio cronista), que se atrevió a sacarle con solo nueve de a caballo y catorce arcabuceros que llevaba el capitán Lamero, los cuales dieron a los indios batalla campal y liberaron al capitán con otro compañero suyo, hijo del capitán Rodrigo de Sande. Efectuado el rescate de Juan Sánchez, anduvo el ejército español por todo  aquel territorio durante el mes de febrero del año 1578, sin cesar de destruir sementeras, huertas y ganados para oprimir a los indios con intento de reducirlos a la paz, que era lo único que se deseaba".




miércoles, 19 de enero de 2022

(1623) Una india enamorada logró que su amante colaborara con Rodrigo de Quiroga, muriendo en la batalla el cacique Anguilemo, el marido engañado. Extraño caso de otra pasión amorosa: la de un mestizo que traicionó a los españoles.

 

     (1223) Los mapuches siempre recuperaban el ánimo, por mucho que hubiera sido el destrozo sufrido. Tenían también la costumbre de fingir ansias de paz cuando más abatidos estaban, tomándose así un respiro para volver a organizarse con más hombres y mejores estrategias: "Viendo los indios araucanos tan grueso ejército de españoles en medio de su tierra, donde se enseñoreaban de ellos no dejándoles alzar cabeza, comenzaron a tratar medios de paz, más por temor y necesidad que por ganas que tuviesen de ella. Y, en particular, en el distrito del cacique Colocolo (a este artista de la diplomacia falsa le hemos visto varias veces coqueteando con los españoles) quisieron negociarla fingidamente por medio de un mulato facineroso que andaba entre los rebelados, y de un mestizo que también había huido de los españoles. Sin embargo, el gobernador Rodrigo de Quiroga no quiso recibirlos amablemente, sino que mostró su enojo por todo lo pasado, y hasta castigó a algunos indios desterrándolos a Coquimbo para que sirviesen en las minas, de forma que los demás entendiesen que habían de estar sujetos a la disposición de su gobierno.  Luego se comprobó cuánta razón tenía al tratarlos con las riendas en la mano, pues, fingiendo estar  en son de paz, andaban por los caminos salteando y cogiendo lo que podían, en especial armas y caballos, de los cuales se llevaron más de dos mil en pocos días. En este tiempo tuvieron los nuestros la oportunidad de reducir a los enemigos con ocasión de una trama que había entre unos indios naturales de Millarapue. Y fue que un indio llamado Nilandoro andaba en malos pasos con una india llamada Quida, mujer de un cacique muy poderoso cuyo nombre era Anguilemo. Y, al llegar a noticia del marido el mal asunto en el que su mujer andaba, determinó matar al adúltero tomando en él venganza con un género de muerte cruelísimo. Supo esto la india malhechora, y, para evitarlo eficazmente, le dijo a Nilandoro que no había otra puerta para su remedio más que la de irse a poner en manos de los españoles, diciéndoles que les podía entregar al cacique, su marido, con todos los indios rebelados que estaban bajo su mando. Nilandoro hizo  caso de este consejo, le dijo al gobernador por dónde andaban los indios robando, y se ofreció como guía de sus soldados para que fuesen en su busca. Tras escucharle el gobernador, envió a Lorenzo Bernal con doscientos arcabuceros para que acabasen con tal gente. Habiendo llegado los españoles donde estaban juntos los indios, les indicó Nilandoro a los soldados la mejor forma de distribuirse para acometer por los lugares más oportunos, lo cual se hizo según su dirección y consejo. Dando todos a una contra los indios, se trabó una batalla muy sangrienta en la que murió el cacique Anguilemo, y los demás de su bando fueron desbaratados, con muerte de muchos de ellos. La india quedó en manos de Nilandoro, que la tomó por mujer por haber muerto su marido, como ambos deseaban. Consiguieron los nuestros esta victoria el octavo día de setiembre de 1577".

     Esta contundente victoria supuso otro respiro de tranquilidad durante bastante tiempo para los españoles: "Con estos sucesos estaban ya los indios tan apurados, que ya no daban muestras de resentimiento, de suerte que cesaron por algunos meses las inquietudes en Arauco, aunque el gobernador permanecía allí, pero sin contentarse con cualquier muestra de paz, por la experiencia que tenía de que no siempre era verdadera. Lo que sí hizo fue enviar a su yerno, el mariscal Martín Ruiz de Gamboa, a las ciudades del norte, pareciéndole que en Arauco no había por entonces tanta necesidad de su persona como en otros distritos que estaban algo desordenados".

    

     (Imagen) Como hemos visto, eran dos, un mulato y un mestizo, los amigos de los indios que se prestaron a negociar, en nombre de los mapuches, una fingida paz con el gobernador RODRIGO DE QUIROGA. El cronista los califica de indeseables, pero, al hablar del mestizo, cuenta una historia de pasión amorosa truculenta. Siempre ha habido complicaciones en torno al sexo, pero en aquellos tiempos tuvo que originar, tras unas apariencias inocentes, problemas muy serios. Al hablar de lo ocurrido, hace tantas críticas exageradamente moralizantes, que, probablemente, fueron redactadas por el jesuita BARTOLOMÉ DE ESCOLAR, a quien Mariño de Lobera le confió la última corrección de su crónica. Veamos cómo aparece el pasaje en el texto: "El mestizo Había huido de entre cristianos por un delito de los más enormes que se pueden imaginar en el mundo, y fue que, estando prendado del amor de una india con quien vivía en mal estado, murió ella en medio de sus ilícitos deleites, y el desventurado hombre estaba tan cautivo en los lazos de la lascivia, que embalsamó a la india, no queriendo darle sepultura, sino estar él sepultado en ella, estándolo también en las tinieblas de la muerte, pues hacía vida con la difunta con el mismo desorden que cuando estaba viva. En lo cual se manifiesta la lamentable miseria de los que viven en esa ceguedad, pues su torpeza los confunde en tan profundo abismo de inmundicia. ¿Qué males han sucedido en el mundo en que no haya intervenido algún rastro de esta ceguera? Notorio es que Tertuliano dice que Espensipo murió durante el mismo acto de lujuria en que se estaba deleitando. Y no menos lo que refiere Plinio de Quinto Heterio, que despidió el alma estando encenagándose en el mismo pantano, enviándola de un infierno de culpa a uno de castigo. Y, más recientemente, le sucedió lo mismo a un barcelonés llamado Beltrán Ferreiro, como lo refiere Joviniano Pontano. Dejo aparte los que murieron en el mismo ejercicio detestable a manos de otros, que cosieron con sus espadas a los que estaban irritando a la de la justicia divina, como le aconteció al ateniense Alcibíades, que, cuando estaba en esta abominación con Tirnandra, murió a manos de Lisandro. ¿Qué se podía esperar de la paz que ofrecían dos corrompidos como el mulato y el mestizo, sino que toda era fingida?". No picó, pues, el anzuelo  el excelente gobernador RODRIGO DE QUIROGA. Recodemos que se casó con la extraordinaria Inés Suárez, antigua amante de Pedro de Valdivia. La placa de la imagen aporta datos interesantes al hacer referencia al enterramiento de ambos en Santiago de Chile.




martes, 18 de enero de 2022

(1622) Con gran protagonismo de Lorenzo Bernal de Marcado, a quien tenían pánico los mapuches, los españoles lograron una nueva victoria importante. Otro gran capitán fue Luis Álvarez de Toledo.

 

     (1222) Ya ha quedado claro, tanto por parte del presente cronista, Mariño, como del anterior, Marmolejo, que el capitán Lorenzo Bernal de Mercado era un militar muy duro, nada sentimental, pero de una valía extraordinaria, como lo pone ahora de relieve Mariño: "No fue pequeña la turbación que causó en los indios araucanos ver que venían por diversas partes dos ejércitos de españoles para juntarse en uno.  El que venía de Santiago estaba bajo el mando del propio gobernador Rodrigo de Quiroga, con quinientos hombres, y en el otro llegaba con ciento treinta el mariscal Gamboa, su yerno. Imitando a los nuestros, los indios juntaron gran cantidad de gente y fabricaron una fuerte en un lugar llamado Gualqui, cerca de Concepción. Mientras andaban ellos en esta obra, llegaron los dos ejércitos de españoles a Quinel, que está a ocho leguas de la ciudad de Concepción, y allí se asentaron en un solo campamento para acabar de una vez con las cosas de la guerra. Viendo el gobernador que tenía tan a mano gran suma de enemigos, quiso comenzar la lucha con ellos, y, para tal fin, llamó a Lorenzo Bernal de Mercado, queriendo aprovecharse de su valor, habilidad y fuerzas, algo tan notorio en todo el reino de Chile, especialmente en el tiempo que el mismo Quiroga tuvo la gobernación por nombramiento del licenciado Castro. Acudió Bernal a este mandato con gran presteza, y con buen número de soldados escogidos de todo el ejército, con los cuales puso cerco a la fortaleza de Gualqui Allí estaba ya gran suma de indios con las armas en la mano, pero Bernal acometió con tanta gallardía, que con solo ver su persona, comenzaron a temblar los indios, de suerte que, desamparando el fuerte, fueron huyendo casi sin ver por dónde, hasta dar en el caudaloso río Biobío, adonde se abalanzaron. Creían estar más seguros en medio de su caudal que en el de la cólera de los españoles, pero se ahogaron muchos, y otros quedaron alanceados o apresados, todo ello  en gran cantidad".

     Como era lógico, también los españoles se sentían eufóricos tras una victoria, y con ganas de repetir suerte. El gobernador Rodrigo de Quiroga se dedicó de inmediato a preparar a conciencia sus tropas para seguir pacificando a los indios rebeldes. El cronista da el nombre de bastantes de sus hombres a los que le dio puestos de mando: "Queriendo ya ponerse en marcha, distribuyó los oficios del campamento entre las personas más aptas para ello, nombrando coronel al mariscal Martín Ruiz de Gamboa, su yerno, maestre de campo al general Lorenzo Bernal de Mercado y alférez general a don Antonio de Quiroga Losada. Los capitanes eran Gaspar de la Barrera, Tomás Pastén, Antonio de Avendaño, Gregorio Sánchez, Gaspar Verdugo, Francisco Jufré, Campo Frío de Carbajal y Alonso Ortiz de Zúñiga, siendo sargento Juan Martínez Palomeque, y, finalmente, como capitán de artillería, Blasco Zabala. Con esta disposición pasaron el río Biobío por la parte que cae hacia Talcamavida, donde es su anchura de media legua, y luego entraron en Arauco donde asentaron tranquilamente su campamento, con propósito de invernar allí para tener a raya a los enemigos". Así como los españoles estaban sobrados de moral, los indios pasaban por una racha de decaimiento, se diría que hasta escarmentados por el castigo recibido. Pero, como siempre, volverán a las andadas fingiendo desear la paz.

 

     (Imagen) Hemos visto recientemente  que el gobernador Rodrigo de Quiroga, sabiendo que Hernando Bravo de Villalba quería abandonar su puesto de Corregidor de la ciudad de Valdivia, se lo adjudicó a Luis de Toledo. En realidad era LUIS ÁLVAREZ  DE TOLEDO, ilustre linaje que algunos creían no corresponderle, pero se equivocaban. Luis había nacido en Sevilla el año 1517. Ha dicho de él el cronista que "era uno de los veteranos de Perú". Llegó a aquellas tierras  hacia el año 1534 con el capitán Diego de Fuenmayor, compartiendo ambos las tormentosas guerras civiles, y, en principio, apoyando a los almagristas. Pero, muerto ya Diego de Almagro, Luis Álvarez de Toledo se unió a la loca aventura de Pedro de Valdivia, quien, obtenido el permiso de Francisco Pizarro, y solamente con once suicidas, a los que hay que añadir la incomparable Inés Suárez, su amante, partió hacia Chile el año 1540 superando enormes dificultades, siendo la primera la travesía del durísimo desierto de Atacama. Hay algunos datos confusos acerca de Luis, porque hubo otro al que se le mencionaba como Don Luis de Toledo, pero nos despeja las dudas un expediente de méritos que él presentó el año 1560. Con esos datos y algunos adicionales, sabemos, entre otras cosas, lo siguiente: En 1541, poco después de haber llegado con Valdivia a Chile, estuvo presente en la   fundación de la ciudad de Santiago. Volvió con Valdivia a Perú en 1547, donde lucharon contra el rebelde Gonzalo Pizarro, quien resultó vencido y decapitado. Poco después se casó allí con Isabel Mejía Navarrete. En 1550, vueltos a Chile, fundaron Concepción, donde ejerció Luis el cargo de Regidor Perpetuo, así como en La Serena. Tuvieron que ser muy valorados sus servicios, porque fue recompensado con numerosas e importantes encomiendas de indios por todos los gobernadores. Hubo alguien que quiso quitarle una de ellas afirmando que Luis no descendía de los Álvarez de Toledo, pero él demostró que la alegación era falsa. Además de ejercer brillantemente como militar, se le confiaron cargos públicos de prestigio y responsabilidad, como el de Depositario de los  Bienes de Difuntos, cuya documentación se tramitaba con gran meticulosidad. En la imagen vemos la primera página de una reclamación que hizo Luis el año 1561, "como uno de los primeros descubridores y conquistadores de Chile", porque le querían anular una encomienda de indios que le había concedido el gobernador García Hurtado de Mendoza por sus servicios. LUIS ÁLVAREZ DE TOLEDO falleció en Chillán (Chile) el año 1580, ciudad recién fundada por Martín Ruiz de Gamboa.