martes, 4 de enero de 2022

(1610) La falta de provisiones obligaba a salidas que costaban muertos a los españoles. El gobernador cometió errores en el mando, y provocó discusiones entre Martín Ruiz y Miguel de Velasco.

 

     (1200) Los indios seguían permaneciendo ocultos, esperando el momento oportuno para atacar a los españoles, que, aunque ya habían salido dos veces y traído de vuelta alimentos, tenían pendiente volver a otra zona en la que abundaban: "Martín Ruiz salió una tercera vez en busca de más provisiones, porque, como tenían muchos caballos y servicio de indios, se gastaba mucho y duraba poco lo que se traía. Preparó para esta jornada ochenta soldados, y fue hacia la quebrada en la que, al parecer, había muchos maíces, aunque iba bien precavido por lo que pudiera resultar. Los soldados se dividieron en grupos para coger de las sementeras, que había muchas, y Martín Ruiz se situó en un alto que había sobre la quebrada, llamado Payllataro. Los indios, pareciéndoles que era el momento, salieron de su embocada y fueron adonde Martín Ruiz estaba situado, con tanta determinación, que los cristianos, viéndose repentinamente acometidos en lugar mal acomodado, bajaron a lo llano. Los que estaban en lo bajo de la quebrada quisieron subir a lo alto para juntarse con los demás, pero no lo pudieron hacer porque los indios se lo impedían. Queriendo tomar otro camino, se embarazaron en unas ciénagas pequeñas,  y tuvieron que aventurarse a pasar entre indios que les aguardaban con sus lanzas en las manos. Según pasaban entre ellos peleando, mataron al capitán Juan de Alvarado (de cuya vida y muerte ya hablamos), vecino de Osorno, a Sebastián de Garnica, al que, hacía poco,  el rey don Felipe, por lo que en Chile había servido, le había hecho merced de tres mil pesos, y a Francisco López,  hiriendo a otros muchos. Mientras volvieron a la ciudad todos los que escaparon de esta refriega, los indios, con la fresca victoria, decidieron seguir impidiendo que salieran los españoles a  buscar bastimentos, pues sabían que no los tenían y pasaban necesidad. Todo ello se podría haber remediado si las autoridades de la ciudad de Valdivia hubiesen enviado con brevedad provisiones en el navío que tenían surto en el río, pero después se disculpaban con el gobernador Sarabia diciendo que, aunque habían hecho todo lo posible, el trigo que en él habían de embarcar estaba lejos de la ciudad, y no se podía hacer con tanta brevedad como se pensaba".

     No obstante, se solucionó el problema, al menos de momento, aunque se ve que el riesgo extremo era permanente: "Estando en la necesidad que hemos dicho la ciudad de Cañete, falta de todas cosas, llegó el navío que venía de Valdivia cargado de trigo y otros muchos bastimentos. Fue recibido con general alegría, como hombres que tan necesitados estaban y en gran manera faltos de toda suerte de vituallas, y también porque, si a tanta necesidad llegaban nuevamente, podían enviar a la ciudad de Concepción a las mujeres y niños, y los soldados se irían a la ligera por tierra, pues eran ciento cuarenta y estaban bien proveídos de muchos y muy buenos caballos, aunque después no les resultó tan bien como al principio pensaban. El general mandó sacar a tierra el trigo y los tocinos con los que se sustentaban de ordinario. El trigo se lo daban asimismo a los caballos para tenerlos con la fuerza necesaria".

 

     (Imagen) En las Indias, dadas las complicaciones y riesgos en los que con tanta frecuencia se veían inmersas las tropas, no eran raros los conflictos de mando entre los capitanes de máximo nivel. Tras el fracaso en el intento de auxiliar a la ciudad de Arauco, los soldados se replegaron en Cañete: "Entonces hubo discordia entre los dos generales, porque don Miguel de Velasco quiso ir a verse con el gobernador Sarabia para que supiera lo que había ocurrido con los indios. Tratándolo con Martín Ruiz de Gamboa, se desavinieron, pues decía que, estando la zona tan de guerra, no era prudente salir de allí. Le dijo, además, que él tenía el mando superior y se había de hacer lo que mandase. Algunos capitanes y soldados de la tropa de don Miguel lo animaban a que se fuese, pues no era  admisible que Martín Ruiz lo tuviese tan oprimido, y esto lo hacían también con intención de irse con él. Llegaron estas palabras a tanto, que fue necesario que intervinieran algunos soldados sensatos para que no se produjera la ruptura. Y  así, con la conformidad de los dos generales, enviaron adonde el gobernador,  en un barco que allí había, a un hidalgo llamado Pedro Lisperguer (del que ya hablamos: recordemos que fue abuelo de la bella pero siniestra Quintrala), natural de Bormes (Worms), en Alemania, hombre de buen entendimiento y criado desde niño en la casa del duque de Feria. Llegado a la ciudad de Concepción, trató con los oidores, por estar Sarabia en la ciudad de Angol y no poder ir allí debido a que  el camino lo habían cerrado los indios". Pedro les pidió que tomaran alguna decisión porque los dos generales no se llevaban bien, y, como era muy peligroso ir por tierra adonde estaba el gobernador Sarabia, les enviaron una carta a los dos mandándoles que  dejaran sus desavenencias e hicieran lo más conveniente: "Recibido el mensaje, estando ya de común acuerdo, se embarcó Miguel de Velasco en una fragata, navegó hasta Concepción, y, desde allí, fue al encuentro del gobernador. Don Melchor Bravo de Sarabia se alegró mucho de su llegada, y enseguida preparó gente para ir a la ciudad de Concepción. En el paso de un río, se ahogó el sargento mayor Gonzalo Mejía por tratar de salvar a una india de su servicio. Andaba en este tiempo Sarabia muy triste y disgustado viendo que las dificultades aumentaban y que todo le salía mal, dejando con ello ver el arrepentimiento que en su ánimo tenía por no haberse guiado desde el principio con prudencia de guerra y con el parecer de hombres veteranos que la entendían bien".




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