(1200) Los indios seguían permaneciendo
ocultos, esperando el momento oportuno para atacar a los españoles, que, aunque
ya habían salido dos veces y traído de vuelta alimentos, tenían pendiente
volver a otra zona en la que abundaban: "Martín Ruiz salió una tercera vez
en busca de más provisiones, porque, como tenían muchos caballos y servicio de
indios, se gastaba mucho y duraba poco lo que se traía. Preparó para esta
jornada ochenta soldados, y fue hacia la quebrada en la que, al parecer, había
muchos maíces, aunque iba bien precavido por lo que pudiera resultar. Los
soldados se dividieron en grupos para coger de las sementeras, que había muchas,
y Martín Ruiz se situó en un alto que había sobre la quebrada, llamado
Payllataro. Los indios, pareciéndoles que era el momento, salieron de su embocada
y fueron adonde Martín Ruiz estaba situado, con tanta determinación, que los
cristianos, viéndose repentinamente acometidos en lugar mal acomodado, bajaron
a lo llano. Los que estaban en lo bajo de la quebrada quisieron subir a lo alto
para juntarse con los demás, pero no lo pudieron hacer porque los indios se lo
impedían. Queriendo tomar otro camino, se embarazaron en unas ciénagas pequeñas,
y tuvieron que aventurarse a pasar entre
indios que les aguardaban con sus lanzas en las manos. Según pasaban entre
ellos peleando, mataron al capitán Juan de Alvarado (de cuya vida y muerte
ya hablamos), vecino de Osorno, a Sebastián de Garnica, al que, hacía poco,
el rey don Felipe, por lo que en Chile
había servido, le había hecho merced de tres mil pesos, y a Francisco
López, hiriendo a otros muchos. Mientras
volvieron a la ciudad todos los que escaparon de esta refriega, los indios, con
la fresca victoria, decidieron seguir impidiendo que salieran los españoles a buscar bastimentos, pues sabían que no los
tenían y pasaban necesidad. Todo ello se podría haber remediado si las autoridades
de la ciudad de Valdivia hubiesen enviado con brevedad provisiones en el navío
que tenían surto en el río, pero después se disculpaban con el gobernador Sarabia
diciendo que, aunque habían hecho todo lo posible, el trigo que en él habían de
embarcar estaba lejos de la ciudad, y no se podía hacer con tanta brevedad como
se pensaba".
No obstante, se solucionó el problema, al
menos de momento, aunque se ve que el riesgo extremo era permanente: "Estando
en la necesidad que hemos dicho la ciudad de Cañete, falta de todas cosas,
llegó el navío que venía de Valdivia cargado de trigo y otros muchos
bastimentos. Fue recibido con general alegría, como hombres que tan necesitados
estaban y en gran manera faltos de toda suerte de vituallas, y también porque,
si a tanta necesidad llegaban nuevamente, podían enviar a la ciudad de Concepción
a las mujeres y niños, y los soldados se irían a la ligera por tierra, pues
eran ciento cuarenta y estaban bien proveídos de muchos y muy buenos caballos,
aunque después no les resultó tan bien como al principio pensaban. El general
mandó sacar a tierra el trigo y los tocinos con los que se sustentaban de
ordinario. El trigo se lo daban asimismo a los caballos para tenerlos con la fuerza
necesaria".
(Imagen) En las Indias, dadas las
complicaciones y riesgos en los que con tanta frecuencia se veían inmersas las
tropas, no eran raros los conflictos de mando entre los capitanes de máximo
nivel. Tras el fracaso en el intento de auxiliar a la ciudad de Arauco, los
soldados se replegaron en Cañete: "Entonces hubo discordia entre los dos generales,
porque don Miguel de Velasco quiso ir a verse con el gobernador Sarabia para
que supiera lo que había ocurrido con los indios. Tratándolo con Martín Ruiz de
Gamboa, se desavinieron, pues decía que, estando la zona tan de guerra, no era
prudente salir de allí. Le dijo, además, que él tenía el mando superior y se
había de hacer lo que mandase. Algunos capitanes y soldados de la tropa de don
Miguel lo animaban a que se fuese, pues no era
admisible que Martín Ruiz lo tuviese tan oprimido, y esto lo hacían también
con intención de irse con él. Llegaron estas palabras a tanto, que fue
necesario que intervinieran algunos soldados sensatos para que no se produjera
la ruptura. Y así, con la conformidad de
los dos generales, enviaron adonde el gobernador, en un barco que allí había, a un hidalgo
llamado Pedro Lisperguer (del que ya hablamos: recordemos que fue abuelo de
la bella pero siniestra Quintrala), natural de Bormes (Worms), en
Alemania, hombre de buen entendimiento y criado desde niño en la casa del duque
de Feria. Llegado a la ciudad de Concepción, trató con los oidores, por estar
Sarabia en la ciudad de Angol y no poder ir allí debido a que el camino lo habían cerrado los indios". Pedro
les pidió que tomaran alguna decisión porque los dos generales no se llevaban
bien, y, como era muy peligroso ir por tierra adonde estaba el gobernador
Sarabia, les enviaron una carta a los dos mandándoles que dejaran sus desavenencias e hicieran lo más
conveniente: "Recibido el mensaje, estando ya de común acuerdo, se embarcó
Miguel de Velasco en una fragata, navegó hasta Concepción, y, desde allí, fue
al encuentro del gobernador. Don Melchor Bravo de Sarabia se alegró mucho de su
llegada, y enseguida preparó gente para ir a la ciudad de Concepción. En el
paso de un río, se ahogó el sargento mayor Gonzalo Mejía por tratar de salvar a
una india de su servicio. Andaba en este tiempo Sarabia muy triste y disgustado
viendo que las dificultades aumentaban y que todo le salía mal, dejando con
ello ver el arrepentimiento que en su ánimo tenía por no haberse guiado desde
el principio con prudencia de guerra y con el parecer de hombres veteranos que
la entendían bien".
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