viernes, 30 de septiembre de 2022

(1842) Los españoles nunca descansaban, metidos siempre en peligrosas batallas y viajes muy arriesgados. Tampoco dejaban abandonados a sus indios amigos, y lucharon por ellos en Guayrá contra feroces tribus.

 

     (1442) Empezaremos la crónica de Ruiz Díaz de Guzmán a finales de diciembre de 1552 (recordemos que él nació en Asunción hacia 1559), continuando a partir de los hechos ya contados por Ulrico. En su introducción, Ruy ya ha dejado claro que también Río de la Plata (que abarcaba el territorio de Argentina y Paraguay) fue un infierno, aunque más llevadero que el de Chile. Y nos estrenamos con una desgracia: “El general Domingo de Irala les habló a los funcionarios de Su Majestad de lo importante que sería fundar un puerto para escala de los navíos en la entrada del Río de la Plata, y, con acuerdo de todos, se decidió llevarlo a efecto. Nombraron para ello al capitán Juan Romero, el cual, con unos cien soldados, salió de Asunción en dos bergantines, pasó por el paraje de Buenos Aires (recordemos que la ciudad estaba abandonada), y se detuvo después en otra vertiente para fundar allí San Juan, nombre que le ha quedado también al río. Después de un tiempo, los nativos procuraron impedir la fundación e hicieron muchos asaltos contra los españoles, impidiéndoles hacer sus sementeras”. Los españoles se vieron en tantas dificultades, que se decidió enviarle un mensaje de lo que ocurría a Domingo de Irala. Su respuesta fue encargar al capitán Alonso Riquelme  que, en otro navío y con sesenta soldados, se presentara en San Juan: “Cuando llegó, fue muy aplaudido por toda la gente, pero la halló muy enflaquecida, y con pocas esperanzas de poder salir de allí con vida, debido a los continuos asaltos de los indios. Por esta causa, y por otras bien evidentes, estuvieron todos de acuerdo en abandonar por entonces aquel puerto. Se metió la gente en los navíos que allí tenían, y, río arriba, tomaron tierra en unas barranqueras muy altas y despeñadizas, donde quisieron descansar y comer algo. Estando unas personas sobre aquellas barrancas, se desmoronaron súbitamente, y cayeron todos hasta dar en el agua. Los cuales, sin escapar ninguno, se despeñaron y ahogaron, habiendo sido el derrumbamiento tan grande, que alteró todo el río. Y con tanto oleaje, que la galera que estaba cerca fue aplastada como cáscara de avellana, y, vuelta boca abajo, la arrastró la corriente unos mil pasos, hasta que se detuvo porque el mástil topó con un bajo. Tras llegar el resto de la gente, la volvieron boca arriba, y hallaron una mujer que había quedado dentro, habiendo Dios querido que no se hubiese ahogado en todo este tiempo. Y no fue menor el peligro que los demás padecieron con los indios, pues, al mismo tiempo que esto sucedió, fueron acometidos por ellos, viendo la ocasión muy a propósito para hacerles algún perjuicio. Los nuestros, peleando con ellos con gran valor, lograron ahuyentarlos, y, con la buena diligencia y orden de los capitanes, fue Dios servido de librarlos de tan manifiesto peligro. Lo cual sucedió el año 1552, el primero de noviembre, día de Todos los Santos.  Otras veces, este mismo día, han sucedido en esta provincia grandes desgracias y muertes, por cuya razón se guarda en ella siempre la festividad de dicho día, su víspera y el siguiente, sin ocuparse en cosa ninguna, aunque sea de necesidad muy precisa, pues se ha visto que, gracias a Nuestro Señor, el favor y auxilio de la Divina Majestad nos socorre”.

 

     (Imagen) Ruy Díaz de Guzmán nos explica muy bien cómo los españoles ponían en peligro su propia vida para salir en defensa de sus indios amigos, los cuales, sin duda, también les resultaban muy útiles a ellos: “En este tiempo llegaron a la ciudad de Asunción ciertos caciques guaraníes, de la zona de Guayrá y vasallos de Su Majestad, para pedirle al General (recordemos que Irala fue gobernador intermitentemente) que les ayudase contra sus enemigos, los tupíes, pues les causaban muy grandes daños y muchas muertes con el apoyo de los portugueses de aquella costa. El General Irala decidió ir personalmente a remediar estos agravios, y, con muchos soldados y cantidad de indios amigos, llegó al río Paraná, yendo luego río arriba en canoas  y balsas hasta los pueblos de los tupíes. Los cuales tomaron las armas rápidamente, saliendo a resistirle al General, y tuvo con ellos una trabada pelea en un peligroso paso del río, pero desbarató a los enemigos, los puso en huida, y entró en su pueblo principal matando a mucha gente. Siguiendo adelante, tuvo otros muchos reencuentros, pero en pocos días los dominó por completo. Después los tupíes aceptaron algunos tratos de paz, y prometieron no hacer más guerra a los indios guaraníes, ni volver a entrar en sus tierras. Entonces el General Irala le encargó a Juan de Molina que, partiendo de aquellas tierras brasileñas, fuese con amplia información sobre el estado de la gobernación de Río de la Plata para entregársela a Su Majestad en España. Luego Domingo de Irala dio la vuelta victorioso con su ejército,  y, llegado al río Piquirí, les preguntó a los nativos si conocían alguna vía cómoda para descender navegando desde allí sin peligro hasta llegar a la zona más llana.   Los indios estaban algo confusos, pero había un mestizo llamado Hernando Díaz, que era un mozo con malas intenciones por haberle castigado el General otras veces sus liviandades. Dando una versión falsa, le dijo a Irala que, según los indios, era fácil bajar en canoas por aquel río. Pero el General prefirió que se llevasen por tierra muchas canoas y se echasen abajo desde la catarata con cuerdas y maromas. Lo hicieron así y navegaron luego por un río hasta llegar a otro llamado Ocayeré. Allí se vieron envueltos en remolinos que hundieron muchas canoas y balsas, con gran cantidad de indios y algunos españoles que iban en ellas, y habrían perecido todos los de la tropa, de no ser porque, media legua antes, el General había descendido a tierra con la mayor parte de su ejército. El resto del camino les resultó muy dificultoso, porque tuvieron que atravesar grandes bosques y montañas, estando, además, muchos de ellos enfermos y sin  poder caminar”. En la imagen, en rojo, GUAYRÁ, actualmente territorio brasileño.




jueves, 29 de septiembre de 2022

(1841) Terminada ayer (29/09/2022) la crónica de Ulrico Schmídel acerca del territorio de Río de Plata, continuamos el mismo tema (aunque su libro se llamó “La Argentina”) con el cronista RUY DÍAZ DE GUZMÁN. (El blog tiene ya 3.750 páginas)

 

     (1441) Seguiremos hablando de Río de la Plata con otra crónica, la de RUY DÍAZ DE GUZMÁN, de quien haremos una reseña en la imagen. Veamos, algo resumido, cómo escribió su dedicatoria y el prólogo del libro: “A don Alonso Pérez de Guzmán el Bueno,  Duque de Medina Sidonia y Conde de Niebla. Alonso Riquelme de Guzmán, mi padre, habiéndose criado con los Guzmán, sirvió hasta los 22 años como secretario de don Juan Alarcón de Guzmán y de doña Ana de Aragón, dignísimos abuelos de vuestra Excelencia, de donde, el año 1540, pasó a las Indias con Álvar Núñez Cabeza de Vaca, su tío, gobernador del Río de la Plata, quien, sucediéndole cosas más adversas que favorables, fue apresado y llevado a España, quedando mi padre en esta tierra, donde casó con doña Úrsula de Irala, mi madre, hija del Gobernador Domingo Martínez de Irala, y , al cabo de 50 años falleció, dejándome con la misma obligación de agradecimientos como primogénito suyo. Por ello, me he atrevido a ofrecer a vuestra Excelencia este humilde y pequeño libro, que compuse en medio de las vigilias de mi profesión, sirviendo a Su Majestad desde mi juventud hasta ahora. A vuestra Excelencia humildemente suplico se digne aceptar este pobre servicio, no mirando la bajeza de sus quilates, sino la alta fineza de la voluntad con que es ofrecida. Que la Majestad Divina os guarde con la felicidad que merecéis. Ciudad de la Plata, a 25 de julio de 1612”.

     Lo que sigue es el prólogo del libro, dirigido al ‘benigno lector’: “Yo, sin falta de justa consideración, discreto lector, me moví a un intento tan ajeno de mi profesión, que es la militar, tomando la pluma para escribir estos anales del descubrimiento, población y conquista de las provincias del Río de la Plata, adonde en diversas armadas pasaron más de cuatro mil españoles, y entre ellos muchos nobles y personas de buena calidad, todos los cuales acabaron sus vidas en aquellas tierras, con las mayores miserias, hambres y guerras de cuantas se han padecido en las Indias. No ha quedado de ellos más memoria que una fama común y confusa de su lamentable tradición, sin que hasta ahora haya habido quien por sus escritos nos dejase alguna noticia de las cosas sucedidas en 82 años (en esto se equivoca), desde que comenzó esta conquista. De la cual recibí tan intenso sentimiento (como era lógico por aquella obligación que cada uno debe a su misma patria), que luego me dispuse a inquirir los sucesos de más importancia que me fue posible conocer, tomando para ello relación de algunos antiguos conquistadores, y personas de crédito, y añadiendo cosas de las que fui testigo, hallándome en ellas, en continuación de lo que mis padres y abuelos hicieron en acrecentamiento de la Real Corona. Con ello pude recopilar este libro tan corto y humilde, cual lo es mi entendimiento y bajo estilo, pero con cuidado de natural amor, y de que el tiempo no consumiese la memoria de aquellos que con tanta fortaleza fueron merecedores de ella, dejando su propia quietud y patria por conseguir empresas tan dificultosas. He procurado en todo satisfacer esta deuda con la narración más fidedigna que me fue posible, por lo cual suplico humildemente a todos los que la leyeren que acojan mi buena intención, y suplan con discreción las muchas faltas que en ella encontrasen”. Esta obra de Ruy Díaz de Guzmán se componía de cuatro partes, habiéndose perdido para siempre la última. Los hechos que narra en las dos primeras ya los hemos visto a través de otros cronistas, y es la tercera la que voy a utilizar para poder continuar lo que Ulrico Schmídel relató.

 

    (Imagen) Aunque tarde, he tropezado con un cronista que protagonizó la historia de Río de la Plata. Se trata de RUY DÍAZ DE GUZMÁN, un personaje muy interesante.  Vivió campañas en zona argentina y paraguaya como militar profesional, pero valía para escribir. Nació después de los narradores que ya conocemos, hacia el año 1559 y en Asunción, pero estaba bien informado, y nos serviremos de él para seguir en el punto en que terminaba Ulrico su crónica (contando la muerte, hacia 1550, de Diego de Abreu y su propia partida posterior hacia Alemania). Ruy Díaz tiene cosas en común con Inca Garcilaso de la Vega, los dos muy cultos y con sangre mestiza. La madre de Garcilaso era princesa inca, y la de Ruy Díaz, hija de una indígena y de nuestro muy conocido Domingo Martínez de Irala. Se podría pensar que Ruy no sería imparcial con respecto a los conflictos que hubo entre su abuelo Irala y Álvar Núñez Cabeza de Vaca, pero no hay tal, ya que también era pariente de este, y además lo admiraba. Por parte de su padre, Alonso Riquelme de Guzmán, Ruy descendía de la linajuda estirpe de los Guzmán, y, en concreto, del heroico y famosísimo Alonso Pérez de Guzmán el Bueno. Con vocación muy precoz, Ruy se dedicó desde su adolescencia a la vida militar. En 1570, siendo casi un niño, ya aparece mezclado con los fundadores de Villarrica del Espíritu Santo, que más tarde cambiaría de emplazamiento y dio origen a la actual Villarrica paraguaya. Diez años después intervino en la pacificación del alzamiento producido en Santa Fe, ciudad que había fundado Juan de Garay. El año 1593 iba al mando de la tropa que estableció por segunda vez la ciudad de San Juan de Jerez (Paraguay). Por sus méritos, fue alcanzando puestos del máximo nivel, no sin incidentes. Nombrado Teniente de Gobernador del territorio de Guayrá (Río de la Plata), un poderoso vecino de la zona logró con sus influencias que fuera apresado, pero pronto fue puesto en libertad y confirmado nuevamente en el cargo. Más tarde, en 1596, se le concedió el mismo título en la ciudad de Santa Fe, quedando libre de toda responsabilidad en el habitual juicio de residencia al que se le sometió en relación a su ejercicio de los cargos anteriores. En 1599 fue a la ciudad de Santa Fe acompañando a Francés de Beaumont y Navarra, teniente de gobernador titular de Asunción. Llegaron después a Buenos Aires, teniendo Ruy Díaz de Guzmán un puesto de responsabilidad durante tres años en el fuerte de la ciudad, y, con otros colaboradores, fundó el convento de San Francisco y la cofradía de Nuestra Señora de la Limpia Concepción, hasta que en 1603 volvió a Santiago de Jerez con su familia. RUY DIAZ DE GUZMÁN murió en junio de 1609, y nos dejó su crónica, a la que, de manera impropia, se la tituló después como ‘La Argentina’.




miércoles, 28 de septiembre de 2022

(1840) Final de los dos informes que Domingo de Irala le envió al Rey. No sabía que le quedaba un año de vida, y murió con solo 47, heroicamente vividos. Le hace saber que el rebelde Diego de Abreu había sido ejecutado.

 

     (1440) Informe 2º-4 de Domingo de Irala. Con el texto que sigue, terminamos el informe que le envió al Rey en julio del año 1555 (él murió, de enfermedad y en Asunción, el 3 de octubre de 1556, con solo 47 años). Veamos lo que dice: “A finales de septiembre de 1553, llegué de vuelta con mis hombres a Asunción, donde fui bien recibido y me enteré de que habían matado a Diego de Abreu por orden del contador, pues, al parecer, como estaba yo fuera de esta tierra, no pudo tratar con él de otra manera. El año siguiente, 1554, procuré poner a punto una jornada por la dicha zona de itatin, y, teniendo ya las cosas necesarias para el viaje, envié, el 17 de otubre, al capitán Ñuflo de Chaves con treinta de a caballo por delante, para salir luego yo. Estando en este punto, llegaron algunas cartas desde San Vicente, en las que fui avisado de que Vuestra Alteza había enviado a esta tierra el nombramiento del nuevo gobernador (recordemos que el titular, Sanabria, murió antes de llegar a Asunción). Al saberlo, y sabiendo que, sin mí, no podría ser atendido con la presteza que deseo para el servicio a Vuestra Majestad, decidí retrasar la campaña para enterarme mejor de lo que disponía el despacho de Vuestra Alteza. Y así, a dos de junio de 1555,  recibí de Bartolomé Justiniano aviso de que enviaba una copia del documento original dictado por Vuestra Alteza. Beso pies y manos de V. A. por la merced que me ha hecho, porque, aunque siempre he querido lograr para V. A. lo mejor de esta tierra, hasta ahora todo han sido molestias para V. A. Dios me dé tiempo para que mis obras se ajusten a mi deseo. Pero Justiniano no ha traído la copia, porque el gobernador de San Vicente (era zona brasileña) le ha retenido,  cosa que no era necesaria, y, por ello, he decidido enviar a Ñuflo de Chaves para que recoja el documento. Este gobernador de San Vicente permite que los indios carios que se llevan de aquí algunos cristianos forajidos, se vendan y se marquen como esclavos, con lo que ofende gravemente a Dios Nuestro Señor y a Vuestra Alteza.  Y, aunque por cartas les he rogado, exhortado y requerido que no lo hagan, no ha habido enmienda, sino que siguen con su costumbre. Tengo por cierto que lo mismo harán con los requerimientos que sobre esto les envío.  Por ello le pido a Vuestra Alteza, que, de la mejor forma que pueda, lo remedie. De las cosas particulares de esta tierra, no tengo más que decir, salvo que los naturales de ella viven en paz y concordia, muy sosegados, sin tener pensamiento de  hacer alteraciones, y cada día se van instruyendo más en la fe católica. Los pobladores de esta tierra son muy pacíficos, y se dedican a sustentarse sin causar perjuicios, ni ninguno de los escándalos pasados. A Nuestro Señor sean dadas gracias por todo, y Él beneficie a todos. Nuestro Señor la vida y el muy poderoso estado de Vuestra Alteza acreciente con mayores reinos y señoríos. Desde la ciudad de Asunción,  a 24 de julio de 1555”. De lo que se saca la conclusión de que los indios de Río de la Plata, aunque también peligrosos, eran mucho menos problemáticos que los terribles mapuches de Chile.

martes, 27 de septiembre de 2022

(1839) El nuevo gobernador, Diego de Sanabria, no llegó, porque murió en un naufragio. Irala siguió al mando, y tuvo más enfrentamientos con los seguidores del rebelde Andreu. De paso, sometió a los indios de Itatin.

 

     (1439) Informe 2º-3 de Domingo de Irala.  Con sinceridad o diplomáticamente, Irala muestra alegría por ser sustituido. (Pero ya veremos que el esperado nuevo gobernador, Diego de Sanabria, por un cúmulo de contrariedades, morirá sin llegar a Río de la Plata). Y sigue diciéndole Domingo de Irala al Rey: “Deseando su venida (la de Sanabria), envié bergantines, provisiones y gente veterana con el capitán Ñuflo de Chaves, para que vinieran con mayor seguridad. Partieron de aquí en septiembre, pero no encontraron noticia de ellos, y, cuando volvieron, sentí pena por lo despacio que navegaba el barco del Gobernador. Después, en febrero de 1552, envié un segundo socorro, y se vio que tampoco habían llegado. No obstante, se les dejó allí provisiones abundantes. Estando con pena de su retraso, la víspera de Santiago de ese mismo año llegó por tierra a Asunción Hernando de Salazar con 30 compañeros, el cual me contó que los navíos que llegaron al puerto de Santa Catalina naufragaron (Irala, parco en palabras, no dice que, en esa desgracia, murió el Gobernador Sanabria). Perdida la esperanza de que nos llegaran en breve refuerzos, decidí salir como mejor pude a descubrir. El día 18 de enero de 1553 partí de Asunción con 130 de a caballo y 2.000 indios, dejando esta tierra en paz y bajo el mando de  Felipe de Cáceres. Andadas 30 leguas y estando río arriba, tuve aviso de que Diego de Abreu creaba problemas en la zona de Asunción, poniéndola en peligro de perderse. Bajé con 20 hombres a la ciudad y controlé la situación, castigando a algunos de los que con Abreu se rebelaron, llevando a otros conmigo y dejando a otros presos. De esta manera, y sin zozobra ninguna, pude proseguir mi viaje. Llegamos hasta el pueblo de los mayas, el cual hallamos sin gente alguna y sin esperanza de provisiones. Decidí entonces enviar al capitán Ñuflo de Chaves, con 20 de a caballo, para descubrir tierras a 4 jornadas de allí, hasta un pueblo en el que solían permanecer los indios layenos. El lugar estaba despoblado, pero se pudo coger por los bosques a algunos indios como intérpretes, por los cuales pude saber que el territorio siguiente había sido destruido por los indios naparus. Visto lo cual, y que nuestra comida se acababa, y escuchando el consejo que se consideró acertado, determiné  no arriesgar a nadie, y dimos la vuelta hacia el río. Encaminé a la gente a la ciudad, pero yo me dirigí  con 30 de a caballo a descubrir algunas tierras con mis hombres en una zona de la que oí hablar y se llama Itatin, cuyos indios nunca habían estado al servicio de Vuestra Alteza. Llegué donde ellos con actitud pacífica, animándoles a que decidieran ser vasallos vuestros. Ellos lo aceptaron sin ninguna resistencia, por lo que yo tomé posesión de aquella tierra en nombre de Vuestra Alteza. Y quiso Dios que, gracias a los consejos de los indios más viejos de aquella tierra, me enterara de un camino más seguro para volver a Asunción”.

lunes, 26 de septiembre de 2022

(1838) Irala sigue convencido de que hay minas de oro, y le habla al Rey de las turbulencias políticas en Río de la Plata. Le cuenta que Diego de Abreu había matado a Francisco de Mendoza, pero tuvo que huir, y él castigó a cómplices suyos.

 

     (1438) Informe 2º-2 de Domingo e Irala. Hemos visto que Irala esperaba hallar quiméricas minas, y hasta le dice al Rey que ha encontrado el camino para llegar a ellas: “Se habla de este asunto en el Perú, Santa Marta, Cartagena y Venezuela, pero no se han hallado porque nadie ha dado con el camino verdadero, y tengo por cierto que es el que estábamos siguiendo. Ya que los oficiales que están al servicio de Vuestra Majestad no han hecho  caso de esto, sería justo que dieran buen ejemplo a los particulares”. Y, acto seguido, Domingo de Irala le dice claramente al Rey que está harto de que los oficiales le pongan trabas: “Siempre he tratado de sobrellevarlos como mejor he podido, y, sabiendo que van tan mal las cosas, decidí voluntariamente dejar el gobierno de  esta tierra. Y así, el 10 de noviembre de 1548 renuncié al cargo, y los oficiales, por su sola autoridad, nombraron a Gonzalo de Mendoza. Entonces mandaron dar la vuelta a todos, e hicieron la guerra a los indios que no la merecían, a los cuales yo había procurado conservar en paz, y eso me dolió en el alma. Llegamos al puerto de San Fernando en marzo de 1549 (Ulrico iba con ellos). Allí tuvimos noticia de muchos alborotos y desobediencias a Vuestra Alteza, debido a que Diego de Abreu, natural de Sevilla, hizo actos indebidos contra don Francisco de Mendoza, a quien yo dejé la administración de la justicia. Le apoyaron algunas personas de tal manera, que, con poco respeto de Dios Nuestro Señor y de Vuestra Alteza, le cortó la cabeza. Sabiendo Diego de Abreu que volvíamos, procuró con mano armada impedir nuestra entrada. Pero todas las personas del puerto, oficiales de Vuestra Alteza, caballeros, regidores y gente de guerra, decidieron nombrar a una persona que tomase el mando, y todos generalmente pidieron que me encargase de la gobernación. Vista la gran necesidad que había, acepté el dicho cargo, vine con mi gente a esta ciudad de Asunción, y entré en ella sin oposición de persona alguna. Procedí contra el dicho Diego de Abreu, el cual huyó, y no le pude detener. Tuve necesidad de castigar a algunos de sus aliados, para buen ejemplo y escarmiento, y así lo hice. Desde entonces, Dios ha permitido que toda esta tierra se haya mantenido en paz y concordia, y todo está  al servicio de V. A., bien poblado de españoles y nativos de la tierra, y muy fértil. Después vino a esta ciudad Cristóbal de Saavedra, natural de Sevilla, con cinco compañeros, llegando desde la isla de Santa Catalina (Brasil), por el camino de Álvar Núñez Cabeza de Vaca (fue el primero que utilizó esa ruta, y descubrió las cataratas de Iguazú), y llegó a esta ciudad el 15 de agosto de 1551. Me dijo que V. A. había nombrado gobernador de esta tierra a Diego de Sanabria, y que en Santa Catalina quedaban dos navíos con la madre y hermanos del dicho Diego de Sanabria. Me alegré de este nombramiento, ya que así tendría yo más descanso para poder servir a Vuestra Alteza”. Lo contado sobre Diego de Abreu coincide en todo con la versión de Ulrico Schmídel.

domingo, 25 de septiembre de 2022

(1837) Parte 1ª del segundo mensaje enviado por Domingo de Irala al Rey. Hace referencia a cosas pasadas, y se lava las manos del apresamiento a Cabeza de Vaca. Cuenta que, como siempre, siguió muy activo en su lucha contra los indios.

 

     (1437) Informe 2º-1 de Domingo de Irala. Se lo envía al Rey el 24 de julio de 1555, y habla de hechos que sucedieron desde 10 años antes: “Le informé a Vuestra Alteza de lo sucedido hasta lo de Álvar Núñez Cabeza de Vaca (en cuya destitución y apresamiento participó). Después de lo cual siempre he vivido con mucha pena, por no haber tenido certeza del viaje, ni menos de lo decidido por Vuestra Alteza (parece referirse, quizá hipócritamente, a lo que ocurrió en España con Cabeza de Vaca). Luego nunca me faltaron desasosiegos, pero he permanecido utilizando los mejores medios para la buena administración y la paz. Hablaré de las cosas pasadas en tan largo tiempo,  y daré cuenta también de las que espero hacer en servicio de Vuestra Alteza. En junio de 1545, seguí en campaña por el río Paraguay, y Dios permitió que los indios carios, amigos nuestros, se rebelaran. Me fue necesario pacificarlos por la fuerza. Nuestro Señor hizo que mi trabajo no fuese en vano, y así, sin perder cristiano alguno, fueron reducidos al servicio de Vuestra Alteza, perdonando a unos y castigando a otros. En febrero de 1546, quise iniciar otra empresa, pero se opusieron sin razón legítima los oficiales de Vuestra Alteza. Viendo su terquedad en contradecirme, y para evitar muertes y castigos, me hice el desentendido, y mandé al capitán Ñuflo de Chaves, natural de Trujillo (España), que fuese a descubrir el territorio de los indios mayas. Partió el mes de octubre con 50  españoles y 3.000 indios, y Nuestro Señor lo encaminó muy bien, porque, aunque los mayas no se confiaron, tomó a un nativo como intérprete, halló tierras llenas de comida, que era lo que más deseábamos, y volvió en diciembre sin perder cristiano alguno. Después, en Julio de 1547, con mi voluntad y ya todos conformes, se acordó ir adonde los mayas con 250 españoles y 2.000 indios amigos. Partimos el mes de noviembre, y llegamos hasta el territorio de los tamacosas, teniendo abundantes noticias de haber muchas minas de plata en las sierras de los indios carcasas, que es la noticia antigua que siempre oímos. Pero, como vimos que este territorio estaba en la zona de Charcas,  y ocupado por los conquistadores del Perú, decidí comunicar a Vuestra Alteza todo lo sucedido. Envié al capitán Ñuflo de Chaves con cartas adonde las autoridades del Perú, para que V. A. fuese avisado y yo ayudado con algunas cosas que eran menester para el servicio de Dios Nuestro Señor y de V. A”. Pero, tras marchar Ñuflo de Chaves, Domingo de Irala va a encontrar dificultades con los funcionarios del Rey: “Decidí aguardar en el territorio de los indios corocotoquis, pero lo oficiales de Vuestra Alteza, contra mi voluntad, trataron de dar la vuelta a la ciudad de Asunción porque yo no pensaba sacar botín de los indios, algo sin sentido, pues se decía que más adelante había poblaciones con grandes riquezas de oro (eran historias míticas)”.

viernes, 23 de septiembre de 2022

(1836) Era seguro que, al abandonado puerto de Buenos Aires, iría más gente desde España. Domingo de Irala les dejó en algún árbol claras explicaciones sobre su situación y consejos para llegar vivos a Asunción.

 

     (1436) (Informe 1º-3 Domingo de Irala) Terminemos el primer informe de Domingo de Irala: “Los mejores lugares que hay en la zona de Buenos Aires para que la gente esté más segura, son el puerto de San Gabriel o un río situado a tres leguas que se llama San Juan. También es buen lugar la isla de Martín García (un español de los primeros que llegaron descubriendo aquellas tierras, y que murió allí en 1516). De todo esto, podrán ver lo que mejor les pareciera para seguridad de las naos y de la gente. Si estableciesen un poblado, tendrán que cercarlo con una empalizada para que no puedan quemarlo los enemigos y no se los coman los tigres (jaguares), que hay muchos”. Después Domingo  de Irala detalla una serie de consejos para que los futuros recién venidos comprendan de qué manera podrán establecerse cómodamente y con seguridad. Les habla de la siembra de maíz, trigo y hortalizas, de los tiempos apropiados para llevarla a cabo y de las tierras que son mejores. Para los que, llegados a Buenos Aires, no se decidan a trasladarse a Asunción, les indica la fecha en la que arribará un navío con el que podrán volver a España. Y continúa diciendo:   “Rogamos  a cualquier cristiano que viere este escrito que, si no se hallare en tiempo apropiado para hacer las cosas que hemos dicho, y decidiera regresar a España o ir a otra parte de las Indias, que deje esta carta como la hallare para que, si otro viniere después, nos pueda encontrar. Y, asimismo, le pedimos a quien vuelva a España que lleve consigo copia de este documento para que pueda informar  a Su Majestad sobre cómo estamos, con el fin de que nos mande algún navío con las cosas necesarias en esta tierra. En las islas de San Gabriel hallarán una casa de tabla donde han quedado quinientas fanegas de maíz  y frijoles de Su Majestad, que se deberán dar a los oficiales del Rey si llegasen, y, de no ser así, se podrán destinar al mantenimiento de la gente. Asimismo,  si el navío que llegare no trajera tablazón para hacer bergantines, subiendo por la la ribera del río hallarán madera que podrán cortar en las islas, pero con mucho cuidado, porque los indios de esa parte, hasta ahora, no se han mostrado como enemigos ni amigos, ya que no hemos comerciado con ellos. Además, andan también por la costa los chanas y guaraníes, que son enemigos, y harán todo el daño que pudiesen aunque se comercie con ellos, porque es su costumbre. Han quedado en una isla de las de San Gabriel un puerco y una puerca para criar. No los maten, y, si hubiese ya muchos, tomen los que necesiten, dejando siempre algunos para casta, y, según vengan hacia Asunción, echen en la isla de Martín García un puerco y una puerca, y en las demás que les pareciesen apropiadas, para que hagan casta. (Final de primer informe).

jueves, 22 de septiembre de 2022

(1835) Sigamos con la segunda parte del primer informe (mostrado por el cronista alemán Ulrico Schmídel) del vasco Domingo Martínez de Irala, Gobernador de Río de la Plata.

 

     (1435) (Informe 1º-2 Domingo de Irala). Sigamos con el 2º trozo del primer informe de Domingo de Irala (está haciendo propaganda para los españoles que llegasen al puerto de Buenos Aires, y dándoles valiosa información): “También hay en Asunción setecientas indias que sirven a los cristianos en sus casas. Y Dios ha querido que sea tan abundante su servicio, que no solo lo hay para gente que allí reside, sino para más de tres mil hombres. Siempre que se quiere hacer alguna guerra, van en nuestra compañía mil indios en sus canoas. Si queremos ir por tierra, llevamos todos los que queremos. Con la ayuda de Dios y con el servicio de estos indios, hemos destruido muchas generaciones de otros indios que son enemigos, especialmente a los agaces, de los cuales hemos obtenido cantidad de plata y mucho oro. Hemos ido más adentro por tierra, hacia el oeste y el noroeste,  donde hemos hallado tanta gente, que me parece que somos pocos para acometerlos,  porque ellos son muchos, y tenemos falta de equipaje y de municiones. Con cualquier ayuda que nos venga, creemos que, Dios mediante, podremos gozar de cosas tan grandes, que Su Majestad pueda ser muy bien servido, y los cristianos, sus vasallos, muy beneficiados.  Los indios más importantes de los que tenemos cerca son los mayas, los chanes y los carcaras. Todos estos son los más ricos, más poderosos y mejor organizados. Todos los indios que hay río arriba viviendo en su ribera no siembran, y, si los bergantines están algo apartados, se puede hacer comercio con ellos, consiguiendo pescado, manteca y carne, pero es necesario evitar a los guaranís de las islas porque son mortales enemigos nuestros”. A veces la redacción de Irala resulta muy enrevesada, quizá por ser vasco, y es posible que no contara en ese momento con un escribano. Continúa dando nombres de otras tribus, y consejos a quienes, llegados al puerto de Buenos Aires, decidieran ir a Asunción. “Los que fuesen a buscarnos en bergantines, deberán navegar siempre por el río grande, sin meterse en pantanos, y sin comerciar con nadie, excepto con los indios macarotaes, y han de hacerlo con gran precaución. Han de andar con cuidado donde hallen barrancas, para que los indios no les flechen, especialmente en la zona de la tribu de los timbus, porque allí lo han hecho otras veces los indios quirandis. Pasado el territorio de los timbus y siguiendo las naves la carta de marear, hallarán la entrada al río Paraguay. Primero encontrarán una isla, y, siguiendo río arriba, se llega directamente, sin error posible, al poblado de los cristianos (Asunción), que está a sesenta leguas de allí. Encontrarán de paso el río Ipeti, donde viven los comanaguas, que nunca nos han hecho daño. Más arriba están los agaces, metereses, gueníes y otros indios que no son amigos nuestros, por lo que han de ir con mucho cuidado cuando lleguen a barrancas, para que no les causen daños”. (Segundo trozo del primer informe).

miércoles, 21 de septiembre de 2022

(1834) El cronista Ulrico Schmídel se despide dejando dos informes de DOMINGO DE IRALA, que los veremos resumidos en trozos. Hoy mostramos la primera parte del primer informe. Irala explica por qué abandonaron Buenos Aires.

 

     (1434) (Final Ulrico. Informe 1º-1 Domingo de Irala). El peculiar alemán Ulrico Schmídel va a terminar ahora mismo su crónica. Oiganos sus últimas palabras: “Más tarde, arribamos a Inglaterra, al puerto de la Isla de Wight. Ya no nos quedaba en nuestros navíos una sola vela, ni aparejo, ni la menor cosa a bordo. Si el tal viaje hubiese durado un poco más, no se hubiese salvado ninguno de estos 24 navíos. Sólo Dios nos salvó. Para colmo de todo lo demás, el día de año nuevo de 1554 se perdieron 8 navíos, desgraciadamente con vidas y haciendas, cosa terrible, porque no se salvó nadie. Esto sucedió entre Francia e Inglaterra. Dios Todopoderoso quiera favorecerlos, y a nosotros con su misericordia, por Cristo su único Hijo. Amén. Nos quedamos 4 días en el dicho puerto de Wight, en Inglaterra, y de allí navegamos hasta Brabante (Bélgica), y llegamos a Amberes el 26 de enero de 1554. ¡Alabado y loado sea Dios por siempre porque tan misericordiosamente me deparó tan próspero viaje! Amen”.

     Terminada la narración de ULRICO SHCMÍDEL, voy a transcribir resumidos dos informes que hizo DOMINGO MARTÍNEZ DE IRALA. El primero es una justificación de por qué en 1541 (siendo él Gobernador de Río de la Plata) decidió dejar abandonada la ciudad de Buenos Aires, trasladando a sus habitantes a Asunción (la actual capital de Paraguay). Veamos lo que dice: “Yo, Domingo Martínez de Irala, Teniente de Gobernador por voluntad de Juan de Ayolas (ya había fallecido),  Gobernador de  Río de la Plata, he determinado llevar la gente que estaba en Buenos Aires para juntarla con la que está arriba,  en el río Paraguay.  Lo he hecho aceptando lo que, por parte de Alonso Cabrera, veedor en funciones en esta provincia, me fue requerido, y, asimismo, siguiendo los pareceres de la gente más principal de los que se hallaron presentes en este puerto de Buenos Aires, y también de la que conmigo vino de arriba (Asunción). Las razones que me dieron para ello fueron que,  hacerlo, era más seguro para la conservación de la gente de esta provincia, evitando así los daños que continuamente recibía de los indios de las comarcas. Los que estaban en Buenos Aires no tenían más función que la de explicar a quienes llegaban de España en qué lugar podrían ver al gobernador. Pero, en realidad, bastaría dejar para la gente que llegaba de España, o de otras partes,  indicaciones que les sirvieran para encontrarnos”. Luego el texto se convierte en una fuente de información para quienes llegaran por primera vez a Río de la Plata:  “Primeramente, han de saber que en Paraguay está fundado un poblado (Asunción) en el que estarán, con los que de aquí vamos ahora, 400 hombres vasallos de Su Majestad,  así como indios guaranís y carios, que viven en los alrededores y sirven a los cristianos en todo lo necesario”. (Primer trozo del primer informe).

 

     (1435) (Informe 1º-2 Domingo de Irala). Sigamos con el 2º trozo del primer informe de Domingo de Irala (está haciendo propaganda para los españoles que llegasen al puerto de Buenos Aires, y dándoles valiosa información): “También hay en Asunción setecientas indias que sirven a los cristianos en sus casas. Y Dios ha querido que sea tan abundante su servicio, que no solo lo hay para gente que allí reside, sino para más de tres mil hombres. Siempre que se quiere hacer alguna guerra, van en nuestra compañía mil indios en sus canoas. Si queremos ir por tierra, llevamos todos los que queremos. Con la ayuda de Dios y con el servicio de estos indios, hemos destruido muchas generaciones de otros indios que son enemigos, especialmente a los agaces, de los cuales hemos obtenido cantidad de plata y mucho oro. Hemos ido más adentro por tierra, hacia el oeste y el noroeste,  donde hemos hallado tanta gente, que me parece que somos pocos para acometerlos,  porque ellos son muchos, y tenemos falta de equipaje y de municiones. Con cualquier ayuda que nos venga, creemos que, Dios mediante, podremos gozar de cosas tan grandes, que Su Majestad pueda ser muy bien servido, y los cristianos, sus vasallos, muy beneficiados.  Los indios más importantes de los que tenemos cerca son los mayas, los chanes y los carcaras. Todos estos son los más ricos, más poderosos y mejor organizados. Todos los indios que hay río arriba viviendo en su ribera no siembran, y, si los bergantines están algo apartados, se puede hacer comercio con ellos, consiguiendo pescado, manteca y carne, pero es necesario evitar a los guaranís de las islas porque son mortales enemigos nuestros”. A veces la redacción de Irala resulta muy enrevesada, quizá por ser vasco, y es posible que no contara en ese momento con un escribano. Continúa dando nombres de otras tribus, y consejos a quienes, llegados al puerto de Buenos Aires, decidieran ir a Asunción. “Los que fuesen a buscarnos en bergantines, deberán navegar siempre por el río grande, sin meterse en pantanos, y sin comerciar con nadie, excepto con los indios macarotaes, y han de hacerlo con gran precaución. Han de andar con cuidado donde hallen barrancas, para que los indios no les flechen, especialmente en la zona de la tribu de los timbus, porque allí lo han hecho otras veces los indios quirandis. Pasado el territorio de los timbus y siguiendo las naves la carta de marear, hallarán la entrada al río Paraguay. Primero encontrarán una isla, y, siguiendo río arriba, se llega directamente, sin error posible, al poblado de los cristianos (Asunción), que está a sesenta leguas de allí. Encontrarán de paso el río Ipeti, donde viven los comanaguas, que nunca nos han hecho daño. Más arriba están los agaces, metereses, gueníes y otros indios que no son amigos nuestros, por lo que han de ir con mucho cuidado cuando lleguen a barrancas, para que no les causen daños”. (Segundo trozo del primer informe).

martes, 20 de septiembre de 2022

(1833) Lo que nos cuenta Ulrico Schmídel demuestra que, en la aventura de Las Indias, viajar por tierra o por mar era tan peligroso como batallar contra los indios.

 

     (1433) Continúa Ulrico contando peripecias del camino que iban siguiendo (le acompañaban dos españoles, dos ingleses y 20 indios carios), habitado por muchas tribus: “Llegados el Domingo de Ramos donde los indios kariesebas, estábamos convencidos de que no era conveniente entrar en su poblado, a pesar de encontrarnos escasos de provisiones. Tuvimos que seguir caminando para buscar la comida, pero no pudimos contener a dos de nuestros compañeros, que, a pesar de nuestro buen consejo, se metieron en el poblado. Les prometimos esperarlos, y, aunque lo cumplimos, ocurrió que, en cuanto entraron, los mataron los indios, y los comieron enseguida. ¡Quiera Dios apiadarse de ellos! Después de esto, se nos presentaron unos 50 de estos mismos indios, y traían puesta la ropa de los cristianos. Hablaron con nosotros, pero nos preparamos lo mejor que pudimos con nuestras armas y les preguntamos dónde habían quedado nuestros compañeros. Dijeron ellos que estaban en su pueblo y que nosotros también deberíamos ir allá. Nosotros no lo quisimos hacer, y enseguida nos hicieron disparos con sus arcos, pero no nos resistieron mucho tiempo, aunque no teníamos más amparo que un bosque grande y cuatro arcabuces.  Nos sostuvimos allí cuaatro días, y en la cuarta noche con todo sigilo abandonamos el bosque y marchamos de allí”.

     Sigue Ulrico haciendo una observación sobre los peligros acuáticos: “En el río Uruguay vimos serpientes de 14 pasos de largo y 2 brazadas de grueso en el medio. Cuando se baña la gente o bebe una fiera corren mucho peligro, porque se le arrima una serpiente de estas por debajo del agua, nada hasta donde está la presa, la envuelve en la cola, se zambulle en seguida bajo del agua y se la come. Continuamos caminando, durante un mes, 100 leguas y llegamos a un pueblo grande llamado Yerubatibá, donde nos quedamos 3 días porque estábamos muy rendidos. De lo  dicho, cualquiera puede comprender los peligros y la mala vida que tuvimos en tan dilatado viaje. Más tarde llegamos a un pueblo que pertenece a los portugueses, en el que mandaba Juan Ramallo (había fundado la población de Piratininga). Para suerte nuestra, no estaba en casa, porque este pueblo me pareció una cueva de ladrones. Ramallo estaba en casa de otro cristiano en San Vicente (quizá fuera Martín Alfonso de Souza, fundador de la ciudad en 1531). Ramallo aseguraba  que había vivido 40 años mandando, peleando y conquistando en tierra de Indias, razón por la que quería seguir mandando con preferencia a cualquier otro, cosa que el otro (se supone que Souza) no se lo consentía. Pero sucedió que era el hijo de Juan Ramallo quien estaba allí cuando llegamos,  el cual nos recibió bien, aunque nosotros desconfiábamos más de él que de los indios. Pero como allí nos fue bien, demos siempre gracias a Dios el Creador por Cristo Jesús, su único Hijo, que hasta aquí tanto nos ha favorecido y de todos los modos nos ha amparado”. Después de tantas peripecias, Ulrico y sus acompañantes llegaron al que iba a ser su puerto de salida hacia Europa, la ciudad de San Vicente. Enseguida nos contará cómo fue su viaje marítimo, que, cosa frecuente entonces, estuvo lleno de momentos inquietantes.

 

    (Imagen) Empecemos a ver cómo le fue a Ulrico en su travesía del Atlántico desde Brasil: “Nos hicimos a la vela el 24 de junio de 1553, día de San Juan, y, después de 14 jornadas con tiempo horrible, se nos tronchó el mástil del navío, por lo que tuvimos que entrar en el brasileño puerto de Victoria. Resuelta la avería, continuamos viaje durante 4 meses por alta mar, hasta alcanzar Las Azores, de donde partimos aprovisionados y llegamos a Lisboa el día 30 de septiembre de 1553, y allí se me murieron 2 indios de los que traía yo de Paraguay”. Siguió haciendo el recorrido marítimo por Sevilla, Sanlúcar  y Cádiz, donde encontró navíos holandeses que iban a salir hacia los Países Bajos. Partió con ellos (que formaban convoy por miedo a los franceses), pero tuvieron que regresar por un tiempo pésimo: “En el postrero de los navíos tenía yo todos mis bienes, y, cuando ya estábamos de vuelta a una milla de Cádiz, se nos hizo oscuro y anocheció. Entonces el almirante tuvo que mostrar un farol para que todos los navíos lo vieran y se le arrimasen. Cuando ya habíamos llegado a la ciudad de Cádiz, cada patrón de  barco largó su ancla al agua y entonces el almirante retiró su farol. Al mismo tiempo que esto ocurría, algunos hicieron lumbre en tierra sin ninguna mala intención, pero resultó funesta para la suerte del capitán Hainrich Schezen y de su navío.  La lumbre estaba cerca de un molino, como a un tiro de arcabuz de la ciudad de Cádiz, y el capitán Schezen encaminó su navío derecho a ella porque pensó que era el farol del almirante, pues era obligatorio reunirse con él, y, cuando su navío estaba ya muy cerca de la luz, dio con toda fuerza sobre un peñasco que estaba allí oculto bajo el agua. Su nave se hizo mil pedazos, y se fueron a pique gente y carga en unos diez minutos, no quedando un palo sobre otro. Además, de los 22 que iban en el barco, solo se salvaron el patrón y el timonel, que escaparon sobre un madero grueso. También se perdieron 6 baúles con oro y plata pertenecientes a su Cesárea Majestad y gran cantidad de mercancía que era propiedad de los comerciantes. Por lo cual doy yo a Dios, mi Redentor y Salvador por Cristo Jesús, alabanzas, honor, loas y gracias por siempre, ya que, una vez más, tan misericordiosamente me dirigió, defendió y amparó, por cuanto estaba previsto que yo fuera en ese navío y no llegué a tiempo de alcanzarlo”. Se había librado Ulrico de muchos peligros, pero tenía que continuar navegando: “Paramos 2 días en Cádiz, y tuvimos después tan terribles vendavales, que los mismos veteranos marineros decían que nunca habían visto  tormentas tan horribles ni que durasen tanto tiempo”. La imagen representa la primera fundación de Buenos Aires (2/2/1536), donde ya estuvo presente Ulrico Schmídel.




lunes, 19 de septiembre de 2022

(1832) El cronista Ulrico partirá para Alemania, pero nos cuenta algo muy importante ocurrido anteriormente: Diego de Abreu mató a Francisco de Mendoza y se sublevó contra el Gobernador Domingo de Irala.

 

     (1432) Seguiremos hablando en la imagen siguiente de la rebelión de  Diego de Abreu, pero, voy a adelantar que Ulrico partirá hacia España: “Por el mismo tiempo me llegó una carta de España, desde Sevilla, del factor de la Casa de la Contratación , al cual se la había enviado Sebastián Neithart, quien la escribió por petición de mi finado hermano Tomás Schmídel, por si fuese posible que se me ayudase a regresar a Alemania. El factor, con toda diligencia, lo quiso poner en cumplimiento,  a lo que se debió que me llegó la carta, la cual la recibí el día 25 de julio de 1552, festividad del Apóstol Santiago (Un comentarista dice que, la víspera de Santiago del dicho año 1552, llegó a Asunción Hernando de Salazar con esa carta y otras). Después de haberla leído, sobre la marcha pedí licencia a nuestro capitán, Domingo Martínez de Irala, pero, al principio, no quiso dármela. Sin embargo, más tarde tuvo él que reconocer mis largos servicios prestados, que yo había servido siempre fielmente a su Cesárea Majestad, y que por él, el capitán Irala, muchas veces había puesto en peligro cuerpo y vida, sin jamás abandonarlo. Sin duda lo reconoció, y me dio el permiso. Me confió también una carta para su Cesárea Majestad, para que en ella hiciese él saber a Su Majestad cómo se encontraba la tierra de Río de la Plata y qué era lo que en ella había acontecido. Las tales cartas las entregué yo después a los consejeros de la Cesárea Majestad en Sevilla, a quienes yo también, de palabra, les hice un relato con mucha información sobre Río de la Plata. Cuando yo tuve todas mis cosas dispuestas para el viaje, me despedí amistosamente del capitán Domingo Martínez de Irala y de los demás buenos compañeros y amigos. Me llevé también 20 indios carios, para que cargasen con lo  necesario para un viaje tan largo”.

     Después tuvo información extra: “Ocho días antes de mi partida, llegó un hombre desde Brasil dando la noticia de que había llegado allí desde Lisboa un navío que pertenecía al muy honorable y discreto señor Johann von Hielst , un comerciante o funcionario de Amberes. Cuando yo hube averiguado cuanto tenía que decirme, me puse en marcha, en nombre de Dios Todopoderoso, el 26 de diciembre de 1552, día de San Esteban, y abandoné Río de la Plata partiendo de la ciudad de Asunción con 20 indios y 2 canoas. Primeramente llegamos a un pueblo llamado Yeruquihaba. En este lugar se me juntaron 4 compañeros, 2 españoles y 2 portugueses, los cuales no traían licencia del capitán Domingo de Irala”.

     El meticuloso Ulrico parece deleitarse en seguir dando nombres y distancias de las poblaciones por las que va pasando en su viaje. Alcanza el territorio brasileño y sigue aportando datos: “Llegamos (ya tras largo recorrido) a un pueblo llamado Gienge, que es el último que está bajo la obediencia de su Cesárea Majestad, porque, desde allí, empieza la tierra del Rey de Portugal. Tuvimos que dejar el río Paraná y las canoas para marchar por tierra a Tupí, y caminamos 6 semanas por desiertos, cerros y valles, en que, por miedo de las fieras del campo, no podíamos dormir tranquilos. El encanto de los indios tupíes es la guerra perpetua. Están día y noche borrachos, también son amigos del baile, y llevan a tal extremo la vida de adulterio, que no es para contada”.

 

     (Imagen) Mientras Domingo de Irala y sus hombres viajaban hacia el norte (teniendo que dar la vuelta en la frontera peruana porque les prohibió avanzar  el gran Pedro de la Gasca), en la ciudad de Asunción se rebeló Diego de Abreu tan brutalmente, que le cortó la cabeza a Francisco de Mendoza (en la imagen lo comenta su hijo Diego de Mendoza), que estaba al mando por delegación de Irala. Cuando llegaron a Asunción, les esperaba Abreu obcecado en su rebeldía: “Entonces (cuenta Ulrico) puso a todos en rebeldía y quiso luchar contra nosotros. Primeramente fortificó Asunción mientras llegábamos con nuestro capitán, Domingo Martínez de Irala. Pero no quiso dejarlo entrar, ni tampoco entregarle la ciudad, ni mucho menos reconocerle como señor. Después de poner nosotros cerco a Asunción, muchos soldados que estaban en la ciudad, cuando se dieron cuenta de que, por parte nuestra, la cosa iba de veras, venían adonde nosotros estábamos y le pedían perdón a nuestro capitán. Cuando Diego de Abreu observó la conducta de su gente, que no se podía fiar de ella, y que, demás, era muy probable que le tomásemos por sorpresa la ciudad, pidió consejo a sus mejores compañeros y amigos. Al saber que los que estaban dispuestos a partir con él eran unos cincuenta, se los llevó consigo. Los demás, tan pronto como salieron de la ciudad los que iban con Diego de Abreu, se sometieron a nuestro capitán, le entregaron la ciudad y le pidieron perdón. Domingo de Irala se lo concedió, y entró en la ciudad. Pero el dicho Diego de Abreu merodeó con los 50 cristianos en un entorno de 30 leguas, y por eso nosotros no pudimos vencerlos”. Curiosamente, la extraña rebeldía de Diego de Abreu se mantuvo viva largo tiempo, como nos cuenta Ulrico: “Estos dos caudillos se hicieron la guerra el uno al otro durante 2 años enteros, y de tal manera, que ninguno de los dos se encontraba seguro. Diego de Abreu no se quedaba mucho tiempo en lugar alguno, hoy allí y mañana en otra parte, y, siempre que nos podía perjudicar, no perdía la oportunidad, porque hasta se parecía a un salteador de caminos. De manera que, si quería nuestro capitán estar tranquilo, tenía que buscar algún arreglo con Abreu, hasta el punto de que pactó un casamiento con sus 2 hijas, entregándoselas  a los 2 primos de Abreu, llamados Alonso Riquelme de Guzmán y Francisco Ortiz de Vergara. Cuando se concertaron los tales casamientos, conseguimos estar en paz entre nosotros”. Sería por entonces cuando Ulrico, enterado de la muerte de su hermano, emprendió el viaje hacia Alemania. Luego volvió Abreu a su rebeldía, y morirá pronto. Lo que no dice Ulrico es que Diego de Abreu se sublevó, principalmente, porque siempre fue un gran partidario del destituido gobernador legítimo, Álvar Núñez Cabeza de Vaca.




domingo, 18 de septiembre de 2022

(1831) Río de la Plata era un territorio turbulento. Diego de Abreu, que fue partidario de Cabeza de Vaca, usurpó el puesto de Irala. Sin embargo, los españoles, cuando los indios amigos estaban en peligro, arriesgaban la vida por ellos.

 

     (1431) Domingo de Irala cumplió el mandato recibido de Pedro de la Gasca, por el que le indicaba que debía quedarse a la espera con sus hombres (hasta nueva orden) en el territorio de los indios macaisíes: “Después nuestro capitán le envió a Perú 4 mensajeros, el capitán Ñuflo de Chaves, Pedro de Oñate, Miguel de Rutia y Ruy García. Llegaron a Perú en mes y medio, primero a una ciudad llamada Potosí, en seguida a otra llamada Cuzco, la tercera,  Chuquisaca (La actual Sucre boliviana), y la cuarta, su capital,  Lima, que son las ciudades principales y más ricas de Perú.

Cuando llegaron a Potosí,  se quedaron allí Rutia y García por causa de debilidad, tras haber enfermado durante el viaje. Los otros dos, Chaves y Oñate, siguieron viaje hasta Lima, donde el gobernador los recibió muy bien, les tomó declaración de cómo se habían arreglado las cosas en Río de la Plata, mandó después que los alojasen bien, tratándolos  lo mejor posible, y, además, les regaló a cada uno 2.000 ducados. Luego le encargó a Ñuflo de Chaves que le escribiese a Diego de Irala, para que se quedasen él y su gente con los macaisíes hasta nueva orden, pero que no les tomasen nada, de no ser cosa de comer. Nosotros sabíamos muy bien que había plata en aquel territorio, pero, como los indios eran vasallos del Rey, no nos atrevíamos a perjudicarlos”.

     Todo confirma que Río de la Plata era otro mundo, mucho peor organizado y con los motines a flor de piel. Domingo de Irala desconfiaba de las intenciones de Pedro de la Gasca, y lo primero que hizo fue enviar un capitán para que trajese consigo a los indios amigos, los carios, que andaban por otra parte. Tampoco era plan seguir en el territorio de los macaisíes, porque las provisiones se iban acabando, y decidió trasladarse adonde otros nativos, los corocotoquis: “Cuando llegamos, todos ellos, con mujeres e hijos, habían huido de allí por miedo a nosotros, pero mejor les hubiese estado quedarse en su pueblo. Ellos, por medio de un mensaje, nos mandaron que despejásemos el pueblo, porque de lo contrario, nos arrojarían de allí a la fuerza. (Ulrico no lo dice, pero, por entonces, Domingo de Irala había sido privado del mando por otros capitanes). Nosotros, al saberlo, marchamos contra los indios,  que se habían asentado al abrigo de 2 cerros, para, en caso de apuro, poder escapar. Pero les salió mal la cuenta: alcanzamos  a muchos, de manera que, en este ataque, apresamos a unos 1.000, sin contar los que matamos, hombres, mujeres y niños (algo que Irala censuró duramente)”.

     La medio anárquica tropa emprendió el largo camino de vuelta hacia Asunción: “Marchamos hacia el pueblo donde habíamos dejado los 2 navíos y estuvimos de viaje año y medio dedicados a guerrear, y conseguimos unos 12.000 esclavos, tocándome en suerte unas 50 personas entre hombres, mujeres y niños”. Pero, al llegar a los navíos, encontraron una anarquía mayor: “El capitán Diego de Abreu,  natural de Sevilla, por propia cuenta, y el  capitán don Francisco de Mendoza, al que nuestro capitán general, Domingo de Irala, había nombrado capitán de los 2 navíos, se habían enfrentado. Mendoza exigía que él y no otro debería mandar, mientras que Abreu quería suplantarlo. Entonces se produjo un fuerte enfrentamiento entre ellos, hasta que por fin Diego de Abreu quedó dueño de la situación, lo derrotó y le cortó la cabeza a don Francisco de Mendoza”.

 

     (Imagen) Vamos a entrar en un terrible brote de anarquía que se produjo entre las tropas de Río de la Plata, pero, para variar, veamos algo que ocurrió antes, y que muestra la colaboración entre los españoles y sus indios amigos, los carios. Oigamos a Ulrico: “Llegamos al poblado de los indios maigenos, que se pusieron a la defensiva. Estaban situados en un cerrillo rodeado por un cerco de espinas, muy tupido, y con una altura superior a la de un hombre. Nosotros, los cristianos, junto con nuestros indios carios, atacamos el pueblo por los dos costados. Los maigenos, nos mataron a 12 cristianos junto con algunos de los carios nuestros, que ellos voltearon en la escaramuza, antes de que nosotros nos hiciésemos con el pueblo. Cuando ya vieron los maigenos que nosotros estábamos bien adentro de su pueblo, ellos mismos lo incendiaron y, a toda prisa desaparecieron, aunque tuvieron que dejar a algunos allí. Cuando ya todo estaba concluido, a los tres días los carios salieron con tanto sigilo, que nosotros no nos dimos cuenta, tomaron sus arcos y flechas, caminaron unas 3 leguas y alcanzaron a los fugitivos maigenos. Luego las dos tribus pelearon con tal encarnizamiento, que de los carios perecieron más de 300 hombres, y de los maigenos, sus enemigos, innumerables personas. Eran tantos sus muertos, que ocupaban una legua entera del camino. Entonces nuestros carios enviaron un correo a nuestro capitán, Domingo de Irala, suplicando que fuésemos en su ayuda, pues ellos estaban acampados en un bosque, del que no podían moverse ni para atrás ni para adelante, y, además, les rodeaban los maigenos. Cuando nuestro capitán supo esto, no perdió un momento e hizo reunir los caballos, 150 cristianos y 1.000 carios de los que estaban con nosotros. El resto de la gente tenía que quedarse en el campamento para defenderlo, por si los maigenos  quisieran aprovechar nuestra ausencia. Enseguida marchamos en auxilio de los carios nuestros, y, cuando los maigenos nos vieron,  abandonaron su campamento y huyeron aprisa de allí. Nosotros también los perseguimos, pero sin poderlos alcanzar. Así pues, llegamos adonde se habían refugiado los carios, y vimos muchos muertos, suyos  y de los maigenos, cosa que nos causó asombro por la gran matanza. Pero nuestros amigos carios que aún quedaban con vida, se alegraron mucho por el hecho de que nosotros habíamos ido para ayudarlos. Después marchamos juntos con ellos de regreso a nuestro campamento, nos quedamos allí algo más de 4 días, y teníamos en este pueblo de los maigenos abundancia de comida y de todo lo necesario”. En la imagen, el vasco Domingo de Irala con indios amigos. La talla está en Asunción.




viernes, 16 de septiembre de 2022

(1830) En su avanzar hacia el norte, los españoles se dieron cuenta de que habían llegado a territorio peruano. Allí mandaba el gran Pedro de la Gasca, y Ulrico cnesura absurdamente que hubiese decapitado al rebelde Gonzalo Pizarro.

 

        (1430) Los españoles llegaron donde los indios maigenos, pero voy a dejar para la imagen lo que allí ocurrió, ya que fue una prueba clara de la ayuda que se prestaban mutuamente los soldados con los indios carios que los acompañaban. Escuchemos a Ulrico: “Tras alejarnos de los maigenos, nos pareció bien a todos continuar avanzando para llevar a cabo nuestro proyectado viaje, ya que se nos proporcionaba la ocasión de descubrir cómo eran aquellas tierras. Continuamos la marcha durante 17 días, recorriendo unas 90 leguas hasta alcanzar el territorio de los indios carcocies. Cuando estábamos como a 4 leguas de su poblado, nos mandó allá Domingo de Irala a 50 cristianos y 500 carios, para que preparásemos alojamiento. Cuando llegamos, encontramos una gran nación reunida, como no habíamos visto otra igual durante este viaje, por lo que nos pusimos en alerta. Luego hicimos que uno de los nuestros volviese atrás para avisarle al capitán de lo que nos esperaba y pedirle que viniese a socorrernos lo más pronto posible. Nuestro capitán se presentó esa misma noche con toda la gente, y los carcocies, al ver que tenían que habérselas con más gente de la que creían, solo pensaban en que les esperaba una derrota segura. Y quedaron tan pesarosos, que enseguida nos manifestaron su buena voluntad y pacífica intención, porque no querían exponer a sus mujeres, e hijos, ni a su pueblo. Y, de inmediato, nos trajeron carne de venados, gansos, gallinas, conejillos y otras piezas de campo, de todo lo cual había gran abundancia en la tierra. Estos indios se ponen una piedra redonda y azul en los labios. y sus mujeres son hermosas, porque no hacen más que coser y cuidar la casa, mientras el hombre tiene que trabajar en el campo y procurar todo lo necesario”.

     Siguieron, como siempre, hacia el norte, en busca de otros nativos, los macaisíes, para lo que contaban con dos guías de la tribu carcocie, pero pronto los dejaron plantados y tuvieron que continuar el viaje a tientas: “Llegamos a un río muy ancho, y no dábamos con un vado seguro para pasarlo. Pero  hicimos unas pequeñas balsas de palos y ramas, nos dejamos llevar aguas abajo, y llegamos a la otra orilla, pero en este pasaje se ahogaron 4 de los nuestros en una de las balsas. Estando ya a una legua de los indios macaisíes, salieron a nuestro encuentro y nos recibieron muy bien (y se van a llevar una gran sorpresa). Enseguida nos empezaron a hablar en español. Nos quedamos perplejos, sin saber dónde estábamos, y acto seguido les preguntamos a quién estaban sometidos, y ellos contestaron que fueron súbditos de un caballero de España, llamado Pedro Anzures (fundador de la ciudad de La Plata, en zona boliviana; Anzures ya había muerto, y gobernaba La Gasca). Entramos, pues, nosotros en su pueblo, y encontramos que los chicos, como también algunos hombres y mujeres, estaban todos comidos de un insecto (las larvas niguas, que, de adultas, no son parásitas). Si llegan a meterse entre los dedos de los pies, o cualquier otra parte del cuerpo, allí comen y penetran hasta que sale al fin un gusano, pero hay que sacarlos oportunamente, para que no se echen a perder las carnes. Si se deja pasar demasiado tiempo, acaban por comerse los dedos enteros. De nuestra tantas veces citada ciudad, Asunción, hasta este pueblo de los macaisíes, hay por tierra 377 leguas de distancia (la cifra debe de ser exagerada)”.

 

     (Imagen) Llegaron, pues, Domingo de Irala y los suyos a territorio boliviano, y Ulrico hará unos comentarios poco sensatos, y  hasta chulescos: “Estando allí acampados, recibimos una carta desde Lima. Allí se hallaba al mando, nombrado por el Rey, el licenciado Pedro de la Gasca (el gran La Gasca), quien por entonces (año 1548) había hecho cortar las cabezas de Gonzalo Pizarro, y de otros más. Lo mandó porque el dicho Gonzalo Pizarro no quiso someterse, sino que se rebeló contra su Cesárea Majestad. Por esto, La Gasca, en nombre del Rey, lo castigó con demasiado rigor. Pues muchas veces sucede que uno va más allá de lo que su superior le faculta hacer. Yo tengo para mí que la Cesárea Majestad le hubiese perdonado la vida al dicho Gonzalo Pizarro, si él lo hubiese prendido. Pues lo que le dolía a Gonzalo Pizarro era que mandase alguien en lo que eran bienes suyos, ya que esta tierra de Perú era, a todas luces,  ante Dios y ante el mundo, de Gonzalo Pizarro, en razón de que él, junto con sus hermanos, Francisco Pizarro y Hernando Pizarro, habían sido los primeros que descubrieron y conquistaron el reino de Perú. Esta tierra se considera rica con razón, porque todas las riquezas que posee su Cesárea Majestad salen de Perú, de Nueva España (México) y de Tierra Firme (zona de Panamá). Pero la envidia y el odio son tan grandes en el mundo,  que el uno no quiere el bien del otro. Así también le aconteció al pobre Gonzalo Pizarro, que había sido un rey, y después mandaron cortarle la cabeza. ¡Dios lo favorezca! Mucho habría que escribir sobre esto, pero el tiempo no lo permite”. El planteamiento de Ulrico es absolutamente disparatado, simplificando lo que fue un problema sumamente complejo y de larga duración. Pedro de la Gasca fue el personaje excepcional que terminó con aquella pesadilla, en la que tantos habían fracasado. (En la imagen vemos un sello que le dedicó Bolivia). Y sigue diciendo Ulrico: “En la carta recibida, Pedro de la Gasca, en nombre del Rey, le mandaba a nuestro capitán, Domingo de Irala, que permaneciese, so pena de muerte, en el territorio de los macaisíes (zona boliviana) hasta nuevo aviso. Temía algo que podía haber sucedido, porque lo cierto es que nosotros deseábamos echarlo de aquella tierra en la que estábamos (qué absurdo). Pero él hizo un convenio con Domingo de Irala y le dedicó un gran regalo. Los soldados no sabíamos nada de estas componendas, pues, de haberlas sabido, habríamos llevado a Perú, atado de manos y pies, a nuestro capitán”. Es ridículo el desahogo de Ulrico, pero eso demuestra que reinaba la anarquía en las tropas de Irala, especialmente desde que apresaron al gobernador titular, Álvar Núñez Cabeza de Vaca. Y queda claro también que Ulrico aprobaba esas rebeldías.






jueves, 15 de septiembre de 2022

(1829) El memorioso Ulrico no olvida los nombres de las tribus que encontraban. Con algunas fueron brutales. Iban buscando oro, pero solo encontraban sufrimiento y una sed tremenda. Triste final de tres españoles presos durante 7 años.

 

     (1429) Los españoles iban con ganas de escarmentar a los indios embayaes, y los encontraron, pero no a los que buscaban, sino a otros de la misma tribu, resultando bochornoso lo que ocurrió. Ulrico hace un ligero comentario compasivo, pero actuó como todos, matando y expoliando: “Al tercer día, dimos en un bosque con los embayaes todos juntos, hombres, mujeres y niños, pero no eran los que buscábamos, sino sus amigos. Y tuvieron que pagar justos por pecadores, porque matamos y apresamos hombres, mujeres y niños en número de 3.000 personas. Yo saqué de esta escaramuza más de 19 personas, hombres y mujeres, que no eran viejas. Después marchamos hasta una tribu llamada Chané. Son vasallos  de los dichos embayaes, y cuando nos vieron, como huyeron todos, hallamos en el tal pueblo más que de sobra de comer”.

     Continuaba la marcha, y Ulrico nos va citando nombres de poblados y aclarando que, de paso, se llevaron algunos intérpretes nativos. Por donde pasaban, los indios solían huir, y los españoles se abastecían de lo que encontraban en aquellos lugares. A veces, también eran bien recibidos por los nativos, recogían provisiones y continuaban caminando. Estaba claro que el objetivo de su avance era encontrar minas de oro y plata. Habla de unos indios que se les enfrentaron, y Ulrico, como hace a veces, suelta una frase irónica: “Luego llegamos a una tribu de sunenos, que son una gran multitud. Nos recibieron con sus arcos y flechas, y nos ‘dieron de comer’ dardos, pero muy pronto les fue mal, y tuvieron que abandonar el pueblo, aunque primeramente lo incendiaron, y, a pesar de todo, hallamos bastante comida en el bosque”.

     Es llamativo el detalle con que Ulrico anota los nombres de todas las tribus que fueron encontrando por el camino (y coinciden con los datos históricos). Como no daban con las riquezas mineras que buscaban, seguían hacia el norte deteniéndose solo para comer, descansar y dormir. Se encontraron con tribus de borkenes, leichonos y sieberíes, habiendo encontrado a estos últimos después de haber muerto de sed por el camino numerosos españoles e indios amigos: “Llegamos nosotros a las 2 de la mañana, y los sieberíes se preparaban para huir de allí con mujeres e hijos. Pero nuestro capitán les anunció por boca de un intérprete que estuviesen en sus casas tranquilos y que no tenían por qué preocuparse. Estos sieberíes también sufrían gran escasez de agua, pues no llovía desde hacía 3 meses, por eso se hacían una bebida con raíces de mandioca, con las que obtienen un jugo que parece leche. Pero si hay agua, entonces se puede hacer también vino con ella. En este pueblo solo había un manantial, y el capitán tuvo a bien encargarme su vigilancia para que el agua se distribuyese según una medida establecida (un detalle que muestra la honradez de Ulrico). Y como era tan grande su escasez, ya nadie pensaba en el oro ni en la plata ni en comer ni en otra cosa alguna, sino sólo en el agua. Así me gané esta vez, de nobles y plebeyos, y de todos en general, la buena voluntad, porque les daba toda  el agua que se podía, y, al mismo tiempo, tuve buen cuidado de que a mí tampoco me faltase. En toda esta tierra no se encuentra más agua que la que proporcionan las represas. Y hasta los sieberíes tienen que hacen la guerra contra otros indios para conseguir agua”.

 

     (Imagen) Ulrico sigue contando cómo los españoles iban hacia el norte buscando territorios con minas de plata y oro. Habían topado con numerosas tribus, algunas de ellas muy belicosas, con las que hubo que batallar. Estaban los españoles tan desorientados, que confiaron supersticiosamente en la suerte: “Llevábamos cuatro días con los indios sieberíes, y ya no sabíamos lo que deberíamos hacer (acababan de pasar una sed mortífera), si teníamos que marchar para atrás o para delante. Entonces lo tiramos a suertes, y el resultado fue que tocó seguir adelante. Nuestro capitán, Diego de Irala, les pidió a los sieberíes informe sobre aquellas tierras, y contestaron que, con 6  días de marcha, podríamos llegar donde los indios peisenes, y que en el camino encontraríamos agua en 2 arroyuelos. Partimos de allí llevando algunos guías sieberíes, pero se escaparon una noche, de manera que nosotros mismos tuvimos que dar con el camino y llegamos al poblado que buscábamos. Resultó que estos indios peisenes no quisieron ser nuestros amigos, y se prepararon para el ataque, pero de poco les sirvió, porque, con el favor de Dios, los vencimos, conquistamos el poblado y ellos se dieron a la fuga”. No debemos olvidar que la vida de los españoles en las Indias siempre fue muy dura, sin que faltaran situaciones espantosas. Nos toca hablar de tres desafortunados que vivían como esclavos, y van a acabar aún peor. Ya nos contó Ulrico que, cuando los indios mataron al gobernador Juan de Ayolas y a todos sus hombres (año 1538), pudieron salvarse tres que habían quedado atrás por estar muy enfermos. Llevaban viviendo al servicio de estos mismos indios, los peisenes, desde hacía siete años. Y Ulrico nos añade: “En esta escaramuza  con los peisenes, hicimos algunos prisioneros que nos contaron que habían tenido en su pueblo a 3 españoles, de los que uno, llamado Jerónimo, había sido soldado del gobernador Pedro de Mendoza. A estos 3 españoles los había dejado Juan de Ayolas  enfermos en el poblado de los indios peisenes, poco antes de que Ayolas y sus hombres murieran. Y supimos que  a estos 3 españoles los habían asesinado los peisenes 4 días antes de nuestra llegada, es decir, en cuanto se enteraron por los indios sieberíes de que nos estábamos acercando.  Pero, por ello, más tarde recibieron buen escarmiento en manos nuestras. Acampamos 14 días enteros en el pueblo de ellos, los buscamos y los hallamos juntos cerca de un bosque, pero no a todos. Luego los matamos,  y también hicimos prisioneros que nos informaron de todas las ventajas de aquella tierra, de lo que nuestro capitán tomó los detalles, y nos dieron la buena noticia de que solo nos faltaban 4 días de camino para llegar a la tribu de los maigenos”.




miércoles, 14 de septiembre de 2022

(1828) Defectos aparte, Domingo Martínez de Irala era un bravo militar. La amistad con los indios era precaria y había batallas. Ulrico habla claro del sexo con las nativas.

 

     (1428) Después de la sangrienta lucha, los españoles regresaron a Asunción, pero con intención de descansar y volver al ataque contra los carios aguas arriba del río Paraguay. Tras 14 días de tranquilidad, pero dedicados a preparar todo lo necesario, habiendo tenido que reemplazar a muchos españoles e indios amigos que no estaban en condiciones de combatir nuevamente, Domingo de Irala partió con los 400 españoles y 1.500 indios navegando hacia Juerich Sabaye, lugar donde estaban los indios tabarés, bajo el mando del cacique Tabaré: “Cuando ya estábamos cerca del destino, nos salió al encuentro el mismo cacique de los carios que nos había entregado su pueblo a traición, y trajo consigo 1.000 indios para ayudarnos contra los tabarés. Después nuestro capitán, Domingo de Irala, envió dos de estos carios para anunciar a nuestros enemigos que ya estábamos cerca y que debían volverse a su tierra, y someterse a los cristianos volviendo a servirles, como lo habían hecho antes, pero que, si ellos no querían, los arrojaría a todos de la tierra. A lo cual contestó el cacique Tabaré que dijesen al capitán de los cristianos que no querían saber nada de ellos y que, si se atreviesen a venir, nos habían de dar la muerte. También castigaron malamente a nuestros dos indios, y les dijeron que se pasasen pronto a su bando, porque, si no,  los habían de matar”.

     Los dos indios volvieron con el mensaje del rechazo de la paz por parte del cacique Tabaré, y la reacción española fue inmediata: “Marchamos contra nuestros enemigos, y llegamos a un río extraordinariamente ancho, el Xexuy, pero el agua solo nos llegaba hasta la cintura. Como teníamos que atravesarlo, los indios nos hicieron gran resistencia y mucho daño al pasar, y bien creo que, de no ser por los arcabuces, no  habría quedado vivo ninguno de nosotros. Y tanto nos favoreció Dios Todopoderoso, que logramos alcanzar la otra orilla. Entonces los enemigos huyeron a su pueblo, que estaba a media legua, y nosotros los perseguimos, llegando al pueblo al mismo tiempo que ellos y cercándolos, sin que ningún indio pudiera salir ni entrar. Llegada la noche, Dios Todopoderoso nos favoreció, de suerte que los derrotamos, tomamos el pueblo y matamos mucha gente. Pero ya antes de entrar en pelea nos había encargado nuestro capitán que no matásemos ni a mujeres ni a niños, sino que los tomásemos prisioneros, y obedecimos su encargo. Sin embargo, todos los enemigos que pudimos alcanzar, tuvieron que morir. También nuestros indios amigos, los geberus, volvieron con unas 1.000 cabezas de nuestros enemigos carios (hay que subrayar que se trataba carios que, siendo amigos de los españoles, se habían rebelado)”.

     La derrota tuvo que ser tremebunda, ya que los indios se rindieron sin condiciones: “Después de que todo sucediera, llegaron  los carios que se habían salvado junto con su jefe principal, Tabaré, y otros caciques, y pidieron perdón a nuestro capitán, con la única condición de que se les devolviese sus mujeres e hijos, porque de esa manera volverían a ser los buenos amigos de antes y nos servirían con toda humildad. Así, pues, nuestro capitán les prometió perdón y decidió favorecerlos. Luego se hicieron buenos amigos, hasta que yo partí de aquella tierra. Año y medio duró esta guerra con los carios (de 1545 a 1547), así que durante este tiempo no hubo paz y nosotros  no podíamos estar seguros”.

 

     (Imagen) Entramos de momento en una parte algo monótona de esta historia, pero veremos incidentes llamativos, y pronto aumentará la intensidad del relato. El Gobernador Domingo Martínez de Irala, después de su rotundo y duro triunfo sobre los indios carios, quienes tras la derrota volvieron a ser amigos de los españoles, partirá de conquista en dirección norte, y llegará  hasta la frontera con Perú. No va a ser, como en Chile, una lucha continua contra los mismos enemigos, sino un avance teniendo contactos con tribus distintas. Veremos a Ulrico como hombre religioso, y, al mismo tiempo, carente de escrúpulos. Tras regresar a Asunción, los españoles permanecieron en la ciudad dos largos años. Después Domingo de Irala decidió partir en busca de territorios donde encontrar oro y plata, con gran contento por parte de sus hombres y de los carios amigos. Llegados a San Fernando, decidió continuar por tierra. Varios navíos volvieron a Asunción, y, en este lugar dejó dos bergantines bajo el mando de Pedro Díaz. Habiendo estado unos 16 días de marcha, encontraron la tribu de los embayaes, y Ulrico comenta: “Son gente guerrera que tiene sometidos a otros indios. Las mujeres son lindas y no se tapan las vergüenzas. Salieron a nuestro encuentro, y le dijeron al capitán que debíamos reposar esa noche allí, y que ellos nos traerían todo cuanto nos faltaba. Pero esto lo hacían con mala intención, y, para confiarnos más, enseguida le mandaron a Diego de Irala 4 coronas de plata que se ponen ellos en la cabeza. Además, le mandaron a nuestro capitán 3 lindas doncellas, o mujeres  que no eran viejas. Durante el tiempo que descansamos en este pueblo, distribuimos nosotros la guardia, para que así estuviese la gente preparada contra los enemigos, y enseguida nos acostamos a dormir en paz. Más tarde, como a la media noche, sucedió que se le perdieron a nuestro capitán sus 3 doncellas, quizá porque no pudo satisfacer a las 3, ya que era un hombre de unos 60 años. Si nos las hubiese entregado a nosotros, los soldados, tal vez no hubiesen desaparecido. Debido a esto, se armó gran alboroto en el campamento, y, en cuanto amaneció, nuestro capitán hizo tocar generala y mandó que cada cual permaneciese en su puesto con sus armas. Luego ocurrió que los embayaes, en número de 20.000 hombres, pretendieron sorprendernos, mas no nos sacaron gran ventaja, pues en esta escaramuza quedaron unos 1.000 muertos. Enseguida huyeron ellos de allí y nosotros los perseguimos hasta  su pueblo, pero no encontramos indios allí, ni sus mujeres ni sus hijos”. Después veremos que los españoles fueron tras ellos durante 3 días e hicieron una terrible escabechina en otros embayaes. En la imagen vemos la elegante firma de Domingo de Irala.




martes, 13 de septiembre de 2022

(1827) Ulrico reconoce que, tras ser apresado Cabeza de Vaca, la convivencia entre los españoles fue un infierno. Hasta los carios, indios amigos, se rebelaron. Juan Muñoz (amigo del encarcelado) le envió al Rey una carta desgarradora.

 

     (1427) Ulrico  no nos había dicho que la Gobernación de Río de la Plata era un caos después de haber sido destituido Álvar Núñez Cabeza de Vaca, pero ahora no le queda más remedio que contar los graves conflictos que surgieron, que dejan al descubierto las envidias y ambiciones desmedidas de varios capitanes de aquel lugar, en un principio aliados para desbancar a Cabeza de Vaca y luego traicionándose brutalmente unos a otros: “Cuando ya lo habían despachado a Álvar Núñez Cabeza de Vaca a España, nosotros mismos, los cristianos, entramos en tal discordia, que ya no podíamos estar en paz. Nos peleábamos uno con otro día y noche, de suerte que parecía como si el mismo diablo, metido entre nosotros, nos mandaba, y nadie se creía seguro con los demás. La tal guerra  entre nosotros mismos duró dos años largos por lo ocurrido con Álvar Núñez Cabeza de Vaca”. ¿A qué extremo llegaría el asunto, para que Ulrico diga después?:  “Cuando los carios, nuestros indios amigos, vieron este estado de cosas, que nosotros mismos andábamos desunidos, y cómo nos traicionábamos y dividíamos, no quedaron con muy buena idea de nosotros, sino que sacaron en conclusión que todo reino que está dividido tiene que perderse. Por esto, entre ellos convinieron matarnos a los cristianos o arrojarnos de la tierra. Mas Dios, el Todopoderoso, ¡loado sea siempre y eternamente!, no consintió que estos carios se saliesen con la suya. Cuando comprendimos la situación, hicimos las paces entre nosotros, y  también una alianza con otras dos tribus, los yapirúes y los guatatas. Este ejército se nos juntó en número de unos 1.000 hombres de pelea, y con esto nos alegramos mucho”.

     La batalla contra los carios va a ser muy complicada, y recogeré su parte final: “Delante del pueblo llamado Karayeba, en el que se habían refugiado estos indios, estuvimos acampados 4 días, sin poderles sacar ventaja alguna, pero luego, por traición, que nunca falta en el mundo, vino un indio durante la noche a nuestro campamento, para ver a nuestro capitán, Martínez de Irala. Era el cacique principal de los carios y a él le obedecían. Pidió que no le quemásemos ni destruyésemos su pueblo, y dijo que él nos mostraría de qué manera tomarlo, por lo que nuestro capitán le prometió que no permitiría que le hiciesen mal. Después de lo cual este cacique nos mostró un camino apartado por el que deberíamos nosotros llegar al pueblo, y dijo que él encendería fuego en el pueblo cuando llegase el momento de meternos en él. Todo sucedió tal cual se había arreglado y mucha gente pereció a manos nuestras. Los que se dieron a la fuga cayeron en manos de sus enemigos los yapirúes, que mataron a la mayoría. Los que lograron salvarse, huyeron al territorio de un cacique que se llamaba Tabaré, que estaba a 140 leguas de este pueblo de Karayeba. No pudimos perseguirlos hasta allá porque todo  el camino estaba talado y obstaculizado, para que no pudiésemos hallar comida. No obstante, nos quedamos 14 días en Karayeba, mientras sanaban y descansaban los que estaban heridos”. Resulta extraño que la batalla fuera tan sangrienta y tan desastrosa para los carios después de haberle prometido Domingo Martínez de Irala, al cacique que los ayudó tan eficazmente, que ‘no permitiría que les hiciesen ningún mal’. La única explicación sería que Irala se limitara a no dañar el poblado, pero más lógico parece que se aprovechó del ingenuo cacique y llevó a cabo una masacre.

 

    (Imagen) Ulrico es implacable con Álvar Núñez Cabeza de Vaca. Vamos a nivelar su criterio con lo que le escribió al Rey, de forma impresionante, JUAN MUÑOZ, un testigo de los hechos absolutamente ‘fan’ de Cabeza de Vaca. (El texto ya lo publiqué el 28 de agosto del año pasado). Lo resumo: "Con el debido acatamiento que debo a mi Rey, yo, Juan Muñoz, natural de la ciudad de Plasencia, conquistador en esta provincia de Río de la Plata, haré relación verdadera de las cosas sucedidas después de la prisión del gobernador Cabeza de Vaca, con el cual yo vine de España. Me pareció mal lo de su prisión, por haberle tenido siempre como Gobernador en esta tierra, y también por ver que lo prendieron los oficiales de Vuestra Majestad y el capitán Domingo de Irala no por servicio de Vuestra Majestad, sino por sus pasiones e intereses. Y así se comprobó luego por los malos tratamientos que hicieron a los indios, tirando sus casas, robándoles, tomándoles sus mujeres paridas y preñadas, y quitándoles las criaturas de sus pechos,  y todas las cosas que los míseros indios tenían para pasar su vida. Y sucedió que, viendo los conquistadores que ellos gozaban así de la tierra, cayeron en la vileza de ir robando y destruyendo como los oficiales de Vuestra Majestad y el capitán Domingo de Irala hacían, con tanta crueldad, que, el día en que se marchaban, había tantos llantos de los maridos por sus mujeres y de las mujeres por sus maridos, que parecían romper el cielo pidiendo a Dios misericordia y a Vuestra Majestad justicia. Y esto ha durado desde el día de la prisión del gobernador Cabeza de Vaca hasta el día de la fecha de hoy, pues traen manadas de estas mujeres para sus servicios como quien va a una feria y trae una manada de ovejas, lo cual ha sido causa de poblar los cementerios de esta ciudad". Luego se queja de que ha sido nombrado gobernador Domingo de Irala, y, de inmediato, "ha tomado para sí y para cuatro yernos que tiene, y ha dado a los cuatro oficiales de Vuestra Majestad lo más y mejor de la tierra,  y el resto lo ha repartido entre sus amigos y paniaguados, así como entre franceses,  italianos  y de otras naciones porque le han ayudado a hacer estas cosas que dicho tengo. Por lo cual suplico a Vuestra Majestad que no consienta quedar así esto, pues he hecho esta relación por parecerme que hago lo que debo a vuestro servicio y al de Dios, y, si Vuestra Majestad lo viese de otra manera, mándeme cortar la cabeza, como a hombre que a su Rey no le dice la verdad". La carta está fechada el quince  de junio del año 1556, en la ciudad de Asunción, provincia de Río de la Plata. Tiene su firma al pie, y la letra coincide perfectamente con todo el texto del documento. Seguro que tuvo una biografía apasionante, pero no he podido encontrar más datos sobre su persona.