(1431) Domingo de Irala cumplió el mandato
recibido de Pedro de la Gasca, por el que le indicaba que debía quedarse a la
espera con sus hombres (hasta nueva orden) en el territorio de los indios
macaisíes: “Después nuestro capitán le envió a Perú 4 mensajeros, el capitán Ñuflo
de Chaves, Pedro de Oñate, Miguel de Rutia y Ruy García. Llegaron a Perú en mes
y medio, primero a una ciudad llamada Potosí, en seguida a otra llamada Cuzco, la
tercera, Chuquisaca (La actual Sucre boliviana), y la cuarta, su
capital, Lima, que son las ciudades
principales y más ricas de Perú.
Cuando
llegaron a Potosí, se quedaron allí
Rutia y García por causa de debilidad, tras haber enfermado durante el viaje. Los
otros dos, Chaves y Oñate, siguieron viaje hasta Lima, donde el gobernador
los recibió muy bien, les tomó declaración de cómo se habían arreglado las
cosas en Río de la Plata, mandó después que los alojasen bien, tratándolos lo mejor posible, y, además, les regaló a cada
uno 2.000 ducados. Luego le encargó a Ñuflo de Chaves que le escribiese a Diego
de Irala, para que se quedasen él y su gente con los macaisíes hasta nueva
orden, pero que no les tomasen nada, de no ser cosa de comer. Nosotros sabíamos
muy bien que había plata en aquel territorio, pero, como los indios eran
vasallos del Rey, no nos atrevíamos a perjudicarlos”.
Todo confirma que Río de la Plata era otro
mundo, mucho peor organizado y con los motines a flor de piel. Domingo de Irala
desconfiaba de las intenciones de Pedro de la Gasca, y lo primero que hizo fue
enviar un capitán para que trajese consigo a los indios amigos, los carios, que
andaban por otra parte. Tampoco era plan seguir en el territorio de los
macaisíes, porque las provisiones se iban acabando, y decidió trasladarse
adonde otros nativos, los corocotoquis: “Cuando
llegamos, todos ellos, con mujeres e hijos, habían huido de allí por miedo a
nosotros, pero mejor les hubiese estado quedarse en su pueblo. Ellos, por medio
de un mensaje, nos mandaron que despejásemos el pueblo, porque de lo contrario,
nos arrojarían de allí a la fuerza. (Ulrico no lo dice, pero, por entonces,
Domingo de Irala había sido privado del mando por otros capitanes). Nosotros, al saberlo, marchamos contra los indios, que se habían asentado al abrigo de 2 cerros,
para, en caso de apuro, poder escapar. Pero les salió mal la cuenta: alcanzamos
a muchos, de manera que, en este ataque,
apresamos a unos 1.000, sin contar los que matamos, hombres, mujeres y niños (algo
que Irala censuró duramente)”.
La medio anárquica tropa emprendió el
largo camino de vuelta hacia Asunción: “Marchamos hacia el
pueblo donde habíamos dejado los 2 navíos y estuvimos de viaje año y medio
dedicados a guerrear, y conseguimos unos 12.000 esclavos, tocándome en suerte unas
50 personas entre hombres, mujeres y niños”. Pero, al llegar a los navíos,
encontraron una anarquía mayor: “El capitán Diego de Abreu, natural
de Sevilla, por propia cuenta, y el capitán don Francisco de Mendoza, al que
nuestro capitán general, Domingo de Irala, había nombrado capitán de los 2
navíos, se habían enfrentado. Mendoza exigía que él y no otro debería mandar, mientras
que Abreu quería suplantarlo. Entonces se produjo un fuerte enfrentamiento
entre ellos, hasta que por fin Diego de Abreu quedó dueño de la situación, lo derrotó
y le cortó la cabeza a don Francisco de Mendoza”.
(Imagen) Vamos a entrar en un terrible
brote de anarquía que se produjo entre las tropas de Río de la Plata, pero,
para variar, veamos algo que ocurrió antes, y que muestra la colaboración entre
los españoles y sus indios amigos, los carios. Oigamos a Ulrico: “Llegamos al
poblado de los indios maigenos, que se pusieron a la defensiva. Estaban situados
en un cerrillo rodeado por un cerco de espinas, muy tupido, y con una altura
superior a la de un hombre. Nosotros, los cristianos, junto con nuestros indios
carios, atacamos el pueblo por los dos costados. Los maigenos, nos mataron a 12
cristianos junto con algunos de los carios nuestros, que ellos voltearon en la
escaramuza, antes de que nosotros nos hiciésemos con el pueblo. Cuando ya
vieron los maigenos que nosotros estábamos bien adentro de su pueblo, ellos
mismos lo incendiaron y, a toda prisa desaparecieron, aunque tuvieron que dejar
a algunos allí. Cuando ya todo estaba concluido, a los tres días
los carios salieron con tanto sigilo, que nosotros no nos dimos cuenta, tomaron
sus arcos y flechas, caminaron unas 3 leguas y alcanzaron a los fugitivos
maigenos. Luego las dos tribus pelearon con tal encarnizamiento, que de los
carios perecieron más de 300 hombres, y de los maigenos, sus enemigos,
innumerables personas. Eran tantos sus muertos, que ocupaban una legua entera
del camino. Entonces nuestros carios enviaron un correo a nuestro capitán,
Domingo de Irala, suplicando que fuésemos en su ayuda, pues ellos estaban
acampados en un bosque, del que no podían moverse ni para atrás ni para
adelante, y, además, les rodeaban los maigenos. Cuando nuestro
capitán supo esto, no perdió un momento e hizo reunir los caballos, 150
cristianos y 1.000 carios de los que estaban con nosotros. El resto de la gente
tenía que quedarse en el campamento para defenderlo, por si los maigenos quisieran aprovechar nuestra ausencia. Enseguida
marchamos en auxilio de los carios nuestros, y, cuando los maigenos nos vieron,
abandonaron su campamento y huyeron
aprisa de allí. Nosotros también los perseguimos, pero sin poderlos alcanzar. Así
pues, llegamos adonde se habían refugiado los carios, y vimos muchos
muertos, suyos y de los maigenos, cosa
que nos causó asombro por la gran matanza. Pero nuestros amigos carios que aún
quedaban con vida, se alegraron mucho por el hecho de que nosotros habíamos ido
para ayudarlos. Después marchamos juntos con ellos de regreso a nuestro campamento,
nos quedamos allí algo más de 4 días, y teníamos en este pueblo de los maigenos
abundancia de comida y de todo lo necesario”. En la imagen, el vasco Domingo de
Irala con indios amigos. La talla está en Asunción.
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