jueves, 1 de septiembre de 2022

(1817) Murió en combate Diego de Mendoza, hermano del Gobernador. Los españoles establecieron un fuerte donde años después se fundaría Buenos Aires, y allí sufrieron un hambre atroz y un drama espeluznante.

 

     (1417) Después don Pedro de Mendoza mandó embarcarse  y pasaron todos  al otro lado del río Paraná (con el río Uruguay, forma el estuario del Río de la Plata): “Allí levantamos una ciudad que se llamó Buenos aires (en realidad, un fuerte que duró poco; hubo que esperar hasta 1580 para que Juan de Garay fundara la verdadera ciudad). También traíamos de España, en los 14 navíos, 72 caballos y yeguas. En esta tierra dimos con un pueblo en el que estaban unos 2.000 indios querandíes con las mujeres e hijos, y nos trajeron de comer carne y pescado. No tienen habitaciones propias, sino que dan vueltas a la tierra, como los gitanos en nuestro país. Estos compartieron con nosotros sus miserias de pescado y de carne durante 14 días, y luego no volvieron. Entonces nuestro general, don Pedro de Mendoza  envió a Juan Pavón con dos de a caballo adonde los querandíes, y, cuando llegaron, fueron atacados y volvieron los tres bien escarmentados. Don Pedro de Mendoza, al saberlo, envió a Diego de Mendoza, su hermano, con 300 de a pie y 30 de a caballo. Yo iba con ellos, y las órdenes eran tomar presos o matar a todos esos indios y apoderarnos de su pueblo. Pero, cuando nos acercamos a ellos, eran ya unos 4.000 hombres, porque habían reunido a sus amigos. Al atacarlos, se defendieron con mucho brío, y nos dieron harto que hacer en aquel día. Mataron a nuestro capitán, don Diego de Mendoza, y con él a 6 hidalgos de a pie y de a caballo. De los nuestros cayeron en total unos 20, y de los de ellos unos mil, pero se batieron tan bravamente, que salimos bien escarmentados. Estos querandíes pelean con arcos y con dardos. También emplean unas bolas de piedra (las boleadoras que todavía usan los gauchos argentinos) sujetadas en un cordel largo, y son del tamaño de las balas de plomo que usamos en Alemania. Con estas bolas enredan las patas del caballo y lo hacen caer. Fue también con estas bolas como mataron a nuestro capitán y a los hidalgos, pues yo lo vi con los ojos de esta cara, y a los de a pie los derribaron con los dichos dardos”.

     A pesar de todo, la victoria  fue de los españoles: “Dios, que todo lo puede, tuvo a bien darnos el triunfo, y nos permitió tomarles el campamento, pero no pudimos apresar a uno sólo de aquellos indios, porque sus mujeres e hijos ya habían huido antes de atacarlos nosotros. Partimos de allí dejando unos 100 de los nuestros para que pescasen y con ello nos abasteciesen, porque eran aquellas aguas muy abundantes de pescado; la ración de cada uno era de 6 onzas de harina de trigo por día y al tercero un pescado. Cuando llegamos a nuestro campamento, nos dedicamos a trabajar, y se levantó allí una población con un muro de tierra  y dentro de ella una casa fuerte para nuestro general. Pero la parte de muro que un día se levantaba se nos venía abajo al otro. Llegó un momento en el que la gente ya no tenía qué comer y la miseria era grande, hasta el punto de que ya ni los caballos servían, pues no podían prestar servicio alguno. Fue tanta la necesidad y la miseria, debido a la hambruna, que no quedaron ratas, ni ratones, ni culebras, ni sabandija alguna que nos remediase en nuestra gran necesidad, y hasta  nos comimos todos los zapatos y cueros. Aconteció que tres españoles robaron un rocín y se lo comieron sin ser oídos, pero, cuando se pudo saber, los mandaron prender y les hicieron declarar con tormento. Confesaron el delito, los condenaron a morir en la horca, y los colgaron a los tres. Esa misma noche, otros españoles se acercaron a los tres ahorcados en las horcas y les cortaron los muslos y más pedazos de carne y cargaron con ello a sus casas para satisfacer el hambre. También hubo un español que comió parte del cuerpo de un hermano suyo que había muerto”.

 

     (Imagen) Ulrico va narrando rápidamente, aunque con frecuencia se muestra detallista. Y más concentrado aún es el antiguo grabado de la imagen, que recoge en una sola escena lo que ha contado el cronista. Los españoles que estaban en Buenos Aires llevaban un largo tiempo ‘muertos de hambre’. En la parte alta de la imagen se ve a tres españoles que han robado un caballo. Dentro del fuerte, se les ve matándolo. Y se lo comieron. En el exterior, a la derecha, aparecen ahorcados por apropiarse de lo que era de todos. Por la puerta del fuerte salen dos hombres para ir a la horca y juntarse con tres que ya han cortado las piernas de los ejecutados para coméselas. El cronista dice que otro español se comió a su hermano muerto, pero no hace mención a que estos últimos fueran castigados, y quizá se debiera a que, ascos aparte, las autoridades consideraran que la antropofagia fue un caso de extrema necesidad. También se ve el Río de la Plata bañando el fuerte,  varias lanchas en la ribera, y dos militares que ven en ellas una posible salvación. Lo cual enlaza con lo que Ulrico nos sigue contando: “Nuestro capitán general, don Pedro de Mendoza, vio que no podía mantener por más tiempo a la gente, y ordenó, de acuerdo con sus capitanes, que se preparasen cuatro pequeñas embarcaciones en las que entraban hasta 40 hombres, y también otras tres menores. Cuando ya estuvieron listas, le mandó al capitán Jorge Luján  que fuera en ellas con 350 a buscar indios. Pero estos, al vernos llegar, nos dejaron muy frustrados porque quemaron su campamento con todo lo que había para comer, y nos fue necesario seguir adelante sin más alimento que tres onzas de pan al día. Se nos murió de hambre la mitad de la gente en este viaje, y el resto tuvimos que volver al fuerte en el que estaba don Pedro de Mendoza. Después de esto, seguimos un mes todos juntos pasando grandes necesidades en Buenos Aires hasta que se pudieron reparar nuestros navíos. Por este tiempo, nos atacaron allí juntos unos 23.000 indios de cuatro tribus distintas, carendíes, guaranís, charrúas y chanás. Pero Dios Todopoderoso, nos favoreció con bajas moderadas. Tributémosle a Él alabanzas por los siglos de los siglos, ya que de los nuestros sólo cayeron unos 30, entre soldados, capitanes y  un alférez (acostumbrados a las tragedias, a Ulrico le parece poca pérdida). Y conseguimos la victoria a pesar de que, cuando llegaron los indios hasta Buenos Aires, arrasaron nuestra casas tirando flechas encendidas, porque los techos eran de paja. También nos  destruyeron cuatro navíos, que estaban cerca, pero los españoles siguieron disparándoles desde otros tres con tanta intensidad, que los indios huyeron precipitadamente, quedando los cristianos muy alegres. Fue el día de San Juan del año 1536.




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