(1417) Después don Pedro de Mendoza mandó embarcarse y pasaron todos al otro lado del río Paraná (con el río Uruguay, forma el estuario del Río de la Plata): “Allí levantamos una ciudad que se llamó Buenos aires (en realidad, un fuerte que duró poco; hubo que esperar hasta 1580 para que Juan de Garay fundara la verdadera ciudad). También traíamos de España, en los 14 navíos, 72 caballos y yeguas. En esta tierra dimos con un pueblo en el que estaban unos 2.000 indios querandíes con las mujeres e hijos, y nos trajeron de comer carne y pescado. No tienen habitaciones propias, sino que dan vueltas a la tierra, como los gitanos en nuestro país. Estos compartieron con nosotros sus miserias de pescado y de carne durante 14 días, y luego no volvieron. Entonces nuestro general, don Pedro de Mendoza envió a Juan Pavón con dos de a caballo adonde los querandíes, y, cuando llegaron, fueron atacados y volvieron los tres bien escarmentados. Don Pedro de Mendoza, al saberlo, envió a Diego de Mendoza, su hermano, con 300 de a pie y 30 de a caballo. Yo iba con ellos, y las órdenes eran tomar presos o matar a todos esos indios y apoderarnos de su pueblo. Pero, cuando nos acercamos a ellos, eran ya unos 4.000 hombres, porque habían reunido a sus amigos. Al atacarlos, se defendieron con mucho brío, y nos dieron harto que hacer en aquel día. Mataron a nuestro capitán, don Diego de Mendoza, y con él a 6 hidalgos de a pie y de a caballo. De los nuestros cayeron en total unos 20, y de los de ellos unos mil, pero se batieron tan bravamente, que salimos bien escarmentados. Estos querandíes pelean con arcos y con dardos. También emplean unas bolas de piedra (las boleadoras que todavía usan los gauchos argentinos) sujetadas en un cordel largo, y son del tamaño de las balas de plomo que usamos en Alemania. Con estas bolas enredan las patas del caballo y lo hacen caer. Fue también con estas bolas como mataron a nuestro capitán y a los hidalgos, pues yo lo vi con los ojos de esta cara, y a los de a pie los derribaron con los dichos dardos”.
A pesar de todo, la victoria fue de los españoles: “Dios,
que todo lo puede, tuvo a bien darnos el triunfo, y nos permitió tomarles el campamento,
pero no pudimos apresar a uno sólo de aquellos indios, porque sus mujeres e
hijos ya habían huido antes de atacarlos nosotros. Partimos de allí dejando
unos 100 de los nuestros para que pescasen y con ello nos abasteciesen, porque
eran aquellas aguas muy abundantes de pescado; la ración de cada uno era de 6
onzas de harina de trigo por día y al tercero un pescado. Cuando llegamos a
nuestro campamento, nos dedicamos a trabajar, y se levantó allí una población con
un muro de tierra y dentro de ella una
casa fuerte para nuestro general. Pero la parte de muro que un
día se levantaba se nos venía abajo al otro. Llegó un momento en el que la
gente ya no tenía qué comer y la miseria era grande, hasta el punto de que ya
ni los caballos servían, pues no podían prestar servicio alguno. Fue tanta la
necesidad y la miseria, debido a la hambruna, que no quedaron ratas, ni
ratones, ni culebras, ni sabandija alguna que nos remediase en nuestra gran
necesidad, y hasta nos comimos todos los
zapatos y cueros. Aconteció que tres españoles robaron un rocín
y se lo comieron sin ser oídos, pero, cuando se pudo saber, los mandaron
prender y les hicieron declarar con tormento. Confesaron el delito, los
condenaron a morir en la horca, y los colgaron a los tres. Esa misma noche,
otros españoles se acercaron a los tres ahorcados en las horcas y les cortaron
los muslos y más pedazos de carne y cargaron con ello a sus casas para
satisfacer el hambre. También hubo un español que comió parte del cuerpo de un
hermano suyo que había muerto”.
(Imagen) Ulrico va narrando rápidamente, aunque
con frecuencia se muestra detallista. Y más concentrado aún es el antiguo
grabado de la imagen, que recoge en una sola escena lo que ha contado el
cronista. Los españoles que estaban en Buenos Aires llevaban un largo tiempo
‘muertos de hambre’. En la parte alta de la imagen se ve a tres españoles que
han robado un caballo. Dentro del fuerte, se les ve matándolo. Y se lo
comieron. En el exterior, a la derecha, aparecen ahorcados por apropiarse de lo
que era de todos. Por la puerta del fuerte salen dos hombres para ir a la horca
y juntarse con tres que ya han cortado las piernas de los ejecutados para
coméselas. El cronista dice que otro español se comió a su hermano muerto, pero
no hace mención a que estos últimos fueran castigados, y quizá se debiera a
que, ascos aparte, las autoridades consideraran que la antropofagia fue un caso
de extrema necesidad. También se ve el Río de la Plata bañando el fuerte, varias lanchas en la ribera, y dos militares
que ven en ellas una posible salvación. Lo cual enlaza con lo que Ulrico nos
sigue contando: “Nuestro capitán general, don Pedro de Mendoza, vio
que no podía mantener por más tiempo a la gente, y ordenó, de acuerdo con sus
capitanes, que se preparasen cuatro pequeñas embarcaciones en las que entraban
hasta 40 hombres, y también otras tres menores. Cuando ya estuvieron listas, le
mandó al capitán Jorge Luján que fuera en
ellas con 350 a buscar indios. Pero estos, al vernos llegar, nos dejaron muy
frustrados porque quemaron su campamento con todo lo que había para comer, y nos
fue necesario seguir adelante sin más alimento que tres onzas de pan al día. Se
nos murió de hambre la mitad de la gente en este viaje, y el resto tuvimos que
volver al fuerte en el que estaba don Pedro de Mendoza. Después de esto, seguimos un mes todos juntos
pasando grandes necesidades en Buenos Aires hasta que se pudieron reparar nuestros
navíos. Por este tiempo, nos atacaron allí juntos unos 23.000 indios de cuatro
tribus distintas, carendíes, guaranís, charrúas y chanás. Pero Dios Todopoderoso,
nos favoreció con bajas moderadas. Tributémosle a Él alabanzas por los siglos
de los siglos, ya que de los nuestros sólo cayeron unos 30, entre soldados,
capitanes y un alférez (acostumbrados
a las tragedias, a Ulrico le parece poca pérdida). Y conseguimos la victoria
a pesar de que, cuando llegaron los indios hasta Buenos Aires,
arrasaron nuestra casas tirando flechas encendidas, porque los techos eran de
paja. También nos destruyeron cuatro
navíos, que estaban cerca, pero los españoles siguieron disparándoles desde
otros tres con tanta intensidad, que los indios huyeron precipitadamente,
quedando los cristianos muy alegres. Fue el día de San Juan del año 1536.
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