sábado, 31 de marzo de 2018

(Día 656) Antes de que le dieran a Juan Pizarro la pedrada que iba a resultar mortal, demostró una valentía extraordinaria, e incluso siguió luchando después de recibirla. Los españoles toman, por fin, la fortaleza. Algunos indios se suicidan. La lucha feroz del orejón Cahuide lo convierte en un héroe nacional peruano.


     (246) Lo que sigue pone de relieve el temple decidido y heroico de Juan Pizarro: “Entrando los que iban a pie, empezaron a desbaratar muy despacio la primera puerta, que estaba tapada con una albarrada de piedra seca, y ya deshecha, subieron un callejón adelante; llegados a otra albarrada de otra puerta, fueron sentidos de los indios,  y empezaron a echar tanta piedra, que cuajaba el suelo, lo que fue causa de que los españoles se entibiaran y no pasaran adelante. Estando así, un español dio voces diciendo a Juan Pizarro que los españoles se entibiaban y se retraían. Juan Pizarro, tomando una adarga en el brazo, se arrojó dentro, mandándonos a los de a caballo que fuésemos en su seguimiento, y así lo hicimos. Con la llegada de Juan Pizarro y los que con él íbamos a caballo, se ganó la otra barrera y la puerta, y entramos hasta un patio de la fortaleza. Desde un terrado grande que había a un lado del patio, nos daban tantas pedradas y flechazos que no nos podíamos valer, y por esta causa Juan Pizarro aguijó con algunos que se habían apeado hacia el terrado, que era bajo, para hacer subir a algunos españoles en él y que echasen a los indios. Estando batallando con ellos para subir, Juan Pizarro se descuidó de cubrirse la cabeza con la adarga, y con las muchas piedras que tiraban, le acertaron en la cabeza con una que le quebró  los cascos, y quince días después murió de esta pedrada; pero así herido, estuvo forcejeando con los indios hasta que los españoles ganaron este terrado. Una vez ganado, le bajaron al Cuzco por un camino áspero que llega a una puerta falsa de la fortaleza que da junto a las casas donde Hernando Pizarro vivía, porque los indios de guerra que estaban en este camino corto y agro lo abandonaron después de que los españoles entraron en el patio de la fortaleza. Por allí se le bajó a Juan Pizarro a su posada, que era la misma de su hermano Hernando Pizarro”.
     Tuvo que ser un golpe durísimo para Hernando la muerte de Juan porque, además de ser su hermano, había demostrado grandes virtudes como  capitán y se iba a notar mucho su ausencia en aquellas batallas al límite de lo soportable. Pero no era el momento de las lamentaciones, sino el de expulsar definitivamente a los indios de su estratégico emplazamiento: “Viendo Hernando Pizarro el desastre de su hermano y lo que faltaba para la toma de la fortaleza, subió a ella dejando a Gabriel de Rojas en el Cuzco. Llegado, pues, Hernando Pizarro cuando amanecía, estuvimos peleando con los indios, que estaban recogidos en los dos cubos altos, y no se les podía ganar si no era por la sed; así estuvimos tres días hasta que la sed los fatigó, y empezaron a desmayar y despeñarse de las paredes más altas, unos por huir y otros por matarse, y otros se rendían. De esta manera se ganó el primer cubo”.
     Todos sabían que la toma definitiva de la fortaleza era su única posibilidad de salvación. No les llegaba ayuda desde ningún sitio, y hasta daban por aniquilada la expedición de Almagro y suponían que, si no recibían noticias de Pizarro, sería porque la rebelión general de Manco Inca había acabado con ellos. Es difícil imaginar una situación más desesperada. Pero solo pensaron en sobrevivir, y arremetieron contra el segundo cubo de la fortaleza.
    
     (Imagen) Ocurrió algo curioso en la toma del segundo cubo de la fortaleza. Nos lo cuenta el cronista Pedro Pizarro: “Llegados al otro cubo, tenían los indios por capitán a un orejón tan valeroso, que ciertamente era digno de los romanos. Llevaba armas que había tomado de los españoles que habían matado en los caminos. Andaba, pues, este orejón, que se llamaba Titu Cusi Gualpa,  en lo alto del cubo, estorbando a los españoles que querían subir con escalas, y matando a los indios que se rendían, que mató más de treinta, dándoles en las cabezas con la porra que traía, y se las hacía pedazos. Si subía algún español, aguijaba a él como un león. Visto esto, Hernando Pizarro mandó a unos españoles que pusieran varias escalas para subir por él, que era ya el único que peleaba, y que lo tomasen vivo. Subiendo a una los españoles por distintas escalas, ganaron el cubo, pues los indios de guerra se habían rendido porque Hernando Pizarro les había prometido no matar a los que lo hiciesen. Al ver este orejón que le habían ganado el fuerte, arrojando las armas, se tapó la cabeza y el rostro con la manta que ellos traen por capa y se arrojó del cubo abajo, y así se hizo pedazos. A Hernando Pizarro le pesó mucho no haberlo tomado vivo”. Este valeroso personaje de la nobleza inca se  ha convertido en un héroe nacional de los peruanos. Se le nombra de varias maneras, pero es conocido sobre todo como CAHUIDE. La imagen nos muestra una moneda peruana en la que figura a porrazo limpio sobre el cubo de la fortaleza.



viernes, 30 de marzo de 2018

(Día 655) Inca Garcilaso habla del enterramiento de Juan Pizarro en el Cuzco. La versión de cómo murió es algo diferente en Pedro Pizarro. Los indios también atacaron a Hernando Pizarro en el Cuzco, pero sin éxito.


     (245) Inca Garcilaso, de su propia cosecha, añade el dato anecdótico (que se agradece) sobre el triste final de Juan Pizarro: “Así acabó este buen caballero, con gran lástima que hizo entonces su muerte; y desde entonces la ha hecho su fama de que un hombre tan generoso, tan valiente, tan afable, tan amado por todas las virtudes que en un caballero se podían desear, muriese tan desgraciadamente. Su cuerpo quedó enterrado en la capilla mayor de la catedral de aquella ciudad, con una gran losa de piedra azul, que yo vi, sobre la sepultura, sin letra alguna, siendo así que habría que ponérsela como merecía; quizá se debiera a la falta de escultores, pues entonces, y muchos años después, no se usaron en mi tierra sino lanzas, espadas y arcabuces (crítica a las guerras civiles). A tanta costa y con tanta pérdida como la que se ha dicho, ganaron los españoles la fortaleza el Cuzco y echaron a los indios de ella. Los historiadores le dan más importancia a este hecho que a todos los demás que ocurrieron en aquel cerco”.
     Veamos cómo lo cuenta Pedro Pizarro, que tiene la ventaja de haber protagonizado aquella historia. Le habíamos dejado en el momento en que Juan Pizarro recibió la primera herida, y ahora nos habla de lo que ocurrió después: “Partimos todos los de a caballo para tomar la fortaleza llevando a Juan Pizarro por caudillo. Subimos por un camino bien estrecho en el que los indios habían hecho muchos hoyos, y desde una ladera nos hacían mucho daño. Aquí pasamos mucho trabajo porque íbamos parando y aguardando a que tapasen los hoyos y adobasen lo desbaratado del camino los pocos indios amigos que llevábamos, que no llegaban a cien. Llegamos a un poco de llano que había en lo alto  y fuimos a la parte donde la fortaleza tiene la puerta principal, y en estas quebradas tuvimos enfrentamientos con los indios, que casi prendieron a dos españoles que cayeron de los caballos”.
     Mientras, en el Cuzco también atacaban los indios: “Hernando Pizarro estaba en el Cuzco, pero los indios entraron por las calles creyendo que abandonábamos el pueblo, y al ver que Hernando Pizarro y los de a pie estaban junto a la puerta de su casa, se quedaron atónitos hasta que nos vieron asomar por un lado de la fortaleza, y así vieron lo que pasaba, y si Dios Nuestro Señor no los cegara, habrían comprendido que podían matar a Hernando Pizarro y a los que con él estaban antes de que nosotros volviéramos a socorrerlos”.
      De lo que nos ha dicho Inca Garcilaso se deduce que Pizarro recibió la pedrada cuando ya se habían retirado del cuerpo a cuerpo con los indios y él se quitó la celada de la cabeza. Pedro Pizarro, que lo vio, lo cuenta de otra manera: “A media noche, Juan Pizarro mandó a su hermano Gonzalo Pizarro y demás capitanes que entrasen en la fortaleza con la mitad de la gente de a caballo que mandó apear, y los demás estuviesen a caballo para ir a sus espaldas y socorrerlos, y él se quedó con los de a caballo a causa de que no se podía poner armadura en la cabeza por estar entrapajado por la herida que el día anterior le habían dado en la quijada”.

     (Imagen) Vimos ayer que Inca Garcilaso de la Vega, al hablar de las anécdotas del cerco del Cuzco que, cuando él tenía solo trece años, le contó Francisco Rodríguez de Villafuerte, afirmó que era uno de los “trece de la fama”. De hecho, como ya sabemos, no aparecía en la lista de los premiados por el rey, y hay historiadores que lo niegan. Pero en otros documentos se asegura que fueron más de trece, y he podido comprobar que Inca Garcilaso se basaba en datos fiables. Hay en PARES un voluminoso legajo, del año 1579,  que contiene una petición de mercedes al rey. La presenta un hijo de Villafuerte, y al hablar de su padre, cuenta como mérito suyo que, cuando estaba en la isla Gorgona, vio que muchos, por estar hartos de sufrir, querían volverse a Panamá, y se lo comunicó a Pizarro; quien de inmediato reunió a sus hombres, dijo que podían marcharse los que quisieran, y marcó una raya para que la atravesaran los demás, siendo Villafuerte el primero que lo hizo. El  documento de la imagen es parte de un escrito de Felipe II (del mismo legajo) en el que el rey hace referencia a lo que pide el hijo de Villafuerte. Transcribo, como curiosidad, el encabezamiento porque era el habitual: “Don Felipe, por la gracia de Dios Rey de Castilla, de León, de Aragón (da por supuesto que incluye Cataluña), de las Dos Sicilias, de Jerusalén (era un título honorífico, que hoy pertenece a Felipe VI), de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorca, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdoba, de Córcega, de Murcia, de Jaén, de los Algarves, de Algeciras, de Gibraltar, de las Islas de Canarias,  de las Indias, Islas y Tierra Firme del Mar Océano, Conde de Flandes y del Tirol”.



jueves, 29 de marzo de 2018

(Día 654) Inca Garcilaso de la Vega recuerda que Francisco Rodríguez de Villafuerte (uno de los ’13 de la fama’) le contó, como testigo presencial, muchos detalles del cerco que soportaron en el Cuzco. El cronista relata la trágica muerte de Juan Pizarro.


     (244) Inca Garcilaso dice que el símil es suyo, pero que hubo alguien, un mítico personaje de la aventura de Perú testigo de los hechos, que lo expresó mejor, y nos cuenta que se lo oyó decir cuando era él era muy joven. Siendo un niño que vivió rodeado de tipos tan novelescos (como su propio padre), tuvo que saborear miles de anécdotas apasionantes: “Francisco Rodríguez de Villafuerte, uno de los trece que se quedaron con don Francisco Pizarro cuando los demás compañeros lo desampararon, iba por el camino de Arequipa con otros muchos caballeros acompañando a ciertas personas nobles que se venían a España. Yo iba con ellos, aunque muchacho, pues fue a final del año mil quinientos cincuenta y dos (tenía trece años). El Francisco de Villafuerte fue dando cuenta por el camino de los sucesos de aquel cerco, y con el dedo señalaba los lugares donde habían pasado tales hazañas, y nombraba a los que las habían hecho, y decía, ‘aquí hizo fulano esta valentía y allá zutano esta otra’, y todas eran de gran admiración, y lo contó de pie sobre el mismo puesto donde sucedió, y habiendo contado gran número de ellas, dijo, ‘no hay que asombrarse de estas cosas  aunque sean tan grandes, porque Dios nos ayudaba milagrosamente; y uno de los milagros que veíamos era que nuestros caballos andaban y corrían tan ligeros y con tanta facilidad por aquellas sierras como va ahora por ellas aquella banda de palomas’. Yo me alegraría de no haber olvidado cosas de lo que aquel día le oí, para escribir ahora muchas hojas de las hazañas que los españoles hicieron en aquel cerco; pero baste decir que ciento setenta hombres resistieron a doscientos mil indios de guerra (casi siempre las cifras de las crónicas son exageradas) sufriendo el hambre, el sueño, el cansancio, las heridas sin cirujano ni medicinas y los demás trabajos e incomodidades que en los cercos se pasan. Todo lo cual lo dejo a la imaginación del que leyere esta historia, pues es imposible escribir por entero los trabajos tan grandes que pasaron. Y los sufrieron y vencieron porque Dios los había escogido para que predicaran su Evangelio en aquel imperio”. A pesar de su mestizaje, Inca Garcilaso se siente feliz por ser cristiano y tiene una fe inquebrantable en la providencia divina.
     Toca ahora ver el episodio de la toma de la fortaleza, en cuya batalla morirá Juan Pizarro. Veamos primero cómo lo cuenta Inca Garcilaso, copiando a Agustín de Zárate: “Habiendo hecho retroceder a los indios, decidieron los españoles acometer la fortaleza porque allí estaba la mayoría de los enemigos, y si no les ganaban aquel lugar, les parecía no haber hecho nada. Con este acuerdo subieron hacia ella y no pudieron someter a los indios durante seis días. Una noche de aquellas, tras haber peleado durante todo el día, se retiraron a sus puestos, donde Juan Pizarro, que de días atrás andaba herido y sufría mal la celada que traía, se la quitó antes de tiempo, y nada más quitada, llegó una piedra tirada  con honda y le dio una mala herida en la cabeza, de la que murió tres días después. La cual muerte fue gran pérdida en aquella tierra porque era muy valiente y experimentado en la guerra contra los indios, y muy querido de todos sus compañeros”.

     (Imagen) Nunca sabremos cuál habría sido la trayectoria de JUAN PIZARRO ALONSO (hermano de Francisco Pizarro) si hubiera sobrevivido a la tremenda pedrada que le dieron los indios. Se perdió, en plena juventud, un gran hombre con capacidad de mando y extraordinaria valentía. Pagó, además, el precio de quedar  oscurecido por el olvido. Nadie ha escrito su biografía, y en los archivos apenas aparece documentación sobre él. Murió como un valiente y a consecuencia de un acto de generosidad, tratando de ayudar al herido Pedro del Barco en la angustiosa pelea por la fortaleza de Sacsahuamán. Lo más probable es que, de no haber  muerto, habría acabado tan trágicamente como su hermano Gonzalo, triturado por las guerras civiles. Ejecutado este, una hija suya y otra de Juan, ambas mestizas, fueron enviadas a España por el virrey Pedro de la Gasca para que vivieran más protegidas en su entorno familiar de Trujillo. Juan Pizarro dejó un testamento que algunos eruditos mencionan y en el que estableció un mayorazgo. Ese es su último rastro, porque alguien pleiteó por él ¡142 años después! Con el tiempo, se fue perdiendo la línea directa de la sucesión de todos los hermanos Pizarro. Pero todavía había una heredera que resistía en 1678: BEATRIZ JACINTA PIZARRO. Siendo ya una anciana, reclamó, entre otros, los mayorazgos de Francisco Pizarro y de Juan Pizarro. Tenía buenos argumentos para hacerlo: su padre fue Francisco Pizarro Pizarro, hijo de Hernando Pizarro y Francisca Pizarro Yupanqui, la hija mestiza del gran Francisco Pizarro. Es una lástima que solo se conserven tan raquíticos recuerdos del excepcional JUAN PIZARRO ALONSO.



miércoles, 28 de marzo de 2018

(Día 653) Situación desesperada para los españoles, pero hacen huir a los indios. Surgió el rumor de que había aparecido el apóstol Santiago. Se atreven a salir del Cuzco contra los indios y consiguen que retrocedan. Hasta los caballos iban ‘milagrosamente’ por las rocas.


    (243) La situación no podía ser más terrible y dura: dan por hecho que van a morir, pero están decididos a luchar con el máximo esfuerzo y ‘entusiasmo’ para que los enemigos lo paguen al precio más alto. Y entonces ocurrirá ese segundo ‘milagro’ que nos anunció Inca Garcilaso: “Amaneció el día siguiente y salieron los indios con gran ferocidad, avergonzados de que tan pocos españoles se hubiesen defendido tantos días de tanta multitud, pues para cada español había mil indios. Con la misma ferocidad salieron los españoles para  morir como españoles, sin mostrar flaqueza. Al cabo de cinco horas  de pelea, sintiéndose cansados, esperaban la muerte. Los indios, por el contrario, estaban más fuertes cada hora viendo que los caballos flaqueaban. El príncipe Manco Inca miraba la batalla desde un alto y esforzaba a los suyos, con gran confianza de verse aquel día señor de su imperio. Entonces, y en tal necesidad, fue Nuestro Señor servido de favorecer a sus fieles con la presencia del bienaventurado Apóstol Santiago, patrón de España, que apareció delante de los españoles, viéndolo ellos y los indios  encima de un hermoso caballo blanco. Los indios se espantaron, y dondequiera que el santo acometía, huían los infieles. Con lo cual los españoles se esforzaron y pelearon de nuevo, y mataron innumerables enemigos, y los indios se acobardaron de tal manera que huyeron de la pelea”. Dice además Inca Garcilaso que la escena se repitió mucha veces y añade: “Mas no por eso dejaron los indios de porfiar en su intención, pues mantuvieron el cerco más de ocho meses”.
     No es la primera vez que se habló en las Indias de la aparición del apóstol Santiago echando una mano a los españoles en situaciones desesperadas. Hay un comentario bastante cómico del impagable Bernal Díaz del Castillo al criticar al famoso cronista López de Gómara por dar como creíble otra escena similar ocurrida en la conquista de México. Bernal dice: “Pudiera ser que lo que dice el Gómara fueran los gloriosos apóstoles señor Santiago o señor San Pedro, e yo, como pecador, no fuese digno de verles; lo que yo entonces vi y conocí fue a Francisco Morla en un caballo castaño, que venía juntamente con Cortés, que me parece que ahora que lo estoy escribiendo se me presenta por estos ojos pecadores toda aquella guerra”. A Gómara, quien además de cronista oficial del rey era sacerdote, quizá le tentara dar verosimilitud a estas historias que resultaban edificantes. Lo mismo pudo ocurrir con Inca Garcilaso (fue soldado en España, pero luego se hizo clérigo). Por otra parte, no se entiende que, con apóstol incluido, durara el asedio ocho meses, que eso sí que fue una terrible realidad.
      Pero los españoles se aferraron al convencimiento de que Dios les estaba ayudando: “Viéndose cada día más favorecidos de la divina mano y a los indios por horas más acobardados, quisieron salir del cerco. Y para que viesen que no les tenían temor, los acometieron obligándoles a retirarse hasta donde quisieron, sin que se defendieran. Así los alejaron de todo el sitio de la ciudad y de sus campos, y solo pararon en unos riscos y peñascos donde los caballos no pudiesen dominarlos. Mas tampoco podían los indios valerse en ellos porque los caballos andaban por los riscos tan fácilmente como las cabras”.

     (Imagen) Si hay una profesión que exige ser un héroe es la de militar. Hoy suele permitir largos espacios de tiempo con una vida rutinaria y tranquila, aunque los soldados saben que todo puede cambiar en cualquier momento, viéndose de pronto en las situaciones más desesperadas, obligados a sufrir condiciones extremas y a enfrentarse a la muerte. Necesitan en ese momento engañarse a sí mismos, banalizando la situación, disminuyendo la importancia del peligro y hasta aferrándose a una esperanza supersticiosa. Algunos van a la lucha drogados. Para los españoles de las Indias, la batalla era lo normal: cosa de todos los días. Siempre que combatían, aun sabiendo que eran más fuertes que los indios, les asustaba su número. Pero, por muy pecadores que fuesen,  gracias al espíritu religioso de aquel tiempo aliviaban su angustia confiando en Dios. En las crónicas de las Indias se repiten las escenas de una ayuda divina directa, siempre en momentos terriblemente difíciles o de enorme importancia histórica, y habitualmente protagonizadas por el apóstol Santiago, algo ya tradicional desde las guerras contra los musulmanes. No es extraño que el “¡Santiago y cierra, España!” fuera el clásico grito de ataque. También al medieval San Millán se lo llamó ‘Matamoros’, pero la idea no cuajó.



martes, 27 de marzo de 2018

(Día 652) Hernando Pizarro decide que se ataque la fortaleza, desde donde más daño hacen los indios. En la primera batalla son heridos Juan Pizarro y Pedro del Barco. Inca Garcilaso va a hablar de otro ‘milagro’ en una salida tan desesperada que los españoles se confesaron previamente.


      (242) Luego nos dice el cronista qué decisión tomó Hernando Pizarro. Recordemos que Pizarro le había otorgado a su hermano Hernando la máxima autoridad en el Cuzco, por lo que zanjó la cuestión dando una orden que iba a resultar muy acertada: “Después de algunas juntas que se habían hecho, Hernando Pizarro acordó que se fuese a tomar la fortaleza,  porque antes de que los indios la ocuparan no se entendió el daño que desde allí nos harían. Acordado esto, se puso por obra mandando a los de a caballo que nos preparásemos con las armas para ir a tomarla, y a Juan Pizarro, su hermano,  que fuese por caudillo de los demás capitanes ya dichos, quedándose Hernando Pizarro en el Cuzco con la gente de a pie, todos recogidos en la casa en la que él vivía. Y un día antes de la partida, sucedió que los indios tiraron una piedra grande a un soldado que se decía Pedro del Barco, y acertándole en la cabeza, dieron con él en tierra sin sentido, y viéndolo Juan Pizarro, que estaba cerca, arrojose a favorecerle, y entonces le dieron una gran pedrada en la quijada, de la que estuvo lastimado. He querido decir esto para lo que adelante contaré de él”. Pedro Pizarro lo resalta porque lo ocurrido le va a traer fatales consecuencias a Juan Pizarro, tan valioso y bravo como sus hermanos, pero cuya biografía va a quedar trágicamente truncada.
     Es el momento de enlazar otra vez con Inca Garcilaso para que nos hable de la segunda ‘ayuda divina’ que ocurrió durante el cerco del Cuzco. Como vimos, los indios seguían intentando incendiar el cobertizo en el que estaban los españoles, sin conseguirlo, lo que le da pie al cronista para  encontrar de  nuevo una explicación milagrosa: “Pero los españoles, viéndose tan apretados, determinaron morir todos como esforzados en un solo día peleando y no aguardando a morir de hambre, o que los indios los matasen cuando no pudiesen ya sostener las armas”. O sea, morir matando. Y sale a flote la vena heroica y al mismo tiempo profundamente religiosa de aquellos hombres: “Con este acuerdo se prepararon para salir a luchar cuando los indios los acometiesen y hacer lo que pudiesen hasta morir. Los que pudieron (cuando los indios aflojaban) se confesaron con tres sacerdotes que tenían; los demás se confesaban unos a otros, y todos llamaban a Dios y a los santos de su devoción para morir como cristianos”.
     Así como los cronistas apenas mencionan a los indios de servicio y a los esclavos negros que tanto sufrían en las campañas, tampoco se suelen acordar de los religiosos, puesto que los protagonistas principales de ‘la película’ eran los conquistadores. Pero una derrota en la batalla suponía, no solo la ejecución inmediata de los soldados, sino también de los pocos religiosos que siempre los acompañaban, ya fueran clérigos o frailes de convento. Ya vimos que fray Vicente de Valverde (el que se jugó el tipo hablando con Atahualpa en Cajamarca) fue masacrado junto a un grupo de españoles, por los habitantes de la isla Puná, cuando era obispo e incluso ejercía el humanitario cargo de Protector de los Indios. Aunque los había avariciosos de riquezas, sobre todo entre los clérigos, su misión evangelizadora merece que se les reconozca un estatus de  heroicos mártires.

     (Imagen) Ya conté algo de la valentía de PEDRO DEL BARCO. Hoy le vemos quedar desvanecido por una fuerte pedrada de los indios que cercaban el Cuzco. También mencioné que, cuando Gonzalo Pizarro se rebeló abiertamente contra el Emperador, se pasó al bando del virrey Pedro de la Gasca. Quizá influyera el ser casi paisanos, puesto que este había nacido en el Barco de Ávila, lugar de donde procedía el apellido del conquistador. Aunque, en realidad, ni amistades ni parentescos resistieron el huracán destructivo de las guerras civiles. Pedro del Barco fue derrotado por Gonzalo Pizarro, y ejecutado por Francisco de Carvajal, el “Demonio de los Andes”. La imagen muestra parte del documento en el que el todavía príncipe Felipe II comunica que en la Casa de la Contratación de las Indias de Sevilla “Gonzalo Pérez del Barco, como hermano de Pedro del Barco, difunto en Perú, ha presentado cierta demanda contra Gonzalo Pizarro y Francisco de Carvajal, diciendo ser culpados en la muerte del dicho Pedro del Barco y en el robo de sus bienes, que eran más de cincuenta mil pesos de oro”. El demandante también pide que se interrogue a ciertos testigos que han venido de Perú. Pero se ve que el pleito era antiguo, porque Gonzalo Pizarro y Francisco de Carvajal  habían sido decapitados juntos cuatro año antes, el día diez de abril de 1548. La reclamación siguió contra Hernando Pizarro, que había cambiado (forzosamente) su trepidante vida militar por largas batallas judiciales.



lunes, 26 de marzo de 2018

(Día 651) Tras los incendios provocados por los indios en el Cuzco, la situación era desesperada. Los españoles están decididos a morir resistiendo.


     (241) Igual que Inca Garcilaso, el cronista Pedro Pizarro detalla la pesadilla del ataque mediante incendios, pero sin llegar a decir tan abiertamente que se salvaron por un milagro divino: “Pues juntando Manco Inca toda la gente (que se creyó y los indios dijeron que fueron doscientos mil los que vinieron a poner este cerco), una mañana empezaron a poner fuego por todas partes al Cuzco, y con este fuego fueron ganando mucha parte del pueblo, haciendo palizadas y albarradas para que los españoles no pudiésemos salir contra ellos. Nos recogimos en la plaza, a  las casas que junto a ella estaban, porque todo lo demás lo tenían los indios quemado. Y para quemar los aposentos donde estábamos, los indios hacían un ardid, que era tomar unas piedras redondas y echarlas en el fuego, y haciéndolas ascuas, las envolvían en algodón y las tiraban con hondas a las casas, y así nos las quemaban, porque como eran de paja, pronto se encendían”.
    “Estando en esta confusión, acordó Hernando Pizarro dividir en tres partes la gente de a caballo bajo el mando de tres capitanes: su hermano Gonzalo Pizarro, Gabriel de Rojas y Hernando Ponce de León. Mandó también que la gente de a pie, ayudada por los de a caballo (porque la mayor parte era flaca y ruin), fuesen de noche a las órdenes de Pedro del Barco (ya vimos que era de Trujillo y volvió rico a su pueblo; enseguida le van a dar una gran pedrada los indios), Diego Méndez y Villacastín a desbaratar, con los indios amigos que teníamos de servicio, las empalizadas que los de Manco Inca hacían de día; también ayudaron unos sesenta indios cañaris, pues eran muy enemigos de Manco Inca”.
     A toro pasado, también dirá Pedro Pizarro que “usó Nuestro Señor con nosotros de su misericordia para librarnos de tanta gente”. Pero cuenta muy bien la manera en que los españoles decidieron salir a la desesperada de aquella encerrona: “Estando así con harta congoja, pues eran tantos los alaridos que daban los indios y las bocinas que tocaban que parecía que temblaba la tierra, Hernando Pizarro y los capitanes se juntaban muchas veces para tener acuerdo sobre lo que harían, y  ninguno de los acuerdos que se proponían era bueno, porque si saliéramos del Cuzco, nos matarían a todos por el camino en los muchos malos pasos que hay, y si nos recogiésemos en el cercado, nos tapiarían en él con adobes y piedras, porque eran muchos los indios. Pero Hernando Pizarro nunca estuvo en ese pensamiento, y les respondía que habíamos de morir sin desamparar el Cuzco”.
     En estas consultas, Hernando recurría sobre todo a sus hermanos, a Gabriel de Rojas, al tesorero Riquelme y a Hernando Ponce de León, a quien casi habíamos olvidado y nos lo volvemos a encontrar; era el que, juntamente con su socio en la trata de esclavos, el gran Hernando de Soto, decidió unirse a las tropas de Pizarro, llegando los dos después con sus barcos a Perú.
     Pedro Pizarro hace previamente referencia a una fortaleza que había en el lugar: “El Cuzco está arrimado a una sierra por la parte donde hay una fortaleza, y por esta parte   bajaban los indios hasta unas casas que están junto a la plaza, y desde aquí nos hacían mucho daño”.

     (Imagen) PIZARRO contesta a una carta que le envió el peculiar y valioso DON ALONSO ENRÍQUEZ DE GUZMÁN desde el asediado Cuzco. Resumo el texto: “Magnífico señor: Cuando llegué a Lima, me dieron unas cartas de Vuestra Merced y de mis hermanos, que me hacen saber cómo se ha rebelado ese traidor Manco Inca. De lo que he recibido gran pesar por el deservicio del Emperador, peligro de los que allá estáis y desasosiego mío a mi vejez, aunque mucho me consuela que Vuestra Merced esté ahí. Mediante la voluntad de Dios socorreremos a los de allá. Hecha a 4 de mayo de 1536. Francisco Pizarro”. Luego Enríquez habla muy bien de Pizarro, a pesar de que no ‘tragaba’ a su hermano Hernando: “Fue este un caballero hijo de otro muy honrado en Trujillo (evita mencionar su condición de bastardo). Su madre fue de Sanlúcar de Alpechín (la actual Sanlúcar la Mayor; este origen de la madre de Pizarro era desconocido por los cronistas). Vino a las Indias, y trabajó tanto, que, aunque a su vejez, fue Adelantado y Gobernador de esta próspera tierra. Pero ni las riquezas ni los favores del emperador le ensoberbecieron para dejar de ser buen cristiano y muy buen compañero. Fue muy amado de la gente que gobernó y muy temido de los que sojuzgó, porque era muy afable y sin presunción, sin ceder en lo que tenía razón, y muy esforzado contra los que conquistó”. 



sábado, 24 de marzo de 2018

(Día 650) Los indios de servicio muestran afecto hacia los españoles consiguiéndoles comida. Ya habían muerto 30 españoles y muchos estaban heridos. Salen contra los indios, pero Manco Inca lo aprovecha para atacar con otros guerreros en el Cuzco.



     (240) Inca Garcilaso, a quien hay que concederle un voto de confianza porque fue hijo de dos mundos, el inca y el español, comenta una actitud de aprecio y generosidad por parte de los indios que servían a los españoles: “Aquellos conquistadores pasaron gran aprieto y peligros en aquel cerco, donde la mucha diligencia que ponían para buscar de comer no los librara de muerte de hambre si los indios que tenían como domésticos no los socorrieran como buenos amigos. Pues, dando a entender que renegaban de sus amos, se pasaban a los indios enemigos y andaban con ellos de día simulando que peleaban contra los españoles,  volviendo a la noche adonde ellos con toda la comida que podían traer. Pero llegó el peligro a tanto que, a los doce días del cerco, andaban ya los españoles muy fatigados, y también sus caballos. Habían ya muerto treinta cristianos y estaba heridos casi todos, sin tener con qué curarse. No esperaban socorro de parte alguna, sino del cielo, adonde enviaban sus gemidos y oraciones. Los indios, habiendo notado que la noche que quemaron toda la ciudad no habían podido quemar el cobertizo donde se habían alojado los españoles, fueron a él a quemarlo del todo. Pegáronle fuego muchas veces y a todas horas, pero nunca pudieron salir con su intención, y se admiraban, no sabiendo cuál era la causa. Decían que el fuego había perdido su fuerza contra aquella casa porque los españoles  habían vivido en ella, considerándolos Viracochas, protegidos de los dioses”.
     Escuchemos la versión del cronista Pedro Pizarro, que tiene el valor añadido de haber sido uno de los que estuvieron viviendo aquella desesperación: “Sabiendo Hernando Pizarro que, por orden de Manco Inca, se estaban juntando muchos indios en Yucay, mandó a su hermano Juan Pizarro que tomase sesenta de a caballo y que fuese a desbaratar aquella gente. Y después que fuimos, de la otra parte de un río muy grande que allá se encuentra estaban unos diez mil indios de guerra, creyendo que no podríamos pasarlo. Juan Pizarro mandó que nos echásemos a nado con los caballos, yendo él delante. Pasamos el río, dimos en los indios y los desbaratamos, retirándose en unos cerros altos”.
     Pero Manco Inca tenía una doble y hábil estrategia. No solo preparó una multitud de indios en Yucay, sino que al mismo tiempo, previendo que los españoles saldrían para entablar la batalla, envió parte de sus tropas a  iniciar  el cerco de un  Cuzco peor defendido: “Hernando Pizarro nos mandó aviso para llamarnos con mucha prisa porque venía mucha gente sobre el Cuzco. Cuando volvimos hallamos muchos escuadrones de gente que venían y se aposentaban por los lugares más agros de alrededor del Cuzco hasta aguardar a que llegasen todos. Y cuando llegaron se aposentaron en los llanos y en los altos, ocupándolo todo, que era tanta la gente que cubría los campos, que de día parecía un paño negro que los tenía tapados media legua alrededor de esta ciudad del Cuzco; y de noche eran tantos los fuegos, que parecía un cielo lleno de estrellas. Era tanta la gritería que había, que todos estábamos como atónitos”.

     (Imagen) DON ALONSO ENRÍQUEZ DE GUZMÁN mantenía correspondencia con personajes de la alta aristocracia,  y en sus cartas  se quejaba de la dura vida de Indias. Para colmo, llegó al Cuzco en el peor momento. No se anda con eufemismos al contarlo: “Llegué al Cuzco fatigado del luengo y áspero camino, y mal provisto, porque era menester ir a ‘ranchear’ (para que mejor lo entendáis, a hurtar a los indios lo que habíamos de comer). Los cuales me mataron un esclavo que me costó 600 castellanos. Y los indios se alzaron cuando yo llegué al Cuzco, porque lo permitió Dios  por nuestros pecados o porque los españoles les trataban muy mal, atormentándolos para sacarles oro y plata. En una de las batallas matamos a gran número de indios, y ellos nos mataron a nuestro capitán Juan Pizarro, hermano del gobernador, mancebo de 25 años, y a un criado suyo. En el combate de la ciudad mataron a 4 cristianos, y más de 30 por los lugares donde estaban cobrando tributos a los indios”. Luego dice que se vio atrapado en Perú: “Había decidido volver a la tierra donde nací con no más de 15.000 castellanos de oro porque, si me quedara y cargara de más dineros, asimismo cargaría de edad, dejando de gozar la buena vida, y también de gozar y acatar a mi honrada mujer. Pero  no contentos estos indios con tenernos cercados 8 meses, nos vienen hasta setenta mil cada luna llena a tentarnos las corazas”. (La imagen muestra cómo era la giralda que conoció el sevillano DON ALONSO ENRÍQUEZ DE GUZMÁN).


viernes, 23 de marzo de 2018

(Día 649) Los españoles salen a caballo contra los indios, matando a bastantes, pero se repliegan porque son muy numerosos. Sabían que el cerco era general y temían por la suerte de Pizarro en Lima. Les quedaban por aguantar casi ocho meses.


     (239) Sigamos con la angustiosa situación de los españoles en el Cuzco: “Hernando Pizarro, sus hermanos y los doscientos compañeros que allí estaban, viendo que eran pocos, siempre se alojaban juntos, y como hombres de guerra y buenos soldados, no dormían, sino que tenían centinelas alrededor de su alojamiento y atalayas en lo alto de la casa. En cuanto sintieron el ruido de los indios, se armaron y enfrenaron sus caballos, que cada noche tenían treinta de ellos ensillados, y salieron a reconocer a los enemigos. Mas viendo la multitud que eran y no sabiendo qué armas traían para herir a los caballos (que era lo que los indios más temían), se recogieron todos en la plaza puestos en escuadrón. Los infantes, que eran ciento veinte, en medio, y ochenta que eran los de a caballo, a los lados y espaldas del escuadrón para poder resistir a los enemigos por todas partes. Al verlos juntos, los indios arremetieron por todas partes con gran ferocidad, pensando matarlos del primer encuentro. Los caballeros salieron contra ellos y les resistieron valerosamente. Así pelearon unos y otros con gran porfía hasta que amaneció. Sobre los españoles llovieron flechas y piedras, mas, con los caballos, en cada arremetida dejaban muertos más de cien indios”.
     Aquel comienzo de la gran rebelión de los indios, liderada por el gran Manco Inca, les dejó claro a los españoles que su situación en el Perú se iba a complicar seriamente: “Con la porfía que hemos dicho, estuvieron los indios diecisiete días apretando a los españoles  en aquella plaza del Cuzco sin dejarles salir de ella”. Pronto se dieron cuenta de que sería difícil soportar un asedio prolongado: “Todo aquel tiempo, de noche y de día, estuvieron los españoles formados en escuadrón para defenderse de los enemigos; y en escuadrón iban a beber en el arroyo que pasa por la plaza y a buscar por las casas quemadas por si había quedado algo de maíz, sintiendo mas la necesidad de los caballos que la suya propia. Así tuvo Manco Inca con todo su poder cercado el Cuzco más de ocho meses, y cada luna llena la combatía por las noches, defendiéndolo valientemente Hernando Pizarro y sus hermanos con otros muchos caballeros y capitanes que dentro estaban. Especialmente Gabriel de Rojas, Hernando Ponce de León, don Alonso Enríquez (de quien habrá mucho que contar), el tesorero Riquelme y otros muchos que allí estaban sin quitarse las armas  ni de  noche ni de día, como hombres que tenían por cierto que ya el gobernador y todos los otros españoles habían sido matados por los indios, pues tenían noticias de que por todas partes de la tierra se habían alzado. Y así peleaban y se defendían como hombres que no tenían más esperanza de socorro, sino en Dios y en el de sus propias fuerzas, aunque cada día los disminuían los indios, con muertos y heridos”.
     Salta a la vista que se encontraban en circunstancias muy angustiosas: cercados por una multitud enorme de indios, muy escasos de información y sospechando que aquel torbellino de rebeldía podía haber acabado ya con muchos o con todos los españoles de Perú, no podían contar con las tropas de Almagro por seguir en Chile, y aunque Belalcázar no tuviera problemas, andaba por Quito y las lejanas tierras colombianas. Era indudablemente una lucha a la desesperada en la que sería muy difícil mantener la moral alta.

     (Imagen) Poco a poco va tomando presencia la figura del peculiar y extravagante sevillano DON ALONSO ENRÍQUEZ DE GUZMÁN. Una mezcla de hombre culto, desafiante y vividor, que, gracias a sus ilustrísimos apellidos y a sus habilidades sociales, se relacionó con toda la nobleza, reyes incluidos. Escribió su propia biografía sin importarle demasiado la objetividad (pero facilitando datos muy valiosos), y cuando alguien le caía mal, lo despellejaba. No se arrugaba ante nadie, y le cogió una manía especial a Hernando Pizarro, quien sin duda pecaba de soberbio. Ahora están los dos juntos aguantando el durísimo asedio inca a la ciudad del Cuzco, pero más tarde, en las guerras civiles, se pasará al bando de Almagro.  Como era también hombre my valioso, con dotes para negociar  y gran experiencia  militar, en el cerco del Cuzco ostentaba el cargo de Maestre de Campo, que según dice, “lo acepté porque fui muy rogado y vi que había de ello necesidad”. Hace una referencia muy atinada sobre la crueldad de los guerreros indios que tanto les angustiaba: “Puedo certificaros que esta es la más cruel guerra del mundo, porque en las de los cristianos, si se toma con vida al contrario, halla entre los enemigos amigos, o por lo menos proximidad. Y si es entre cristianos y moros, unos y otros tienen alguna piedad y el interés en los rescates. Pero aquí, entre estos indios, si os apresan, os dan la más cruel muerte que pueden”.



jueves, 22 de marzo de 2018

(Día 648) Empiezan los ataques al Cuzco. Los indios también matan a muchos españoles que andaban confiados fuera de la ciudad. Quemaron con flechas casi todas las casas del Cuzco, pero el incendio no prendió en la capilla, que era el refugio de los españoles. Inca Garcilaso lo considera un milagro.


     (238) Inca Garcilaso adereza todo lo que va a ocurrir con una frase profundamente religiosa que purifica a los españoles de cualquier culpa: “En el capítulo siguiente diremos los sucesos que hubo en la ciudad del Cuzco, que la mayoría fueron misericordias de la mano del Señor hechas a favor de los españoles para remedio de aquellos idólatras”. Por si fuera poco, titula el capítulo de esta manera: El levantamiento del Príncipe Manco Inca: Dos milagros a favor de los cristianos. Veremos que su fe era inquebrantable.
     Así lo narra: “Manco Inca mandó que la gente de guerra fuese hacia el Cuzco y hacia las Ciudad de los Reyes para destruir a los españoles. Mandó que matasen a todos los que andaban desparramados por el reino sacando oro de las minas, pues con la paz y el buen servicio que los indios les hacían, se atrevían a andar tan sin cuidado como si estuviesen en sus tierras. De los cuales mataron a muchos en diversas partes”.
     Ha quedado claro que los ataques de la gran rebelión se iban a centrar en Lima y en el Cuzco (además de procurar dar muerte a Almagro y a sus soldados en Chile): “Recibidas las órdenes, los indios llegaron al Cuzco con el mayor secreto que pudieron el día que les fue señalado, y la noche siguiente acometieron a los españoles repentinamente con gran alarido y estruendo, porque eran más de doscientos mil indios los que vinieron. Tiraron flechas encendidas con fuego a todas las casas de la ciudad, respetando solamente el templo del Sol y las casas de las vírgenes por tener respeto de ellas, sin que ninguna de las otras quedara en pie. Los indios más valientes, escogidos para quemar la casa del Inca Viracocha, donde los españoles tenían su alojamiento, acudieron a ella con grandísimo ímpetu y le pegaron fuego con flechas encendidas, quemáronla toda y no quedó cosa de ella. La sala grande que en ella había (que ahora es iglesia catedral) donde los cristianos tenían una capilla para oír misa, la reservó Dios del fuego, pues aunque empezaba a arder por muchas partes, se volvía a apagar como si hubiera muchos hombres echando agua. Esta fue una de las maravillas que Nuestro Señor obró en aquella ciudad para fundar en ella el santo Evangelio, pues es una de las más religiosas y caritativas que hoy hay en el Nuevo Mundo, así de españoles como de indios”. Ya no hay tanta gente providencialista, pero lo que no tiene duda es que se salvaron gracias a una suerte ‘milagrosa’.
     Inca Garcilaso suele tomar párrafos del cronista Agustín de Zárate, al que le da mucho mérito. Ya puntualizó que le resulta más fiable que el buen escritor López de Gómara porque este no estuvo en las Indias, y Zárate sí. Pero se olvida de decir que su estancia no pasó de un año, y curiosamente, apenas menciona al grandísimo Pedro Cieza de León, quien, además de ser el mejor cronista, conoció las aventuras de Perú, muchas directamente, y otras informándose con rigor a través de testigos directos. Hay que tener en cuenta también otro dato importante y a veces vergonzoso: todo el mundo le copió a Cieza, y con frecuencia sin aclararlo. Dado que Inca Garcilaso casi siempre da por bueno lo que cuenta Zárate, lo suelo transcribir como si fueran sus propias palabras.

     (Imagen) El cronista INCA GARCILASO DE LA VEGA se llamaba en realidad  Gómez Suárez de Figueroa, lo que indica que estaba estrechamente emparentado con este ilustre linaje del que también procedía el gran poeta Garcilaso de la Vega. Los dos tuvieron en común la extraña peculiaridad de ser hombres de letras y de armas. Así lo dice el escudo de Inca Garcilaso que muestra  la portada del libro de la imagen: “CON LA ESPADA Y CON LA PLUMA”. En él se ve un revoltijo de toda su noble ascendencia, presumiendo también de que llevaba sangre de los emperadores incas. Admiró mucho a su padre, SEBASTIÁN GARCILASO DE LA VEGA, un capitán de enorme valía e intachable hoja de servicios, aunque, en un momento determinado, tomó una decisión sensata o traidora, según se mire, y a quien veremos enseguida al lado de Pizarro ayudándole a luchar contra el alzamiento de los indios. Pronto también, será apresado por las tropas de Almagro en su primera y única victoria. En las siguientes guerras civiles continuó en el bando de los pizarristas. Y así, por orden de Vaca de Castro, el representante del rey, procesó y ejecutó a numerosos almagristas cautivos. Pero cuando quien se rebeló contra Carlos V fue Gonzalo Pizarro, la situación fue muy angustiosa para un Garcilaso de la Vega abrumado por su conflicto de lealtades. Continuó sirviendo con gran eficacia y lealtad a Gonzalo, con una adhesión pizarrista que ya duraba catorce años. Sin embargo, en el último gran enfrentamiento, la batalla de Jaquijaguana, se pasó con todos sus hombres al bando del virrey Pedro de la Gasca, ocasionando la fatal derrota y la ejecución de Gonzalo. Nunca sabremos lo que de verdad pensaba Inca Garcilaso al respecto.



miércoles, 21 de marzo de 2018

(Día 647) Manco Inca huye a las montañas y desde allí organiza la sublevación general de los indios con orden de cercar el Cuzco y Lima, mandando incluso a Chile un mensaje a Paullo y Villahoma para que maten a Almagro y a sus hombres.


     (237) No vendrá mal leer la versión que da el cronista Pedro Pizarro sobre el comienzo de la rebelión de Manco Inca: “El marqués  don Francisco Pizarro le envió al Cuzco a Hernando Pizarro dándole poder sobre su hermano Juan Pizarro, a quien no le quitó el cargo de corregidor. Llegado, pues, al Cuzco, y estando preso Manco Inca, procuró hacerse amigo suyo, y así lo hizo, soltándole y halagándole, y también por parecerle que, con los españoles que había traído, no osaría seguir su mal propósito de alzarse. Suelto Manco Inca, al cabo de unos días le pidió licencia a Hernando Pizarro, diciéndole que quería traerle la estatua de oro de un hombre que estaba enterrada en cierta parte. Hernando se la dio, y al cabo de ocho días volvió con la estatua, que era pequeña y hueca, y se la dio a Hernando Pizarro, diciéndole que quería ir a por otro indio de oro macizo, y dándosela, se fue y no volvió, sino que empezó a alzar la tierra, y los indios, los orejones y las mamaconas (mujeres del templo) que habían quedado en el Cuzco se fueron tras él. Se metió este Manco Inca en las grandes montañas de los Andes, de muy malos pasos por los que no pueden andar los caballos, y envió a muchos orejones por toda la tierra para que, juntando a todos los naturales que pudiesen tomar armas, cercasen el Cuzco y matasen a los españoles que allí estábamos”.
     Volvamos a la narración de Inca Garcilaso en el punto en que nos cuenta  lo que le contestaron sus notables a Manco Inca: “Los capitanes y curacas (caciques) eligieron a un capitán de los más ancianos para que hablase por todos. El cual le dijo a Manco Inca que debía desconfiar de las promesas de los españoles y mandar con toda diligencia reunir el mayor número de gente de guerra posible, sin perder la ocasión de que los españoles se habían dividido por todas partes, siendo así más fácil degollarlos a todos que estando juntos. Después de hablar el capitán, empezaron la sublevación. Enviaron mensajeros a todo el reino para movilizar a la gente de guerra, y para que acudiesen en un día señalado a degollar a los advenedizos de Castilla (aunque Inca Garcilaso no lo dice, está claro que Manco Inca no volvió al Cuzco). Con este mandato del Príncipe Manco Inca se levantó la gente de guerra que había desde la Ciudad de los Reyes hasta los chichas, que son más de trescientas leguas. En Quito, que es la otra parte del reino, no se pudo levantar gente por haber perecido casi toda con las guerras de Atahualpa. También envió Manco Inca mensajes (a Chile) que parecieran ser para saber de la salud del infante Paullo y del sumo sacerdote Villahoma, y que, en secreto, fuesen para darles cuenta del levantamiento general y para pedirles que ayudasen degollando a don Diego de Almagro y a todos los suyos, porque así convenía para restituirse en su imperio, que de aquellos hombres no se podía esperar que se lo diesen voluntariamente. Mandó además que los de la costa del territorio del Chinchasuyo acudiesen a Lima para matar al Gobernador y  a los que con él estaban, y los del Cuntisuyo, el Collasuyo y el Antisuyo fuesen al Cuzco para degollar a Hernando Pizarro, a sus hermanos y a los demás españoles, que en total eran doscientos”.

     (Imagen) Vidas fulgurantes, en las que todo salió bien durante un largo  tiempo, pero que desembocaron en un mar de lágrimas: Napoleón, Isabel la Católica, de alguna manera también Cortés,  en este caso, PIZARRO y ALMAGRO… Pero pongámonos ahora en la piel de  Pizarro, puesto que  fue más grande que su socio y tuvo mucho más mérito en el gran triunfo. Ya no va a pelear en la vanguardia de las batallas, ni a correr grandes peligros (hasta que lo asesinaron), porque era un anciano achacoso (lo dicen los cronistas). Pero vivirá abrumado por un constante tormento íntimo y por el peso de sus responsabilidades como gobernador. Manco Inca se acaba de rebelar enardeciendo a su pueblo. Morirá  Juan, el hermano de Pizarro, y las vidas de los otros dos, Hernando y Gonzalo, penderán de un hilo. Llegará Almagro de Chile, derrotará a Pizarro y le arrebatará el Cuzco, aunque más tarde será vencido y ejecutado. Mientras tanto, Pizarro estaba en la lejana Lima reconcomido por la falta de noticias y tratando de resolver constantes problemas de su administración, sin saber si era o ya no era el gobernador de Perú. Allá a lo lejos, en la norteña zona de Quito, había otro peligro añadido: ¿Qué estaría haciendo el eficaz y ambicioso capitán SEBASTIÁN DE BELALCÁZAR? Pizarro tiene  miedo  de que le arrebate aquel territorio y envía a LORENZO DE ALDANA para que lo aprese. Cuando en 1541 asesinaron a PIZARRO, peleó con todas las fuerzas que le quedaban, y hasta mató a alguno de los confabulados, pero seguro que no le importó mucho morir.



martes, 20 de marzo de 2018

(Día 646) Manco Inca se rebela porque los españoles no cumplían la supuesta promesa de devolver a los incas el poder imperial que Pizarro había hecho a Titu Atauchi, quien mató a varios de los que intervinieron en la ejecución de Atahualpa, incluido Francisco de Cuéllar, uno de los ‘trece de la fama’.


     (236) En este punto es necesario aclarar lo que tantas veces repite Inca Garcilaso, aunque los historiadores actuales dudan de su fiabilidad  porque los cronistas de la época no lo mencionan: en qué momento los españoles se comprometieron a devolver a los emperadores incas el poder sobre su pueblo. Inca Garcilaso asegura que Titu Atauchi, hermano de Manco Inca, de Huáscar y de Atahualpa, tenía a sus órdenes al gran capitán Quizquiz cuando este atacó a los españoles después del apresamiento de Atahualpa. En su avance llegaron los indios en 1533 a Cajamarca para salvar a Atahualpa, pero ya había sido ejecutado. Pizarro y la mayoría de sus hombres se habían marchado dejando un pequeño grupo de retén. Por supuesto, Titu Atauchi, hizo una escabechina con ellos, aunque perdonó la vida a varios que, como Francisco de Chávez, habían votado en contra de la ejecución de Atahualpa (recordemos que, a pesar de su compasión, Chávez resultó en otro momento extremadamente sanguinario con los indios). Titu Atauchi fue especialmente cruel con alguien que, al parecer, se limitó a levantar acta del proceso al que fue sometido Atahualpa, aunque es posible que en su redacción hiciera excesivo hincapié (casi en papel de fiscal) en las acusaciones  que fundamentaron la ejecución (algunas bastantes ridículas). Todo indica que se trataba de FRANCISCO DE CUÉLLAR, al que Inca Garcilaso lo llama Sancho de Cuéllar. Lástima da que un hombre que ni siquiera era escribano de profesión pagara con su vida y de manera tan dura el saber leer y escribir. A lo que se añade que Francisco de Cuéllar poseía ya gran prestigio en Perú por ser uno de los heroicos “trece de la fama” que no abandonaron a Pizarro en su momento más crítico. Titu Atauchi aplicó con él la ley del ojo por ojo, reproduciendo puntualmente la forma en que murió Atahualpa, amarrado al mismo poste en la plaza de Cajamarca y estrangulado mediante garrote vil.
     Hecha esta venganza, Titu Atauchi continuó luchando y, aunque los incas fueron derrotados  por los españoles, hubo momentos en que los pusieron en serio peligro. Al parecer la situación fue tan apurada que Pizarro estuvo dispuesto a aceptar un convenio de paz (por supuesto, sin intención de cumplirlo) en el que, en líneas generales, se le reconocía a Titu Atauchi y a sus herederos la recuperación de su poder imperial, al menos en igualdad con los españoles. Era un trato que ya lo había hecho provisionalmente  Francisco de Chávez con Titu Atauchi cuando le perdonó la vida, asegurándole al inca que Pizarro estaría de acuerdo. Esa era, pues, la idea fija de Manco Inca, sucesor de Titu Atauchi. Esperaba que los españoles cumplieran, y a medida que pasaba el tiempo, se iba amargando por la ‘morosidad’ de Pizarro, que se limitaba a darle largas, como acaba de hacer al marchar a la Ciudad de los Reyes. Por eso ahora se dirige a los grandes personajes del imperio inca haciéndoles ver que ha tenido demasiada paciencia con los españoles y que no queda más remedio que empezar la guerra y derrotarlos. Lo que ocurrirá con el tiempo, afortunadamente para los españoles, será que hubo pocos líderes indios  que estuvieran a la altura del gran Manco Inca.
 
     (Imagen) Volvamos a la época romántica del idilio entre Pizarro y Almagro. Al tiempo en que los ‘trece de la fama’ se quedaron solos con Pizarro durante meses. Hemos visto hoy que uno de los trece era FRANCISCO DE CUÉLLAR y qué fatalmente murió a manos de los incas. Los otros doce se llamaban Bartolomé Ruiz, Cristóbal de Peralta, Pedro de Candía, Domingo de Soraluce, Nicolás de Ribera, Alonso de Molina, Pedro Halcón, García de Jerez, Antonio de Carrión, Alonso Briceño, Martín de Paz y Juan de la Torre. Por este comportamiento, Carlos V les concedió “la merced a los que fueran hidalgos, que sean caballeros, y a los que no lo fueran, que sean hidalgos”, como se dice en el documento de la imagen. Aunque deberían de haber condenado a galeras a algunos escribanos, podemos ver también (con paciencia), al pie del mismo, los  trece nombres (he subrayado con una línea roja el de FRANCISCO DE CUÉLLAR). Añadiré pequeños datos sobre algunos que ya pasaron por estas páginas. El gran piloto Bartolomé Ruiz, digno de una gran biografía, tuvo al final una doble desgracia: murió  de enfermedad con solo 50 años en Cajamarca y sin poder disfrutar del reparto del botín de Atahualpa. Al novelesco Pedro Candía, el artillero, merecedor de un culebrón cinematográfico, lo mató Diego de Almagro el Mozo en 1542 porque pensó que erraba el tiro a propósito cuando luchaban contra las tropas del rey. De Alonso de  Molina se perdió todo rastro al quedarse a vivir entre los indios. Pedro Halcón terminó rematadamente loco. Quien tuvo una vida dichosa fue el respetado Nicolás de Ribera. Murió en Lima siendo muy mayor, y en largas conversaciones, le facilitó a  nuestro gran cronista Cieza de León multitud de datos sobre esta apasionante historia de Perú.



lunes, 19 de marzo de 2018

(Día 645) Manco Inca permanece preso por haber intentado dos veces escapar. Con habilidad, se gana la confianza para que le dejen cierta libertad. Llega Hernando Pizarro, y Manco Inca, con el cebo de que le quiere traer una estatua de oro, consigue que le dé permiso para salir del Cuzco. Es el preciso momento en el que inicia su rebelión movilizando a los indios.


     (235) Inca Garcilaso insiste en que Pizarro había establecido unas capitulaciones (fraudulentas) con  Manco Inca para devolverle el poder imperial, y que fue la falta del cumplimiento lo que provocó su rebeldía. Sin embargo tenemos que recordar que, como nos contó Cieza, hubo un motivo para que apresaran al inca (habiendo ya partido Pizarro para la ciudad de los Reyes): se había escapado dos veces del Cuzco, y fue en la segunda cuando “Juan Pizarro, que mostró mucho enojo, mandó meterle en hierros”.
     Inca Garcilaso nos explica que Manco Inca, totalmente decidido a sacar adelante la rebelión, preparó una nueva estrategia para huir: “Manco Inca, que estaba preso en aquella fortaleza que con tanta majestad edificaron sus antepasados y que no imaginaron que había de ser cárcel de sus descendientes, procuró con buena maña aligerar su prisión acariciando y regalando a los españoles, no solo a los superiores, sino también a los inferiores, con muchas dádivas y presentes, así de frutas, carnes y otras cosas de comer, como de oro, plata, esmeraldas y turquesas. Y los trataba con tanta afabilidad y tan sin muestra de pesadumbre por la prisión, que los tranquilizó a todos de manera que le quitaron las cadenas, y le dejaban andar libre por la fortaleza. Entonces supo que Hernando Pizarro iba a llegar al Cuzco con el mando superior. Luego procuró que le diesen libertad para bajar a la ciudad a una de sus casas y vivir en ella. Alcanzolo con facilidad, porque tenía tan buena relación con los españoles que le concedían cuanto pedía. Manco Inca procuró con tanta insistencia salir de la fortaleza porque, si Hernando Pizarro lo hallaba preso, sospecharía de él y no se fiaría en lo que le pidiese o le prometiese. Y así le fue bien.”
     “Llegado Hernando Pizarro al Cuzco, tomó grande amistad con el Inca y le trataba muy bien, aunque siempre lo hacía vigilar. Se decía que le mostraba esta amistad para pedirle oro para Su Majestad, o para sí mismo. A los dos meses de haber llegado al Cuzco, Manco Inca le pidió licencia para ir a la tierra de Incaya a celebrar cierta fiesta, prometiendo traer de allí una estatua de oro macizo, que era una figura que representaba a  su padre, Huayna Cápac. Hernando Pizarro le dio el permiso. Era verosímil  porque se trataba del lugar donde se enterraban los intestinos que les sacaban a los emperadores muertos para embalsamar sus cuerpos. Pero, viéndose allá, rompió el compromiso de paz que tenía concertado desde que don Diego de Almagro partió para Chile. Hizo llamamiento a algunos capitanes viejos que de su padre habían quedado y a algunos señores principales. A los cuales les explicó que los españoles se resistían a cumplir las capitulaciones que su hermano Titu Atauchi había hecho con ellos y les habló de la prisión en que le habían puesto a él mismo con cadenas”. Lo que resulta incomprensible es que el gran capitán y veterano de mil batallas Hernando Pizarro cometiera el garrafal error de dejar que Manco Inca se marchara. Van a pagar los españoles tan alto precio que su rebelión los pondrá en jaque, no solo en el Cuzco, sino también en Lima, convirtiéndose en una pesadilla que estuvo a punto de arruinar todos los logros de la extraordinaria conquista.

     (Imagen) Grave error de Hernando Pizarro. Manco Inca, estando preso en el Cuzco, primero lo confió con su buen comportamiento y haciéndole regalos. Luego atizó  su codicia pidiéndole que le dejara marchar para traerle una preciosa estatua de oro. Y Hernando picó el cebo, permitiendo algo tan absurdo como habría sido dejar salir a Atahualpa de su prisión en Cajamarca. Sin embargo, pronto veremos que  cuando Hernando derrotó a Almagro, lo ejecutó sin pizca de ingenuidad y con exceso de crueldad. Estamos en el momento en que la conquista de Perú va a cambiar completamente de escenario. Se van a paralizar los descubrimientos y el desarrollo del gran territorio ocupado. El espectáculo será desolador: guerra de españoles contra españoles, pero también guerra de españoles contra los incas, porque, cuando nadie lo esperaba, surgió un  líder nato, MANCO INCA, tan grande como lo fue Cuauhtémoc en México. En el país azteca, la rebelión indígena fue rápidamente sofocada, y  no hubo una guerra civil. En Perú, Manco Inca estuvo a punto de dar la puntilla a los españoles, aunque unos almagristas huidos lo mataron traidoramente en 1544. Pero veamos lo que va a ser el mayor error de los españoles en las Indias, las guerras civiles de Perú: Pizarro contra Almagro (1537-1538); asesinato de Pizarro (1541); el rebelde Almagro el Mozo contra Gonzalo Pizarro y Vaca de Castro, representante del rey (1541-1542); el rebelde Gonzalo Pizarro contra los virreyes (1544-1548); finalmente, el rebelde Francisco Hernández de Girón contra el bando del rey (1553-1554).



sábado, 17 de marzo de 2018

(Día 644) Llega, enviado por Pizarro, Francisco Noguerol de Ulloa a la costa chilena. Almagro, que lo aprecia mucho, pasa unos días en su barco. Al partir Almagro para Chile, Manco Inca se vio engañado por Pizarro, que no cumplía la promesa de devolverle el poder imperial. Cuando Pizarro salió hacia Lima, Juan y Gonzalo Pizarro retuvieron preso a Manco Inca.


     (234) Superada la prueba, tuvo Almagro  noticia de que se encontraba cerca un personaje singular y de enorme valía. Se trataba de Francisco Noguerol de Ulloa, un extraordinario navegante cuya vida se suele ‘desdoblar’, como si otro llamado Francisco de Ulloa fuera una persona distinta, aunque toda apunta a que fueron, como veremos, ‘un solo crack verdadero’: “Así caminaron hasta que llegaron a Atacama, donde supo Almagro que cerca de allí estaba Noguerol de Ulloa. El cual había ido en un navío por orden del Marqués don Francisco Pizarro a descubrir los puertos que en aquella costa hubiese, y que llegase hasta Chile y supiese cómo le iba a don Diego de Almagro para enviarle socorro si lo hubiese menester. Almagro escribió a Noguerol de Ulloa para verse y que le informase de lo que en su ausencia había pasado en el Perú. Se vieron los dos y hablaron largo, y por tener más que hablar de los sucesos de ambas gobernaciones sin que su ejército dejase de caminar, así como por contentar a Noguerol de Ulloa, que era muy amigo suyo, le dijo que quería entrar en su navío y ser su soldado y marinero por tres o cuatro días”.
     Dicho lo cual, Inca Garcilaso de la Vega nos va a explicar con detalle el proceso íntimo que lo empujó a Manco Inca hacia la rebelión sin vuelta atrás contra los españoles, contándolo desde que  Almagro partió del Cuzco para ir a Chile: “Viendo Manco Inca sosegado a Pizarro después de la partida de Almagro, le pidió por segunda vez el cumplimiento de las capitulaciones de la restitución de su imperio, como había prometido, para que los nativos acudiesen a servir a los españoles. El gobernador y sus hermanos se hallaron confusos por no encontrar razones consistentes para aplazar las demandas y esperanzas del inca. Le dijeron que querían cumplirlo, pero que esperaban en breve  la respuesta de su emperador, a quien habían dado larga cuenta de todo, y que la traería su hermano Hernando Pizarro, y que siendo su Alteza tan gran príncipe, tan justo y tan religioso, ratificaría las capitulaciones. Con estas esperanzas vanas, entretuvieron al Inca algunos días”.
     Tratando de quitarse de encima a Manco Inca, Pizarro aprovechó la noticia de que su hermano Hernando había llegado a Tumbes para marcharse con prisas de la ciudad:  “El Marqués, viendo la buena ocasión que se le ofrecía para salir del Cuzco, que lo deseaba tanto por huir de la petición del Inca como por volver a la nueva población de la Ciudad de los Reyes, que por haberla fundado él deseaba verla perfeccionada, le dijo que necesitaba ir a recibir a su hermano, y que a su vuelta se trataría de lo que a todos convenía. Manco Inca, aunque vio que aquello no eran buenos pronósticos, y disimulando lo que sentía para no provocar al Marqués a que le hiciera mayores agravios, consintió en lo que le decía y se fue a su fortaleza subiendo aquella larga cuesta a pie (se nota que Inca Garcilaso vivió allí), sin querer ir en andas para mostrar más llaneza. En cuanto lo vieron dentro, los españoles le echaron prisiones. Los indios sintieron grandemente la prisión de su Inca y que las esperanzas que les habían dado se les volviesen en contra”.


     (Imagen)   Vemos llegar al gran navegante FRANCICO NOGUEROL DE ULLOA con un barco a Chile, enviado por PIZARRO para ayudar a ALMAGRO, en parte para fisgar lo que hacía y también con sincero deseo de que le fuera bien, ya que era importante para evitar el enfrentamiento entre los dos. La carrera de Noguerol estuvo llena de éxitos. Tres años más tarde, en 1539, surcaba bajo las órdenes de Cortés las aguas de California, y tuvo la genialidad de darse cuenta de que  no era una isla sino una península. Al servicio de Valdivia, Noguerol también navegó hasta el Estrecho de Magallanes, y su nombre es ahora familiar para los chilenos. Pero nos va a servir como ejemplo de dos comportamientos frecuentes entre los conquistadores: uno reprochable y el otro ejemplar. Eran muchos los que partían para las Indias dejando  a su joven esposa en España y “si te he visto no me acuerdo”. La mayoría evitaban la bigamia porque era un  delito. El gran Pedro de Valdivia fue obligado a renunciar  a Inés Suárez y recibir en Perú a su legítima esposa (que llegó cuando ya lo habían matado los indios). La mujer de Noguerol, Beatriz de Villasur, lo denunció por bígamo, y fue condenado a destierro. El libro de la imagen (que además es barato) lo cuenta magníficamente. La parte buena es que Noguerol, como otros muchos, se acordó en su testamento, hecho en Medina del Campo, de los indios que tenía en Perú, y les dejó la mayor parte de la gran fortuna que poseía en Arequipa (para ellos y para sus esposas e hijos).





viernes, 16 de marzo de 2018

(Día 643) Almagro, confiando en los acertados consejos de Paullo, decide volver a Perú por el desierto de Atacama. Paullo se siente feliz del reconocimiento de los españoles y traza un plan para hacer la travesía (de unos 500 km) por turnos, sin agotar los escasos pozos. Lograron su objetivo.


   
     (233) Tenían dos rutas para volver. Ya sabían que la de las nieves de los Andes era terrorífica, un infierno helado. Y la del desierto, un infierno abrasador, pero quizá más soportable. En palabras del gran cronista Fernández de Oviedo, “cualquiera de estos dos caminos parecía imposible cosa andarle e quedar con vida”. Pidieron consejo al príncipe inca Paullo, en el que conservaban la confianza (y el tiempo confirmaría su lealtad a los españoles). Los animó a  ir por las ardientes arenas y hasta les dio acertados consejos para disfrutar de un poco de agua. Otra ventaja era que la ruta iba paralela y cercana a la costa. También contaron con el irrepetible ‘desorejado’ Gonzalo Calvo de Barrientos, que la había padecido en sentido contrario.
     Inca Garcilaso de la Vega explica algunos detalles importantes: “Habiendo determinado don Diego de Almagro volverse al Perú, para destrucción de todos ellos (se refiere a la guerras civiles), y viendo la fidelidad que Paullo Inca le tenía, le pidió su colaboración para la travesía. Le contestó que el camino que había por la costa se había cerrado después de las guerras que tuvieron sus hermanos Huáscar y Atahualpa, y que los pozos y fuentes donde bebían los caminantes, al no haberse usado en tanto tiempo, estaban cegados con la arena que el viento les echaba,  teniendo  muy poca agua y hedionda, pero que él enviaría indios por delante que los irían limpiando y sacando el agua sucia,  y que, con el aviso que estos le mandasen de la cantidad de agua que los manantiales tenían, se podía enviar al ejército en cuadrillas cada vez más numerosas, porque aquellas fuentes, cuanto más se usaban, más daban de sí. Y porque las fuentes estaban lejos unas de otras, se harían odres para llevar agua, según la costumbre de los incas. A don Diego de Almagro y a sus capitanes les pareció muy acertado y le confiaron la labor. El Inca Paullo, muy ufano de que los españoles le confiasen su salud y su vida, dio órdenes a los indios de lo que tenían que hacer, y de que desollasen las ovejas que fueran necesarias para los odres sacando los pellejos enterizos”.
     Así que esta vez Almagro, a diferencia de lo que ocurrió cuando salieron del Cuzco hacia Chile  (y que tan caro le costó), siguió el consejo de Paullo: “Almagro decidió ir por la costa del mar. Hay un despoblado de ochenta leguas (unos 480 kilómetros) desde Atacama, que es el último pueblo de Perú, hasta Copayapo, que es el primero de Chile, donde hay por el camino cada seis o siete leguas, más o menos, algunos manaderos de agua que no corre y siempre huele mal”. No obstante, Almagro tuvo la precaución de supervisar lo que hacían los indios de Paullo: “Don Diego de Almagro no quiso tener una absoluta confianza en los indios en negocio de tanta importancia como la salud de todo su ejército, y dispuso que algunos españoles comprobasen lo que los indios comunicaran del camino y de las fuentes. Para lo cual envió a cuatro de a caballo. Con el aviso de estos españoles fueron saliendo otros, y otros en mayor número, hasta que no quedó ninguno en Chile”.

     (Imagen) Los cronistas suelen hablar de los horrores que padecieron los hombres de Almagro al atravesar las nieves de los Andes en tres tandas, a cual peor. Pero ahora Inca Garcilaso, al referirse a la vuelta a Perú por el tremendo desierto de Atacama, se limita a explicar cómo la organizaron. Sin embargo tuvo que ser también durísima. Veamos lo que vivieron los hombres de PEDRO DE VALDIVIA cuatro años después, recorriéndolo por la misma ruta pero en sentido contrario, hacia Chile. Su expedición estaba formada por 153 hombres (de los cuales, 105 eran jinetes), unos mil indios, dos heroicos clérigos para su consuelo espiritual (tan importante como las armas y los caballos) y, al menos, una gran mujer. La distancia a recorrer suponía unos 500 km; la temperatura oscilaba de 45 grados a menos 10. La marcha era muy lenta y hubo momentos de gran desesperación por la falta de agua. Veían al pasar animales y hombres muertos, algunos, de la tropa de Almagro. Precisamente, un tal Juan Ruiz, soldado de Almagro, repetía viaje con Valdivia, y arrepentido de haberlo hecho, empezó a desmoralizar a la gente diciendo que ya se demostró que en Chile solo había miseria. Le costó caro: Vadivia vio nefasta su influencia y lo ahorcó. Al cabo de dos meses, cuando casi todos estaban moribundos aunque cerca de la meta, la incomparable INÉS SUÁREZ logró encontrar un importante manantial que les salvó la vida, que sigue caudaloso y que llevará para siempre su nombre. Lo vemos en la imagen, y también una población que figura con toda justicia como DIEGO DE ALMAGRO, pero con un triste detalle: no se llamó así hasta el año 1977.