(228) La ocupación de territorio chileno
estaba resultando un fructífero paseo, pero solo en algunos poblados indios:
“Habiendo descansado Almagro y su gente, trató de conquistar los valles y
provincias del reino de Chile que no estaban sujetos al imperio inca, porque
las otras, viendo que Paullo, hermano de su rey, iba con él, todas le habían dado
la obediencia”. La colaboración de Paullo para
esta campaña fue extraordinaria: “Viendo (ingenuamente) que era en beneficio de su hermano Manco Inca, sacó gente de los presidios y guarniciones
que en aquel reino había, y fue con don Diego de Almagro a la conquista. Las
batallas fueron muy reñidas, pero, aunque resistían mucho los contrarios, iban
ganando felicísimamente los españoles. Andando Almagro en sus victorias, aunque
las alcanzaba a mucha costa de sangre española e india, llegó allá Juan de Rada
con cien españoles por el mismo camino que siguió Almagro, y aunque hallaron
los puertos con menos nieve, murieron muchos indios y algunos españoles por el
frío que pasaron, y los demás pasaron grandísima hambre. Socorriéronse con la
carne de los caballos que hallaron muertos de los que se helaron cuando pasó
don Diego de Almagro. Estaban tan frescos tras pasar cinco meses, que parecían
haber muerto aquel mismo día”.
Es evidente que Almagro y sus hombres,
después de tanto sufrir, estaban perdiendo motivación para seguir adelante,
aunque mantenían esperanzas de alcanzar un gran éxito. Pero las noticias que
traían Rada y sus acompañantes produjeron un efecto fulminante: “Fueron
recibidos con mucha regocijo, y mucho más cuando supieron que Rada llegaba con
la provisión de Su Majestad (para Almagro) de la gobernación de cien leguas de tierra más allá
de la jurisdicción del Marqués”. Garcilaso cita de nuevo a Gómara: “Con lo cual
Almagro, aunque luego le costó la vida, se alegró más que con cuanto oro y plata
había ganado, pues era codicioso de honra. Entró en consejo con sus capitanes
sobre lo que debía hacer, y decidiose, con el parecer de la mayoría, volver al
Cuzco a tomar en él la posesión de su gobernación, pues en su jurisdicción
estaba. Hubo muchos que le dijeron y rogaron que, antes de volverse, poblase donde
estaban o donde los charcas, pues la tierra era riquísima. Le dijeron que
enviase entretanto a saber la voluntad de Francisco Pizarro y del cabildo del
Cuzco, porque no era justo enemistarse antes. Quienes más atizaron la vuelta
fueron Gómez de Alvarado, Diego de Alvarado y Rodrigo Orgóñez, su amigo y privado. Almagro, en fin, determinó volver
al Cuzco a gobernar por fuerza, si no lo quisiesen voluntariamente los
Pizarro”.
Pues igualito que Julio César al atravesar
el río Rubicón: ‘La suerte está echada’. Ahí sí que metió la pata Almagro,
abrasado por el deseo de conseguir, al fin, equipararse en honores, riqueza y
poder con Pizarro, y dando por evidentes unos derechos que no estaban claros.
La provisión que le dio Rada fue la que trajo Hernando Pizarro de España, tan imprecisa,
que después la matizó el rey en el documento que fray Tomás de Berlanga dejó en
manos de Pizarro. En el cual se establecía cómo había que medir las leguas
concedidas, y aun así cabían interpretaciones. Con una negociación serena y
basada en ese texto, Almagro tendría que haber renunciado al Cuzco, aunque solo
fuera de momento, porque faltaba la última palabra del rey y la posesión la
tenía entonces Pizarro. Pero no se va a imponer el diálogo, sino la sangrienta
ley de la fuerza.
(Imagen) Vemos hoy que, entre los que más
animaron a Almagro (que ya se había entusiasmado con la idea) para volver de
Chile y tomar posesión del Cuzco, estaban GOMEZ DE ALVARADO y DIEGO DE
ALVARADO. Los dos tuvieron un carácter sensato (aunque en este caso, no
demasiado) y vivieron situaciones muy parecidas. A Gómez ya le dediqué un
apartado (con el inconveniente de que se le suele confundir con otro del mismo
nombre). DIEGO DE ALVARADO había nacido en Zafra (Badajoz), población que puede
presumir de la extraordinaria contribución de 221 vecinos a las campañas de las
Indias. La humanidad de Diego de Alvarado le va a costar el mayor disgusto de
su vida, y quizá hasta la muerte. Cuando empezaron las guerras civiles, Almagro
ganó la primera batalla y apresó al temible Hernando Pizarro. Ya vimos que el
implacable Rodrigo Orgóñez le insistió en que cortara la cabeza a Hernando, a su
hermano Gonzalo y a Alonso de Alvarado. Argumentando que sería una crueldad
innecesaria y contraproducente, Gómez y Diego consiguieron que Almagro, un hombre
razonable, no lo hiciera. Pero luego, Diego logró más: que dejara libre a
Hernando. Almagro perdió la siguiente batalla, y el maquiavélico Hernando
Pizarro le quitó la vida. Fue tal la amargura de Diego de Alvarado que marchó a
España para denunciar el crimen. Poco después llegó Hernando Pizarro. El pleito
no avanzaba. Diego de Alvarado, como caballero de honor, lo desafió, y se
señaló día y hora para el duelo a muerte. El que perdió la vida, pero de forma
misteriosa y antes de batirse, fue uno de los mejores hombres de las Indias:
DIEGO DE ALVARADO.
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