jueves, 22 de marzo de 2018

(Día 648) Empiezan los ataques al Cuzco. Los indios también matan a muchos españoles que andaban confiados fuera de la ciudad. Quemaron con flechas casi todas las casas del Cuzco, pero el incendio no prendió en la capilla, que era el refugio de los españoles. Inca Garcilaso lo considera un milagro.


     (238) Inca Garcilaso adereza todo lo que va a ocurrir con una frase profundamente religiosa que purifica a los españoles de cualquier culpa: “En el capítulo siguiente diremos los sucesos que hubo en la ciudad del Cuzco, que la mayoría fueron misericordias de la mano del Señor hechas a favor de los españoles para remedio de aquellos idólatras”. Por si fuera poco, titula el capítulo de esta manera: El levantamiento del Príncipe Manco Inca: Dos milagros a favor de los cristianos. Veremos que su fe era inquebrantable.
     Así lo narra: “Manco Inca mandó que la gente de guerra fuese hacia el Cuzco y hacia las Ciudad de los Reyes para destruir a los españoles. Mandó que matasen a todos los que andaban desparramados por el reino sacando oro de las minas, pues con la paz y el buen servicio que los indios les hacían, se atrevían a andar tan sin cuidado como si estuviesen en sus tierras. De los cuales mataron a muchos en diversas partes”.
     Ha quedado claro que los ataques de la gran rebelión se iban a centrar en Lima y en el Cuzco (además de procurar dar muerte a Almagro y a sus soldados en Chile): “Recibidas las órdenes, los indios llegaron al Cuzco con el mayor secreto que pudieron el día que les fue señalado, y la noche siguiente acometieron a los españoles repentinamente con gran alarido y estruendo, porque eran más de doscientos mil indios los que vinieron. Tiraron flechas encendidas con fuego a todas las casas de la ciudad, respetando solamente el templo del Sol y las casas de las vírgenes por tener respeto de ellas, sin que ninguna de las otras quedara en pie. Los indios más valientes, escogidos para quemar la casa del Inca Viracocha, donde los españoles tenían su alojamiento, acudieron a ella con grandísimo ímpetu y le pegaron fuego con flechas encendidas, quemáronla toda y no quedó cosa de ella. La sala grande que en ella había (que ahora es iglesia catedral) donde los cristianos tenían una capilla para oír misa, la reservó Dios del fuego, pues aunque empezaba a arder por muchas partes, se volvía a apagar como si hubiera muchos hombres echando agua. Esta fue una de las maravillas que Nuestro Señor obró en aquella ciudad para fundar en ella el santo Evangelio, pues es una de las más religiosas y caritativas que hoy hay en el Nuevo Mundo, así de españoles como de indios”. Ya no hay tanta gente providencialista, pero lo que no tiene duda es que se salvaron gracias a una suerte ‘milagrosa’.
     Inca Garcilaso suele tomar párrafos del cronista Agustín de Zárate, al que le da mucho mérito. Ya puntualizó que le resulta más fiable que el buen escritor López de Gómara porque este no estuvo en las Indias, y Zárate sí. Pero se olvida de decir que su estancia no pasó de un año, y curiosamente, apenas menciona al grandísimo Pedro Cieza de León, quien, además de ser el mejor cronista, conoció las aventuras de Perú, muchas directamente, y otras informándose con rigor a través de testigos directos. Hay que tener en cuenta también otro dato importante y a veces vergonzoso: todo el mundo le copió a Cieza, y con frecuencia sin aclararlo. Dado que Inca Garcilaso casi siempre da por bueno lo que cuenta Zárate, lo suelo transcribir como si fueran sus propias palabras.

     (Imagen) El cronista INCA GARCILASO DE LA VEGA se llamaba en realidad  Gómez Suárez de Figueroa, lo que indica que estaba estrechamente emparentado con este ilustre linaje del que también procedía el gran poeta Garcilaso de la Vega. Los dos tuvieron en común la extraña peculiaridad de ser hombres de letras y de armas. Así lo dice el escudo de Inca Garcilaso que muestra  la portada del libro de la imagen: “CON LA ESPADA Y CON LA PLUMA”. En él se ve un revoltijo de toda su noble ascendencia, presumiendo también de que llevaba sangre de los emperadores incas. Admiró mucho a su padre, SEBASTIÁN GARCILASO DE LA VEGA, un capitán de enorme valía e intachable hoja de servicios, aunque, en un momento determinado, tomó una decisión sensata o traidora, según se mire, y a quien veremos enseguida al lado de Pizarro ayudándole a luchar contra el alzamiento de los indios. Pronto también, será apresado por las tropas de Almagro en su primera y única victoria. En las siguientes guerras civiles continuó en el bando de los pizarristas. Y así, por orden de Vaca de Castro, el representante del rey, procesó y ejecutó a numerosos almagristas cautivos. Pero cuando quien se rebeló contra Carlos V fue Gonzalo Pizarro, la situación fue muy angustiosa para un Garcilaso de la Vega abrumado por su conflicto de lealtades. Continuó sirviendo con gran eficacia y lealtad a Gonzalo, con una adhesión pizarrista que ya duraba catorce años. Sin embargo, en el último gran enfrentamiento, la batalla de Jaquijaguana, se pasó con todos sus hombres al bando del virrey Pedro de la Gasca, ocasionando la fatal derrota y la ejecución de Gonzalo. Nunca sabremos lo que de verdad pensaba Inca Garcilaso al respecto.



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