(238) Inca Garcilaso adereza todo lo que
va a ocurrir con una frase profundamente religiosa que purifica a los españoles
de cualquier culpa: “En el capítulo siguiente diremos los sucesos que hubo en
la ciudad del Cuzco, que la mayoría fueron misericordias de la mano del Señor
hechas a favor de los españoles para remedio de aquellos idólatras”. Por si
fuera poco, titula el capítulo de esta manera: El levantamiento del Príncipe Manco Inca: Dos milagros a favor de los
cristianos. Veremos que su fe era inquebrantable.
Así lo narra: “Manco Inca mandó que la
gente de guerra fuese hacia el Cuzco y hacia las Ciudad de los Reyes para
destruir a los españoles. Mandó que matasen a todos los que andaban
desparramados por el reino sacando oro de las minas, pues con la paz y el buen
servicio que los indios les hacían, se atrevían a andar tan sin cuidado como si
estuviesen en sus tierras. De los cuales mataron a muchos en diversas partes”.
Ha quedado claro que los ataques de la
gran rebelión se iban a centrar en Lima y en el Cuzco (además de procurar dar
muerte a Almagro y a sus soldados en Chile): “Recibidas las órdenes, los indios
llegaron al Cuzco con el mayor secreto que pudieron el día que les fue señalado,
y la noche siguiente acometieron a los españoles repentinamente con gran
alarido y estruendo, porque eran más de doscientos mil indios los que vinieron.
Tiraron flechas encendidas con fuego a todas las casas de la ciudad, respetando
solamente el templo del Sol y las casas de las vírgenes por tener respeto de
ellas, sin que ninguna de las otras quedara en pie. Los indios más valientes,
escogidos para quemar la casa del Inca Viracocha, donde los españoles tenían su
alojamiento, acudieron a ella con grandísimo ímpetu y le pegaron fuego con
flechas encendidas, quemáronla toda y no quedó cosa de ella. La sala grande que
en ella había (que ahora es iglesia catedral) donde los cristianos tenían una
capilla para oír misa, la reservó Dios del fuego, pues aunque empezaba a arder
por muchas partes, se volvía a apagar como si hubiera muchos hombres echando
agua. Esta fue una de las maravillas que Nuestro Señor obró en aquella ciudad
para fundar en ella el santo Evangelio, pues es una de las más religiosas y
caritativas que hoy hay en el Nuevo Mundo, así de españoles como de indios”. Ya
no hay tanta gente providencialista, pero lo que no tiene duda es que se
salvaron gracias a una suerte ‘milagrosa’.
Inca Garcilaso suele tomar párrafos del cronista
Agustín de Zárate, al que le da mucho mérito. Ya puntualizó que le resulta más
fiable que el buen escritor López de Gómara porque este no estuvo en las
Indias, y Zárate sí. Pero se olvida de decir que su estancia no pasó de un año,
y curiosamente, apenas menciona al grandísimo Pedro Cieza de León, quien,
además de ser el mejor cronista, conoció las aventuras de Perú, muchas
directamente, y otras informándose con rigor a través de testigos directos. Hay
que tener en cuenta también otro dato importante y a veces vergonzoso: todo el
mundo le copió a Cieza, y con frecuencia sin aclararlo. Dado que Inca Garcilaso
casi siempre da por bueno lo que cuenta Zárate, lo suelo transcribir como si
fueran sus propias palabras.
(Imagen) El cronista INCA GARCILASO DE LA
VEGA se llamaba en realidad Gómez Suárez
de Figueroa, lo que indica que estaba estrechamente emparentado con este
ilustre linaje del que también procedía el gran poeta Garcilaso de la Vega. Los
dos tuvieron en común la extraña peculiaridad de ser hombres de letras y de
armas. Así lo dice el escudo de Inca Garcilaso que muestra la portada del libro de la imagen: “CON LA
ESPADA Y CON LA PLUMA”. En él se ve un revoltijo de toda su noble ascendencia, presumiendo
también de que llevaba sangre de los emperadores incas. Admiró mucho a su
padre, SEBASTIÁN GARCILASO DE LA VEGA, un capitán de enorme valía e intachable
hoja de servicios, aunque, en un momento determinado, tomó una decisión sensata
o traidora, según se mire, y a quien veremos enseguida al lado de Pizarro
ayudándole a luchar contra el alzamiento de los indios. Pronto también, será apresado
por las tropas de Almagro en su primera y única victoria. En las siguientes
guerras civiles continuó en el bando de los pizarristas. Y así, por orden de
Vaca de Castro, el representante del rey, procesó y ejecutó a numerosos
almagristas cautivos. Pero cuando quien se rebeló contra Carlos V fue Gonzalo
Pizarro, la situación fue muy angustiosa para un Garcilaso de la Vega abrumado
por su conflicto de lealtades. Continuó sirviendo con gran eficacia y lealtad a
Gonzalo, con una adhesión pizarrista que ya duraba catorce años. Sin embargo,
en el último gran enfrentamiento, la batalla de Jaquijaguana, se pasó con todos
sus hombres al bando del virrey Pedro de la Gasca, ocasionando la fatal derrota
y la ejecución de Gonzalo. Nunca sabremos lo que de verdad pensaba Inca
Garcilaso al respecto.
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