viernes, 30 de junio de 2017

(Día 421) ¿Qué fue del inquieto Pizarro en Indias durante los 22 años anteriores a su campaña del Perú?

     (11) Pizarro, hombre largo en hechos pero corto en palabras y sin saber escribir, fue casi mudo para la historia y solo hablaron por él sus hazañas. Sus motivaciones, las tenemos que suponer. Podía haber seguido con su padre batallando, pero no lo hizo. Quizá su situación junto a él no fuera satisfactoria. O quizá sí pero fue más poderosa la atracción de las prometedoras noticias que llegaban de Las Indias y, como los jugadores obsesivos, apostara por el ‘todo o nada’. La navegación hasta las Indias tuvo que ser para él una experiencia muy excitante. Lo que no pudo imaginarse fue la tremebunda y triunfal novela que protagonizaría después.  Tenía, además, en su contra que, rondando ya la treintena,  superaba con creces la media de edad de los embarcados y le quedaba menos tiempo para hacer realidad sus sueños. Durante el viaje, vería todo el boato de Nicolás de Ovando y trataría con muchos de los 1.500 pasajeros transportados por 32 naves, entre los que había gente de toda condición. Muchos, como Pizarro, licenciados en paro de distintos ejércitos, huían de la inactividad y la pobreza; además, habían sido educados desde niños en una cultura de guerra que ya tenía menos sentido en España por dos logros de los Reyes Católicos: acabar con las batallas entre los nobles banderizos y  con la amenaza musulmana. Por si fuera poco, les parecería que los sufrimientos serían soportables y la gloria y la riqueza fáciles de alcanzar. Se equivocaban en ambas cosas. Aunque también ocurrió que algunos protegidos de los dioses escribieron después brillantes hojas de servicio para la Corona (y para sí mismos), como el asombroso Bartolomé de las Casas, al que Pizarro tuvo que tratar durante la travesía y que lo fue todo, soldado, explotador de minas, sacerdote poco ejemplar y luego, cambiando de vida, fraile y obispo que está ahora a punto de ser canonizado, defensor acérrimo (con demasiado pasión) de los nativos y uno de los más grandes cronistas de Las Indias. Pero, de momento, lo único que podía vislumbrar Pizarro en los que partieron junto a él hacia América era su carácter.
     El nombre de Pizarro siempre va asociado a Perú. Y, normalmente, solo a Perú. Pero ¿cómo fue su vida durante los 22 años que precedieron al inicio de sus expediciones hacia el territorio inca? Aunque él no contó nada, se puede seguir su rastro en las crónicas, no como una figura de primer orden, pero sí como uno de esos segundones a los que sus jefes estiman en gran medida por alguna cualidad especial, y, en el caso de Pizarro, por el valor, la inteligencia natural, la sensatez, el liderazgo sobre los soldados bajo su mando, que le correspondían con un gran respeto, la veteranía en España como soldado e, incluso, su excepcional resistencia física y su capacidad de sufrimiento. Mantuvo desde su llegada una intensa actividad, y, aunque en segundo plano, se labró un sólido prestigio y consiguió también una destacada posición social que le permitía vivir de las rentas. Este éxito le facilitó asentarse en Panamá con tranquilidad. Con demasiada tranquilidad para su grandeza de espíritu. Porque esa ciudad era también el trampolín irresistible para comprobar si eran ciertas las maravillas que los indios contaban sobre misteriosas civilizaciones situadas hacia el sur. ¿Sería mentira, como ocurrió con otras fantasías que se convirtieron en el fracaso y la tumba de muchos españoles? Pizarro quiso despejar el enigma, y veremos la grandeza y el horror de su excepcional aventura. Pero hay que volver a lo anterior, a los 22 años previos que le sirvieron para dejar su sello personal en numerosas expediciones.
     Ya vimos cómo el primer susto que se llevó Pizarro al llegar a Indias fue el tremendo huracán que hundió los barcos de la flota en la que salía para España Francisco de Bobadilla. Iría tomando nota de la verdadera realidad de aquellas tierras, llenas de muchas promesas, pero también de grandes dificultades inmediatas. Pasaron algunos años, pocos, en los que se le pierde la pista, hasta que se incorporó a las fuerzas de un capitán y gobernador peculiar.


     (Imagen) Durante los 22 años previos a la campaña del Perú, Pizarro, sin duda, estuvo implicado en multitud de enfrentamientos militares, participando primero en la pacificación total de La Española (la isla de Santo Domingo) y luego, probablemente, también en la colonización de la isla de Cuba. Pero su nombre empezó a adquirir un relieve notable en las primeras expediciones a las tierras del continente, bajo el mando de Alonso de Ojeda. Fue un salto desde La Española hasta la costa atlántica colombiana, como indica la flecha, en el entorno del insalubre golfo de Urabá. Allí consiguió que tuvieran eco oficial sus excepcionales cualidades en situaciones muy apuradas.


jueves, 29 de junio de 2017

(Día 420) Vida de Pizarro en España y partida hacia las Indias en 1502, bajo el mando de un hombre eficaz y honrado, NICOLÁS DE OVANDO.

     (10) FRANCISCO PIZARRO ANTES DE LLEGAR A PERÚ.
     Es muy poco lo que se sabe con certeza de él sobre el curso de su vida hasta que embarcó para Las Indias. Algunos datos que aparecen en documentos antiguos pueden ser un intento de adornar aún más al personaje o, también, de quitarle valía, como cuando el cronista Gómara, para ponerle por debajo de su adorado Cortés, se ceba en el rumor no probado (más bien absurdo) de que en su juventud el analfabeto cuidaba cerdos. Pero, dada la constante actividad y valentía que exhibió en todas sus aventuras americanas, se puede dar por seguro que, durante los años previos, estuvo envuelto en arriesgadas experiencias y grandes sueños. Así como su padre Gonzalo tuvo a su hijo Hernando a su lado en las guerras de Navarra, es muy probable que también Francisco, unos 27 años mayor, le acompañara cuando era joven en las de Italia como soldado raso (se dice que lo hizo cuando tenía unos 20 años).
     Francisco Pizarro se embarcó para Las Indias el año 1502, es decir, casi en el inicio de la aventura americana. Tal fecha de partida supone que no conoció personalmente a sus hermanastros Hernando, Juan y Gonzalo hasta que volvió a España por primera y última vez (año 1528). Partió en la armada dirigida por NICOLÁS DE OVANDO (la primera  de grandes proporciones y detallado plan de colonización), quien había sido nombrado gobernador para poner  definitivo orden en aquellas tierras. Colón, gran navegante pero mal administrador, había tenido que soportar varios motines de los españoles. Los Reyes Católicos enviaron primeramente a otro ‘figura’ para arreglar el desmadre: FRANCISCO DE BOBADILLA. Pertenecía a la más alta aristocracia, la que frecuentaba el trato con los reyes. Era llamativo, sobre todo, el aprecio de la reina Isabel por su hermana Beatriz Fernández de Bobadilla,  a la que tenía prácticamente como consejera, algo tan conocido que se popularizó un dicho al respecto: “Después de la reina de Castilla, la Bobadilla”. Como Francisco era un hombre de carácter muy autoritario, tuvo aciertos administrativos pero cumplió ‘demasiado bien’ el cometido de investigar a Colón, hasta el punto de que lo apresó y, cargado de cadenas, lo despachó hacia España,  donde quedó retenido bajo la supervisión de alguien que siempre odió a Colón y a su familia, el entonces obispo de Burgos Juan Rodríguez de Fonseca (los ‘enterados’ ya lo saben: era el protector de mi querido ‘ectoplasma’ SANCHO ORTIZ DE MATIENZO). Afortunadamente, los reyes consideraron una inaceptable humillación el trato que Francisco había dado al ¡descubridor de Las Indias! Lo pusieron en libertad de inmediato, e, incluso, le dieron autorización para volver por cuarta vez al Nuevo Mundo (pero sin permiso para desembarcar en Santo Domingo). Y, además, viendo la inclinación de Francisco por una excesiva intransigencia, se dieron prisa en sustituirle por el competente Ovando. Poco tiempo después, llegó también Colón al Caribe, en la mencionada cuarta y última expedición, pero el nuevo gobernador (como tenía ordenado) no le permitió desembarcar en Santo Domingo, debiendo limitarse a seguir explorando aquellos mares. Por aquellos días, el destituido Bobadilla, acompañado de  numerosos partidarios, se embarcó en expedición de varias naves para volver a España. Parecía que se avecinaba una dura tormenta, pero decidieron levar anclas contra el consejo de Colón, el veteranísimo lobo de mar, que había buscado refugio en un pequeño puerto bien abrigado. Lo que vino no fue una tormenta, sino un huracán, y el desastre naval fue de los más grandes de la historia de Indias: Bobadilla y la mayoría de los embarcados murieron a poco de partir. De forma indirecta, veremos más adelante que Pizarro tropezó otra vez con los Bobadilla. Resulta que Pedrarias Dávila, el implacable fundador de Panamá y ejecutor de quien descubrió el Pacífico, Vasco Núñez de Balboa, algún encanto tendría, porque su mujer, todo un carácter, estuvo profundamente enamorada de semejante animal. Era hija de Francisco de Bobadilla y se llamaba Isabel de Bobadilla y Peñalosa. Veremos también que, cuando Pizarro comenzó la aventura de Perú, obtuvo el permiso necesario del entonces gobernador de Panamá, Pedrarias Dávila, que, incluso, durante un tiempo, fue uno de los socios de aquella empresa.
     Habría mucho que decir de NICOLÁS DE OVANDO, uno más de los extremeños que hizo historia en Indias. Pero habrá que resumirlo. Cumplió perfectamente su misión de calmar los ánimos que Bobadilla había alborotado. Fue incluso con la intención de suprimir el maltrato a los indios, pero tuvo que rebajar sus buenas intenciones porque se vio obligado a reducirlos por la fuerza, llegando a ahorcar a la cacica taína Anacaona. Por eso, Bartolomé de las Casas, que lo ensalzó al describirlo, no pudo evitar criticarlo (quizá en exceso, como era su tendencia en el drama de los indígenas) por sus campañas contra los nativos. Estas fueron sus palabras:
     "Era mediano de cuerpo, y la barba muy rubia o bermeja; tenía y mostraba grande autoridad, amigo de justicia; era honestísimo en su persona en obras y palabras, de codicia y avaricia muy grande enemigo, y no pareció faltarle humildad, que es esmalte de las virtudes. Este caballero era varón prudentísimo y digno de gobernar mucha gente, pero no indios, porque con su gobernación inestimables daños les hizo".
     En 1509 terminó el mandato de Nicolás de Ovando, siendo sustituido por Diego Colón, quien, muerto ya su padre, había heredado el título de Virrey de las Indias. Al volver a España, Ovando recibió grandes honores, de los que poco pudo disfrutar porque murió dos años después en Sevilla. Fue enterrado en Alcántara (Cáceres).


     (Imagen) Nicolás de Ovando, a quien Pizarro vería con admiración durante el viaje, estuvo muy vinculado a la Orden Militar de Alcántara, cuyos ‘caballeros’ respiraban por todos sus poros el romántico espíritu del monje-soldado en lucha contra los musulmanes. Muy valorado  por los Reyes Católicos, le confiaron enderezar la caótica administración de Las indias. Vemos su figura colocada sobre las tierras descubiertas, cuyo punto central era La Española (así se llamaba entonces la isla de Santo Domingo). El retrato es imaginado, pero lo valioso es la autenticidad de su clara firma.


miércoles, 28 de junio de 2017

(Día 419) Especial mención al padre de Pizarro y a sus hermanos, destacando el precoz relieve del único legítimo, Hernando.

(9) GONZALO PIZARRO y RODRÍGUEZ DE AGUILAR. Así de sonoro era el nombre del inquieto y valeroso trujillano. Y tenía tres motes que lo retratan. El Largo, por su estatura (en eso, en su osadía y en su fortaleza física coincidió con su hijo Francisco Pizarro); el Romano, por su currículo en las guerras de Italia; y el Tuerto, porque así lo dejó una herida de guerra (también hubo en Indias varios tuertos de renombre, como, entre otros, Pánfilo de Narváez, Orellana y Almagro, el socio de Pizarro). Nacido hacia 1446, entre guerra y guerra, que fueron muchas, le dio tiempo para ejercer de regidor en Trujillo, como lo había sido su padre, y todo indica que fue uno de los prohombres de la villa.
     El historial militar de Gonzalo fue impresionante, llegando a obtener el grado de coronel. Parece ser que ya luchó en la toma de Granada, y su constatada participación en la guerras de Italia consolidó su prestigio, siendo incluso ensalzado por su jefe, el mítico estratega Gonzalo Fernández de Córdoba (el Gran Capitán), teniendo, además, allí como compañero de armas a otra leyenda de aquellos tiempos, Diego García de Paredes, de fortaleza excepcional y también trujillano, conocido como el Sansón de Extremadura. En estas historias todo se entrelaza, y me viene a la memoria que Bernal Díaz del Castillo, en uno de sus comentarios y para ensalzar el mérito de Cortés (a quien también ‘atizaba’ cuando era necesario), lo comparaba con Alejandro Magno, el Gran Capitán y el mencionado Diego García Paredes, quien, por cierto, tuvo un hijo, del mismo nombre, que consiguió apresar y ejecutar al terrorífico Lope de Aguirre, de triste memoria.
     Tras las campañas de Italia, el bravo Gonzalo volvió a Trujillo, pero no era un hombre amante de la vida sosegada y quiso ser protagonista en otra página importante de la historia de España, la que trajo como consecuencia la unificación definitiva de nuestro territorio. Estaba en juego el destino de Navarra y allá se fue Gonzalo, con más de sesenta años, para luchar contra una alianza del ejército navarro y el francés. Castilla venció en la batalla definitiva, el año 1521, con lo que, ya para siempre, el territorio español actual quedó consolidado. Un año después y todavía combatiendo, murió Gonzalo Pizarro Rodríguez de Aguilar, dando pruebas de la asombrosa resistencia de su naturaleza.
     Pocos soldados  pudieron presumir de haber participado en hazañas bélicas de tanta importancia. Pero el fogoso Gonzalo fue protagonista de otro tipo de ‘proezas’: tuvo hijos de, al menos,  cinco mujeres. Lo curioso fue  que a todos los varones les dio su apellido, a pesar de que solo uno era legítimo, lo que choca más todavía en una época en la que no era preceptivo transmitirlo a la descendencia. Algo habría de orgullo familiar en este gesto y de sincero afecto por los que eran carne de su carne. El destino le premió concediéndole que los cuatro varones hicieran historia. Veamos cómo los repartimos:
     El gran FRANCISCO PIZARRO fue el mayor de todos; nació bastardo hacia 1477.
     El siguiente en edad fue HERNANDO PIZARRO Y DE VARGAS, quien, por ser el único legítimo (su madre se llamaba Isabel de Vargas y Rodríguez de Aguilar, de claro parentesco con su marido) tuvo todos los derechos sobre la herencia familiar. Murió el año 1580 y, por algún despiste en los datos sobre la fecha de su nacimiento, se le ha atribuido con frecuencia una longevidad disparatada. En realidad, vino al mundo en 1504, lo que ya supone haber tenido una existencia mucho más larga que la media de sus contemporáneos. Luchó al lado de su padre en las guerras de Navarra, y tropecé en PARES (archivo digitalizado de documentos históricos españoles) con una orden del rey en la que se le nombra capitán del ejército. Es un texto que honra sobremanera a Hernando y a su padre, y creo que merece la pena trascribirlo (modernizando mínimamente su redacción):
      “EL REY (Carlos V). Por cuanto estoy informado que, cuando entró el ejército de Francia en nuestro Reino de Navarra, Juan Nicorte, reo, Capitán de Infantería, no guardando la fidelidad y lealtad que nos debía, se quedó en Pamplona con los franceses, por cuya causa el Duque de Nájera, nuestro Virrey y Capitán General del dicho reino, nombró en su lugar a Hernando Pizarro, hijo del Capitán Gonzalo Pizarro, persona hábil y suficiente para ello por lo mucho que el dicho su padre y él nos sirvieron en el cerco de Logroño, y que los nuestros virreyes y gobernadores de los Reinos y Señoríos de Castilla le confirmaron en nuestro nombre el cargo, por ende, yo, por la presente, lo he por bien y lo confirmo y apruebo y, si necesario es, por esta mi carta recibo de nuevo al dicho Hernando Pizarro por Capitán de Infantería ordinario en lugar del dicho Juan Nicorte, reo. Y mando que le sea librado el mismo salario que él tenía, según y cuando y como libraren los semejantes maravedís que de Nos tiene firmado, y a los contadores mayores, que asienten el traslado de esta mi cédula en los libros de su sueldo. Y se tome sobrescrito de este original para que lo tenga el dicho Hernando Pizarro. Hecha en Gante, a 27 de julio de 1521 años”.
    Por tratarse de una copia que le entregaron a Hernando, lleva al pie (nítidamente) su firma.
    Es de suponer que sus propios genes, el hecho de ser el único varón legítimo y este extraordinario currículo militar (capitán por meritos de guerra con solo 17 años) puedan explicar por qué los cronistas de Indias lo calificaron de altanero y responsable máximo de los gravísimos enfrentamientos que se produjeron en Perú entre los españoles.
     JUAN PIZARRO ALONSO y GONZALO PIZARRO ALONSO eran los más pequeños, y los tuvo su padre, Gonzalo, ilegítimamente pero con una sola mujer, María Alonso. Juan nació hacia 1509, y Gonzalo en 1510. Los avatares de Perú hicieron que su vida fuera excesivamente corta.
    Termino ya esta breve reseña de GONZALO PIZARRO y RODRÍGUEZ DE AGUILAR lavando un poco su imagen de empedernido picaflor: su legítimo matrimonio con Isabel solo duró cinco años, por fallecimiento de ella, y, durante ese tiempo, únicamente tuvo hijos con su mujer, tres en total, Hernando y dos hermanas.


(Imagen) Gonzalo Pizarro y su único hijo legítimo, Hernando Pizarro, participaron en la fase final de las guerras que anexionaron definitivamente Navarra a España, quedando, desde el año 1524, completada la unidad total de lo que hoy es nuestro país. El proceso anterior había sido la toma del reino de Granada, que fue heredado después, juntamente con la  Corona de Castilla y la de Aragón, por Juana la Loca, y, al fallecer esta, por su hijo Carlos V. Los dos Pizarro, padre e hijo, tuvieron un destacado papel luchando en Navarra, siendo nombrado Hernando capitán a los 17 años, una edad completamente excepcional.


martes, 27 de junio de 2017

(Día 418) Llega el momento de presentar a Pizarro y hablar de sus orígenes.

     (8) FRANCISCO PIZARRO. ORÍGENES.
     Cuando uno comienza a interesarse por tamaño personaje, es importante que se disponga a observarlo con atención y a valorar en su justa medida los enormes méritos de sus andanzas por Las indias, percatándose de que fue un milagro que llegara a viejo y que consiguiera un éxito tan grandioso. Se puede decir lo mismo de Cortés, pero hay diferencias muy notables en su forma de ser, en su  nivel cultural e, incluso, en su origen familiar, aunque, curiosamente, eran parientes lejanos (no es cierto que fueran primos hermanos, como se ha venido diciendo). Y, hablando de milagros, resulta palpable que aquellos soldados, tan creyentes a pesar de sus poco ejemplares comportamientos, se metieron en batallas suicidas porque creían de forma insensata en la ayuda divina, o se autoengañaban así para espantar el miedo. No hay que perder de vista que sus motivaciones eran complejas. Buscaban con la misma sinceridad la gloria y la riqueza personales (objetivo primordial), la conquista de nuevos territorios para España, y (según su criterio) el bien de los nativos. Sí, el bien; porque estaban convencidos (con inconscientes hipocresías entremezcladas) de que la cultura que les transmitían era muy superior a la suya (cosa indudable) y de que, con la religión cristiana, asimismo más humana (igualmente indudable), podían alcanzar la salvación eterna. Para juzgar a alguien, hay que sopesar el motivo de sus actos y el código moral de la sociedad a la que pertenece, aunque tenga en su seno algunos personajes críticos que sepan detectar las ideas equivocadas, como ocurrió con Bartolomé de las Casas, quien, aunque fue muy exagerado, tuvo un fondo de razón indiscutible. El que se embarcaba para Las Indias, iba a ser absorbido sin remedio por un  poderoso engranaje que funcionaba con un solo objetivo: la expansión implacable y veloz de la ‘conquista’. El mismo engranaje que creó los imperios de los aztecas y los incas. Una ley de vida que sigue arrastrándonos, aunque, ahora, de forma más civilizada a pesar de los horrores que seguimos viendo. Dicho lo cual (si no expongo ese punto de vista, reviento), vamos con los orígenes de Francisco Pizarro.
    Aparecen diferentes fechas de su nacimiento, pero son muchos los que consideran que vino a este ‘mondo cane’ hacia el año 1477 en la  cacereña localidad de Trujillo (cuya plaza mayor tiene un fuerte y original sabor histórico inolvidable para el que la ha visto). Su familia presumía de tradición militar y cierta hidalguía. Su abuelo paterno, Hernando Alonso Pizarro, fue regidor de la villa, un respetado cargo social (Bernal Díaz del Castillo también alardeaba de que su padre había sido regidor de Medina del Campo). Francisco no comenzó con buen pie su vida. Era el primer hijo de un padre, Gonzalo Pizarro, bravo en la guerra y aventurero en el amor, que, siendo soltero,  dejó embarazada a Francisca González, una sencilla criada con la que no se casó. Curiosamente, aunque bastardo, su padre, de alguna manera, reconoció a Francisco (la ‘ultrajada’, por su parte, consiguió que se llamara como ella), ya que le dio el apellido Pizarro (será algo constante en Gonzalo, porque hizo lo mismo con varios de sus numerosos bastardos). A lo largo de esta historia, veremos la fuerza del vínculo familiar (también para desgracia suya) de los Pizarro, que, en el caso de Francisco, abarcó también a alguien muy querido por él, su hermanastro por parte de madre, Martín de Alcántara (incluso murieron luchando juntos). No se habla mucho del padre de los Pizarro, pero lo que se sabe de él deja muy claro que fue un militar excepcional y curtido, como se suele decir, en mil batallas. Vamos allá con algunos datos suyos.


(Imagen) Este cuadro, que está en la Biblioteca Municipal de Lima, representa a Francisco Pizarro según lo imaginó el pintor Daniel Hernández Morillo el año 1929. Esa vistosidad sería quizá para los días de gala, porque las tropas españolas, por puro sentido práctico, no solían utilizar armaduras, sino la protección tradicional de los indios a base de tupidas capas de algodón, con las que incluso se cubrían las cabezas; no era una estampa muy bizarra, pero sí eficaz. En lo que no exageró el artista era en pintarlo a caballo y emanando autoridad, porque, si algo distinguió a Pizarro fue el carisma de un líder nato y repleto de cualidades: inteligencia, sensatez, valor, capacidad de sufrimiento y generosidad con sus soldados, que siempre le correspondieron con el mayor respeto.


lunes, 26 de junio de 2017

(Día 417) Un breve resumen de la trayectoria de Pedro Cieza de León desde su llegada a Indias hasta su muerte en Sevilla.

(7) En esas circunstancias, dos años después, llegó Cieza a América, desembarcando en  la colombiana Cartagena de Indias. En esa misma expedición, volvía Hernando Pizarro de su viaje a España con documentación de la Corona para su hermano Francisco. Pero el curtido soldado y el novato adolescente siguieron distintos caminos y no volvieron a verse nunca más. Durante un tiempo, Pedro no se movió de la ciudad costera, y ya, como un bicho raro en aquel ambiente, empezó a tomar notas del sorprendente espectáculo de aquel lugar en el que se mezclaba lo mejor y lo peor, con gente rica, aventureros rumiando sus sueños y arribada de barcos con esclavos negros, a los que solamente los religiosos trataban con respeto, como lo hizo allí mismo más tarde, y en grado sumo, San Pedro Claver.
   Pero pronto le vemos a Cieza en movimiento. Figura en campaña por varios parajes, desde 1536, bajo las órdenes de distintos capitanes, como Alonso de Cáceres,  el juez Vadillo y alguien que había sido enviado directamente por Francisco Pizarro, Lorenzo de Aldana, lo que supone el primer contacto directo del todavía adolescente con las tropas de Francisco. El año 1539, quedará Cieza bajo el mando de un personaje extraordinario y trágico, al que siempre quiso y admiró, el capitán Jorge Robledo, quien, por orden de Aldana, dirigió una expedición en Colombia llevando con él  a su apreciado ‘criado’, el joven Pedro, durante la cual fundaron algunas poblaciones. Robledo, que avanzaba rápidamente pero dando buen trato a los indios (fue uno de los conquistadores más humanos), se pasó de jurisdicción y fue apresado por quien tenía los derechos, el capitán Alonso de Heredia, aunque pronto consiguió la libertad, precisamente a través de las gestiones que le encomendó al jovencísimo y hábil Cieza. Robledo volvió a cometer la misma imprudencia basándose en que tenía una autorización judicial (todavía no tramitada oficialmente), pero esta vez tropezó con el temible Sebastián de Benalcázar (a quien  veremos con frecuencia en esta historia), lo que le costó ser derrotado, juzgado militarmente y ejecutado. De forma brutal, Benalcázar puso un rótulo junto a su cabeza  cortada con este texto: “Si de esta vez no escarmienta Robledo, yo le tendré por muy grandioso necio”. Cieza comenta que le había aconsejado a su jefe más prudencia: “Yo muchas veces le dije (a Robledo) que se retirara a la ciudad de Antioquia (que estaba en su demarcación) porque solo tenía permiso de un representante de un juez no recibido aún por tal, como Su Majestad mandaba, y Benalcázar venía poderoso y era Gobernador del Rey”. Fue tanto el aprecio que Cieza le tenía a Robledo que hasta le dedicó un afectuoso  recuerdo en la redacción de su testamento.
     Y como había luchado fielmente a su lado contra Benalcázar, sintió temor a las represalias. Entonces, quizá como camuflaje, transformó su apellido añadiendo otro de su familia. El que hasta entonces figuraba como Pedro de León, fue ya para siempre Pedro de Cieza de León. Pero, en realidad, nadie le causó problemas, y una serie de carambolas le abrió las puertas de Perú. Llegó entonces a aquellas tierras un clérigo de enorme valía y meteórico ascenso, enviado por el rey para acabar con la rebelión de Gonzalo Pizarro en Perú (y vaya si lo hizo).  Se trataba de don Pedro de la Gasca, quien convenció a Benalcázar para que se le uniera con sus hombres en la próxima lucha contra Gonzalo. Y, casi resulta cómico, el asustado Cieza fue uno de los que acompañaron a Benalcázar, de manera que empezó su vida en Perú participando en un acontecimiento cumbre: la batalla de Xaquixahuana, escena de la trágica muerte de Gonzalo Pizarro, el último de los hermanos que quedaban en Perú. Para Hernando Pizarro tuvo que ser muy penoso haber tenido una larga prisión en España, pero es casi seguro que, gracias a ella, salvó su vida, ya que, con toda probabilidad, en Perú habría muerto junto a Gonzalo.
     Como ya dije, Cieza volvió a España en 1550. Llegó a visitar al futuro rey Felipe II, se ocupó de sus publicaciones y se casó pronto, pero tanto su mujer como él murieron en Sevilla el año 1554. Tuvo tiempo de dejar un extraordinario testamento en el que se trasluce la humana calidad de su persona, ya manifestada en sus escritos y hasta en su propia vida, puesto que siempre fue apreciado en su entorno y por los jefes que tuvo.
     Creo que Pedro Cieza de León se merecía este largo apartado: no solo fue un extraordinario cronista, sino que, como ya he dicho, serán sus escritos el guión base del que me voy a servir para contar la gran historia.


(Imagen) De los cuatro amplios tomos que publicó Pedro Cieza de León (las cuatro partes de lo que tituló LA CRÓNICA DE PERÚ), solamente utilizaré el tercero, que se conoce como DESCUBRIMIENTO Y CONQUISTA DEL PERÚ y es el que se centra en la epopeya de Pizarro. A pesar de su agitada y corta vida, aprovechó el tiempo al máximo gracias a sus dotes narrativas, su insaciable curiosidad, su inteligencia y su capacidad de trabajo. Los otros tomos se centran en cuestiones tan  variadas como las costumbres de los indios, minuciosos datos geográficos y poblaciones que fundaron los españoles, e, incluso, para que no faltara nada,  dedicó un tomo entero, el segundo, a narrar todo lo que le contaron los nativos de su propia historia, poniéndole el título de EL SEÑORÍO DE LOS INCAS.






sábado, 24 de junio de 2017

(Día 416) Pedro Cieza de León, el llamado Príncipe de los Cronistas de Indias, va a servirnos de guía principal a lo largo de todo este trabajo dedicado a “Pizarro y la conquista del Perú”.

(6) PEDRO DE CIEZA DE LEÓN. Va a ser el cronista que me servirá para seguir los caminos principales de la aventura de Perú. Se le llamó, con justicia, el Príncipe de los Cronistas de Indias (creo que, con otro estilo, Bernal Díaz del Castillo está a su altura), por la extensión, la profesionalidad y el detalle del magnífico trabajo que llevó a cabo. Es algo que ya he comentado anteriormente, y también que, por llegar a Perú con 15 años de retraso, no fue testigo de los acontecimientos estelares del triunfo de Pizarro. Pero sí vivió en directo todo el dramatismo de los trágicos acontecimientos que ocurrieron después. Y, de lo que no vieron sus ojos, se informo meticulosamente, como un obsesivo reportero,  utilizando a testigos de toda confianza. Su extensísima obra no solo trata de la conquista, sino que también aporta un estudio sobre la historia y la cultura de los incas (al que apenas haré alguna referencia). Según escribía, transparentaba una personalidad poco frecuente por un detalle especial. A pesar de la dureza de sus experiencias como soldado, su lealtad a la Corona y su indudable afecto y admiración por Pizarro, hay algo en su interior que le inclina al remordimiento de la culpa y a la empatía con los indígenas, que, probablemente, está potenciado por un sentimiento profunda y sinceramente cristiano, hasta el punto de que suele achacar las desgracias sufridas por los españoles a un castigo divino por sus abusos. Lo que queda confirmado por su simpatía hacia el gran Bartolomé de las Casas (otra fuerza de la Naturaleza), que tanto consiguió de la Corona para la protección de los indios, y tanto exageró sobre el daño que les hicieron los españoles. Es probable que Pedro respirara durante su infancia un aroma hogareño empapado de sentimientos religiosos, ya que, además, su único hermano varón se ordenó sacerdote.
    Pongámonos brevemente en la piel de Cieza y sintamos lo que fue su vida. Nació en Llerena (Badajoz) hacia 1518, en una familia de buena posición que, cuando él era muy pequeño, se trasladó a Sevilla, donde, sin duda, recibió una selecta educación, aunque corta porque partió para Indias en 1535, apenas estrenada su adolescencia. Habrá que suponer que fue un entusiasta lector, uno de esos autodidactas que lo absorben todo, y tuvo que ser también decisivo el hecho de que figuraban en su familia importantes escribanos. El intenso ambiente colombino de Sevilla (la llamada Puerta de las Indias) tuvo un  efecto fulminante para alguien que demostró después ser un romántico incurable, un enfermo de curiosidad y un incansable trabajador, que, sabiendo valorar lo admirable, no solo estuvo en numerosas batallas y viajes interminables, sino que, robando tiempo al sueño, había ya redactado su voluminosa obra cuando, cumplidos los 30 o los 32 años, retornó a España. Solo le quedaban otros cuatro (murió en 1554), pero es de envidiar una vida tan bien aprovechada.
     Para la fecha en que Cieza llegó a Indias, la presencia española se había extendido de forma continua y asombrosamente rápida. Colón llegó, y volvió otras tres veces, en las que siguió explorando  el Caribe y parte de la costa continental. Fallecido el Almirante, nuevas expediciones continuaron más tarde hacia el  norte y el sur (Florida y Brasil). Se establecieron poblaciones. En 1513, Vasco Núñez de Balboa descubrió el Pacífico. Solo unos locos románticos como Magallanes y sus hombres pudieron ser capaces 7 años más tarde de seguir y seguir hacia el sur por el Atlántico hasta que, cuando ya sentían los fríos polares, encontraron, por fin, el estrecho que daba acceso al Pacífico. Un año después, en 1521, Hernán Cortés derrotó definitivamente al ejército azteca. Un poco, en 1519, el terrible Pedrarias Dávila había fundado en la costa del Pacífico la ciudad de Panamá. Con la misma fuerza y constancia que la ley de la gravedad, fue inevitable que desde allí siguieran partiendo expediciones en busca de prometedoras tierras nuevas, esperando incluso encontrar alguna civilización tan poderosa como la azteca. Y Pizarro dio en la diana. Tras 9 años de sufrimientos, dudas, riesgos de muerte habituales,  mostrando una determinación casi demencial y con una suerte increíble, terminó de  someter el imperio inca en 1533.


     (Imagen) Pedro Cieza de León fue también uno más de los extremeños que batallaron en Las Indias, aunque pasó su infancia en Sevilla. Su espíritu cristiano y aventurero le haría visitar allí con frecuencia La Casa de la Contratación, deseando ver el movimiento constante de los que se registraban para embarcarse rumbo a una caprichosa fortuna, y postrarse, como hacían ellos, ante este hermoso cuadro de  la Virgen de los Navegantes (entonces se les llamaba ‘mareantes’), o del Buen Aire (de ahí le viene el nombre a la capital de Argentina), pintado por Alejo Fernández (autor asimismo de un retrato de Sancho Ortiz de Matienzo). Alejo lo llenó de simbolismo y hay muchas opiniones sobre qué personajes representó, ninguna segura; hasta se dice absurdamente que uno de ellos era, precisamente, Sancho.


viernes, 23 de junio de 2017

(Día 415) Pedro Pizarro, pariente lejano de los hermanos Pizarro, escribió una de las mejores y más completas crónicas de la conquista de Perú, en la que tuvo una notable participación.

(5)  PEDRO  PIZARRO. A él le debemos una magnífica crónica que tituló  “Relación del descubrimiento y conquista de los reinos del Perú” (narrando lo sucedido desde 1531 hasta 1555), y no fue parco en palabras, porque la edición publicada en Fondo de Cultura Económica tiene 236 páginas, escritas con sencillez y, según los especialistas, con evidente sinceridad, aunque hizo un comentario sobre el partidismo de varios cronistas que, en un caso concreto, no me parece creíble: metió en ese saco a Cieza (cuya crónica utilizó), y creo más bien que, lo que le molestó, fue precisamente que, por ser muy objetivo, no ocultó los abusos de los españoles, ni de Pizarro en particular, a quien, sin embargo, tanto admiraba. Ante la duda, me inspira más confianza Cieza que él. Pedro Pizarro tuvo también el mérito especial de haber sido protagonista de los hechos, aunque su obra fue tardía, ya que la terminó de escribir en 1571 a base de remozar sus recuerdos y adobarlos con crónicas anteriores.
    Es muy poco lo que se conoce de su joven vida en España, pero hay datos curiosos. Nació en Toledo hacia 1515 y era pariente lejano de los Pizarro (no es cierto que fueran primos hermanos, como se suele decir). Le pasó lo mismo que al cronista Trujillo: quedó abducido por el hechizo de Francisco Pizarro y por la gloria y riquezas que prometía, y, con sus 15 añitos, se embarcó con él para Indias en 1530. En la expedición iban los cuatro hermanos Pizarro y gente de todo pelaje, desde lo más humilde hasta lo más linajudo (bastantes, nobles pero arruinados o bastardos) y, lo que son las cosas, también coincidió con Francisco de Trujillo; los dos sabían que iban a luchar en las batallas, pero no se imaginaban que llegarían a ser cronistas de una aventura absolutamente espectacular.
     La proximidad familiar y su juventud lo convirtieron a Pedro, quizá ya en la travesía marítima, en paje de Francisco Pizarro. Pero, dos años después, se le ve ya batallando contra los indios, y a caballo, lo que es curioso porque ser jinete suponía tener buenos medios económicos (los caballos eran exageradamente caros en Indias). Formó parte del grupo de conquistadores que fundó Arequipa (algo que tendrán que agradecerles los allí nacidos, como Vargas llosa), y no pudo eludir verse enredado en las guerras civiles entre españoles. Estuvo a favor del grupo de los Pizarro, pero, cuando Gonzalo Pizarro (el último superviviente de la familia) se rebeló contra la Corona, no le quedó más remedio que hacer un encaje de bolillos con la ambigüedad. Su dudosa actitud no le costó la cabeza como a Gonzalo, pero salió perjudicado en sus bienes. Aun así, pudo seguir viviendo tranquilo y con buena posición social, en la Arequipa que fundó con otros españoles, hasta su fallecimiento, de fecha desconocida pero posterior a 1571.

    (Imagen) Pedro Pizarro escribió una de las mejores y más completas crónicas de la conquista de Perú. Su texto no recoge el comienzo de la campaña porque se incorporó en la fase definitiva, la del apresamiento de Atahualpa. Terminó de escribirla muy tardíamente, el año 1571, y,  lamentablemente, permaneció inédita nada menos que hasta el año 1844, si bien el manuscrito original ya fue conocido y utilizado por varios historiadores.


jueves, 22 de junio de 2017

(Día 414) Hernando Pizarro, protagonista fundamental (con sus tres hermanos) en la conquista de Perú, fue el primero que comunicó al rey el apresamiento de Atahualpa. Su paisano Diego de Trujillo, testigo de los hechos, escribió una breve pero sabrosa crónica.

(4) HERNANDO PIZARRO como cronista. Dado que fue una figura central de la época más intensa de la campaña de Perú, nos vamos a encontrar al personaje continuamente. En su momento, aportaré datos más extensos sobre sus orígenes y las experiencias que tuvo antes de embarcar para Las Indias, por lo que ahora bastará indicar algunos detalles. De los cuatro hermanos Pizarro de esta historia, fue el único hijo legítimo (aunque su progenitor les dio el apellido a todos), recibió una esmerada educación y, como soldado en las guerras de Navarra, obtuvo muy joven el grado de capitán. Méritos aparte, parece ser que tenía un carácter demasiado soberbio, y más de un cronista le echó gran parte de la culpa de los graves conflictos que hubo en Perú entre los propios españoles. Quizá considerarle cronista sea una exageración, porque lo que escribió sobre el tema fue sumamente breve (escasamente 20 páginas), pero tiene el valor de ser la primera noticia oficial de los asombrosos acontecimientos de Perú, y hecha, además, por uno de los personajes más notables, aunque no llegó a ser entonces un texto conocido por el público, porque se trató de una carta dirigida al rey el 23 de noviembre de 1533. Hay en ella un pasaje en el que me parece ver confirmado el carácter prepotente y acaparador de Hernando. Comenta que su hermano le había ordenado presentarse ante Atahualpa (el inca estaba muy cerca, pero no se decidía a tener el primer encuentro con Pizarro). Hernando explica que visitó al gran cacique acompañado de un capitán español. Pero no menciona que ese capitán era Hernando de Soto (otra figura de primer orden), quien ya había estado antes con el casi divino emperador, siendo el primer español que llegó a verle, en un acto de extrema valentía porque Atahualpa estaba rodeado de su inmenso ejército.
     DIEGO DE  TRUJILLO fue otro de los protagonistas del Perú que nos aportó datos; su crónica es muy breve, pero sustanciosa porque amplía la información recogida por Francisco de Xerez. La hizo muy posteriormente, el año 1571, y a petición del extraordinario virrey Francisco de Toledo, nacido en Oropesa y conocido como el Solón Virreinal por su ejemplar sensatez. (En estas historias de Perú, los nombres de oriundos de Extremadura irán saliendo encadenados como las cuentas de un rosario). Como indica su apellido, el cronista Diego era trujillano, al igual que los Pizarro. Nació hacia 1505 en una familia de hidalgos de segundo nivel, y, en 1530, cuando el mismísimo Pizarro se presentó en su pueblo para llevarse a sus tres hermanos consigo a Las indias y reclutar gente para aquella loca aventura, fue uno más de los que se emborrachó de ilusión, no se preocupó de calcular el enorme riesgo y se apuntó en la lista.
     Diego de Trujillo, durante toda la campaña peruana, luchó como soldado de a pie. Casualmente, fue uno de los que, con Hernando Pizarro, fueron adonde Atahualpa para conseguir que se decidiera a conocer a Francisco Pizarro. Poco después de terminar la ocupación con la toma del Cuzco,  Diego volvió a España hacia 1536, llegando a Trujillo como un hombre rico y prestigioso, pero en 1547 volvió a las aventuras de Indias, estableciéndose en la ciudad del Cuzco. Hay algo curioso a partir de entonces. La 1ª guerra civil de los españoles en Perú ya había pasado, pero hubo otras. Cuando Gonzalo Pizarro (sucesor de su hermano Francisco) se alzó contra el rey, Trujillo luchó a su lado, lo que le convertía también a él en rebelde. Gonzalo, finalmente derrotado, perdió la cabeza, pero Diego se libró de tan duro castigo. En la última guerra civil, también escogió el caballo perdedor, Francisco Hernández Girón, alzado contra el Rey y, finalmente, ejecutado; pero, una vez más, Diego de Trujillo salió bien parado (quizá, en ambos casos, por no haber tenido una jerarquía militar importante).
    Todo parece indicar que disfrutaba de algún carisma especial, porque vivió el resto de sus días en paz y muy respetado, como lo prueba la confianza que le tuvo el gran virrey (uno de los mejores de Indias) Francisco de Toledo. Hay un dato que muestra su carácter comprensivo y responsable: tuvo acogidos en su casa a los  nietos de Atahualpa, de los que fue su tutor. Murió hacia 1575.
     Un último comentario. Aunque su obra fue breve, Trujillo la escribió muy bien y con gran expresividad, pero decepciona esa escasez porque, de habérselo propuesto, nos habría regalado una crónica sumamente interesante.


     (Imagen) Si Extremadura fue origen de muchos ilustres aventureros de las Indias, probablemente la cacereña Trujillo bate el récord por metro cuadrado. Allí nacieron Hernando Pizarro (hermano del ‘glorioso’) y Diego de Trujillo, y los cito ahora juntos porque los dos dieron noticia de la conquista del Perú (Hernando en una carta dirigida al rey, y Diego en una crónica breve pero jugosa). La plaza de Trujillo es una delicia donde por todos los rincones se repite el eco de viejas historias de ultramar. El señorial palacio con escudo esquinado que se ve al fondo lo construyeron Hernando Pizarro y su mujer (y sobrina), la mestiza hija del gran Pizarro, llamada Francisca Pizarro Yupanqui, que era asimismo sobrina de Atahualpa (hermoso lío).


miércoles, 21 de junio de 2017

(Día 413) Algunos datos más sobre la biografía de FRANCISCO LÓPEZ DE XEREZ, dejando claro que, descontando un lapso de seis meses, permaneció en campaña al lado de Pizarro hasta el apresamiento de Atahualpa.

(3)  De lo que se deduce que, si bien solo se conoce de su infancia que su padre era “un Pedro de Jerez, ciudadano honrado”, no cabe duda de que se crio en una familia acomodada que le consiguió una educación muy superior a la común en aquel tiempo, y  de que, en sus andanzas por Panamá, ya vivía como soldado y como escribano, aunque no obtuvo el título oficial con carácter público hasta 1526.
     Xerez partió con Pizarro en su primera salida de exploración, rumbo sur por el Pacífico (curiosamente, llamado entonces, de forma equivocada, la Mar del Sur). Tras terribles penurias y la muerte de 57 españoles de los 113 que habían empezado la aventura, hubo un momento en que se volvió a Panamá con todos los supervivientes menos  Pizarro y los “trece de la fama”, que decidieron resistir hasta que llegaran suministros y más hombres para socorrerlos. Es posible que Pizarro le ordenara a Xerez marchar para que consiguiera evitar en Panamá cualquier intento de abortar la expedición. Cuando, pasado mucho tiempo, Pizarro consiguió pruebas de que, con toda probabilidad, existiría más al sur una civilización parecida a la azteca, tuvo el ‘arranque’ de venir a España, presentarse ante Carlos V y pedirle autorización, apoyo y nombramientos para conquistarla. El ‘analfabeto’ lo consiguió, organizó la nueva empresa, y, nuevamente, tuvo a su lado como secretario a Francisco de Xerez, que, al mismo tiempo, volvió a participar en las batallas, pero, esta vez a caballo.
     Con ocasión de un expediente sobre sus méritos, Xerez resumió en una pregunta a los testigos su protagonismo en las batallas de Perú, pidiéndoles que dijeran si sabían que “se halló en todo el descubrimiento, y, como era persona de mucha confianza e celoso del servicio de Su Majestad, le llevó consigo por secretario el Marqués y Gobernador (Pizarro), y fue con el dicho marqués con la gente de caballo que escogió para dar la batalla a Atahualpa, que estaba en Cajamarca”. Por la declaración de otro testigo, sabemos que en algún momento “el dicho Francisco López, yendo corriendo en su caballo, cayó dél e se hizo pedazos una pierna”.
    Este accidente cambió su vida. Algún tiempo después, vino a España convertido en un hombre rico por su botín peruano, nos hizo el favor de publicar inmediatamente su crónica, se casó y continuó disfrutando de su buena posición hasta que en 1554, veinte años más tarde, le pudo la nostalgia de Indias (o la necesidad de recuperarse de fuertes pérdidas económicas), y preparó el regreso a aquellas tierras, donde parece haberse dedicado en Lima a su viejo oficio de escribano, muriendo hacia 1565. Un detalle importante en su crónica es que Francisco de Xerez siempre defendió a Pizarro contra cualquier opinión contraria a su comportamiento, lo que nos obliga a desconfiar un pelín de su objetividad.
   Termino este pasaje aclarando que seré siempre fiel a los textos de la época, pero modernizaré la forma de algunas palabras, especialmente la toponimia y los nombres propios, ya que los cronistas se suelen armar un lío. Un ejemplo: para ellos, entre otras variantes, Atahualpa era Tabaliba o Atabalipa.


     (Imagen) Sevilla siempre fue una ciudad trepidante, cruce de culturas y de intercambio comercial (esclavos incluidos), adonde los barcos llegaban hasta su puerto fluvial y se reparaban en sus atarazanas. Francisco de Xerez respiró desde niño ese excitante entorno donde destacaban los Alcázares Reales (paso obligado para el registro de los que iban a Indias, luego gloriosos o anónimos) y, al ladito, la inmensa catedral con su espectacular giralda, esa torre árabe réplica exacta de las dos mejores de Marruecos. La que vio Francisco no tenía en lo alto el remate actual. La foto nos muestra cómo era entonces en un bajorrelieve de piedra que Sancho Ortiz de Matienzo regaló en 1499 a su pueblo natal, Villasana de Mena.

martes, 20 de junio de 2017

(Día 412) Explicación sobre los cronistas de Indias. Empezamos con el primero que narró los hechos de Perú, FRANCISCO LÓPEZ DE XEREZ, soldado y secretario fiel de PIZARRO.

(2) Lo primero que tengo que decir sobre los cronistas de Perú es que nos va a faltar alguno tan peculiar como Bernal Díaz del Castillo (cuando le parieron, se rompió el molde). Él fue perfecto porque vivió la terrible aventura de México de principio a fin y porque publicó la crónica más rica en matices humanos que, a  mi modo de ver, se haya escrito jamás. Pero no nos alarmemos, ya que a Perú no le faltaron numerosos cronistas y algunos fueron testigos directos de lo que allí ocurrió. Es más: uno de ellos, Pedro de Cieza de Léon, es considerado como  el Príncipe de los Cronistas de Indias. Y ello se debe a la calidad de su prosa, a su empeño en recoger el máximo de información posible, e, incluso, a su espíritu humanista, cuya objetividad y honradez se transparenta en lo que escribe. Solo tuvo una limitación: no fue testigo del ‘momento cumbre’ en que Pizarro apresó a Atahualpa, porque llegó a Perú 15 años después. Pero Cieza era un ‘reportero’ extraordinario, y recopiló tanta información entre indios y españoles, que no solo redactó una crónica general de todo lo que le contaron y de lo que vivió en directo, sino que, incluso, se atrevió a publicar una historia de los incas.
    Fue también una suerte que otros protagonistas de los hechos decidieran contarlos, con mayor o menor fortuna narrativa, pero siempre con riqueza de datos. Nada más natural que, si has vivido una verdadera epopeya y tienes capacidad de narrar, la escribas, por lo que hubo bastantes que lo hicieron, aunque muy pocos fueron extensos en sus crónicas. De ahí que será necesario centrarse en los más completos. Ya lo he advertido: cada vida, un peliculón. Así que habrá que hacerles ‘el retrato’, más a menos brevemente. Tengo que señalar también que, para muchas aclaraciones, he utilizado los magníficos comentarios que la especialista Concepción  Bravo incluyó en sus ediciones de los cronistas de Perú.
   FRANCISCO LÓPEZ DE XEREZ fue el primer protagonista de los hechos que publicó una crónica. Es asombroso que la editara en España en 1534, tras haber desembarcado en Sevilla, a solo un año de la ocupación total de Perú. Lamentablemente, conocemos muy poco de su propia vida. Se limitó a contar los hechos que ocurrieron en Perú centrando el foco en el principal protagonista, Pizarro, pero hay que tener en cuenta que fue uno más de los ‘trastornados’ y atormentados héroes que sufrieron todo tipo de penalidades en aquella odisea, con la suerte de sobrevivir al enorme número de compañeros muertos.
    Se sabe que nació en Sevilla hacia 1497, partió para Indias en 1513, siendo un adolescente, y  vivió unos veinte años con escasos medios en Panamá. Residió en Acla, la segunda fundación de aquel territorio, luchando junto a Vasco Núñez de Balboa, y ya entonces tendría buen conocimiento de Francisco Pizarro, pues fue  allí donde el extremeño, por orden del sádico Pedrarias Dávila, tuvo que apresar al descubridor del Pacífico, que acabó ejecutado. Cuando Pizarro inició su aventura del Perú, quiso tener a su lado a Francisco de Xerez, no solo como soldado experimentado, sino como escribano de su total confianza, ya que, siendo analfabeto (algo siempre dicho, pero que me costó verlo confirmado), estaba expuesto a ser engañado fácilmente en la redacción y en la lectura de los documentos (como, de hecho, le ocurrió alguna vez).


(Imagen) El despacho de la Casa de la Contratación de las Indias de Sevilla sigue en los Reales Alcázares tal y como estaba en sus inicios (año 1503), cuando Sancho Ortiz de Matienzo y otros dos funcionarios se encargaron de su administración. El sevillano Francisco de Xerez lo conoció desde niño y, emborrachado de gloriosas fantasías, se presentó con solo 16 años en ese lugar y quedó registrado para siempre como uno más de los aventureros que partieron para Las indias.

lunes, 19 de junio de 2017

(Día 411) A la hora de reactivar este blog, explico su contenido, la historia de PIZARRO Y LA CONQUISTA DE MÉXICO, con una declaración de intenciones sobre el método que emplearé: procurar siempre mantener la amenidad, el entusiasmo y, paradójicamente, la objetividad.

PIZARRO Y LA CONQUISTA DEL PERÚ

     
(1) El día 6 de octubre del año pasado, 2016, dejé paralizado (aunque abierto a cualquier lector interesado) este blog tras haber permanecido 410 días continuos narrando hechos de la asombrosa historia de los españoles en Las Indias. Los 162 últimos  estuvieron dedicados a resumir el magnífico y extenso libro HISTORIA VERDADERA DE LA CONQUISTA DE LA NUEVA ESPAÑA, escrito por uno de sus protagonistas, el sencillo pero excepcional BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO.
     Después de esta larga pausa, ‘vuelvo a las andadas’, sumergiéndome en otra historia muy parecida en su peripecia y en su grandiosidad, pero, como es natural, con algunas diferencias importantes respecto a lo que fue lo que contó magistralmente Bernal sobre el descubrimiento y ocupación del imperio azteca. Ahora ‘toca’ hablar de la conquista de Perú.
    No solo voy a cambiar de historia, sino también la manera en que deseo contarla. Mantendré la  misma pasión, que brotará de la frescura de las impresiones que me han producido los acontecimientos que he ido conociendo. Seguiré esmerándome en ser objetivo, fiel a los hechos, cuidadoso con sus protagonistas, mostrando empatía con los indios y con los españoles, evitando también juicios desenfocados por nuestra perspectiva actual, y me esforzaré en tratar de conseguir que la forma de narrar sea lo más amena posible, con cierto sentido del humor y cercanía a quien lo lea, sin pedantería ni estilo doctoral, algo que no me corresponde porque, afortunadamente, este trabajo no será, ni de lejos, una tesis doctoral.
     Pero haré un cambio arriesgado: no tener como tertuliano al entrañable ectoplasma de Sancho Ortiz de Matienzo (fallecido en 1521), de quien escribí una amplia biografía. Fue antes un recurso muy agradable y le daba viveza a la narración, pero creo que sería un error ‘tocar en la misma tecla’ (como diría Bernal), porque esto va a ir para largo y resultaría agotador mantener tanto tiempo ‘el dúo’. Sin embargo, sí me referiré a él en algunas ocasiones, ya que Sancho tuvo mucho que ver con las historias de Indias. Yo casi podría decir que, como director de la Casa de la Contratación de Indias, no solo mandó a aquellas tierras ‘enchufados’ a sus dos importantes sobrinos, Juan y Pedro Ortiz de Matienzo, sino también a mí, quedando luego deslumbrado por todo lo que fui conociendo de aquella epopeya. Espero, no obstante, poder mantener el tono riguroso en los hechos y ameno en la narración que creo conseguimos Sancho y yo juntos.
    Como he insinuado, habrá también asombrosos parecidos entre las hazañas de Pizarro y Cortés, de Perú y México. Tengo intención de irlos comparando según transcurra la historia, y comprobaremos que también hubo notables diferencias en sus vidas y en sus conquistas.
   Lo que ya escribí en el blog tuvo un éxito notable, que, para decepción mía, fue mucho mayor en el extranjero (sobre todo en Estados Unidos) que en España. Decepción y sorpresa, porque era de suponer que ocurriría lo contrario. A pesar de estar paralizado el texto, siguen siendo abundantes las visitas, auque conozco a muy pocos de los lectores, por lo que cada página escrita será para mí principalmente una sencilla pero entusiasmada charla con unos pocos amigos.
    Como en Las Indias los grandes personajes cruzaron sus vidas con frecuencia, va a ser necesario que me vaya de vez en cuando por las ramas para dar alguna pincelada sobre sus biografías, todas ellas dignas de un peliculón. Pero que no cunda el pánico, porque merecerá la pena hacerlo y volveré rápidamente al tronco principal, que es Pizarro. En cualquier caso, esto va a durar mucho, y habrá que darle un premio de consolación al lector que siga fiel a la tertulia hasta el último día.
    Va a ser también necesario indicar cuáles son las principales fuentes que he consultado para contar esta larga historia. De los historiadores de nuestra época, he seguido, sobre todo, a uno, y me ha servido para el esquema central de la historia de Pizarro. Se trata de Manuel Ballesteros Gaibrois, quien publicó su biografía el año 1940, aunque se volvió a editar resumida en 1986. Hay otros de los que he recogido algunos datos complementarios, y citaré sobre la marcha sus nombres. Todo lo demás (es decir, la mayor del texto) está escrito reproduciendo fielmente las palabras de los cronistas de la época. Y como también ellos fueron personajes excepcionales, habrá que empezar presentándolos en el escenario.


     Imagen: Hacia el año 1931, el escultor gringo Rumsey hizo tres copias de esta grandilocuente escultura del excepcional Francisco Pizarro. Ahí vemos una de ellas luciendo majestuosa en la plaza de su precioso pueblo natal, Trujillo. Otra de las copias tuvo sus más y sus menos en Lima. Estuvo a la entrada de la catedral, hasta que, por misteriosas presiones del obispo, la retiraron y quedó arrinconada largo tiempo en un almacén. En esos vaivenes de la crítica antiespañola, se decidió finalmente respetar la memoria del extremeño, y aunque el sitio es más modesto, ahora se la puede ver en el limeño Parque de la Muralla.