(10) FRANCISCO PIZARRO ANTES DE LLEGAR A
PERÚ.
Es muy poco lo que se sabe con certeza de
él sobre el curso de su vida hasta que embarcó para Las Indias. Algunos datos
que aparecen en documentos antiguos pueden ser un intento de adornar aún más al
personaje o, también, de quitarle valía, como cuando el cronista Gómara, para
ponerle por debajo de su adorado Cortés, se ceba en el rumor no probado (más
bien absurdo) de que en su juventud el analfabeto cuidaba cerdos. Pero, dada la
constante actividad y valentía que exhibió en todas sus aventuras americanas,
se puede dar por seguro que, durante los años previos, estuvo envuelto en
arriesgadas experiencias y grandes sueños. Así como su padre Gonzalo tuvo a su
hijo Hernando a su lado en las guerras de Navarra, es muy probable que también
Francisco, unos 27 años mayor, le acompañara cuando era joven en las de Italia como
soldado raso (se dice que lo hizo cuando tenía unos 20 años).
Francisco Pizarro se embarcó para Las
Indias el año 1502, es decir, casi en el inicio de la aventura americana. Tal
fecha de partida supone que no conoció personalmente a sus hermanastros
Hernando, Juan y Gonzalo hasta que volvió a España por primera y última vez
(año 1528). Partió en la armada dirigida por NICOLÁS DE OVANDO (la primera de grandes proporciones y detallado plan de
colonización), quien había sido nombrado gobernador para poner definitivo orden en aquellas tierras. Colón,
gran navegante pero mal administrador, había tenido que soportar varios motines
de los españoles. Los Reyes Católicos enviaron primeramente a otro ‘figura’
para arreglar el desmadre: FRANCISCO DE BOBADILLA. Pertenecía a la más alta
aristocracia, la que frecuentaba el trato con los reyes. Era llamativo, sobre
todo, el aprecio de la reina Isabel por su hermana Beatriz Fernández de
Bobadilla, a la que tenía prácticamente
como consejera, algo tan conocido que se popularizó un dicho al respecto: “Después
de la reina de Castilla, la Bobadilla”. Como Francisco era un hombre de carácter
muy autoritario, tuvo aciertos administrativos pero cumplió ‘demasiado bien’ el
cometido de investigar a Colón, hasta el punto de que lo apresó y, cargado de
cadenas, lo despachó hacia España, donde
quedó retenido bajo la supervisión de alguien que siempre odió a Colón y a su
familia, el entonces obispo de Burgos Juan Rodríguez de Fonseca (los
‘enterados’ ya lo saben: era el protector de mi querido ‘ectoplasma’ SANCHO
ORTIZ DE MATIENZO). Afortunadamente, los reyes consideraron una inaceptable
humillación el trato que Francisco había dado al ¡descubridor de Las Indias! Lo
pusieron en libertad de inmediato, e, incluso, le dieron autorización para
volver por cuarta vez al Nuevo Mundo (pero sin permiso para desembarcar en
Santo Domingo). Y, además, viendo la inclinación de Francisco por una excesiva
intransigencia, se dieron prisa en sustituirle por el competente Ovando. Poco
tiempo después, llegó también Colón al Caribe, en la mencionada cuarta y última
expedición, pero el nuevo gobernador (como tenía ordenado) no le permitió
desembarcar en Santo Domingo, debiendo limitarse a seguir explorando aquellos
mares. Por aquellos días, el destituido Bobadilla, acompañado de numerosos partidarios, se embarcó en expedición
de varias naves para volver a España. Parecía que se avecinaba una dura
tormenta, pero decidieron levar anclas contra el consejo de Colón, el
veteranísimo lobo de mar, que había buscado refugio en un pequeño puerto bien
abrigado. Lo que vino no fue una tormenta, sino un huracán, y el desastre naval
fue de los más grandes de la historia de Indias: Bobadilla y la mayoría de los
embarcados murieron a poco de partir. De forma indirecta, veremos más adelante
que Pizarro tropezó otra vez con los Bobadilla. Resulta que Pedrarias Dávila,
el implacable fundador de Panamá y ejecutor de quien descubrió el Pacífico,
Vasco Núñez de Balboa, algún encanto tendría, porque su mujer, todo un
carácter, estuvo profundamente enamorada de semejante animal. Era hija de
Francisco de Bobadilla y se llamaba Isabel de Bobadilla y Peñalosa. Veremos
también que, cuando Pizarro comenzó la aventura de Perú, obtuvo el permiso necesario
del entonces gobernador de Panamá, Pedrarias Dávila, que, incluso, durante un
tiempo, fue uno de los socios de aquella empresa.
Habría mucho que decir de NICOLÁS DE
OVANDO, uno más de los extremeños que hizo historia en Indias. Pero habrá que
resumirlo. Cumplió perfectamente su misión de calmar los ánimos que Bobadilla había
alborotado. Fue incluso con la intención de suprimir el maltrato a los indios,
pero tuvo que rebajar sus buenas intenciones porque se vio obligado a
reducirlos por la fuerza, llegando a ahorcar a la cacica taína Anacaona. Por
eso, Bartolomé de las Casas, que lo ensalzó al describirlo, no pudo evitar
criticarlo (quizá en exceso, como era su tendencia en el drama de los indígenas)
por sus campañas contra los nativos. Estas fueron sus palabras:
"Era mediano de cuerpo, y la barba
muy rubia o bermeja; tenía y mostraba grande autoridad, amigo de justicia; era
honestísimo en su persona en obras y palabras, de codicia y avaricia muy grande
enemigo, y no pareció faltarle humildad, que es esmalte de las virtudes. Este
caballero era varón prudentísimo y digno de gobernar mucha gente, pero no
indios, porque con su gobernación inestimables daños les hizo".
En 1509 terminó el mandato de Nicolás de
Ovando, siendo sustituido por Diego Colón, quien, muerto ya su padre, había
heredado el título de Virrey de las Indias. Al volver a España, Ovando recibió
grandes honores, de los que poco pudo disfrutar porque murió dos años después
en Sevilla. Fue enterrado en Alcántara (Cáceres).
(Imagen) Nicolás de Ovando, a quien
Pizarro vería con admiración durante el viaje, estuvo muy vinculado a la Orden
Militar de Alcántara, cuyos ‘caballeros’ respiraban por todos sus poros el romántico
espíritu del monje-soldado en lucha contra los musulmanes. Muy valorado por los Reyes Católicos, le confiaron
enderezar la caótica administración de Las indias. Vemos su figura colocada
sobre las tierras descubiertas, cuyo punto central era La Española (así se
llamaba entonces la isla de Santo Domingo). El retrato es imaginado, pero lo
valioso es la autenticidad de su clara firma.
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