jueves, 29 de junio de 2017

(Día 420) Vida de Pizarro en España y partida hacia las Indias en 1502, bajo el mando de un hombre eficaz y honrado, NICOLÁS DE OVANDO.

     (10) FRANCISCO PIZARRO ANTES DE LLEGAR A PERÚ.
     Es muy poco lo que se sabe con certeza de él sobre el curso de su vida hasta que embarcó para Las Indias. Algunos datos que aparecen en documentos antiguos pueden ser un intento de adornar aún más al personaje o, también, de quitarle valía, como cuando el cronista Gómara, para ponerle por debajo de su adorado Cortés, se ceba en el rumor no probado (más bien absurdo) de que en su juventud el analfabeto cuidaba cerdos. Pero, dada la constante actividad y valentía que exhibió en todas sus aventuras americanas, se puede dar por seguro que, durante los años previos, estuvo envuelto en arriesgadas experiencias y grandes sueños. Así como su padre Gonzalo tuvo a su hijo Hernando a su lado en las guerras de Navarra, es muy probable que también Francisco, unos 27 años mayor, le acompañara cuando era joven en las de Italia como soldado raso (se dice que lo hizo cuando tenía unos 20 años).
     Francisco Pizarro se embarcó para Las Indias el año 1502, es decir, casi en el inicio de la aventura americana. Tal fecha de partida supone que no conoció personalmente a sus hermanastros Hernando, Juan y Gonzalo hasta que volvió a España por primera y última vez (año 1528). Partió en la armada dirigida por NICOLÁS DE OVANDO (la primera  de grandes proporciones y detallado plan de colonización), quien había sido nombrado gobernador para poner  definitivo orden en aquellas tierras. Colón, gran navegante pero mal administrador, había tenido que soportar varios motines de los españoles. Los Reyes Católicos enviaron primeramente a otro ‘figura’ para arreglar el desmadre: FRANCISCO DE BOBADILLA. Pertenecía a la más alta aristocracia, la que frecuentaba el trato con los reyes. Era llamativo, sobre todo, el aprecio de la reina Isabel por su hermana Beatriz Fernández de Bobadilla,  a la que tenía prácticamente como consejera, algo tan conocido que se popularizó un dicho al respecto: “Después de la reina de Castilla, la Bobadilla”. Como Francisco era un hombre de carácter muy autoritario, tuvo aciertos administrativos pero cumplió ‘demasiado bien’ el cometido de investigar a Colón, hasta el punto de que lo apresó y, cargado de cadenas, lo despachó hacia España,  donde quedó retenido bajo la supervisión de alguien que siempre odió a Colón y a su familia, el entonces obispo de Burgos Juan Rodríguez de Fonseca (los ‘enterados’ ya lo saben: era el protector de mi querido ‘ectoplasma’ SANCHO ORTIZ DE MATIENZO). Afortunadamente, los reyes consideraron una inaceptable humillación el trato que Francisco había dado al ¡descubridor de Las Indias! Lo pusieron en libertad de inmediato, e, incluso, le dieron autorización para volver por cuarta vez al Nuevo Mundo (pero sin permiso para desembarcar en Santo Domingo). Y, además, viendo la inclinación de Francisco por una excesiva intransigencia, se dieron prisa en sustituirle por el competente Ovando. Poco tiempo después, llegó también Colón al Caribe, en la mencionada cuarta y última expedición, pero el nuevo gobernador (como tenía ordenado) no le permitió desembarcar en Santo Domingo, debiendo limitarse a seguir explorando aquellos mares. Por aquellos días, el destituido Bobadilla, acompañado de  numerosos partidarios, se embarcó en expedición de varias naves para volver a España. Parecía que se avecinaba una dura tormenta, pero decidieron levar anclas contra el consejo de Colón, el veteranísimo lobo de mar, que había buscado refugio en un pequeño puerto bien abrigado. Lo que vino no fue una tormenta, sino un huracán, y el desastre naval fue de los más grandes de la historia de Indias: Bobadilla y la mayoría de los embarcados murieron a poco de partir. De forma indirecta, veremos más adelante que Pizarro tropezó otra vez con los Bobadilla. Resulta que Pedrarias Dávila, el implacable fundador de Panamá y ejecutor de quien descubrió el Pacífico, Vasco Núñez de Balboa, algún encanto tendría, porque su mujer, todo un carácter, estuvo profundamente enamorada de semejante animal. Era hija de Francisco de Bobadilla y se llamaba Isabel de Bobadilla y Peñalosa. Veremos también que, cuando Pizarro comenzó la aventura de Perú, obtuvo el permiso necesario del entonces gobernador de Panamá, Pedrarias Dávila, que, incluso, durante un tiempo, fue uno de los socios de aquella empresa.
     Habría mucho que decir de NICOLÁS DE OVANDO, uno más de los extremeños que hizo historia en Indias. Pero habrá que resumirlo. Cumplió perfectamente su misión de calmar los ánimos que Bobadilla había alborotado. Fue incluso con la intención de suprimir el maltrato a los indios, pero tuvo que rebajar sus buenas intenciones porque se vio obligado a reducirlos por la fuerza, llegando a ahorcar a la cacica taína Anacaona. Por eso, Bartolomé de las Casas, que lo ensalzó al describirlo, no pudo evitar criticarlo (quizá en exceso, como era su tendencia en el drama de los indígenas) por sus campañas contra los nativos. Estas fueron sus palabras:
     "Era mediano de cuerpo, y la barba muy rubia o bermeja; tenía y mostraba grande autoridad, amigo de justicia; era honestísimo en su persona en obras y palabras, de codicia y avaricia muy grande enemigo, y no pareció faltarle humildad, que es esmalte de las virtudes. Este caballero era varón prudentísimo y digno de gobernar mucha gente, pero no indios, porque con su gobernación inestimables daños les hizo".
     En 1509 terminó el mandato de Nicolás de Ovando, siendo sustituido por Diego Colón, quien, muerto ya su padre, había heredado el título de Virrey de las Indias. Al volver a España, Ovando recibió grandes honores, de los que poco pudo disfrutar porque murió dos años después en Sevilla. Fue enterrado en Alcántara (Cáceres).


     (Imagen) Nicolás de Ovando, a quien Pizarro vería con admiración durante el viaje, estuvo muy vinculado a la Orden Militar de Alcántara, cuyos ‘caballeros’ respiraban por todos sus poros el romántico espíritu del monje-soldado en lucha contra los musulmanes. Muy valorado  por los Reyes Católicos, le confiaron enderezar la caótica administración de Las indias. Vemos su figura colocada sobre las tierras descubiertas, cuyo punto central era La Española (así se llamaba entonces la isla de Santo Domingo). El retrato es imaginado, pero lo valioso es la autenticidad de su clara firma.


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