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En esas circunstancias, dos años después, llegó Cieza a América, desembarcando
en la colombiana Cartagena de Indias. En
esa misma expedición, volvía Hernando Pizarro de su viaje a España con
documentación de la Corona para su hermano Francisco. Pero el curtido soldado y
el novato adolescente siguieron distintos caminos y no volvieron a verse nunca
más. Durante un tiempo, Pedro no se movió de la ciudad costera, y ya, como un
bicho raro en aquel ambiente, empezó a tomar notas del sorprendente espectáculo
de aquel lugar en el que se mezclaba lo mejor y lo peor, con gente rica,
aventureros rumiando sus sueños y arribada de barcos con esclavos negros, a los
que solamente los religiosos trataban con respeto, como lo hizo allí mismo más
tarde, y en grado sumo, San Pedro Claver.
Y como había luchado fielmente a su lado
contra Benalcázar, sintió temor a las represalias. Entonces, quizá como
camuflaje, transformó su apellido añadiendo otro de su familia. El que hasta
entonces figuraba como Pedro de León, fue ya para siempre Pedro de Cieza de
León. Pero, en realidad, nadie le causó problemas, y una serie de carambolas le
abrió las puertas de Perú. Llegó entonces a aquellas tierras un clérigo de
enorme valía y meteórico ascenso, enviado por el rey para acabar con la
rebelión de Gonzalo Pizarro en Perú (y vaya si lo hizo). Se trataba de don Pedro de la Gasca, quien
convenció a Benalcázar para que se le uniera con sus hombres en la próxima
lucha contra Gonzalo. Y, casi resulta cómico, el asustado Cieza fue uno de los
que acompañaron a Benalcázar, de manera que empezó su vida en Perú participando
en un acontecimiento cumbre: la batalla de Xaquixahuana, escena de la trágica
muerte de Gonzalo Pizarro, el último de los hermanos que quedaban en Perú. Para
Hernando Pizarro tuvo que ser muy penoso haber tenido una larga prisión en
España, pero es casi seguro que, gracias a ella, salvó su vida, ya que, con
toda probabilidad, en Perú habría muerto junto a Gonzalo.
Como ya dije, Cieza volvió a España en
1550. Llegó a visitar al futuro rey Felipe II, se ocupó de sus publicaciones y
se casó pronto, pero tanto su mujer como él murieron en Sevilla el año 1554.
Tuvo tiempo de dejar un extraordinario testamento en el que se trasluce la
humana calidad de su persona, ya manifestada en sus escritos y hasta en su
propia vida, puesto que siempre fue apreciado en su entorno y por los jefes que
tuvo.
Creo que Pedro Cieza de León se merecía
este largo apartado: no solo fue un extraordinario cronista, sino que, como ya
he dicho, serán sus escritos el guión base del que me voy a servir para contar la
gran historia.
(Imagen)
De los cuatro amplios tomos que publicó Pedro Cieza de León (las cuatro partes
de lo que tituló LA CRÓNICA DE PERÚ), solamente utilizaré el tercero, que se
conoce como DESCUBRIMIENTO Y CONQUISTA DEL PERÚ y es el que se centra en la
epopeya de Pizarro. A pesar de su agitada y corta vida, aprovechó el tiempo al
máximo gracias a sus dotes narrativas, su insaciable curiosidad, su
inteligencia y su capacidad de trabajo. Los otros tomos se centran en cuestiones
tan variadas como las costumbres de los
indios, minuciosos datos geográficos y poblaciones que fundaron los españoles,
e, incluso, para que no faltara nada,
dedicó un tomo entero, el segundo, a narrar todo lo que le contaron los
nativos de su propia historia, poniéndole el título de EL SEÑORÍO DE LOS INCAS.
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