domingo, 25 de diciembre de 2022

(1916) El nativo Yuldama mató a varios españoles y lideró una rebelión de indios. Al ya anciano Gonzalo Jiménez de Quesada le confiaron someterlos. No sólo tuvo éxito, sino que fue capaz de fundar una nueva población.

 

     (1516) Si bien los indios de la zona principal de Colombia vivían ya en una paz estable con los españoles, no faltaban complicaciones con otros nativos más agresivos: “A finales del año 1573, siendo entonces gobernador el Licenciado Francisco Briceño, se levantó una rebelión de los indios Gualíes, que habitaban al oeste de la ciudad de Mariquita. Fue el promotor un cacique llamado Yuldama, que hablaba español. Este indio se enamoró de una mestiza hija de su encomendero, llamado Francisco Jiménez, y, para disponer de ella, lo mató a él y a dos sobrinos suyos”. Los ataques que realizaron los nativos fueron muy violentos, y Francisco Briceño le pidió que se encargara de dirigir las tropas organizadas contra ellos al extraordinario Gonzalo Jiménez de Quesada, en parte porque residía en la zona afectada, los entornos de  Mariquita, adonde se había retirado ya envejecido. Aun así, y con gran sentido de la responsabilidad, Quesada aceptó el encargo, y le fue fácil conseguir la colaboración de unos 60 voluntarios, entre ellos su sobrino, el Capitán Jerónimo Hurtado de Mendoza, y el Capitán Antonio de Herrera, hombre tan valiente, que lo llamaban  el ‘Bravo Español’. No formaban un ejército aplastante, pero era de gente muy valiosa, e hicieron un buen trabajo: “Salieron de la ciudad de Mariquita a primeros de septiembre de 1574, y,  llegando a la tierra de los rebelados, comenzaron el castigo talándoles las labranzas y abrasándoles las casas, que hallaron ya vacías por haber huido a los montes los indios, pues se asustaron en cuanto se enteraron de su inminente llegada”.  Pero, genio y figura, hasta la sepultura; Gonzalo Jiménez de Quesada no perdió la oportunidad de fundar otra población: “Habiendo visto de pasada los españoles que vivían indios en una zona rica de vetas de oro, decidió poblar entre ellos una ciudad con el fin de gozar de aquella riqueza y tener un cuartel militar del que poder salir para pacificar a indios rebeldes. Gonzalo Jiménez de Quesada hizo allí la fundación, a cuatro leguas de Mariquita, por el mes de octubre de 1574, y le puso el nombre de Santa Águeda”. Y, todo ello, sin olvidar que había un asunto pendiente. El de castigar a los indios, y, principalmente, al promotor de aquella rebeldía: “Dio orden de que se localizara el rastro de Yuldama, de quien ya se tenía noticia, por indios amigos, del lugar donde estaba. Para que no hubiera retrasos, Gonzalo Jiménez de Quesada ordenó que saliera el Cabo Juan Esteban con 14 compañeros”. (Veremos enseguida lo que ocurrió). La imagen muestra un documento de GONZALO JIMÉNEZ DE QUESADA, firmado por él en 1576 (murió el año 1579).




viernes, 23 de diciembre de 2022

(1915) Tras una masacre de españoles, colaboró en el castigo a los indios el extraordinario capitán Francisco de Cáceres, fundador de muchas poblaciones, como la de La Grita.

 

     (1515) Los alcaldes de San Cristóbal, al conocer por dos supervivientes la escabechina de españoles que habían hecho los indios, salieron escasos de gente para castigarlos, pero tuvieron la suerte de juntarse con otro grupo: “Viniendo de distinto lugar el Capitán Francisco de Cáceres y sus hombres, llegaron al sitio en el que había sido la matanza, y hallaron los cuerpos de los españoles clavados de flechas. Los indios se habían cebado en el de Pedro de Villarroel por ser el más valeroso, y también mataron a una mujer española. Viendo la tragedia, los españoles quedaron lastimadísimos porque eran compañeros de muchos de los muertos. Después de enterrarlos, siguieron camino, y, al llegar al valle de San Bartolomé, se encontraron con el Alcalde de San Cristóbal y los 30 hombres que le acompañaban para castigar a los autores”. No hubo ningún problema para que se juntaran ambas tropas con el fin de vengar la salvajada de los indios, y consiguieron aplicarles, como se pretendía siempre en casos similares, un castigo ejemplar. Resulta evidente que a cualquiera  de los soldados de las Indias hay que darle por supuesto un valor fuera de serie. Pero hubo también muchos, ya desaparecidos en el anonimato, que estaban dotados de cualidades extraordinarias. Y era el caso del mencionado FRANCISCO DE CÁCERES, del que me ha costado confirmar su identidad porque el cronista (o el copista) lo llama siempre Francisco de Cazares. Nuestro hombre nació en Sauquillo (Segovia) el año 1527. Siendo casi un adolescente, estuvo luchando en las guerras de Europa, y corriendo gran peligro de perder la vida. Llegó al Nuevo Reino de Granada (Colombia) con mando de capitán y lleno de prestigio, mostrando pronto una firme vocación fundadora de poblaciones, e hizo surgir las siguientes: Espíritu Santo, en 1573, que no duró mucho, pero en 1576 estableció la de La Grita (nombre puesto por la gritería de los nativos), y luego, sucesivamente,  las de  Altamira de Cáceres, Alcántara, Salazar de las Palmas, San José de Alcántara, Villa del Escorial, Medina de las Torres, Santiago de las Atalayas, Huesca y Valle de la Plata. Los oidores de La Real Audiencia de Bogotá le habían acusado de fundar Espíritu Santo sin  su permiso, y el expeditivo Francisco de Cáceres se fue a España para defenderse ante el Rey, el cual le dejó libre de cargas e incluso lo nombró Gobernador de La Grita (actualmente territorio venezolano). También soñó con encontrar El Dorado, de cuya campaña volvió fracasado y enfermo. Pero siguió peleando, y el año 1589 murió en un enfrentamiento contra los indios colombianos. Todo un carácter.




jueves, 22 de diciembre de 2022

(1914) Sufrimientos y muertes: peaje habitual de los españoles. A pesar de todo, lograron fundar muchas poblaciones, y una de ellas fue establecida por el capitán Francisco Hernández. Por un capricho del Gobernador, se llamó definitivamente Ocaña.

 

     (1514) Los españoles no paraban de conquistar (lo que suponía un golpe duro para los indios, aunque algunos veían ventajas en el cambio), pero tampoco de construir: “Por el año 1566, salió en campaña, hacia el oeste, desde la ciudad de Pamplona (establecida, como vimos, por el navarro Pedro de Ursúa) el Capitán Francisco Hernández con algunos soldados. Dio vista,  con harto riesgo suyo y muerte de algunos compañeros, a las tribus principales, como los indios orotomos, carates y palenques, quienes, a su vez, tenían cercados sus pueblos para defenderse de los continuos ataques de los motilones, gente belicosa (cuyo nombre es de todos conocido). Hernández dio orden de dar la vuelta, pero, el año 1572, volvieron a salir de Pamplona, y, tropezando con miles de dificultades y peligros, llegaron al territorio de los indios carates. Como era tierra muy templada, y bien situada para las conquistas de los indios de la zona, que serían más de catorce mil, decidió que se estableciese allí una ciudad. La fundó el mismo año, el veintiséis de Julio, día de Santa Ana, y le puso este nombre, que le duró un tiempo hasta que, no sé por qué razón, Pedro Fernández de Busto, Gobernador de Santa Marta, lo cambió por el de Ocaña  (se debía a la pequeña vanidad de que él era natural de la española Ocaña)”. Villa de Leyva y la ciudad de Ocaña (que además tenía un buen puesto fluvial) arraigaron bien, y resultaron tan productivas, que fomentaron el comercio y la llegada de nuevos habitantes. Entre los que frecuentaban los viajes para venta de ganado, había un tal Pedro de Villarroel que se dirigía a Santa Fe con sus animales, y protegido por dieciséis soldados. Cuando bajaban una pronunciada cuesta, llamada Pernia, por haber matado antes los nativos allí a un valeroso capitán español de este nombre, salió una multitud de feroces indios de repente, y atacaron a Villarroel y a sus compañeros. De poco les sirvió a los españoles su veteranía y bravura: “Los Indios mataron a todos, menos a dos soldados mozos, uno de los cuales era un vizcaíno llamado Gamarra. Comprendiendo que era imposible escapar de los indios, tuvieron el acierto de meterse por una quebrada, y, viendo una cascada de agua, se escondieron tras ella sin que los indios imaginaran que estaban allí. Llegada la noche,  salieron fuera, consiguieron llegar a la villa de San Cristóbal y avisaron de lo ocurrido a  los alcaldes, los cuales consiguieron juntar gente, aunque escasa para  ir a castigar a los indios agresores”. Pero veremos que encontraron pronto refuerzos. La imagen  muestra la columna situada en la Plaza de Ocaña, dedicada el año 1851 a la supresión de la esclavitud.




miércoles, 21 de diciembre de 2022

(1913) Fray Vicente de Requejada fue un clérigo muy extraño y lleno de contradicciones. De gran valentía, participó en campañas sumamente peligrosas, pero mezclaba su indudable religiosidad con actividades muy mundanas.

 

     (1513) Uno de los que se instalaron en la recién fundada Villa de Leyva fue FRAY VICENTE DE REQUEJADA, el cual había sido el primer párroco que hubo en Tunja (ver imagen). Su biografía resulta desconcertante, hasta el punto de que es difícil comprender a personaje tan excéntrico. Quizá fuera capaz de vivir experiencias contradictorias sin ningún remordimiento. Tuvo grandes méritos, y, al mismo tiempo, comportamientos sospechosos en un clérigo. Había nacido en Zaragoza hacia 1500. Ordenado sacerdote como agustino, llegó a Venezuela hacia 1528, y, ya en 1530, fue a una expedición capitaneada por el duro alemán Nicolás de Federman, se supone que como capellán, pero quizá también empuñando las armas, porque bravura no le faltaba: se dice que tuvo el valor de enfrentarse a un puma del que huían hasta los soldados. Luego aparece en Colombia cuando se fundó la la ciudad de Tunja. El año 1541, se incorporó a otra de las campañas que buscaban El Dorado: la que, como vimos, fue un desastre capitaneada por Hernán Pérez de Quesada, hermano de Gonzalo Jiménez de Quesada, quien, como sabemos, repitió el fracaso en la misma loca aventura. La de Hernán Pérez también fue durísima, hasta el punto de que el reverendo Requejada tuvo que matar, para no morir de hambre, un burro que llevaba. Iba con él una india que le servía como criada, y pudo regresar, que no era poca suerte, pero arruinado, a pesar de que había obtenido grandes beneficios en algunos negocios previos. No obstante, a su vuelta, pudo recuperar las posesiones inmobiliarias y otros  bienes que tenía documentados, situados en Tunja y Villa Leyva, regalados por el obispo de Santa Marta recompensando sus servicios como párroco. El año 1551 se encontraba de vuelta en España, y, sin el permiso de los superiores de la Orden de San Agustín, salió de Zaragoza. Como eso estaba castigado con penas canónicas, consiguió una bula papal con la que pudo ingresar en otro convento, también agustino, pero regido por los Comendadores del Espíritu Santo, situado en Triana, a las afueras de Sevilla, lo que le facilitaba obtener beneficios económicos. Esa autorización era válida por 20 años, y, ya pasados, se reincorporó a la Orden de San Agustín el año 1572. Volvió a Colombia y permaneció hasta su fallecimiento en Villa de Leiva. Dejó testamento, y el Obispo trató de borrar algunos párrafos, quizá porque delataban que había tenido un hijo ilegítimo con una indígena. No obstante, en una biografía publicada recientemente, se ve que, a pesar de todo, FRAY VICENTE DE REQUEJADA fue una persona muy valiosa, y un buen evangelizador.




martes, 20 de diciembre de 2022

(1912) Para ocupar a soldados que habían abandonado al insensato Pedro Malaver, se le le encargó a Jiménez de Villalobos que los dedicara a la fundación de un poblado. Así nació la Villa de Leyva, que aún existe.

 

    (1512) Habla el cronista de unos soldados españoles que llegaron el año 1571 a la colombiana ciudad de Tunja casi como pordioseros. Y explica que formaban parte de los muchos españoles que abandonaron al Capitán Pedro Malaver de Silva, hombre de carácter muy difícil y que, curiosamente, había fracasado también, al mismo tiempo que Quesada pero por otro sitio, en sus sueños de encontrar El Dorado. (Digamos de paso que, en un segundo intento, murieron en 1574, a manos de los indios, Pedro Malaver, dos hijas suyas y los pocos hombres  que le quedaban). Y dice el cronista: “Estos vagabundos, que llegaron sin tener forma de ganar la comida, andaban tan inquietos, que se temió que hicieran alguna conspiración. Los vecinos de Tunja, deseando evitarlo, dieron aviso al Presidente de la Real Audiencia de Santa Fe, que lo era el Doctor ANDRÉS DÍAZ VENERO DE LEYVA, el cual, pareciéndole grave la situación, fue en persona a Tunja para tratar el caso”. El Doctor comprobó que el problema no era tan grave, sino, en parte, debido a comentarios malintencionados. Y ocurrió que aquel chismorreo fue un mal que acabó en bien, aunque con molestos incidentes. Leyva pensó luego que, aunque su comportamiento no era peligroso, convenía preparar en las proximidades un poblado nuevo para atender las necesidades, no solo de dichos soldados, sino también de otras personas que malvivían en Tunja. Le encargó la tarea el 12 de junio de 1572 al Capitán Fernando Jiménez de Villalobos, y, acompañado de asesores, escogió un sitio  que le pareció muy conveniente, a cuatro leguas de Tunja. Hicieron allí la fundación y le pusieron el nombre de Villa de Nuestra Señora de Leyva. Pero no llovió a gusto de todos, y las quejas de algunos obligaron a suspender las dependencias que se estaban  instalando. No obstante, el 12 de agosto de 1572, le encargaron al Contador Juan de Otálora (que sustituía a Jiménez de Villalobos) que estudiase la situación e informara si, a su juicio, era necesario anular la Villa de Leyva, de forma que, si viese que no había motivos para ello, continuase con las tareas precisas para completar las obras y la organización administrativa de la población. Juan de Otálora consideró que era necesario asegurar la permanencia de Villa de Leyva, y lo único que rectificó fue el reparto que se había hecho de solares y encomiendas de indios para los que iban a ser sus habitantes, por lo que, de inmediato, llevó a cabo una nueva distribución”. El cronista termina haciendo grandes elogios de los aspectos positivos con que contó desde entonces la Villa de Leyva (que ahora tiene 16.000 habitantes).




lunes, 19 de diciembre de 2022

(1911) Una vez más, la campaña en busca de El Dorado fue un desastre, y, esta vez, insuperable. Gonzalo Jiménez de Quesada, que había ejecutado a algunos desertores, comprendió que tenía que permitir las numerosas huidas.

 

     (1511) Llama la atención que tan pronto se fuera deteriorando la muy importante expedición de GONZALO JIMÉNEZ DE QUESADA. Nadie cayó en la cuenta de que los fracasos de campañas anteriores no eran una casualidad, sino la consecuencia lógica de   un territorio imposible, cuyos tesoros eran un espejismo: “Tantos padecimientos hicieron que todos los participantes estuvieran deseando hallar la ocasión de huir sin que lo pudiera impedir el Adelantado Quesada, a quien también trataron de matar por haberlos metido en aquellos trabajos. Por este motivo, Gonzalo Jiménez de Quesada ahorcó a algunos, pero, viendo por qué deseaban volver atrás, dio permiso a otros, como su Maestre de Campo, quien tardó seis meses en volver a San Juan de Maldonado”. Para entonces, Jiménez de Quesada ya solo contaba con unos cien soldados, y decidió dar permiso general para que abandonaran la empresa todos los que quisieran, haciéndolo unos cincuenta más, de los cuales murieron en el larguísimo camino de vuelta diecisiete. Es fácil imaginar la desesperación de Jiménez de Quesada, y prueba de ello fue que, a pesar de todo, intentó seguir adelante con solo cuarenta y cinco héroes. Pero era una locura: “Anduvo con estos escasos compañeros, con hartas desgracias, dando  vueltas por aquellas tierras, y llegaron a reducirse tanto los españoles  por muertes y por haber dado licencia para marcharse a siete de ellos, de los cuales solo uno llegó a San Juan de los Llanos, que ya sólo le quedaban 25. Vencido por los ruegos de estos pocos, decidió volver a este Nuevo Reino de Granada, donde llegó el año 1571, consumida la salud y su hacienda, después de tres años que gastó en la campaña. De los 300 españoles que la iniciaron, solo quedaron 64 habiendo muerto casi todos los demás de las enfermedades que sufrieron. De los mil quinientos indios que los acompañaban, solo llegaron vivos cuatro, tres mujeres y un hombre, y de los mil cien caballos, dieciocho. De manera que, echando cuentas, la expedición consumió unos trescientos mil pesos de oro, así como las vidas de tantos hombres y mujeres como perecieron. Este mismo año de mil quinientos setenta y uno, a once de abril, por los muchos servicios que había hecho, el Rey nombró al Capitán Fernán Vanegas Mariscal  del Nuevo Reino de Granada”. El cronista Fray Pedro Simón no lo precisa, pero ese nombramiento fue debido a que GONZALO JIMÉNEZ DE QUESADA, que era el titular de ese cargo, lo abandonó tras el enorme desastre (tenía ya, además, 62 años), y se retiró a vivir con cierta paz en la ciudad de Mariquita, donde murió ocho años después.




domingo, 18 de diciembre de 2022

(1910) Para ir en busca de El Dorado, Gonzalo Jiménez de Quesada preparó una gran expedición, en la que pronto surgieron los dramas. Un soldado estuvo a punto de ser devorado por una serpiente gigantesca.

 

     (1510) GONZALO JIMÉNEZ DE QUESADA, aceptadas las capitulaciones establecidas para  la excepcional campaña que iría en busca de El Dorado por los territorios del Amazonas, publicó un bando de enganche que rápidamente dio buenos resultados, pues se apuntaron de inmediato más de 300 personas, lo que quiere decir que era considerado como un líder de gran prestigio. A eso había que añadir la participación de unos 1.500 indios amigos, más muchas mujeres españolas y mestizas. Añade el cronista que “también se unieron mujeres aventureras, porque, como estaba previsto fundar poblaciones, iba de todo, con mucha cantidad de esclavos negros”. La naturalidad con que menciona la presencia de ‘aventureras’, deja claro que hasta los clérigos veían como cosa inevitable la prostitución al servicio de los expedicionarios (algo a lo que raramente se refieren los cronistas). Una expedición de aquel calibre era sumamente compleja, surgiendo graves problemas a cada paso, y Fray Pedro Simón nos da el primer aviso: “Salió el Adelantado Jiménez de Quesada (recordemos que el Adelantado era el que tenía derecho a descubrir tierras) con todo este aparato desde la ciudad de Santa Fe, y llegaron al Río de Arlare, donde comenzaron las desgracias, pues, por un asunto sin importancia, un soldado llamado Pedro de Fuentes mató a otro que se llamaba Francisco Bravo. Estando después descansando el ejército, salió de inspección el Capitán Soleto, y, cerca del Río Quejar, se produjo un  incendio en el que se abrasó la tienda que llevaban y lo que había en ella: un barril de pólvora y otras municiones. Cuando partió todo el ejército, hallaron una monstruosa culebra de veintisiete pies de largo. Como no se meneaba, los indios le echaron por la cabeza un lazo, para que la vieran los soldados. Un mozo mestizo, hijo del Capitán Alonso de Olalla, con poca prudencia quiso subirse sobre ella, y, apenas levantó el pie para hacerlo, cuando lo tuvo ya metido en la boca de la culebra, y clavado tan fuertemente, que, aún después de haberla matado, fue menester meterle una barra de hierro entre los dientes para que soltara al soldado, que, aunque salió lastimado, no corrió peligro porque la cura fue rápida”. Estos apuros fueron el aperitivo del inminente desastre. Al contrario de lo que fantaseaban los fracasados conquistadores anteriores, no había ni rastro de poblaciones indígenas, ni forma de mitigar el hambre que comenzaban a padecer: “Además, les sobrevinieron grandes enfermedades, a ellos y a los animales, tan graves, que los caballos y las vacas se pelaban y caían muertos, pero, para mayor desgracia, también la gente perecía sin remedio”.




viernes, 16 de diciembre de 2022

(1909) El bravo indio colima le arrancó un ojo a un soldado, dejó sin un dedo a otro, y casi sin testículos a un tercero. El Rey le concedió autorización a Gonzalo Jiménez de Quesada para ir a la loca aventura de El Dorado.

 

     (1509) El bravo indio Apidama se vio neutralizado por los tres españoles, pero no se rindió: “Viéndose retenido, comenzó a forcejear para soltarse. A Alonso de Mejía, metiéndole el dedo por un ojo se lo  arrancó, y, a Pedro de Castiblanco, le asió tan fuertemente de los testículos, que el dolor le obligó a aflojar los brazos y soltarlo. Quedando ya a solas con el tercero, que era el canario Bartolomé de Mireles, se portó tan valerosamente, que, aunque el Mireles le cegó los ojos dándole una cuchillada, no se libró de que el indio le cogiese un dedo con la boca y se lo cortase. Con la rabia que le produjo el dolor, Mireles le dio tantas puñaladas, que lo mató. De manera que los tres españoles quedaron marcados, ya que Castiblanco anduvo el resto de su vida lisiado de la parte donde le asió”. Nos cambia de tema el cronista Fray Pedro Simón, y empieza a hablarnos de un nuevo proyecto de GONZALO JIMÉNEZ DE QUESADA, el gran conquistador al que llevaba tiempo sin mencionar: “No se le quitaban los valientes deseos que tenía el Mariscal Don Gonzalo Jiménez de Quesada de añadir nuevos descubrimientos a los extraordinarios que ya había hecho en el Nuevo Reino de Granada. El año 1560 decidió pedir permiso a la Real Audiencia de Santa Fe para ir  a conquistar en las que habían sido llamadas provincias de El Dorado”. Como ya sabemos, todas las expediciones que fueron a aquellas tierras fracasaron, pero, de regreso, los españoles seguían afirmando que allí había muchas oportunidades de grandes éxitos, minas de oro incluidas. Al Rey, a pesar del despilfarrador comportamiento que Quesada había tenido recientemente en España, le encantó que estuviera dispuesto a capitanear esa  peligrosa aventura. Concedido un amplio permiso, el Rey le encargó a los Oidores de Santa Fe que negociaran con Quesada una detallada lista de condiciones. Fueron establecidas el 21 de julio de 1569, y, entre otras cosas, se disponía lo siguiente: Quesada tenía que llevar unos 500 hombres, 8 religiosos, provisiones, caballos y ganado, todo ello por su  cuenta. Se obligaba a fundar poblaciones, y también a, en el plazo de cuatro años, establecer fuertes, enviando entonces otros 500 hombres, siendo casados cuantos pudiese, más 500 esclavos negros, hombres y mujeres. Se le concedería ser Gobernador de toda la demarcación y Marqués de las tierras que conquistase. Durante diez años, él y sus hombres solo pagarían como tributo del Rey un diezmo de las minas de oro y piedras preciosas que hallasen (normalmente se pagaba  un quinto del botín obtenido). En la imagen vemos la placa puesta en la calle que le han dedicado los madrileños.




jueves, 15 de diciembre de 2022

(1908) Antonio de Toledo dejó de ser acusado por fundar la ciudad de La Palma sin permiso previo. Tomó allí el mando Gutierre de Ovalle, y tuvo que luchar contra los indios colimas, uno de los cuales mostró una bravura insuperable.

 

     (1508) Cuando volvió a Santa Fe el Contador Juan de Otálora, se encontró con que casi todos los apuros judiciales que le amenazaban a Don Antonio de Toledo  se habían evaporado. En parte porque era injusto castigarle duramente por haber fundado la villa de La Palma (19 de noviembre de 1561) contando solo con la conformidad de sus hombres, pero también porque se había casado con Doña María de Acevedo, cuñada del Oidor Diego de Villafaña. El único castigo que le resultaría desagradable fue que le obligaron a financiar  una reedificación de la villa de La Palma. Pero, por otra parte, esto le produciría la satisfacción de que  se estaba reconociendo que su iniciativa tuvo el gran acierto de haber escogido un buen lugar para la primera fundación. No obstante, le habían impuesto la obligación de abandonar La Palma en cuanto estuviera rehecha, porque iba a ser sustituido en el mando de la ciudad. Don Antonio de Toledo cumplió lo ordenado, dejó en condiciones lo esencial de  la ciudad de La Palma, y volvió a Mariquita. Tomó entonces el mando de la Palma Gutierre de Ovalle, llevó a cabo los últimos remates necesarios, y procedió a reinaugurar oficialmente la ciudad el 16 de junio de 1563, pero, en un rasgo vanidoso y sentimental, le cambió el nombre, dándole el de La Ronda, por ser él originario de la malagueña ciudad de Ronda. Vano intento, porque, desde 1581, sigue llamándose La Palma. Poco después, Gutierre de Ovalle partió con sus soldados a recorrer los territorios próximos y dar batalla a los rebeldes indios colimas, resultando feroces los encontronazos. En uno de ellos, el número de atacantes indios ascendía a más de seis mil, y el cronista, para no ser tan repetitivo, hace referencia a un hecho que ocurrió entonces: “Los enemigos iban provistos de flechas venenosas y macanas, y Gutierre de Ovalle, viendo que necesitaba a todos sus hombres para enfrentarse a tantos salvajes, preparó las tropas, pero ordenó a ocho soldados que se quedaran para proteger a Fray Antón, el Capellán del ejército. Comenzada la refriega, estos ocho vieron que un solo indio, llamado Apidama, había herido con sus flechas a doce españoles. Entre ellos estaba Martín Garnica, un valiente soldado vasco, y viendo el indio que no podía servirse del brazo herido, fue a rematarlo con una macana. Tres de los españoles que estaban viendo  la necesidad que tenía el Garnica de ayuda, salieron a dársela. El indio iba ya tan ciego a descargar el golpe, que no los vio llegar, y de esta manera, les fue fácil sorprenderlo y sujetarlo”. La escena siguió dramática y, en parte, cómica, como veremos a continuación.




miércoles, 14 de diciembre de 2022

(1907) Antonio de Toledo iba a ser juzgado por fundar La Palma sin permiso. Los españoles tuvieron que abandonar la ciudad tras ser derrotados, y dejar en manos de los caníbales indios al soldado Alegría.

 

     (1507) Aunque Don Antonio de Toledo no tenía permiso previo para fundar La Palma, lo hizo, pero sin otorgarle a la villa autonomía total, quedando dependiente de las autoridades que residían en Mariquita. Aun así, los Oidores de la Real Audiencia de Santa Fe ordenaron su apresamiento. Se llevó a cabo, y (como en el caso de Juan Rodríguez Suárez) fue también acusado de haber luchado sin permiso contra los indios de aquella zona. Actuaron como acusadores el Fiscal  y tres Oidores, los cuales le mandaron al Contador Juan de Otálora que fuera a La Palma para recoger datos acerca de las actuaciones de Don Antonio de Toledo y sus partidarios, así como para mantener allí el orden, ya que los indios estaban algo alborotados porque quien estaba al mando, el capitán Gutierre de Ovalle, había ido a Mariquita con el fin de traer soldados de refuerzo. Llegado Otálora a La Palma, decidió enviar parte de su tropa al territorio en el que había más indios rebelados: “Iba como jefe un valiente soldado llamado Pedro Hernández, y, según avanzaban, lucharon más de dos mil indios hasta el anochecer, resultando muertos el capitán y varios soldados. Otros veinte quedaron heridos por flechas emponzoñadas con veneno de yerbas venenosísimas, y a un soldado llamado Alegría lo tomaron vivo, sin ser posible liberarlo de los indios”. El regreso de los derrotados españoles fue también muy angustioso debido a que sufrían una persecución constante por parte de los indios. Cuando llegaron a La Palma, Juan de Otálora se sintió muy afectado por las noticias que le dieron los de la retirada. Por si fuera poco, ya en la noche, se dieron cuenta de que los indios estaban preparados para atacar en el recinto, y les resultó demoledor a los españoles oír gritar a Alegría advirtiéndoles de que estuvieran alertas porque el ataque iba a ser inminente, y pidiéndoles que rezaran por él, ya que iba a ser sacrificado y comido por los indios: “Este aviso le decidió del todo a Otálora y a sus soldados a abandonar la villa.  Salieron con rapidez y lo más secretamente que pudieron, y, al llegar al territorio de los panches, indios amigos, descansaron y curaron a los heridos. Allí los encontró Don Gutierre de Ovalle, que venía ya con ayuda de soldados, pero no le parecieron bastantes a Otálora para volver a la villa de La Palma y oponer resistencia a aquella multitud de indios tan agresivos. Dadas las circunstancias, Ovalle regresó a la ciudad de Mariquita, y Otálora, con los demás soldados, partió hacia Santa Fe para dar cuenta de lo sucedido y de las informaciones obtenidas sobre el caso de Don Antonio de Toledo”.




martes, 13 de diciembre de 2022

(1906) Gutierre de Ovalle y Antonio de Toledo vencen a los caníbales colimas y fundan Nuestra Señora de la Palma. Nuevamente los exigentes oidores les piden cuentas porque lo hicieron sin permiso previo.

 

     (1506) Hablando de los indios colimas, Fray Pedro Simón cuenta una anécdota que considera admirable, y cuyo feliz término los españoles lo atribuyeron a un milagro divino, aunque todo indica que ocurrió espontáneamente. Primeramente dice que, en territorio colima,  había un  tipo de maíz que resultaba muy dañino: “Es tan venenoso, que al que lo come se le mudan las uñas, y las mujeres paren monstruos. Los indios los matan como cosa abominable, y así lo querían hacer el año 1600 con una niña que les nació toda cubierta de pelo tan largo como el de un mico. El clérigo Andrés González Farfán, fijándose únicamente en que era persona, la bautizó, y sucedió, cosa admirable, que, en cuanto la bañó con el agua bendita, se le cayó todo el pelo y quedó completamente limpia. Todos los que lo vieron dieron mil gracias al Señor por tal suceso”. Curiosamente, los indios panches, que también eran de tradición caníbal, habían hecho las paces con los españoles, y les pidieron protección, en la zona de Mariquita, contra los colimas, que no les dejaban en paz. En esta ciudad mandaba el veterano Capitán Francisco Núñez de Pedroso, quien, además, había sido su fundador, y, cumpliendo una orden de la Real Audiencia, se hizo cargo de intentar pararles los pies a los colimas. Nombró como maestre de campo de la tropa a Gutierre de Ovalle, natural de Ronda (Málaga), el cual iba a contar con la ayuda de uno de los alcaldes de Mariquita, el prestigioso Don Antonio de Toledo, quien, para tal fin, se había ocupado en formar otro grupo de soldados que andaban ociosos. Ambos jefes partieron con sus hombres de Mariquita el 11 de noviembre de 1561 para enfrentarse con los indios colimas. Los primeros encontronazos fueron sangrientos, con muertos y heridos por ambas partes. Los resultados no fueron malos, pero, viendo que la multitud de los colimas era enorme, se tomó la decisión de retirarse al campamento que tenían establecido. Los españoles, en consonancia con su espíritu siempre activo y creador, en cuanto llegaron al puesto cayeron en la cuenta de que aquel lugar era muy apropiado para establecer un modesto poblado. Con gran rapidez hicieron lo cálculos precisos y, ajustándose al protocolo habitual, crearon una nueva villa a la que le pusieron el nombre de Nuestra Señora de la Palma, al parecer porque había plantas de ese tipo en la zona. Pero, una vez más, la Real Audiencia de Santa Fe se pondrá puntillosa, y exigirá responsabilidades (como antes lo hicieron con Juan Rodríguez Suárez al fundar Mérida) por no haberse obtenido permiso previo oficial para haber dado ese paso.




(1905) Los españoles encontraron tanto oro, que hasta los esclavos negros se beneficiaban de él. Los indios colimas también eran caníbales, pero respetaban mucho a sus mujeres.

 

     (1505) En el  nuevo emplazamiento, los españoles tuvieron como primer objetivo descubrir nuevas minas de oro: “Las hallaron pronto, principalmente el Capitán Baltasar de Burgos Antolínez y el Capitán Diego de Ospina (hijo de Francisco de Ospina), muy expertos en minas. Encontraron uno de les sitios más ricos que han podido ver los hombres en el mundo, pues de él se sacaba el oro a puñadas. Voló en breves días la fama de estas riquezas por todas las poblaciones de la comarca”. Cuando se enteró Alonso de Andújar, Corregidor de Mariquita, muy próxima a los yacimientos, instaló casi de inmediato, en noviembre de 1594, un pequeño poblado minero con sesenta casas de madera fáciles de montar: “Como era tanto el oro que encontraban, los españoles compraban esclavos negros para trabajar en las minas, de manera que, en dos años, aquel poblado vino a ser el más rico de su tamaño que había en estas Indias. Hasta el punto de que los veinte españoles principales del poblado tenían ya más de dos mil esclavos negros. Y el Capitán Diego de Ospina me dijo un día que, de lo que había obtenido en poco tiempo, había apartado más de sesenta mil pesos de oro para los tributos del Rey. Yo estuve allí el año 1613, y vi que hasta los negros salían beneficiados, pues, con sólo escarbar un poco en el portal de su casa, obtenían tres reales de oro, y lo disfrutaban niños y mayores,  pues parecía que había hecho testamento la tierra, como ellos decían, y que había repartido con todos ellos sus grandes riquezas”. Pero esas riquezas eran agotables, y así resultó en pocos años, dándose, además, la circunstancia de que los esclavos negros, víctimas de algunas enfermedades, quedaron reducidos a menos de quinientos. Luego pasa el cronista a hablarnos de los indios colimas, similares a los panches y muzos (de quienes ya hablamos) en lo que respecta a ferocidad y canibalismo, y muy diferentes de los muiscas, mucho más civilizados que ellos. Después hace un curioso comentario sobre las mujeres colimas, de las que dice que eran muy guapas: “Estas nunca se casaban, pero los indios les tenían tanto respeto, que ellas eran las que aplacaban las disensiones que había entre las tribus. Cada uno tenía muchas, con lo cual se evitaba el pecado nefando, que nunca se vio entre ellos (y en eso se parecían a los muiscas), para lo que ayudaba mucho el poder tener tantas mujeres como podían sustentar. Cada tribu tenía diversas ceremonias para los casamientos, y los indios no le daban importancia a que la mujer de uno se juntara con otro si se lo pagaban”. En la imagen: canibalismo de los colimas.




(1904) Los hiperactivos capitanes fundaban con frecuencia poblaciones rápidamente y sin permiso, pero siempre protestaban los picajosos oidores de las Audiencias Reales. A Francisco de Ospina lo apresaron por eso, pero le dieron la razón.

 

     (1504) A pesar de la provisionalidad de la  fundación de Nuestra Señora de los Remedios, y sin autorización oficial para hacerlo (que se supondría confirmada posteriormente), Francisco de Ospina repartió solares entre sus soldados, y nombró, como se acostumbraba, dos Alcaldes permanentes, seis Regidores, un Alguacil Mayor, un Procurador General, un Mayordomo de la Ciudad y otro de la Iglesia, así como  un Escribano del Cabildo. Pero, además, como habían comprobado que en la zona había mucho oro, nombró también los funcionarios del Rey necesarios para el caso: el Tesorero, el Factor, el Contador y el Tenedor de Bienes de Difuntos. Efectuados estos trámites, sus hombres lo reconocieron a Francisco de Ospina como jefe de todo el ejército, pero teniendo la última palabra la Real Audiencia. Pronto encontraron otro lugar que les pareció más adecuado, hicieron allí el traslado y le cambiaron el nombre a la ciudad por el de Buenavista. A pesar de esas prudentes medidas, la Real Audiencia, al enterarse de los hechos, se puso picajosa con respecto a la legalidad de lo realizado: “Los Oidores de la Audiencia, molestos porque se había procedido sin permiso, enviaron al Capitán Rodrigo Pardo para que trajera preso a Francisco Ospina, y lo llevó a cabo. Lo trataron bien, pero aun así, encargaron al capitán Lope de Salcedo que hiciera él el reparto de indios para los españoles. Entretanto, los Oidores, tras escuchar a Francisco de Ospina sus explicaciones, dieron por buena la fundación que había inaugurado”. Una nueva perspectiva obligó a cambiar de sitio la ciudad. Sin embargo, su destino fue trashumante, ya que la refundaron dos veces más: “Primeramente, a mediados de 1562, la emplazaron en un lugar al que llamaron Valle de San Blas, donde, al menos, permaneció estable durante 26 años. Se convirtió en una buena y agradable población, con vecinos de importancia y muchos indios de servicio. Los mercaderes llegaban habitualmente, atraídos por la abundancia de oro, pero perdieron interés porque fue disminuyendo. Otro problema fue debido a que disminuyeron en gran cantidad los indios por unas viruelas que les afectaron. Todo esto obligó a los españoles a instalarse en otro sitio en marzo de 1589, para tener los lugares de donde se sacaba el oro más cerca de la ciudad, mudándola veinte leguas más al Norte. Tenía allí también la ventaja de poder criar ganado para sustentarse, pero era necesario primeramente encontrar de nuevo minas de oro”. En la curiosa imagen vemos que un nieto de Francisco de Ospina, con su mismo nombre, figuraba como Gobernador el año 1631.




domingo, 11 de diciembre de 2022

(1903) Habla el cronista de que, para el año 1620, quedaban muy pocos indios muzos, ya pacificados. Pero anteriormente peleó contra ellos el vasco Francisco de Ospina para descubrir nuevas tierras e impedir su canibalismo.

 

    (1503) Lo que cuenta el cronista Fray Pedro Simón (en su extenso y trabajado texto) puede suponerse redactado hacia el año 1620, unos sesenta después de que ocurrieran los hechos. Da un dato frecuente en Las Indias, la enorme disminución del número de nativos; pero se olvida de decir que una de las principales causas fueron las epidemias: “De la inmensidad de indios muzos y colimas que había cuando se entró a conquistar el territorio en que se fundó ‘La Santísima Trinidad de los Muzos’ , solo quedan ahora unos mil quinientos escasos, que, tras ser pacificados, se ocupan principalmente en las minas de las esmeraldas”. Dice también que ambas tribus, con su valentía y crueldad, habían expulsado de allí a los muiscas a una zona más llana y fría. Pero, cerca de ‘Santísima Trinidad de los Muzos’, los muiscas habían tenido que abandonar dos templos muy queridos para ellos. Y cuenta el cronista: “De noche y ocultos,  iban allí para adorar a sus ídolos,  pero, muchas veces, esto no lo hacían con suficiente secreto, de manera que caían en manos de los muzos, los cuales se los comían como carneros”. Luego añade que los españoles, al ver que los muiscas abandonaron su peligrosa costumbre, intentaron trasladar los templos a tierras seguras, pero no pudieron porque el lugar era inaccesible. Y sigue contando Fray Pedro: “Había ocurrido antes que, junto a la ciudad de Mariquita, se fundó otra, llamada Victoria, más tarde abandonada, en la cual no hubo posibilidad de conceder indios a todos, en parte porque algunos soldados vendieron sus encomiendas,  como de ordinario acontece en las nuevas poblaciones. Uno de ellos era el Capitán Francisco de Ospina, hombre de gallardo ánimo y bríos, que los había mostrado en servicio del Rey, militando muchas veces en conquistas y descubrimientos de este Reino, natural de España, alavés de la villa de Salinas de Añana (Alava), conocido hidalgo”. Había noticias de lo que se podía encontrar más adelante, y se le confió a Francisco de Ospina una salida con cuarenta hombres hacia el norte, todos llenos de esperanza. Como de costumbre, no faltaron duros combates con los indios que encontraban por el camino, pero nada impidió que Ospina estableciera un embrión de poblado al que le puso el nombre de Nuestra Señora de los Remedios: “No era un sitio muy apropiado, sino más bien parecía que la intención de Francisco de Ospina era solamente tomar allí descanso, dando por supuesto que encontraría cerca otro lugar mejor. Esto ocurrió el día 15 de diciembre del año 1560”. En la imagen vemos Salinas de Añana (Alava), con sus secaderos de sal, lugar del origen de FRANCISCO DE OSPINA y de su noble linaje.




viernes, 9 de diciembre de 2022

(1902) En Santísima Trinidad de los Muzos se descubrió una zona sumamente rica en esmeraldas. Pero los indios planeaban liquidar a todos los españoles, y hubo que someterlos con un duro castigo.

 

     (1502) Se iba a corregir el reparto de tierras y encomiendas en Santísima Trinidad de los Muzos, la población recién fundada, pero las luchas eran frecuentes con los indios colindantes: “Los españoles se vieron en gran peligro en un lugar llamado Las Tetas de Ibama, que son unas puntas de unos cerros, ya que estaba lleno de indios que les impedían el paso. Lo consiguieron al fin, y, llegando a la ciudad, se hizo la distribución a principios del año 1566”. El cronista nos va a hablar de la riqueza de esmeraldas que allí había, piedras preciosas que, años atrás, los conquistadores apenas las apreciaban, aunque ya hubo un fraile que las ocultaba para llevarlas a España: “Es necesario escribir algo de las riquísimas minas de esmeraldas que en tiempos del Gobernador Cepeda, el 9 de agosto de 1564, se descubrieron en un cerro llamado Itoco, donde había un poblado de indios que le había tocado en suerte al encomendero toledano Alonso Ramírez Gaseo, natural del Corral de Almaguer (vamos a dedicarle la imagen de su lugar natal, ya que nunca se sabrá si él pudo sacar algún provecho de ellas). Estas minas han sido tan ricas de lucidas esmeraldas, que han llenado el mundo de ellas, e, incluso, han hecho bajar su precio. Entre algunas que se sacaron los primeros días, hubo dos tan limpias, verdes, finas y brillantes, que, estimándose que solo eran dignas de su Rey, las llevaron a la Corte, fueron tasadas en 24.000 mil pesos de oro, y el Rey les dio ese importe a los que las habían hallado. Al Corregidor que hemos mencionado, Álvaro de Cepeda de Ayala, le sucedieron en esta ciudad Juan Suárez de Cepeda, Carlos de Molina, Gonzalo de León y Álvaro Mejía Serrano. Después volvió a gobernar, con título de Gobernador que trajo de España, Álvaro de Cepeda, durando sólo seis meses porque no cumplió ciertas capitulaciones que había hecho con el Rey, asumiendo el cargo otra vez Juan Suárez de Cepeda. En este tiempo, entrado ya el año mil quinientos ochenta, quiso Dios que se descubriera, gracias a una india, un alzamiento general que habían preparado los muzos para matar a todos los vecinos el Jueves Santo por la noche, mientras duraba la procesión. Para impedirlo castigándolos, unos días antes del que tenían fijado los indios para cometer la maldad salió el Capitán Rafael de Pina, y ejecutó a más de cien, quedando el territorio apaciguado del alzamiento de los indios colimas”. A Juan Suárez lo sustituyó Luis Carrillo de Ovando, que ejerció seis años, y después se utilizó a corregidores, hasta que se vio la necesidad de volver a servirse de gobernadores, siendo nombrado entonces Nuño de Solís.




jueves, 8 de diciembre de 2022

(1901) Luis Lanchero, que pronto se retirará a vivir en Tunja, salió con la misión de someter a los caníbales muzos. A pesar de sus flechas envenenadas, fueron derrotados y FRANCISCO MORCILLO fundó Santísima Trinidad de los Muzos.

 

     (1501) Visto ya el triste final de Juan Rodríguez Suárez, el cronista vuelve a la zona de la ciudad de Santa Fe (la actual Bogotá, capital de Colombia), porque por allí seguían los caníbales muzos creando problemas, sobre todo a los indios muiscas, amigos de los españoles. La Real Audiencia le confió la tarea de someterlos y establecer un poblado al Capitán Luis Lanchero: “Partió para su misión en septiembre del año 1558, y, de camino, se le juntaron el Capitán Benito López de Poveda y algunos soldados. Comenzaron a pelear con los muzos,  y era una gran dificultad el que los indios pusieran en los pasos puntas de madera ocultas entre la maleza y untadas con un veneno, ya que bastaba ser pinchado un poco para morir rabiando en menos de 24 horas. Luego llegaron los muzos, les atacaron en una loma, y allí mataron a algunos españoles y a la mujer de un soldado llamado Juan González de Mentola”. Los españoles trataron dos veces de establecer un poblado, pero, aunque les fue imposible, no renunciaron a hacerlo, y lo consiguieron en un llano que estaba tres leguas más adelante, y, aun así, siguieron rodeados de una multitud de indios: “Tomó posesión del territorio, en nombre del Rey, el Capitán Francisco Morcillo, valentísimo soldado, como lo mostraba en todas las acciones de guerra, y le dio el nombre a la ciudad de Santísima Trinidad de los Muzos. No fueron menores los trabajos que sufrieron los españoles fundada ya su ciudad, pues, constantemente, los indios los cercaban y les forzaban a  ir a otros territorios en busca de provisiones, siendo tan acechados, que jamás hacían alguna salida sin que muriesen soldados por las flechas, o porque los indios envenenaban sutilmente las frutas y causaban muertes horribles. Pero la constancia española, ayudada de algunos bravos perros, que fueron los de más importancia para la guerra en estas provincias, venció la de los indios, los cuales,  viendo lo poco que aprovechaban sus ataques, y cuán firmemente se asentaron los españoles, fueron poco a poco abandonando la lucha. De esta manera, el Capitán iba repartiendo indios entre los encomenderos españoles, pero algunos consideraron que no lo hacía  con justa igualdad”. Este problema de favoritismos era frecuente en Las Indias. En este caso, los agraviados mandaron una queja a la Real Audiencia de Santa Fe, y los Oidores decidieron que fuera a corregir el reparto el Capitán Lope de Orozco, un cordobés vecino entonces de la ciudad de Tunja, y tan prestigioso, que después fue Gobernador de Cartagena y de Santa Marta. Cuando él llegó, el Capitán Lanchero, cansado de trabajos y sinsabores, se retiró a Tunja, que era su residencia habitual.







miércoles, 7 de diciembre de 2022

(1900) Juan Rodríguez Suárez consiguió evitar el acoso de la Audiencia de Santa Fe refugiándose en Venezuela, donde fundó la futura Caracas. Pero fue víctima de la tragedia por partida doble.

 

     (1500) Huyendo de la exagerada orden de apresamiento y pena de muerte dictada por los Oidores de la Audiencia de Santa Fe, JUAN RODRÍGUEZ SUÁREZ y varios aliados suyos se trasladaron a Trujillo (Venezuela), cuya jurisdicción dependía  de la de Santo Domingo. En dicha  ciudad fueron muy bien acogidos, especialmente por parte de su viejo amigo el capitán Diego García de Paredes (como ya sabemos, hijo del famoso ‘Sansón de Extremadura’). A pesar de las reclamaciones de la Audiencia de Santa Fe, los vecinos de Trujillo se negaron a entregarlos, creando así en América la base para el derecho al asilo político. Después de este incidente, Juan Rodríguez Suárez se incorporó, a finales de junio de 1561, a las tropas que tenían como objetivo conquistar y establecer poblaciones en el territorio de los belicosos indios caracas, que estaba situado en la zona costera de Venezuela. En un principio, la campaña de pacificación llevada en aquel lugar se inauguró de forma esperanzadora, en parte porque quien iba al mando de las tropas era un capitán mestizo, Juan Fajardo, que se entendía muy bien con los nativos. Sin embargo, Juan Rodríguez  andaba peleando con el cacique Guaicaipuro, quien fingió desear la paz. Creyendo que lo decía en serio, abandonó el lugar minero en que se encontraba y partió para reunirse con Juan Fajardo. El traidor cacique aprovechó su ausencia, y atacó los barracones, matando a todos los que allí estaban, incluidos tres  hijos pequeños de Juan Rodríguez. Enterado de la desgracia, regresó al lugar, y, sobreponiéndose para darles una lección a los indios, estableció allí la villa de San Francisco. Y, a diferencia de lo que le ocurrió con la ciudad de Mérida, pudo proporcionar sin problemas legalidad a la fundación. Así nació lo que luego sería Caracas, la futura capital venezolana. No obstante, la fatalidad más siniestra le alcanzó después. El 29 de agosto de 1561, el rebelde y trastornado Lope de Aguirre huía con sus fanáticos aliados hacia Barquisimeto (Venezuela), tras haber recorrido todo el Amazonas. Por donde pasaban, con el loco sueño de apoderarse del virreinato de Perú, dejaban un rastro de sangre española. Juan Rodríguez Suárez iba a su encuentro con varios soldados para poner fin a esa rebelión, pero, antes de alcanzarlos, fueron cercados por unos indios rebeldes, los cuales, después de tres días de batalla, mataron a JUAN RODRÍGUEZ SUÁREZ y a sus soldados a finales de septiembre del año 1561. Esta tragedia no  le sirvió de nada a Lope de Aguirre, pues, como ya vimos, fue precisamente DIEGO GARCÍA DE PAREDES  quien lo apresó y ejecutó un mes después en Barquisimeto, el día 27 de octubre.




martes, 6 de diciembre de 2022

(1899) Por culpa del envidioso Maldonado, todo se enredó judicialmente contra los capitanes Juan Rodríguez y Juan Esteban. Lograron huir, y, aunque Rodríguez fue condenado a muerte, encontrará una sorprendente solución para su problema.

 

     (1499) El retorcido Juan Maldonado no solo apresó a Juan Rodríguez Suárez, sino también a Juan Esteban, acusándole, sin fundamento, de que los dos eran cómplices en el hecho de haber fundado Mérida sin previo consentimiento oficial. Les acompañaron a Santa Fe varios amigos, y, entre ellos, Pedro de Gaviria, que iba representando como procurador a los vecinos de la nueva población, para que se conservara la ciudad y el reparto de cargos que Juan Rodríguez había señalado. El rencoroso Maldonado criticaba todo lo que este había hecho, y, a pesar de que la ciudad estaba emplazada en un sitio maravilloso, la desplazó 30 millas a otro buen sitio, la refundó allí y le dio el nombre de Santiago de los Caballeros (si pudiera saber que se sigue llamando Mérida…). Después Maldonado partió hacia otros territorios de conquista, y, a principios del año 1560, por orden de la Real Audiencia de Santa Fe, se revisaron las concesiones que se habían hecho en distintos poblados a sus fundadores, y no se respetaron las establecidas por Juan Rodríguez Suárez.  Pero  dice el cronista: “Sin embargo, cuando llegó el Capitán Ortún Velasco desde la ciudad de Pamplona para revisarlo, por ser hombre veterano y experto en estas cosas, no se olvidó de mejorar a los primeros conquistadores y pobladores de la ciudad de Mérida, que con este nombre ha permanecido siempre hasta hoy, quedando olvidado el de Santiago de los Caballeros. Mientras ocurría esto en la ciudad de Mérida, lo pasaba mal en Santa Fe Juan Rodríguez Suárez, porque el Fiscal Valverde tenía un expediente lleno de calumnias contra él. Le acusaban de matar a indios, incendiar sus casas y destruir sus sementeras”. La situación se agravaba por momentos, incluso para Juan Esteban, y este, temiéndose lo peor, se escapó de la cárcel y buscó refugio sagrado en las casas obispales de  Fray Juan de los Barrios, pero de allí lo sacó con amenazas de muerte el Oidor Melchor Pérez de Arteaga, y lo llevó de nuevo a la cárcel, sin que hiciera caso de las advertencias  del obispo sobre que sus casas tenían la misma inmunidad religiosa que las iglesias. Tras esto, se vigiló más a Juan Rodríguez Suárez, pero fue en vano, ya que, viendo la oportunidad durante la noche del día 22 de marzo de 1560, se fugó junto a Juan Esteban y otros. Esto provocó que, en el proceso al que estaba sometido ante la Real Audiencia de Santa Fe, fuera sentenciado a pena de muerte, y dictada orden de apresamiento. No tardó en saberlo JUAN RODRÍGUEZ SUÁREZ, y, aunque era de suponer que tarde o temprano sería apresado, encontró un sorprendente remedio, como veremos.




lunes, 5 de diciembre de 2022

(1898) El Capitán Juan Rodríguez Suárez decidió fundar dos poblaciones, Grita y Mérida, pero esta sin permiso previo, y la reacción envidiosa del Capitán Juan Maldonado le creará problemas.

 

     (1498) Los cuatro soldados que aperrearon al traidor y viejo indio guía llegaron donde estaba el Capitán Juan Rodríguez Suárez, el cual, enterado de los apuros de los que llegaban detrás, les envió otros soldados e indios amigos para, mediante sus ayudas, acelerarles el regreso. Cuando ya todos se recuperaron de las heridas, puso en marcha su ejército, alcanzaron un valle en el que los indios gritaban desaforadamente, y allí fundaron otra población, a la que, por eso, le pusieron el nombre de Espíritu Santo de la Grita (que hoy es territorio venezolano, tiene 88.000 habitantes y se llama, simplemente, La Grita). Siguieron después hasta cerca de las montañas de los Andes, y, tras ver que el territorio era muy agradable y prometedor, el Capitán Juan Rodríguez Suárez, con la conformidad de sus soldados más entendidos, decidió fundar un pueblo de españoles, si bien no contaba con licencia para hacerlo. Lo puso por obra, el 9 de octubre de 1558, con las distribuciones de parcelas  y los trámites habituales, dándole a la ciudad, como recuerdo de su ciudad natal, el nombre de Mérida (ahora  es territorio venezolano, y tiene unos 350.000 habitantes).  De inmediato, el Capitán Juan Rodríguez envió un escrito a la ciudad de Pamplona para dar a conocer lo realizado y explicar con entusiasmo que el futuro de esta Mérida era muy prometedor. Pero no faltó la reacción de un envidioso. Hasta algún soldado suyo quiso ponerle zancadillas difamándolo, pero el que resultó más peligroso fue el Capitán Juan Maldonado, vecino de Pamplona y enemigo suyo, que, además, era yerno del Gobernador Ortún de Velasco. No desperdició Maldonado el hecho de que Juan Rodríguez fundara la ciudad de Mérida sin habérsele encargado tal misión, y con ese argumento, consiguió que la Real Audiencia de Santa Fe, el 28 de enero de 1559, firmara un documento en el que se reprendía al Cabildo de Pamplona por no haberlo impedido, y, a su vez, dieron en otro la orden de que, dondequiera que estuviese, se apresara al capitán Rodríguez y fuera enviado a Santa Fe. Para más inri, se le encargó de hacerlo al capitán Juan Maldonado, el mezquino personaje que había presionado para que cayera en desgracia Juan Rodríguez. Le pedían que examinara las características de la ciudad de Mérida, y le autorizaban (qué más quería él…) a que, si consideraba que era necesario trasladarla a otro lugar, lo llevara a efecto. Cuando llegó a la población, no estaba Juan Rodríguez, pero, al saber lo que ocurría, regresó a la ciudad, y se dejó apresar, confiando en que los Oidores de la Real Audiencia, finalmente, le agradecerían haber fundado Mérida.




domingo, 4 de diciembre de 2022

(1897) El Capitán Juan Rodríguez, Alcalde de Pamplona (Colombia), salió con soldados en busca de minas de oro. Indios caníbales los atacaron. Martín Garnica mató cruelmente, por sospechas de traición, a un guía nativo.

 

     (1497) Los vecinos de la ciudad de Pamplona estaban tan satisfechos de la traída continua de lo que se sacaba de las minas, que no tenían ninguna gana de arriesgarse a conquistar tierras nuevas, y así permanecieron alegremente durante casi diez años. Después, en 1558, se decidió preparar nuevas campañas, pero tampoco para ampliar el territorio, sino con el mismo deseo de encontrar más minas. Se le dio el mando de la tropa al Capitán y Alcalde de Pamplona (Colombia) Juan Rodríguez Suárez, nacido el año 1510 en la histórica ciudad  española de Mérida (de la que mostramos en la imagen su catedral), y comenzó a organizarse con mucho entusiasmo, siendo elegido como destino las montañas de los Andes. Partió el mes de junio con unos cien soldados, y pronto tuvieron un enfrentamiento con indios que les obligaron a retroceder: “Los nativos, orgullosos del resultado, les insultaban a los soldados desde las cumbres, y les mostraban las ollas en que, según decían, los habían de cocer para comérselos. Llegando luego los españoles a las proximidades de otro poblado indio, Juan Rodríguez le dio orden a Juan Esteban de que se adelantara con 17 soldados de a pie para encontrar el mejor camino de avance. Salieron llevando como guía a un indio viejo, el cual, llegados a un punto,  les fue metiendo por un paso estrecho, y algunos pensaron que no sin malicia, porque en él salieron de repente gran cantidad de indios que los comenzaron a flechar, quedando de inmediato muerto el soldado Bartolomé de Jimeros. Hubo también cuatro heridos, y, entre ellos,  el capitán Juan Esteban, quien, a pesar de ser hombre de mucho brío, quedó tan decaído, que, no pudiendo caminar, tuvieron que cargarlo en una hamaca, y decidieron regresar”. Viéndose en apuros durante su huida, Juan  Esteban envió por delante a cuatro españoles para pedirle ayuda al Capitán Juan Rodríguez. Con ellos iba el nativo sospechoso de traición, y uno de los soldados, Martín Garnica, no podía digerir el mal trago que parecía haber sido preparado por el indio: “Les dijo a los demás: ‘Bueno será que matemos a este indio viejo, para que no dé aviso a sus parientes de nuestra retirada, pues, envalentonados por habernos matado a un soldado y flechado a otros, podríamos sufrir mayores males, que se evitarían haciendo lo que yo digo’. Sin pensarlo más, Garnica arremetió contra el indio, y le echó encima los perros que traía, los cuales despedazaron al pobre indio. Con lo cual, a los cuatro les pareció que quedó bien castigado por la traición que estuvo a punto de provocar la muerte de todos los soldados”. Dura escena, que debería haber sido menos brutal.




viernes, 2 de diciembre de 2022

(1896) Nombrado Fray Juan de Barrios Arzobispo de Santa Fe, murió al poco tiempo. Juan de Avellaneda Temiño, nacido en Quintanapaya (Burgos), descubrió oro en Udaque y fundó allí la población de San Juan de los Llanos.

 

     (1496) Como es normal, Fray Pedro Simón procura dar algunos datos de su orden religiosa. Es justo que recojamos un corto comentario suyo: “En julio de 1553, llegó a la ciudad de Santa Fe el franciscano Fray Juan de los Barrios como nuevo obispo, habiéndolo sido antes de Río de la Plata y de Santa Marta. Estuvo gobernando las iglesias de este territorio hasta febrero de 1569, que fue cuando murió. Poco antes, había sido nombrado arzobispo, pero no gozó de ir bajo palio porque ya había fallecido cuando lo trajo el deán Francisco Adame”. Luego nos habla el cronista de noticias sobre territorios en los que había minas muy valiosas, algo que, para los españoles de Indias y para la Corte Española, era muy importante: “Se decía que las había de oro, plata y otros metales en el valle de Udaque. Por ello, en febrero de 1554, se le encargó al Capitán Juan de Avellaneda Temiño que fuera a inspeccionar aquel lugar con soldados suficientes, llevando también indios y negros que sirvieran como mineros. Cuando llegó Avellaneda a aquel lugar, halló grandes muestras de oro y de algunos otros metales, así como buenas condiciones para vivir allí. Luego se lo comunicó a la Real Audiencia advirtiendo  que, para su aprovechamiento, sería necesario fundar una población, y así repartir encomiendas de indios, pues había muchos con los que se podría trabajar las minas. Pedía licencia para hacerlo, pero en Santa Fe, aunque les alegró la noticia de las minas y la riqueza do la tierra, a los del Cabildo de la ciudad no les pareció oportuno fundar allí una población, poque se trataba de un territorio que estaba dentro de su demarcación, y ocasionaría muchos inconvenientes, a no ser que el nuevo poblado quedara sometido al gobierno de las autoridades de la ciudad de Santa Fe. Hubo sobre esto algunas propuestas y rechazos, pero, viendo que los indios que allí había eran muchos y las riquezas de las tierras muy abundantes, finalmente se le dio permiso para fundar un pueblo al mismo Capitán Juan de Avellaneda, el cual lo llevó a cabo después de haber pacificado el territorio, y le puso el nombre de San Juan de los Llanos. Permanece hoy en el mismo sitio, y está a cuarenta leguas al sur de la ciudad de Santa Fe. Posteriormente esa población fue gobernada por el Capitán Antonio de Olalla, quien, a su vez, fue después conquistando tierras más al sur”.  JUAN DE AVELLANEDA TEMIÑO, que continuó creando poblaciones, nació, en fecha desconocida, en Quintanapaya (Burgos), donde se sigue conmemorando, como se ve en imagen, el aniversario de la boda del Rey Carlos II con María Luisa de Orleans, que tuvo lugar allí el año 1679.




jueves, 1 de diciembre de 2022

(1895) El Gobernador Armendáriz, caído en desgracia tras su juicio, tuvo maltratadores y algunos bienhechores. Quedó solo y en la miseria. Luego profesó como religioso. En uno de los habituales naufragios, murieron tres amigos suyos.

 

     (1495) La situación en que se encontraba entonces el exgobernador Miguel Díaz de Armendáriz rayaba con la miseria. Después de terminarse el juicio, apeló la sentencia, y no tenía dinero ni para pagar las costas que le exigieron los jueces. Y dice el cronista: “Entonces fue tan vil el letrado que se las pedía, que, para cobrar algo y no perderlo todo, le quitó de los hombros la ropa que traía, dejándolo en calzas y jubón. Pero se hallaba entre la gente el Capitán Luis Lanchero, y, viendo a Miguel Díaz en tal miseria y el abuso del letrado, se quitó la capa que llevaba y le cubrió con ella, con admiración de los presentes, y más del Miguel Díaz, el cual preguntó quién era el que le había hecho tan gran favor. Le respondió el Capitán Lanchero: ‘¿Dónde están, señor Licenciado, los amigos antiguos que solían acompañaros?’. ‘No los espero, respondió, porque, a la hora de tomar amigos, escogí lo peor’. Además, el Capitán también le dio dinero, con el que Miguel Díaz  pudo llegar a la ciudad de Cartagena. Allí lo llevaron preso para ser juzgado por hechos ocurridos en aquella demarcación, y también lo trató con no menos rigores el Licenciado Montaño”. Fueron tan tristes y decepcionantes las experiencias que estuvo sufriendo el exgobernador Miguel Díaz de Armendáriz, que cambió por completo de vida:  “Acabado el Juicio de Residencia al que se le sometió en Cartagena, estaba al borde de la miseria, pues sus mismos denunciantes tuvieron que socorrerle, y así lo hizo un tal Nuño de Castro, a pesar de que se sentía algo agraviado por él. Embarcado Miguel Díaz de vuelta hacia España, tuvo un buen viaje hasta llegar a la Corte, pero se presentó sin dinero, ya que no lo trajo de Las Indias, ni encontró rastro de los siete mil pesos que había confiado al piloto Tomé Latesla, como dijimos.  Permaneció así mucho tiempo, viviendo en la estrechez, sin ayuda ni crédito, de manera que nunca más se acordaron de él los del Real Consejo, y no le concedieron siquiera algo con lo que poder sustentarse el resto de la vida. Y, así, agotado de estas esperanzas mundanas, las buscó por otro camino más alto, que fue el de ordenarse sacerdote. Solicitó un canonicato de la Santa Iglesia Catedral de Sigüenza, y se lo dieron, acabando de esta manera su vida el año 1551, con mucha fama de virtuoso. Peores fueron los fines que tuvieron los Oidores Góngora y Galarza, que siempre le defendieron, pues tras privarles Juan Montaño de su oficio, los envió hacia España, y, casi a la vista de ella, en una gran tormenta que padeció la flota en la que iban, quedaron ahogados ellos, sus caudales y el Secretario Alonso Téllez”.




miércoles, 30 de noviembre de 2022

(1894) Llegaron por entonces a la Audiencia los licenciados Briceño y Montaño. El primero fue quien condenó a muerte a Belalcázar, aunque este murió pronto de enfermedad. Con el segundo, continuó el calvario judicial de Armendáriz.

 

     (1494) El año 1552 hubo algunas novedades administrativas y judiciales. Llegó primeramente un tercer oidor a la Real Audiencia de San Fe, el Licenciado Francisco Briceño, y meses después, otro más, el Licenciado Juan Montaño, el cual llegaba, principalmente, con la misión de aplicarles el Juicio de Residencia a los oidores Góngora y Galarza, debido a que ellos, como ya vimos, habían hecho todo lo posible para sacar de apuros a Miguel Díaz de Armendáriz con respecto a las denuncias presentadas contra él. Pero el cronista opina que esta era la única crítica que se les podía hacer a Góngora y Galarza: “Aparte de esta culpa, no tenían otra que se les pudiera imputar, porque por todos eran aclamados y, considerados  Padres de la Patria, como lo eran, más que oidores”. Fueron suspendidos provisionalmente los dos letrados y se hizo cargo de la presidencia de la Real Audiencia el  toledano, natural de Corral de Almaguer, Francisco Briceño (ver imagen). Digamos de paso que, como otros oidores, Briceño era un letrado que había estado en distintas Audiencias Reales. Acababa de llegar de la de Popayán, donde demostró un rigor implacable al juzgar a uno de los grandes de Las Indias: Sebastián de Belalcázar, quien, desde luego, no tenía un alma angelical. Lo condenó por matar al Mariscal Robledo, maltratar a los indios y acuñar moneda falsa. La condena fue a muerte, aunque Belalcázar consiguió permiso para ir a alegar en España ante la Corte. Pero de nada le sirvió, ya que murió en Cartagena de Indias el año 1551 cuando se disponía a iniciar el viaje. Sigamos con Miguel Díaz de Armendáriz y sus apuros judiciales: “Poniendo en práctica las órdenes del Real Consejo de Indias, el Licenciado Armendáriz fue apresado en Santo Domingo para llevarlo a Santa Fe. Al navío en que le metieron subió también el Capitán Lanchero, uno de sus denunciantes, pues quería seguir de cerca el juicio en el que pensaba obtener sus peticiones”. A pesar de esos deseos de Lanchero, que eran muy lógicos, no era un hombre vengativo, y el cronista se lo alaba: “Durante el viaje, siempre le tuvo  Lanchero a Miguel Díaz el mismo respeto que cuando era gobernador, y lo trataba como si fueran grandes amigos, porque su pecho tenía nobleza para ello, si bien en los enfrentamientos militares se le tenía por hombre duro. Llegaron al fin a Santa Fe, donde se hizo cargo del preso el implacable Licenciado Montaño, quedando Miguel Díaz con ello en el mayor desamparo, pues pocos meses antes hacía temblar las comarcas de sus gobiernos, y ahora se veía encarcelado, pobre y miserable, sin tener ningún amigo de los que antes lo adulaban”.