(71) –El mismo
día, secre, el mismo tenebroso día de su llegada.
-Evidentemente, reverendísimo padre, los mexicanos les dejaron vía
libre: querían que entraran en Tenochtitlán para masacrarlos al instante. Vino
medio histérico y espeluznado de pavor un soldado diciendo que “estaba toda la
ciudad llena de gente de guerra y por el camino le habían dado dos heridas, e
que se les soltó cuando ya le tenían asido para llevarle a sacrificar; y nos
pesó mucho oírle, porque bien entendido teníamos que, por bien que peleáramos,
habíamos de pasar gran peligro de nuestras vidas, y hambre e trabajos. Mandó
presto Cortés que mirase Diego de Ordaz con 400 soldados qué era aquello que
decía el soldado, y aún no hubo llegado a media calle que le atacaron muchos
escuadrones de guerreros, y otros desde las azoteas, y le dieron tales combates
que le mataron 18 soldados, e hirieron a la mayoría, de manera que tuvo que
volverse. Y de seguido vinieron muchos más contra nuestros aposentos, y nos
mataron otros doce”. ¿Cómo los ves, daddy?
-Horrible cosa pelear sin esperanza alguna, compañeiro, dando por hecho
que se les terminaba la vida. No obstante el instinto de supervivencia es
ciego, y Cortés, olvidándose de su reciente negativismo, “desque amaneció
acordó que saliésemos a pelear, y lo hicimos muy bien, pero ellos tenían tantos
escuadrones que se remudaban de rato en rato, y si matábamos 30 o 40 de cada
arremetida, más enteros y con más vigor peleaban. E no sé yo por qué lo escribo
así tan tibiamente, porque algunos soldados que habían estado en las batallas
de Italia, juraron que guerras tan bravosas jamás habían visto”. El día siguiente
volvieron a salir, esta vez cubiertos algunos por unas casetas de madera que
habían hecho durante la noche, y en medio de la refriega, tomaron una decisión
que se diría solamente destinada a demostrarles a los indios su coraje y a
bajarles la moral: “Determinamos ir hasta el gran cu de Huichilobos. Y con gran
concierto subimos hasta arriba. Aquí se mostró Cortés muy varón, como siempre
lo fue (Bernal es amigo de la verdad:
critica y alaba honradamente). ¡Oh qué pelear aquí tuvimos! Y nos ayudaron
muy bien los tlaxcaltecas. Pusimos fuego a sus ídolos, y con mucho riesgo de
nuestras personas nos volvimos a nuestros aposentos, con todos heridos y 16
muertos, y los indios siempre apretándonos por las espaldas de manera que,
aunque más claro lo diga, no lo puedo escenificar”. Bernal se esfuerza en
hacernos comprender lo heroica que fue la hazaña de llegar a la cima del
templo: “Muchas veces he visto pintada en lienzos mexicanos y tlaxcaltecas esta
batalla y subida que hicimos en este gran cu, y tiénenlo por cosa muy heroica,
y aunque nos pintan a nosotros muy heridos corriendo sangre e muchos muertos,
en mucho lo tienen y como cosa imposible que pudiésemos subirlo. También quiero
decir las maldiciones que los de Narváez echaban a Cortés, porque bien pacíficos
estaban en sus casas en la isla de Cuba”. Habían hecho una ‘machada’ subiendo
al templo, y presumirían de ello toda la vida, pero hasta el más ciego se daba
cuenta claramente de que era necesario abandonar, lo antes posible, aquel
matadero que llevaba cobradas las vidas de 46 soldados: “Y acordamos pedirles
las paces para salir de México. Pero al amanecer muchos escuadrones de indios
nos cercaron por todas partes. E viendo todo esto, acordó Cortés que el gran
Moctezuma les hablase desde una azotea, y les dijese que cesasen las guerras
porque nos queríamos ir de su ciudad. Y dicen que respondió con gran dolor que ya no deseaba vivir ni oír a
Malinche, pues por su causa estaba tan desventurado, y que sus palabras eran
falsas y sus promesas mentiras. Y no quiso venir”. Ciertamente, no era menos
desesperada la situación de Moctezuma que la de los aterrorizados españoles.
(Foto: Otro de los dibujos del famosísimo Lienzo de Tlaxcala, que fue
pintado a mediados del siglo XVI. No fantasea Bernal cuando dice que la toma
del Templo Mayor quedó como algo casi mítico y repetidas veces pintado. Sin
duda fue heroico, pero lo que uno no sabe es por qué lo llevaron a cabo; quizá
con la absurda idea de desmoralizar a México entero quemando sus ídolos y demostrando
de lo que eran capaces. Lo cierto es que murieron 16 españoles, más muchos de
sus amigos tlaxcaltecas, y los aztecas se pusieron aún más furiosos).