domingo, 30 de abril de 2023

(2018) La situación era horrible. Tanto que los españoles (ayudados por los tlaxcaltecas) hicieron dos ataques para desmoralizar a los aztecas. Incluso lograron tomar un templo y quemar sus ídolos, pero creían que les esperaba a todos la muerte.

 

     (71) –El mismo día, secre, el mismo tenebroso día de su llegada.

     -Evidentemente, reverendísimo padre, los mexicanos les dejaron vía libre: querían que entraran en Tenochtitlán para masacrarlos al instante. Vino medio histérico y espeluznado de pavor un soldado diciendo que “estaba toda la ciudad llena de gente de guerra y por el camino le habían dado dos heridas, e que se les soltó cuando ya le tenían asido para llevarle a sacrificar; y nos pesó mucho oírle, porque bien entendido teníamos que, por bien que peleáramos, habíamos de pasar gran peligro de nuestras vidas, y hambre e trabajos. Mandó presto Cortés que mirase Diego de Ordaz con 400 soldados qué era aquello que decía el soldado, y aún no hubo llegado a media calle que le atacaron muchos escuadrones de guerreros, y otros desde las azoteas, y le dieron tales combates que le mataron 18 soldados, e hirieron a la mayoría, de manera que tuvo que volverse. Y de seguido vinieron muchos más contra nuestros aposentos, y nos mataron otros doce”. ¿Cómo los ves, daddy?

     -Horrible cosa pelear sin esperanza alguna, compañeiro, dando por hecho que se les terminaba la vida. No obstante el instinto de supervivencia es ciego, y Cortés, olvidándose de su reciente negativismo, “desque amaneció acordó que saliésemos a pelear, y lo hicimos muy bien, pero ellos tenían tantos escuadrones que se remudaban de rato en rato, y si matábamos 30 o 40 de cada arremetida, más enteros y con más vigor peleaban. E no sé yo por qué lo escribo así tan tibiamente, porque algunos soldados que habían estado en las batallas de Italia, juraron que guerras tan bravosas jamás habían visto”. El día siguiente volvieron a salir, esta vez cubiertos algunos por unas casetas de madera que habían hecho durante la noche, y en medio de la refriega, tomaron una decisión que se diría solamente destinada a demostrarles a los indios su coraje y a bajarles la moral: “Determinamos ir hasta el gran cu de Huichilobos. Y con gran concierto subimos hasta arriba. Aquí se mostró Cortés muy varón, como siempre lo fue (Bernal es amigo de la verdad: critica y alaba honradamente). ¡Oh qué pelear aquí tuvimos! Y nos ayudaron muy bien los tlaxcaltecas. Pusimos fuego a sus ídolos, y con mucho riesgo de nuestras personas nos volvimos a nuestros aposentos, con todos heridos y 16 muertos, y los indios siempre apretándonos por las espaldas de manera que, aunque más claro lo diga, no lo puedo escenificar”. Bernal se esfuerza en hacernos comprender lo heroica que fue la hazaña de llegar a la cima del templo: “Muchas veces he visto pintada en lienzos mexicanos y tlaxcaltecas esta batalla y subida que hicimos en este gran cu, y tiénenlo por cosa muy heroica, y aunque nos pintan a nosotros muy heridos corriendo sangre e muchos muertos, en mucho lo tienen y como cosa imposible que pudiésemos subirlo. También quiero decir las maldiciones que los de Narváez echaban a Cortés, porque bien pacíficos estaban en sus casas en la isla de Cuba”. Habían hecho una ‘machada’ subiendo al templo, y presumirían de ello toda la vida, pero hasta el más ciego se daba cuenta claramente de que era necesario abandonar, lo antes posible, aquel matadero que llevaba cobradas las vidas de 46 soldados: “Y acordamos pedirles las paces para salir de México. Pero al amanecer muchos escuadrones de indios nos cercaron por todas partes. E viendo todo esto, acordó Cortés que el gran Moctezuma les hablase desde una azotea, y les dijese que cesasen las guerras porque nos queríamos ir de su ciudad. Y dicen que respondió con  gran dolor que ya no deseaba vivir ni oír a Malinche, pues por su causa estaba tan desventurado, y que sus palabras eran falsas y sus promesas mentiras. Y no quiso venir”. Ciertamente, no era menos desesperada la situación de Moctezuma que la de los aterrorizados españoles.

     (Foto: Otro de los dibujos del famosísimo Lienzo de Tlaxcala, que fue pintado a mediados del siglo XVI. No fantasea Bernal cuando dice que la toma del Templo Mayor quedó como algo casi mítico y repetidas veces pintado. Sin duda fue heroico, pero lo que uno no sabe es por qué lo llevaron a cabo; quizá con la absurda idea de desmoralizar a México entero quemando sus ídolos y demostrando de lo que eran capaces. Lo cierto es que murieron 16 españoles, más muchos de sus amigos tlaxcaltecas, y los aztecas se pusieron aún más furiosos).




viernes, 28 de abril de 2023

(2017) Los indios dejaron entrar al ejército de los españoles, pero Cortés se deprimió al ver que no salieron a recibirle. La situación era opresiva y Cortés no dio crédito a las excusas de Alvarado sobre el feroz ataque que había realizado.

 

     (70) –Esta vez, mon grand ecrivain, Cortés pecó de optimista.

     -Es cierto, delicieux ectoplasme. Viéndose reforzado con los soldados de Narváez, más 2.000 guerreros tlaxcaltecas (me pregunto cómo habrán juzgado los historiadores mexicanos a este pueblo), “le pareció a Cortés que llevaba gente suficiente para poder entrar muy a nuestro salvo en México”. Y de hecho, así fue: vía libre para que se metieran en la trituradora. “Llegamos a México el día del Señor San Juan, 24 de junio de 1520, y no se veía gente por las calles; al llegar a nuestros aposentos, salió el gran Moctezuma a abrazar a Cortés y darle la bienvenida por la victoria sobre Narváez. Y como Cortés venía victorioso, no le quiso oír, por lo que Moctezuma entró en su aposento muy triste y pensativo. Cortés procuró saber qué fue la causa de se levantar México”. Alvarado dio la versión de que los mexicanos estaban decididos a atacarlos y liberar a Moctezuma, porque creían que así se lo mandaban sus dioses y era la mejor oportunidad, con Cortés lejos y en guerra con Narváez”. Parece, reve, que la respuesta no le bastó.

     -No era un inquisidor cómodo. Fue directo al grano: “Y le tornó a decir Cortés que a qué causa les fue a dar guerra estando bailando y haciendo sus fiestas. Y contestó que sabía muy ciertamente, por un papa, dos principales y otros mexicanos, que luego iban a venir a dar guerra. E Cortés (no soltaba la presa) le dijo: ‘Pues hanme dicho que os demandaron permiso para hacer los bailes’. Replicó Alvarado que así era en verdad, pero para tomarlos descuidados, e para que temiesen y no viniesen a darle guerra, se adelantó a dar en ellos. Y cuando aquello Cortés le oyó, le dijo muy enojado que era muy mal hecho e gran desatino”. (Prosigo, feliz jovenzuelo). Era como cuando de repente se callan los pájaros y se ocultan los animales de la selva: el preludio de un huracán. A Cortés le afectó la silenciosa tensión del ambiente y (cosa increíble en él) se deprimió: “Por el camino les había dicho a los capitanes de Narváez, alabándose de sí mismo, que en México mandaba absolutamente en Moctezuma, e que les saldrían a recibir y hacer fiestas, y a darles oro, pero no siendo así, sino que todo estaba muy al contrario de sus pensamientos, con las calles vacías y sin mercado, y ni siquiera de comer nos daban, estaba muy airado y soberbio por la mucha gente que traía, y muy triste y mohíno”. De manera que perdió sus diplomáticas zalamerías. Moctezuma le mandó recado de que le quería ver, y Cortés exclamó: “¡Vaya un perro, que ni de comer nos manda!’. Y entonces nuestros capitanes le dijeron: ‘Señor, temple su ira, y mire cuánto bien nos ha hecho, que si no fuese por él ya fuéramos muertos’. Y Cortés se indignó más con estas palabras, e dijo: ‘¿Qué cumplimiento he de tener yo con un perro que entendía secretamente con Narváez?’. Y como Cortés tenía allí tantos españoles, ya nada le importaba, e por eso hablaba tan airado y tan descomedido”. Marcharon los emisarios de Moctezuma, y poco después ESTALLÓ LA MADRE DE TODAS LAS TORMENTAS.

     (Foto: Todo vacío, todo silencioso en Tenochtitlán; pero la gran capital de México era un volcán a punto de reventar y abrasar con su lava a aquellos insensatos).




jueves, 27 de abril de 2023

(2016) Mueren muchos indios por la viruela. Resuelto el problema de Narváez, llega la noticia de que Alvarado se enfrenta a los aztecas, y Cortés prepara con urgencia un ejército para ir de inmediato a México.

 


     (69) –Cuenta Bernal algo sorprendente, secre. ¿Tendrá razón?

     -Se non é vero, caro Sancio, é ben trovato: “Traía Narváez a un negro lleno de viruelas, que harto negro fue para la Nueva España, porque fue causa de que se pegase y se llenase toda la tierra de ellas, habiendo gran mortandad de indios, que nunca habían tenido tal enfermedad”. Y de acuerdo con la fe de su época, reflexiona: “Por manera que negra fue la aventura del Narváez, y más negra la muerte de tanta gente sin ser cristianos”. Y fue entonces cuando…

     -Mesémonos los cabellos, pequeñín, porque recibieron noticias de otra desgracia escalofriante, como si los dioses, igual que en Troya, disfrutaran olímpicamente (nunca mejor dicho) martirizando a aquel grupito de héroes con el espantajo de la muerte a cada instante: llegó la temida hecatombe, y les arruinó el gozo de la victoria: “Como la adversa Fortuna vuelve presto su rueda, que a grandes bonanzas y placeres da tristeza, vinieron entonces noticias de que México estaba alzado y Pedro de Alvarado cercado en  su aposento, y le ponían fuego por dos partes, teniendo siete soldados muertos y otros muchos heridos, y nos pedía socorro con mucha instancia y prisa. Y desque aquella tan mala nueva oímos, sabe Dios cuánto nos pesó, y a grandes jornadas comenzamos a marchar para México, mandando preso al Narváez a la Villa Rica. Y Moctezuma le mandó a Cortés cuatro grandes principales quejándose de Pedro de Alvarado”. Tropezamos ahora, avisado investigador, con otro debate histórico sobre quién encendió la mecha. Vamos a poner de relieve un solo dato que parece olvidarse: Cortés no tuvo más remedio que dejarle a Alvarado una mínima tropa en México, y salir escopetado a detener el huracán de Narváez, precisamente cuando todo anunciaba que los principales caciques mexicanos iban a atacar en tromba a los españoles fortificados en Tenochtitlán. Los indigenistas le echan la culpa de todo a Alvarado. Y esa fue la versión de los enviados de Moctezuma: “Llorando muchas lágrimas de sus ojos, dijeron que Pedro de Alvarado salió de su aposento con todos los soldados que le dejó Cortés, y sin causa ninguna dio en los principales y caciques que estaban bailando y haciendo fiesta a sus ídolos con licencia que él les había dado, e que mató e hirió a muchos dellos, y por se defender le mataron seis de sus soldados. Cortés les respondió algo desabrido, diciéndoles que iría a México y pondría remedio en todo.  Y dicen que, cuando supo estas palabras, a  Moctezuma le parecieron muy malas y hubo enojo de ellas”. Entonces Cortés  tuvo que preparar con suma habilidad la organización de sus fuerzas; suprimió las expediciones previstas, para disponer de todos sus hombres (quedaban vivos unos 250), pero necesitaba contar también con los del derrotado Narváez. Su tirón como líder era ya arrollador, aunque insuficiente para vender aquella mercancía averiada: tuvo que hipnotizarlos. Bernal lo cuenta muy bien: “Cortés habló con los de Narváez, sintiendo que no irían con nosotros de buena voluntad, y les rogó que dejasen atrás enemistades pasadas, ofreciéndoles hacerlos ricos y darles cargos; y les dijo que, pues habían venido a buscarse la vida haciendo servicio a Dios y a Su Majestad, y a enriquecerse, que no estuviesen tibios, porque ahora tenían la oportunidad. Y tantas palabras les dijo que todos a una se le ofrecieron para venir con nosotros; y si supieran las fuerzas de México, cierto está que no fuera ninguno”. Con ello consiguió Cortés tener un ejército de unos 1.300 hombres. Como sin duda vuesas cultas mersedes ya saben que lograron entrar en México pero les fue imposible aguantar el tsunami azteca, emprendiendo una huida dantesca, les explico que Bernal en su última frase está anticipando lo que luego veremos: habría  una gran diferencia entre las dos tropas españolas; los de Cortés llenos de coraje y veteranía, y los de Narváez todo lo contrario.

     (Foto: El cuadro representa, probablemente de forma tendenciosa, el ataque de Alvarado y sus hombres a los mexicanos durante un baile ceremonial. Es difícil creer que su objetivo principal fuera la  muerte de la población civil, y no, más bien,  la de los guerreros aztecas  y la de los caciques que mayor importancia tuvieron en el rumoreado plan de acabar con los españoles. Si nos olvidamos del abuso de la ocupación, que hoy se ve tan claro, hay que ponerse en la piel de Alvarado para saber si su decisión, como militar, estuvo justificada, y si fue prudente. En cualquier caso, nunca se sabrá lo que pasó, porque hay versiones para todos los gustos).




miércoles, 26 de abril de 2023

(2015) Narváez, vencido y tuerto, asumió deportivamente la derrota. Hubo varios muertos por ambas partes. Cortés, amigo de calmar el ambiente, obligó a sus hombres a que devolvieran lo que se habían apropiado de los vencidos.

 

     (68) –Es una delicia viajar juntos, socio, con Cortés y Bernal.

     -Nos lo estamos pasando de miedo, reverendo: es una borrachera deliciosa tocar con la mano la epopeya que vivieron. Me falta poco para terminar de releer las 700 páginas  del asombroso libro de Bernal (que dejaremos en unas 170 sesiones), y el festín sigue igual de sabroso hasta el postre. ¿Qué pasó tras la derrota de Narváez?

     -La verdad es que, competentísimo cronista, Narváez, a pesar de ser algo fantasma y hablar “como de bóveda (Bernal dixit)”, llega a inspirar ternura tras la derrota: “Como estaba muy mal herido y con el ojo quebrado, demandó licencia a Sandoval para que su cirujano le curase, y se la dio. Al saber que estaba allí Cortés, dijo: ‘Señor capitán Cortés, tened en  mucho esta victoria que de mí habéis habido’. Y le contestó (no muy generosamente) que desbaratarle había sido una de las menores cosas que había hecho en la Nueva España. Luego vinieron muchos caballeros de los de Narváez a besar las manos a Cortés. Y era cosa de ver la  gracia con que les hablaba y abrazaba, e qué alegre estaba sentado en una silla de caderas, y tenía mucha razón de verse en aquel punto tan señor y pujante”. Pero Bernal no se olvida de la parte trágica. Recógelo.

     -Con tu venia, reverendísimo: “Digamos agora de los muertos y heridos que hubo. Murieron de los de Narváez el alférez Fuentes, el capitán Rojas, así como otros dos más; murió Alonso García el Carretera, uno de los tres soldados nuestros que se habían pasado a su bando; y heridos de los de Narváez hubo muchos. Y también murieron cuatro de los nuestros, e hubo más heridos, y el cacique gordo también salió herido, porque se refugió en el aposento de Narváez y allí le hirieron, y luego Cortés le mandó curar muy bien y le puso en su casa, y mandó que no se le hiciese enojo”. Conseguida la victoria, Cortés derrochó espíritu organizador; de momento apresó a Narváez y a sus capitanes, se quitaron las armas a todos sus soldados, controló sus 18 navíos, y como  sus tropas se habían reforzado con el gran número de los derrotados, preparó de inmediato expediciones para poblar dos zonas, la de Pánuco y la de Coatzacoalcos. Para utilizarlos como mandos, liberó a los capitanes de Narváez. Y lo que cuenta Bernal resulta cómico y de una sinceridad entrañable. Hizo algo normal en la guerra, pero él y sus compañeros actuaron como raterillos. Prosiga su reverencia.

     -Gracias, hijo mío. Cortés ordenó a los suyos que le devolvieran a los capitanes de Narváez todas las armas  que les habían ‘rapiñado’: “Y los soldados le dijimos claramente que no se las queríamos dar, porque ellos quisieron prendernos y tomar lo que teníamos. Y Cortés porfiaba, e como era capitán general hubo que hacer lo que mandó. E yo les devolví un caballo que tenía ya escondido, ensillado y enfrenado, y dos espadas, tres puñales y una adarga. Y como Alonso de Ávila era capitán y persona que osaba decir a Cortés cosas que convenían, le dijo que parecía remedar a Alejandro de Macedonia, que más procuraba hacer mercedes a los que vencía que a sus propios soldados, porque además había dado joyas y bastimentos a los de Narváez, y nos olvidaba a nosotros como si no nos conociera. Cortés le contestó que todo cuanto tenía sería para nosotros, pero que al presente tenía que dar las dádivas a los de Narváez porque eran muchos y se podían levantar. Alonso de Ávila le respondió con palabras algo soberbias, de tal manera que Cortés le dijo que si alguien no le quería seguir, las mujeres seguían pariendo soldados en Castilla”. ¿Se callaría el Ávila?: ni de coña, y lo que dijo fue casi un desafío: “Y el Alonso de Ávila, con palabras muy soberbias e sin acato le contestó que así era en verdad, que parían soldados y capitanes y gobernadores”. Cortés se calló, y optó después por ganárselo con dádivas y por mandarle a asuntos de importancia para tenerle alejado.

     (Foto: En los dibujos del Lienzo de Tlaxcala, de mediados del siglo XVI, también se recoge -de manera secuencial- la escena del prendimiento de Narváez; arriba se ve el ataque que sufrió en la cima de un adoratorio, y debajo lo que vino después, cuando Gonzalo de Sandoval lo encadenó. Hay un detalle erróneo: todo el trabajo lo hicieron solitos los 276 soldados de Cortés, porque los indios de Tlaxcala no participaron en la batalla; tuvieron miedo: los de Narváez eran 1.300, y, además, españoles).






martes, 25 de abril de 2023

(2014) Cortés organizó todo con una estrategia muy inteligente y una valentía asombrosa. Se atacó por sorpresa a los de Narváez, que resultó malherido, y Bernal, protagonista de los hechos, nos muestra con sano orgullo cómo fue la victoria.

 

     (67) –Llega el momento, querido mancebo. Cortés va a atacar.

     -Y va a intentar, santo patriarca, la estrategia del débil. No la inventó él, sino que se venía utilizando desde la noche de los tiempos: la pedrada en la cabeza del poderoso, como hizo David con Goliat; como cuando el mismo Cortés apresó a Moctezuma, y como actuaría diez años después Pizarro con Atahualpa. “Y para que lo primero que hiciésemos fuese tomarles la artillería, que estaba asentada delante de los aposentos de Narváez, dispuso que fuera el capitán Pizarro (pariente del ‘glorioso’) con 60 mancebos (por su agilidad), y entre ellos me nombraron a mí. Y mandó que, después de tomada la artillería, acudiésemos todos adonde Narváez, que estaba en un muy alto cu, señalando para prenderlo al capitán Gonzalo de Sandoval (iría con otros 60 soldados), y le ordenó por escrito: ‘Yo os mando que prendáis el cuerpo a Pánfilo de Narváez, e si se defendiere, matadle’. Y prometió dar tres mil pesos de oro al primer soldado que lo prendiese”. Formó otros dos grupos (de 60 soldados cada uno) con el objetivo prioritario de apresar a los dos oficiales principales de  Narváez. Así que el ataque sería en cuatro direcciones  y al mando de sus mejores capitanes, Pizarro, Sandoval, Velázquez de León y Ordaz. “Y Cortés quedaba de sobresaliente (sin misión fija), para acudir con otros 20 soldados adonde más necesidad hubiese”. Todo listo, reve.

     -Y para que no se apague el ardor, secretario mío, les vuelve a dar una última sopita de palabras energéticas: “Bien sé que los de Narváez son cuatro veces más que nosotros, pero no están acostumbrados a las armas, y como están la mayor parte a malas con su capitán, y muchos dolientes, y les tomaremos de sobresalto, pienso que Dios nos dará victoria, porque más bienes les haremos nosotros que no su Narváez. Así que, señores, pues nuestra vida y honra está en vuestros esfuerzos, no tengo más que deciros, sino que en esta batalla está el toque de nuestras honras y famas para siempre jamás, y más vale morir por buenos que vivir afrentados”. Añade Bernal un comentario al margen que da total confirmación a su presencia en un momento tan histórico: “Una cosa me he parado a pensar después acá (sin duda, al hilo de su escritura), que jamás nos dijo que tenía un concierto en nuestro favor con algunos de los de Narváez, y veo que fue muy cuerdo de su parte, para que no aflojáramos y solamente tuviésemos esperanza en Dios y en nuestros grandes ánimos”. (Sigo yo, pequeñín: aparta, que te arrollo). En estos momentos críticos, se intensificaban los afectos. Dice Bernal: “Como yo era gran amigo y servidor del capitán Sandoval (tenía solo  23 años, Bernal 25, y Cortés 35), me dijo aquella noche que desde que hubiésemos tomado la artillería, si quedaba con vida, siempre me hallase con él y le siguiese, e yo se lo prometí y así lo hice”. Se puso en marcha la reducida tropa “a paso tendido y sin tocar pífano ni tambor, y cuando un centinela gritó ‘al arma, al arma’, Narváez llamó a sus capitanes, mientras nosotros, calando nuestras picas, atacamos a sus artilleros, que solo tuvieron tiempo de poner fuego a cuatro tiros, e una de las pelotas mató a cuatro de los nuestros. Tomamos la artillería y no osábamos desampararla, porque Narváez desde su aposento nos tiraba muchas saetas y disparos. Y entonces llegó el capitán Sandoval y subió de presto las gradas arriba del cu. Asegurada la artillería, fuimos a ayudar a Sandoval, que les hacían los de Narváez venir dos gradas abajo, retrayéndose, y con nuestra llegada tornó a subir, y oímos voces de Narváez que decía: ‘¡Santa María, váleme, que muerto me han y me han quebrado un ojo!’. Y luego Martín López, el de los bergantines (el carpintero naval), como era alto de cuerpo,  puso fuego a las pajas del cu, e vienen todos los de Narváez rodando las gradas abajo. Entonces prendimos al Narváez y se lo dimos al Sandoval gritando: ‘¡Viva el rey, y en su nombre Cortés, Cortés! ¡Victoria, victoria’. Y luego Cortés pregonó que todos los de Narváez, so pena de muerte, vinieran a someterse bajo la bandera de Su Majestad”. Y tras el gran triunfo, las celebraciones…

     (Foto: Sin tanta teatralidad, ni hecho un figurín como el gran Napoleón en este cuadro, pero con la misma firmeza, espoleó Cortés a su caballo, poniendo en marcha a sus animosos compañeros aquella mañana que parecía la última de sus vidas. Y en Tenochtitlán, ¿qué estaría pasando?).




lunes, 24 de abril de 2023

(2013) Hay que quitarse el sombrero ante la valía de Cortés como líder nato animando a sus hombres en una situación desesperada. Y parece un chiste que sea para luchar contra el poderoso ejército de un capitán español: Narváez.

 

     (66) –Pasen y vean vuesas mersedes la grandesa de Cortés.

     -Añadamos, ilustrísima, para que, con razón, no se mosquee Bernal, la valía y el coraje de la tropa que le acompañaba. Vamos por partes. Fue el cacique gordo quien les hizo comprender  a los de Narváez (tiene guasa el asunto) que debían espabilar y preparar la batalla contra Cortés: lo conocía demasiado bien. Así que “Narváez mandó sacar toda la artillería, caballería, escopeteros, ballesteros y soldados a un cuarto de legua de Cempoal. Y como llovió mucho, estaban ya todos hartos de estar aguardándonos al agua, y como no estaban acostumbrados a trabajos ni nos tenían en nada, sus capitanes le aconsejaron que se volviesen a sus aposentos, y que era gran afrenta estar allí aguardando a dos, tres y as (‘sota, caballo y rey’) que éramos, porque bastaba esperarnos con poca vigilancia. Y más le decían sus capitanes a Narváez: ‘¿Por tal tiene a Cortés que se ha de atrever con tres gatos que tiene a venir a este real?’. Por manera que  se volvió Narváez a su real y prometió que a quien matase a Cortés o a Sandoval le daría dos mil pesos. Un soldado que se llamaba el Galleguillo, que se vino huyendo del real de Narváez, o le envió Andrés de Duero, dio aviso a Cortés de todas estas cosas”. Sigue, buen Sancho: te encanta.

     -Eres generoso, hijo mío, dejándome el mejor bocado. Cortés lo prepara todo para la batalla,  sabiendo que solo un milagro le puede dar la victoria, y les suelta a sus soldados una arenga épica que sea capaz de engañarles a todos, incluso a sí mismo, para vencer el miedo. Bernal lo cuenta embobado: “Nos pidió por merced que nos callásemos, y comenzó un parlamento con tan lindo estilo y plática tan bien dicha, que fue el más sabroso y lleno de ofertas que sabré escribir, en que nos trujo a la memoria todo lo acaecido desde que salimos de Cuba”. Les hizo ver cuánto les había costado llegar a México, “habiendo entre vuestras mercedes algunos que se quisieron volver a Cuba, que no lo quiero más declarar, puesto que ya pasó, y fue muy santa y buena nuestra quedada; e teníamos por cierto que don Juan Rodríguez de Fonseca (¡ay!) pediría a nuestro rey estas tierras para el Diego Velázquez, por lo que mandamos todo el oro y joyas que teníamos a Su Majestad. Bien se les acordará, señores, cuántas veces hemos llegado a punto de muerte en las guerras que hemos tenido, y que más de cincuenta de nuestros compañeros han muerto en las batallas…”. Aun resumiendo, y en versión Bernal, limitada de oratoria, brilla el piquito de oro de Cortés: “Traigamos a la memoria las batallas de Tabasco, Almería, Cingapacinga y Tlaxcala, y en qué peligro nos pusieron. Pues en la de Cholula, ya tenían puestas las ollas para comer nuestros cuerpos. ¿Quién podrá ponderar los peligros de la entrada en la gran ciudad de México, y cuántas veces teníamos la muerte al lado? Y ahora viene contra nosotros Pánfilo de Narváez, llamándonos traidores, y envió a decir a Moctezuma, no palabras de sabio capitán, sino de alborotador’. Y luego Cortés empezó a sublimar nuestras personas y esfuerzos en las guerras pasadas, diciendo que entonces peleábamos para salvar nuestras vidas, y ahora habíamos de pelear con todo vigor por vida y honra, porque, si por ventura, Dios no lo quiera, caíamos debajo de las manos de Narváez, todos los servicios que habíamos hecho a Dios y a Su Majestad, los convertirían en deservicios y harían procesos contra nosotros; y que él todo lo ponía en las manos de Dios y después en las nuestras. Entonces, todos a una, le respondimos que tuviese por cierto que, mediante Dios, habíamos de morir o vencer sobre ello. Con lo que Cortés se holgó mucho e hizo muchas ofertas e prometimientos de que seríamos todos muy ricos y valerosos. Y hecho esto nos advirtió que en las guerras y batallas se ha menester de prudencia y saber, más que de osadía”. Bernal tiene plena conciencia de que estaban viviendo un momento histórico. No hay vuelta atrás: comenzará el desigual encontronazo.

     (Foto: El clásico preludio de las batallas épicas: al amanecer, en medio de la mugre del campamento, el líder tiene que conseguir que todos se rían del miedo y les salga la adrenalina hasta por las orejas. Pudo ser Alejandro Magno, Aníbal, Julio César, o Napoleón… En la imagen es el general Máximo, el Hispano, en la mejor escena de la película Gladiator, contagiando valor y energía a la tropa romana, que está a punto de enfrentarse a las durísimas tribus germánicas. A poca distancia de Cempoala, donde se encuentra Narváez, la misma situación, pero esta vez en vivo y en directo, con una piña de 276 curtidos soldados españoles dispuestos a vencer o morir, tras oír la arenga de un líder excepcional: Hernán Cortés. Se enfrentarán a un ejército de más de 1.300 hombres).




domingo, 23 de abril de 2023

(2012) Cortés fue sobornando a quienes apoyaban a Narváez, el cual se mantenía dispuesto a acabar con él, y el enfrentamiento iba a ser inevitable. Mientras, Alvarado y sus pocos hombres estaban en México con enorme peligro.

 

     (65) –Cuanto mayor la dificultad, secre, más astuto Cortés.

     -Y sin remordimientos, reverendo. El ejército de Narváez y la tropilla de Hernán permanecían próximos, y había correos de ida y vuelta tanteándose mutuamente. El retorcido Cortés consiguió que viniera a negociar la paz “Andrés de Duero, secretario de Diego Velázquez, muy estimado y prominente en la armada de Narváez”. Pero recordemos que era  algo más, de vital importancia para sus planes de acabar con el enemigo: se trataba (casi nada) de uno de los dos socios (el otro había muerto) que le pusieron en marcha a Cortés su expedición en Cuba. El ‘pánfilo’ de Narváez le encargó la misión, pero Andrés de Duero iba con otras intenciones. “Como vio en aquel instante a Cortés, su compañero, tan rico y poderoso, so color de que venía a poner paces y favorecer al Narváez, en lo que entendió fue en pedir su parte en la sociedad. Y como Cortés era sagaz y mañoso, no solo le prometió dar gran tesoro, sino que le daría en toda la armada tanto poder como el suyo, con tal que se concertara con otros caballeros, que aquí no nombro (discreto, Bernal), que estaban convocados para que Narváez no saliese con la vida y la honra, y le desbaratasen; y con intención de atraerle, cargó con oro a sus dos indios de Cuba (para él y para sobornar a la soldadesca de Narváez). Y según parece, Duero se lo prometió”. Tras la zanahoria, la amenaza; cuando iba a partir, le dijo Cortés: “Procure, señor Andrés de Duero, cumplir lo que tenemos platicado; si no, en mi conciencia –que así juraba Cortés- que, cuando llegue yo allá, al primero al que le eche la lanza será a vuestra merced. Y Duero se rio, y dijo que no le sería contrario”. Mientras, la cabeza de Cortés  seguía echando humo…

      -Cada ficha que  movía, dolce poverello, tenía doble intención. Se buscó otro enlace envenenado para Narváez, porque se trataba de un pariente del gobernador Diego Velázquez que, al principio, fue de los contrarios a Cortés, pero quedó seducido por el brillo de sus victorias y el oro que le daba según fueron avanzando hacia México. Era “el capitán Juan Velázquez de León, persona de mucha valía, al que le dijo que le enviaba con algunas cositas (joyas) para que se las diese a quienes él le señaló, y que luego iría el señor Diego de Ordaz, que Narváez lo deseaba ver por haber sido mayordomo de Diego Velázquez”. O sea, dos personajes que el ingenuo Pánfilo recibiría sin desconfianza. (Sigo, jovenzuelo). Llegó, pues, Juan Velázquez de León adonde Narváez, y de inmediato le dijo que solo venía para tratar de pacificar la situación y hacerlos amigos. “Entonces Narváez le dijo muy airado que cómo se atrevía a pedirle amistad con un traidor que se había alzado al gobernador de Cuba; y Juan Velázquez le respondió que Cortés no era un traidor. E luego Narváez le ofreció grandes prometimientos para que se quedara con él, pero se negó a hacerlo. Cuando llegó de vuelta, ¡qué regocijos tuvimos todos! Y contó Juan Velázquez todo lo acaecido y cómo dio secretamente las cadenas, tejuelos y joyas de oro a las personas que Cortés mandó. Y todos nosotros nos holgábamos de lo oír como si fuéramos a bodas y regocijos, sabiendo que al otro día habíamos de entrar en batallas de vencer o morir en ellas”. Da risa pensar que tuvo que abrirle los ojos a Narváez y a sus hombres el cacique gordo, temeroso por no haberse resistido a que le quitaran las cosas de Cortés que tenía en depósito. Se lo dijo bien claro: “¿Qué hacéis tan descuidados? ¿Pensáis que Malinche y sus teúles son así como vosotros? Pues yo os digo que, cuando no os catéis, estará aquí y os matará’. Y aunque hacían burla del cacique, se apercibieron, y lo primero que hicieron fue pregonar guerra contra nosotros a fuego y a sangre”.

     (Foto: Representación de un cacique azteca dispuesto a todo: era demasiado profunda la herida del pueblo mexicano, y sus guerreros estaban a punto de atacar en masa a los españoles, aunque le costara la vida a Moctezuma. Sería un juego de niños eliminar al pequeño grupo de invasores recluidos, como sombras asustadas, en las dependencias del Templo Mayor).




viernes, 21 de abril de 2023

(2011) Nueva proeza de Cortés y sus escasos hombres: sabiendo que Narváez les iba a atacar con su enorme ejército, se pusieron en marcha para cogerlo por sorpresa.

 

     (64) –Que ruede el champán, caro figliolo mío, fiel trovador que me has acompañado TRES, SEIS, CINCO días en la sabrosa tertulia (sepan vuesas mersedes que la tertulia con Bernal es continuación de otra anterior).

     -Ha sido maravilloso, tierno ectoplasma; y siempre hemos estado sostenidos por nuevos y generosos amigos. Va por ellos. ¡Salud!

     -Sería un buen momento para bajar la persiana, socio: fue bonito mientras duró. Pero nos va a resultar imposible dejarle a Bernal tirado: es demasiado valioso lo que cuenta, y no menos cómo lo hace; ya es nuestro cuate y estamos en deuda con él. Así que adelante con la dulce tarea de resumir su delicioso libro para que alguien más, aunque solo sea uno más, descubra esa joya ausente de los colegios. Y a su texto volvemos. Le dejamos a Pánfilo de Narváez cometiendo la insensatez de apresar a Vázquez de Ayllón, “aquel tan desacatado delito, que, por tratarse de un oidor, era crimen de lesa majestad y digno de muerte; y como ciertos soldados amigos de Ayllón vieron que había hecho aquel desacato, temiéronse del Narváez porque ya estaba a malas con ellos, y se huyeron a la villa donde estaba el capitán Sandoval, que les hizo mucha honra”.  Tenía, además, comportamientos que sus soldados soportaban de mala manera: “Veían que el Narváez era la pura miseria, y el oro y ropa que Moctezuma les mandó todo se lo guardaba, y aún les decía: ‘Mirad que no falte ninguna manta, que todas están contadas”. Donde ponía el pie, su torpeza arruinaba el trabajo hecho por Cortés: “Sentó su real en Cempoala, y lo primero que hizo fue tomarle al cacique gordo por la fuerza todas las mantas y oro que Cortés le dio a guardar antes de partir para Tlaxcala, y las indias que nos habían dado los caciques, que las dejamos en sus casas de sus padres porque eran hijas de señores y muy delicadas para andar en la guerra. Y le dijeron los indios que cuando estaba el Malinche, no les tomaba ninguna cosa e que era muy justo. Y el veedor Salvatierra, que era el que más bravezas hablaba, dijo a los de Narváez: ‘¿No oís qué miedo tienen estos caciques de este nonada de Cortesillo?’. Pues mejor que no dijera mal de lo bueno, porque cuando dimos sobre el Narváez, uno de los más cobardes fue el Salvatierra, porque estaba mal engalibado (diseñado), y no de lengua”. Como los primeros envites se convirtieron en humo, Cortés y los suyos se dejaron de jueguecitos: “Todos acordamos que brevemente, sin más aguardar otras razones, fuésemos sobre Narváez, quedando en México Alvarado en guarda de Moctezuma”.

     -Esto se pone al rojo vivo; sigue, reve: lo estás contando de cine.

     -Pánfilo de Narváez hizo bueno su nombre en México: le faltaron reflejos y Cortés se lo zampó. Se confió relajadamente porque la diferencia en número de soldados era enorme; sin embargo Cortés jugó precisamente esa baza, la de pillarle medio atontado. Una vez más, apostando temerariamente (¿y van cuántas?). Se quedaron con Alvarado “todos los soldados que no estaban en disposición de ir a aquella batalla, y también los que parecían ser amigos de Diego Velázquez (80 en total)”. Pues bien, los soldados de Narváez eran unos 1.300; los de Cortés, 276, y esta vez sin ayuda de  los indios de Tlaxcala, porque les dio miedo participar en aquella locura. Y comenzó la dramática partida  hacia el terrible enfrentamiento: “E nos abrazamos unos soldados a los otros, y sin llevar servicio, sino a la ligera (eran unos 350 km), fuimos por el camino de Cholula”. En la marcha hacia el campamento de Narváez, Cortés se detuvo en Panganequita, y le mandó algún mensaje apaciguador, dándole a entender que se habían acercado para facilitar la comunicación, pero advirtiéndole “que si sigue alborotando la tierra, iremos contra él a le prender y enviarle preso a nuestro rey y señor”.

     (Foto: El ‘lumbreras’ Diego Velázquez, gobernador de Cuba, creó una situación de altísimo riesgo. El ejército de su enviado, Pánfilo de Narváez, estableció su campamento en Cempoala. Desde la Villa Rica, Gonzalo de Sandoval, llevando unos 60 soldados,  fue a unirse con Cortés en Panganequita, a unos 50 km de Cempoala; en total, 276 héroes que sufrían una doble desesperación: no solo se iban a enfrentar a las fuerzas de Narváez, casi cinco veces más numerosas, sino que, además, no podían olvidar que Pedro de Alvarado  tenía en México únicamente 80 soldados para hacer frente a un aluvión de mexicanos si, como parecía, lanzasen su ataque arrollador).




jueves, 20 de abril de 2023

(2010) Va aumentando la tensión. Cortés seduce con regalos a los enviados por Pánfilo de Narváez, a quien ellos, a su vuelta, le piden que haga las paces con Cortés, pero no cede, y el conflicto se agrava.

 

     (63) –Cortés, escudero mío, disfrutaba con los fingimientos.

     -Ciertamente, mi señor: habría triunfado en la escena. Una y otra vez miente para conseguir algo. Le encantó saber que Sandoval mandaba presos a México a los representantes de Narváez. Pero hizo ‘su numerito’: “Antes de que llegaran, les mandó cabalgaduras (iban ridículamente sujetos en hamacas), ordenando que se les dejase libres, y escribiéndoles que le pesó que Gonzalo de Sandoval, en lugar de hacerles mucha honra, les hubiese hecho tal desacato. Y cuando llegaron a México, les salió a recibir y los metió en la ciudad muy honradamente. Y desque el clérigo y los demás vieron que México era tan grandísima ciudad, y la riqueza de oro que teníamos, e otras muchas ciudades en el agua de la laguna, estaban admirados. Y Cortés les habló de tal manera, con prometimientos y halagos, y aun les untó las manos (hablemos claro) con barritas de oro y joyas, y además los tornó a enviar a su Narváez con provisiones que les dio para el camino, que los que venían muy bravosos leones, volvieron muy mansos y se le ofrecieron por servidores”. Qué bien encaja aquí aquella frase.

     -La que le gustaba citar a Bernal, pequeñuelo: “Que dádivas quebrantan peñas…”; rotunda y cruda como la vida misma. Las joyas y el relumbrón de México, más las carantoñas de Cortés hicieron milagros. Y tan convertidos quedaron a la santa, verdadera y única fe que “en cuanto llegaron a Cempoala e dieron relación a su capitán, comenzaron a decir a todo el real (campamento) de Narváez que se pasasen a nosotros”. Empezó entonces una maraña de lances entre Cortés y Narváez, como incansables espadachines, hasta que ganara el más fuerte o el más hábil. El primer paso lo dio Hernán mandándole un escrito marca de la casa: “Le pedía por merced, con muchas caricias y ofrecimientos, que no alborotase la tierra, para que los indios no viesen diferencias entre nosotros; y esto del ofrecimiento lo decía porque éramos muy pocos soldados en comparación con los de Narváez. Y le dijo que se holgó mucho con su llegada, y le pidió que no diera causa a que Moctezuma, que estaba preso, se soltara, ni a que la ciudad se levante. Y se le ofreció con su persona y hacienda. Y también escribió al oidor Ayllón, mandándole ciertas joyas para sus amigos. Pero cuando recibió la carta Narváez, andábala mostrando a sus capitanes, haciendo burla de ella y de nosotros”. Primer empate. Pero la situación era muy complicada, y tumbar a Narváez requería mucho esfuerzo, habilidad y paciencia. El primer objetivo de Cortés fue ganarse a los soldados de su enemigo, “que no venía bien apreciado por sus capitanes”. Comenzó como ‘colaboracionista’ suyo el untado clérigo Guevara, que se dedicó a largar a favor de Cortés entre la tropa, y da la impresión de que Narváez no reaccionó con la suficiente energía, pues hasta a él mismo le habló el reverendo de las maravillas que había hecho Hernán al servicio de Su Majestad, queriéndole convencer de que se aliara pacíficamente con él. Su reacción fue demasiado suave: “Y como esto oyó el Narváez, se enojó mucho con el padre Guevara y le dijo que no le quería ver más ni escuchar”. Y tras un clérigo, otro: llegó el capellán de Cortés, fray Bartolomé de Olmedo, con el mensaje para Narváez de que “hará todo lo que le mande, e que quiere que tengan paz y amor; y, como era cabezudo y venía muy pujante, no le quiso oír, diciendo delante del padre que Cortés y todos nosotros éramos unos traidores”. Y tras los frailes, el oidor: Lucas Vázquez de Ayllón (el colega de mi sobrino Juan) le dio la tabarra a Narváez recordándole  que su expedición no era legal, “y lo decía más claramente después de ver las cartas de Cortés y los tejuelos (barritas) de oro”. Narváez, ya fuera de quicio, cometió un error que, a la larga, le traería graves consecuencias: “Por consejo de algunos capitanes suyos, y sobre todo por el gran apoyo que tenía Narváez en el obispo Juan Rodríguez de Fonseca (voy a tener pesadillas), tuvo tal atrevimiento que prendió al oidor del rey (era una gravísima osadía), lo embarcó en un navío y lo envió a Cuba”.

     (Foto: Un brevísimo resumen de lo que mi queridísimo  hijo putativo escribió extensamente sobre Juan Vázquez de Ayllón en mi maravillosa biografía (que el Señor le colme de mercedes). Mi sobrino Juan Ortiz de Matienzo financió una expedición esclavista que recorrió la costa mexicana hacia Florida descubriendo nuevas tierras. Pidió licencia al rey para poblarlas, pero, ganándole la partida, fue el aprovechado Ayllón quien consiguió el permiso. En el mapa se ve el recorrido de la aventura, en la que iban bajo su mando 600 españoles; murió en el empeño, y solamente 150 volvieron vivos. Esto ocurrió en 1526, seis años después del conflicto con Narváez, y el único logro del oidor metido a aventurero fue crear la primera población europea de Norteamérica,  San Miguel de Gualdape).




miércoles, 19 de abril de 2023

(2009) Tira y afloja: Moctezuma finge que Narváez llegaba para proporcionarle barcos a Cortés, el cual le sigue la corriente. El joven y brillante Sandoval apresa a unos enviados de Narváez.

 

     (62) –Imposible saber, mon cher ami, a qué jugaba Moctezuma.

     -Su maleable comportamiento, mon reverend, resulta desconcertante,: llevaba 18 años de emperador, y alcanzó el máximo poder tras larga experiencia como jefe supremo del ejército azteca que sometía a todos los pueblos de un amplísimo entorno; logró, además, con energía implacable, tener bajo su control a todos sus posibles rivales. Solo una vejez prematura podría explicar sus titubeos: rondaba entonces los 56 años. ¿Okay, daddy?

     -Rasón tenedes, amigo escribano. Reaccionó con doblez: “Y cuando Moctezuma supo la noticia, tuvo gran contento porque, como Narváez llegó tan poderoso, creyó que nos prendería, y le mandó mucho oro. E Cortés, que no sabía nada, estando con él vio que andaba muy contento, y le preguntó la razón, e para que no le tuviera por sospechoso le hizo saber de los 18 navíos que habían llegado, diciendo que se holgaba porque ya no tendrían que hacer otros para ir a Castilla”. De tramposo a tramposo, Cortés se mostró entusiasmado: “¡Gracias a Dios!, que siempre provee”. Y si Cortés fingió, la ilusa tropa se puso eufórica creyendo que les llegaba una maravillosa ayuda: “Pero Cortés estuvo muy pensativo porque bien entendió que aquella armada la enviaba Diego Velázquez contra todos nosotros, y como sabio que era, nos comunicó todo lo que pensaba, y con grandes dádivas de oro que nos daba y ofrecimientos de que nos haría ricos a todos, nos atraía para que le fuéramos fieles a él”. Al final va a resultar que la sed insaciable de oro que tenía Cortés quizá no fuera pura codicia, sino visión clara  y anticipada de que le haría falta para sacar adelante la empresa. Y pronto el recién llegado Pánfilo de Narváez mostró sus intenciones. Los tres impresentables desertores de Cortés le informaron al detalle de la precaria situación de la Villa Rica, donde estaba al mando el competente Diego de Sandoval con pocos soldados y muchos heridos y ancianos, por lo que mandó a aquel ‘hospital’ por la vía rápida “al clérigo Guevara, que tenía mucha expresiva, a un hombre que se decía Amaya, de mucha importancia, pariente del gobernador Velázquez, y al escribano Vergara con tres testigos (viva el protocolo) para que notificasen a Diego de Sandoval que se entregase a Narváez, para lo que traían provisiones”. El casi mancebo capitán ya estaba al tanto de la llegada de la armada, “y como era muy varón en sus cosas, siempre estaba muy apercibido, y sus soldados bien armados”. (Paso, paso, secre, que voy lanzado). Ya lo creo que espabiló Sandoval; sabía que vendrían y lo organizó todo: “Para estar más desembarazados de los soldados viejos e dolientes, los envió a un pueblo de indios amigos; les habló a sus soldados para que no entregasen la Villa Rica, y todos se mostraron conformes. Y (por si acaso, y además hace impresión) mandó hacer una horca en un cerro”. Cuando llegó la lustrosa embajada, “el clérigo saludó: ‘En buena hora estéis’, y el Sandoval le dijo que en tal hora viniese”. El experto en sermones, con su buena ‘expresiva’, se embaló con razonamientos medio escolásticos dejando claro “que Cortés y todos ellos habían sido unos traidores, y que les venía a notificar que fuesen presto a dar obediencia al señor Pánfilo de Narváez. E como el Sandoval oyó aquellos descomedimientos, se estaba carcomiendo de pesar de lo que oía, y le dijo: ‘Señor padre, muy mal habláis en llamarnos traidores, y porque sois clérigo no os castigo conforme a vuestra mala crianza. Andad con Dios a México, que allá está Cortés y él os responderá”. El cura no cedía, apoyado por el escribano, y volvió a llamarlos traidores. El final de este sainete fue fulminante, pero cómico: “Al oír esa palabra, Sandoval le dijo que mentía como ruin clérigo, y luego mandó a sus soldados que los llevasen presos a México. Y no terminó de decirlo cuando en hamaquillas de redes, como ánimas pecadoras, los llevaron a cuestas los indios amigos, y en cuatro días, con otros indios de posta de noche y de día, llegaron cerca de México”.

     (Foto: Véase el sepulcro de mi “padrino”, el obispo Juan Rodríguez de Fonseca, situado en la iglesia de Santa María la Mayor de Coca, provincia de Segovia. Astuto, trabajador incansable, autoritario, maquiavélico, y muy enemigo de sus enemigos. Con su enorme poder estuvo a punto de echar a pique toda la obra de Cortés para favorecer al gobernador de Cuba, Diego Velázquez, aunque le faltó tiempo para hacerlo: murió en 1524. Sepan vuesas mersedes que no todo era corrupción en aquella época. Hubo un hombre modélico en lo religioso y en lo político, el más grande y más honrado personaje de estado que han dado estas sufridas tierras: el Cardenal Cisneros).




martes, 18 de abril de 2023

(2008) Aquello era un sinvivir. Los españoles, dentro de la boca de los lobos aztecas. Y, de propina, el gobernador Velázquez, prepara un ejército para apresar y ejecutar a Hernán Cortés por rebelde.

 

     (61) –Éramos pocos, compañeiro, y apareció Pánfilo de Narváez.

     -En el peor momento, querido maestro, con una ceguera política absoluta, sin ningún sentido de estado y poniendo en peligro, por ambiciones personales, todo lo conseguido. ¿Cómo pudo ocurrir?

     -Va a ser un prolongado rompecabezas, secre. El ambicioso (y en otras ocasiones, competente) gobernador de Cuba, Diego Velázquez de Cuéllar, no pudo evitar que Cortés se escurriera de su mando, con habilidad primorosa pero incurriendo en una rebeldía penada con la muerte. Y sabía que, con los grandes éxitos obtenidos, el ‘traidor’ quedaría purificado, glorificado y dueño absoluto de todo México.  No deseaba otra cosa sino decapitarlo y aprovecharse de lo conquistado, probablemente más lo primero que lo segundo. Si mataba a Cortés, habría hecho justicia. Y si luego el rey le cortara la cabeza a él, también: por bobo; nada le importó a Velázquez, ni siquiera que México se perdiese. Y, ¡oh, Dios mío!, tenía un apoyo incondicional de mi ‘padrino’, Fonseca, máxima autoridad de Indias porque Carlos V estaba fuera. Esto dice Bernal: “El Diego Velázquez, con el gran favor del obispo Fonseca, hizo una armada de 19 navíos y 1.400 soldados, con artilleros, ballesteros, escopeteros y 80 de caballería (‘esta vez Cortés no se me escapa’), poniendo como capitán a Pánfilo de Narváez,  y aunque era bien gordo y pesado, él mismo andaba de villa en villa alistando gente”. Con sentido realista, los frailes jerónimos, que ostentaban provisionalmente el poder del rey en aquellas tierras, “y tenían conocimiento de los muchos y buenos servicios que habíamos hecho, dijeron que Diego Velázquez no tenía razón de venir sin permiso a tomar venganza de nosotros, sino que debería demandarlo por vía judicial, y que haría gran estorbo a nuestra conquista; por lo que acordaron mandar al oidor de la Audiencia Lucas Vázquez de Ayllón para que se lo impidiese”. ¡Oh, Lucas! Qué interesante lo que contaste sobre él en nuestro libro, pequeño Homero. Yo los conocía a todos ellos, aunque no los volví a ver, porque pronto me iría hacia las pacíficas y etéreas praderas de Quántix. Pero mi sobrino Juan Ortiz de Matienzo, que el pobre tuvo la conciencia deteriorada, era colega suyo, y hasta socio en una expedición esclavista, si bien luego Lucas le traicionó: le robó la licencia para otro viaje, aunque dejando la vida en la expedición. Pero ese Lucas tan poco fiable, en este caso va a actuar sensatamente, aunque sin éxito, mediando entre Cortés y Narváez. Se fue como un rayo el oidor Ayllón a Cuba, y le leyó a Velázquez todas las disposiciones protocolarias que le prohibían enviar la armada a México: papel mojado. “Por más requerimientos que le hizo, no aprovechó cosa ninguna, porque como el Diego Velázquez era tan favorecido del obispo Fonseca, y había gastado tanto en la armada, no tuvo los requerimientos en una castañeta, sino que se mostró más bravoso”. O sea que, el que perseguía al alzado, se alzó también desobedeciendo al representante del rey. Y digamos que, aunque Ayllón, como yo (ten piedad, Señor), era un criadillo de Fonseca, tomó una decisión correcta: “Y desde que esto vio el oidor, vínose también en la armada para poner paces y dar buenos conciertos entre Cortés y Narváez”. Llegaron a San Juan de Ulúa (ya saben: el puerto de Veracruz), y aparecieron pronto tres soldados de Cortés que andaban de mineros por la zona y eran gente poco recomendable; uno de ellos queda retratado con el apodo: Cervantes el Chocarrero. “Como eran ruines y soeces, le dijeron a Narváez mucho más de lo que quería saber”. Le pusieron al corriente de toda la situación de los españoles, materia sensible incluida. Y Pánfilo comenzó a dar muestras de su torpeza y su vista de poco alcance: “Narváez mandó recado a Moctezuma diciendo muchas malas palabras, descomedimientos y desatinos de todos nosotros, y que él le iba a liberar”. Y el voluble Moctezuma cambió al instante de bando…

     (Foto: El grabado es precioso pero escalofriante; Cortés y los suyos están temblando ante la muy alta probabilidad de que esas masas de guerreros se decidan a aniquilarlos, y se acaban de enterar de que el insensato gobernador de Cuba, Diego Velázquez de Cuéllar –premio al más tonto del siglo XVI-, ha enviado una enorme flota con las mismas intenciones).




lunes, 17 de abril de 2023

(2007) Moctezuma le pide a Cortés que se marche porque sus dioses quieren que mate a los españoles. Crece la tensión y Cortés no descarta la huida. Bernal, siempre sencillo, hace referencia a vivencias personales.

 

     (60) –No me cambias el menú, divino chef: a diario  tropezones.

     -No te quejes, socarrón abad, porque te encantan. El que los sufría de verdad era Bernal (y sus colegas): “Como de continuo nunca nos faltaban sobresaltos, y de tal calidad que eran para acabarnos las vidas en ellos, parece ser que los dioses Huichilobos y Tezcatepuca les dijeron a los papas que les abandonarían si Moctezuma y sus capitanes no comenzasen una guerra y nos matasen, porque todo su oro lo habíamos hecho ladrillos (lingotes), nos íbamos señoreando de la tierra y teníamos presos a cinco grandes caciques. E vino el paje Orteguilla y dijo que Moctezuma estaba muy alterado y triste. Cortés fue muy de presto con doña Marina e cinco capitanes al palacio, y el Moctezuma le dijo: ‘¡Oh, Malinche: cuánto me pesa que nuestros teúles manden que os matemos! Lo que conviene es que, antes de que  comiencen la guerra, salgáis desta ciudad’. Y Cortés le agradeció el aviso y le dijo que al presente no tenía navíos, y, además, por fuerza habría de ir el Moctezuma con nosotros para que lo vea nuestro emperador, lo que le puso muy más triste que antes; y respondió que él daría carpinteros para hacer los navíos, y que entretanto mandaría a los papas que no alborotasen la ciudad e que aplacasen con sacrificios a los dioses. Y con esta alborotada plática se despidió Cortés, y estábamos todos con gran congoja esperando cuándo había de comenzar la guerra”.  Entonces le tocó el turno al carpintero naval.

     -Eso es sorprendente, caro investigatore. Cortés mandó de inmediato a la Villa Rica al gran artesano Martín López con los indios que les dio Moctezuma para que hicieran tres navíos. ¿Era un simulacro, o la cosa iba en serio, de forma que Cortés, barajando todas las alternativas, quisiera tener una vía de escape asegurada? Conociendo su tenacidad, resulta extraño. Y Bernal mete baza en el asunto dudando de la interpretación del cronista adulador de Cortés: “Dice Gómara en su Historia que le mandó a Martín López que hiciese, como cosa de burla, apariencia de que labraba los navíos, para que lo creyese el Moctezuma. Remítome a lo que Martín López me dijo –que gracias a Dios aún vive-, y es que, de hecho, los labraba aprisa, e los dejó terminados en astillero”. Pero no sería de extrañar que la intención de Cortés fuera rebajar la agresividad de los mexicanos haciéndoles creer que se disponía a huir para siempre. Veamos en su salsa el miedo de los españoles: “Andábamos todos en aquella ciudad muy pensativos temiendo que de una hora a otra nos habían de dar guerra. Y nuestros indios de Tlaxcala y doña Marina así lo decían al capitán, y Orteguilla (curioso personaje, difuminado en la sombra), el paje de Moctezuma, siempre estaba llorando, y todos nosotros muy a punto y guardando bien al Moctezuma”. Nuevo regate asociativo de Bernal, y de cabeza a lo anecdótico: “Otra cosa digo, y no por jactarme dello: que quedé tan acostumbrado de me acostar con armas, vestido y sin cama, que dormía mejor que en colchones. Y agora, cuando voy a los pueblos de mi encomienda (pero como tú, vetusto secretario, en plan de jubiloso jubileta), no llevo cama, y si, por haber algunos caballeros presentes, la llevo para que no crean que no la tengo, me echo vestido en ella. Y otra cosa digo: no puedo dormir sino un rato cada noche, que me tengo que levantar y ver el cielo y estrellas, y me he de pasear un rato al sereno”. Buena ocasión para poner en orden sus notas, y elaborar poco a poco la larga y magnífica historia que habría contado mil y una noches ante un corro de oyentes absortos. Añade un comentario: “Y esto he dicho para que sepan de qué suerte andábamos los verdaderos conquistadores” ¿Piensan vuesas mersedes que ya no puede haber más complicaciones que las vistas y anunciadas? Craso error. Será premiado con una bula de absolución plenipotenciaria el primero que acierte la terrible amenaza que se cierne sobre todos aquellos atormentados, pero especialmente sobre Cortés.

     (Foto: Tenochtitlán en laguna. Era indudable que los escasos 400 españoles acabarían sacrificados si los miles de soldados mexicanos de Tenochtitlán, y de las poblaciones ribereñas del lago, se olvidaban del riesgo de Moctezuma en la prisión, y lanzaban un ataque en tromba. Todo indicaba que lo iban a hacer, y Bernal, lógicamente, temblequeaba ante la seguridad del horror. El caso es que, de momento, siguió la calma, quizá porque parecía que los españoles se disponían a huir. Ese respiro le permitiría a Cortés enfrentarse a otro problema de gran envergadura que le costó tiempo, sangre, sudor y lágrimas resolverlo; y todo para que después surgiera uno más, pero ya de dimensiones verdaderamente trágicas).






domingo, 16 de abril de 2023

(2006) Con harto dolor, Bernal pone de relieve la parte tramposa y egoísta de su admirado Cortés. Duverger, un historiador francés (ansioso de vender libros), ha dicho ridículamente que el autor de la crónica de Bernal fue Cortés.

 

     (59) –Cortés era un líder excepcional, querido escribano público, y su gente ‘disimulaba’ ciertas cosas, pero el abuso es corrosivo.

     -Asistamos con Bernal, querido maestro, al sucio reparto: “Primero se sacó el real quinto, y luego Cortés dijo que le sacasen a él otro quinto, pues se lo prometimos (una espina clavada en la manipulada tropa: nadie en Indias se atrevió a tanto); luego dijo que se sacase del montón oro porque había hecho un gasto para la armada en Cuba, y demás desto para Diego Velázquez por los navíos que habíamos dado al través; y para los procuradores que fueron a Castilla, e también para los 70 vecinos de la villa Rica; para el caballo que se le murió y para la yegua de Juan Sedeño; e luego, para el fraile y el clérigo, y los capitanes, y los que traían caballos, y escopeteros e ballesteros, dobladas partes, e otras socaliñas (artimañas). De manera que quedaba muy poco por repartir, y por ser tan poco muchos soldados no lo quisieron recibir; y con todo se quedaba Cortés, pues en aquel tiempo no podíamos hacer otra cosa sino callar”. ¿Qué te parece, daddy? Era un tipo peligroso.

     -Pero ya sabes, jovenzuelo, que el egoísmo, de rebote, puede ser muy creativo: hay que cuidar a la vaca para que dé leche. Cortés jugaba con el abuso hasta el borde de la rebelión, y casi nunca se despeñaba, aunque iba sembrando peligrosos vientos. Y remendaba algunos cabreos: “Secretamente daba a unos y a otros como si fuera merced suya, para contentarlos, y con las buenas palabras que les decía, lo aguantaban. Había un tal Cárdenas, que era piloto y el pobre tenía en su tierra mujer e hijos, y como al repartir el oro vio que no le daban sino 100 pesos (400 gramos), cayó malo de tristeza; y decía: ‘¿y no he de estar malo viendo que Cortés como rey se lleva el quinto haciéndonos firmar con los embustes que tuvo, y que sacó seis mil pesos para su padre, Martín Cortés, estando yo y otros pobres de noche y de día batallando?’. Cortés supo estas palabras, y como le decían que había muchos soldados descontentos por el reparto y por lo que había hurtado del montón, nos hizo un parlamento con palabras muy melifluas diciendo que no quería el quinto y que el oro que había llegado era un poco de aire, que mirásemos las grandes ciudades que hay y que todos seríamos señores dellas y muy ricos. Y dijo otras cosas muy bien dichas, que las sabía bien proponer”. Qué liante. Pero había, además, otras raposas escondiendo oro. Sentencia Bernal: “Como los hombres comúnmente deseamos el oro, y mientras más se tiene más se quiere, aconteció que faltaban muchas piezas de los montones de oro. Juan Velázquez de León, que era muy privado de Cortés, se mandaba labrar grandes cadenas de oro y vajillas para su servicio, y como Gonzalo Mexía, el tesorero, le decía que se las diese para quintar para Su Majestad por ser oro del de Moctezuma, le contestó que no le daría ninguna cosa, porque Cortés se lo había dado antes de que se fundiese en barras. Y de palabras en palabras, se desmandaron, echaron mano a las espadas y salieron heridos, por lo que Cortés los puso presos, soltando enseguida al tesorero. Y esto lo hacía para que viésemos que hacía justicia con Juan Velázquez aun siendo los dos uña y carne”. Moctezuma se enteró por el paje Orteguilla de que estaba preso y le preguntó a Cortés por qué había encerrado a su amigo, y el mentiroso patológico elaboró un truco para conseguir algo más de botín: “Le dijo medio riendo que lo tenía preso para que no matase a algún cacique, porque estaba medio loco y quería ir por los pueblos para conseguir más oro. Y Moctezuma le respondió que le pedía por merced que le soltase, y que él enviaría a buscar más oro y le daría de lo suyo. Y Cortés hacía como que le disgustaba soltarlo, y al fin dijo que lo haría por complacerle a Moctezuma. He traído esto a la memoria para que vean que Cortés, so color de hacer justicia para que todos le temiésemos, usaba de grandes mañas”.

     (Foto: El gran Chaplin en “La quimera del oro”. El amor puede ser tan ilusorio como el dorado metal, pero de gran nobleza. Lo que verdaderamente ansiaba el desarrapado Charlot era el corazón de una amada imposible, que le dio una cita cruelmente fingida. De tanto esperarla, se duerme, y nos deleita con su sueño: el tierno y gracioso baile de los panecillos dedicado a la ingrata. Ella se lo perdió).




viernes, 14 de abril de 2023

(2005) La codicia entró en juego, y Cortés le pidió oro a Moctezuma, el cual llegó a la generosidad de entregar el tesoro de su difunto padre. En el reparto, los españoles tuvieron que permitirle a Cortés salir muy beneficiado, sabiendo que era un líder excepcional.

 

     (58) – La codicia, hijo mío: volaron hacia la carroña como buitres. -Tenían ansia de oro, santo padre, y llegó el momento de buscarlo. “Cortés le preguntó a Moctezuma que a qué parte estaban las minas. Y le dijo que de donde más oro le traían era de Zacatula. Le dio las gracias, y luego envió al piloto Gonzalo de Umbría con otros soldados mineros a lo de Zacatula. Este Umbría era al que Cortés mandó cortarle los pies cuando ahorcó a otros dos porque se alzaron con un navío. E cuando volvió, supimos que vino con mucho oro y bien aprovechado, que a este efecto le envió Cortés, para hacerle su amigo después de lo pasado”. Astuto cual vulpeja. -Todo lo remendaba, compañero. “E por la banda norte mandó a las minas a un joven capitán pariente suyo que se decía Pizarro, mancebo de unos 25 años. En aquel tiempo no se conocía el Perú, ni se sabía de Pizarros. También Diego de Ordaz quiso ir, y, aunque Cortés lo rehusaba porque era hombre de buenos consejos y lo quería tener a su lado, le dio licencia por no descomplacerle”. Fueron salidas que también sirvieron para extender su control sobre el territorio, siendo acogidas favorablemente si los indios odiaban a los mexicanos, como ocurrió “con unos que habían tenido una batalla con ellos, y llamaban al lugar Cuylonemiquis, que quiere decir ‘donde se mataron a los putos (maricas) mexicanos’. Luego Cortés le dijo al gran Moctezuma que ordenase a todos los caciques que tributasen a Su Majestad,  y lo hizo de inmediato. Después le dijo: ‘Tengo aparejado para el emperador todo el tesoro de mi padre, que está en vuestros aposentos y bien sé que lo abristeis’. Al oírlo, quedamos asombrados de la su bondad y generosidad, y con gran acato nos quitamos todos las gorras y le dijimos que le estábamos muy agradecidos. E luego sus mayordomos nos entregaron ese tesoro”. (Prosigo, pequeñuelo). Así que tiraron la pared, dedicando tres días a un orgasmo de codicia, “y era tanto lo que había, que juntaron tres montones de oro, más mucha plata y otras riquezas. Se comenzó a fundir, y se hicieron dello barras muy anchas, salvo las joyas ricas que nos pareció que no eran para deshacer. Luego se marcó todo el oro delante de los oficiales reales, y sin contar la plata, pesaba más de 600.000 pesos (2.400 kg)”. Los solados pidieron que se hiciera ya el reparto, pero Cortés quería esperar a que el tesoro aumentara. Sin embargo las exigencias de la tropa seguían, “pues habíamos visto que, cuando se fundía el oro, había en los montones mucho más oro y ahora faltaba la tercera parte de ello, porque lo tomaban los amigos de Cortés, los capitanes y el fraile de la Merced. Aumentaba la presión y se decidió hacer el reparto. E diré que Cortés y otras personas se quedaron con la mayor parte del tesoro”.  El bueno de Bernal admiraba sin límites a su gran capitán, pero no era ciego, ni tonto, ni cobarde. Nos mostrará al Cortés más egoísta. (Foto: “¡Money, Money, Money…!”. Liza Minnelli y Joel Grey cantaron como nadie en “Cabaret” el ansia pornográfica de dinero en los felices y locos años del charlestón, mientras se iba fraguando silenciosamente el horror de la segunda guerra mundial.).




jueves, 13 de abril de 2023

(2004) Moctezuma, para complacer a Cortés, le entrega presos a algunos aztecas que querían gobernar México. Los soldados españoles se apenan por Moctezuma, convertido en un emperador títere.

 

     (57) – Es tan triste, fiel compañero, como “El último emperador”.

     -Veramente, caro patriarca: Moctezuma parecía un muñeco articulado en manos de los españoles, lo mismo que le ocurrió al heredero de la milenaria dinastía china con los japoneses. Los mexicanos se habían quedado sin cabeza, y los caciques hacían intentos desesperados para romper la tela de araña, entorpecidos por sus propios conflictos internos y las ambiciones de poder de los más aristocráticos. Por encima de los cuales, destacaba uno: Cacamatzín, señor de Texcoco y sobrino de Moctezuma. “Y cuando este supo que andaba convocando a todos los caciques para darnos guerra y soltarle a él, como el Moctezuma era cuerdo y no quería ver la ciudad puesta en armas, se lo dijo a Cortés, que ya lo sabía, mas no por tan entero; y nuestro capitán envió a decir a Cacamatzín que se quitase de revolver guerra, y que le quería tener por amigo. Y le contestó que no quería oír más esas palabras de halagos con las que prendió a su tío”. Haciendo buenas las teorías de Maquiavelo sobre el eterno mecanismo manipulador que hace andar la política, Cacamatzín elaboraba soflamas astutas, y se dirigió a un corro de caciques diciendo verdades como puños mezcladas con hipotéticas recompensas, igualito, igualito que el mismísimo Cortés: “Comenzó a bravear diciendo que nos mataría en cuatro días, e que su tío era una gallina; y les prometió que si se quedaba con el señorío de México, les habría de hacer grandes señores, les dio muchas joyas de oro y les dijo que tenía ya de su parte a sus primos, los señores de Coyoacán, Iztapalapa y Tacuba. Y cuando el gran Moctezuma se enteró, recibió mucho enojo y llamó a seis de sus capitanes para que fueran a prenderle al Cacamatzín y a los que eran de su consejo, y así lo hicieron, trayéndoles a México. Luego Cortés fue al aposento de Moctezuma y le agradeció tamaña merced, y se dio orden de que se alzase por rey de Texcoco a un mancebo que estaba con Moctezuma, que también era su sobrino, hermano de Cacamatzín, que estaba allí por temor de que este le matase, y los principales le alzaron por rey de aquella gran ciudad, y luego se llamó don Carlos (bautizo mediante). Y Cortés atrajo a Moctezuma para que prendiese a los demás reyezuelos y parientes suyos que estaban en la conjura, y en ocho días estuvieron presos. Miren los curiosos lectores cómo andaban nuestras vidas, tratándose de matarnos cada día y comer nuestras carnes”. Sigue, reve, que hoy he estado muy ‘chupón’.

     - Desactivado el intento de rebelión de Cacamatzín y sus ‘palmeros’ (para variar, sin ser ejecutados), Cortés disfrutó de haber resuelto el enésimo problema volviendo a la vida tranquila y al compadreo amistoso con Moctezuma, al que visitaba respetuosamente a diario y le hacía las veladas agradables. Pero una araña no puede dejar de urdir su tela. De hecho, aunque lo tenía completamente a su merced, había que formalizar protocolariamente su vasallaje y el de sus propios vasallos. Y se lo exigió, “porque así se tiene por costumbre, que es necesario dar la obediencia antes que los tributos; y el Moctezuma juntó a los más de los caciques, sin estar Cortés delante, salvo el paje Orteguilla”. Les expuso un revoltijo de argumentos a la española y a la mexicana. Lo que cuenta después Bernal es un drama histórico: “E desde que oyeron este razonamiento todos dijeron que harían lo que mandase, con lágrimas y suspiros, y el Moctezuma mucho más. Y luego mandó a decir que al otro día darían la obediencia y vasallaje a Su Majestad. E de esta manera, delante de Cortés, de nuestros capitanes y muchos soldados, y Pedro Hernández, secretario de Cortés, Moctezuma y sus caciques dieron la obediencia a Su Majestad, con mucha tristeza que mostraron, y el Moctezuma no pudo sostener las lágrimas. E  queríamoslo tanto, que a nosotros, de verle llorar, se nos enternecieron los ojos. Y soldado hubo que lloraba tanto como Moctezuma, por el amor que le teníamos”. Duro e implacable como la vida misma. Amén.

     (Imagen de la película “El último emperador”: El divino jerarca convertido por los japoneses en un príncipe de opereta a su servicio).