(65) –Cuanto
mayor la dificultad, secre, más astuto Cortés.
-Y sin remordimientos, reverendo. El ejército de Narváez y la tropilla
de Hernán permanecían próximos, y había correos de ida y vuelta tanteándose
mutuamente. El retorcido Cortés consiguió que viniera a negociar la paz “Andrés
de Duero, secretario de Diego Velázquez, muy estimado y prominente en la armada
de Narváez”. Pero recordemos que era
algo más, de vital importancia para sus planes de acabar con el enemigo:
se trataba (casi nada) de uno de los dos socios (el otro había muerto) que le
pusieron en marcha a Cortés su expedición en Cuba. El ‘pánfilo’ de Narváez le
encargó la misión, pero Andrés de Duero iba con otras intenciones. “Como vio en
aquel instante a Cortés, su compañero, tan rico y poderoso, so color de que
venía a poner paces y favorecer al Narváez, en lo que entendió fue en pedir su
parte en la sociedad. Y como Cortés era sagaz y mañoso, no solo le prometió dar
gran tesoro, sino que le daría en toda la armada tanto poder como el suyo, con
tal que se concertara con otros caballeros, que aquí no nombro (discreto, Bernal), que estaban
convocados para que Narváez no saliese con la vida y la honra, y le
desbaratasen; y con intención de atraerle, cargó con oro a sus dos indios de
Cuba (para él y para sobornar a la
soldadesca de Narváez). Y según parece, Duero se lo prometió”. Tras la
zanahoria, la amenaza; cuando iba a partir, le dijo Cortés: “Procure, señor
Andrés de Duero, cumplir lo que tenemos platicado; si no, en mi conciencia –que
así juraba Cortés- que, cuando llegue yo allá, al primero al que le eche la
lanza será a vuestra merced. Y Duero se rio, y dijo que no le sería contrario”.
Mientras, la cabeza de Cortés seguía
echando humo…
-Cada ficha que movía, dolce poverello, tenía doble
intención. Se buscó otro enlace envenenado para Narváez, porque se trataba de
un pariente del gobernador Diego Velázquez que, al principio, fue de los
contrarios a Cortés, pero quedó seducido por el brillo de sus victorias y el
oro que le daba según fueron avanzando hacia México. Era “el capitán Juan
Velázquez de León, persona de mucha valía, al que le dijo que le enviaba con
algunas cositas (joyas) para que se
las diese a quienes él le señaló, y que luego iría el señor Diego de Ordaz, que
Narváez lo deseaba ver por haber sido mayordomo de Diego Velázquez”. O sea, dos
personajes que el ingenuo Pánfilo recibiría sin desconfianza. (Sigo, jovenzuelo).
Llegó, pues, Juan Velázquez de León adonde Narváez, y de inmediato le dijo que
solo venía para tratar de pacificar la situación y hacerlos amigos. “Entonces
Narváez le dijo muy airado que cómo se atrevía a pedirle amistad con un traidor
que se había alzado al gobernador de Cuba; y Juan Velázquez le respondió que
Cortés no era un traidor. E luego Narváez le ofreció grandes prometimientos
para que se quedara con él, pero se negó a hacerlo. Cuando llegó de vuelta,
¡qué regocijos tuvimos todos! Y contó Juan Velázquez todo lo acaecido y cómo
dio secretamente las cadenas, tejuelos y joyas de oro a las personas que Cortés
mandó. Y todos nosotros nos holgábamos de lo oír como si fuéramos a bodas y
regocijos, sabiendo que al otro día habíamos de entrar en batallas de vencer o
morir en ellas”. Da risa pensar que tuvo que abrirle los ojos a Narváez y a sus
hombres el cacique gordo, temeroso por no haberse resistido a que le quitaran
las cosas de Cortés que tenía en depósito. Se lo dijo bien claro: “¿Qué hacéis
tan descuidados? ¿Pensáis que Malinche y sus teúles son así como vosotros? Pues
yo os digo que, cuando no os catéis, estará aquí y os matará’. Y aunque hacían
burla del cacique, se apercibieron, y lo primero que hicieron fue pregonar
guerra contra nosotros a fuego y a sangre”.
(Foto: Representación de un cacique azteca dispuesto a todo: era
demasiado profunda la herida del pueblo mexicano, y sus guerreros estaban a
punto de atacar en masa a los españoles, aunque le costara la vida a Moctezuma.
Sería un juego de niños eliminar al pequeño grupo de invasores recluidos, como
sombras asustadas, en las dependencias del Templo Mayor).
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