(67) –Llega el
momento, querido mancebo. Cortés va a atacar.
-Y va a intentar, santo patriarca, la estrategia del débil. No la
inventó él, sino que se venía utilizando desde la noche de los tiempos: la
pedrada en la cabeza del poderoso, como hizo David con Goliat; como cuando el
mismo Cortés apresó a Moctezuma, y como actuaría diez años después Pizarro con
Atahualpa. “Y para que lo primero que hiciésemos fuese tomarles la artillería,
que estaba asentada delante de los aposentos de Narváez, dispuso que fuera el
capitán Pizarro (pariente del ‘glorioso’)
con 60 mancebos (por su agilidad), y entre ellos me nombraron a mí. Y mandó
que, después de tomada la artillería, acudiésemos todos adonde Narváez, que
estaba en un muy alto cu, señalando para prenderlo al capitán Gonzalo de
Sandoval (iría con otros 60 soldados),
y le ordenó por escrito: ‘Yo os mando que prendáis el cuerpo a Pánfilo de
Narváez, e si se defendiere, matadle’. Y prometió dar tres mil pesos de oro al
primer soldado que lo prendiese”. Formó otros dos grupos (de 60 soldados cada
uno) con el objetivo prioritario de apresar a los dos oficiales principales
de Narváez. Así que el ataque sería en
cuatro direcciones y al mando de sus
mejores capitanes, Pizarro, Sandoval, Velázquez de León y Ordaz. “Y Cortés
quedaba de sobresaliente (sin misión
fija), para acudir con otros 20 soldados adonde más necesidad hubiese”.
Todo listo, reve.
-Y para que no se apague el ardor, secretario mío, les vuelve a dar una
última sopita de palabras energéticas: “Bien sé que los de Narváez son cuatro
veces más que nosotros, pero no están acostumbrados a las armas, y como están
la mayor parte a malas con su capitán, y muchos dolientes, y les tomaremos de
sobresalto, pienso que Dios nos dará victoria, porque más bienes les haremos
nosotros que no su Narváez. Así que, señores, pues nuestra vida y honra está en
vuestros esfuerzos, no tengo más que deciros, sino que en esta batalla está el
toque de nuestras honras y famas para siempre jamás, y más vale morir por buenos
que vivir afrentados”. Añade Bernal un comentario al margen que da total confirmación
a su presencia en un momento tan histórico: “Una cosa me he parado a pensar
después acá (sin duda, al hilo de su
escritura), que jamás nos dijo que tenía un concierto en nuestro favor con
algunos de los de Narváez, y veo que fue muy cuerdo de su parte, para que no
aflojáramos y solamente tuviésemos esperanza en Dios y en nuestros grandes
ánimos”. (Sigo yo, pequeñín: aparta, que te arrollo). En estos momentos
críticos, se intensificaban los afectos. Dice Bernal: “Como yo era gran amigo y
servidor del capitán Sandoval (tenía
solo 23 años, Bernal 25, y Cortés 35),
me dijo aquella noche que desde que hubiésemos tomado la artillería, si quedaba
con vida, siempre me hallase con él y le siguiese, e yo se lo prometí y así lo
hice”. Se puso en marcha la reducida tropa “a paso tendido y sin tocar pífano
ni tambor, y cuando un centinela gritó ‘al arma, al arma’, Narváez llamó a sus
capitanes, mientras nosotros, calando nuestras picas, atacamos a sus
artilleros, que solo tuvieron tiempo de poner fuego a cuatro tiros, e una de
las pelotas mató a cuatro de los nuestros. Tomamos la artillería y no osábamos
desampararla, porque Narváez desde su aposento nos tiraba muchas saetas y
disparos. Y entonces llegó el capitán Sandoval y subió de presto las gradas
arriba del cu. Asegurada la artillería, fuimos a ayudar a Sandoval, que les
hacían los de Narváez venir dos gradas abajo, retrayéndose, y con nuestra
llegada tornó a subir, y oímos voces de Narváez que decía: ‘¡Santa María,
váleme, que muerto me han y me han quebrado un ojo!’. Y luego Martín López, el
de los bergantines (el carpintero naval),
como era alto de cuerpo, puso fuego a
las pajas del cu, e vienen todos los de Narváez rodando las gradas abajo.
Entonces prendimos al Narváez y se lo dimos al Sandoval gritando: ‘¡Viva el
rey, y en su nombre Cortés, Cortés! ¡Victoria, victoria’. Y luego Cortés
pregonó que todos los de Narváez, so pena de muerte, vinieran a someterse bajo
la bandera de Su Majestad”. Y tras el gran triunfo, las celebraciones…
(Foto: Sin tanta teatralidad, ni hecho un figurín como el gran Napoleón
en este cuadro, pero con la misma firmeza, espoleó Cortés a su caballo,
poniendo en marcha a sus animosos compañeros aquella mañana que parecía la
última de sus vidas. Y en Tenochtitlán, ¿qué estaría pasando?).
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