(62) –Imposible
saber, mon cher ami, a qué jugaba Moctezuma.
-Su maleable comportamiento, mon reverend, resulta desconcertante,:
llevaba 18 años de emperador, y alcanzó el máximo poder tras larga experiencia
como jefe supremo del ejército azteca que sometía a todos los pueblos de un
amplísimo entorno; logró, además, con energía implacable, tener bajo su control
a todos sus posibles rivales. Solo una vejez prematura podría explicar sus
titubeos: rondaba entonces los 56 años. ¿Okay, daddy?
-Rasón tenedes, amigo escribano. Reaccionó con doblez: “Y cuando
Moctezuma supo la noticia, tuvo gran contento porque, como Narváez llegó tan
poderoso, creyó que nos prendería, y le mandó mucho oro. E Cortés, que no sabía
nada, estando con él vio que andaba muy contento, y le preguntó la razón, e
para que no le tuviera por sospechoso le hizo saber de los 18 navíos que habían
llegado, diciendo que se holgaba porque ya no tendrían que hacer otros para ir
a Castilla”. De tramposo a tramposo, Cortés se mostró entusiasmado: “¡Gracias a
Dios!, que siempre provee”. Y si Cortés fingió, la ilusa tropa se puso eufórica
creyendo que les llegaba una maravillosa ayuda: “Pero Cortés estuvo muy
pensativo porque bien entendió que aquella armada la enviaba Diego Velázquez
contra todos nosotros, y como sabio que era, nos comunicó todo lo que pensaba,
y con grandes dádivas de oro que nos daba y ofrecimientos de que nos haría
ricos a todos, nos atraía para que le fuéramos fieles a él”. Al final va a
resultar que la sed insaciable de oro que tenía Cortés quizá no fuera pura
codicia, sino visión clara y anticipada
de que le haría falta para sacar adelante la empresa. Y pronto el recién
llegado Pánfilo de Narváez mostró sus intenciones. Los tres impresentables
desertores de Cortés le informaron al detalle de la precaria situación de la
Villa Rica, donde estaba al mando el competente Diego de Sandoval con pocos
soldados y muchos heridos y ancianos, por lo que mandó a aquel ‘hospital’ por
la vía rápida “al clérigo Guevara, que tenía mucha expresiva, a un hombre que
se decía Amaya, de mucha importancia, pariente del gobernador Velázquez, y al
escribano Vergara con tres testigos (viva el protocolo) para que notificasen a
Diego de Sandoval que se entregase a Narváez, para lo que traían provisiones”.
El casi mancebo capitán ya estaba al tanto de la llegada de la armada, “y como
era muy varón en sus cosas, siempre estaba muy apercibido, y sus soldados bien
armados”. (Paso, paso, secre, que voy lanzado). Ya lo creo que espabiló
Sandoval; sabía que vendrían y lo organizó todo: “Para estar más desembarazados
de los soldados viejos e dolientes, los envió a un pueblo de indios amigos; les
habló a sus soldados para que no entregasen la Villa Rica, y todos se mostraron
conformes. Y (por si acaso, y además hace
impresión) mandó hacer una horca en un cerro”. Cuando llegó la lustrosa
embajada, “el clérigo saludó: ‘En buena hora estéis’, y el Sandoval le dijo que
en tal hora viniese”. El experto en sermones, con su buena ‘expresiva’, se
embaló con razonamientos medio escolásticos dejando claro “que Cortés y todos
ellos habían sido unos traidores, y que les venía a notificar que fuesen presto
a dar obediencia al señor Pánfilo de Narváez. E como el Sandoval oyó aquellos
descomedimientos, se estaba carcomiendo de pesar de lo que oía, y le dijo:
‘Señor padre, muy mal habláis en llamarnos traidores, y porque sois clérigo no
os castigo conforme a vuestra mala crianza. Andad con Dios a México, que allá
está Cortés y él os responderá”. El cura no cedía, apoyado por el escribano, y
volvió a llamarlos traidores. El final de este sainete fue fulminante, pero
cómico: “Al oír esa palabra, Sandoval le dijo que mentía como ruin clérigo, y
luego mandó a sus soldados que los llevasen presos a México. Y no terminó de
decirlo cuando en hamaquillas de redes, como ánimas pecadoras, los llevaron a
cuestas los indios amigos, y en cuatro días, con otros indios de posta de noche
y de día, llegaron cerca de México”.
(Foto: Véase el sepulcro de mi “padrino”, el obispo Juan Rodríguez de Fonseca, situado en la iglesia de Santa María la Mayor de Coca, provincia de Segovia. Astuto, trabajador incansable, autoritario, maquiavélico, y muy enemigo de sus enemigos. Con su enorme poder estuvo a punto de echar a pique toda la obra de Cortés para favorecer al gobernador de Cuba, Diego Velázquez, aunque le faltó tiempo para hacerlo: murió en 1524. Sepan vuesas mersedes que no todo era corrupción en aquella época. Hubo un hombre modélico en lo religioso y en lo político, el más grande y más honrado personaje de estado que han dado estas sufridas tierras: el Cardenal Cisneros).
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