(63) –Cortés,
escudero mío, disfrutaba con los fingimientos.
-Ciertamente, mi señor: habría triunfado en la escena. Una y otra vez
miente para conseguir algo. Le encantó saber que Sandoval mandaba presos a
México a los representantes de Narváez. Pero hizo ‘su numerito’: “Antes de que
llegaran, les mandó cabalgaduras (iban
ridículamente sujetos en hamacas), ordenando que se les dejase libres, y
escribiéndoles que le pesó que Gonzalo de Sandoval, en lugar de hacerles mucha
honra, les hubiese hecho tal desacato. Y cuando llegaron a México, les salió a
recibir y los metió en la ciudad muy honradamente. Y desque el clérigo y los
demás vieron que México era tan grandísima ciudad, y la riqueza de oro que
teníamos, e otras muchas ciudades en el agua de la laguna, estaban admirados. Y
Cortés les habló de tal manera, con prometimientos y halagos, y aun les untó
las manos (hablemos claro) con
barritas de oro y joyas, y además los tornó a enviar a su Narváez con
provisiones que les dio para el camino, que los que venían muy bravosos leones,
volvieron muy mansos y se le ofrecieron por servidores”. Qué bien encaja aquí
aquella frase.
-La que le gustaba citar a Bernal, pequeñuelo:
“Que dádivas quebrantan peñas…”; rotunda y cruda como la vida misma. Las joyas
y el relumbrón de México, más las carantoñas de Cortés hicieron milagros. Y tan
convertidos quedaron a la santa, verdadera y única fe que “en cuanto llegaron a
Cempoala e dieron relación a su capitán, comenzaron a decir a todo el real (campamento) de Narváez que se pasasen a
nosotros”. Empezó entonces una maraña de lances entre Cortés y Narváez, como
incansables espadachines, hasta que ganara el más fuerte o el más hábil. El
primer paso lo dio Hernán mandándole un escrito marca de la casa: “Le pedía por
merced, con muchas caricias y ofrecimientos, que no alborotase la tierra, para
que los indios no viesen diferencias entre nosotros; y esto del ofrecimiento lo
decía porque éramos muy pocos soldados en comparación con los de Narváez. Y le
dijo que se holgó mucho con su llegada, y le pidió que no diera causa a que
Moctezuma, que estaba preso, se soltara, ni a que la ciudad se levante. Y se le
ofreció con su persona y hacienda. Y también escribió al oidor Ayllón,
mandándole ciertas joyas para sus amigos. Pero cuando recibió la carta Narváez,
andábala mostrando a sus capitanes, haciendo burla de ella y de nosotros”.
Primer empate. Pero la situación era muy complicada, y tumbar a Narváez
requería mucho esfuerzo, habilidad y paciencia. El primer objetivo de Cortés
fue ganarse a los soldados de su enemigo, “que no venía bien apreciado por sus
capitanes”. Comenzó como ‘colaboracionista’ suyo el untado clérigo Guevara, que
se dedicó a largar a favor de Cortés entre la tropa, y da la impresión de que
Narváez no reaccionó con la suficiente energía, pues hasta a él mismo le habló
el reverendo de las maravillas que había hecho Hernán al servicio de Su
Majestad, queriéndole convencer de que se aliara pacíficamente con él. Su
reacción fue demasiado suave: “Y como esto oyó el Narváez, se enojó mucho con
el padre Guevara y le dijo que no le quería ver más ni escuchar”. Y tras un
clérigo, otro: llegó el capellán de Cortés, fray Bartolomé de Olmedo, con el
mensaje para Narváez de que “hará todo lo que le mande, e que quiere que tengan
paz y amor; y, como era cabezudo y venía muy pujante, no le quiso oír, diciendo
delante del padre que Cortés y todos nosotros éramos unos traidores”. Y tras
los frailes, el oidor: Lucas Vázquez de Ayllón (el colega de mi sobrino Juan)
le dio la tabarra a Narváez recordándole
que su expedición no era legal, “y lo decía más claramente después de
ver las cartas de Cortés y los tejuelos (barritas)
de oro”. Narváez, ya fuera de quicio, cometió un error que, a la larga, le
traería graves consecuencias: “Por consejo de algunos capitanes suyos, y sobre
todo por el gran apoyo que tenía Narváez en el obispo Juan Rodríguez de Fonseca
(voy a tener pesadillas), tuvo tal
atrevimiento que prendió al oidor del rey (era
una gravísima osadía), lo embarcó en un navío y lo envió a Cuba”.
(Foto: Un brevísimo resumen de lo que mi queridísimo hijo putativo escribió extensamente sobre Juan
Vázquez de Ayllón en mi maravillosa biografía (que el Señor le colme de
mercedes). Mi sobrino Juan Ortiz de Matienzo financió una expedición esclavista
que recorrió la costa mexicana hacia Florida descubriendo nuevas tierras. Pidió
licencia al rey para poblarlas, pero, ganándole la partida, fue el aprovechado
Ayllón quien consiguió el permiso. En el mapa se ve el recorrido de la
aventura, en la que iban bajo su mando 600 españoles; murió en el empeño, y
solamente 150 volvieron vivos. Esto ocurrió en 1526, seis años después del
conflicto con Narváez, y el único logro del oidor metido a aventurero fue crear
la primera población europea de Norteamérica,
San Miguel de Gualdape).
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