martes, 28 de febrero de 2023

(1966) Gran enfado de Cortés porque Guerrero decidió permanecer con los indios. Otros indios que habían quedado como amigos en el viaje anterior de Bernal, se preparaban ferozmente para echar de allí a los españoles.

 

     (19) -Todo es relativo, socio: Aguilar, agasajado; Guerrero, criticado.

     -Se puede entender, caro Sancio: a Cortés le sentó fatal saber que, según palabras de Bernal, “cuando vinimos los de Francisco Hernández de Córdoba, fue Gonzalo Guerrero el componedor de la guerra que nos dieron los indios en Cabo Catoche. Y después que Cortés oyó esto, dijo: ‘En verdad que le querría haber a las manos, porque jamás será bueno’ E diré que los caciques de Cozumel desque vieron al Aguilar que hablaba su lengua, le daban muy bien de comer. Y después de despedidos con muchos halagos, nos hicimos a la vela”. ¿Qué tal?

     -No hay justicia en esta vida, jovencito. Tenemos a dos desgraciados dignos de la máxima compasión; Cortés le juzga implacablemente a Guerrero como un traidor, y recibe a lo grande a Aguilar, como es natural, pero con un plus de motivo interesado: va a ser un valiosísimo intérprete. Hasta hubo algún cronista de la época que vio la mano divina tras este maravilloso regalo. “En 4 días del mes de marzo de 1519, habiendo tan buen suceso de llevar buena y fiel lengua, mandó Cortés que partiéramos. Vimos en una isla cuatro cúes, que son casas de ídolos, y en ellos muchas figuras, y todas las más de mujeres, y se puso a aquella tierra Punta Mujeres (la actual isla Mujeres)”. Al tocar en Puerto Términos, “hallamos la lebrela que se hubo quedado cuando lo de Grijalba, y estaba gorda y lucia, y haciendo señas de halagos, e se metió con nosotros en la nao. Llegamos al pueblo de Potonchán, y Cortés tenía pensamiento de dalles una buena mano por el desbarate de F. Hernández de Córdoba e Grijalva, pero los pilotos dijeron que perderíamos el buen viento, y ansí llegamos al río de Grijalva, que los indios llaman Tabasco”. Hasta ahora Cortés ya se ha dado bastante a conocer a sus hombres, pero nadie, ni siquiera él, sabe aún de cuántos quilates es su personalidad. En Tabasco tendrá una verdadera prueba de fuego. Desembarcaron y vieron que “todo el río estaba lleno de guerreros, de lo cual nos maravillamos los que estuvimos allá con Grijalva”. La sorpresa de Bernal radicaba en que habían quedado como amigos. “Y la causa dello fue que otros pueblos comarcanos los tuvieron por cobardes, afrentándolos porque se habían dejado matar 56 hombres, por manera que oyendo aquellas palabras, se determinaron a coger las armas, juntándose para darnos guerra más de 12.000 indios”. Bonito panorama, sí señor.

     -No nos dejes en ascuas, Sancho: veamos en qué da el asunto.

     -Cortés vio que pasaban cerca unos indios “principales” en una canoa, y Aguilar se estrenó de intérprete oficial llevándoles el mensaje de que “para qué andaban tan alborotados, que no queríamos hacerles ningún mal, sino darles lo que traemos como hermanos, y les dijo otras muchas cosas de paz; e cuanto más les decía Aguilar, más bravos se mostraban, contestando que nos matarían a todos si entrábamos en el pueblo”. Así que Cortés no perdió más el tiempo; puso en perfecto orden y bien distribuida la armada. A la mañana siguiente se hizo un intento de desembarcar, pero la multitud de indios estaba en pie de guerra con un griterío ensordecedor. Pues bien; Cortés manda detener los bateles, ¿para hacer qué? Observen vuesas mersedes la mentalidad protocolaria de aquellos soldados de la burocrática corte española: “Y como todas las cosas quería llevar muy justificadas, les hizo a los indios otro requerimiento delante de un escribano del rey e por la lengua de Aguilar, para que nos dejen saltar en tierra y tomar agua, y hablarles de cosas de Dios Nuestro Señor y de Su Majestad, y diciéndoles que, si guerra nos daban, los muertos serían culpa suya. Y ellos  se pusieron fieros, y comenzaron a flecharnos tan reciamente,  e como había mucha lama (lodo) bajo el agua, no podíamos tomar tierra tan presto como quisiéramos, y fuimos contra ellos nombrando al Señor Santiago…”

     (La imagen muestra el lugar en que se encuentra ahora con dificultades la expedición de Cortés, en el actual territorio mexicano de Tabasco; se ve marcado el nombre del río Grijalva, donde acaban de desembarcar y empezar la batalla con los indios).




 

lunes, 27 de febrero de 2023

(1965) Aguilar y Guerrero llevaban ¡8 años! presos de los indios. Guerrero prefirió seguir con ellos porque estaba emparejado con una india, y tenían varios hijos. Aguilar ejercerá como intérprete, y, años después, se enemistó con Cortés.

 

     (18) -Fue trágico, querido socio: Guerrero se negó a volver.

     -De hecho, tierno abad, hubo bastantes españoles en Indias que terminaron viviendo con los nativos, pero pocos voluntariamente. Aguilar no pudo convencer a Gonzalo Guerrero para que regresara adonde Cortés. Su respuesta fue dramática, aunque razonable: “Hermano Aguilar, yo soy casado (con una india) y tengo tres hijos (llevaba, como Aguilar, ¡8 años! con los nativos). Íos vos con Dios, que yo tengo labrada (tatuada) la cara y horadadas las orejas; qué dirán de mí los españoles cuando me vean. E ya veis estos mis hijos cuán bonicos son”. Visto el panorama, Aguilar se puso en marcha, pero cuando llegó a Cabo Catoche habían pasado nueve días, y el navío de Ordaz navegaba  ya hacia  Cozumel. “Cuando Cortés lo vio volver sin los españoles, sin los indios y sin información, se puso muy enojado y dijo con palabras muy soberbias a Ordaz que había esperado que le trajera mejor recaudo”. Hubo otro incidente que mostró el rigor de Cortés.

     -Era su estrategia, joven: mostrarles a todos claramente su firme estilo. “Un soldado llamado Berrio se quejó de que unos marineros le habían robado unos tocinos; Cortés les tomó juramento, y se perjuraron. Se hizo pesquisa, y se descubrió el hurto, y a cuatro de los marineros les mandó azotar, y no aprovecharon los ruegos de ningún capitán”. En cuanto a la brutalidad de los sacrificios humanos, Cortés al principio se mostraba intransigente y poco realista. Fueron los frailes los que le harían comprender que se necesitaba tiempo para que aquello cambiara. En Cozumel vio por primera vez ‘el rito’. Había un ‘papa’ hablando a la multitud “y Cortés y todos nosotros mirando  en qué paraba aquel negro sermón”. Cuando supo por medio del indio Melchorejo “que predicaba cosas malas”, llamó a los principales del poblado, papas incluidos, y les largó un  sermón ‘de los nuestros’: que quitasen aquellos ídolos, que eran muy malos, que la cruz y Ntra. Señora les salvarían, “y les dijo otras cosas de nuestra fe bien dichas”. Los indios contestaron que sus dioses eran temibles, pero buenos, que ellos no los iban a quitar, y que, si se atrevían, que lo hicieran los españoles. “Y luego Cortés mandó que los despedazásemos y echásemos a rodar por las gradas abajo. Y así se hizo”. Se preparó un altar, se plantó una cruz, “y dijo misa el padre Juan Díaz, y el papa, el cacique y todos los indios estaban mirando con atención (un penique por sus pensamientos)”. Cortés tropezará varias veces en la misma torpeza.

     -¿Y qué fue de Jerónimo de Aguilar, sabio ectoplasma? Dinos algo.

     -Es de  no creer, caro secre. Aguilar tenía la salvación a mano y se le esfumó porque Ordaz se había largado con el navío. Cortés lo dio por perdido, y la expedición zarpó. Parece ser que al destino no le gustó que la película terminara así, averió uno de los barcos y se vieron obligados a volver a Cozumel. Le llegó la noticia a Aguilar, alquiló una canoa y remeros nativos con el rescate que le quedaba, y se presentó ante unos soldados, que creyeron que eran todos indios, “porque el Aguilar ni más ni menos  era que indio, pero en español mal mascado y peor pronunciado, dijo ‘Dios y Santa María e Sevilla’, y el capitán Andrés Tapia le fue a abrazar”. Cuando lo llevaron adonde Cortés, le contó su ‘novelón’, que voy a abreviar. Era de Écija (Sevilla). Ocho años antes, iba desde Darién (en la costa Colombiana) a Santo Domingo en un navío con documentación de un pleito entre Pedrarias y su yerno Balboa; naufragaron; los supervivientes, 16 hombres y 2 mujeres, utilizaron un batel, pero las corrientes les arrastraron a la costa de Yucatán; los indios, tras apresarlos, sacrificaron a muchos de los hombres, y casi todos los demás, incluidas las mujeres, murieron de enfermedad y agotamiento. De los dos únicos supervivientes, Aguilar estaba destinado al sacrificio, logró escapar y ‘mejorar’ su situación: esclavo de otro cacique; Gonzalo Guerrero se convirtió en lidercillo de un poblado de indios.

     (Foto: templo maya. Se desconocía su existencia, y se descubrieron en el primer viaje de Bernal. Fue un notición saber que los indios construían esos bellos e impresionantes edificios “de cal y canto”. Pero el escalofrío y el pánico les sacudieron al ver lo que ocurría en el interior).




domingo, 26 de febrero de 2023

(1964) Cortés impuso su autoridad sobre Alvarado, y ordenó liberar a unos indios que había apresado. Se supo que llevaban largo tiempo esclavizados por los indios Jerónimo de Aguilar y Gonzalo Guerrero. Tendrán destinos muy distintos.

 

(17) -¡Aleluya, pequeñín!, ya nos ha dado Cortés a todos orden de salir. ¡La suerte está echada!, como Julio César en el Rubicón.

     -Lo vamos a pasar de miedo, reverendo: nos espera la gloria o la muerte. Empecemos con las palabras de Bernal: “En diez días del mes de febrero, año de 1519, después de oír misa, nos hicimos a la vela con 11 navíos”. Tenían que parar en el cubano Cabo de San Antonio, pero el piloto de la nao de Alvarado (en la que iba también Bernal), “llamado Camacho, no tuvo en cuenta lo mandado, siguió su derrota, y llegamos dos días antes que Cortés a Cozumel (la isla descubierta en el viaje de Grijalva)”. Saltaron a tierra, y Alvarado se apropió de varias cosas de los indios, que habían huido, apresando además  a dos hombres y una mujer.  En esto que llega Cortés…

     -Y no perdió la ocasión, querido literato, de hacer ver a todos qué clase de capitán era: “Lo primero que hizo fue echar preso en grillos al piloto Camacho por no cumplir lo mandado (yo soy el único jefe, y se me obedece)”. Luego “mostró mucho enojo porque Alvarado le permitió al piloto no aguardar”, con enfado parecido al que ya tuvo Grijalva en el viaje anterior contra el ‘divino rubio’. Pero hubo otro detalle muy revelador del gran sentido común de Cortés. A Alvarado le echó de propina otra fuerte bronca porque “no se habían de apaciguar las tierras de aquella manera, tomando a los naturales la hacienda. Y luego mandó traer a los dos indios y la india que habíamos tomado (recuérdese que Bernal estaba con Alvarado), y con el indio Melchorejo, que lo teníamos desde el viaje anterior y el otro, Julianillo, ya había muerto, les dijo que fuesen a llamar a los indios del pueblo y que no tuviesen miedo”. Cortés les devolvió lo robado y les hizo algunos regalos. Ahora ya sabía la expedición entera cuáles eran las reglas del juego. “Y al otro día vino el cacique con todos los indios, y andaban entre nosotros como si toda la vida nos hubieran tratado”. Qué perspicazmente subraya Bernal la importancia de la actuación de Hernán: “Aquí en esta isla comenzó Cortés a mandar muy de hecho, y Nuestro Señor le daba gracia que doquiera ponía la mano, lo hacía bien, especialmente en pacificar los pueblos y naturales, como más adelante se verá”.

     -Es como si viéramos, caro Sancio, que Cortés va haciendo aparecer, donde no había nada, una figura histórica de primerísimo orden, y a gran velocidad, sin perder un segundo. Esa escena caló hondo en Bernal y en todos los demás. Sigue contando, reverendo.

     -Cuenta después Bernal que en Cozumel “mandó Cortés hacer alarde para saber qué tantos soldados llevaba, y halló que  éramos 508, más sobre 100 entre pilotos y marineros, y 16 caballos y yeguas (se olvida de nuestras 2 mulas, secre)”. Deja luego bien clara la obsesión de Cortés por tener ‘siempre’ cosas y personas  en orden y a punto, “porque verdaderamente tenía gran vigilancia en todo”. Y que tampoco olvidaba nada: a una pregunta suya, Bernal le confirmó que era cierto que los indios les llamaban ‘castilian’ en la primera expedición a esas tierras, la de Fco. Hernández de Córdoba. Cortés, por medio del intérprete Melchorejo investigó el tema, y todos los caciques le revelaron lo que ya sospechaba: “Ciertos españoles estaban en la tierra adentro, andadura de  2 soles (días), y los indios los tenían como esclavos”. Inmediatamente lo organizó todo; preparó una carta para ellos y envió un navío al cabo Catoche (tierra firme), bajo el mando de Diego de Ordaz, al que le ordenó lo siguiente: que algún soldado y dos indios que sabían dónde estaban los españoles fueran a su encuentro para liberarlos mediante rescate; y que  el barco les esperara 8 días. “En dos días encontraron a un español que se decía Jerónimo de Aguilar, que se holgó con la carta  y el rescate (para el trueque); se lo llevó al cacique para que le diese licencia, y le dijo que se fuese adonde quisiese. Y caminó Aguilar hasta donde estaba su compañero, que se decía Gonzalo Guerrero, en otro pueblo a cinco leguas”. ¿Y?

     (En la foto, la isla de Cozumel, donde está la armada de Cortés. Al norte, en el Cabo Catoche, se encuentra un navío al mando de Diego de Ordaz, que tiene orden de esperar 8 días a los que han ido por el territorio de Yucatán para liberar a algunos españoles).




viernes, 24 de febrero de 2023

(1963) Cortés continúa el viaje dando esquinazo al gobernador. Un detalle bernalesco: era un entusiasta de los caballos, aunque todavía no tenía ninguno, pero se deleita dando detalles de algunos que iban en la expedición.

 

(16)– Ahí tenemos, divino vate, a Cortés, en sus habituales fintas de escurridiza anguila. En Trinidad se pegaban por ir con él. ¿Pero?

     -Que lo cuente Bernal, santo canónigo: “Ya salidos de Santiago de Cuba, dijeron a Diego Velázquez tales palabras contra Cortés que le hicieron volver la hoja (cambiar de idea), porque le acusaban de que iba alzado y que salió del puerto a cencerros tapados (esa expresión me la quedo). Y como Velázquez estaba siempre con esa sospecha, mandó cartas a Trinidad para que se detuviese a Cortés y le llevasen preso, porque ya le había quitado el mando y dado el poder a Vasco Porcallo (lo tienes claro). Y cuando lo supo Cortés, habló a Diego de Ordaz, al alcalde mayor, Francisco Verdugo, y a todos los soldados y vecinos de Trinidad que le parecieron contrarios, y tales palabras y ofrecimientos les dijo que los trajo a su servicio; y que si tratasen de quitarle la armada, él tenía de amigos a muchos que estaban a mal con Velázquez porque les había dado pocos indios, y además tenía muchos soldados y estaba muy pujante, y había peligro de que los soldados saquearan la villa”. Con una mezcla de amenazas y dulces promesas aquello quedó como una sereno atardecer, y hasta tuvo la osadía de “escribirle muy amorosamente al Diego Velázquez diciendo que se maravillaba de su merced haber tomado aquel acuerdo, y que su deseo era servirle a Dios, a Su Majestad y a él en su nombre”. Tu turno, ilustre menés.

     -Por un pequeño incidente, querido biógrafo, veremos que allí solo había un líder indiscutible. Salieron para la Habana, la nave de Cortés se rezagó, y los demás se inquietaron, pero no se ponían de acuerdo en la elección del que iría a buscarle. “Y había entre nosotros muchos bandos y chirinolas (juego infantil de bolos) sobre quién sería capitán hasta la vuelta de Cortés, y quien más metió la mano en ello fue Diego de Ordaz, como mayordomo mayor de Velázquez. Pero como vimos llegar a Cortés, todos los más nos alegramos con su venida, salvo algunos que pretendían ser capitanes, y cesaron las chirinolas”. En la Habana, nueva campaña de reclutamiento, y Bernal detalla algunos fichajes: “Francisco de Montejo, que luego fue gobernador de Yucatán (y es el que llegó con Puertocarrero a la Casa de Contratación a entregarme la primeras joyas de México), Diego de Soto, el de Toro, mayordomo de Cortés, y un Juan de Nájera, no lo digo por el sordo, sino el del juego de la pelota en México…, todos personas de calidad”.

     - Y Bernal nos va a presentar hasta los caballos, señor mío.

     -Muy propio de él, jovencito. Después de añadir que “Cortés en la Habana comenzó a poner casa y a tratarse como señor, con maestresala y mayordomo”, se centra en los preparativos del embarque definitivo, lo que le da pie para expresar su pasión por los caballos. Cita 16 y a sus afortunados dueños. Abrevio, salvando algún comentario típico de Bernal: “Capitán Cortés, un caballo zaíno (castaño oscuro); Alvarado y López Dávila compartían una yegua alazana de buena carrera; Puertocarrero, la que le regaló Cortés; Velázquez de León, una muy poderosa a la que llamábamos la Rabona; Cristóbal de Olid, un caballo harto bueno; Francisco Montejo, un caballo que no fue bueno para la guerra; Francisco Morla, un caballo gran corredor; Juan Escalante, un caballo tresalbo (3 patas blancas) que no fue bueno; Diego de Ordaz, una yegua machorra que corría poco; Gonzalo Domínguez, muy extremado jinete, un caballo muy bueno…”. Sigue con los otros propietarios: Morón, Baena, Lares (“muy buen jinete”), Ortiz, el músico (“con uno de los mejores caballos”). Nombra al final a Juan Cedeño, aquel al que convenció Cortés para que se uniera a la expedición con su propio barco. “Pasaba Cedeño por  ser el más rico soldado que hubo en la armada, porque trujo navío suyo, y la yegua y un negro, así como cazabe y tocino. En aquella sazón no se podían hallar caballos ni negros si no era a precio de oro, y a esta causa no pasaron más caballos”. En la foto anterior hemos visto la Habana actual, pero entonces la ciudad estaba debajo, en la bahía donde pone Los Palacios. Desde allí se continuaba viaje hasta el cabo San Antonio, y se daba el salto a la costa de México.




jueves, 23 de febrero de 2023

(1962) El gobernador Velázquez temía una traición de Cortés, quien supo, de momento, tranquilizarlo con halagos. Luego Cortés aceleró la partida hacia México, y el gobernador intentó, inútilmente, apresarlo.

 

(15) -El dinamismo de Cortés era desmedido, secre. No había llegado todavía la licencia del rey y ya quedó toda Cuba pregonada.

     -Sabía vender y venderse, reverendo. Bernal dice que “Cortés en todo se daba mucha prisa”, y que creó tales expectativas de gloria y riqueza “que nos juntamos en Santiago de Cuba para salir con la armada más de 350 soldados; y de la casa del mismo Diego Velázquez salió un mayordomo suyo que se decía Diego de Ordaz, que lo envió para que no hubiese en el viaje ninguna mala traza de Cortés, porque siempre temió que se alzaría (como decía el ‘chocarrero’), aunque no lo daba a entender”.

     -Echa el freno, conductor, que quiero intervenir. Anunciemos ya que Ordaz le crearía muchos problemas a Cortés, pero, como la mayoría, fue víctima de su hechizo manipulador. Con el tiempo, ya conquistada Tenoctitlán-México, voló alto por su cuenta y  exploró la costa de Venezuela. Pero allí (ya lo contaste en la sublime biografía que me escribiste) tropezó con el alcalde de Cubagua, la isla perlífera; y ese alcalde, bien bragado, era  mi sobrino Pedro Ortiz de Matienzo. El enfrentamiento fue de alto voltaje; se embarcaron para zanjar el asunto en la Corte, y Diego de Ordaz murió durante el viaje, pero no, como algunos retorcidos dijeron, envenado por mi sobrino.

     -Justo era comentarlo, daddy. Prosiga Bernal: “Y vinieron otros muchos que eran amigos y paniaguados de Velázquez”. Aunque él siempre sería del bando de Cortés, no se priva de decir: “E yo me quiero poner aquí a la postre que también era de la misma casa de Velázquez, porque era mi pariente”. Muchos  amiguetes y familiares de Velázquez le estaban dando el tostón para que cambiara de capitán, quien, a su vez, pronto hizo alarde de cuál era su taimado estilo: “Sabiendo esto Cortés, no se quitaba de estar en compañía del gobernador, mostrándose muy gran servidor, y le decía que, Dios mediante, le haría muy ilustre señor e rico en poco tiempo”.

     -Bien contado, pequeñín; y quedan, pues, avisadas vuesas mersedes: si se descuidan, Cortés les robará la cartera. Como vio que el titubeante Velázquez se podía volver atrás y quitarle el mando, ordenó a todos los apuntados para la expedición que se embarcaran de inmediato. El gobernador quedó tan confuso que fue incapaz de reaccionar, “y después de haber oído misa, fue con nosotros a los navíos; tras muchos abrazos de Cortés al gobernador y  del gobernador a él, se despidieron. Nos hicimos a la vela y llegamos al puerto de Trinidad”; allí siguió reclutando gente.

     -Pon la lista que da Bernal, santo abad, para que se vea su peculiar y castizo estilo narrativo. 

     -Aun resumiendo (y saltándome muchos nombres), apreciaremos su prodigiosa memoria y ese amor a la pincelada humana. Dice que se apuntaron los hermanos Alvarado, señalando que Juan el Viejo (el mayor de ellos) era bastardo, “y Alonso Dávila, capitán que fue cuando lo de Grijalva; y Gonzalo Mexía, que luego fue tesorero en México; y Lares, el buen jinete (lo precisa para distinguirlo de otro Lares); y Cristóbal de Olid, el muy esforzado; y Ortiz, el músico; y un Alonso Rodríguez, que tenía minas de oro. Escribió Cortés a Sancti Spiritus con palabras sabrosas para atraer a muchas personas de calidad, como Alonso Hernández de Puertocarrero, primo del conde de Medellín, y Gonzalo de Sandoval, que llegó a ser gobernador de la Nueva España (México)”. Precisamente, fue Puertocarrero el que me trajo a la Casa de la Contratación de Sevilla, para el rey, las primeras joyas de México, y Bernal recuerda que Cortés, en cuanto se alistó, le hizo un buen  regalo, quizá manipulador: “Como aquel caballero  no tenía caballo ni de qué comprarlo, Cortés le compró una yegua rucia (color pardo o canoso), y dio por ella unas lazadas de oro que traía en la ropa de terciopelo”. Otro gesto de rápido ejecutivo: llega un barco con “pan cazabi y tocinos, que traía, camino de la Habana un Juan Cedeño, y Cortés le compró el navío fiado (adónde vas, infeliz, que México te espera), y Cedeño se vino con nosotros. Ya teníamos once navíos y todo se nos hacía prósperamente, gracias a Dios por ello”. Avisamos ya que la peripecia de Cortés será un constante salir de una y enredarse en otra: “Y estando de la manera que he dicho, envió Diego Velázquez mandamiento para que se le detuviera la armada a Cortés y le enviaran preso”.

     (En el mapa de Cuba se ve cómo Cortés aprovechó la proximidad de Sancti Spiritus a Trinidad para mandar allá propaganda de su viaje).




miércoles, 22 de febrero de 2023

(1961) Los que habían viajado con Grijalva querían que el gobernador le confiara la conquista de México, pero el astuto Cortés buscó influencias y consiguió el puesto. Bernal lo lamentó entonces, pero luego reconoció la enorme valía de Cortés.

 

     (14) –Y aquí empieza, damas y caballeros, la increíble historia.

     -Qué suerte, querido Sancho, que nos la cuente ‘uno que lo vio todo’, y sin florituras inútiles, sino con estilo llano, vivo y palpitante, desde el mismo momento de la concepción de la criatura hasta su feliz parto. Comienza así Bernal: “Visto por el gobernador  Diego Velázquez (nunca le pone el ‘don’  porque no le correspondía) que eran las tierras ricas, ordenó enviar una armada muy mayor que las de antes, con diez navíos”. Estaba dudoso sobre en quién confiar el mando; le dieron consejos de todo tipo. Los soldados del viaje anterior lo tenían claro: “los más decíamos que volviese el mesmo Juan Grijalva, pues no había falta en su persona y en saber mandar”. Entre bastidores, maniobraba Cortés: “Dos privados de Diego Velázquez hicieron secretamente compañía con un hidalgo que se decía Hernán Cortés, que se había casado con una señora que se decía Catalina Suárez de Marcaida (su hermano Juan tenía a medias una encomienda con Cortés)”. Veamos el estilo de Bernal aludiendo con irónicos pies de plomo a los enredos de Hernán: “Algunas personas decían que se casó con ella por amores (es decir, obligado por haberla mancillado), y de esto se habló mucho, por lo que no tocaré más en esta tecla”. Cortés les ofreció a los dos ‘privados’ hacerlos ricos con las ganancias del viaje, y ellos supieron convencer a Velázquez de que le encargara el mando de la expedición. Hace Bernal un comentario de algo que tendrá después graves consecuencias en la situación legal de las actuaciones del temerario Cortés. “Aunque Diego Velázquez pregonaba que enviaba a poblar (para animar a más gente), en privado decía que solo enviaba a rescatar, según se vio después en las instrucciones que dio”. Cuando se supo el nombramiento, hubo gran revuelo. Bernal nos introduce la anécdota de una especie de bufón shespiriano. Era domingo y Velázquez iba a misa rodeado de sus notables, “llevando a Hernán Cortés a su lado derecho para le honrar. Se puso delante un truhán que se decía Cervantes el Loco, haciendo gestos y chocarrerías, y decía: ‘¡Oh Diego!, qué capitán has elegido. Mas temo que se te alce con tu armada, porque todos le juzgan muy varón en sus cosas’. Túvose  por cierto que los parientes del gobernador (aspirantes al cargo) le dieron pesos de oro al chocarrero para que dijese aquello so color de gracias. Pero todo salió verdad como lo dijo”. Velázquez, pues, ya estaba mosqueado.

     -Así le avisó su mujer a Julio César, hijo mío. Sigo contando yo. Pasa después Bernal a llenar de elogios a Cortés, porque no se arrugaba haciendo críticas pero era sincero en sus admiraciones. Y, ¿qué quieren vuesas mersedes que les diga?: el extremeño, en el entorno que fija el cronista, España e Indias, llegó a alcanzar el peso histórico que le atribuye, y su mérito no fue menor que el de los ‘cracks’ que cita entusiasmado: “Verdaderamente Cortés fue elegido para ensalzar nuestra fe y servir a Su Majestad, como adelante diré. Fue en tanta estima tenido en Indias y en España como Alejandro en Macedonia, y entre los romanos Julio césar, Pompeyo y Escipión, y entre los cartagineses Aníbal, y en  nuestra Castilla Gonzalo Hernández de Córdoba, el Gran Capitán. Pero como el mesmo valeroso Cortés se holgaba (le gustaba)  de que no le pusiesen aquellos sublimados dictados (títulos), así le nombraré (Cortés) de aquí en adelante”. Y nos cuenta, no sabe uno si con tinte irónico o aprobatorio, la transformación del flamante capitán. Muy típico de él dedicarse de inmediato a organizarlo todo, pero también a pavonearse: “Y se comenzó a pulir y ataviar su persona más que de antes, y se puso su penacho de plumas con su medalla y una cadena de oro, y una ropa de terciopelo, sembradas por ella unas lazadas de oro, como un bravoso y esforzado capitán”. En la imagen aparece Cortés con algo más de  40 años, y si no es auténtico, ‘é ben trovato’; ya que da el perfil dandy que Bernal describe, y asoma en su pecho la cruz de Caballero de Santiago.




martes, 21 de febrero de 2023

(1960) Cortés fue el más completo de los conquistadores: culto, valiente, inteligente, carismático, apasionado… Y también manipulador: sus soldados, sabiendo su enorme valía, le aguantaron los abusos.

 

     (13) –Ánimo, socio; nos toca presentar al tiburón que se nos viene encima: Hernán Cortés. De momento solo unas pinceladas introductorias para que se vayan entendiendo todas las actuaciones de este elegido de los dioses que Bernal nos muestra con detalle.

     -Ese cronista único, reverendo, admiraba profundamente a Hernán, pero no le ahorró críticas, y el objetivo de su libro fue dejar claro que aquella ‘conquista’ era comparable a las hazañas más grandiosas de la Historia, que sin Cortés no se habría conseguido, y que tampoco sin el heroico esfuerzo de toda la tropa. ¿Lo conociste?

     -Hernán era bien joven, secre, cuando lo registré en la Casa de la Contratación al partir hacia ultramar en  1504, con solo 19 años. Tenía el aire presumido, aunque simpático, y con todo el aspecto de querer comerse las Indias enteras. Había estudiado en Salamanca, pero no más de dos años, abandonando los libros en busca de adrenalina y gloria, por ser alcanzable con inteligencia natural y mucho valor; su primo analfabeto, Francisco Pizarro, lo sabía bien. Cortés luchó en La Española y en Cuba contra los indios, tuvo cargos administrativos, se hizo rico con las encomiendas, dio rienda suelta a sus conflictivos amoríos, y participó en una miniconspiración contra el gobernador Diego Velázquez de Cuéllar, del que era su secretario (comienzo de una prolongada y novelesca enemistad). Uno de sus devaneos le costó caro. Su ‘amada’, Catalina Juárez Marcaida, le exigió matrimonio. Era hermana de una amante de Velázquez, y este tenía apresado a Cortés por sus intrigas, de manera que el amancebado gobernador le obligó a casarse para  dejarlo libre de la cárcel, con lo que se metió en otra peor porque la convivencia no fue precisamente idílica. No volví a saber de Cortés hasta que en 1519 le pusieron al frente de la expedición a México, algo sorprendente teniendo en cuenta sus grises servicios y sus encontronazos con Velázquez. Cuando nos llegó a la Casa de la Contratación el primer tesoro que consiguió (sin haber alcanzado todavía Tenoctitlán-México), empezaron a repicar en la Corte todas las campanas del entusiasmo, y eso sin saber aún que el resultado de su empresa, en buena lógica, debería haber sido un fracaso, con Cortés y los suyos sacrificados como animales en aquellos “malditos adoratorios”, que diría Bernal. Algo más de su carácter: sin duda las traumáticas experiencias de  su vida, especialmente a partir del inicio de la locura de México (tenía entonces 34 años), tuvieron que darle un gran sedimento de madurez, pero siempre conservó una energía y una ambición desbordantes, gran inteligencia, afición a la mujeres y marchamo de líder nato. Sigue tú, carísimo literato.

     -De acuerdo, reverendo. Allá va, resumido al máximo. Fue Cortés hombre muy valeroso, buen jinete y con gran sentido del humor. Todo lo puso al servicio de la ambición y la gloria, con una contradictoria mezcla de sentimiento religioso. Sus defectos no provenían de un enfermizo placer por el mal, sino de la maquiavélica táctica de que el fin justifica los medios; le encantaría la freudiana frase de que ‘en la guerra y el amor todo está permitido’. Se diría que Nietzsche escribió para él el libro  ‘Humano, demasiado humano’, o que se pasaba el día cantando ‘My way’. Era un líder tan seductor que hasta sus soldados le perdonaron algunos abusos que Bernal no se calla. Habilísimo manipulador, a los indios los enredó en situaciones verdaderamente kafkianas. Muy calculador, pero, a la desesperada, dispuesto a jugar a la ruleta rusa con el cargador a falta solo de una bala. De enormes reflejos para encarar los terribles problemas que se sucedieron sin tregua durante el año largo que les costó dominar México, venciendo una estadística que los condenaba casi sin remedio a la muerte. El retrato de la imagen (de contrastada autenticidad) se hizo cuando ya tenía más de sesenta años. A pesar de sus enormes éxitos, tuvo posteriormente muchas decepciones. Tras la gloria, llegó el sufrimiento moral.




lunes, 20 de febrero de 2023

(1959) Regresaron a Cuba. Había sido la 2ª expedición a la costa mexicana, preludio de la grandiosa hazaña que acometerían después. El gobernador Velázquez consiguió por medio del obispo Fonseca que Carlos V le confiara su organización.

 

     (12) –Incapaces de estarse quietos, jovencito, los divinos impacientes siguieron adelante a lo largo de la costa, y vieron por primera vez las sierras del volcán Tuxtla y las de Tuxpan, con muchas poblaciones diseminadas, ya en la zona de Pánuco. Atracaron y tuvieron que defenderse de unos indios belicosos, levando anclas rápidamente para continuar hasta que “llegamos a una punta muy grande, tan mala de doblar y las corrientes muchas, que no pudimos seguir”. El prestigioso piloto Alaminos les convenció de que convenía finalizar el viaje. Relévame, hijo mío.

     -Estoy nervioso, daddy, porque vamos a empezar pronto a oír la historia más grande jamás contada; lo de Hernández de Córdoba y lo de Grijalva ha sido apasionante, pero no pasan de aperitivos del gran banquete que nos espera con Cortés. Y sigue Bernal: “Grijalva decía que quería poblar, pero los capitanes Alonso Dávila y Francisco de Montejo decían que no, porque sería imposible aguantar más, y también los soldados estábamos muy trabajados de andar por la mar; y quedó acordado volver a Cuba”. En una parada, “un soldado que se decía Bartolomé Pardo fue a una casa adoratorio, y cogió muchos ídolos y cuchillos de pedernal con que los indios sacrificaban y retajaban, llevándoselo al capitán, y muchas piezas de oro, que se las quedó. Algunos se lo censuraron, pero le rogamos a Juan de Grijalva que se lo dejase, y como era de buena condición (sabía Bernal valorar las cualidades), mandó que, quitado el quinto (impuesto para el rey), lo demás fuese para el pobre soldado”. Haciendo el camino a la inversa, tardaron 45 días en llegar a Santiago de Cuba, “donde el Diego Velázquez nos hizo buen recibimiento”. Pero no a Grijalva, diciéndole que, aunque tenía orden de no poblar, debería haberlo hecho. ¿Qué te parece, reve?

     -Pues que me alegro infinito de que este injusto bocazas cometiera luego el gravísimo error de confiar la próxima expedición a alguien que sí se atrevió a desobedecerle (Cortés). Otro fallo le costaría caro al gobernador Velázquez: la impaciencia. “Y entonces ya había pláticas para enviar otra armada y sobre quién elegirían por capitán. Y Diego Velázquez temió que, antes de que él hiciera relación de ello a Su Majestad, algún caballero de la Corte le hurtaría la bendición y pediría la licencia para descubrir y poblar”. ¿Y qué hizo, secre? -Pues mandó un contacto adonde tu ‘padrino’, Fonseca. No sufras. -¡Ay, Dios mío! Cara voy a pagar su antigua protección. Veámoslo. Si yo viví al amparo de mi padrino, mucho más y mejor Diego Velázquez, el gobernador de Cuba, porque le  aportaba grandes beneficios. Dice Bernal que “envió a su capellán, Benito Martín, con cartas para Don Juan Rodríguez de Fonseca, obispo de Burgos, y para el secretario del rey López de Conchillos (el príncipe de los corruptos), que se ocupaban de las cosas de Indias. Y el Diego Velázquez les era gran servidor, en especial del obispo, pues les dio (los beneficios) de pueblos de indios en la misma Cuba, que les sacaban oro de las minas, y así hacían mucho a favor de las cosas del Diego Velázquez (pasa de mí este cáliz, Señor)”. Bernal no puede hablar más claro, y sin pelos en la lengua: era capaz de enfrentarse con la verdad delante de los más poderosos. Acto seguido, nos señala lo que daría origen a un tremendo conflicto en la conquista de tierra firme. “El Benito Martín consiguió provisión para que se le nombrara a Diego Velázquez Adelantado de Cuba, pero no vinieron los despachos antes de que el valeroso Cortés saliese con otra armada”. Las consecuencias, ya las veremos. Pero ahora, como Fonseca no solo era temible, sino también un personaje de altos vuelos con enorme peso histórico (al que mucho le debí), déjame poner una foto que muestra sus inquietudes de refinado mecenas. Le encargó a Diego de Siloé (hijo de Gil) que construyera en la catedral de Burgos (donde yo fui su tesorero) esa preciosidad de la foto, La Escalera Dorada: atrevido diseño, mármoles finos, forjados artísticos, tapices de ensueño… algo principesco, repitiendo los alardes que ya dejó en la catedral de Palencia.




domingo, 19 de febrero de 2023

(1958) Llegaron los españoles a una isla a la que llamaron San Juan de Ulúa, y vieron un templo con horrendos sacrificios. Fue Alvarado a Cuba para obtener refuerzos y provocó una locura de entusiasmo por el prometedor México.

 

     (11) -Recordemos, discípulo amado, que primero F. Hernández de Córdoba, y ahora Juan de Grijalva, estaban preparando sin saberlo una lanzadera para que luego Cortés alcanzara la máxima gloria.

     -Pero digamos, divino maestro, que Bernal tuvo el especial mérito de jugarse el tipo viajando con los tres; él lo dice con justo orgullo, porque fue el único que vivió las tres terroríficas ‘movidas’. La relectura de su originalísimo libro me está aclarando un sinfín de cosas. Así, nos sigue contando que llegaron en su viaje a “una isleta donde ahora está el puerto de Veracruz”, a la que llamaron San Juan de Ulúa, dejando bien precisado su emplazamiento. Y, como suele, explica la denominación. Dice que le pusieron Ulúa por una mala interpretación de un indio que, en realidad, hablaba de Culúa (México). Y atribuye el San Juan a que la fiesta estaba cercana y a que “nuestro capitán se llamaba Juan”. Sigue tú, reverendo.

     -Gracias, hijo mío. Me parece bien que Bernal repita los horrores para que se sepa que no era algo anecdótico. Desembarcaron en la playa “y hallamos una casa de adoratorios con un ídolo muy grande y feo al que llamaban Tescatepuca (Tezcatlipoca: a Bernal le cuesta afinar, pero siempre se aproxima), acompañándole cuatro papas (sacerdotes) que tenían sacrificados de aquel día dos muchachos abiertos por los pechos, habiendo ofrecido los corazones y la sangre a aquel maldito ídolo. Y los sacerdotes nos venían a sahumar con lo que sahumaban a su Tescatepuca. Y no lo consentimos, sino que tuvimos gran lástima de ver muertos aquellos dos muchachos y ver tan grandísima crueldad”. Ahí tenemos al implacable soldado, harto de guerra y de muertos, pero que se estremece ante la estúpida tragedia de dos pobres diablos. “Y viendo que el tiempo se nos pasaba en balde, teniendo por cierto que aquellas tierras (las de la costa recorrida) no eran islas sino tierra firme y que había grandes pueblos y que el pan cazabi (de yuca) estaba muy mohoso y sucio de fatulas (cucarachas), y que no éramos bastantes para poblar (habían muerto 13 soldados),  fue acordado enviar a pedir socorro al Diego Velázquez, porque Grijalva muy gran voluntad tenía de poblar y siempre fue muy valeroso y esforzado capitán, y no como lo escribe el cronista Gómara”. Bernal, honorablemente, se revuelve contra un Gómara que oscurecía a Grijalva para que brillara más todavía su ‘sponsor’, Cortés. ¿Y a quién mandaron a Cuba?

     -Pues el elegido, caro Sancio, fue la saeta rubia, Alvarado.

     -Pero no le eligió Grijalva por lo mucho que valía. “Para hacer aquella embajada, acordamos que fuese el capitán Pedro de Alvarado, por dos cosas: lo uno porque ni Juan de Grijalva ni los demás capitanes estaban a bien con él por la entrada que hizo (sin permiso) en aquel río que nombramos Alvarado; y lo otro, porque había venido a aquel viaje de mala gana y medio doliente (Gómara escribió que lo que tenía era mal de amores, ‘que se perdía por una isleña’)”. Cuenta Bernal que ya les había mandado Velázquez desde Cuba un barco de ayuda, pero que tuvo que darse la vuelta por un temporal. Y nos menciona a su capitán, un personaje posteriormente clave (y de trágico final) en la aventura de México: “Cristóbal de Olid, persona de valía y muy esforzado, que fue maestre de campo cuando lo de Cortés”. Llegó Alvarado a Santiago de Cuba y aquello fue la locura: a todos les entró la fiebre del oro por las muestras que llevaba. “Y como el Alvarado se lo sabía muy bien platicar (hasta el piquito lo tenía de oro), el Diego Velázquez no sabía sino abrazarle y tener ocho días de gran regocijo y jugar cañas (torneos light). Y con este oro se sublimó mucho más la fama en todas las islas y en Castilla de que aquellas eran ricas tierras (un frenesí)”. Termina Bernal con un irónico quite de los suyos. “Y dejaré al Diego Velázquez haciendo fiestas y volveré a nuestros navíos, que estábamos en San Juan de Ulúa”. Véase en la foto la fortaleza que diseñó después Cortés en esta pequeña isla, que está pegando a la gran Veracruz actual. 


 

viernes, 17 de febrero de 2023

(1957) Entre los indios de la costa estaban dos de México, enviados por Moctezuma para tantear a los españoles. Hubo una paz simulada por ambas partes, y los soldados vieron luego un templo de horrorosos sacrificios.

 

     (10) –Siguieron navegando y los indios ‘se cachondeaban’ a lo lejos.

     -Certo, dottore. Dice Bernal que, “desde la costa y armados, iban haciendo pernetas (saltos de burla enseñando el trasero). E más adelante llegamos a un río que pusimos por nombre río de Banderas, porque estaban en él muchos indios revolando banderas grandes y llamándonos”. A toro pasado, Bernal, que escribe años después, puede explicar perfectamente a qué venía aquella exhibición. Moctezuma (el nombre más apropiado sería Motecuzoma) tenía un sistema de información ‘postal’ muy eficaz: mensajeros de rapidez olímpica, que turnándose sin parar día y noche, le llevaban las noticias en tiempo récord. Estaba enterado al detalle del viaje anterior y del presente, de lo temibles que eran los españoles luchando, a pesar de su, comparativamente, reducido número, “y, en fin, de que nuestra demanda era buscar oro a trueque del rescate (objetos para cambio) que traíamos”. Tenía, además, ‘fotógrafos’, es decir, artistas que “todo lo habían llevado pintado en unos paños”. Por eso dio orden de comerciar el oro con los españoles “e inquirir cuál era nuestro intento”. Bernal comenta lo que siempre se ha contado y debe de ser cierto, a pesar de su absurdo: “Según se decía, sus antepasados les habían dicho que vendrían gentes de donde el sol, con barbas, que los habían de señorear”. ¿Cómo lo ves?

     -Pues como siempre, socio: aquello parecía un recibimiento solemne, pero alguien tenía que dar el primer bocado por si era venenoso. Le tocó bajar a la playa a Francisco de Montejo con varios soldados, Bernal entre ellos. Por primera vez se pusieron en contacto con autoridades aztecas, en medio de numerosos indios sometidos por Moctezuma. Al final, todo fueron estratégicas zalamerías por ambas partes, a pesar de que Julianillo, ‘la lengua’, no entendía el náhuatl, y los españoles recibieron una cantidad importante de joyas de oro. Incluso “tomamos un indio que después entendió nuestra lengua, se volvió cristiano, con el nombre de Francisco, y después le vi casado con una india”. Digamos que habían empezado los tanteos de dos pesos pesados que se temen. Como pasaron después varios días sin que volvieran los indios, zarparon de nuevo, bautizando todo lo que encontraban: “Vimos una isleta de arena blanca, y pusímosle nombre de Isla Blanca, y no muy lejos otra que tenía árboles verdes, y pusímosle Isla Verde”.

     -De lo  más inocente, querido Sancho. Pero encontraron otra muy especial…

     -Así es, mi secretario; encontraron otra isla también de apariencia inocente, y lo era para aquella civilización nutrida del horror. No se olvide que toda Mesoamérica tenía por dios al Sol, y vivía con la angustia de que podía apagarse si no se le alimentaba con sacrificios humanos. Esta vez copiaremos a Bernal de pe a pa: “Hallamos dos casas de cal y canto, y en cada casa unas gradas (sin duda eran pirámides mayas) que subían a unos como altares, y en aquellos altares tenían unos ídolos de malas figuras que eran sus dioses. Y allí hallamos sacrificados de aquella noche cinco indios, y estaban abiertos por los pechos y cortados los brazos y los muslos, y las paredes de las casas llenas de sangre, de todo lo cual nos admiramos en gran manera. Y pusimos el nombre a esta isleta de Isla de los Sacrificios, y ansí está en las cartas de marear (conserva el nombre; véase el mapa)”. ¿Quién que no estuviera loco seguiría porfiando en enfrentarse a aquel espantoso imperio? La 2ª foto es la de la isla, donde solo vive el farero, se supone que con horribles pesadillas nocturnas.




jueves, 16 de febrero de 2023

(1956) Los indios ya no querían pelear, sino que los españoles pasaran de largo, y fueron ellos los primeros que les hablaron de la existencia de México. Alvarado, sin permiso de Grijalva, se desvió con 3 naves para explorar.

 

     (9) –Oye, secre: el gran piloto Alaminos era un atajagoces.

     -Y que lo digas, reve: “Yendo adelante, llegamos a una boca como de río grande, y decía Alaminos que era isla (qué obsesión) y que partía los términos de la tierra, y de esta causa le pusimos nombre de boca de Términos (véase el mapa). Y saltamos a tierra y hallamos que no era isla sino ancón (ensenada) y muy buen puerto; estaba muy despoblado, pero había unos adoratorios de cal y canto con muchos ídolos, donde los mercaderes y cazadores de paso sacrificaban. Continuamos hasta llegar a un río que se llama Tabasco, como el cacique del pueblo, e como lo descubrimos en este viaje, le nombramos río Grijalva”. En esta ocasión, la actitud de los indios fue diferente.

     -Consecuencia de lo pasado, baby. Los de Tabasco sabían muy bien, por las noticias de lo  que ocurrió en Potonchán en el viaje anterior, que los españoles eran muy peligrosos. Estaban muy prevenidos, pero solo querían que pasaran de largo. Así que hubo regalitos mutuos, teatrales abrazos, y hasta el paternalista sermón estereotipado de Grijalva. Los indios les dieron vituallas abundantes, pero contestaron “que señor ya tienen, y que agora veníamos y les queríamos dar señor nuevo, e que mirásemos que no les diésemos guerra como en Potonchán, porque tenían aparejados unos tres xiquipiles de guerra, que son cada uno de 8.000 hombres”. El miedo era mutuo, y se impuso la diplomacia. Los nativos se mostraron complacientes regalándoles joyas no muy valiosas, pero sobre todo, sin pretenderlo, les dieron una información de incalculable valor: “Aunque no valía mucho el presente, tuvímoslo por bueno por saber cierto que  tenían oro; dijeron que no tenían más, y decían que abundaba donde se pone el sol: ‘Culúa, Culúa’, y ‘México, México’ (eran lo mismo), y nosotros no sabíamos qué cosa eran Culúa y México”. Momento clave en el que se van ajustando las piezas del puzle, aunque todavía la figura sea confusa. Sin peleas, lo que ya era un pasito importante en el trato con los indios (el pan se iba cociendo), continuaron por la costa. Alcanzaron Coatzacualcos, “y aparecieron las grandes sierras que están todo el año cargadas de nieve. El capitán Pedro de Alvarado, adelantándose, entró en un río, y le pusimos de nombre río de Alvarado”. Muy propio de su carácter, de gran valía pero ambicioso y precipitado. “Y a causa de entrar en el río sin licencia, el general se enojó mucho con él”. Alvarado era mucho Alvarado.

     -Mientras, my dear priest, Cortés disfrutaba de la vida en Cuba.

     -Dejémosle que descanse, secre, porque le llegará la hora de entregarse a una sobrehumana locura. Observemos el mapa. El amplio puerto de que habla Bernal conserva el nombre de Laguna de Términos (no sabemos a qué términos se refería el piloto Alaminos, quizá a “fronteras”), y al lado está el río Grijalva. Era territorio de Tabasco. Fue en Cuatzacualcos donde Pedro de Alvarado se metió sin permiso con tres navíos en un río (el ansia de descubrir),  con un ‘cabreo’ enorme de Grijalva que, como veremos, le duró lo suyo, por el peligro de que “le viniese algún apuro en parte donde no le pudiésemos ayudar”. La biografía de Pedro resultó una de las más notables de Indias, con algún patinazo de consideración. En el libro de Bernal, aparecerá continuamente, e incluso, al final, lo describirá con perspicacia, como hizo con otros de los principales protagonistas. Nació en Badajoz (y dale con los extremeños) el año 1485 (cosecha Cortés). En 1510 viajó a La Española en el séquito del virrey Diego Colón, acompañado de 5 hermanos, Gonzalo, Jorge, Gómez, Hernando y Juan, quienes, curiosamente para aquellos tiempos, todos utilizaron el apellido Alvarado. E sepan (dice Sancho en su antiguo hablar) cuantos esto leyeren que yo lo vi en la mi Casa de la Contratasión de Sevilla, desde donde partió para Las indias eclipsando hasta al soberbio virrey: era un mansebo de veinte e sinco años, muy galán, de fermoso rostro, alto moso e de cuerpo membrudo, e supe, e no me equivoqué, que los indios lo habrían de mitificar por sus abundantes cabellos y barbas de un rubio ensendido, tanto que le apellidaron Tonatiu (el Sol).




miércoles, 15 de febrero de 2023

(1955) Segundo viaje a la costa mexicana. El piloto Alaminos, absurdamente, seguía insistiendo en que aquello era una isla. Los nativos fanfarroneaban por la victoria anterior, pero esta vez saldrán escarmentados.

 

     (8) -Partamos, pues, con Bernal, secre, que ya tenía yo ganas.-Derechitos a Yucatán, tierno abad, pero pasando por el puerto de Matanzas (Cuba). Bernal  aclara la toponimia: “Antes de  que la isla (Cuba) se conquistase, zozobraron 30 españoles en aquella costa. vinieron unos indios y los mataron, salvo a tres hombres y una mujer, que era hermosa y se la quedó un cacique. Y por esto se puso el nombre de Matanzas. Yo la conocí, y la vi casada en Cuba con Pedro Sánchez Farfán”. Bernal y sus compañeros se dispusieron a volver de nuevo a Yucatán. Oyeron misa, y zarparon. ¿Qué tal, pater? -Que nadie olvide, hijo mío, que uno de los pilares fundamentales de la epopeya de Indias era la fe, que les daba un coraje ciego frente a las imposibles batallas. El capitán general de la armada, Juan de Grijalva, nacido en Cuéllar en 1490, había ganado méritos y riqueza bajo el mando de su paisano Diego de Velázquez, en la conquista de la isla el año 1511. Bernal dice que salieron el 8/4/1518, “y en 10 días doblamos el cabo (cubano) de San Antonio (el mapa muestra el recorrido); y en otros 10 días vimos la isla de Cozumel, que entonces la descubrimos. Cuando bajamos a tierra, los naturales habían huido, pero vino una india moza de buen parecer, y hablaba jamaicano. Dijo que naufragó junto a la costa y que los indios mataron a su marido y sus compañeros, sacrificándolos a los ídolos. Luego Juan de Grijalva, mandó que nos embarcásemos, y la india se fue con nosotros”. -Ojo al dato, reve: “se fue”; quizá esperara una vida mejor. -Es de suponer, jovencito, ya que se suele idealizar la vida de los nativos. Cuenta Bernal que iban siguiendo la ruta del viaje anterior. Llegaron así a Champotón, “donde nos habían desbaratado los indios, y se juntaron todos como la otra vez, cuando nos mataron 56 soldados, por lo que estaban muy ufanos”. Describe la parafernalia chulesca de los indios. Bajaron a tierra aguantando un chaparrón de flechas y piedras, y tras enzarzarse cuerpo a cuerpo, “les hicimos perder la furia a buenas estocadas y con las ballestas, haciéndoles retraerse a unas ciénagas”. Balance de la primera ‘visita’: “nos mataron a 7 soldados, y al capitán Grijalva le dieron 3 flechazos y le quebraron 2 dientes. Prendimos a 3 indios, y por medio de las lenguas (intérpretes) Julianillo y Melchorejo, se les dio a entender que se les perdonaba lo hecho, y les mandó a llamar al cacique del pueblo, pero no volvieron”. Siempre amigo del detalle, Bernal habla de algo desquiciante en la batalla: “Había muchas langostas pequeñas, que nos daban en la cara, y como los indios tiraban mucha flecha y granizo de piedras, pensábamos que eran las langostas, y no nos escudábamos, por lo que la flecha venía y nos hería. Otras veces creíamos que eran flechas y eran langostas, con harto estorbo para nuestro pelear”. Digamos de paso que los capitanes de Indias, hasta los más importantes, no solo eran de ordeno y mando, sino también de liarse a espadazos en primera fila, y así le flecharon y le volaron los dientes a Grijalba.




martes, 14 de febrero de 2023

(1954) El primer viaje a la costa mexicana fue muy duro, muriendo muchos, y hasta quien iba al mando, Francisco Hernández de Córdoba. Pero los descubrimientos resultaron prometedores, y el gobernador Velázquez preparó otra salida.

 

     (7) -Arrea la mula, que se nos larga Bernal. Está ya en Chipiona. -Tranqui, reve, que ya lo veo. Seguro que bautizó ese rincón de Cuba algún paisano de Rocío Jurado. En Trinidad, un paisano de Bernal, Antonio ‘de Medina’ (por si las dudas), le ayudó, y con ese alivio, había conseguido llegar a Santiago y ver a su pariente, el Gobernador Velázquez, que ya estaba engolosinado con lo que se contaba del viaje del fallecido Fernández de Córdoba.  Preparó otra expedición, y como daba por correcto el nombre de aquella tierra, le preguntó a Bernal “que si estaba bueno para volver a Yucatán, y riéndome le dije que allá no lo llaman así, y que mejor nombre sería ‘la tierra donde nos mataron a más de la mitad de nuestros soldados’; y entonces dijo, volved otra vez a la armada que hago, que yo mandaré al capitán Juan de Grijalva que os haga mucha honra”. Luego cuenta detalles de la preparación. Dinos algo. -Un placer, pequeñuelo, porque saca a relucir a cuatro pesos pesados de Indias que yo conocí bien. “Y en aquella sazón halláronse  presentes en Santiago Juan de Grijalva, Alonso de Ávila, Francisco Montejo y Pedro de Alvarado, que eran hombres principales”. Bajo el mando de Grijalva como capitán general, se le confió a cada uno de los otros un barco. La noticia tuvo entusiasmado eco, “y pronto nos juntamos 240 compañeros, y pusimos matalotaje (provisiones) y armas; trajimos un clérigo que se llamaba Juan Díaz, sevillano, y los 3 pilotos del otro viaje, Antón Alaminos, de Palos (no de Cantabria como alguno dice), Camargo, de Triana, y Juan Álvarez el Manquillo, de Huelva”. Ahorita le veremos disculparse por tratar a lo llano a los tres capitanes. -Se nota, querido Sancho, que Bernal está  escribiendo lo que tantas veces contó en un corrillo a petición de curiosos y amigos. -Y explica por qué casi los tutea: “Parece cosa descomedida nombrar secamente los nombres de estos grandes capitanes,  pues Pedro de Alvarado fue Gobernador de Guatemala y Caballero de Santiago, Montejo, Adelantado de Yucatán y Gobernador de Honduras, pero Alonso de Ávila no tuvo tanta ventura, porque le prendieron los franceses”. Es típico de Bernal liarse con lo anecdótico, y en este caso se olvida de que Alonso de Ávila tuvo un gran protagonismo en México. Fue llamativo que lo apresaran los franceses, pero tiene poca importancia en su notable biografía. Acto seguido, Bernal deja claro que va a continuar un tiempo dándoles un trato sencillo: “Les seguiré llamando solo por sus nombres hasta que tuvieron concedidos por Su Majestad los honores mencionados”. (El monumento de la foto es el dedicado a Bernal en Medina del Campo. Tiene grabado al dorso los nombres de los compañeros de fatigas que él cita en 15 páginas al final de su libro: en total, ¡unos 500! Y en el texto van sus nombres y algunos datos personales. Es una lástima que, por respeto a los difuntos, no se añada en el monumento la lista de los nombres de los caballos que él recordaba en su crónica. Prodigiosamente memorioso y humano).




lunes, 13 de febrero de 2023

(1953) Vuelto Bernal a Cuba con poco éxito de la expedición a Yucatán, se le hundió una barca, y casualmente, llegó a nado adonde estaba Bartolomé de las Casas. No le gustaron sus exageradas críticas a los españoles.

 

     (6) -Aleluya, pequeñín: lograron volver a Cuba, y desde el Puerto de Carenas (adonde se trasladaría La Habana), escribieron rápidamente al gobernador Velázquez, que residía en Santiago. –Pero con secuelas, reve: “Nuestro capitán Francisco Hernández y otros tres soldados murieron pronto de sus heridas”. Ya en Santiago, el gobernador, con ojillos libidinosos abrasaba a preguntas a los dos indios, Melchorejo y Julianillo, para saber qué riquezas había en sus tierras, y lo contentaban con diplomáticas trolas: “No le decían verdad, porque está claro que en todo Yucatán no hay minas de oro ni de plata”. -Grazie tante, caro. Lamenta Bernal que todos los soldados volvieron pobres. Luego se queja de que el gobernador Velázquez escribió a la Corte dándose todo el mérito de la expedición, y añade que mi “padrino”, el obispo Fonseca, le mandó una carta al rey “dando mucho favor al Diego Velázquez, y no hizo memoria de nosotros, que hicimos el descubrimiento”. Tras curar sus heridas, Bernal y otros tres partieron para Trinidad en la canoa de un comerciante, pero, 8 días después, una tormenta la hundió: “Quedamos descalabrados, y desnudos en carnes para poder mejor nadar. Y quiso Dios que llegáramos a un pueblo de indios, el cual era del padre Fray Bartolomé de las Casas (brotan como hongos los grandes de Indias), clérigo presbítero, al que después conocí fraile dominico y luego obispo de Chiapas” -Y Bernal todo el tiempo jugando a la ruleta rusa, my dear priest.  -Ciertamente: es una historia vivida de forma continua al borde del abismo. Vamos a puntualizar un pelín el comentario que hace Bernal sobre Bartolomé de las Casas. Dice con mucha propiedad que llegó a un pueblo llamado Yaguaramas (así sigue), pero para esas fechas, 1517/18, Bartolomé ya había renunciado a la encomienda de indios que tenía allí (quizá la equivocación venga de que todavía no fuera un hecho público). Bernal hablará mucho de él a lo largo de su libro, y siempre tachándolo de exagerado: era imposible que un “conquistador” estuviera de acuerdo con una eliminación total de la utilización de los indios. Terminemos con unos apuntes de los inicios de Bartolomé en Indias. Al principio fue un clérigo vividor, y se hizo rico pronto con las encomiendas; pero un sermón apocalíptico del dominico Montesinos, le sacudió tanto los hondones de su alma, que abandonó de inmediato la frivolidad de su vida clerical, y se hizo más montesinista que el incendiario predicador. El resto de su vida fue “Bartolomé contra el mundo”: exagerado, peleón, intransigente, genial, prodigioso escritor, hiperactivo… y, para mayor incordio general, muy longevo. El caso es que, gracias a él, la situación de los indios mejoró sustancialmente, y las leyes se humanizaron. ¿Habría habido en aquel tiempo algún otro país capaz de escucharle? Vean su merecida estatua en Guatemala.




domingo, 12 de febrero de 2023

(1952) Los indios mataron a unos 50 españoles y se decidió regresar a Cuba. Aunque el gran piloto Alaminos insistiera erróneamente en que Yucatán era una isla, acertó al regresar por Florida, descubierta por él anteriormente.

 

     (5) –Da miedo verlo hasta desde la barrera, secre. Que vienen, que vienen los escuadrones de Potonchán, “con sus arcos, flechas, rodelas, espadas, hondas con piedras, y con las caras pintadas”. -De momento fue solo un acercamiento táctico, caro Sancio. “Esto pasó a las horas de las avemarías (anochecer)”. Los indios se marcharon, pero “cuando ya era de día claro, vinieron muchos más y nos dieron tal rociada de flechas y piedras que hirieron a unos 80 de nuestros soldados. Le dieron diez flechazos (al capitán Hernández de Córdoba), y a mí tres. Y a dos soldados llevaron vivos, que uno era Alonso Boto, y el otro un portugués viejo”. Bernal siempre procura conservar la memoria de sus compañeros; parte el alma saber su destino. Todos los soldados se vieron tan desesperados, que optaron por abrirse paso a las bravas hasta  los bateles de la playa. -Así fue, socio: “Hechos todos nosotros un escuadrón, nos acogimos a los bateles, y fuimos al navío que venía con gran prisa a buscarnos. Ya embarcados, hallamos que faltaban unos 50 soldados, más los dos que llevaron vivos, y cinco que echamos a la mar a los pocos días, muertos de las heridas. Los pilotos le pusieron por nombre al lugar en las cartas de marear Costa de la Mala Pelea. Y ciertos soldados maldecían al piloto Antón de Alaminos porque porfiaba que el lugar era una isla y no tierra firme”.  Estaba equivocado,  y el “cabreo” de la gente se debía a que, de no ser tierra firme, su descubrimiento tenía poco valor. Era muy experto, pero se pasó de listo. -Yo creo, reverendo, que para calibrar la dosis de terror de aquella aventura, lo mejor sería ver Apocalypto, la película de Mel Gibson. Con todos descalabrados, “sólo un soldado quedó sin herir, y acordamos volver a Cuba, pero teníamos  falta de agua, y era tanta la sed, que teníamos las lenguas y las bocas hechas grietas”. Y Bernal, con el recuerdo, explota. Te dejo la delicatesen. -Okay, joven: “¡Oh, qué cosa tan trabajosa es ir a descubrir tierras nuevas, y de la manera que nosotros nos aventuramos! No lo pueden ponderar sino los que han sufrido esos excesivos trabajos”. -A pesar del malestar con el piloto Alaminos por insistir equivocadamente en que no habían descubierto tierra firme, aceptaron su consejo de volver a Cuba por la Florida, puesto que conocía bien la ruta. Consiguieron llevar agua al barco, “con lo que se alegraron todos como si les diéramos la vida, pero  un soldado, por la gran sed que tenía tomó una botija a pechos y bebió tanta agua que se hinchó y murió a los dos días”. (La imagen es ilustrativa. Alaminos se aferró a la chapuza de creer que estaban costeando una isla, y se trataba en realidad del inmenso México. Pero era un grandísimo navegante, y acertó al escoger el camino de vuelta a Cuba subiendo hasta la Florida, tierra que había descubierto en 1513 bajo el mando de Juan Ponce de León, con el recorrido que muestra el gráfico).




viernes, 10 de febrero de 2023

(1951) Bernal iba en la primera expedición que tocó la costa mexicana (bajo el mando de Francisco Hernández de Córdoba). Descubrieron tribus con costumbres parecidas a las de los aztecas e igualmente belicosas.

 

     (4) –Es como si viajáramos al ladito de Bernal, reverendo. En el mismo barco, y, en tierra, tú a caballo, y yo, tu humilde secre, sobre un borrico. -De eso nada: en dos mulas cardenalicias, evitando el trote para cuidar las vértebras. Dice Bernal que partieron de Cuba el 8/2/1517. Iba al mando Francisco Hernández de Córdoba, quien, como Cortés, era ya un rico encomendero en la isla por haber participado en su conquista. Tras 21 días de navegación llegaron a una costa nunca descubierta. “Vimos venir 10 canoas muy grandes, que se llaman piraguas, todas hechas de un madero grueso, y caben hasta 40 indios”. Subieron algunos a la nao capitana. “Llevaban sus vergüenzas cubiertas, por lo que los tuvimos por hombres de más razón que los indios de Cuba, que andan con ellas fuera”. Volvieron al día siguiente, y les oyeron que repetían “catoche”. Bernal le da un sentido discutible (no tenían intérprete), “y por esta causa pusimos por nombre a aquella tierra Punta Catoche (lo conserva)”. Los españoles bajaron a la playa a pesar de la presencia de una multitud de indios. Era una trampa. “Cerca de unos montes, empezó el cacique a dar voces para matarnos, los indios nos comenzaron a flechar y de la primera rociada nos hirieron a quince. Mas quiso Dios que les hicimos huir cuando conocieron las ballestas, las escopetas (arcabuces) y el buen corte de las espadas, de manera que quedaron 15 muertos”. Llegaron a un poblado donde había algún objeto de oro bajo, y vieron por primera vez en Indias casas de cal y canto, que eran adoratorios con ídolos. Su importancia les puso “muy contentos porque entonces no se había descubierto el Perú. Y prendimos a dos indios que después se bautizaron; se llamaron Julián y Melchor, y ambos eran bizcos”. El piloto Alaminos pensó equivocadamente que se trataba de una isla. En realidad, estaban ya en Yucatán, parte de la extensísima tierra firme de México. Siguieron costeando durante 15 días, relajaditos porque solo el mar podía ser su enemigo. Pero viajaban para descubrir. “Y vimos desde los navíos un pueblo”. Ese lugar era Campeche. Fue necesario bajar “para tomar agua, pues las pipas que traíamos no venían estancas”. Lo hicieron con muchas precauciones, y unos indios aparentemente amistosos les invitaron a su poblado. El adoratorio tenía sangre por las paredes. Diez de ellos eran sus sacerdotes, “que allá se llaman papas;  llevaban las ropas hasta los pies y los cabellos largos y llenos de sangre revuelta. Los indios de guerra comenzaron a silbar y tañer sus bocinas y atabalejos (acongojante, ¿no?). Y como aún no teníamos sanas las heridas y hasta se nos habían muerto dos soldados, que echamos a la mar, tuvimos temor (como para no tenerlo, Bernalito)”. Sin perderles de vista se fueron replegando militarmente hasta alcanzar las naos. Continuaron navegando, y faltó poco para que el mar se los tragara, en situación tan angustiosa que Bernal exclama: “¡Oh, en qué trabajos nos vimos!”. Volvió la calma, y avanzando varios días rumbo al sur, vieron otro pueblo con una ensenada. Como las pipas eran de saldo, bajaron de nuevo a llenarlas de agua en aquel lugar, que se llamaba Potonchán, y estando en esa tarea, “vinieron por la costa muchos escuadrones de indios… (un sinvivir)”.