jueves, 31 de agosto de 2017

(Día 474) Pizarro parte precipitadamente hacia las Indias para que no vean los funcionarios reales que va con menos gente de la exigida. Almagro, al comprobar que le había engañado, “se amohinó”.

     (64) Como esto fue un tema de filias y fobias, el cronista Pedro Pizarro se pone incondicionalmente a favor de Pizarro y carga las tintas sobre la supuesta mezquindad de Almagro. Lo mismo le ocurrió al  asombroso Charles F. Lummis (fallecido en 1928), quien tuvo la rareza de que, siendo norteamericano, estudiara con pasión la historia de Las Indias. Y lo explicó: ‘Porque amo la justicia y admiro el heroísmo, he escrito este libro (Los exploradores españoles del siglo XVI); si  no hemos hecho justicia a los exploradores españoles, es sencillamente porque hemos sido mal informados’. Su libro y su vida fueron admirables, pero llama la atención con qué virulencia se refiere siempre a Almagro. Quizá se deba a que era Francisco Pizarro el personaje de Indias al que más admiró, y, ante la duda, prefirió evitarle un borrón. Creo que merecía la pena aprovechar la ocasión con este pequeño regate para dejar constancia de la rareza y la importancia de ese casi desconocido personaje: Charles F. Lummis.
     Si he empezado mencionando al cronista Pedro Pizarro es, sobre todo, porque completa lo que Cieza deja en blanco, algunos detalles de la salida de Pizarro hacia Indias, que tienen además el valor de haberlos presenciado directamente (iba por primera vez al Nuevo Mundo). Como Francisco Pizarro (cosa habitual en el gremio de los grandes conquistadores) se vio en serias dificultades para reunir el mínimo de soldados que, según lo dispuesto por el rey,  tenía que llevar a Indias, recurrió a la ‘trampita’ de los hechos consumados. Dice el cronista: “Vino a la ciudad de Sevilla, fletó dos navíos y una zabra y se embarcó con alguna gente, pero no con los trescientos hombres que le eran mandados que pasase. Estando en San Lúcar, le avisaron que venían a tomar alarde (recuento) de la gente que traía. Sabido lo cual, Francisco Pizarro se embarcó en la zabra, salió por la barra de San Lúcar y fue a aguardarnos en la isla de La Gomera. A los que tenían que hacer el alarde se les hizo entender que había ido en la zabra la demás gente que faltaba allí. Dende a pocos días, salimos de San Lúcar en los dos navíos con Hernando Pizarro, su hermano, al cual había dejado por capitán de ellos”. Primer aviso del protagonismo de Hernando, sin duda el ‘jefe’ de sus hermanos, por legitimidad y por currículo militar, y, de algún modo, con algún ascendiente psicológico sobre el mismo Francisco, aunque este, de hecho, era ya en todos los sentidos el todopoderoso gobernador del Perú conocido y por conocer. Llegaron a La Gomera, y todos juntos zarparon rumbo a Indias. “Tomamos puerto en Santa Marta (Colombia), donde estaba por gobernador Pedro de Lerma, y nos quitaron alguna gente de la que traíamos echando fama de que íbamos a una tierra tan mala que no había que comer en ella más que culebras, lagartos y perros, y así se nos huyeron algunos y se quedaron allí. Luego llegamos al puerto de Nombre de Dios, donde Diego de Almagro vino a recibir a su compañero don Francisco Pizarro, y, al entender que no traía la gobernación para ambos, como la habían capitulado, y no obstante que don Francisco le dijo las diligencias que sobre ello había hecho, don Diego de Almagro se amohinó”.


     (Imagen) ‘Si oyes a alguien hablar mal de un español, es un español’. Frase exagerada que, sin embargo, encierra una cierta verdad. El ‘gringo’ Carlos F. Lummis (fallecido en 1928) demostró con sus libros que amaba la justicia y admiraba el heroísmo. Su propia vida puso ambas cosas en práctica. Superó muchas dificultades personales, fue un humanista amante de los indios, y sin embargo, supo reconocer el increíble mérito de los españoles en América. Llegó a escribir: La razón de que no hayamos hecho justicia a los exploradores españoles es, sencillamente, porque hemos sido mal informados. Su historia  no tiene paralelo’. Valoró en especial el mestizaje de la cultura española frente el racismo anglosajón de su tiempo. Para amar, hay que conocer, y Lummis, cuando la descubrió, quedó perdidamente rendido ante la grandeza de lo que hicieron los españoles en Indias. Admiró a Pizarro más que a nadie, y eso le llevó a juzgar con injusta dureza a Almagro; pero los pecados por amor son perdonables.


miércoles, 30 de agosto de 2017

(Día 473) Pizarro no encontraba suficientes hombres que quisieran acompañarlo a Perú. Mandó por delante algunos con la noticia de los títulos conseguidos para que en Panamá fuera más fácil reclutarlos. Pero esas noticias lo hundieron a Almagro. Costó convencerlo para que no abandonara.

     (63) Y sigue diciendo Cieza: “Procuró Pizarro conseguir gente, mas como lo veían tan pobre (qué contraste con el relumbrón de Cortés, que por allí andaba), no creían que había riqueza donde los quería llevar. Iban con él cuatro hermanos; el principal era Hernando Pizarro, hombre de buena calidad (categoría) y de gran pundonor, hijo legítimo del capitán Gonzalo Pizarro, padre de todos ellos; y Juan e Gonzalo Pizarro, hermanos suyos de padre, bastardos, porque solo Hernando era legítimo; y Francisco Martín de Alcántara, su hermano de madre”. Además de la decepción por las miserables concesiones, los socios de Pizarro iban a tener el ‘regalito’ de sus hermanos, una ‘piña’ familiar que suponía una grave amenaza para su importancia en la empresa, como luego ocurrió. El gran peligro eran los Pizarro; no tardaron en ocupar los puestos más prominentes. La figura de Francisco Martín de Alcántara fue otra cosa. Lo tuvo su madre, Francisca González, estando  casada (era soltera cuando nació Pizarro), y, aunque apenas aparece como protagonista directo en las crónicas de Perú, da la impresión de que fue el más querido de Pizarro, porque lo conservó siempre cerca como su hombre de total confianza y constante asesor. No puede haber mejor confirmación de esta proximidad que el hecho de estar juntos y morir juntos cuando asesinaron a Pizarro.
     Le costaba a Pizarro encontrar gente para la campaña, y, por no esperar más, envió a Indias adelantados a algunos españoles con el fin de que informaran del resultado de sus gestiones para que, prendiendo el entusiasmo en Nicaragua y Panamá, se animaran muchos a enrolarse. Pero esto suponía también que Almagro, Luque y Bartolomé Ruiz se enteraran rápidamente de la ‘estafa’. Almagro, lógicamente, se hundió: “El capitán Diego de Almagro supo por los que habían venido que Francisco Pizarro venía como gobernador de la tierra y que también el adelantamiento lo procuró para sí mismo; quejábase de su compañero públicamente, y decía que le dio mal pago por todo lo que había hecho”. Total: no quería ni volver a verlo. Luque (que se lo tomó con más filosofía, quizá por no salir tan perjudicado) le recordó que fue él quien insistió en que Pizarro fuera solo a España, y trató de serenarlo, pero no hubo manera: se desentendió de todo y se largó a las minas que tenía en explotación en Nicaragua. Hasta allá fue, desde Nombre de Dios, el impagable Nicolás de Ribera, y le llenó la cabeza de buenas razones para que pensara en el bien general de la campaña, y hasta le inoculó la esperanza de que las informaciones recibidas no fueran correctas, pudiendo resultar que el adelantamiento le hubiese correspondido a él. Y resultó. Almagro decidió continuar con sus responsabilidades y se entregó de lleno, como siempre hizo, a preparar concienzudamente todo lo necesario para ir bien organizados a la conquista de Perú. Por su parte, también Bartolomé Ruiz se había sentido estafado “porque Pizarro no le había negociado ante rey la vara de alguacil mayor, habiéndolo prometido y jurado”.  


     (Imagen) Es natural que, al saber Almagro lo poco que Pizarro le había conseguido ante el rey, estuviera dispuesto a tirar por la borda su compromiso con la campaña. Pero también lo es que, tras pensarlo mejor, se tragara ‘el sapo’ y siguiera colaborando porque Pizarro era un hombre insustituible. Luego se vio que guardaba en su interior la esperanza de poder resarcirse. Pero no se imaginaba que eso le iba a costar la vida ocho años después, y, al poco,  también a Diego de Almagro el Mozo, su hijo. Era mestizo y, cuando su padre fue burlado por Pizarro, tendría unos once años. Su madre era una india de Panamá, bautizada como Ana Martínez. Igual que Pizarro (que lo hizo de forma repetida, y de nuevo con una hermana de Atahualpa bautizada como Angelina), prefirió Almagro a una nativa como compañera, algo bastante frecuente entre los españoles. Nos puede servir de ejemplo la alianza del gobernador de Chile Martín García de Loyola (sobrino nieto de San Ignacio) con la princesa inca Beatriz Clara Coya; años después, murió batallando contra los temibles mapuches, los indios más bravos de toda América.


martes, 29 de agosto de 2017

(Día 472) Seguimos con la historia de Perú. Las concesiones del rey a Pizarro quizá fueran el resultado de una maniobra del conquistador, pero, posiblemente, siendo presionado por sus hermanos, y, sobre todo, por Hernando Pizarro.

     (62) Tras esta irresponsable escapada al Valle de Mena, sigámosle de nuevo la pista a Francisco Pizarro. Las exclusivas concesiones que le hizo el emperador fueron el primer combustible para cocer los gravísimos conflictos que  llegaron después, porque, con el tiempo, Almagro logró a su vez derechos para conquistar más allá de lo que tenía reservado Pizarro, quien, por su enorme empuje, había sobrepasado ya ampliamente esas 200 leguas que tanto parecían al principio. Por si fuera poco, también le birlaban a Almagro el título de Adelantado, cuya petición a su favor había sido acordada por los tres socios (otro dato que falseó el cronista Pedro Pizarro). Dice el documento: “Otrosí, vos facemos (a Pizarro) merced del título de nuestro adelantado de la dicha provincia del Perú”. ¿Qué había para Almagro?: una ridiculez. El rey le concedía la tenencia de la fortaleza que se hiciera después en Tumbes, con un salario y una ayuda económica (todo muy escaso para sus grandes méritos), más la dignidad de hidalgo. Me viene al pelo para reforzar mi opinión sobre este ‘robo’ un comentario al respecto con el que acabo de tropezar, escrito por el historiador Carmelo Sáenz de Santa María, y en el que acentúa la importancia que hubo de tener la influencia del soberbio Hernando Pizarro en semejante ‘faena’: ‘Pizarro faltó al compromiso adquirido con sus socios, y fue un ingenuo si creyó que Almagro se iba a conformar con una fortaleza todavía inexistente o con una hidalguía. En este vulgar escamoteo puede adivinarse la mano del clan Pizarro, que se incorporaba entonces a la expedición, y de su jefe, Hernando’. En cuanto a Hernando de Luque, el rey prometió pedirle al papa un obispado para él, y le asignó el cargo de Defensor de los Indios con su espléndida remuneración de mil ducados anuales (un puesto creado entonces para protección de los nativos, que dio buen resultado pero no tanto como se esperaba); a Bartolomé Ruiz se le nombró Piloto de la Mar del Sur y Caballero de la Espuela Dorada (paso previo para ser armado Caballero), pero tampoco le consiguió Pizarro lo que le había prometido y más le interesaba, ser Alguacil Mayor; y los trece de la fama fueron elevados a la categoría de hidalgos y, si ya lo eran, se les concedía la de Caballeros de la Espuela Dorada.
     Pizarro, el único que obtuvo del emperador cuanto quiso, hombre de hierro en las batallas pero quizá blando con sus hermanos, orgulloso de ser un Pizarro aunque subordinado a Hernando, el único legítimo y, por lo mismo, heredero de la familia, iba a presentarse con esta chapuza ante sus socios, olvidando que es más fácil prevenir que curar .
     La delimitada demarcación del territorio peruano que se le adjudicó a Pizarro recibió el nombre de Nueva Castilla, y Cieza, después de comentar que se dio prisa en partir para Indias por pura ansia de volver y por quedarle ya poco dinero, explica pormenores de la expedición. Como era preceptivo en todas, iban en esta tres funcionarios reales destinados al control general, un tesorero, un veedor y un contador. Cita como tesorero a Alonso de Riquelme, quien, pasado un tiempo, le daría bastantes disgustos a Pizarro.


     (Imagen) No cabe duda de que en algunas de las decisiones más importantes de Pizarro, tuvo mucho peso la influencia de Hernando Pizarro, y probablemente también en el gravísimo conflicto con Diego de Almagro, que iba a terminar en una guerra abierta. Hernando volvió a España el año 1539, y no pudo regresar a Indias porque fue procesado y encarcelado (durante más de 20 años), acusado, entre otras cosas, de la muerte de Almagro. Estando preso en el castillo de la Mota (en régimen muy laxo), vino a España Francisca Pizarro, la hija mestiza de Francisco Pizarro, y se casó con Hernando. Su madre fue Inés Huaylas Yupanqui, una princesa hermana de Atahualpa. En el solemne y bello palacio que construyeron en Trujillo Hernando Pizarro y su esposa figuran tallados los rostros de estos cuatro protagonistas. Nunca sabremos hasta qué punto habría sido diferente la historia de Perú si hubiese continuado allí el soberbio y bravo Hernando Pizarro.



lunes, 28 de agosto de 2017

(Día 471) Final de la escapada: el cuadro de Sancho se coloca en su sitio natural, en la parroquia de Villasana de Mena y junto a la reproducción de la torre de la catedral de Sevilla que él regaló.

     (61) Pero más vale tener suerte que talento. La mejor información la obtuve sin buscarla. Pepe Bustamante, un hombre entrañable, autor de los mejores textos sobre el valle de Mena, seguía con mucho interés mis investigaciones sobre Sancho y, para tristeza mía, murió antes de que se publicara la biografía. En cuanto volví de la visita a las monjas, fui a verlo, contento y hasta envanecido por el ‘descubrimiento’. Yo hablaba y hablaba… Él, cosa rara, estaba silencioso. Llegué a pensar que le había decepcionado por no obtener más información. Se produjo un silencio monástico. Lo rompió él con su tono grave y literario: “ESE CUADRO SE LO REGALÉ YO A LAS MONJAS”.
    Doy por hecho que se me quedó cara de asombro; me costaba creer lo que oía (hasta había supuesto que era una obra antigua). Y el impagable Pepe me contó la historia. Era muy típica de su creatividad y del espíritu generoso de un hombre  que había establecido la Asociación de Amigos del Monasterio de Taranco, haciendo revivir un lugar religioso que, según todos los indicios, surgió el año 800 donde, y cuando, nació Castilla. Hacia 1970, Pepe le encargó a un buen pintor, José Díaz Fernández, que reprodujera a todo color la fotografía en blanco y negro en la que aparece Sancho dentro del retablo que desapareció. El pintor lo bordó, y Pepe, acto seguido, se lo regaló a las monjas del convento de Mena. Como típico hombre resolutivo, quiso de inmediato que fuéramos a Mondragón para saludar a las monjas. Llegamos, aparecieron tras la reja y yo me convertí en el convidado de piedra: ellas y Pepe se lo pasaron en grande recordando viejas anécdotas. Nos enseñaron otra vez el cuadro y Pepe estaba en la gloria. Terminó el feliz encuentro y  nos volvimos con más mermelada.
     Pero sin el cuadro. Yo sabía que las monjas, siendo tan mayores, eran conscientes de que la futura conservación del retrato no estaba garantizada. Pepe murió dos años después, y, en charla con sus hijos, a veces hablábamos de que sería conveniente convencerlas a las monjas de que devolvieran la propiedad del cuadro a la familia, pero condicionada a que quedara expuesto al público para siempre en un lugar digno del Valle de Mena. Pensamos varias veces en ir a proponérselo. Por diversas razones, lo fuimos aplazando.
     Y se nos adelantaron. La corporación del ayuntamiento de Mena acaparó por completo la celebración, en el pasado año 2016, del 500 aniversario de la fundación que Sancho hizo de su convento (el edifico es ahora de propiedad municipal). Alarmados, los hijos de Bustamante llamaron, por fin, a las monjas con la intención de visitarlas para proponerles la devolución del cuadro, y resultó que ya lo tenía el ayuntamiento cedido por las monjas para los actos conmemorativos (aunque, dita sea, no llegaron a exponerlo).
     Había que actuar con rapidez y visitar a las monjas, pero resultó que, pocos días antes, las habían trasladado a Valladolid. Los hijos de Pepe quedaron paralizados. El tiempo pasaba y pasaba, dejando cada vez más debilitada la iniciativa. A finales de ese año, me lie la manta a la cabeza y, previo aviso telefónico, me presenté en el convento de Valladolid. Llevaba un contrato firmado por un hijo de Pepe en el que se detallaban las condiciones de la cesión que se les solicitaba.
     Las monjas me recibieron como a un sobrino que vuelve de la mili, estuvimos hablando un largo rato de todo menos del cuadro, y yo me sentía un poco  miserable porque todos sabíamos que  mi visita era interesada. Llevaba escrita una lista de argumentos para convencerlas de la devolución, y me llegó el momento de ponerme a la tarea con el mayor tacto posible. Se me hizo eterna la perorata porque no sabía el efecto que les estaba causando. No supe qué más decir. Silencio. Suspense. Y luego, dos benditas palabras de la abadesa: ‘ES JUSTO’.
     Volví eufórico con el contrato firmado y se lo entregué a los Bustamante. Pero el cuadro estaba en manos del Ayuntamiento. Trámites, esperas, incertidumbre, preocupación por que los ediles se pusieran a la contra… Aunque también confianza porque el documento era claro e invencible. Y, por fin, el día que nos citaron llegamos temblorosos a las dependencias municipales. Nos entregaron el ‘divino’ cuadro con tanta  normalidad que nos pareció un milagro.


   (Imagen) Tras conseguir el cuadro de Sancho, había que cumplir la voluntad de las monjas dejándolo expuesto al público permanentemente en un lugar digno dentro del valle de Mena. Y, para no variar, también hubo complicaciones y una larga espera. No había mejor sitio que la parroquia de Villasana de Mena, justo sobre la lápida, regalada por Sancho, en la que figura la torre de la catedral de Sevilla. Y ocurrió lo inesperado: hubo opiniones contrarias a la autorización porque no se trataba del retrato de un ‘santo’. Así que surgió la ridícula necesidad de luchar por demostrar lo evidente: las iglesias estaban llenas de retratos de donantes, clérigos y personajes históricos muy alejados de la canonización; además, Sancho fue canónigo, la figura histórica más importante de Mena y el fundador de su convento. Tras un largo tiempo de dudas obsesivas, concedieron el permiso, y el cuadro  fue colocado (¡por fin!) el pasado día 16 de agosto (hay quien dice que ahora, por las noches, un halo fosforescente envuelve la iglesia parroquial).


sábado, 26 de agosto de 2017

(Día 470) Una pequeña escapada de la historia de Pizarro y el Perú. Hallazgo de un retrato de Sancho Ortiz de Matienzo.

     (60) Me voy a tomar ahora una pequeña libertad hablando de un sencillo tema que creo interesante, aunque apenas tiene que ver con la tremebunda historia de la conquista de Perú. Se trata de unos  datos relativos a Sancho Ortiz de Matienzo en los que me ha tocado cierto protagonismo  (que sus mercedes me perdonen).  Vimos ayer cómo Pizarro fue enviado por Carlos V al Consejo de Indias para establecerle las condiciones de su licencia de conquista en Perú. Las funciones de ese organismo las cumplía anteriormente la Casa de la Contratación Indias, que estaba situada en Sevilla. Allí trabajaba Sancho con suma autoridad. Tuvo que conocer a Cortés cuando partió para Santo Domingo el año 1504 y siguió, sin duda, muy al tanto de sus proezas por México ya que recibía en su despacho los relatos oficiales de los hechos de Indias. Es probable que también conociera personalmente a Pizarro cuando andaba por Sevilla como uno más de los que salieron para ultramar, y es de suponer que le llegara información después de sus correrías bajo el mando de Pedrarias Dávila, pero nada pudo saber de sus logros en Perú porque él murió en 1521.
    En los tres años que dediqué a recoger datos para escribir la biografía de Sancho, siempre quise encontrar algún retrato suyo. Como poderoso canónigo (y también piadoso a pesar del lado oscuro de su vida), fundó un convento en su pueblo natal, Villasana de Mena (Burgos), en el que instaló un magnífico retablo pintado por el gran artista Alejo Fernández. En él, como donante del mismo, aparecía arrodillado Sancho. Lo pudieron contemplar a diario durante más de cuatrocientos años las monjas de clausura. El año 1936, empezada la guerra civil, el retablo desapareció, robado o destruido. Solo quedaron como recuerdo unas fotografías en blanco y negro; yo ya estaba, pues, resignado a no encontrar un retrato presentable de Sancho.
     Alguien me informó de que las monjas, que habían abandonado el convento de Sancho el año 1976, continuaban la clausura en Mondragón (Guipúzcoa). Fui a visitarlas por el gusto de conocerlas y para hablar de sus viejas historias, esperando incluso que supieran cosas de Sancho que yo no conocía. Quedaban dos, la madre Mari Carmen, abadesa, y la hermana Conchita, con más de setenta años y siempre juntas desde que, con apenas 20, ingresaron en el convento de Mena. Resultaron entrañables, y hasta maternales: me regalaron mermelada conventual para largo tiempo, entregándomela tras abrir pudorosamente la reja. Y, cuando ya me iba a marchar, la abadesa me dijo que esperase porque quería enseñarme algo. Volvió al poco tiempo y traía a cuestas un cuadro bastante grande y, al parecer, pesado. Le dio la vuelta, me lo mostró de frente y me dijo: es el retrato de nuestro fundador, Sancho Ortiz de Matienzo. Me quedé hipnotizado. Tanto que, cuando ya salí del convento, me sentí como el peor investigador del mundo. Lo único que había hecho bien fue desenfundar la máquina de fotos y disparar rápidamente, como en el Oeste. Pero no tuve reflejos para conseguir detalles sobre el cuadro: cuál era su origen, desde cuándo lo tenían, quién era el pintor (aunque en la foto pude ver que lo firmaba José Díaz Fernández)… Un cuadro que, evidentemente, estaba muy bien pintado.
    

     (Imagen) Mañana terminaré la historia, pero añado ahora otra  también relacionada con el retrato. Sancho, nostálgico de su terruño, fundó el convento de Mena y trajo de Sevilla un regalo curioso. Mandó labrar artísticamente en piedra una representación de la torre de la catedral de Sevilla (la Giralda), donde se la ve  en toda su pureza árabe, como era entonces, con algo menos de altura y sin la estatua que ahora tiene encima. Lleva grabado, en letra gótica antigua, el siguiente texto: “Esta es la torre de la sancta iglesia de Sevilla donde fue canónigo el doctor Sancho Ortiz de Matienzo, que hizo esta capilla. Acabose año del Señor de mil CCCCC e IX años (1509)”. Esa pieza es una joya artística e histórica, y está puesta sobre la pila de agua bendita en la parroquia de Villasana de Mena. Por encima de la lápida queda libre un trozo de pared que está como suplicando la colocación de un retrato del donante,  Sancho Ortiz de Matienzo.


viernes, 25 de agosto de 2017

(Día 469) Gran éxito de Pizarro. Consigue los permisos del rey, pero las capitulaciones le asignan grandes mercedes a él y una miseria a Almagro.

     (59) Si algo hace a Cieza más creíble que Pedro Pizarro es su habitual objetividad: afirma lo que es cierto y, si tiene dudas, se limita a contar las distintas versiones que él conoció. Escribe así lo que ocurrió: “Los del Consejo oyéronle bien a Pizarro y tuvieron lástima de sus trabajos. Consultáronlo con el rey, y con mucha facilidad se le concedió la gobernación y le hicieron otras mercedes; díjose que solamente procuró para sí lo más y mejor, sin se acordar de lo mucho que sus compañeros habían trabajado y merecido, y así, cuando le llegó la noticia a Almagro de que no le había conseguido el adelantamiento, mostró sentimiento notable”. Daría gusto que Francisco Pizarro no fuera sospechoso de haber jugado sucio en este asunto, pero es necesario sopesar todos los indicios. Si bien el cronista Pedro Pizarro resulta muy fiable generalmente, a veces da la sensación de que protege demasiado la memoria de su pariente. Además ocurre que él tuvo la última palabra en el juicio de la Historia, ya que publicó su crónica muy tardíamente, en 1571, cuando los escritores que podían rebatirle ya habían fallecido. Así que resulta my dudosa la conducta del gran conquistador, y pienso que, en este caso, las probabilidades en su contra son muy elevadas.
     Esta era la primera visita a España de Pizarro tras casi treinta años de ausencia. Tuvo que empaparse de emociones e intensos recuerdos. Pero antes de ir a saborear con todos los sentidos su villa natal, Trujillo, radiante de orgullo ante sus paisanos, y convencer a algunos para que fueran con él a la mítica conquista de Perú, le quedaba el trámite de recoger formalizado el documento imperial que lo nombraba gobernador de lo ya descubierto y de lo que faltaba por descubrir. En nombre de Carlos V, ya ausente, quien firmó las capitulaciones de la concesión fue su (adorada y prematuramente fallecida) esposa, la reina Isabel. El meticuloso y fino investigador Cieza hace un  resumen “de algunos capítulos de la capitulación que se tomó con Pizarro, según me consta por el original que yo tuve en mi poder algunos días en esta ciudad de los Reyes (Lima)”.
     En ese documento se recogían los méritos, sufrimientos y esfuerzos (también económicos) de los tres socios, Pizarro, Almagro y Luque, pero el premio gordo, la gobernación (lo demás era muy poca cosa), se lo llevaba Pizarro; el texto fue también problemático por prestarse a pleitos de interpretación sobre los límites del territorio que iba a estar sujeto a su autoridad. En él se hace una relación abreviada de los trabajos, gastos e inquietudes que ya habían tenido Pizarro, Almagro y Luque en la campaña de Perú y de los descubrimientos conseguidos. Luego se detallan las concesiones del emperador Carlos, figurando en el primer párrafo la más importante: “Os doy licencia a vos, el capitán Francisco Pizarro, para que podáis continuar el dicho descubrimiento, conquista y población de la dicha tierra y provincia del Perú hasta doscientas leguas (unos 1.000 km), hasta llegar al pueblo de Chincha, y os prometemos de vos hacer nuestro gobernador e capitán general de toda la dicha provincia de Perú  y tierras y pueblos que al presente hay e adelante hubiere”.


     (Imagen) Parte final del documento de las concesiones a Pizarro (cuyo original vio Cieza en Lima), origen de los graves conflictos futuros: “…Y cumpliendo Vos el dicho capitán Francisco Piçarro lo contenido en este asiento e todo lo que a Vos toca e incumbe de guardar y cumplir, prometemos y Vos aseguramos por nuestra palabra Real que agora e de aquí adelante Vos mandaremos  guardar y vos será guardado todo lo que  ansí Vos conçedemos e fazemos merced a Vos e a los pobladores e tratantes en la dicha tierra. Para ejecución y cumplimiento dello Vos mandaremos dar nuestras cartas y provisiones particulares que convengan y menester sean, obligándovos el dicho capitán Piçarro primeramente ante escribano púbico de guardar y cumplir lo contenido en este asiento que a Vos toca, como dicho es. Fecha en Toledo a veinte y seis días de julio de mil quinientos veinte y nueve años. Yo la Reina. Refrendada de Juan Vázquez. Señalada del conde y del doctor Beltrán. La Reina”.


jueves, 24 de agosto de 2017

(Día 468) Pizarro llega a España y las maniobras de Enciso lo llevan a la cárcel. Ya libre, es probable que se encontrara con Cortés. Se presenta ante Carlos V, quien lo remite al Consejo de Indias, y consigue el permiso de conquista con honores solamente para él, no para sus socios.

     (58) Pero hay algo muy importante que Cieza pasa de largo. Poner Pizarro el pie en Sevilla y ser metido en la cárcel fue todo uno. Hay que recurrir a la moviola para entenderlo. Aquel resentido Martín Fernández de Enciso que, por iniciativa de Núñez de Balboa y con el apoyo de los habitantes de Santa María de la Antigua (entre ellos Pizarro) había sido despojado de sus poderes y desterrado a España, no olvidaba. En la Corte había sido rehabilitado, incluso logrando puestos muy influyentes, y estaba al acecho de la llegada de cualquiera de sus enemigos de Indias para amargarles la existencia. Consiguió la detención de Pizarro acusándolo de deberle dinero. Bonito panorama: Pizarro, cuyo historial era una insufrible carrera de obstáculos y padecimientos, llega a España para librar la última y más difícil batalla en su intento de conseguir, por fin, el permiso y la colaboración del rey para la gloriosa campaña, y, ¡zas!, a la cárcel. Era el año 1528 y, como si algún viento astrológico favorable quisiera jugar a las casualidades históricas, estaba en la Corte, también para conseguir favores, el otro grande de Indias, Hernán Cortés, que había llegado en su primer viaje de vuelta a España con un séquito propio de un príncipe, algo que molestó a los cortesanos e incluso al rey. Pero Cortés era ya demasiado grande y, aunque no obtuvo todo lo que pretendía, lo cubrieron de honores. Con respecto a su ‘primo’  Pizarro, el rey ordenó su liberación tan pronto como fue informado y, aunque no se sabe si Cortés tuvo algo que ver con ese final feliz, es muy probable que los dos incomparables capitanes se vieran frente a frente para contarse sus (grandes) cosas. Solo faltó un reportero que los entrevistara a dúo: el uno, Cortés, tras conseguir un increíble triunfo, y el otro, Pizarro, con grandes posibilidades de llegar a su altura.
     Pizarro se fue a Toledo, donde estaba el rey, y le expuso sus deseos, hablándole de todo lo descubierto y de las maravillas que se podrían conseguir en Perú. Carlos V le escuchó con mucha atención y lo remitió directamente al Consejo de Indias para que tratara el asunto a fondo con los altos funcionarios de la casa. Iba a ser el momento clave de la negociación y, aunque no lo cuentan los cronistas, sería extraño que Pizarro no hubiera tenido anteriormente contacto con sus hermanastros (tiempo tuvo de sobra), por el gusto de verlos (y de conocerlos), así como por sentirse apoyado en momento tan decisivo. De ser así, el lógico interés de Pizarro por conseguir lo mejor para él (quizá refrenado por algún escrúpulo de honradez) se vería acrecentado con los ánimos y el propio deseo de tan jóvenes y apasionados parientes, especialmente con los del soberbio Hernando Pizarro. Los del Concejo de Indias se dieron cuenta de que Pizarro era oro molido y de que su historia merecía apostar fuerte, de manera que acordaron concederle todo lo que pedía ‘para él’. Sus socios Almagro y Luque (e incluso el piloto Bartolomé Ruiz) resultaron muy perjudicados. Ya vimos que el cronista Pedro Pizarro ‘asegura’ que no pudo ser de otra manera porque los del Consejo se cerraron en banda, e incluso le amenazaron a Pizarro con nombrar a otro para la empresa si él no aceptaba lo que proponían.


     (Imagen) Es casi seguro que Pizarro y Cortés, con cierto parentesco, no se vieron en Indias, aunque sí lo harían en España. Qué momento: Cortés, con 44 años y tras alcanzar la máxima gloria, iba entrando en la pendiente de un declive lento e imparable; Pizarro, con 51 años (un anciano en su época) y el mérito de innumerables batallas, sufridas casi en la sombra, tenía al alcance de la mano otro hito histórico, pero llegaba a España con la difícil misión de mendigarle al rey el permiso para alcanzar lo que aún parecía solamente un sueño. Cortés, el seductor; Pizarro, hombre de acción, pero no de palabras. Tuvieron en común otras dos cosas: la inmensa suerte de no perder la vida en el intento y la de estar a la par en la enorme importancia que han tenido sus conquistas. Fueron, sin duda, los más grandes de las Indias. Emociona ver sus estatuas en Medellín (Badajoz) y en Trujillo (Cáceres).


miércoles, 23 de agosto de 2017

(Día 467) Bartolomé Ruiz y Nicolás de Rivera van a Nicaragua por encargo de Almagro para conseguir provisiones. Tratan con Soto, Ponce de León y Compañón. Vuelven rápidamente a Panamá para evitar problemas con Pedrarias.

     (57) Justo cuando Bartolomé Ruiz y Francisco de Ribera entraron en el puerto de Nicaragua, al viejo peleón sin escrúpulos que era Pedrarias le surgió la tentación de enredar las cosas: “Estaban entonces en  Nicaragua hombres principales, entre ellos Hernando de Soto, Hernán Ponce de León y Francisco Compañón (los tres se habían asociado, especialmente en el tráfico de esclavos). Tenían aparejo para hacer navíos; informáronse por Ribera de lo que era Perú y pensaron hacer dos navíos y asociarse con Pedrarias para poblar aquella tierra”. Pedrarias se entusiasmó, pero les exigió demasiado: que la expedición estuviera bajo el control de un representante suyo. Los tres socios conocían bien sus artimañas por haber servido a sus órdenes, y se olvidaron del asunto. Fue la oportunidad de Bartolomé y Ribera: “Hablaron con Hernán Ponce pláticas secretas para que fuesen a Panamá a aguardar a que Pizarro viniese de España con la gobernación. Hernán Ponce dio la palabra de que lo harían, y con esto, Bartolomé Ruiz y Ribera se despidieron del gobernador para volver a Panamá, sospechando que Pedrarias quería tomarles el navío para enviar él a poblar en el Perú”. No se equivocaban. Como el ratón con el gato, tuvieron que espabilar para que los alguaciles de Pedrarias no les requisaran el barco. Llegaron, por fin a Panamá, y, tras saber lo ocurrido, “Almagro temió que Pedrarias o Ponce o Soto entrasen en la tierra del Perú  y lo ocupasen antes de que Pizarro volviese de España con la gobernación concedida”.
     Tanto Ponce como Soto y Compañón se dedicaron al negocio de los esclavos (algo habitual entonces), pero fueron, sobre todo, ‘conquistadores’. Los tres habían estado bajo el mando de Pedrarias y participado, como militares, en las barbaridades que llevó a cabo su jefe en Panamá y Nicaragua. De Hernando de Soto, ya he comentado algo de su importancia militar, pero veremos mucho más de su excepcional relieve, primero como capitán de Pizarro, y posteriormente, al mando de una expedición por Florida, donde murió. Lo curioso es que también Hernán Ponce de León y Francisco Compañón estuvieron junto a Pizarro en toda la campaña de Perú; no fueron figuras estelares, pero es significativo que, cuando mataron a Pizarro, le entregaron su cuerpo a Ponce, y de Compañón hay que decir que mereció un mayor reconocimiento del que tuvo por su constante heroísmo en multitud de batallas. Hernán Ponce cumplió su palabra de que colaborarían en la empresa de Perú, y veremos que trataron en firme el asunto cuando Pizarro estuvo de vuelta.
     Cuenta después Cieza cómo le fue a Pizarro en España: “Cuando llegó a Sevilla, luego se partió para la Corte, derramándose por toda España la noticia de que dejaban descubierta tan grande tierra y tan rica”. Nos hace saber, de paso, que le acompañaba el grandilocuente Pedro de Candía (uno de los trece de la fama), que explicaba a los curiosos las maravillas de Perú y no se las acababan de creer.


     (Imagen) Aparece en escena por primera vez Hernando de Soto. Va a tener mucho protagonismo en la campaña de Perú. Estará subordinado a Pizarro, con quien coincidió (y con Almagro) en las correrías militares de Pedrarias. Fue un tipo carismático que mereció un lugar entre los más grandes conquistadores de Indias, pero terminó siendo un glorioso perdedor. En Perú, Pizarro le adjudicó injustamente un rango inferior a su soberbio hermano Hernando. Soto fue después como gobernador a la campaña de La Florida, zona nefasta para todos los conquistadores españoles, donde lo que perdió fue su vida. Había llegado a las Indias con tan solo dieciséis años. Nacido en el 1500 en Barcarrota (Badajoz), allí permanece inmóvil una estatua desde hace 151 años  recordando a su mayor héroe local. Tampoco lo han olvidado en La Florida: dos condados del estado tienen su nombre.

martes, 22 de agosto de 2017

(Día 466) El eficiente Almagro saca de la sociedad, mediante pago, al temible Pedrarias, consigue dinero prestado para que Pizarro vaya a España, y después de su partida, busca barcos y gente para la futura campaña de Perú.

     (56) Cieza nos estaba esperando, y va a explicarnos con más amplitud el viaje de Pizarro a España. Igual que hacía Bernal Díaz del Castillo con Cortés, respetaba los tiempos, dándole a Pizarro el tratamiento que tenía en cada momento, mientras que Pedro Pizarro, adelantándose a la concesión de los honores, siempre le trata de don, de gobernador o de marqués. Cieza continúa narrando: “Francisco Pizarro le encargó a Diego de Almagro que le buscase algunos dineros para ir a España. Aunque los dos estaban ya obligados a mil deudas, Almagro era tan diligente que, a pesar de estar tullido, puesto en una silla en hombros de esclavos anduvo por la ciudad buscando dinero entre sus amigos, y juntó mil quinientos castellanos. Con ello, se aprestó Pizarro. Fue a Nombre de Dios y se embarcó para España”. Conviene recordar que Nombre de Dios, como ya vimos, fue establecida por el desafortunado Diego de Nicuesa el año 1510 en la costa panameña del Atlántico. Actualmente es la población más antigua de las fundadas por los españoles en el continente americano. Y nada menos que hasta la construcción del canal de Panamá, fue punto obligado de desembarco de los viajeros que, para continuar después hacia Perú, tenían que alcanzar por tierra la costa panameña del Pacífico. Sigue contando Cieza: “Ido Pizarro, Almagro no se descuidó, sino que determinó enviar un navío a la gobernación de Nicaragua, que entonces estaba a cargo de Pedrarias Dávila, yendo a bordo el gran piloto Bartolomé Ruiz y Francisco de Ribera (el de los 13 de la fama que tanta información le facilitó a Cieza)”.
     La gestión de Almagro tenía como fin principal conseguir en Nicaragua hombres y fondos para la futura campaña de Perú, dadas las pegas que ponía el gobernador de Panamá. Anteriormente Pizarro, Almagro y Luque le habían comprado a Pedrarias la pequeña participación que tenía en sociedad con ellos, y al saber a qué iba a su gobernación el navío, se arrepintió de haberlo hecho.
     La compra había tenido lugar tiempo atrás, en febrero de 1527, cuando Almagro, sabiendo que estarían conformes sus otros compañeros, se presentó ante Pedrarias (menudo socio) y le echó en cara que solo le interesaban los posibles beneficios de la empresa, sin apoyarles en absoluto para poder soportar los crecientes gastos y las bajas de hombres que iban teniendo. Estaba casualmente presente  el gran cronista Gonzalo Fernández de Oviedo (cuya vida fue tan apasionante que será necesario reservarle un hueco en algún momento para resumirla). Como era de suponer, brotó la soberbia de Pedrarias y le contestó que tenían suerte de que no siguiera él de gobernador de Panamá, porque, de lo contrario, les pediría cuentas por haber “destruido la tierra del Rey (al morir muchos de los que reclutaron)”. Almagro no se mordió la lengua, y Fernández de Oviedo dice que le contestó al sanguinario Pedrarias: “Muy bien está que todos demos cuenta de los vivos o de los muertos, y no os faltará a vos, señor, que también la deis”. Le sulfuró a Pedrarias que hiciese alusión a sus crueldades, pero Almagro, muy consciente de que cualquier cosa era mejor que seguir en sociedad con el viejo tirano, llevó el asunto al terreno de los negocios ofreciéndole la compra de su parte con una propuesta económica tentadora, y llegaron a un acuerdo liberador para Pizarro, Almagro y Luque, aunque fuera al precio de aumentar sus ya crecidas deudas.


     (Imagen) Hernando de Luque fue un magnífico socio para Pizarro y Almagro por su aportación, no solo de dinero, sino también de sensatez y mesura, aunque no logró evitar los graves conflictos que iban a llegar más tarde. Pero los principales protagonistas de aquella aventura fueron Pizarro y Almagro, por ese orden. Cuando Pizarro partió para España, Almagro no se quedó ni un segundo cruzado de brazos, sino que lo preparó todo para la próxima conquista.  Pizarro se puso en marcha dispuesto a triunfar ante el emperador. Recorrió por tierra los difíciles 120 km de Panamá a Nombre de Dios. Se embarcó en octubre de 1528 para uno de aquellos azarosos viajes y llegó a Sevilla dos meses después, donde tuvo que superar un grave percance. Tras otro largo viaje, se presentó en Toledo para ver cara a cara a Carlos V, el Emperador de Romanos.


lunes, 21 de agosto de 2017

(Día 465) Luque, conocedor del ama humana, no quería que Pizarro fuera solo a negociar ante el emperador. Pero Almagro votó a favor. El cronista Pedro Pizarro trata de justificar (con demasiada intensidad) lo que después hizo Francisco Pizarro en España.

     (55) Pizarro sabía lo que quería: ir solo a España; pero estaba dispuesto a decidirlo votando. Almagro tuvo un comportamiento extraño y demasiado generoso, o excesivamente confiado; quizá también pesaran razones prácticas, como la de seguir en Panamá preparando asuntos de cara a continuar la campaña. El más sensato, y, por desgracia,  gran ‘profeta’, fue Hernando de Luque. No era hombre de acción, sino clérigo y, sin duda, pensador; en la escuela del confesonario, tuvo que aprender mucho del alma humana. Lo vio tan claro que quiso evitar que Pizarro hiciera el viaje solo; y tampoco le habría gustado que fuera Almagro sin compañía, aunque este no llegó a proponerlo. Tanto temió lo de Pizarro, que hasta prefería que se le encomendara la gestión a alguien ajeno. La decisión definitiva fue una semilla que dio un fruto nefasto; tardó muchos años en  brotar, pero fue podrido y venenoso. Sin la menor duda, de haber ido a la Corte los dos juntos, Pizarro y Almagro, la historia de Perú habría sido muy diferente, y, probablemente, para mejor, mucho mejor. De ahí las agoreras palabras de Cieza: “Pizarro dio su palabra de lo hacer así, diciendo que todo lo quería para ellos; mas luego sucedió lo que veréis adelante”.
     A partir de este punto de la historia, voy a utilizar con frecuencia comentarios de otro gran cronista, Pedro Pizarro. Ya lo presenté con algún detalle al empezar a contarla. Era primo lejano de Francisco Pizarro y se incorporó a la campaña de Perú cuando volvió el gran conquistador de este viaje a España. Su narración comienza precisamente explicando la partida de su ‘primo’, y entra en el tema como elefante en cacharrería. Aunque el gran historiador Raúl Pozas Barrenechea le alabó, entre otras cosas, ‘su sinceridad evidente’, me es imposible quitar de la cabeza que, con demasiada frecuencia, se pone de parte de Pizarro y ‘atiza’ a Almagro todo lo que puede. Como dije, me quedo con la versión de Cieza, pues me parece mucho más equilibrada y lógica a la luz de los datos que conocemos. Cieza citica en ocasiones a Pizarro (sobre todo a sus hermanos), pero demostrándole una constante admiración. Dejemos que Pedro Pizarro salga al escenario, pues siempre merecerán la pena sus comentarios:

     “Quedó concertado entre ellos (Pizarro, Almagro y Luque) que don Francisco Pizarro fuese a España para pedir la gobernación para sí y para don Diego de Almagro, y para el padre Luque el obispado. Esto hasta aquí lo digo de oídas (y, por supuesto de ‘leídas’), y lo demás, de vista, y algunas cosas de oídas, porque es imposible que uno se halle en todas partes”. La primera, en la frente: Cieza (a quien Pizarro había leído) da la versión, más amplia y creíble, de que todos estuvieron de acuerdo, sin discusiones, en que Pizarro pidiera solamente para él la gobernación de Perú y, para Almagro, el derecho de ‘adelantado’, que le permitiría ir a descubrir por su cuenta más allá de lo que Pizarro conquistara. Con su versión, distinta a la de Cieza, de lo que habían acordado, continúa Pedro Pizarro explicando lo que decidieron los del Consejo de Indias en España, descargando  sospechosamente en sus funcionarios la responsabilidad sobre el ventajoso trato que obtuvo Pizarro : “Don Francisco Pizarro pidió lo que había concertado con sus compañeros, y en el Consejo se le contestó que no había lugar a dar la gobernación a dos compañeros, porque ya en Santa Marta se había hecho así y el uno había muerto al otro (Pedrarias a Núñez de Balboa). Y pluguiera a Dios que siempre se hubiera hecho así, porque después que se dio a don Diego de Almagro gobernación, se mataron el uno al otro, y han sucedido las batallas y guerras que en este reino ha habido. Pidiendo muchas veces don Francisco Pizarro que se les hiciese la merced  a ambos compañeros, se le respondió que la pidiese para sí, y si no, que se daría a otro, y visto que no había lugar para lo que pedía y quería, pidió se le hiciese la merced a él, y así se hizo”. Ya de por sí, enfatiza demasiado la buena voluntad, e incluso generosidad, de Pizarro, pero, cuando se llega a conocer la historia entera, su versión ‘no cuela’. Sin embargo, en el resto de su crónica, nos va a regalar datos muy interesantes y de primera mano.


sábado, 19 de agosto de 2017

(Día 464) El Gobernador Pedro de los Ríos se niega a darle permiso a Pizarro para emprender la conquista definitiva de Perú. Los socios toman una decisión desmedida pero inevitable: mandar a Pizarro a España para que Carlos V le escuche.

    (54) Y eso fue lo que estuvo a punto de hacer, ‘rematarla’: “Pedro de los Ríos respondió encogidamente que, si él pudiera, haría lo que pedían; mas que no había de despoblar su gobernación por ir a conquistar tierras nuevas, ni para que muriesen más de los que habían muerto con aquel cebo que veían de las ovejas (llamas o alpacas de Perú) y las muestras de oro y plata. Pasado esto, los tres compañeros se despidieron del gobernador muy tristes por los pocos medios que tenían para la conquista de la tierra que dejaban descubierta”. El cronista Pedro Pizarro (a quien citaré bastante) le ve una parte buena a esta situación: “Tuvieron ventura don Francisco Pizarro, Almagro y Luque en no estar allí como gobernador Pedrarias, sino en  Nicaragua, porque, si allí estuviera, les quitara la empresa y la tomara para sí”.
    ¿Qué se podía hacer? Pues una especie de locura, tan arriesgada y atrevida como las peripecias anteriores, pero ahora sin armas ni peligros militares: había que dejarse de andar mendigando el permiso, para, echándole valor, presentarse en España y hablar directamente con el rey. Primeramente se les ocurrió un método cómodo: “Determinaron enviar un mensajero. Mas luego Diego de Almagro, delante de Luque habló con Pizarro diciendo que, pues tuvo ánimo para estar entre manglares y ríos más de cuatro años, con hambres y trabajos nunca vistos por hombres, no le faltaría para meterse en un navío, ir a España y ponerse a los pies del emperador para que le hiciera la merced de la gobernación de la tierra, y que un mensajero sería solamente tercera persona. Pizarro, cobrando con lo que oyó más aliento del que tenía, dijo que tenía razón. El padre Luque, pensándolo con atención, y conociendo que, pues el mandar no sufre igualdad, cada uno querría más para sí, contradijo la opinión de Almagro,  y dijo: ‘Plega a Dios que no os perjudiquéis el uno al otro, que yo os digo que sería bueno que los dos juntos fuérades a negociar o enviárades persona que por vosotros lo hiciera’. Pero Almagro sustentaba lo que había dicho, y todo se vino a decidir por su voto. Y se capituló que Pizarro negociase ante el rey la capitulación para él de la gobernación, para Almagro el adelantamiento (derecho a descubrir y conquistar nuevas tierras), para el padre Luque el obispado (de lo que se conquistara), y para Bartolomé Ruiz el alguacilazgo mayor (sorprende esta petición porque Bartolomé no era socio de ellos), y también mercedes aventajadas para los que habían quedado vivos de los trece (de la fama) que se hallaron con él en el descubrimiento. Pizarro dio su palabra de lo hacer así, diciendo que todo lo quería para ellos; mas luego sucedió lo que veréis adelante”.
     Cieza ya nos deja ver que este fue un momento crucial en los acontecimientos futuros de la conquista de Perú. Hay un trasfondo muy dramático en la decisión que tomaron los tres socios. En primer lugar, la osadía de jugarse todo el proyecto presentándose ante  un emperador de 28 años, joven pero muy poderoso, rodeado de una altiva corte nutrida de rivalidades y muy poco dada a reconocer los méritos ajenos, sobre todo si quien osaba acercase era un don nadie que  no sabía ni leer, excepcional en la guerra, pero aparentemente nulo en relaciones públicas. Lo más impactante fue la tensión emocional de los tres socios.


     (Imagen) La torpeza de un gobernador obligó  a Pizarro y a sus socios a enfrentarse con un obstáculo, no de armas, sino de guante blanco, pero enorme: negociar directamente con Carlos V, el glorioso emperador. Decidieron que se encargara Pizarro de tan desesperada  misión. Aquello iba a ser un mar de angustias. Con el proyecto de Perú tanto tiempo paralizado, alguien se lo podía robar (por ejemplo, Pedrarias) y hubo que endeudarse más para financiar el viaje. Está claro que sus socios confiaron en  Pizarro porque lo tenían en gran estima, pero que convenciera al emperador, parecía algo inalcanzable. Sin embargo Pizarro, un analfabeto que solo tenía experiencia de guerra y liderazgo pero ninguna de diplomacia, aceptó el reto, porque lo más característico de su personalidad era LA DETERMINACIÓN.


viernes, 18 de agosto de 2017

(Día 463) De los 13 de la fama, Halcón sigue loco y Trujillo había muerto en la isla del Gallo, donde se detienen en su camino de vuelta. Siguen ya sin parar hasta Panamá. Causa sensación su llegada. Tratan de obtener el permiso para una nueva expedición.

     (53) Y Halcón la volvió a liar en una escena penosa, pero cómica: “Los indios le dieron y pusieron a Pizarro mantas y le echaron al cuello una sarta de cuentas de hueso menudas que llaman chaquira y aprecian mucho. Por el ruido que hacían los indios, subió Halcón arriba, pidiendo primero licencia puesto que estaba preso, y mirando al capitán, a grandes voces dijo: ‘¿Quién vio asno enchaquirado y albardado como este?’, añadiendo a grandes voces que los cristianos le tenían usurpado su reino y que eran unos traidores. El capitán les hizo entender a los indios que estaba loco, y les agradeció los presentes”.
     Tras despedirse de los ‘buenos salvajes’ (que diría Rousseau), levaron anclas, pararon un momento en Puerto Viejo para repetir la escena de confraternidad con los nativos, y ya después, “no saltaron más en tierra ni se detuvieron hasta alcanzar la isla de la Gorgona, donde habían dejado a los españoles, con los cuales mucho se holgaron, aunque hallaron a uno que llamaban Trujillo muerto. A los demás abrazaron y contaron lo que habían visto y lo que dejaban descubierto”. Gran alegría, pues, pero también tristeza por la muerte de Trujillo, uno más de los que se quedaron sin disfrutar con la honra de haber pertenecido al grupo de ‘los trece de la fama’.
    Se acabó el fructífero ‘crucero’. Era ya la hora de empezar otra dura batalla; esta vez solo administrativa, aunque muy complicada,  y en la que se necesitó mucha osadía y gran habilidad. Cieza terminó el capítulo con estas palabras: “Y recogiéndose todos al navío, se hicieron a la vela con determinación de no parar hasta llegar a Panamá”.
     La llegada al puerto fue triunfal. Se acabaron las risitas de los envidiosos; todo el mundo se dio cuenta de que había que tomar en serio la ‘locura’ de Pizarro y sus socios: “El capitán Francisco Pizarro anduvo sin parar hasta que llegó a Panamá, donde fue recibido honradamente por el gobernador y todos los vecinos; no se hablaba en la ciudad de otra cosa que del Perú, loando a Pizarro constantemente, y sus compañeros (Almagro y Luque) tuvieron tan grande alegría en lo ver cuanto se puede pensar, dando gracias a Dios de que, después de tantos trabajos, descubriesen tan gran tierra”. Pizarro estuvo ocho días sin salir de casa. Le sirvieron para descansar el cuerpo y calentarse la cabeza planeando con sus socios el futuro inmediato: “Trataron sobre la manera de seguir el descubrimiento y conquista del Perú. Determinaron hablar a Pedro de los Ríos para que permitiera sacar gente y caballos, pues la mayor parte del beneficio sería suyo (como gobernador)”. Fueron los tres a convencerlo, pero, dado que Hernando de Luque, veterano predicador, sería un piquito de oro, le tocó de portavoz. Lo hizo primorosamente, subrayando el heroico historial de Pizarro en Las Indias, el sobrehumano sacrificio que había soportado en su búsqueda del Perú, el permiso que les había dado para la expedición el anterior gobernador, Pedrarias Dávila, y las pruebas obtenidas de la existencia de un gran imperio hasta entonces desconocido. Terminó rogándole que diera su permiso para ‘rematar la faena’ del Perú.


     (Imagen) En el grabado vemos a Pizarro, Almagro y Luque. Vamos a suponer que Pizarro es el de la izquierda puesto que lleva espada, aunque también Almagro luchó y hasta perdió un ojo en una batalla. Y vamos a imaginarnos que se trata del momento en que se encuentran los tres cuando vuelve Pizarro (¡después de casi tres años!) de su primer viaje, cuya fase inicial fue un infierno y la final un paraíso. Podría haber resultado la sociedad perfecta por ser tan complementarios: un gran líder, un gran organizador y un gran negociador; pero, con el tiempo, el binomio Pizarro Almagro acabó trágicamente.  Es a Luque (que aunque clérigo rico, era una excelente persona) a quien le va a tocar ahora, tras la llegada de Pizarro con magníficas noticias sobre el Perú,  lucir sus habilidades diplomáticas ante el gobernador Pedro de los Ríos para lograr los permisos necesarios antes de ir a la conquista definitiva de Perú. ¿Lo conseguirá?


jueves, 17 de agosto de 2017

(Día 462) El camino de retorno sigue delicioso, pero el pensamiento de los españoles está puesto en volver para luchar, someter y evangelizar. Molina y Ginés se quedan con los indios (nunca más se supo cosa cierta de ellos).

     (52) Está claro que Cieza le da el nombramiento de ‘don’ al  intérprete indio Martín a toro pasado, porque, durante muchos años fue, simplemente, Martinillo, hasta que se ganó con creces el don por el gran servicio que hizo siempre a los españoles (como ya expliqué). El indio Felipillo (llamado también con el diminutivo paternalista que se solía usar para los nativos colaboradores y bautizados) resultó muy útil en las futuras campañas peruanas, aunque, como veremos más tarde, le costó cara su tendencia al enredo y la traición.
     El atractivo rusoniano de lo exótico debía de ser muy poderoso, porque dos hombres de a bordo pidieron permiso para quedarse  con los indios (al parecer, hasta que volvieran los españoles), el marinero Ginés en ese mismo puerto, y uno de los 13 de la fama, el reincidente soñador Alonso de Molina, en cuanto llegaran a Tumbes. Pizarro seguía en plan tolerante, y se lo concedió. Era un beatífico viaje sin luchas, pero el gran capitán no perdía la oportunidad de escenificar actos de dominio. En Cabo Blanco, saltó a tierra y dijo en presencia de los que iban con él: “Sedme testigos de cómo tomo posesión de esta tierra, y de todo lo demás que se ha descubierto por nosotros, por el emperador nuestro señor y por la corona real de Castilla”. La siguiente arribada fue ya a Tumbes, la gran población, y el recibimiento, como era de esperar, estuvo lleno de cordialidad. “Pizarro les dijo a los principales que quería dejarles un cristiano para que le mostrasen su lengua. Holgáronse en extremo en lo saber, y así Alonso de Molina con su hato se quedó en Tumbes”. Cieza explica luego las versiones que se dieron sobre el final de los tres españoles que convivieron con los indios. No lo precisa, pero, además de Molina y Ginés, recordemos que el tercero era Bocanegra: “De estos cristianos, dicen unos que se juntaron a cabo de algunos días todos tres, y que llevando a Quito al rey Huayna Cápac a dos de ellos, supieron que había muerto (Huayna) y los mataron a ellos. Otros dicen que fueron viciosos en mujeres y que los aborrecieron tanto, que los mataron. Lo que yo creo más cierto, y que he oído, es que juntos salieron con los de Tumbes a la guerra que tenían con los de Puná, donde, después de haber los tres cristianos peleado mucho, fueron vencidos los de Tumbes y los enemigos los alcanzaron y los mataron”.
     Siguieron navegando como si fuera un crucero de vacaciones. Los seis meses de plazo que el gobernador les había dado para descubrir más tierras estaban resultando ciertamente un oasis de felicidad: experiencias placenteras, alimentación abundante, indios encantadores, numerosos datos de todo tipo, geográficos y culturales, confirmando, además, la existencia del gran imperio inca, buen clima, ninguna enfermedad… Casi, casi, una deshonra a los ojos de cualquier conquistador de Indias que se preciara: como un ‘borrón’ en la atormentada vida de Pizarro. Al llegar al cabo al que le habían puesto el nombre de Sata Elena, subieron al navío los principales del poblado con muchos regalos por el buen recuerdo que de los españoles les había quedado en su viaje de ida.


     (Imagen) El pobre Alonso de Molina tuvo que quedar prendado del mundo indígena, porque, tras una prueba, decidió vivir con los nativos. Como poco más sabemos de él, hablemos de Francisco de los Cobos y Molina, quizá pariente suyo y al que tuvo que conocer porque los dos eran de Úbeda (Jaén). Fue un trepa de cuidado que había ya hipnotizado a Carlos V cuando este tenía solo 20 años; lo nombró su secretario, fueron juntos a Flandes, y de ahí le vendría el esnobismo que muestra en el cuadro: ni siquiera parece español. El rey, con mal estilo, le regaló un cañoncito de oro y plata que había recibido como presente de Cortés, a quien Cobos ninguneó fundiéndolo, al tiempo que lo convertía en valioso metal.


miércoles, 16 de agosto de 2017

(Día 461) Pizarro visita a los indios. La cacica le recibe con todos los honores. No pierde la ocasión de hablarles a los nativos del ‘Requerimiento’; se lo toman a risa. Halcón se trastorna del todo. Con permiso de los caciques, Pizarro se lleva como intérpretes a dos indios.

     (51) En la mañana del día siguiente llegaron las balsas de los indios y descendieron del barco todos los españoles, menos los marineros. La cacica y sus notables  los esperaban. Lo dicho, una película hawaiana: los recibieron junto a la playa con ramos verdes y espigas de maíz, les ofrecieron asiento en un amplio espacio cubierto de ramas y comida abundante con  los más diversos manjares, y después, se supone que al ritmo de las olas y con una brisa suave, “por hacer más fiesta al capitán, los principales indios que allí estaban, con sus mujeres, bailaron y cantaron según su costumbre; el capitán estaba muy alegre por ver que eran tan entendidos y domésticos; deseaba verse en Panamá para procurar la vuelta con gente bastante para sojuzgarlos y procurar su conversión”. Creo que, en este caso, Cieza no ve contradicción en las intenciones de Pizarro, sino que considera buenas las dos con tal de que se eviten los métodos brutales.
     Antes de partir, Pizarro les soltó a los indios el sermón que sabía de carrerilla: el ‘Requerimiento’. Les insistió en que sus dioses eran falsos y sus ritos inútiles,  y les dijo que volverían con sacerdotes que les explicaran la doctrina verdadera, y que entonces tomarían posesión de aquellas tierras en nombre del emperador; “les pidió que, en señal de obediencia, levantaran una bandera que les puso en las manos, y la alzaron tres veces riéndose, teniendo por burla todo lo que les había dicho, porque ellos no creían que en el mundo hubiese otro señor tan grande y poderoso como Huayna Cápac”. Terminadas las despedidas, los españoles se embarcaron y nuestro ‘Romeo’ se descontroló: “Halcón, cuando vio que se apartaba de la cacica, fue a rogarle a Pizarro que lo dejasen en aquella tierra entre los indios. Pero  no quiso porque era de poco juicio y para que no los alterase, lo cual sintió tanto Halcón, que luego perdió el seso y se tornó loco, diciendo a grandes voces: ‘Xora, xora, bellacos, que esta tierra es mía y de mi hermano el rey y me la tenéis usurpada’, y con una espada quebrada fue para ellos. El piloto, Bartolomé Ruiz le dio con un remo un golpe, de que cayó en el suelo, y metióronlo debajo de cubierta, echándole una cadena”.
     En ese camino de vuelta llegaron a otro puerto (Cieza no lo nombra pero estaban todavía cerca de Tumbes). Lo que ocurrió fue un calco del ‘show’ de Santa Cruz: fraternal recibimiento, regalos mutuos,  el inevitable ‘rollo’ del requerimiento después de levantar tres veces los indios la bandera española, y risas generales cuando Pizarro les hablaba de un rey mucho más poderoso que Huayna Cápac. “Cuando iban a volver al navío, Pizarro rogó a los principales que le diesen unos muchachos para que aprendiesen la lengua y supiesen hablarla cuando volviesen. Diéronle un muchacho a quien llamaron Felipillo y otro a quien pusieron don Martín”. Cieza, en esta ocasión, resulta algo confuso. En realidad, ya estaban esos dos nativos con los españoles desde que Bartolomé Ruiz apresó a varios indios de Tumbes antes de que se quedaran los 13 de la fama en la isla del Gallo. Lo que ocurrió parece ser, más bien, que Pizarro les rogó a los principales que le permitieran seguir llevando en su compañía a los dos muchachos.


     (Imagen) Hubo famosos intérpretes indios, varios muy leales y otros enredadores, envenenando con sus chismes. Vivían cuidadosamente tratados, por ser indispensables. Rizando el rizo de la perfección, algunos fueron enviados a España para mejorar su  castellano. Pero el  caso más excepcional y positivo, fue el de Doña Marina (la Malinche), hija de un cacique maya que la entregó a unos indios de lengua náhuatl, quienes, a su vez, se la regalaron a Cortés. Resultó una inteligente y maravillosa mujer (que no me oigan algunos mexicanos); fue más que intérprete, pues también asesoraba y cuidaba a los españoles, que la tuvieron siempre en la mayor estima. Al principio, el soldado Aguilar, que aprendió el maya siendo esclavo de los indios, le traducía a Doña Marina del castellano, y luego ella se lo comunicaba a los aztecas.


martes, 15 de agosto de 2017

(Día 460) En el camino de vuelta recuperan a Molina, que les comunica una invitación de una ‘cacica’ para que visiten su isla. Pizarro envía a cuatro hombres en su nombre, entre ellos Halcón, heroico como uno de los 13 de la fama, pero al que un trastorno de amor le desencadenará un brote de locura.

     (50) Misión cumplida: habían añadido notables descubrimientos a lo que ya se conocía gracias al piloto Bartolomé Ruiz, y conseguido una confirmación progresiva de la extraordinaria importancia y riqueza del pueblo inca; estaban, además, a  1000 km al sur de la línea del ecuador y a 2.400 de su punto de partida, Panamá. Querían también respetar escrupulosamente el plazo de seis meses de exploración que les concedió el gobernador Pedro de los Ríos.
     El viaje de vuelta siguió placentero, aunque no faltaron incidentes, algunos cómicos y otros tristes, pero sin ningún conflicto con los indios, y observaban siempre con atención cualquier novedad reseñable. Echaron el ancla otra vez en Santa Cruz. Allí estaba el ‘abandonado’ Alonso de Molina, feliz entre los indios y muy entretenido. No había cacique, sino ‘cacica’, y lo trataba con mucha consideración. Cuando el barco llegó a aquellas tranquilas aguas, subió a bordo Molina, acompañado de algunos indios; el encuentro con los suyos fue emocionante y les dio una amplia información muy favorable de todo lo que había conocido en aquel puerto, así como una invitación de la cacica para que los españoles fueran a visitarla. “A Pizarro le pareció bien, y le daba gracias a Dios porque se había descubierto aquella tierra, pues sería su santa fe plantada entre aquellas gentes que tan buena razón tenían. Mandó que saltasen en tierra cuatro españoles, Nicolás de Ribera, que es el que de todos es vivo en el año que yo voy escribiendo lo que leéis (murió en 1563, con 76 años), Francisco de Cuéllar, Halcón y el mismo Alonso de Molina”. Aunque Halcón era uno de los 13 héroes de la fama, tenía alguna fragilidad de carácter, y todos le vieron demasiado ‘entusiasmado’: “Halcón llevaba puesto un escofión de oro con gorra y medallas y, vestidos, un jubón de terciopelo y calzas negras, y también espada y puñal, de manera que tenía más manera de soldado de Italia que de descubridor de manglares”. Es decir, haciendo el ridículo con su relamida ostentación. Pero el ‘cante’ iría en aumento: “Los indios les dieron de comer, y por los honrar, la cacica se levantó y les dio a beber  con un vaso. A Halcón pareciole bien la cacica y echole los ojos, porque además de la avaricia que acá nos tiene, es mucha causa la lujuria para que hayan sido muchos tan malos (Cieza moraliza, pero nos muestra lo que era de suponer en la vida de los conquistadores). Halcón, mientras más la miraba, más perdido estaba de sus amores. Dijo esta señora que quería ver al capitán. Cuando llegaron a la nao, Pizarro la recibió muy bien a ella y a los indios que la acompañaban La señora, con mucha gracia, le dijo que, si ella siendo mujer había osado entrar en el navío, él siendo hombre y capitán no había de rehusar saltar en tierra, y para su seguranza, quería dejar cinco de sus principales en el navío de rehenes. Pizarro le contestó que lo haría y sin querer más rehenes que su palabra. La cacica se lo agradeció muy contenta y se volvió a su tierra, sin que Halcón apartase los ojos de ella mientras daba suspiros y gemidos”.


     (Imagen) En las Indias hubo hombres de gran sensatez, incluso algunos de gran humanidad, pero también abundancia de trastornados. Algunos fueron pobres infelices a los que se les fundieron los plomos por la enorme tensión que soportaban continuamente, como  Halcón, uno de los trece de la fama, que se volvió literalmente loco de amores, o el desquiciado fray Francisco de la Cruz, un inocente dominico que murió achicharrado por la Inquisición de Lima. Otros fueron personajes de carácter extremo que encontraron el sitio ideal para satisfacer su sadismo, como Francisco de Carvajal, el llamado ‘Demonio de los Andes’, Beltrán de Guzmán con sus salvajadas en México, Pedrarias con sus barbaridades, y alguien que lo superó en crueldad y con el que compartió el apodo de ‘La Cólera de Dios’, el monstruoso Lope de Aguirre.


lunes, 14 de agosto de 2017

(Día 459) El viaje sigue delicioso. Aunque no lo sabían, Huayna Cápac había muerto. Molina y Bocanegra, por distintas razones, se quedan en tierra. Llegados a Santa, Pizarro decide dar la vuelta.

     (49) Los indios enviaron un mensajero rápidamente a Quito para informar al gran Huayna Cápac de la visita de los españoles, y, al parecer, ya había muerto cuando llegó. Cieza no concreta una fecha, pero dice. “Téngase por cierto que Huayna Cápac murió en el propio tiempo y año que Francisco Pizarro llegó a la costa de su tierra”. Tampoco sabían los españoles que, yendo por el litoral, habían dejado muy atrás, a poca distancia del mar, la capital norteña del imperio inca, Quito (la del sur era Cuzco).
     Todo estaba saliendo bien y continuaron el viaje ilusionados: “Determinaron seguir adelante en el navío y llevaron a un muchacho que los indios les dieron para que les mostrase el puerto de Paita; descubrieron el puerto de Tangarará, vieron infinidad de lobos marinos, a una punta pusieron por nombre Aguja y entraron en un puerto al que llamaron Santa Cruz, por ser su día”. Como es lógico, el piloto Bartolomé Ruiz iría dibujando la cartografía y anotando los nombres indígenas y los nuevos. La táctica diplomática de Pizarro surtió efecto: “Se había extendido por toda la costa de Perú que los españoles andaban en un navío, que ni hacían mal ni robaban, y que eran muy piadosos y humanos”. Aquello se convirtió en una película de Hollywood con marineros felices navegando por las costas de Hawaii y descendiendo del bergantín a tierra para confraternizar. Llegaban indios con canoas llenas de maíz y regalos; los españoles correspondían con vistosa bisutería y animales de granja. En Santa Cruz, aprovechando tanta aproximación de canoas con alegres visitantes, Pizarro le encargó a Alonso de Molina que fuera hasta la costa con algunos indios para conseguir leña. Parecía el ‘escogido’ para estos contactos, quizá porque lo hiciera con entusiasmo. Pero, al poco de marchar, se encabritó el Pacífico, y Pizarro, después de esperarle tres días, tuvo que dar orden de levar anclas para que el barco no se fuera a pique, “confiando en que estaría seguro con los indios, pues Molina sabía que eran de buena voluntad y poca malicia”. Continuaron la marcha: “Navegaron hasta que llegaron a Colaque, Tangarará y Chimo, lugares donde se fundaron (posteriormente) las ciudades de Trujillo y San Miguel”. Y hubo otro romántico soñador que decidió quedarse en ‘el paraíso’: “Un marinero llamado Bocanegra (apellido de origen italiano, bastante frecuente en Andalucía), salióse del barco con los indios y con ellos envió a decir al capitán que lo tuviesen por excusado y que no lo aguardasen porque quería quedarse entre tan buena gente”. Aquello ya no era una guerra: estaba resultando un paseo turístico y Pizarro no imponía con rigor la disciplina militar de seguir todos juntos forzosamente, así que le dio su conformidad. 
     Navegando a toda vela, llegaron hasta  Santa. “Pizarro tenía gran deseo de descubrir la ciudad de Chincha, de la que contaban los indios grandes cosas, pero sus compañeros le hablaron para que se volviese a Panamá para buscar gente con que pudiese señorear la tierra, pues ya sabían que era la mejor del mundo y la más rica. Buen consejo le pareció a Francisco Pizarro y mandó volver el navío por donde había venido”.


     (Imagen) Las crónicas de Indias recogen los nombres de los que hicieron historia, para bien o para mal. Pero impresiona el destino de aquellos (casi todos anónimos) que se quedaron entre los indios, unos por romanticismo y otros como cautivos. ¿Cuántos serían? Que se sepa, a pocos les fue bien. Hubo casos tan extraordinarios como el de Gonzalo Guerrero: pudo volver con Cortés y no quiso porque tenía ‘unos hijos muy bonicos’. Su compañero Aguilar, ya libre, sirvió de intérprete para los españoles en México. A Núñez Cabeza de Vaca hay que echarle de comer aparte: anduvo entre indios, muy respetado, ocho años; cuando alcanzó a los españoles, hizo una crónica y fue nombrado gobernador. Parece ser que todos los de Pizarro que tomaron la decisión de quedarse, Molina, Bocanegra y Ginés, acabaron mal.