(40) Que Pizarro y sus hombres estaban en
una situación desesperada, no tiene duda, porque, cuando llegó el barco de
Almagro, “salieron en tierra los que en él venían, espantándose los de la mar
de ver a los de tierra tan amarillos y flacos (un buen golpe a sus ilusiones)”. Subieron después todos al barco y
navegaron hasta uno de los lugares descubiertos por el gran piloto Bartolomé
Ruiz, la isla del Gallo (a veces respetaban la toponimia local, pero casi
siempre la cambiaban por un nombre castellano, que, con frecuencia, era el
santo del día de su llegada). Se quedaron allí quince días descansando y ‘jartándose’
de comer. Siguieron después costeando, entraron con dos canoas por un río
ancho, y, en la barra que separaba sus aguas con las del mar, zozobró una de
ellas y se ahogaron cinco hombres (más muescas en la lista de bajas). De
acuerdo con las informaciones recogidas por Bartolomé Ruiz, llegaron después a
la bahía de San Mateo. Bajaron a tierra cerca de un lugar llamado Atacames,
donde pudieron utilizar los caballos (los manglares se lo habían impedido).
Necesitaban apresar a algún indio para convertirlo en intérprete (y, a ser posible, en cristiano). Lo de los
españoles era un infierno, y lo de los indios, también: “Los de a caballo
vieron a un indio y corrieron para lo asir, pero espantado de los caballos,
puso pies en huida con mucha ligereza por temor de quedar cautivo en poder de
los españoles, cuya fama de crueldad se extendía; corrió con tal denuedo, que me afirmó uno de los de a caballo que, el
llegar él y caerse el indio al suelo y salírsele el ánima perdiendo el aliento
y el vigor, fue todo uno”.
Seguían los padecimientos: “Pasaron más
trabajo que antes por los mosquitos, y para huir de su importunidad, se metían
entre la arena los hombres, enterrándose hasta los ojos. Morían cada día
españoles por esta plaga contagiosa y por otras enfermedades”. Habían llegado a
Atacames, unos por mar, otros por tierra, y los indios huyeron, pero,
“cobrándoles gran desamor por sus abusos, hicieron liga entre muchos de los
matar”. Los españoles estaban contentos de poder descansar y comer, porque en
el poblado había mucho maíz, “de manera que, con esto y con hierbas y no
faltando sal, los que andan en descubrimientos, llámanse de buena dicha”. Es
chocante que, hombres tan sufridos, echaran pestes por la falta de sal, algo de
lo que también se quejaba Bernal Díaz del Castillo en México. Toda su
satisfacción se esfumó porque una avalancha de miles de indios se dispuso a
acabar con ellos, y tuvieron que soportar durante ochos días durísimos ataques.
Volvió el cansancio y la desesperación, y, con ello, una nueva crisis moral que
requirió una decisión de emergencia.
“Platicaron mucho lo que harían, siendo
los más votos en que sería bien volverse todos a Panamá a rehacerse y juntar
más gente para poder seguir adelante”. Almagro les dijo que sería un grave
error porque pondrían en peligro la supervivencia de la expedición, y que
consideraba necesario actuar como antes: ir algunos a Panamá y quedarse los
demás esperando su vuelta con refuerzos. Era tan angustioso el panorama, que
ocurrió algo sorprende: “Dicen algunos que Pizarro estaba tan congojado por los
trabajos que había pasado, que deseó entonces lo que jamás de él se conoció,
que fue volverse a Panamá (quizá por
aquello de que nadie puede ser un superhéroe ‘siempre’)”.
(Imagen) Hagamos balance. Pizarro y sus
hombres se quedaron a la espera en San Juan. A los 70 días, volvió Bartolomé
Ruiz de sus descubrimientos por la costa. Poco después vino Almagro con ayuda
desde Panamá, cuando ya la tropa tenía un aspecto cadavérico. Estuvieron en la
isla del Gallo 15 días devorando la comida y recuperándose. Siguieron hasta
Atacames, donde encontraron unos indios tan belicosos que se hundió totalmente la
moral de los soldados y casi todos
quisieron volver a Panamá con el fin de equiparse mejor. Tuvo que ser una
situación límite, porque, cosa increíble, hasta Pizarro estaba de acuerdo. Y,
curiosamente, se levantó la voz de Almagro diciendo que era una locura que
todos dieran la vuelta. Aunque Pizarro, injustamente y de forma desabrida, le
echó en cara que él lo tenía fácil porque se limitaba a navegar, se impuso la
sensatez de Almagro.
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