jueves, 3 de agosto de 2017

(Día 450) Llega Almagro con vital ayuda. Van a Atacames. Nuevos y durísimos enfrentamientos con los indios. Tanta penalidad hasta a Pizarro lo desmoraliza. Almagro se opone a que todos vuelvan a Panamá buscando ayuda y consigue que cambien de idea.

     (40) Que Pizarro y sus hombres estaban en una situación desesperada, no tiene duda, porque, cuando llegó el barco de Almagro, “salieron en tierra los que en él venían, espantándose los de la mar de ver a los de tierra tan amarillos y flacos (un buen golpe a sus ilusiones)”. Subieron después todos al barco y navegaron hasta uno de los lugares descubiertos por el gran piloto Bartolomé Ruiz, la isla del Gallo (a veces respetaban la toponimia local, pero casi siempre la cambiaban por un nombre castellano, que, con frecuencia, era el santo del día de su llegada). Se quedaron allí quince días descansando y ‘jartándose’ de comer. Siguieron después costeando, entraron con dos canoas por un río ancho, y, en la barra que separaba sus aguas con las del mar, zozobró una de ellas y se ahogaron cinco hombres (más muescas en la lista de bajas). De acuerdo con las informaciones recogidas por Bartolomé Ruiz, llegaron después a la bahía de San Mateo. Bajaron a tierra cerca de un lugar llamado Atacames, donde pudieron utilizar los caballos (los manglares se lo habían impedido). Necesitaban apresar a algún indio para convertirlo en intérprete  (y, a ser posible, en cristiano). Lo de los españoles era un infierno, y lo de los indios, también: “Los de a caballo vieron a un indio y corrieron para lo asir, pero espantado de los caballos, puso pies en huida con mucha ligereza por temor de quedar cautivo en poder de los españoles, cuya fama de crueldad se extendía; corrió con tal denuedo, que  me afirmó uno de los de a caballo que, el llegar él y caerse el indio al suelo y salírsele el ánima perdiendo el aliento y el vigor, fue todo uno”.   
     Seguían los padecimientos: “Pasaron más trabajo que antes por los mosquitos, y para huir de su importunidad, se metían entre la arena los hombres, enterrándose hasta los ojos. Morían cada día españoles por esta plaga contagiosa y por otras enfermedades”. Habían llegado a Atacames, unos por mar, otros por tierra, y los indios huyeron, pero, “cobrándoles gran desamor por sus abusos, hicieron liga entre muchos de los matar”. Los españoles estaban contentos de poder descansar y comer, porque en el poblado había mucho maíz, “de manera que, con esto y con hierbas y no faltando sal, los que andan en descubrimientos, llámanse de buena dicha”. Es chocante que, hombres tan sufridos, echaran pestes por la falta de sal, algo de lo que también se quejaba Bernal Díaz del Castillo en México. Toda su satisfacción se esfumó porque una avalancha de miles de indios se dispuso a acabar con ellos, y tuvieron que soportar durante ochos días durísimos ataques. Volvió el cansancio y la desesperación, y, con ello, una nueva crisis moral que requirió una decisión de emergencia.
     “Platicaron mucho lo que harían, siendo los más votos en que sería bien volverse todos a Panamá a rehacerse y juntar más gente para poder seguir adelante”. Almagro les dijo que sería un grave error porque pondrían en peligro la supervivencia de la expedición, y que consideraba necesario actuar como antes: ir algunos a Panamá y quedarse los demás esperando su vuelta con refuerzos. Era tan angustioso el panorama, que ocurrió algo sorprende: “Dicen algunos que Pizarro estaba tan congojado por los trabajos que había pasado, que deseó entonces lo que jamás de él se conoció, que fue volverse a Panamá (quizá por aquello de que nadie puede ser un superhéroe ‘siempre’)”.


     (Imagen) Hagamos balance. Pizarro y sus hombres se quedaron a la espera en San Juan. A los 70 días, volvió Bartolomé Ruiz de sus descubrimientos por la costa. Poco después vino Almagro con ayuda desde Panamá, cuando ya la tropa tenía un aspecto cadavérico. Estuvieron en la isla del Gallo 15 días devorando la comida y recuperándose. Siguieron hasta Atacames, donde encontraron unos indios tan belicosos que se hundió totalmente la moral  de los soldados y casi todos quisieron volver a Panamá con el fin de equiparse mejor. Tuvo que ser una situación límite, porque, cosa increíble, hasta Pizarro estaba de acuerdo. Y, curiosamente, se levantó la voz de Almagro diciendo que era una locura que todos dieran la vuelta. Aunque Pizarro, injustamente y de forma desabrida, le echó en cara que él lo tenía fácil porque se limitaba a navegar, se impuso la sensatez de Almagro.


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