(50) Misión cumplida: habían añadido notables
descubrimientos a lo que ya se conocía gracias al piloto Bartolomé Ruiz, y conseguido
una confirmación progresiva de la extraordinaria importancia y riqueza del
pueblo inca; estaban, además, a 1000 km
al sur de la línea del ecuador y a 2.400 de su punto de partida, Panamá.
Querían también respetar escrupulosamente el plazo de seis meses de exploración
que les concedió el gobernador Pedro de los Ríos.
El viaje de vuelta siguió placentero,
aunque no faltaron incidentes, algunos cómicos y otros tristes, pero sin ningún
conflicto con los indios, y observaban siempre con atención cualquier novedad
reseñable. Echaron el ancla otra vez en Santa Cruz. Allí estaba el ‘abandonado’
Alonso de Molina, feliz entre los indios y muy entretenido. No había cacique,
sino ‘cacica’, y lo trataba con mucha consideración. Cuando el barco llegó a
aquellas tranquilas aguas, subió a bordo Molina, acompañado de algunos indios;
el encuentro con los suyos fue emocionante y les dio una amplia información muy
favorable de todo lo que había conocido en aquel puerto, así como una
invitación de la cacica para que los españoles fueran a visitarla. “A Pizarro
le pareció bien, y le daba gracias a Dios porque se había descubierto aquella
tierra, pues sería su santa fe plantada entre aquellas gentes que tan buena
razón tenían. Mandó que saltasen en tierra cuatro españoles, Nicolás de Ribera,
que es el que de todos es vivo en el año que yo voy escribiendo lo que leéis (murió en 1563, con 76 años), Francisco
de Cuéllar, Halcón y el mismo Alonso de Molina”. Aunque Halcón era uno de los
13 héroes de la fama, tenía alguna fragilidad de carácter, y todos le vieron
demasiado ‘entusiasmado’: “Halcón llevaba puesto un escofión de oro con gorra y
medallas y, vestidos, un jubón de terciopelo y calzas negras, y también espada
y puñal, de manera que tenía más manera de soldado de Italia que de descubridor
de manglares”. Es decir, haciendo el ridículo con su relamida ostentación. Pero
el ‘cante’ iría en aumento: “Los indios les dieron de comer, y por los honrar,
la cacica se levantó y les dio a beber con
un vaso. A Halcón pareciole bien la cacica y echole los ojos, porque además de
la avaricia que acá nos tiene, es mucha causa la lujuria para que hayan sido
muchos tan malos (Cieza moraliza, pero
nos muestra lo que era de suponer en la vida de los conquistadores).
Halcón, mientras más la miraba, más perdido estaba de sus amores. Dijo esta
señora que quería ver al capitán. Cuando llegaron a la nao, Pizarro la recibió
muy bien a ella y a los indios que la acompañaban La señora, con mucha gracia,
le dijo que, si ella siendo mujer había osado entrar en el navío, él siendo hombre
y capitán no había de rehusar saltar en tierra, y para su seguranza, quería
dejar cinco de sus principales en el navío de rehenes. Pizarro le contestó que
lo haría y sin querer más rehenes que su palabra. La cacica se lo agradeció muy
contenta y se volvió a su tierra, sin que Halcón apartase los ojos de ella
mientras daba suspiros y gemidos”.
(Imagen) En las Indias hubo hombres de
gran sensatez, incluso algunos de gran humanidad, pero también abundancia de
trastornados. Algunos fueron pobres infelices a los que se les fundieron los
plomos por la enorme tensión que soportaban continuamente, como Halcón, uno de los trece de la fama, que se
volvió literalmente loco de amores, o el desquiciado fray Francisco de la Cruz,
un inocente dominico que murió achicharrado por la Inquisición de Lima. Otros
fueron personajes de carácter extremo que encontraron el sitio ideal para
satisfacer su sadismo, como Francisco de Carvajal, el llamado ‘Demonio de los
Andes’, Beltrán de Guzmán con sus salvajadas en México, Pedrarias con sus
barbaridades, y alguien que lo superó en crueldad y con el que compartió el
apodo de ‘La Cólera de Dios’, el monstruoso Lope de Aguirre.
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