(62) Tras esta irresponsable escapada al
Valle de Mena, sigámosle de nuevo la pista a Francisco Pizarro. Las exclusivas
concesiones que le hizo el emperador fueron el primer combustible para cocer
los gravísimos conflictos que llegaron
después, porque, con el tiempo, Almagro logró a su vez derechos para conquistar
más allá de lo que tenía reservado Pizarro, quien, por su enorme empuje, había
sobrepasado ya ampliamente esas 200 leguas que tanto parecían al principio. Por
si fuera poco, también le birlaban a Almagro el título de Adelantado, cuya
petición a su favor había sido acordada por los tres socios (otro dato que falseó
el cronista Pedro Pizarro). Dice el documento: “Otrosí, vos facemos (a Pizarro) merced del título de nuestro
adelantado de la dicha provincia del Perú”. ¿Qué había para Almagro?: una
ridiculez. El rey le concedía la tenencia de la fortaleza que se hiciera
después en Tumbes, con un salario y una ayuda económica (todo muy escaso para sus
grandes méritos), más la dignidad de hidalgo. Me viene al pelo para reforzar mi
opinión sobre este ‘robo’ un comentario al respecto con el que acabo de
tropezar, escrito por el historiador Carmelo Sáenz de Santa María, y en el que
acentúa la importancia que hubo de tener la influencia del soberbio Hernando
Pizarro en semejante ‘faena’: ‘Pizarro faltó al compromiso adquirido con sus
socios, y fue un ingenuo si creyó que Almagro se iba a conformar con una
fortaleza todavía inexistente o con una hidalguía. En este vulgar escamoteo
puede adivinarse la mano del clan Pizarro, que se incorporaba entonces a la expedición,
y de su jefe, Hernando’. En cuanto a Hernando de Luque, el rey prometió pedirle
al papa un obispado para él, y le asignó el cargo de Defensor de los Indios con
su espléndida remuneración de mil ducados anuales (un puesto creado entonces
para protección de los nativos, que dio buen resultado pero no tanto como se
esperaba); a Bartolomé Ruiz se le nombró Piloto de la Mar del Sur y Caballero
de la Espuela Dorada (paso previo para ser armado Caballero), pero tampoco le
consiguió Pizarro lo que le había prometido y más le interesaba, ser Alguacil
Mayor; y los trece de la fama fueron elevados a la categoría de hidalgos y, si
ya lo eran, se les concedía la de Caballeros de la Espuela Dorada.
Pizarro, el único que obtuvo del emperador
cuanto quiso, hombre de hierro en las batallas pero quizá blando con sus hermanos,
orgulloso de ser un Pizarro aunque subordinado a Hernando, el único legítimo y,
por lo mismo, heredero de la familia, iba a presentarse con esta chapuza ante
sus socios, olvidando que es más fácil prevenir que curar .
La delimitada demarcación del territorio
peruano que se le adjudicó a Pizarro recibió el nombre de Nueva Castilla, y
Cieza, después de comentar que se dio prisa en partir para Indias por pura
ansia de volver y por quedarle ya poco dinero, explica pormenores de la
expedición. Como era preceptivo en todas, iban en esta tres funcionarios reales
destinados al control general, un tesorero, un veedor y un contador. Cita como
tesorero a Alonso de Riquelme, quien, pasado un tiempo, le daría bastantes
disgustos a Pizarro.
(Imagen) No cabe duda de que en algunas de
las decisiones más importantes de Pizarro, tuvo mucho peso la influencia de
Hernando Pizarro, y probablemente también en el gravísimo conflicto con Diego
de Almagro, que iba a terminar en una guerra abierta. Hernando volvió a España
el año 1539, y no pudo regresar a Indias porque fue procesado y encarcelado
(durante más de 20 años), acusado, entre otras cosas, de la muerte de Almagro. Estando preso en el castillo de la Mota (en régimen muy laxo), vino a España
Francisca Pizarro, la hija mestiza de Francisco Pizarro, y se casó con
Hernando. Su madre fue Inés Huaylas Yupanqui, una princesa hermana de
Atahualpa. En el solemne y bello palacio que construyeron en Trujillo Hernando Pizarro
y su esposa figuran tallados los rostros de estos cuatro protagonistas. Nunca
sabremos hasta qué punto habría sido diferente la historia de Perú si hubiese
continuado allí el soberbio y bravo Hernando Pizarro.
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